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“Miedo a los jóvenes”, o sobre los pánicos morales del clasemedianismo progresista

Lluís Rodríguez

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Recientemente, presenciamos por redes sociales una relativa viralización de los vídeos de la manifestación convocada por las Juventudes de Falange Española bajo la consigna “remigración”. Acostumbrados a unos falangistas de geriátrico, el motivo de la repercusión de estos vídeos era sencillo: la manifestación estaba compuesta íntegramente por jóvenes (muchos de ellos menores de edad). Para quienes militamos en organizaciones de base, este primigenio recambio generacional es una pauta que venimos constatando en los dos últimos años. Sin embargo, ante el desconocimiento por la inmensa mayoría, la puesta en escena de los jóvenes falangistas por las calles del centro de Madrid surtió efecto.

Las reacciones no se hicieron esperar. Por un lado, muchos se mofaron de estos jóvenes reproduciendo el cliché que reduce el fascismo a la ignorancia, algo que en este caso se exacerbaba por su juventud. De esta manera, al no captar el potencial peligro de este recambio generacional, se infravalora el hecho de que hace unos años estas manifestaciones estaban compuestas por cuatro abuelos y los pocos familiares que hubieran conseguido arrastrar. Por otro lado, no han faltado los alarmistas que casi exclaman pavorosos que estamos a dos pasos de devenir un Estado fascista. El problema más inmediato de esta reacción es que, al sobredimensionar la magnitud de este hecho, alimentan, difunden y envalentonan a estos grupúsculos fascistas, que todavía son completamente residuales. Frente a ambos sesgos, este artículo pretende desarrollar una postura que sea capaz de reconocer la manifestación del otro día como parte un fenómeno minoritario e incipiente pero potencialmente peligroso, porque conecta con tendencias sociales que apuntan al refuerzo de las fuerzas reaccionarias.

“Miedo a los jóvenes”: la desorientación del clasemedianismo progresista ante la ruptura generacional

En general, encontramos un patrón común en la mayoría de las reacciones a la manifestación: la incomprensión y el paternalismo. Un ejemplo muy sonado en redes que sintetiza este patrón ha sido la columna “Miedo a los jóvenes”, firmada por Aníbal Malvar en Público. En ésta, Malvar afirma lo siguiente: “esta es la primera generación de jóvenes que conozco con evidentes pulsiones antidemocráticas y negacionistas, antisistema, desertores de la razón, de sus profesores y, ya no digamos, de sus políticos”. Resumidamente, atribuye este hecho a una mezcla de la ruptura de los canales tradicionales de transmisión de la memoria y, en especial, el efecto de las redes sociales. Personalmente, desconozco si el mensaje de Hitler sería más seductor por Tiktok de lo que fue por radio o cine. De lo que sí tengo más certeza es de que, sin minusvalorar su impacto en las sociedades, las revoluciones tecnológicas no explican nada por sí mismas, abstraídas de las condiciones materiales en las que se originan y se desarrollan.

La columna ha suscitado numerosas reacciones que ya han señalado la superficialidad de su razonamiento. Al final, por muchos comentarios mordaces e ingeniosos, si intentas hacer pasar una opinión de barra de bar por una reflexión sesuda, no vale sorprenderse con recibir críticas que te exponen, precisamente, como un cuñado de barra de bar. En cualquier caso, en este artículo, rescatamos la columna para mostrar cuáles son los problemas de fondo de este tipo de análisis reduccionistas y paternalistas.

En primer lugar, toda esta clase de reacciones constituyen una queja al aire que no soluciona absolutamente nada y favorece el ambiente de crispación generacional. Un clima que viene agudizándose últimamente con hechos como el intento de los liberales de socializar un discurso que culpabiliza a los pensionistas de la miseria de los jóvenes. Al igual que éstos, sea de forma voluntaria o inconsciente, las posiciones paternalistas ante el auge reaccionario en los jóvenes alimentan esa especie de lucha de generaciones que tanto gusta a quienes quieren desplazar el conflicto de clase.

Sin embargo, el mayor problema de estas lecturas es que captan la polarización política, pero no la vinculan a la polarización social. La tendencia hacia la polarización social expresada como tendencia a la división de la sociedad en dos clases con intereses antagónicos es una constante en la historia del capitalismo, que se agudiza crisis tras crisis. Tan solo una serie de contratendencias causan fluctuaciones en este desarrollo, pero siempre se muestran finitas y limitadas. La crisis del 2008 fue un ejemplo palmario de cómo los ciclos expansivos del capital tan solo pueden ser continuados por recesiones. Ésta evidenció la crisis de la acumulación capitalista en general y del modelo neoliberal de financiarización y expansión del crédito, que, entre otras cosas, había extendido la propiedad entre buena parte de la clase trabajadora del centro imperialista. Como todas las crisis, ésta supuso un momento de restructuración de la relación social capitalista, un periodo en el que se trató de relanzar la acumulación capitalista a través de una política de austeridad que se tradujo en reducción de los salarios y pensiones, abandono de empresas en quiebra, cientos de miles de despidos, recortes y privatización de servicios públicos y prestaciones sociales, etc. Las necesidades de acumulación capitalista aparecieron bajo la forma de una ofensiva contra los derechos políticos y las condiciones de vida de la clase trabajadora y de buena parte de la clase media de los países occidentales. Este proceso de depauperación de la clase trabajadora e incorporación al proletariado de algunos sectores de las clases medias generó un profundo desgarro en el imaginario social, expresándose bajo la forma de una ruptura generacional.

Esta ruptura generacional no hace referencia a ningún tipo de división interclasista de la sociedad en dos sectores agrupados y enfrentados por cuestiones vinculadas a la edad, como se planteaba previamente. En este sentido, cabe destacar que no existe ninguna experiencia ni interés comunes entre la juventud burguesa y la juventud trabajadora. Como queda definido en el documento “El camino de la independencia política” de la Coordinadora Juvenil Socialista, el proceso de ruptura generacional debe entenderse como un fenómeno interno a la clase de los asalariados, “diferenciando a una generación que pudo socializarse entre las expectativas de crecimiento económico constante, desempleo controlado y promesas de ascenso social y acceso a la propiedad características del ciclo económico anterior, y una generación socializada en la crisis perpetua, que vivirá en sociedades con un antagonismo de clase entre desposeídos y propietarios cada vez más descarnado, y para la cual las promesas del mundo de sus padres comienzan a perder el sentido”. Así pues, se trata de un concepto que remite a una diferencia sustancial por lo que respecta a condiciones objetivas y subjetivas de socialización de una generación.

La juventud siempre ha constituido una condición de devaluación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, las transformaciones en la base económica, en la composición de clase y en los sistemas políticos a raíz de la crisis del 2008 dieron lugar a la formación de un proletariado juvenil subjetivado en una coyuntura histórica marcada por la agudización de las contradicciones de clase y la desafección política por las instituciones políticas de las democracias liberales. Inicialmente, en buena parte de los estados occidentales, esta reacción tomó una forma populista de izquierdas, buscando impulsar un proceso constituyente que expresase un nuevo pacto social entre ciertos sectores de la burguesía nacional (los más “productivos” y “no especulativos”), las clases medias progresistas en descomposición y algunas capas de la clase trabajadora (en especial y de forma no confesa, los sectores más acomodados de la misma). Tras el estrepitoso fracaso de esta propuesta, y ante la falta de una alternativa revolucionaria que respondiese a los intereses de la clase trabajadora, el descontento de una generación que sólo conoce la crisis se ha comenzado a canalizar en un sentido conservador. Esta opción consiste en el intento de construcción de un bloque nacional-reaccionario compuesto por algunos sectores de la burguesía nacional, la clase media remanente y ciertas capas de la clase trabajadora autóctona. Se trata de un proyecto fundamentado en el enfrentamiento instrumentalizado por parte de la burguesía de sectores de la clase media remanente, rompiendo toda vía de solidaridad por abajo con la clase trabajadora y sobre todo dirigidos contra el proletariado migrante (tal y como podemos ver con la centralidad de los discursos securitistas y anti-inmigración).

Al obviar todos estos cambios en la estructura económica y la composición de clase, así como en los proyectos políticos derivados, el resultado sólo puede ser análisis políticos desnortados, desclasados y moralistas. Este es el caso de reflexiones como las de Malvar, que acaban situando, indirectamente, una dicotomía entre unos jóvenes radicalizados en un sentido reaccionario y unos jóvenes progresistas y comprometidos con el orden democrático liberal, señalando a los primeros como un peligro creciente e incomprensible. Esto es problemático por diferentes razones, de las cuales desarrollaremos tres que son clave. La primera reside en que, si bien existe una tendencia ascendente en la juventud hacia posiciones reaccionarias, no podemos tomar la parte por el todo, tal y como pareciese desprenderse de la columna de Marval. Paradójicamente, el propio autor recoge el estudio del CIS que señala que “el 17% de los jóvenes de entre 18 y 35 años prefieren un gobierno autoritario, fascista, si las cosas vienen mal dadas”. Evidentemente, es lógico que estos datos nos preocupen, pero es tramposo convertir este fenómeno en la expresión política mayoritaria de la juventud, cuando se demuestra lo contrario hasta en un sentido cuantitativo. Lo cierto es que este alarmismo, que pone su mirada exclusivamente en una parte del escenario político actual, sólo puede entenderse en relación con una izquierda reformista cuya baza política y electoral estos últimos años ha sido difundir el temor ante el avance de la extrema derecha.

Derivada de la anterior, la segunda razón por la cual esta dicotomía es problemática es que, al sobredimensionar a los reaccionarios, se cae en cierta desorientación, obviando el estado mayoritario de la juventud, que es la despolitización y la apatía generalizada. Evidentemente, en un contexto de agudización de la crisis estructural del capitalismo, esta despolitización tiende fácilmente hacia un sentido común reaccionario, especialmente entre los sectores de clases medias en descomposición. Sin embargo, ignorar este matiz es dar por perdida la batalla antes de librarla. Se trata, pues, de una actitud impotente, propia de quien no está en posición de navegar esta nueva coyuntura política, de quien no está dispuesto a revertir esa despolitización.

Y la tercera razón nos remite a la propia dicotomía en sí, ya que obvia otras posibles formas de subjetivación política en contextos de crisis. En este sentido, ignora la existencia de unos sectores juveniles radicalizados en un sentido revolucionario. Esta omisión es bastante frecuente entre los socialdemócratas, que o bien pretenden ocultar este hecho para no derruir su relato dicotómico y presentarse como el único agente político real frente a la ultraderecha, o bien confían en acabar seduciendo e integrando esos sectores juveniles revolucionarios, que se concentran en las bases militantes a lo largo del Estado y podrían solventar la crisis de militancia de los partidos socialdemócratas. No obstante, realmente, al tratar de borrar o diluir estos sectores revolucionarios en una supuesta casa común con quienes gestionan el Estado capitalista, se concede el privilegio de erigirse como alternativa al orden existente a las fuerzas reaccionarias en general y fascistas en particular.

Socialdemocracia y auge reaccionario

Manifestaciones como la de las Juventudes de Falange Española “nos dan miedo”, pero ¿qué nos produce, por ejemplo, la manifestación convocada unos meses atrás por la Coordinadora Juvenil Socialista congregando a miles de jóvenes por las calles de Madrid bajo el eslogan “Construir una alternativa revolucionaria”? Para los paladines del clasemedianismo progresista, probablemente miedo también, rechazo como mínimo. Un rechazo no confeso que no es sólo político, sino también moral, puesto que desde el ciudadanismo propio de las clases medias juzga a todo aquel que pretenda sobrepasar los límites del orden político burgués. En ocasiones, los silencios son atronadores y nos hablan de quienes no están dispuestos a trasgredir el orden social capitalista a pesar del empeoramiento sistemático de las condiciones de vida, la escalada bélica, la catástrofe ecológica, el creciente autoritarismo al que tienden los estados occidentales, etc. Nos hablan de quienes, ante una canalización reaccionaria de la crisis estructural capitalista, se obcecan en asirse a un clavo ardiendo y reducen el horizonte político posible a la mera conservación de los estados liberal-burgueses democráticos.

Por el camino de su epopeya resistencialista, obvian su propio papel en el proceso de descomposición de las democracias liberales. El auge reaccionario es una tendencia que no puede entenderse sin el contexto de crisis capitalista en general y de agotamiento de la socialdemocracia en particular, una tendencia a la que ellos mismos se ven abocados al tratar de gobernar estados capitalistas en crisis. Así, ignoran que el advenimiento de fuerzas políticas de extrema derecha es la contraparte de la gestión socialdemócrata de la miseria y de sus explicaciones moralistas y voluntaristas de la realidad social. Mientras las condiciones de vida empeoran en un contexto de competencia descarnada, los gobernantes socialdemócratas (y sus seguidores) adoptan una postura populista. En un intento de ganar esa batalla por el relato, intentan vender absolutas derrotas como victorias, tal y como puede constatarse con el ejemplo de la reforma para la reducción de la jornada laboral. El relato es importante, pero no fundamenta la realidad. Y esta gestión socialdemócrata, al venir de la mano de un discurso que trata de fomentar la paz social y la integración inclusiva en el Estado, es decir, de un discurso contrario al desarrollo real del capital en crisis, prepara el terreno o bien para la extrema derecha, o bien para un giro reaccionario dentro de las propias filas de la socialdemocracia.

A modo de cierre

Acabaremos este artículo como lo empezamos, remitiéndonos de nuevo a una serie de manifestaciones que evidencian tanto la ruptura generacional como el escenario de apertura de un nuevo ciclo político por definir. El 11 de mayo diferentes organizaciones y personalidades, entre las cuales se encontraban CCOO y UGT, llamaron a una manifestación por una Europa social y democrática (a la que se le añadiría también “de paz”). El resultado fue sintomático: poco más de 1000 personas y una ausencia casi total de jóvenes. En cambio, el 7 de junio, tuvieron lugar tres convocatorias que, si bien fueron muy localizadas, estuvieron marcadas por la presencia juvenil (en diferente grado) y nos revelan las tendencias que venimos señalando a lo largo de estas líneas. La primera, una concentración de Núcleo Nacional frente al Centro de menores extranjeros no acompañados de Hortaleza, fue prohibida por Delegación de Gobierno. Finalmente, cambiaron su ubicación, pero no alcanzaron ni 300 personas. La segunda, una concentración de Frente Obrero frente a Ferraz en un momento de gran crispación hacia Pedro Sánchez, consiguió recoger cierto malestar, pero no juntó a más de 400 personas. La tercera, como antítesis de las anteriores, fue una manifestación convocada en Badalona por la Organització Juvenil Socialista (OJS) de Catalunya. Bajo el lema “Contra la reacció i el feixisme, lluita de classes”, culpando a la burguesía por iniciar una ofensiva que promueve un clima de lucha del último contra el penúltimo y señalando a todas las fuerzas políticas parlamentarias como parte del problema, la OJS congregó a unas 1500 personas (jóvenes en su práctica totalidad). A pesar de la diferencia respecto a las otras dos convocatorias, tanto de número de jóvenes como de despliegue, no hubo nadie que escribiese una columna que recogiese esta última como símbolo de esperanza.

Como decíamos anteriormente, la gran mayoría de jóvenes continúan en un estado de apatía y desmovilización. Sin embargo, más allá de las organizaciones concretas y su impacto actual, estas convocatorias ejemplifican posibles tendencias políticas que se pueden abrir paso a raíz de la intensificación de la crisis estructural capitalista. La consumación definitiva del proceso de ruptura generacional depende, en muy buena parte, de si el proceso de transmisión de riqueza de las generaciones pretéritas compensa el empobrecimiento generalizado de esta generación y los indicios no parecen ser muy halagüeños para quienes confían en una opción reformista. Conforme avanzan los años y la crisis estructural capitalista se va profundizando, se dibujan dos posibles posiciones: o bien el abrazo bajo diferentes fórmulas reaccionarias de una actualización autoritaria, militarista y (aún más) oligárquica del capitalismo en los estados occidentales, o bien la construcción de una alternativa política que responda a los intereses de la clase trabajadora y luche por la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista en crisis en una sociedad socialista y, por tanto, verdaderamente democrática.

Frente a esta disyuntiva, se despiertan los pánicos morales de las clases medias progresistas, que buscan justificar su propia posición poniendo el foco exclusivamente en las derivas más reaccionarias a la crisis. Pero estos pánicos morales no son más que un reflejo espasmódico del sentido común burgués revolviéndose contra la descomposición progresiva del orden social capitalista. El viejo mundo muere y, con él, sus viejos pactos interclasistas y promesas de paz social. La juventud trabajadora es la primera en experimentar y captar de forma más nítida este cambio de paradigma. Como adultos del futuro, están llamados a construir nuevas formas organizativas que traten de responder a la ofensiva capitalista en un nuevo escenario de lucha de clases recrudecida o, en su defecto, buscar una incierta salvación individual o sectorial convirtiéndose en secuaces de diferentes secciones de la burguesía. Por su parte, los más adultos en el presente no se encuentran al margen de la agudización de la crisis estructural capitalista, viviendo ya el encarecimiento generalizado de la vida, la degradación de los servicios públicos y las prestaciones sociales, el empeoramiento de las condiciones laborales, la creciente insuficiencia de las pensiones y el escenario de incertidumbre vital que abre, etc. Progresivamente, se verán obligados a atender a las tendencias políticas que encarnan los jóvenes y tomar bando: o con la clase dominante y sus lacayos reaccionarios, o con la clase trabajadora revolucionaria.

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