Pieza escrita por Marta G. Baraibar (@martsgb_10)
Este es el primero de dos artículos, y en él se expondrá no sólo la situación femenina a lo largo de todo el siglo XX, sino también cómo ésta incidía en las condiciones laborales de las mujeres y, sobre todo, en la concepción de su trabajo desde la sociedad. Pero, además, nos servirá para entender el segundo artículo, en el que hablaremos de la percepción de la mujer trabajadora desde el mundo del sindicalismo y del movimiento obrero en general.
El patriarcado en el ámbito laboral
La ideología patriarcal imperante durante el siglo XX ha sido la causa de la reclusión de la mujer en el hogar y de su no-participación en la vida pública.
Tanto en Europa como en España, la división social del trabajo hacía que hubiera un papel diferenciado entre el padre proveedor y la madre cuidadora (normativizado por la legislación y con el apoyo de la Iglesia), que era, realmente, la cabeza de la unidad familiar y la administradora y organizadora del hogar. Esta dependencia -necesaria- de la mujer con respecto al marido generaba una violencia patriarcal socialmente aceptada, que negaba la autonomía femenina. En cierta forma, el hogar fue la verdadera “fábrica de género”1.
Uno de los argumentos sobre el que se apoyaba y se justificaba el aislamiento de la mujer en el hogar era la creencia de que el trabajo doméstico era innato a la mujer, algo que le correspondía por su naturaleza, imprescindible para el sustento de la familia, por lo que no debía ser remunerado. La condena de la mujer a ser el “ángel del hogar” era más bien teórica, pues muchas mujeres necesitaban trabajar para sustentar la familia. En ese caso, el trabajo femenino era considerado secundario, limitado y transitorio; siguiendo las líneas del discurso de la domesticidad. Que solamente fuera valorado el varón trabajador influyó mucho en la relación de la mujer con el movimiento obrero, como veremos. Todo esto impidió que la mujer conformara una identidad femenina que combinara el perfil de trabajadora y el de madre y esposa; y que los pilares sobre los que se levantaba la feminidad fueran la maternidad, la reproducción y, por supuesto, el matrimonio2.
La marginación de la mujer de la esfera pública se sustentó, además, en leyes de fuerte carácter patriarcal. Ejemplo de ello es la Ley del 11 de julio de 1912, que prohibía el trabajo nocturno en talleres y fábricas, pero que estaba “pensada para realojar, precisamente a los ‘ángeles del hogar’, a las casadas y viudas con hijos, en el ámbito doméstico”3. La ausencia de voz de las mujeres en la legislación que les atañía se debe tanto a su escasa participación en el sindicalismo, como a la falta de espacios de participación efectiva.
Como veremos de manera más profundizada en el siguiente artículo, los socialistas defendieron los derechos de las mujeres a través de los Grupos Femeninos Socialistas, aunque únicamente en el ámbito teórico, pues en la práctica no los consideraron lo suficientemente importantes como para luchar por ellos. En los años de la Segunda República vieron la oportunidad de llevar a cabo distintas políticas en favor de la mujer, como puede ser la concesión del voto femenino o la ley del divorcio. Sin embargo, los derechos laborales de las mujeres, como la igualdad salarial (que, por otra parte, venían defendiendo en teoría) quedaron en un segundo plano, por no considerarse representativos del grueso del movimiento obrero.
Condiciones jurídicas y sociales de la mujer en el franquismo
La llegada del franquismo tras su victoria en la Guerra Civil supuso un retroceso social y cultural en materia de igualdad entre los sexos. El Régimen anuló los avances que se habían conseguido durante la Segunda República. Aunque era un nuevo Régimen, significó la vuelta al pasado en muchos de sus términos. No se creó nada nuevo, sino que se retomó lo anterior, “el Nuevo estado recuperó modelos y valores tradicionales para la nueva sociedad y para la nueva mujer”4, combinando el ideario falangista y la doctrina católica para dar lugar a la base ideológica sobre la que se cimentó el franquismo: el nacionalcatolicismo. En definitiva, no hay un carácter rupturista o innovador, especialmente en lo que se refiere a la situación de la mujer.
La emancipación de la mujer deja de ser una aspiración y el Régimen se encarga de que así sea a través de la eliminación de toda la legislación republicana de corte feminista y del impulso de diversas políticas, destinadas a la promoción de la familia y el hogar, gracias, a su vez, al establecimiento y difusión de un arquetipo de mujer (madre, esposa) característico de una estructura patriarcal. Todo esto afectará, por supuesto, a la actividad laboral femenina. Pero vamos a profundizar un poco más antes de explicar cuál era la situación del trabajo femenino en el franquismo.
Como en cualquier régimen totalitario, la sociedad del franquismo aspiraba a ser un órgano o cuerpo único y, como tal, despreciaba aquellas ideologías que abogasen por los derechos de los individuos (como puede ser el feminismo), pues impedía el control de la sociedad como una unidad. Además, ese órgano o cuerpo único tiene una base sobre la que se edifica: la familia tradicional, que toma como guía el modelo burgués del siglo anterior que recluía a la mujer en el hogar. Por ello, las políticas familiares constituían una de las claves para asegurar la subordinación y dependencia de las mujeres. Entonces, la familia cobra un valor político y se convierte en “la primera célula social, donde cada uno tiene su espacio y no había transgresiones”5. En otras palabras, la estructura familiar de dominación patriarcal sería la base de la sociedad en general.
Las medidas más importantes, en el entorno legislativo, que aseguraron la subordinación de la mujer al varón fueron las concernientes al matrimonio (de nuevo, la familia como reflejo de la sociedad en su totalidad), retomando para ello el Código Civil de 1889: las mujeres casadas no tenían capacidad decisoria y estaban obligadas a obedecer a su marido y a seguirle allá donde fuera, siendo éste su representante, pues ellas no se concebían como individuos autónomos. Además, la patria potestad de los hijos la ostentaba únicamente del padre.
La situación jurídica de la mujer, que durante la República había ganado terreno, también cambió. Volvieron los límites a la independencia jurídica de la mujer casada, a la que se trató como una suerte de apéndice del marido. Una vez erradicada la presencia de las mujeres en la esfera pública, en lo privado quedaban sometidas al padre, hermano o esposo, en una situación parecida a la de la minoría de edad.
El ideario franquista consideraba a las mujeres las principales transmisoras de los valores del Régimen en el seno familiar. Es decisivo el hecho de que “el nuevo Estado escoja a las mujeres para ser el instrumento de transformación de la sociedad, sobre todo como elemento reorganizador de una nueva clase media”6. Pero el trato discriminatorio de la mujer no pesaba únicamente en la tradición, en las costumbres y en la conciencia de la sociedad, sino que existió una institución dedicada a propagar esa visión de la mujer: la Sección Femenina de Falange, creada en 1934 y liderada por Pilar Primo de Rivera. Esta constituyó el puente entre el franquismo y las mujeres, para transmitir su ideología y llevar a cabo su política de feminización. En 1939, la Sección Femenina se convierte, además, en un órgano del Estado.
La tarea de la Sección Femenina fue la de apoyar y difundir políticas que se ajustasen a la concepción de la mujer que tenía el Estado franquista. Por ejemplo, “conceptos como autoridad, jerarquía, obediencia, disciplina, feminidad, y valores religiosos se imponían frente a la libertad, igualdad, democracia, feminismo o derechos humanos”7. También se dedicó a apoyar la política natalista que difundió el Régimen a través de subvenciones y premios a las familias numerosas, plus de cargas familiares, acceso a vivienda, etc.; y la consiguiente condena del aborto y de métodos anticonceptivos.
El discurso de la Sección Femenina estuvo muy presente en la educación de las mujeres, orientada a su papel de madres y esposas, a través de asignaturas de enseñanza específica femenina. El acceso a la universidad y la promoción profesional se les cerró, y no se contemplaba la posibilidad de que tuvieran acceso a profesiones que no fueran consideradas aptas por el Régimen para la condición femenina.
La mujer y el mundo del trabajo en la dictadura
Todo lo anterior nos sirve para entender cómo era la situación de las mujeres en el ámbito laboral. Su reclusión en la domesticidad tuvo su fundamento jurídico en el Fuero del Trabajo de 1938, con el que se prohibía trabajar a la mujer casada. Esto originó un grave problema, ya que las mujeres que necesitaban trabajar para sacar a flote a sus familias generalmente no podían hacerlo de manera legal, lo que implicaba su desprotección al no ser actividades consideradas como trabajo. Es decir, el Estado protegía el trabajo formal, que estaba regulado, mientras que desatendía el sumergido como si no existiese. Esto fomentaba la idealización de la maternidad y el matrimonio y el hecho de que se les prohibiese a las mujeres trabajar fomentaba la personificación en éstas de la imagen del “ángel del hogar”: “el Régimen idealizaba la pureza de las mujeres mientras que las impedía acceder a los recursos económicos para sostenerse ellas y sus familias”8.
Esta situación de precariedad, resultado de los ya mencionados Fuero del Trabajo de 1938 y Código Civil de 1889, tuvo como consecuencia que las mujeres se vieran en la necesidad de hacer malabarismos para asegurar la supervivencia de sus familias. Además de emplearse de manera sumergida, como ya hemos visto, se pusieron en marcha otras actividades irregulares, como el estraperlo, que se desarrolló sobre todo en la década de los cuarenta y en el que participaron las mujeres de manera generalizada. Durante estos años había escasez de alimentos y de artículos de primera necesidad, y, además, se sometían a unos controles muy estrictos. El acceso a estos por parte de la población se hacía a través de cartillas de racionamiento (hasta 1952). Para sobrevivir a esto, las mujeres llevaron a cabo estrategias “diseñadas en los espacios femeninos”9. El mercado negro constituyó una de las consecuencias más directas del racionamiento y las mujeres se sirvieron de él y de otras estrategias para asegurar y mantener en las familias y en su vida íntima una mínima dignidad.
El hecho de que se dedicasen al empleo sumergido hizo que no constaran en los censos, invisibilizando su trabajo durante el franquismo. Pero el contexto de los años cuarenta, de racionamiento, estraperlo, escasez y hambre, hace imposible pensar que “las mujeres no desempeñasen -al margen del ámbito doméstico de reconstitución de la fuerza del trabajo- todo tipo de actividades económicas no reconocidas socialmente como un trabajo, pero que resultaban imprescindibles para la supervivencia del grupo doméstico”10.
Como consecuencia de su ausencia formal en el mundo del trabajo, la presencia de la mujer en la conflictividad laboral es también limitada. Pero que fuera escasa no significa que fuera inexistente. Además, hubo otros espacios específicamente femeninos, relacionados con el ámbito de la domesticidad al que estuvieron condenadas tantos años (asociaciones vecinales u organizaciones de amas de casa) en los que las mujeres expresaron su insatisfacción y sus protestas. Existían formas de acción colectiva en apoyo a los presos y a los huelguistas (hay que tener en cuenta que los valores familiares estaban muy presentes en la militancia), que emergían de una ayuda mutua. De hecho, la mujer del preso constituye una imagen de lucha antifranquista en sí misma y fueron las mujeres de los presos las que componen el núcleo de las organizaciones femeninas, antifascistas y democráticas, como el Movimiento Democrático de la Mujer (MDM), que surgió en la década de los sesenta -cuando se reactiva la conflictividad laboral femenina- por la acción de mujeres comunistas como Josefina Samper para tratar temas específicamente femeninos. No obstante, todas estas acciones siempre se consideraron de apoyo y no acciones del movimiento obrero en sí mismas, sencillamente porque las realizaban mujeres.
La de los sesenta es una década de apertura iniciada por el Plan de Estabilización de 1959. Con la Ley sobre Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer, del 22 de julio de 1961, se derogan, a través del Decreto del 1 de febrero de 1962, algunas restricciones de la mujer en el ámbito laboral, como puede ser la excedencia obligatoria por matrimonio. José Babiano afirma que en la explicación de estos cambios normativos a principios de los años sesenta hay varias posturas en debate: a) porque había una necesidad de mano de obra barata ante el crecimiento de la industria, consecuencia del Plan de Estabilización; b) porque el Régimen quería dar una imagen amable de cara al exterior; y c) porque la Sección Femenina necesitaba reclutar más militantes para ampliar su base social ante el declive de la Falange y el crecimiento de organizaciones femeninas de la competencia, como Acción Católica11. A pesar de la promulgación de esta Ley, se sigue defendiendo el modelo de mujer que veníamos comentando, y, de hecho, se sigue fomentando el abandono por matrimonio a través de la concesión de una dote y del plus familiar (este último para aquellas familias en las que la mujer no trabajase). Esto hacía que las trabajadoras fueran mujeres jóvenes, con escasa formación y experiencia sindical, y sin conciencia obrera. Además, ese abandono tenía como consecuencia directa una renovación constante de la plantilla, lo que hacía que no hubiera continuidad y, por tanto, no fuera un espacio propicio para el asociacionismo, sino sólo para acciones individuales de protesta por cuestiones elementales, que acababan en despido inmediato.
No obstante, nada de esto serviría sin incentivos para que la mujer soltera entrase en el mercado laboral. Además, las casadas seguían estando mal consideradas en el mundo del trabajo extradoméstico: se continuaba dando la dote a aquellas mujeres que abandonaban el trabajo por su matrimonio; y la permanencia de mujeres casadas implicaba que sus familias no contarían con el plus familiar, algo que las obligaría a emplearse en la economía sumergida. Se trataba de mantenerlas disponibles para las posibles necesidades de ese mercado12, sin renunciar a los principios ideológicos de la “femineidad” del Régimen. El Plan de Estabilización no benefició a la mujer trabajadora: mientras que a la industria básica, compuesta por sectores masculinizados, se le destinaba un amplio sector público, los empleos feminizados eran privados y no tenían los beneficios del dinero público.
Los empresarios, con la puesta en marcha del Plan de Estabilización, consiguen garantías proteccionistas, que los lleva a buscar una mano de obra descualificada, como es la femenina, que no requiera fuerza física, pero sí habilidad, y que no sea protagonista de conflictividad. Por esto, se empieza a atraer a las mujeres a la industria, pues supone una rentabilidad para los empresarios.
Esa concepción de la mujer como la subordinada del hombre se tradujo en las empresas en un permanente control y abuso de poder por parte de los altos cargos de las fábricas, disfrazados siempre de paternalismo o proteccionismo. Se producía una evidente segregación por sexos: los hombres ostentaban los puestos más altos y mejor pagados; mientras que las mujeres tenían los puestos con menor salario, más repetitivos y menos cualificados, lo que les arrebataba la posibilidad de ascenso. Ese menor salario se debía, además, a la concepción del trabajo femenino como algo transitorio y secundario, no esencial para el mantenimiento de la familia.
Como consecuencia de la tímida incorporación de la mujer al mercado laboral, en los años setenta se inicia una acción sindical propiamente femenina, pues las empresas ya están abiertas a la contratación de trabajadoras. A mediados de los setenta, la crisis mundial llega a España y las más perjudicadas serán las mujeres trabajadoras, que, al estar menos cualificadas y tener puestos de trabajo en categorías inferiores, engrosarán antes las cifras del paro. Estas mujeres no tienen tiempo de formarse ni de dedicarse a la acción sindical, porque tienen, recordemos, una jornada de trabajo no pagado que es el trabajo doméstico.
En el siguiente artículo veremos cómo todo lo anteriormente explicado influye en la relación no sólo de la mujer con el movimiento obrero en general, sino también con el mundo sindical.
Referencias bibliográficas.
1 Campos Vidal, Javier, “Doblemente revolucionarias. Mujeres trabajadoras en las revoluciones de 1789 a 1917”, en Pilar Pezzi Cristóbal (coord.), Historia(s) de mujeres en homenaje a María Teresa López Beltrán. Volumen II, Málaga: Perséfone, Ediciones electrónicas de la AEHM/UMA, 2013, pp. 288-316.
2 Nash, Mary, “Mujeres, conciencia de género y movilizaciones sociales”, en Rosa María Capel (dir.), Cien años trabajando por la igualdad, Madrid: Fundación Francisco Largo Caballero, 2008, pp. 117-130.
3 Valdés Dal-Ré, Fernando, “La legislación obrera industrial sobre las mujeres (1900-1931), entre la protección y la restricción”, en Cien años…, pp. 87-116.
4 Ruiz Franco, Rosario, “Mujer y sociedad durante el franquismo”, en Cien años…, pp. 151-165.
5 Sarasúa, Carmen y Molinero, Carme, “Trabajo y niveles de vida en el franquismo. Un estado de la cuestión desde una perspectiva de género”, en Cristina Borderías (ed.), La historia de las mujeres: perspectivas actuales, 309-354, Barcelona: Icaria, Asociación Española de Investigación de Historia de las Mujeres, 2009, p. 4.
6 Díaz Sánchez, Pilar, “El trabajo de las mujeres durante la dictadura franquista”, en Cien años…, pp. 167- 180.7 Ruiz Franco, Rosario, “Mujer y sociedad durante el franquismo”, en Cien años…, pp. 151-165.
7 Ruiz Franco, Rosario, “Mujer y sociedad durante el franquismo”, en Cien años…, pp. 151-165.
8 Sarasúa, Carmen y Molinero, Carme, “Trabajo y niveles de vida en el franquismo. Un estado de la cuestión desde una perspectiva de género”, en La historia de las mujeres…, pp. 309-354.
9 Prieto Borrego, Lucía y Barranquero Texeira, Encarnación, “Resistencia y estrategias de las mujeres en el primer franquismo”, en Historia(s) de mujeres…, pp. 345-360.
10 Babiano, José, “Mujeres, trabajo y militancia laboral bajo el franquismo (materiales para un análisis histórico)”, en José Babiano (ed.), Del hogar a la huelga. Trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, 25-75, Madrid: Fundación 1º de Mayo, 2007, p. 36.11 Ibidem, p. 29.
11 Ibidem, p. 29.
12 Ibidem, p. 31.
Magnífico artículo
Magnífico artículo, bien estructurado y con una línea argumental clara que pone luz sobre la lucha de la mujer trabajadora. Viene muy bien recordar, en estos duros momentos de pandemia y claro retroceso, lo que cuesta cualquier conquista social.