La llegada del COVID-19, o popularmente conocido como Coronavirus a suelo occidental ha barrido toda esperanza de que el virus quedase controlado en Asia. Una vez llegado el virus a Europa y posteriormente a EEUU nos pone en una situación propicia para evaluar cómo están actuando los gobiernos, y en que fuentes éticas se están basando para tomar sus decisiones, además de poder analizar qué países están primando su economía y normalidad frente a los fallecimientos y cuales están actuando de forma contraria.
Tras ver las polémicas declaraciones de Boris Johnson sobre el Coronavirus y su inicial actuación primando la economía no pude sino recordar una clase de Máster que nos impartió Manuel Villoria, Catedrático de Ciencia Política por la Universidad Rey Juan Carlos. En esta clase se debatían las fuentes éticas que motivan las acciones de un gobierno, el utilitarismo y deontologismo.
En primer lugar el utilitarismo es la filosofía que defiende que “la acción correcta es aquella que tenga mejores consecuencias para todos los que resulten afectados por nuestras decisiones, ahora y en el futuro. Normalmente, los utilitaristas centran su atención en consecuencias como el placer o el dolor, la felicidad y la desdicha, o la satisfacción o frustración de las preferencias. Pretenden maximizar los beneficios netos de las consecuencias buenas, después de restar las malas” (Singer, 2004, p. 269). En esta posición podríamos encuadrar perfectamente a Reino Unido y los EEUU, de tradición protestante, ambos conceptos, utilitarismo y protestantismo están relacionados y en este caso concreto lo podemos ver con claridad.
En segundo lugar el deontologismo, en contraposición se basa en normas que se autosustentan o tienen valor por sí mismas, independientemente de la felicidad o beneficios que aporten. Esta teoría es contraria a que los fines justifiquen la acción moral, ya que existen principios inalienables que están por encima de cualquier fin. En este caso, el principio de la dignidad humana no puede sacrificarse por ningún fin, por muy útil y beneficioso (los cálculos de coste-beneficio los hace el diablo) que pueda ser, en contraposición el utilitarista defendería la dignidad humana y los derechos humanos si esto tiene mejores consecuencias que no hacerlo. De esto derivamos en que un utilitarista defiende que un abuso de poder para beneficio propio puede admitirse si esto derivase en un beneficio común, para un deontologista esto sería inmoral siempre. Dentro de los defensores del deontologismo podríamos encuadrar a las naciones de tradición católica como Italia y España, cuya actuación ha sido diferente a la de Reino Unido y Estados Unidos.
Cada una de estas fuentes filosóficas bebe de la tradición religiosa mayoritaria que ha habido en ese territorio. El deontologismo ha tenido mayor acogida en territorios europeos y naciones de tradición católica, por otra parte, el utilitarismo bebe del protestantismo anglosajón, es por ello que tiene mayor acogida en naciones como las mencionadas anteriormente.
El caso protestante anglosajón ha dejado ver su postura utilitarista durante esta crisis, eso a pesar de que ahora esté reculando y tomando otras medidas de contención del virus. Pero si vamos a las declaraciones de actores políticos de estos países la influencia de este pensamiento y de este cálculo de coste-beneficio frente a un virus que mata seres humanos nos podemos encontrar con titulares que suenan insensibles, es el caso de Donald Trump afirmando que “El cierre de la economía de EEUU puede causar mas muertes que el coronavirus”, o el caso del vicegobernador diciendo sin pudor alguno que “hay que dejar morir a los abuelos para salvar a la economía”. Afirmaciones como estas son impensables o marginales en países donde con mayor o menor dificultad se está forzando la maquinaria estatal para salvar a cuantas más personas mejor. Con esto no estoy afirmando que Italia y España sean los países que mejor están gestionando la crisis, ya que podemos ver que los contagiados siguen en aumento, pero sus intenciones de evitar muertes están siendo más fuertes que las de estos países en un principio.
Para finalizar, en términos generales, al utilitarismo se le critica que los sacrificios que se pueden imponer sobre ciertos miembros de la comunidad en aras del bienestar colectivo pueden no ser equitativos ni justos, aunque con ello se maximice el bienestar de la mayoría. También se le critica porque los cálculos de utilidades y de bienestar son siempre discutibles, la tendencia es a dar más peso a aquellos intereses más cercanos a la persona que está calculando estos costes y beneficios. Por otra parte, al final hay que dar un coste monetario a cada opción y hay algunas que son más fáciles de calcular que otras, con lo que suelen ser preferidas; otro aspecto discutible es la dificultad de hacer cálculos a posteriori y considerar todas las posibles desembocaduras y efectos imprevistos en que la acción puede finalizar.
Y es que parece que para el utilitarismo realmente no existe ningún tipo de moral, no da valor a los actos en sí, sino que todo depende del resultado que estos nos aporten, por lo que un acto inicialmente malévolo que aporte un buen resultado (dejar morir ancianos ahorrando costes en pensiones) sería preferible a un acto de buen corazón que pueda producir malos resultados (gastar ingente cantidad de dinero en personas ancianas, pudiendo colapsar la economía); que haya gente debatiendo sobre que opción escoger debería repugnarnos éticamente.