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Adelante Andalucía y el elefante en la habitación

Los artículos sobre la estrategia a seguir por Adelante Andalucía se están volviendo recurrentes. En los últimos días ya he leído dos piezas en una misma línea argumental. Forman parte del campo partidario de una mayor autonomía política y territorial para AA. Para ello, pretenden usar una estrategia política ligeramente nacionalista. A su juicio, esto permitirá afianzar el proyecto en cuanto a legitimidad y apoyo. Como consecuencia, se aumentará el peso del proyecto, alterando la relación de poder coyuntural.

La pieza que fundamenta esta crítica es Adelante Andalucía y la pregunta por el Príncipe en el siglo XXI, de Manuel Romero. Es útil porque permite analizar dos temas fundamentales. La exposición correcta y cohesiva del autor facilita esta labor. Los pilares de la crítica son los siguientes citas:

Pese a que el príncipe que Gramsci imagina para comienzos del siglo XX ya no pueda sernos útil en su totalidad, hay elementos que merecen ser recuperados. Es decir, aunque haya que renovar su morfología algunas de las tareas de antaño deberían de ayudarnos a sobreponernos al presente, especialmente esa que tiene que ver con la idea de una reforma moral e intelectual. Esta vez, en lugar de llevarla a cabo por un partido de vanguardia, deberíamos hacerlo con un partido en connivencia con los movimientos sociales y destinando todos los recursos posibles a la formación de cuadros y las labores de educación.

Resulta curiosa esta cita. La conecta con una crítica al partido máquina, modelo seguido por Podemos en sus inicios. Esta crítica es legítima. Al fin y al cabo, el partido plataforma es una manifestación más de la política enlatada. No asienta sus raíces en ningún sitio. Y por esos motivos, puede ser sustituido en cualquier momento. De este modo, la política deja de ser un arte de la gestión de la cosa pública. Pasa a ser un producto efímero, falso, ruidoso. Una pelea intestina por la visibilidad y por la audiencia, pero con poco poso transformador.

Pese a ello, creo que no se habla de un problema. Hay un elefante en la habitación: y ese elefante es el partido. No hay que buscar referencias complejas. La crítica al partido de vanguardia es respondida por sus propios teóricos. El propio partido leninista que el revolucionario ruso describe en Qué hacer atribuye al partido la función de educar. Y también propone que se haga hincapié en las causas sociales. Quizá los motivos sean más o menos cuestionables éticamente, pero prevalecen. De este modo, aludir a que el partido está agotado es algo cuestionable. Lo interesante será posteriormente centrarnos en el funcionamiento interno. Esas cuestiones ya son más particulares. Luego se aludirá a ellas en clave más particular. Pero, en general, la afirmación no es cierta.

Además, si se ha leído a Gramsci, es posible que también haya habido interés por la política italiana posterior. El Partido Comunista italiano, en un contexto quizá irrepetible, demuestra que el partido vanguardia puede trascender. Tanto Togliatti como Berlinguer nos enseñaron que el partido comunista puede crear alianzas interclasistas. Puede llegar a conectar con sectores católicos, y con una clase media a la que conquistar. De este modo, se trasciende el modelo de partido de clase que el autor critica. El partido sigue manteniendo estos elementos, pero se vuelve la base de la alternativa democrática. Remarco esto en cursivas, porque la oportunidad de este planteamiento es notable. Por ello, pienso que esta crítica no es oportuna.

Esto puede agravarse atendiendo a uno de los implicados en la disputa. El Partido Comunista e Izquierda Unida son claves, y parecen querer ser desterrados por su vínculo a Podemos. Por lo arriba descrito, esto puede ser un grave error. Quizá el cálculo táctico justifique esta decisión. Pero trabajar en el corto plazo puede evitar aprovechar ventanas de oportunidad mayores. Estas solo pueden derivar de la confianza mutua, cooperación y debate. Una cosa son las contradicciones existentes y a resolver; otra, volar por los aires el edificio. Nadie sabe qué pasará con el comunismo en el futuro, siendo como es, políticamente, una realidad multívoca.

Más preocupantes son las herramientas a emplear. Estas pasan por un énfasis en el nacionalismo. La correlación de fuerzas históricas y políticas conducen al nacionalismo político a lo marginal. Además, no hay un carácter claramente impugnatorio. La propuesta alude a la diferencia y complementariedad de España y Andalucía. Romero nos tranquiliza aludiendo a estos aspectos:

Al contrario de como podría llegar a plantearse, como andaluces deberíamos de aspirar a convertirnos en la vanguardia de una arquitectura territorial diferente para España. No me cabe la menor duda de que Andalucía podría tomar la iniciativa ofreciendo un modelo más inclusivo y democrático para paliar el déficit de federalismo del que España se ha visto aquejada durante siglos. Una Andalucía fraterna con el resto de los pueblos de España, como aquella que Miguel Hernández describe en los versos de Vientos del pueblo. Pero para ello, el andalucismo no puede continuar dibujando un antagonismo vacuo contra el “mesetarian”, debería de hacerlo oponiéndose a un modelo territorial del que Madrid o, mejor dicho, las élites madrileñas salen beneficiadas. El pueblo madrileño, como el cántabro o el extremeño, es también nuestro pueblo. Las familias que han pasado más de 40 días alimentándose con comida basura no tienen la culpa de sus oligarquías.

Nada que criticar. Es razonable y necesario lo propuesto. Pero unos pocos párrafos después, se detalla la propuesta:

En Andalucía habría que comenzar multiplicando los espacios de encuentro, tanto militantes como vecinales, para la promoción de nuestra cultura: gastronómica, musical, política…; a la vez que impulsando una transformación profunda de nuestro tejido productivo que nos permita rescatar trazas de soberanía y dejar de ser el patio de recreo del norte de Europa.

En síntesis: tenemos que abrazar el nacionalismo para suplir que no haya un partido. O, mejor dicho, que el partido que hay no nos interesa. La premisa que guía estas acciones es difícil de replicar De hecho, son más factibles similitudes con la situación italiana que con el peronismo (otro elefante en la habitación). Pero no es solo que esto no sea buena idea. Es que encuentra dos resistencias. Cada una alude a un sector específico del universo de posibles votantes.

Empecemos por los jóvenes a los que apelar con nacionalismo cultural. La mayoría de ellos responden al modelo del “antagonismo vacuo mesetarian” al que se alude como cautela. Prueba de ello son los memes que circulan por las redes y sus actitudes políticas. La carga política es mucho mayor que la de la gastronomía, la música y la política. Eso supone que una estrategia que apele a este sector muy politizado fracasará por tibia. Más interesante sería valorar si otros componentes del modelo de voto compensarían esta limitación. Pero, a nivel de militancia y de echar raíces a nivel de terreno, este esfuerzo tiene complicado prosperar.

Por otro lado, hay una orilla de votantes mayores. Aquí el problema tiene que ver, precisamente, con nuestra coyuntura política e institucional. No pienses en un elefante, pero el elefante es el Partido Socialista. El PSOE ha conseguido institucionalizar todo aquello que se pretende arrebatar. Ya Julio Anguita, en su entrevista póstuma, aludía a esta nueva clase político-cultural. Está claramente conectada con la burocracia gobernante. Abrazan un estilo de vida hedonista basado en el folclore como forma de distensión de la vida de partido. Esta visión ha quedado asentada también en lo proyectado a nivel mediático en Andalucía. Si pretendemos negar la presencia del PSOE y construir algo independiente, tenemos que entrar en territorio apache.

Sin profundizar más en la manida fórmula de cambio de modelo productivo y soberanía (más nacionalismo), el motivo está claro. No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo. Hay una diferencia de intereses que no puede solventarse a corto plazo. Los instrumentos no son lo suficientemente potentes y difícilmente son importables. Además, desprecian el potencial de una fuerza asentada. Quizá sea más complicado debatir que cortar por lo sano. Tenemos suficientes alicientes para parar en seco. Por ello, el exceso de optimismo debe compensarse con el realismo y una suficiente evidencia histórica y teórica.

Por Fernando Ramírez de Luis (doble grado en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Pablo de Olavide) – @voicilefer en Twitter

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