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Reflexionando a partir del último libro de César Rendueles

Esto no es una reseña. Tampoco un resumen o un comentario que condense la totalidad argumentativa de la obra. Básicamente he extraído ciertas ideas del último libro del sociólogo César Rendueles (“Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista”[1]) con el propósito de desarrollar y profundizar algunas reflexiones que me interesan y que ya me rondaban -obsesivamente- la mente. Aviso de antemano que lo aquí expuesto puede situarse fuera de lo que en principio es la esencia o el propósito interno de la obra. Ya sabemos que la distancia que separa lo que el escritor trata de transmitir y lo que el receptor termina captando e interpretando puede llegar a ser un abismo. Un intersticio abismal mediado por los puntos cardinales y de partida y los anteojos culturales, sociales y personales del autor y del lector. En suma, no achaquéis a Rendueles nada de lo aquí escrito y leed, si podéis, su libro.

Igualdad, ¿bajo qué circunstancias?, ¿envuelta en qué parámetros?

La desigualdad, apuntalada y acrecentada cada día más por el capitalismo, corroe y carcome los cimientos y los pilares que sostienen una sociedad. Las diferencias profundas que separan a “una minoría instalada y una mayoría desintegrada y desidentificada”[2] producen todo tipo de miserias, conflictos y patologías sociales. Como indicaba Tony Judt “la desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala salud, oportunidades educacionales perdidas y -cada vez más- los síntomas habituales de la depresión: alcoholismo, obesidad, juego y delitos menores”[3]. Aquellos países que destacan por una mayor distancia entre la élite económica, los distintos estratos sociales establecidos y la mayoría de sumergidos y empobrecidos presentan problemáticas muy marcadas: egoísmo, envidia, trayectorias biográficas dañadas, individualismo, miedo, inseguridad, resquebrajamiento de los nudos sociales, etc. El propio César Rendueles es muy claro en este sentido: “los incrementos de la desigualdad están relacionados con la fragilización social, la disminución de la solidaridad comunitaria y el aumento de la desconfianza colectiva. La desigualdad destruye el tipo de vínculos sociales que nos resultan imprescindibles en cualquier proyecto de vida buena”. La hipótesis igualitarista tendría la finalidad de atajar y superar este rasgo central del tardocapitalismo: la segregación del mundo entre islas protegidas, cerradas y autodeterminadas de instalados y enormes balsas de sujetos que habitan en la precariedad (económica y social).

Ahora bien, al tan manido término “igualdad”, de la misma forma que a otras nociones descargadas de contenido (como libertad), habría que formularle una serie de preguntas: ¿para qué y para quién?, ¿en qué circunstancias?, ¿bajo qué determinaciones sociales, económicas y políticas?, ¿con qué finalidad? Porque la igualdad de oportunidades, la -supuesta- igualdad ante la ley, no es más que una manera (denominada “meritocracia”) de legitimar y justificar el proceso que finaliza en la desigualdad económica propia del capitalismo. La cuestión no radica en que todos, independientemente del lugar de origen y procedencia, puedan llegar a instalarse en las capas altas de la sociedad, no se trata de que todos contemos con la oportunidad de formar parte de la élite económica, la igualdad debe entenderse como “un proyecto finalista, como un ethos compartido”, esto es, no “como punto de partida, sino como resultado, como objetivo final”.

Apoyo mutuo

Cuando comenzaron a repuntar los casos de Covid-19 en toda España los medios de comunicación de masas, en vez de buscar el origen de esta segunda oleada en las decisiones políticas, los centros de trabajo o en la saturación del transporte público, apuntaron a los jóvenes (a su insensatez, su inmadurez, sus fiestas, su descontrol). Que fuese o no verdad o reflejase la realidad poco importaba, eran el chivo expiatorio más eficaz. Los mismos jóvenes que desde el confinamiento habían contribuido a extender y perfeccionar las redes vecinales, a echar a andar distintas agrupaciones de barrio, quienes ahora ayudaban a parar los desahucios o defendían los barrios obreros del sur de Madrid, eran señalados como los culpables (tanto por periódicos y televisiones como por ciudadanos). Y en estos seis últimos meses esa ha sido la distinción, la forma dicotómica de enfrentar la situación, los que han decidido ejercer como vecinos-policías y los que entienden que, ahora más que nunca, solo el apoyo mutuo nos salvará.

Si esta situación atípica que llevamos medio año viviendo presenta alguna lección embrionaria es que nuestra supervivencia cotidiana únicamente se alcanzará, y más en este momento que va a intensificar el paro, los subempleos y las condiciones de precariedad, por medio de los dispositivos de solidaridad que elaboremos. Y no hablamos de mera caridad cristiana, esa caridad que tan bien reflejó y sintetizó Vázquez Montalbán en una pregunta que realizó a una joven católica caritativa de la burguesía en pleno franquismo: “¿Te molestaría, pues, que desaparecieran los niños pobres y sucios, porque te verías privada del goce de serles útil?”[4] No nos referimos pues al turismo-voluntariado de foto en Instagram que lleva a cabo un adolescente de clase media-alta en los barrios pobres o en países del tercer mundo, o a ser los asistentes sociales del Estado y del capitalismo. Se trata de esa ayuda que se gesta en las clases populares, que se da entre iguales, entre aquellos que comparten sufrimientos y temores, entre quienes guardan en la mirada ese espíritu de perdedores permanentes, entre los que intuitivamente y de forma prerreflexiva comprenden que algo falla y que necesitan al de al lado. Se trata de colaborar, de hacerlo de forma recíproca, de tú a tú, sin paternalismos. Mientras encontramos y construimos la palanca revolucionaria con la que echar el freno de mano a la apisonadora capitalista es vital que cimentemos estos botes salvavidas.

En este orden de cosas, del libro de César Rendueles extraigo tres ideas: (i) la práctica colectiva tejida por los mecanismos de apoyo mutuo nos aporta la posibilidad de descodificar qué tipo de vida -vivible- conjunta nos gustaría construir, (ii) los lazos de solidaridad modifican el entorno cotidiano y también a nosotros mismos, y (iii) los espacios asociativos vinculan la experiencia cotidiana de la ciudadanía con la gestión y deliberación de lo común (esto es, actúan como socializadores políticos).

Cambios estructurales o voluntarismo individual

“Tan comunista no serás si tienes un iPhone” suelen emplear como argumento ciertos liberales imberbes, de edad y entendimiento. La réplica es obvia: ni ser anticapitalista implica vivir en una austeridad material absoluta, ni existen los completos afueras de las determinaciones y condiciones de explotación capitalista que nos encajonan, ni los actos individual(istas) pueden generar los cambios estructurales necesarios para modificar radicalmente lo realmente existente. Es decir, para poder llegar a una coyuntura en la que la extensión de la tecnología no pase por estar erigida encima de la sangre y el sudor de las masas desposeídas de medio mundo hay que transformar las estructuras macroscópicas, y no mediante reacciones locales e individuales sino a través de la acción política colectiva.

No obstante, tener presente que sólo la lucha colectiva puede enfrentar batalla a ese gigante con pies de barro que es el capitalismo no puede hacernos caer en una posición cínica en la que todo (lo que hagamos y cómo actuemos y nos relacionemos) esté justificado. Y este es el punto nodal, cuestionarnos, o al menos replantearnos críticamente a nosotros mismos, no puede aplazarse a un futuro lejano, incierto e hipotético. Hay que engarzarlo con la construcción de una alternativa a este mundo. La potencialidad política emerge cuando ambos elementos convergen, cuando esa tensión (entre voluntarismo y cinismo) se distende y las alternativas estructurales van generándose al tiempo que (nos) vamos cambiando, a nosotros y entre nosotros. Como señalaba Gramsci, “cada cual se cambia a sí mismo, se modifica, en la medida en que cambia y modifica todo el complejo de relaciones de las cuales él es el centro de anudamiento”[5]. ¿De qué sirve militar por otra realidad si eres un infierno para los demás, para el otro?

Amor y familia

La mayoría de los elementos sociales hay que leerlos desde unas lentes bifocales que nos permitan entender y aprehender las ambivalencias, tensiones y contradicciones que los constituyen y definen, descifrando así los aspectos negativos y valorando e impulsando los positivos. Y como si fuese un cirujano que con el bisturí secciona milimétricamente el objeto a estudiar, César Rendueles analiza, sin entrar en una mera postura condenatoria, el amor y la familia.

Tanto el clásico amor monógamo como el poliamor están vertebrados por las mismas dinámicas dominantes (celos, desconfianza, instrumentalización, etc.). El ambiente social va a influir independientemente de la configuración que adopte la relación. El punto clave, por tanto, no está en el continente o en la forma, sino en el fondo y el contenido. No importa pues qué tipo de relación sea, sino cómo devenga. Por ello debemos fijarnos principalmente en el trasfondo y en las posibilidades que puedan llegar a forjarse. El amor algunas veces es (aunque no debería) asfixiante, opresivo, “tóxico”, obsesivo, auto-destructivo, pero muchas otras también generoso, desbordante, comprometido, rupturista, amplio de miras. El autor del libro señala que “el amor romántico, al menos en alguna de sus vertientes, constituye una ruptura de la lógica egoísta”. Esto es, el amor como sacrificio, como superación de la racionalidad consumista. Dar sin esperar un desembolso igual e idéntico, excedernos y comprometernos sin buscar ninguna contrapartida, sin medir con anterioridad lo que nos devolverán, sin basarnos en la lógica de ganancia-pérdida. En palabras de Zizek “el amor, no es, primariamente, sino ese gesto paradójico de romper la cadena de la retribución”[6]. Y ese tipo de relaciones amorosas son las que debemos fortalecer, por las que tenemos que apostar.

La familia como institución es ese aparato ideológico que reproduce a escala micro y cotidiana la subjetividad hegemónica, aquella que encaja en (y hace funcionar) los engranajes del sistema económico. Ha sido una zona que ha relegado históricamente a la mujer a las órdenes y los imperativos del marido, dejándola incrustada entre cuatro paredes. Sin embargo, simultáneamente, es un ámbito que ha permitido la transmisión de un ethos alternativo al poder (véase el caso de la lucha antifranquista), el lugar al que vamos a cobijarnos del mundo, el refugio donde nos resguardamos de la trituradora del sistema. Puede, por consiguiente, llegar a ser el averno o el único cielo terrenal habitable. Y esta segunda cara de la moneda es la que hay que tener presente. Los lazos familiares tienen una importancia fundamental en la mayoría de los ciudadanos, y si desde la izquierda dejamos este espacio desierto serán los bloques de derecha quienes lo ocupen. Pues como apunta César Rendueles “si no somos capaces de integrar las relaciones familiares en nuestras propuestas igualitaristas haciendo que las retroalimenten (…) entonces nuestros proyectos políticos tienen una seria limitación”[7].

Cultura popular y extensión de un ethos igualitarista

No es extraño que desde posiciones de izquierdas se suela arremeter con desprecio y altivez contra ciertas prácticas o expresiones culturales que están muy arraigadas y enraizadas en los sectores sociales populares. Solemos oír que el fútbol es violento, homófobo y racista, que el reggaetón es machista, que la televisión o Youtube es alienante. Y en parte lo es, o puede llegar a serlo. Pero lo es en la medida en que dejamos que lo sea. Rechazar de pleno esos espacios sin tener en cuenta (i) las contradicciones que los integran o (ii) las potencialidades que puede llegar a tener el tratar de encajar en esos ambientes un discurso antagonista de clase o una narrativa que ponga el foco en las problemáticas sociales es un error político garrafal. Es perder la partida antes de comenzarla, es dejar el tablero libre para que solo el rival ponga sus fichas.

La forma en la que valoramos los acontecimientos, las reacciones morales que tenemos frente a los sucesos que nos agolpan, los marcos interpretativos a través de los cuales traducimos la realidad, los anteojos con los que analizamos nuestro contexto, en síntesis, la manera de estar, habitar y relacionarnos se va viendo afectada, influenciada, condicionada por todo lo que nos rodea, por todo lo que consumimos, por aquello en lo que nos involucramos. El deporte que practicamos, el canal de Youtube que seguimos, las series que vemos, el programa televisivo que no nos perdemos, los videojuegos que jugamos van perfilando, queramos o no, nos demos cuenta o no, nuestra propia identidad. Nuestra subjetividad está constantemente permeada y atravesada por estos artefactos culturales y sociales. Y si en esos espacios no tratamos de introducir un discurso crítico, un ethos contrahegemónico, nunca se engendrarán las condiciones sociales necesarias ni tendremos el sustrato humano suficiente para intervenir en las coordenadas establecidas de la realidad[8].    

En los años 80 del pasado siglo Edward Said escribió en un breve artículo que “el discurso académico que existe exclusivamente en el interior del ámbito académico ha dejado el mundo exterior no académico a la nueva derecha y a Reagan”[9]. Y cuarenta años después seguimos en ese punto. De poco sirven los cursos de formación marxista, los Think Tank de izquierda alternativa, los lúcidos textos sobre apoyo mutuo o las charlas y los papers que no desbordan ni traspasan el “guetto disciplinar” si después viene un youtuber rondando los veinte años y con millones de subscriptores y visualizaciones y transmite soterradamente un discurso de coaching, individualismo y mansiones en Andorra como aspiración en la vida. Ningún espacio más efectivo para reproducir ideología y sentido común que, por ejemplo, el de Youtube[10]. La batalla política, la batalla de las ideas y de las emociones, “la lucha por definir las herramientas conceptuales y los recursos que la gente tendrá a su disposición para comprender el mundo”[11] también se da en el ámbito gamer, en los influencers de Instagram y TikTok, en Youtube o en los memes que se difunden por redes sociales.

Las potencialidades del fútbol

El fútbol es sinónimo de salarios millonarios, traspasos astronómicos, mercantilización absoluta del deporte, presidentes-empresarios que instrumentalizan los clubs, representantes que arruinan la vida y el futuro de chavales, padres que manejan y utilizan a sus hijos, casas de apuestas hasta en las camisetas. Pero al mismo tiempo, también significa hinchadas que participan en colectivos dedicados a parar desahucios, gradas de animación en contra del negocio del fútbol, equipos integrados en y preocupados por los barrios, autoorganización amateur, espacio donde se recrean lazos de solidaridad estables, densos y sólidos, ambiente familiar y de amistad.

A estas alturas que un artista mainstream (músico, actor, poeta, etc.) exceda los límites normativos o transgreda los roles de género ya (casi) no perturba a nadie. En cambio, un deportista, sobre todo en el caso de un futbolista, provocaría un auténtico movimiento sísmico. Hace tres o cuatro meses el jugador del Betis Borja Iglesias, como acto de protesta en contra de la homofobia y el racismo, apareció en un entrenamiento con las uñas pintadas de negro. Ese simple gesto generó como reacción en redes sociales toda clase de insultos y comentarios despreciativos, pero también suscitó debate, hizo emerger ciertas contradicciones latentes y probablemente consiguió que algunos llegaran a replantearse cosas. Y de este hilo se debe seguir tirando, en este terreno debemos arar, allí donde los chavales buscan referencias, donde los críos forjan sus pautas de comportamiento. ¿Para un niño que sufre, en el colegio, en su entorno, o incluso en su familia, por su orientación sexual, qué supondría que su ídolo futbolista saliese del armario? ¿Qué repercusiones tendría que un jugador del Real Madrid mantuviese una relación con una chica trans? Ni cien charlas escolares harían tanto por los objetivos del movimiento LGTB.

Hace un par de años un amigo y antiguo compañero de carrera llevó a cabo un TFM[12] acerca de las gradas de animación del País Vasco. El núcleo de proyecto lo elaboró partiendo de entrevistas que realizó a distintos integrantes de cuatros grupos de aficionados (entre ellos el I. C. Herri Harmaila del Athletic o el Aitor Zabaleta Harmaila de la Real Sociedad). Lo que une a estos colectivos de aficionados es la percepción alternativa y antagónica que tienen respecto al fútbol hegemónico, y la labor que cumplen para concienciar al resto de aficionados del devenir mercantilizador que en las últimas décadas ha engullido al fútbol. Algunos de ellos ejercen una oposición directa a la entidad burocrática y empresarial que gestiona el aspecto institucional del equipo, otros efectúan charlas a los más jóvenes de la grada con el objetivo de mentalizarles respecto al papel que tienen las apuestas en los barrios obreros, varios desarrollan obras solidarias y actos de protesta (pancartas señalando la pésima administración de Tebas o en contra del fútbol moderno) , hay también quien, como los del Eibar, tratan de tejer lazos de unión entre los aficionados y el resto del pueblo. En definitiva, todos tratan de (i) rescatar los valores populares que habían definido al fútbol en sus comienzos, (ii) utilizar la capacidad mediática que tiene este deporte para poner el foco en ciertas problemáticas y transmitir discurso crítico y (iii) enfrentarse al fútbol reconvertido en negocio. ¿Es posible entonces dar la batalla dentro -y en los márgenes- de un espacio que considerábamos (y dábamos por) totalmente conquistado por la ofensiva neoliberal? No sólo se puede, sino que se debe arrancar el futbol y la producción cultural de las garras monopolizadoras de los sectores sociales dominantes, modificando y haciendo tambalear el panorama ideológico.

Terminamos el texto como lo comenzamos, exhortando a todo aquel que haya llegado hasta aquí a que lea el último libro, y si tienen tiempo y ganas los anteriores también, de César Rendueles. Lean, anoten, reflexionen, profundicen, apunten y subrayen (esto último igual no, que estamos rodeados de puristas del libro).


[1] Rendueles, César: Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista, Editorial Planeta, Barcelona, 2020.

[2] Vázquez Montalbán, Manuel: La mirada inconformista. 40 de años de periodismo, placer, revuelta y humor, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2019.

[3] Judt, Tony: Algo va mal, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2010.

[4] Con apenas 20 años, en septiembre de 1960, Vázquez Montalbán entrevista, para el periódico Solidaridad Nacional, a una jovencísima Natalia Figueroa, nieta del conde de Romanones.  Vázquez Montalbán, Manuel: Obra periodística 1. La construcción del columnista, 1960-1973, Barcelona, Debate, 2010.

[5] Gramsci, Antonio: Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, Siglo XXI, México, 1970.

[6] Zizek, Slavoj: ¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal) uso de una noción, Pre-textos, Valencia, 2002.

[7] En otro libro, este mismo autor, subraya una idea que engarza con lo que estamos desgranando: “nada resulta tan subversivo y repugnante para el capitalismo posmoderno -ese torbellino que nos exige derribar cualquier barrera familiar, moral, estética o política- como los intentos de construir nuevos proyectos sociales a partir de lo que ya somos y siempre hemos sido: hijos, madres, novios, vecinos, amigos, compañeros”. Rendueles, César: Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de literatura, Editorial Planeta, Barcelona, 2015.

[8] Merece la pena, para clarificar este punto, citar este extenso extracto de Gramsci: “las ideas y las opiniones no «nacen» espontáneamente en el cerebro de cada individuo: han tenido un centro de formación, de irradiación, de difusión, de persuasión, un grupo de hombres o incluso una individualidad singular que las ha elaborado y las ha presentado en la forma política de actualidad”. Fragmento que, a su vez, podemos completar con este otro: “toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas. (…) Las bayonetas del ejército de Napoleón encontraron el camino ya allanado por un ejército invisible de libros”. Gramsci, Antonio: Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, Siglo XXI, México, 1970.

[9] Said, Edward W.: “Antagonistas, públicos, seguidores y comunidad”, en Foster, Hal: La posmodernidad, Editorial Kairós, Barcelona,1985.

[10] “Los rituales de la ideología capitalista funcionan mejor cuando no son reconocidos como tales”. Fisher, Mark: K-punk – Volumen 1, Caja negra, Buenos Aires, 2019.

[11] Hall, Stuart y Mellino, Miguel: La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2011.

[12] El autor, el sociólogo Endika Gómez, escribió un artículo para esta misma página desarrollando algunas de las ideas que estructuraron su Trabajo de Fin de Máster.  https://contracultura.cc/2019/11/17/againts-modern-football-y-las-gradas-de-animacion-mecanismos-de-resistencia-contra-el-futbol-actual/

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