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Una perspectiva militante sobre la cuestión de la organización socialista

Texto escrito por militantes socialistas de Castilla

Introducción

Últimamente, la cuestión de la organización revolucionaria está volviendo a ganar espacio en los debates tanto teóricos como militantes en el territorio que abarca Castilla (debates que se están extendiendo desde Madrid a las pequeñas ciudades como Valladolid o Burgos y a los entornos rurales), surgiendo como una intuición generalizada en respuesta a una coyuntura de desmovilización e incapacidad de articulación estratégica desde los movimientos sociales que vienen del ciclo político del 15M. Este texto trata de ser una aportación a este debate, enunciada desde el proceso de reflexión colectiva en el que estamos inmersas como militantes socialistas de distintas trayectorias políticas, en los que hasta ahora han sido los Encuentros de la Juventud Castellana. Lo que exponemos son hipótesis abiertas a la crítica razonada y a ser reformuladas en el proceso de debate teórico-estratégico en caso de ser mejor precisadas teórico-conceptualmente en relación con la práctica. Para ello, vamos a hacer un pequeño esbozo de lo que entendemos por organización, acompañado de un balance crítico de cómo se ha dado ésta en el ciclo político que se está cerrando en nuestro territorio. Finalizaremos con algunos apuntes para posibles desarrollos teóricos con vistas a seguir profundizando en ellos en la praxis militante.[1]

En Historia y conciencia de clase (2021), Lukács habla de la cuestión de la organización como un tema fundamental a abordar teóricamente por los socialistas. Para él, la organización es la mediación entre la teoría y la práctica, es decir, la herramienta de la praxis, a través de la cual se hacen efectivas las conclusiones de los debates teóricos. Muchas de las herramientas de las que nos dotamos a nivel organizativo se presentan como tácticamente necesarias dada una coyuntura concreta (por ejemplo, una despensa solidaria en un barrio articulada espontáneamente como respuesta a la crisis, o incidir en asambleas de vivienda). Sin embargo, muchas veces estas decisiones nos incapacitan para la consecución de nuestros objetivos por no tener una postura teórica clara detrás, que relacione esas decisiones tácticas con una propuesta teórico-estratégica que abarque la totalidad capitalista. Esto tiene como consecuencia la incapacidad colectiva de encontrar las causas del estancamiento (cuando se da) o de abordar problemáticas como la falta de conexión entre la lucha económica y la política, o la imposibilidad de ir más allá del espontaneísmo. En los casos en los que sí se consigue superar estas problemáticas, se da de manera aislada, y con dificultades para identificar por qué funcionan unas decisiones y no otras, lo que dificulta la generalización a escala mayor de las decisiones tácticas eficaces, ya que no hay una propuesta teórico-estratégica común con la que contrastarlas.

Esta falta de claridad teórico-estratégica tiene también como consecuencia que no se diluciden posturas antagónicas que conviven en espacios organizativos (como puede ser la socialdemócrata y revolucionaria, por ejemplo), por no estar dispuestos a afrontar ciertos debates teóricos y a clarificar las líneas que hay en juego. Esto tiene como consecuencia que se llegue a acuerdos organizativos prácticos, por asumirse estos como lugar neutral que favorece a todas las líneas. Sin embargo, aunque aparezcan como neutrales, las decisiones prácticas siempre llevan detrás una racionalidad política implícita, que si no se problematiza es muy fácil que se acabe amoldando a la línea más adaptada al sentido común, a la menos confrontativa con el estado de las cosas. De esta manera, es fácil que prácticas que se presentan como revolucionarias acaben reproduciendo el sentido común imperante, es decir, el capitalista, manteniéndonos ligados a él a través de nuestro propio quehacer político.

Con esto no queremos decir que las decisiones organizativas deban de tomarse aisladas de la práctica política cotidiana del proletariado. De hecho, consideramos que la práctica es la base de nuestro análisis y la esfera en la que se contrasta si una hipótesis teórica es adecuada o no. Si bien, si esta no se acompaña de un proceso teórico crítico, difícilmente podremos estar haciendo balance constante de si nuestra práctica organizativa nos está sirviendo para acercarnos a nuestro objetivo revolucionario, o, por otro lado, reproduce el estado de las cosas del que venimos. Por ello, para que esta noción intuitiva de “organización” a la que llegamos como respuesta a la derrota no quede en una aspiración utópica incapaz de suponer un cambio cualitativo real, tenemos como deber militante que dotarle de contenido y problematizarla teóricamente. De la adecuación del análisis teórico a nuestras formas organizativas va a depender su eficacia en la consecución de nuestros objetivos. De lo contrario, enunciar la necesidad de escalar organizativamente sin tener claro hacia dónde, sin unos análisis de los medios necesarios para ello, nos va a conducir a seguir cayendo en los mismos errores del militantismo[2] del que venimos, incapacitándonos a la hora de articular una respuesta seria ante la ofensiva contra el proletariado. 

Por ello, entendemos que el momento en el que estamos del proceso socialista[3] es el de llevar a cabo los debates teóricos que nos permitan llegar a conclusiones prácticas e ir sumando a estos a cada vez más militantes, para aumentar así a nivel cualitativo y cuantitativo las capacidades militantes centradas en esta tarea. Ahora bien, en tanto entendemos la forma organizativa como un proceso, esto no quiere decir que va a llegar el día en el que demos por concluido el debate porque hemos llegado a la forma organizativa adecuada, ya que entendemos que esta no consiste en unas siglas o en una estructura formal prefigurada, estanca e inadaptable a la concreción de la coyuntura. Sino que la praxis supone una teoría y una práctica implicadas mutuamente la una en la otra, nunca escindidas entre sí. Por ello, los análisis a los que lleguemos en la teoría debemos ir trasladándolos a la práctica, a través de las preguntas y problematizaciones adecuadas a la misma. Será esa misma práctica la que nos permitirá analizar la viabilidad de nuestros análisis teóricos y nos invitará a seguir con la profundización en ellos y con la acumulación de experiencia práctica de manera paralela. En este sentido, en tanto ya estamos siendo parte activa del proceso socialista, estamos ya adquiriendo formas organizativas, si bien todavía de manera difusa, dispuestas a perfeccionarse según se vayan desarrollando las capacidades puestas al servicio del mismo.

Para empezar con esta tarea, queremos reformular la forma organizativa de la que nos estamos dotando para poder realizar de manera más efectiva ese proceso acorde a las hipótesis teóricas que vamos desarrollando. Las formas organizativas que hemos heredado del ciclo anterior han demostrado en la propia práctica que las racionalidades políticas que las han justificado son insuficientes para aumentar cualitativa y cuantitativamente las capacidades organizadas del proletariado de manera progresiva y sostenida en el tiempo, por ello, no podemos asumirlas acríticamente. Vamos a exponer unos primeros esbozos hacia un balance crítico de esta racionalidad política implícita a las formas organizativas del ciclo anterior. El objetivo de tal tarea es identificar los elementos que están reproduciendo el estancamiento político con vistas a superarlo. Esto no quiere decir que desechemos toda la experiencia militante generada en las últimas décadas, sino que la valoramos, pero consideramos que ha sido derrotada, y por nuestro compromiso con ella, queremos superar los elementos que nos impiden articular un proceso socialista con perspectiva revolucionaria. Frente a ello, queremos dotarnos de formas organizativas propias que respondan a las conclusiones de nuestro proceso de debate y elaboración teórica. 

Balance de un ciclo que se cierra

En primer lugar, y a modo de aclaración, queremos apuntar que vamos a centrar nuestro análisis en el territorio de Castilla, ya que consideramos que ha tenido un ciclo político propio, con características concretas respecto a otros territorios como Euskal Herria o Cataluña (si bien compartiendo elementos fruto de las tendencias generales del capitalismo en el centro imperialista y en el Estado español en concreto). En los últimos años, hemos ido viendo cómo los movimientos sociales y las organizaciones políticas de nuestro territorio han perdido cada vez más fuerza, siendo cada vez menos la capacidad de generar movilización y conflicto social, más allá de seguir autorreproduciendo los espacios políticos ya existentes. Esto nos habla del fin del ciclo de movilización en torno a la crisis económica del 2008, con su estallido con el 15M como momento álgido y con la alineación de un sector amplio de este con los intereses de la socialdemocracia. Si bien no es nuestro cometido en este texto entrar a hacer análisis de esta cuestión, sí consideramos que ha habido un sector que se ha mantenido en los movimientos populares siendo críticos con esta última tendencia o que han tratado de generar organizaciones políticas fuera de la política electoral burguesa. Sin embargo, estos últimos espacios (que al fin y al cabo son los que nos interesan y de los que venimos muchas) han mantenido una racionalidad política que ha estado incapacitada para articular un proyecto político fuerte con independencia de clase y capaz de hacer frente a la política de la burguesía. Por ello, las líneas críticas han participado en espacios políticos en convivencia con líneas que reforzaban los intereses de la socialdemocracia, alineándose en la práctica con ellos, aunque la voluntad política fuera confrontarlos, perdiendo así toda posibilidad de que se haga explícito el antagonismo entre intereses contrapuestos del que hablábamos antes. En los casos en los que se ha mantenido este antagonismo ha sido, en cierto modo, de manera identitaria y autorreferencial, con pocas capacidades para acceder a las problemáticas cotidianas de la totalidad del proletariado.

Con ello, vamos a enunciar algunos de los aspectos de esta racionalidad política que han dificultado el desarrollo de las capacidades organizativas militantes del último ciclo, tanto de las organizaciones autodenominadas comunistas, anarquistas o el movimiento autónomo, que, si bien se presentan como proyectos políticos diferentes, reproducen una racionalidad política con rasgos comunes. Reiteramos una vez más que esta crítica no implica no reconocer el valor de la experiencia acumulada; de hecho, muchos nos hemos socializado como militantes en estos espacios, venimos de aquí y hemos estado comprometidos con esta manera de hacer política durante años. Por ello, no la hacemos desde un afuera, sino que nosotros mismos seguimos reproduciendo esto en nuestra práctica militante, viéndonos incapacitados por esta lógica que se mantiene implícita en ella. Frente a ello, queremos generar otras formas organizativas que sean más acordes a nuestros análisis. Entendemos que los cambios son progresivos, históricos y se dan a nivel social, a través de los cambios en la materialidad de las relaciones sociales, es decir, generando formas organizativas donde se lleven a cabo de manera efectiva estos cambios políticos. Para ello, queremos comenzar haciendo explícita y analizando esta racionalidad implícita. Como hemos dicho antes, son esbozos generales, dispuestos a ser problematizados y complejizados, que entendemos que se concretan de manera compleja y contradictoria en los distintos espacios locales, en algunos casos siendo más evidente que en otros los límites que conllevan. 

En primer lugar, en los movimientos sociales y espacios anarquistas existe un llamado constante a la autonomía de los espacios. Este llamado a la autonomía, lejos de entenderse como la independencia de la clase trabajadora respecto al capital, se convierte únicamente en la ilegitimidad de los partidos políticos y sindicatos de participar en los espacios considerados autónomos. Si bien entendemos que la voluntad de mantener la independencia de la socialdemocracia es un acierto, consideramos que esta no se garantiza con la expulsión de los miembros activos de los partidos electorales de los espacios. Esto supone una medida insuficiente y anecdótica, ya que sin que estén estos presentes, se puede seguir reproduciendo los intereses de estos y ser una base social funcional para ellos. Volviendo a la idea de la organización como mediación entre teoría y práctica, si no se elabora un análisis propio, se caerá en reproducir el sentido común que mantiene el estado de las cosas, aunque no haya intervención directa alguna. Por ello, es fundamental la independencia ideológica además de la organizativa, de hecho, no pueden hacerse efectivas la una sin la otra.

Por otro lado, esta confusión entre la noción de autonomía de clase con una especie de “autonomía de los colectivos”, en lugar de respecto a el capital, acaba suponiendo un aislamiento de las organizaciones revolucionarias. Esto convierte a estos espacios, en numerosas ocasiones, en agentes abiertamente reaccionarios cuya mayor preocupación está en mantenerse activamente aislados de toda propuesta revolucionaria que supere el marco del pequeño colectivo (convirtiendo así la autonomía en dependencia de las estructuras capitalistas, al ser agentes activos contra la construcción de un proceso socialista que permita superar la dominación capitalista y, curiosamente, imposibilitando la construcción de una independencia de clase real). 

Sumado a esta idea de autonomía, y de manera en cierto modo contradictoria, se defiende la política del 99%, que tiene un efecto interclasista que borra el antagonismo de clases y es fácilmente alineable con la socialdemocracia, dificultando diferenciarse de ella, a pesar de apelar a la autonomía respecto de la misma. Si bien este lema no se reivindica ya habitualmente, sigue latente en apelaciones a los vecinos y otros sujetos abstractos que llevan detrás la figura del ciudadano al que apela la socialdemocracia, en lugar de interpelar al proletariado poniendo sobre la mesa el antagonismo de clase en el análisis.

Enlazando con esta idea de ciudadanía (no explícita), subyace la idea de democracia entendida como la participación individual. De acuerdo con esto, el hecho de que se ponga sobre la mesa la perspectiva de cada cual se convierte casi en un fin en sí mismo, independientemente de la calidad de la intervención o de los intereses políticos o personales detrás de la misma, abriendo un espacio exacerbado a la opinión personal, que acaba estando cargado de un individualismo subyacente, o, por lo menos reproduciéndolo. De esto se deriva el asamblearismo como manera de toma de decisiones. Este modelo busca la participación activa de todos sus miembros en la toma de decisiones: que todo el mundo sea partícipe de todos los ámbitos de lo colectivo. Si bien esto discursivamente resulta atractivo (y quizás a pequeña escala y en ocasiones concretas dé sus frutos), a la hora de articular grupos más grandes tiene límites muy claros en la efectividad en la toma de decisiones. Esto se debe a que la discusión entre personas sobre temas en los que no han estado involucrados o sobre los que no tienen conocimiento dificulta la consecución de los objetivos, así como la adecuación de estas a un objetivo común, ya que la presencia de las perspectivas individuales de mayor diversidad de sujetos puede tender más a reafirmar la individualidad de los mismos que a hacer un análisis objetivo de las condiciones que beneficie al colectivo, para lo que se precisa que los sujetos cedan su individualidad por el interés común.

Además, como tendencia general, las decisiones las acaban tomando unos pocos, que no siempre son los que tienen más competencias en un asunto, sino los que manejan más los códigos asamblearios o los que tienen más facilidad para acudir a los espacios de toma de decisiones e intervenir. Esto nos hace pensar que esta metodología tampoco está resultando útil para fomentar la participación de toda la base. Sin embargo, con esto no estamos diciendo que sea negativo que todos los miembros de una organización participen activamente en la toma de decisiones, (lo que, de hecho, sería lo deseable), sino que lo que ponemos en cuestión es la forma en la que se da esta participación, en tanto individuos y sin mecanismos para generar compromiso con el interés colectivo en la militancia.

De aquí se deriva la asunción generalizada de la horizontalidad como principio cuasi moral, que a fin de cuentas es la concreción organizativa de los ciudadanos (o vecinos) que son iguales y que por ello tienen el mismo derecho a la participación en todas las decisiones. Si bien hace alarde de ser la única que hace posible la participación en igualdad de condiciones a la diversidad, este presupuesto obvia las desigualdades generadas por el sistema capitalista, que se reproducen por la propia informalidad del modelo organizativo, generando jerarquías implícitas que no se dan de acuerdo a una asunción de mayores responsabilidades o el desarrollo de mayores capacidades para ámbitos concretos, sino que se dan en base al informalismo de las relaciones interpersonales y al carisma personal, dificultando la participación y la integración de muchos sectores del proletariado que no comparten los códigos de participación dados. Este rechazo a la estructuración ignora las jerarquías implícitas e impide la posibilidad de generar una estructura explícita que permita hacer más efectiva la práctica política.

Con ello, entendemos la horizontalidad y el asamblearismo como diferentes a la democracia interna y creemos que un espacio horizontal y asambleario puede ser muy poco democrático (no decimos que siempre sea así), al mismo tiempo que la democracia interna se puede conseguir con otras metodologías que logren la participación de toda la base de manera más efectiva. Estas cuestiones son las que estamos explorando en nuestra praxis militante.

Por otro lado, todo ello conduce al localismo como único nivel de aplicabilidad de estas dinámicas organizativas, no siempre como consecuencia de ellas, sino también como fin. Esto se debe a que estas prácticas suelen ir acompañadas de la exaltación del potencial de lo local, apelando a la identidad y al sentimiento de pertenencia, como por ejemplo en los discursos sobre la identidad de barrio. Esto genera como consecuencia un exceso de anclaje en lo político a lo inmediatamente cercano territorialmente, que incapacita la mirada a otros procesos más allá y a la construcción de un sujeto común con los mismos. Incluso cuando se ha intentado trascender lo local, se ha dado una incapacidad de articular una propuesta a mayores niveles. Los intentos de coordinar esfuerzos locales han sido fallidos debido a la propia forma organizativa y a la falta de un proyecto común más allá de la intervención en lo local de modos diversos difícilmente articulables. Esto no quiere decir que lo local no sea un nivel fundamental de articulación, de hecho, lo es. Sin embargo, si no va acompañado de un desarrollo paralelo a una escala mayor de distintos núcleos, compartiendo un análisis teórico-estratégico, no solo coordinándose, sino siendo parte de un mismo proceso, este será insuficiente a la hora de construir un proyecto sólido que pueda hacer frente al capitalismo más allá de la resistencia local. Por ello, es fundamental comenzar a pensar la articulación política, no solo más allá del barrio o de la nación, sino en clave internacional.

Como contrapartida a estas dinámicas, existen pequeñas organizaciones que se autoafirman como socialistas. Organizaciones que se presentan a sí mismas como contrapartida al asamblearismo, pero cuya praxis organizativa está basada en un centralismo burocrático, en un bloqueo a todo mecanismo de crítica y en una incesante y frenética búsqueda de un crecimiento cuantitativo a toda costa (sin tener en muchos casos claro para qué). Aunque aparentemente sean diferentes, identificamos que tanto el asamblearismo como el modelo de pequeñas organizaciones burocráticas comparten ciertas lógicas implícitas. 

En primer lugar, la falta de formación teórica y de análisis se traduce en la incapacidad para articular una estrategia sólida a medio-largo plazo que permita elegir de manera táctica las intervenciones que se llevan a cabo. Por ello, se da un cortoplacismo en el que la coyuntura, la urgencia de responder ante cualquier problemática o los debates en las redes sociales son los imponen la agenda a la actividad militante (los debates que se tienen en las organizaciones, las acciones que se llevan a cabo, etc., acaban viniendo dadas por esta dinámica). Este inmediatismo lleva a entrar en un ciclo de actividad frenética en el que constantemente hay cuestiones a las que atender, pero no queda tiempo para plantearse el sentido estratégico de las mismas, ya que no hay un marco que permita discernir entre unas y otras.

Otra cuestión que es común tanto a las líneas autónomas como a las organizaciones es la organización parcial y difusa por frentes. Esta manera de organizarse es fruto de una comprensión escindida de la realidad, en la que se analizan de manera autónoma las distintas problemáticas del capitalismo, sin construir un marco analítico que permita entenderlos todos ellos como articulados en una totalidad. Esto genera sujetos políticos fragmentados con dificultades para articularse entre sí por no compartir un análisis común a pesar de la voluntad que pueda existir de ello. Además de la escisión de ámbitos de acuerdo a las consecuencias diversas del capitalismo (ecologismo, feminismo, vivienda…) también se escinde lo económico y lo cultural. Por un lado, se genera una línea de luchas económicas (escindidas de lo político), lo que da lugar a logros parciales, que muchas veces se quedan en la lucha por derechos (relacionados con el salario) que refuerzan el modelo de Estado socialdemócrata, pero sin tener muy claro un proyecto más allá. Un ejemplo de esto sería el sindicalismo que se queda en lograr un aumento del salario, o la lucha por la sanidad pública que no cuestiona la integración en el modelo capitalista de la misma. Por otro lado, las luchas contra las opresiones de las distintas subjetividades que generan las relaciones capitalistas (mujeres, jóvenes, disidencias sexuales…) se escinden de las demás, por no encontrar en ellas un análisis de las problemáticas que sufren. Pero aisladas, se encuentran con dificultades muchas veces para ir más allá del refuerzo de las identidades oprimidas. Estas maneras de organizarse ocurren de acuerdo a unas condiciones materiales concretas, por lo que son legítimas, pero no articulan la totalidad. Por lo cual, tenemos que buscar la racionalidad de por qué se está produciendo dicha incapacidad de articular estas parcialidades, yendo más allá de señalar la falta de voluntad para poder construir de manera efectiva un sujeto que logre articular a la totalidad del proletariado, del que es parte toda la diversidad que lo compone.

Todos estos elementos, al final, tienen como efecto subyacente la preservación de la espontaneidad organizativa del proletariado. Si bien esta es legítima y es necesario que mantenga su independencia del poder burgués, es limitada para lograr articular una alternativa socialista capaz de dar los pasos estratégicos necesarios para avanzar posiciones en la superación del capitalismo.  

Esbozos sobre la forma organizativa de la que debe dotarse el proceso socialista en nuestro territorio

Frente a todo esto que venimos señalando creemos necesario comenzar a poner en práctica un nuevo paradigma organizativo que nos permita reconstituir el socialismo en nuestro territorio. De acuerdo con nuestros análisis, tal paradigma deberá ser capaz de articular una política con independencia de clase efectiva, que sea capaz de ir más allá del espontaneísmo, siendo capaces de llevar a cabo una praxis propia, que se vaya desarrollando en base a la crítica y la autocrítica. 

Para ello, habrá que dotarse de un marco de análisis teórico-estratégico que abarque la totalidad analítica del capitalismo y, con ello, organizativa, buscando superarlo a través de la construcción de un proceso socialista. Esto permitirá la búsqueda de la adecuación táctica de las luchas que se lleven a cabo en lugar de la necesidad constante de responder a la coyuntura, que borra la capacidad política de acuerdo con el objetivo revolucionario. Esto supone romper con la idea de la organización como una opción política entre otras, con unas siglas concretas, que decide si se relaciona o no con las masas y de qué manera lo hace: no puede haber una división tan clara entre base y organización. La organización es la concreción de la manera en la que se organiza la clase, que debemos aspirar a que abarque la totalidad. Para esto es necesaria una organización que atienda tanto a las luchas económicas como a los modos de producción subjetiva del capitalismo y a los distintos ámbitos de la lucha de clases, pero que no los resuelva de manera identitaria, desde la parcialidad y separados de la lucha política, sino desde la totalidad y rompiendo con el sentido común burgués.

Para llevar todo esto a cabo es necesaria una división efectiva del trabajo militante y sus responsabilidades asociadas, necesariamente jerarquizadas[4], que haga compatible la efectividad del mismo con mecanismos que garanticen la democracia interna. Esta deberá estar organizada de acuerdo a las capacidades de los militantes y no a la informalidad, y con facilidad de acceso a la estructura de acuerdo a las responsabilidades que se quieran asumir. Para ello, es necesario aumentar las capacidades militantes de manera cualitativa y cuantitativa, así como generar una base militante amplia comprometida con un proceso formativo adaptado a los distintos niveles de asunción de responsabilidades con el proceso organizativo. 

Esta base militante tendrá que dotarse de mecanismos de toma de decisiones democráticos, para lo que es necesario tener capacidad formativa y de transmisión ideológica a toda la base militante y social, con metodologías diferentes a la asamblearia, que entiendan la participación no como la aportación individual, sino como un mecanismo de mejora organizativa.

Además, debemos aspirar a la organización en distintos niveles articulados entre sí, yendo más allá de lo local y lo regional, aumentando necesariamente el crecimiento en cada uno de estos ámbitos de manera paralela y con proyectos en diálogo constante, de acuerdo a tener análisis y estrategias compartidas. Entendemos que solo podemos avanzar efectivamente hacia el comunismo si nos organizamos a escala internacional.

Lo que hemos aportado no son más que apuntes en desarrollo. Profundizar en todas estas cuestiones es la tarea fundamental que tenemos como militantes de cara a los años que vienen. Por ello, seguimos en proceso de debate, al que invitamos a sumarse a todos los militantes que consideren fundamental la rearticulación del socialismo de manera efectiva.  

Bibliografía

Gramsci, A. (1970). Introducción a la filosofía de la praxis. Barcelona: Ediciones Península.

Lukacs, G. (2021). Historia y conciencia de clase. Siglo XXI.

Marx, K. (1845). Tesis sobre Feuerbach.


[1] Entendemos la praxis en la línea de Marx en las Tesis sobre Feuerbach (1845) y Gramsci en Introducción a la filosofía de la praxis (1970), en las que esta sería la capacidad de dotar a la práctica de una teoría que permita hacerla efectiva, en contraposición a una teoría que no busca la transformación de la realidad, sino la mera contemplación. Así, la teoría no estaría escindida de la práctica, sino que sería solo un momento de la praxis, que permite que esta se adecúe de manera racional al proyecto político que respalda. Con ello, el uso que hacemos del concepto de praxis incluye tanto la teoría como la práctica revolucionaria, al guardar una relación mutuamente implicada entre sí, al contenerse la una en la otra, y considerar que son parte de un mismo proceso, que no puede haber una práctica revolucionaria sin una teoría que le plantee a la misma las preguntas adecuadas.

[2] Usamos militantismo como una manera de distinguir la dinámica de la práctica militante carente de orientación estratégica (aunque se dé desde organizaciones autodenominadas comunistas y anarquistas con una estructura desarrollada), muy influida por las dinámicas del activismo, de una militancia organizada a un nivel más amplio con sentido estratégico.

[3] Entendemos proceso socialista como el aumento cualitativo y cuantitativo de las capacidades militantes con vistas a construir el cuerpo social revolucionario que genere progresivamente las condiciones materiales para la superación del capitalismo.

[4] Entendemos jerarquía como estructura formal en la que hay diferentes niveles de responsabilidad. No tiene por qué implicar autoritarismo, ya que, en cuanto a mayor responsabilidad, mayor es el sometimiento a la crítica y autocrítica por parte de toda la militancia. Sin embargo, sí que implica que quienes tienen mayores responsabilidades puedan tomar decisiones que impliquen a otros, decisiones que podrán ser siempre criticadas y modificadas mediante los cauces establecidos.

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