Ayer, por fin, y para alivio y descanso de la gran mayoría de los ciudadanos, se llevaron a cabo las Elecciones Generales (la “fiesta” de la Democracia). Las semanas previas destacaron por la irradiación desde todos los sectores hegemónicos de la importancia radical de acudir a votar y por la insistencia en el inminente auge de Vox. En el presente artículo, frente al sentimiento eufórico acrítico predominante, se tratará de afrontar reflexivamente la cuestión.
La campaña electoral ha girado en torno a la interpelación constante al individuo (tanto desde las formaciones políticas como desde los medios de comunicación) para que acudiese a las urnas. Era necesario remontar, para la legitimación del ordenamiento político, ese 66,48% de participación de las anteriores Elecciones Generales. Este tipo de discurso, finalmente, ha conseguido penetrar en (y condicionar a) la sociedad y revertir la tendencia decreciente de la participación. En los comicios de ayer la abstención descendió más de nueve puntos, situándose en un 24,25%. Ahora bien, ¿es esta alta participación un “triunfo” para aquellos que deseen transformar las coordenadas de lo que es posible? Una potencial respuesta negativa nos revela dos cosas:
– La enorme capacidad que siguen teniendo todos los agentes mediáticos para influir en el comportamiento (político) del individuo. El discurso de “vota, a quien sea, pero vota” y “o votas o viene el apocalipsis” realmente ha atravesado e impregnado la mentalidad colectiva (llevando al Partido Socialista a superar los 7 millones de votos). Ha supuesto el triunfo de la ideología hegemónica que trata de circunscribirnos a todos a una posición pasiva cuya única actuación política se limite al día electoral. Es el reflejo de la doxa predominante. Se ha contribuido al fortalecimiento del partido (PSOE) sustentador por antonomasia del Regimen del 78.
– La elevada partipación no implica, ni mucho menos, una repolitización de los españoles, y menos aún una asunción de una posición crítica de la ciudadanía con la autoridad incuestionable (persiste, por tanto, la pasivización que la democracia liberal origina y produce). Si nos retrotraemos diez años atrás, si hacemos balance de lo acontecido desde la crisis de 2008, podemos afirmar que hemos retornado al punto de partida. La crisis del sistema político, del bipartidismo clásico, de los partidos institucionales, del Régimen del 78, a través de una reordenación de los actores políticos, ha conseguido salvar (y perpetuar) la situación. Ahora se verá si todos aquellos que tachaban de cómplices de la extrema-derecha a los que instaban por el boicot a las elecciones realmente han adquirido conciencia de la necesidad imperante de una transformación radical de la sociedad o si nuevamente retroceden a la posición pasiva y cómoda frente a lo realmente existente.
En otro orden de cosas, la sorpresa, para muchos (entre ellos analistas políticos), han sido los resultados de Vox. La mayoría de los sondeos y encuestas (excepto el CIS) le daban a dicha formación más de 40 escaños y la posibilidad de colocarse como tercera o cuarta fuerza parlamentaria. La sobre-exposición televisiva, periodística y en redes auguraba una entrada espectacular en el Congreso de los Diputados; por eso, aun habiendo alcanzado 24 nuevos escaños, se puede hablar de “fracaso” (entiéndaseme, fracaso en cuanto a las expectativas suscitadas por los que se afanaban en denunciar un inminente peligro -como si hasta ahora hubiésemos habitado en una arcadia feliz-, porque aunar más de dos millones y medio de votos es destacable).
Al adentrarnos en los datos comprobamos cómo la composición del electorado de Vox se conforma mediante el trasvase de antiguo voto popular. En otros términos, los más de dos millones y medio de votos que ha cosechado la agrupación de Abascal provienen, en gran medida, de personas que anteriormente habían apoyado al PP (ni arrasar entre los obreros, ni lograr apoyo mayoritario en los “barrios de clase media-baja”, ni ser el nuevo Rassemblement National). ¿Qué revela esto? Que a diferencia de cierto populismo (europeo) derechista radical que detenta la capacidad de atraer una base más transversal (el ejemplo típico es el del partido de Le Pen arrebatando feudos comunistas) el partido de Ortega Smith, por ahora, no es más que la escisión del ala más conservador (aznarista) del Partido Popular. La inmensa mayoría de lo que Vox contiene en si mismo ha estado durante siempre (aunque contenido por un velo “democrático” o de apariencia) en Ap y el PP.
¿El hecho de que Vox haya quedado en quinta posición implica que se haya frenado la expansión de las tendencias reaccionarias? Por el momento se ha impedido exclusivamente que tengan más representación, pero mientras no se ataque frontalmente el sistema que genera, reproduce y prolonga la existencia de la reacción será imposible abolirlas. Mientras esto no se haga, el discurso que transforma la contradicción de clase en una oposición “españoles de bien vs dictadura progre” seguirá conquistando espacios sociales.
El gran beneficiado de la aparición en el panorama político de Vox ha sido el Partido Socialista. Por dos razones: 1) con la irrupción de Abascal los votos de la derecha se dividen (lo cual también ha provocado que, por ejemplo, el PP -y en cierta medida Cs- al entrar en el juego de Vox, ha dejado el centro-derecha libre), y 2) esta penetración de la extrema-derecha le ha permitido al PSOE agitar la bandera de la anti-reacción y situarse a ellos mismos como el único muro de contención frente a las posiciones más conservadoras (“o nosotros o el caos”, “o nosotros o el desastre”). Esta “catastrofización” de la realidad, ejemplificada en el “voto útil”, le ha valido a la formación de Sánchez para sumar dos millones de votos más que en 2016.
El primer punto del párrafo precedente se proyecta muy nítidamente con algunos ejemplos gráficos. Hay que tener en cuenta que lo fundamental en unas elecciones son los escaños y no la suma de votos. En lugares como Ceuta hay un único diputado en juego, se puede reunir el 20% de los votos y que eso no se traduzca en nada. Desde 1993 este escaño siempre se lo habían llevado los populares (en 2016 sacaron el 51% de los votos). La entrada de Vox ha provocado tal reordenamiento de los actores políticos que, a pesar de que las tres derechas hayan sumado el 58% (Vox 24, PP 21 y Cs 12) de los apoyos, el PSOE (con el 35%), finalmente ha conseguido el escaño.
La pregunta pertinente es: ¿cuántos de aquellos que a lo largo del territorio español han optado por votar al PSOE lo han hecho atendiendo al proyecto político concreto, a las propuestas, y cuántos de forma defensiva, como mal menor, empujados por la radiografía catastrófica que desde los agentes mediáticos se dibujaba? Este síntoma refleja un hecho característico: el discurso vertebrado en torno a la reproducción y propagación del miedo es más movilizador que un proyecto constructivo y positivo (no “frente a algo”, sino proactivo).
En el País Vasco, el llamado “trifachito” ha sido incapaz de conquistar un sólo escaño (lo cual se resume en que el PP ha perdido los dos que ostentaba en la pasada legislatura). Ante esta situación se ha generalizado y extendido un cierto (y elevado) estado de euforia y orgullo compartido. Pero la realidad sociopolítica es bien distinta, y dramática. El PNV, derecha también, el partido de la (pequeña)burguesía vasca, el partido de Iberdrola y Petronor, de la corrupción (tapada mediáticamente, ¿alguien ha oído hablar de los exalcaldes vizcainos imputados?) y del enchufismo, los “expertos” gestores (vascos) del capital han arrasado en estas Elecciones Generales (primera fuerza con el 31% de los apoyos -110.000 votos más que en los pasados comicios-).
Los jeltzales han conseguido vencer incluso en zonas obreras y donde cohabita gran parte de la masa más precaria (véase Otxarkoaga-Txurdinaga o Rekalde en el caso bilbaino). Debe ser que las cadenas, si son nuestras, aprietan o explotan menos. Rescato una frase de Zizek (que él a su vez toma prestada de Oriana Fallaci) que perféctamente liga con lo señalado: “el verdadero poder te estrangula con lazos de seda, encanto e inteligencia”.
El otro victorioso en el territorio vasco ha sido el Partido Socialista, que se sitúa como segunda fuerza logrando 4 diputados (aumentando un 5% el voto cosechado). El mismo PSOE (recordemos) de la reconversión industrial, de los GAL, de la represión policial, de Libia, de la entrada en la OTAN, del apoyo al imperialismo estadounidense en Venezuela, del 135 (anteponer la deuda al gasto público), del que pactó con el PP para gobernar en Euskadi, de las privatizaciones, etc. Pero la situación catastrófica que los agentes mediáticos se han encargado durante semanas en profetizar y señalar ha permitido que se olvide el caráacter de clase de los “socialistas” y que en el imaginario colectivo lo dibujemos como una opción radicalmente progresista (siendo como es el garante y la personificación del Régimen del 78). La transformación de la abstención en voto “socialista” en los distritos de la clase trabajadora no puede ser vista, ni mucho menos, como una victoria.
Existen muchas dudas en torno a la composición del gobierno que puede darse, pero lo más probable es que sea en minoría (aunque muchos periódicos -El Mundo, El Economista- a través de editoriales, e incluso ciertas empresas importantes -veáse el Santander-, están presionando para que se forme un gobierno entre la formación de Sanchez y Rivera). Lo que debemos tener presente es, que independientemente del tipo de gobierno que se termine configurando, y mientras se mantega la sociedad mercantil, las masas más precarias, los trabajadores, las clases subalternas seguirán en una situación de constante explotación (económica, social, moral).
Tal y como se ha venido insistiendo, las elecciones no son más que otra pieza del engranaje político (ya constituido) que sostiene el modo de producción. La victoria de los desposeídos no se logrará poniendo todo el peso en un día concreto (o en los resultados del mismo), sino insistiendo en la batalla ideológica, en el proceso de toma de conciencia, en la crítica al pensamiento hegemónico (por mucho que se disfrace de progresista), en mantener la calma (aun cuando los poderes fácticos dibujan una -falsa- realidad catastrófica). Decía Badiou “mieux vaut un désastre qu’un désêtre” (mejor un desastre que un desertor), y es que es preferible (vital) mantenerse fiel a los principios que ceder ante los gritos agónicos y alarmistas intencionados de los representantes y las correas de transmisión de las clases dominantes, de los agentes del orden.