En el momento actual de colisión nacional en España, latente desde hace tiempo pero que se agudiza por momentos, un partido de extrema-derecha populista como Vox está aprovechando dicha coyuntura sumada a la inoperancia de la izquierda institucional para recoger simpatías y seguir creciendo. Mientras que en las elecciones generales de 2016 conseguían el 0,2% de los votos (46.781), hoy, en el acto de inauguración de la precampaña a las elecciones europeas han conseguido reunir a 10.000 personas en el Palacio Vistalegre (Madrid), más muchas otras que debido al aforo se han visto obligadas a quedarse fuera.
Este partido político, formado por exsimpatizantes del PP afines a la cuerda ideológica de Aznar y críticos con el “moderamiento” del partido en la época de Rajoy, basa su discurso, fundamentalmente, en un nacionalismo exacerbado totalmente excluyente. Un empleo de la retórica chovinista centrada en enfrentar (de ahí que lo adjetivemos como excluyente), primeramente, de manera interna, a trabajadores dentro del Estado de distintos territorios, y segundo, a los obreros “nacionales” con los venidos de fuera (retornando a una lógica racista que tanto nos suena). De esta manera también consiguen centrar la atención en aspectos secundarios, irracionales y sentimentales, desviando el foco de los problemas realmente importantes.
Pero, ¿qué se esconde tras este agitamiento continuo de banderas? Más allá de los eslóganes vacíos y demagógicos nos encontramos con un paquete de medidas de corte neoliberal y privatizador al estilo de Ciudadanos (y un aspecto preocupante es que la gente que apoya a Vox no conoce las medidas reales que el partido propone). Si analizamos su programa electoral antiguo vemos planteamientos que lo confirman.
Un claro ejemplo del espíritu privatizador de Vox es el apartado que lleva por título la “reducción de entes públicos” y cuyo objetivo es el de suprimir y cerrar numerosas empresas públicas. Siguiendo el hilo argumentativo planteado en el pasado por el PP (privatizar hospitales para que sean rentable y más eficientes) afirman “privatizar total o parcialmente empresas, entes públicos e infraestructuras en desuso”.
En Educación, por ejemplo, una de sus medidas centrales es la imposición de “cheques escolares”, y que tal y como ellos afirman supondría un “impulso liberalizador” (fortaleciendo a su vez la educación privada y concertada y erosionando la pública). El “padre” intelectual de esta medida es el conocido economista neoliberal Milton Friedman (cuyo objetivo propugnaba que era el de reducir el estatismo en la enseñanza).
Y, finalmente, en el recorrido por su programa electoral, nos encontramos con la política exterior. En este caso vemos que, por un lado, aspiran a seguir tanto en la Unión Europea como en la OTAN, y por otro, que siguen queriendo que España sea un súbdito leal del imperialismo norteamericano (para ello critican a Venezuela y Cuba y esgrimen que deben fortalecerse los lazos con Israel).
Hay dos puntos centrales que diferencian a Vox de otros partidos de extrema-derecha europea y que, a mi modo de entenderlo, limitan en cierta manera su auge. Uno es la no utilización de un discurso obrerista, lo cual le aleja de la población que sociológicamente vota a la izquierda, por lo que sus simpatizantes son personas que siempre han sido cercanas a planteamientos reaccionarios (a diferencia de Le Pen, que conseguía sumar en los barrios donde antiguamente se votaba al Partido Comunista).
Y otro, (algo que hemos mencionado previamente) es la aceptación de la OTAN, de la Unión Europea (aunque hablen de revisar la integración de España nunca la cuestionan) y la subordinación a Israel (uno de los mayores lacayos de Estados Unidos en términos geopolíticos). Lo cual le diferencia de aquellos partidos que exigen una salida radical de la UE y esgrimen medidas proteccionistas y soberanistas.
Podríamos exigir a la “izquierda” institucional (esa misma que ahora se alarma) que revise sus prioridades, que hagan autocrítica, que se centren en lo fundamental, que no subestimen a Vox, a la extrema-derecha y a las posiciones y planteamientos reaccionarios y profundamente conservadores, pero la solución a tal problemática no vendrá desde aquellos elementos integrados en el eje izquierda-derecha. Llevamos demasiado tiempo comprobando como la dicotomización de la sociedad y la política en la vertiente izquierda-derecha sirve exclusivamente para perpetuar el sistema actual, lo realmente existente. La única solución pasa por aquel movimiento que se enfrente frontalmente a todo esto, a todos aquellos partidos (desde izquierda institucional a derecha populista) que de una u otra forma mantienen las dinámicas de explotación del capital.