Texto escrito por Álvaro Narva Gil (@narva_95)
Un análisis de las convicciones políticas de los españoles desde la teología política.
“En cuanto la humanidad renuncie toda ella a Dios, […] de por sí, sin recurrir a la antropofagia, caerá toda la anterior concepción del mundo y, lo que es más importante, toda la antigua moral, y todo será nuevo. Los hombres se unirán para tomar de la vida cuanto esta pueda darles, pero, eso sí, para la felicidad y la alegría en este mundo únicamente. El hombre exaltará con el espíritu de un orgullo divino, titánico, y aparecerá el Hombre Dios” (Dostoievski [1880] 2015: 950).
Harán 76 años de la publicación de la Dialéctica de la Ilustración (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994). En esta obra se procuraba explicar que el proyecto de la Ilustración recaía en el propio mito que quería erradicar. Su intento por desencantar el mundo y vaciarlo de magia estuvo viciado desde el comienzo porque creaba sus propios mitos y mantenía otros. La creencia férrea en el cientificismo moderno ponía de relieve que “las grandes invenciones se pagan con una creciente decadencia de la cultura teórica” (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994: 51), lo que producía una inmanentización del mundo en el que toda verdad estaba encerrada en él, siendo accesible al ser humano. Si todo era posible al limitar la realidad a pura materia, “[l]a semejanza del hombre con Dios consiste [entonces] en la soberanía sobre lo existente” (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994: 64); nada es irrealizable para este nuevo sujeto deificado. Pero no toda persona podría ser endiosada, sólo algunos tienen tal privilegio. De aquí nace la concepción del superhombre con carácter salvífico que podría otorgar la redención a la humanidad a través de un acto revolucionario. Todos sabemos lo que ocurrió entre los siglos XIX y XX. La culminación del proyecto Ilustrado quedaba así consagrada. Sin embargo, ¿qué mitos han llegado a nuestros días en el caso español?
España, tras la constitución española de 1978, estipula que “[n]inguna confesión tendrá carácter estatal” (CE, art. 16.3), evitando la laicidad del Estado, ya que los españoles mantenían internalizados los mitos ilustrados del hombre mesiánico, que en la actual democracia se vehicula a través de los líderes de los partidos políticos. Estas organizaciones son el “instrumento fundamental para la participación política” (CE, art. 6), dicho con otras palabras, hay una imposibilidad de participar en la política si no es por medio de estas estructuras organizadas jerárquicamente. A pesar de que otros autores consideran que, realmente, la omnipotencia está situada en el pueblo, o sea, que este es un Dios, concibiendo un “demoteísmo” (Fernández-Llebrez, 2001: 40); en el caso español sería más apropiado hablar de un partitoteísmo. Inusual es el ciudadano que considera que ningún partido puede solucionarle sus problemas y, por ende, no votar por nadie. Pues todos sabemos que no es la población española quien elige a sus diputados, esa elección no está a su alcance. Tampoco veremos a ningún diputado votando en contra de su partido, algo que se nos presentaría como anómalo o como una crisis dentro del organismo. Son los líderes quienes determinan todos estos pormenores y muchos más. Se produce una personificación del partido en este, relegando toda la responsabilidad y capacidad al líder correspondiente. El cabeza de partido queda encumbrado como autoridad máxima, es a él a quien se vota, benefactor principal de los españoles en el terreno político. Pregúntense sino a quién se le recrimina las fallas de alguna política, ya que no será al diputado de su provincia desde luego; tampoco se invocará el nombre propio del partido.
Todo este aura omnipotente del que se rodean los líderes de cada partido, con sus cuotas de poder, cierra el camino a cualquier tipo de acuerdo entre los españoles y la divinidad escogida, pues no olvidemos que “[h]acer pactos con Dios es imposible” (Hobbes, [1651] 1996: 135). Aunque proclamen soflamas basadas en las moralinas típicas de cada signo ideológico, no son más que eso, pura apariencia. Ningún politiquero, por mucho que le sea otorgado un aspecto divino, puede tener cualidades omnipotentes. Sin embargo, actúan como si las tuvieran, lo que afecta directamente a la política. Todos afirman estar en posesión de la verdad última, por la que deberían ser elegidos, relacionándose con la idea ilustrada de que el “[p]oder y conocimiento son sinónimos (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994: 60). Vuelven cognoscible lo incomprensible, cuantificable lo infinito, parangonable lo disímil. Y al declararlo, la población y ellos mismos quedan imbuidos en la ensoñación mítica:
“La Ilustración garantiza […] uno de los arquetipos del poder mítico: ella elimina lo inconmensurable. No sólo quedan disueltas las cualidades en el pensamiento, sino que los hombres son obligados a la conformidad real” (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994: 67).
Por una parte, los Altísimos son conscientes de sus propias limitaciones, pero sus engaños se vuelven contra ellos mismos. Quedan atrapados en sus palabras, recaen en el imaginario mítico. Su apariencia supla lo real, el espectáculo engulle a la representación. No en vano, un gran autor dijo que: “Un príncipe no ha de tener necesariamente todas las cualidades citadas, pero es muy necesario que parezca que las tiene. Es más, me atrevería a decir eso: que son perjudiciales si las posees y practicas siempre, y son útiles si tan solo haces ver que las posees” (Maquiavelo, [1532] 2010: 140).
Incluso mantenerse en la apariencia tanto tiempo tiene sus consecuencias perjudiciales para el país. Este proceder simulando que tienes todas las cualidades y soluciones, ante los problemas que se plantean en un contexto, constata toda la distorsión que hay en nuestra actualidad en torno a la política. Aunque, ¿qué ocurre entre los distintos líderes que componen el espectro político? ¿qué tienen en común?
Es más sencillo analizar los intereses de un actor en los momentos relevantes para él. En nuestro caso, hay que fijarse en las campañas electorales y lo que se clama en ellas. Así, se expone que todos los líderes coinciden en que hay que votar, convirtiendo lo que es un derecho en un deber cívico supuestamente. La totalidad de los líderes interpelan a la ciudadanía para que lo hagan, incluso llegan a manifestar que es indiferente si los votas a ellos o a otros partidos, mientras que te encomiendes a ese deber. Es lo que se conoce como la “política del consenso” (Cabrera et al., 1991: 277). Hay una unión entre los líderes de partido para que los legitimes, he aquí su consenso. Necesitan de nuestra fe para existir. Quien no actúa de esta manera ha faltado a su deber, quedando poco menos que excomulgado por quienes sí participan. Pero las democracias no tienen nada que ver con el consenso. Estas hablan de mayorías y minorías, no de divisiones entre los distintos grupos de creyentes. Fomentar la quiebra de la población entre diferentes partidos durante toda la legislatura, para luego beneficiarse de ello en el proceso electoral es lo que se conoce como faccionalismo, de donde “nacen las sediciones y las guerras civiles” (Hobbes, [1651] 1996: 21). Por cuánto tiempo puedan los españoles seguir sumergidos en esta dinámica guerracivilista, no se sabe. Fe y obediencia son una de las caras de la idiosincrasia española; la otra parte está compuesta por la picaresca e insurgencia. Y no son excluyentes entre sí. A los españoles los unen sus odios más que sus amores. Empero no hay que caer en una visión fatalista de nuestra sociedad, ni tampoco refugiarse en la esperanza, una característica teologal que de nada sirve al análisis. Miedo y esperanza son las dos emociones que mueven a una población: miedo al contrario demonizado y esperanza por nuestro líder todopoderoso. Nada hay más lejos que esta concepción de lo que es la política.
¿Qué salida les queda a los españoles ante tal situación? Nos encontramos ante el dilema orwelliano, el cual afirma que “[h]asta que no tomen conciencia no se rebelarán, y sin rebelarse no podrán tomar conciencia” (Orwell, [1949] 2012: 80). Esta disyuntiva infranqueable aparece en su máxima expresión en la actualidad española. Lo que demuestra toda la carencia de perspectiva política: se buscan soluciones, se piden consensos, se espera que todos los conflictos desaparezcan votando a un partido. Sin embargo, más arriba se dijo que la teoría está en decadencia, se actúa bajo la conformidad de lo que se decide arbitrariamente como real, ya que “[l]a Ilustración ha desechado la exigencia clásica de pensar el pensamiento, […] porque tal exigencia distrae del imperativo de regir la praxis” (Adorno y Horkheimer, [1944] 1994: 79); toda reflexión queda reducida a mero objeto. Y es justamente aquí el lugar en el que se debe poner el foco del asunto: hay que repensar para poder actuar de nuevo. Si los siglos XIX y XX sirvieron para tratar de transformar el mundo, desde sus ensoñaciones y distorsiones, de las cuales actualmente aún nos resentimos, de lo que se trata ahora es de refundar la política. La idea de que si Dios no existe, todo está permitido refleja que al renunciar a Dios, inmediatamente tenían que surgir nuevos líderes que lo sustituyeran. Y como cada uno tiene su propia y excluyente verdad revelada, ahora sí, todo está permitido. Cualquier realidad pregonada particularmente es en esencia totalizante.
España, tierra de feligreses insurrectos. Donde el mayor ateo es el mejor creyente de todos los cristianos. Mientras sea, únicamente, su congregación partidista quien se extralimite en el ejercicio del poder, todo seguirá estando permitido. Al politicastro se le denomina político, a la izquierda se le llama derecha y viceversa, a la subjetividad, objetividad, a lo oligárquico se lo enmascara bajo lo democrático, el creyente se convierte ahora en ateo, a la muerte de Dios lo sustituyen las distintas providencias partidistas, lo que hoy produce simpatía mañana quedará demonizado. Todo ha quedado invertido ahora, por lo tanto, todo está por rehacer.
¿En qué creemos los españoles? Yo se lo diré, fundamentado en mi verdad revelada: en el partitoteísmo.
BIBLIOGRAFÍA
Adorno, T. W. & Horkheimer, M. (1994): Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos. Trotta, Madrid.
Cabrera, M., Díaz, S. J., Aceña, P. M. et al. (1991): Europa en crisis, 1919-1939. Editorial Pablo Iglesias, Madrid.
Dostoievski, F. (2015): Los hermanos Karamázov. Penguin clásicos, Barcelona.
Fernández-Llebrez, F. (2001): “Pensamiento trágico y ciudadanía compleja: crítica a la razón omnipotente”, Foro Interno, 1, pp. 39-63. Disponible en: https://revistas.ucm.es/index.php/FOIN/article/view/FOIN0101110039A [Consultado el 27.11.2020].
Hobbes, T. (1996): Del ciudadano y Leviatán. Tecnos, Madrid.
Maquiavelo, N. (2010): El príncipe. Cátedra, Madrid.
Orwell, G. (2012): 1984. Penguin, Barcelona.