Artículo escrito por Andres Santafé (@SantafeAndres_), estudiante de Historia y Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Introducción
Pese a haber puesto los cimientos de lo que sería el régimen que gobernó el país durante cerca de cuarenta años, el papel que desempeñó el fascismo en España no se ha tomado demasiado en serio por una sustancial parte de la historiografía. Tanto es así que algunos académicos de la derecha incluso llegaron a afirmar que «la historia de la Segunda República podría escribirse sin una mención explícita a Falange Española»[1]. El propósito del presente trabajo es sintetizar los puntos clave de la historia y del ideario del partido fascista para observar cómo, al contrario de lo que expone la citada tesis, tuvo un papel determinante en la configuración de la contrarrevolución.
Su reducido tamaño en lo que a militancia se refiere y sus complicaciones a la hora de encontrar un espacio político definido hasta pasadas las elecciones de 1936 podrían proyectar una imagen diferente. Con una derecha muy bien organizada y posicionada y una izquierda que, especialmente tras octubre de 1934, quería ir a la revolución y a la que Falange Española fue siempre incapaz de acercarse, la formación de José Antonio se encontró incómoda durante la mayor parte del periodo republicano.
A pesar de esto, en la mente de sus dirigentes –aunque las tácticas que pretendían alcanzarlo fueran diferentes- estuvo siempre presente lo que acabarían consiguiendo: ser la punta de lanza que aglutinara a todo un movimiento contrarrevolucionario capaz de salvar a la nación española. Esto jamás hubiera sido posible sin el proceso de bipolarización política que se vivió y que fascistizó al resto de sectores de la derecha antirrepublicana.
Clases medias, juventudes patrióticas exaltadas y estamentos militares abrazaron la única vía que podía salvar al país de la sacudida anticatólica, marxista y separatista que, a sus ojos, venía amenazando la civilización misma y cuyo punto de no retorno fue alcanzado con el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936. Para comprender cómo fue realizable esto es necesario conocer toda la historia de Falange Española y de su fundador, José Antonio Primo de Rivera.
La formación de Falange Española
José Antonio fue un joven procedente de los altos estamentos de la sociedad que estuvo muy influenciado por la actividad de su padre, Miguel Primo de Rivera. Más preocupado por las cuestiones intelectuales que el dictador, José Antonio se dedicó en su juventud a leer a grandes teóricos como Spengler, Keyserling, Marx, Lenin u Ortega, aunque sin descuidar nunca a los tradicionalistas españoles[2]. Esto fue conformando su pensamiento político y le ayudó a comprender qué buscaba, pero sobre todo, cuáles eran los peligrosos agentes que debía combatir.
Aunque en su periodo universitario se acercó a los sectores liberales, siempre tuvo muy presente y defendió el legado de su padre. Con la colaboración de algunos de los antiguos defensores de esta dictadura y de sectores monárquicos o aristocráticos se fundó en abril de 1930 la Unión Monárquica Nacional, donde se le ofreció el puesto de vicesecretario general de un proyecto que iba más allá del mero monarquismo.
Tras la llegada de la Segunda República, y después de haber visto los ataques verbales contra el legado de la dictadura, Primo de Rivera se decidió, casi considerándolo una obligación, a entrar en el juego político –algo que se cuidó de evitar durante el periodo gobernado por su progenitor-. Conseguiría su lugar como parlamentario en las elecciones a cortes de noviembre de 1933, como hizo también el Marqués de la Eliseda en una candidatura conjunta de monárquicos, tradicionalistas y antiguos colaboradores de la dictadura que se presentó por Cádiz. Se trataba de la opción más escorada a la derecha de todo el panorama del momento.
Poco antes, concretamente el 29 de octubre, había tenido lugar la fundación de Falange Española mediante un acto en el Teatro de la Comedia. Esta no fue la primera expresión de nacionalsindicalismo, ya que el joven intelectual Ramiro Ledesma, primero a través de La Conquista del Estado y después con las JONS, llevaba ideando la construcción de un movimiento de tercera posición[3] desde 1931. A pesar de que Falange Española obtendría mayor resonancia que las JONS, -quienes poseían solamente unos centenares de miembros adultos en toda España, mientras que FE pronto pudo contar con varios miles de afiliados- la prensa política no lo tomó en serio[4].
El éxito inicial tuvo que ver con lo que suscitó siempre el apellido Primo de Rivera, muy atractivo para los conservadores por el nacionalismo ligado a este nombre. Pese a que contaron desde siempre con más recursos y oportunidades que las marginales JONS de Ledesma, ambas organizaciones tuvieron claro desde siempre que se necesitaban la una a la otra.
La militancia de izquierdas estaba en este momento más preocupada por derecha católica que representaba la CEDA de Gil Robles o por la extrema derecha Alfonsina, Renovación Española, a quienes identificaban más bien como fascismo. Sin embargo, la formación del nuevo movimiento también obtuvo respuesta en forma de ataques a los jóvenes voluntarios que repartían su prensa.
Estos primeros ataques mostraron la incapacidad de respuesta que tenía la incipiente organización, algo insólito en un partido pretendidamente fascista[5], lo que le valió el apodo de «Funeraria Española»[6]. Para poder contestar se encargó al aviador Ansaldo, procedente de Renovación Española, la comandancia de una sección combativa.
El 13 de febrero de 1934, Falange Española y JONS, las dos formaciones fascistas que estaban condenadas a entenderse, materializaron su unión. El acto tuvo lugar en el Teatro Calderón de Valladolid, feudo jonsista, algo que ya denotaba la importancia simbólica que tendría el grupo comandado por Ledesma y Redondo. Ambos movimientos se beneficiaban de este enlace: Falange aportaba una importante representación en plazas como Madrid o Andalucía, apellidos carismáticos como el de Primo de Rivera y los jóvenes del SEU[7] -lo que más interesaba a Ledesma-. Por su parte, las JONS tenían que ofrecer la plaza de Valladolid, la denominación de nacionalsindicalismo y una gran cantidad de símbolos que serían fundamentales, como los colores negro y rojo o el emblema del yugo y las flechas.
FE de las JONS como proyecto unificado
El escaso tiempo transcurrido entre la formación de Falange Española y la unificación con las JONS muestra la voluntad del fascismo español de identificarse y liderar la resistencia al 14 de abril.[8] Aunque ambos agentes tenían muchos puntos en común, no eran idénticas y en algunos momentos y temas disentirían.
La visión que muchas veces ha predominado ha sido la de un Ramiro Ledesma situado como una suerte de fascismo “de izquierda”. Esta no es una interpretación muy exacta, y se tiende a confundir el obrerismo del que hacía gala el zamorano –característica lógica si se tienen en cuenta sus orígenes- con un carácter más revolucionario. Más allá de algunos intentos de conectar con algunos sectores de CNT[9] y de una retórica radical, el proyecto de Ledesma y su tercera posición se sitúo de forma indudable, y considerando el panorama de forma mucho más realista, al lado del proyecto político de las derechas antirrepublicanas. Su pretensión era la de hacer de trampolín para crear un gran espacio contrarrevolucionario que liderase la lucha contra todo aquello que amenazaba la nación. Dentro de ese grupo, el nacionalsindicalismo debía tener siempre una posición destacada como sector disciplinado. Esto no dista mucho de la idea con la que había afrontado Ledesma la fusión de su grupo con FE, ya que esperaba que, al tener las JONS más experiencia como formación de cuadros, podrían hacerse con la dirección de la línea de la organización. La visión de Ledesma fue siempre la de la formación de una vanguardia política contrarrevolucionaria, capaz de aglutinar sectores que no necesariamente debían adscribirse al fascismo –algo que motivará futuras discusiones-, y que se fundamentase gracias a todo un movimiento de masas, al estilo de lo que habían ocurrido en otras experiencias europeas.
Este sería el principal elemento de desacuerdo con Primo de Rivera. Aunque en el jurista madrileño estuvo presente la concepción de la revolución pendiente de España, su visión de cómo llegar fue muy diferente. Crecido y formado en ambientes distinguidos, José Antonio tuvo una concepción de la política también elitista, sería reacio tanto a la inclusión de personalidades como la de Calvo Sotelo en FE como a la formación de un movimiento de masas y a la actitud populista de Ramiro Ledesma.
Parte de la historiografía también ha presentado la cuestión de la violencia como algo diferenciador. Se acostumbraba a pensar en un Ledesma mucho más proclive a esta frente a un José Antonio que, casi sin quererlo, se vio abocado a necesitarla. No era así, y ambos personajes tuvieron clara la importancia que tenía para el movimiento. Se tenía en cuenta la peligrosidad de convertirse únicamente en un grupo squadrista que actuase contra las izquierdas y no tuviera contenido político, pero también se contemplaba la muerte como un acto de servicio. La violencia debía tener un sentido moral y no basarse en el mero revanchismo o en decisiones individuales. Se podría sintetizar el análisis en lo que sitúa Ramiro Ledesma, que dicta que sin violencia política no hay partido fascista, pero solo con ella tampoco.
Desde finales de 1933 y durante 1934 el tablero político estará cambiando. Ante los impulsos de la izquierda obrera, que tendrán su punto más visible en octubre de 1934, la derecha está reorganizándose y consolidándose, y buscará el orden como elemento capaz de frenar esto. Ledesma identificará que es el momento del partido por el contexto internacional, con los regímenes de Musolinni y de Hitler asentados, y nacional, con las crecientes amenazas de revolución social y de separatismo que el Estado liberal es incapaz de contener. Le desespera la torpeza para fijar una estrategia clara y definida, ya que su subversivismo no funcionó a la hora de acercarse a una juventud –algo capital para él- comprometida o con la República o con la izquierda, pero tampoco se consiguió penetrar en la base social de unas derechas para las cuales era tan importante el catolicismo. A su vez, las clases medias urbanas todavía no estaban viendo amenazado su nivel de vida y se seguirán manteniendo fieles a los partidos conservadores y republicanos.
En 1934, esa indefinición política de FE de las JONS y sus dificultades para consolidar un liderazgo se traducirán en una gran cantidad de conflictos internos. Ansaldo pretendía la conversión de su sector miliciano y del partido simplemente en escuadras al servicio de los monárquicos, y conspiraba para matar a José Antonio en su propio despacho[10]. Esto comportó la expulsión de Ansaldo y de su sector, pero evidenciaba cómo de peligrosa podía ser la oposición que se formase. A pesar de esto, las escuadras falangistas siguieron funcionando con solvencia y, a mediados del año, consiguieron aumentar el número de víctimas socialistas y comunistas, mientras mantenían igual el de sus bajas[11].
FE de las JONS había estado comandada desde su nacimiento por un triunvirato integrado por José Antonio, Ramiro Ledesma y Ruiz de Alda. Esto cambiará a partir del Consejo Nacional de octubre de 1934, donde se planteó la cuestión de continuar con el mando colegiado o cambiar a uno único –opción que venía sonando desde verano de ese año-, más propio de movimientos fascistas. Se resolvió con un solo voto de diferencia –que además fue de un jonsista- y se decidió otorgar el mando único a José Antonio, puesto que era parlamentario en cortes, tenía una personalidad y carisma que destacaban y era el mejor orador. Hay que destacar que su prestigio personal en el partido, pese a la oposición que tuvo, no hizo más que aumentar. La opción de Ledesma, y con él su misma participación, quedaron desde ese momento relegadas a un plano secundario. Iba a estar acompañado por una Junta Política y un Consejo Nacional cuyos integrantes también los iba a designar personalmente. Asímismo, se redactaron los 27 puntos de Falange, algo que sirvió para asentar de una manera más consolidada las bases políticas.
Renovación Española había pactado con Falange[12] siete puntos –entre los que se encontraban no atacar a la formación o a la monarquía- que el movimiento debía cumplir a cambio de contraprestaciones económicas. Estas fueron en su mayoría dirigidas a la creación de la CONS[13] con la estrategia de intentar arrebatarle a la izquierda la hegemonía del movimiento sindical.
José Calvo Sotelo contactó para entrar en la organización, algo que le sería negado rotundamente por la antipatía personal que José Antonio le profesaba. El gallego también propuso una fusión entre su partido, Renovación Española, la CEDA de Gil Robles y Falange, aunque Primo de Rivera respondió negándose con contundencia. Esto, sumado a la deriva más radical que interpretó el Marqués de la Eliseda le llevaron también a abandonar la formación. FE de las JONS se estaba quedando sin puentes con los que contactar con las derechas.
Repercusiones de la revolución de octubre de 1934
Uno de los momentos clave fue la huelga general revolucionaria que comenzó el 5 de octubre de 1934. El papel que ocupó Falange ante la ofensiva marxista y la insurrección de Catalunya fue situarse al lado de los cuerpos de seguridad de una República que pretendían destruir desde el primer momento. Además, el discurso posterior de José Antonio prácticamente aduló al presidente Lerroux por haber defendido la unidad nacional.
Para Ledesma, el mal hacer del jefe del partido había llevado a desperdiciar una oportunidad única de dar una repuesta diferencial y contundente que permitiera a FE de las JONS mostrarse como una alternativa ante la destrucción de España. Interpretó que se daban las condiciones para llevar a cabo una acción revolucionaria que hubiera sido muy beneficiosa de haber tenido éxito, pero también lo habría sido aún con un fracaso por el prestigio que habrían ganado. Con un contexto muy favorable, se había continuado en el estancamiento.
Será entonces cuando Ledesma, irritado por esta decisión y por la negativa de José Antonio a la entrada de sectores reaccionarios, plantee la escisión. Buscaba una marcha masiva de los elementos más destacados del jonsismo original[14], y se centró en conseguir los apoyos de la CONS y de los jóvenes del SEU. No tuvo éxito por la buena intervención de José Antonio, y el partido cerró filas en la que sería su situación más desoladora. Por su parte, Ledesma, incapaz de reclutar a más de trescientos militantes, buscaría otra aventura fracasada en solitario.
Viendo que la estrategia de la creación de la CONS no había funcionado, la extrema derecha se impacientó y Falange empezó a perder una sustancial parte de su financiación. El partido había quedado arruinado hasta el punto de no poder si quiera pagar las facturas de la electricidad de su sede nacional[15]. Mientras las derechas habían salido reforzadas de octubre, FE de las JONS no podía si quiera negociar dignamente con ellas por su mermada situación.
Ante el desafío electoral
Estos hechos, que pudieron indicar la práctica descomposición orgánica no resultaron tan negativos para el futuro. El partido, con una militancia muy joven, así como su máximo dirigente, maduraron en varios aspectos de cara al futuro: una elaboración más precisa de su identidad política; la oferta de un frente nacional progresivamente matizado hasta definirse de este modo en el II Consejo de noviembre; y una propaganda urbana que permitió la reactivación de la visibilidad[16].
Lo joseantoniano pasa a ser lo clave en FE de las JONS. Se continúa con su teoría de la minoría, que dictaba que lo que España necesitaba era un Estado fuerte dominado por una minoría revolucionaria. También comenzó a rechazar la denominación de fascista y a sustituirla por la de nacionalsindicalista, con la que Primo de Rivera se sentía más cómodo. En el plano económico se apostó por una gran reforma percibida como revolucionaria, que tenía muy en consideración los intereses del mundo agrario y que, como reconoció el propio líder, era muy similar a la planteada por el sector socialista de Indalecio Prieto[17].
La propaganda nacionalista fue fundamental, y tuvo mucho que ver con la promulgación de los estatutos vasco y catalán. El regionalismo representaba para Falange una clara amenaza para la unidad nacional. El nacionalismo no se presentaba como una alternativa al patriotismo nacional, sino como un perfeccionamiento de este. Se quería recuperar la idea católica –que no clerical, que nunca gustó lo más mínimo a José Antonio- de empresa nacional[18].
El movimiento creció en 1935, y su primera línea[19] consiguió doblar sus miembros, pasando de cinco mil a los diez mil con los que contaría a principios de 1936. El principal trasvase que se produjo llegaría desde algunos sectores combativos de clase media relacionados con el Bloque Nacional, pero que lo habían abandonado por la falta de actividad miliciana. A pesar de esto, FE de las JONS no fue ni mucho menos capaz de aproximarse a los grandes partidos, y el fascismo siguió sin poder abandonar la soledad en la que se encontraba desde las elecciones de 1933[20].
El Bloque Nacional aspiraba a crear una plataforma contrarrevolucionaria con las fuerzas de la derecha que fuera capaz de conquistar el Estado y hacer de este uno autoritario, corporativo e integrador sobre las bases tradicionales –por lo que también debía ser monárquico-. El propósito era votar para hacer frente al socialismo, al anticlerismo y al separatismo y para no volver a votar en mucho más tiempo. Ante esto, la Falange se encontraba con el dilema de participar o presentarse de forma independiente aún con el riesgo de quedar fuera del parlamento.
José Antonio y Ruiz de Alda eran partidarios de integrar esta opción en condiciones de igualdad. Frente a ellos, los sectores más combativos como el SEU –que en muchos casos no podían siquiera votar por una cuestión de edad- despreciaban esta opción, mientras que la derecha dudaba de lo fructífera que sería esta integración, que podía asustar a parte de las clases medias conservadoras.
Hubo reuniones con la CEDA de Gil Robles, líder a quien José Antonio consideraba un magnífico político. Antes de esto, los jóvenes del SEU -que había incrementado su actividad desde que Alejandro Salazar llegase a su dirección- llevaban un tiempo colaborando con tradicionalistas y católicos en sus ataques en las calles. También los Sindicatos Libres se esforzaron para integrar a la CONS en un frente de sindicatos antimarxistas[21]. Todo esto era buena muestra de cómo se habían fascistizado las derechas, sin embargo, la situación cambió cuando los dos representantes trataron las cuestiones prácticas. Primo de Rivera quiso incluir hasta docena y media de candidatos en las listas, mientras que lo que podía ofrecer Gil Robles –en consonancia con lo que tenían que aportar los falangistas- era mucho menor.
Lo fundamental de conseguir un puesto en las cortes, además de tener un escenario desde el que lanzar las propuestas, era conseguir la inmunidad parlamentaria. La escasa oferta de Gil Robles llevó a José Antonio a pensar que estaba dejando descubiertos a sus compañeros, por lo que la decisión final, tomada en el Segundo Consejo de noviembre de 1935, fue no acudir a las urnas de forma conjunta.
Con esta autonomía, FE de las JONS podía presentarse de una forma mucho más radical y llevar un discurso, en ciertos puntos, anticapitalista que abogara por el patriotismo y por la justicia social. Se atacaba a las derechas por su falta de compromiso con los sectores populares y se proponía una reforma agraria, el desarrollo de la industria local y el pleno empleo[22]. También era más sereno que el del Bloque Nacional, que mostraba la posible victoria del Frente Popular como la barbarie –el mismo Calvo Sotelo solo contemplaba las alternativas de revolución o contrarrevolución, socialismo o catolicismo[23]-.
La campaña propagandística de la CEDA fue inmensa y la victoria se daba prácticamente por hecha, algo que haría de la derrota electoral algo todavía más duro. Ante la posible victoria de las izquierdas, la respuesta de FE de las JONS debía ser un golpe, ya fuera solos –complicado por la falta de fuerzas- o en colaboración con los sectores del ejército opuestos al Régimen. Se buscaba una Guerra Civil que permitiera al partido encabezar la primera línea de la organización de la lucha armada.
El camino al 18 de julio
La victoria en los comicios del Frente Popular dejó en estado de shock a la derecha española y a Falange. A partir de entonces, el proceso de fascistización se aceleró ofreciendo al partido fascista el mejor escenario desde el que poder permear hacia el resto de sectores radicalizados, algo que no había conseguido encontrar desde las elecciones de 1933. Sin embargo, se daba en el momento en el que se encontraba indefenso por no haber conseguido entrar en el parlamento[24].
A pesar de que las expectativas de FE de las JONS al respecto de las elecciones no se habían cumplido y del batacazo en algunas plazas como Madrid, la derrota dejó un sabor agridulce. De haberse dado una victoria del Bloque Nacional, un Estado corporativo y autoritario no hubiera dejado prácticamente ningún espacio al fascismo[25], pero al no haberse producido, la derecha y su intencionalidad parlamentaria quedarían desacreditadas ante la opción insurreccional. Aún con las dubitaciones de un José Antonio que seguía indeciso con su posición respecto a la UME[26], los jóvenes de Falange se mostraron eufóricos y con la idea de que había llegado su hora.
Muchos militantes de las Juventudes de Acción Popular –que habían sido objeto de burla anteriormente- comenzaron, con la colaboración de su líder Serrano Súñer, a integrar las filas de Falange por el descontento con su organización. No se conoce la cifra con exactitud, pero fue suficientemente importante para preocupar a ambas formaciones, a la CEDA por la pérdida de apoyos y a FE de las JONS por poder suponer una amenaza al rumbo establecido por la dirección.
Los ataques en las calles se empezarán a suceder como algo cotidiano. Según las investigaciones de Javier Rodrigo, en el periodo que abarca de febrero a julio, Falange perpetró 64 crímenes mortales, de los cuales 28 fueron contra socialistas. Además, las alusiones en la prensa de derechas y en los discursos de importantes parlamentarios como Calvo Sotelo o Gil Robles serán una constante.
La derrota en las elecciones, la ascendente violencia política y su magnificación fruto de la agitación de la derecha, y la sensación de que la extrema izquierda y la extrema derecha estaban dispuestas a ir a por el todo daban muestra de hasta qué punto llegó la fascistización. Ya no eran solo militares de rango medio quienes conspiraban, ya que después de las elecciones algunos generales como Mola se sumaron a la trama, y también lo hizo parte de la sociedad civil –que tan importante sería para lo que aconteció- veían como única salida la intervención regeneradora de España por medio de un golpe militar.
Esa suerte de guerra civil de baja intensidad que estaba librando Falange –considerada por Casares Quiroga como la mayor amenaza[27]– tendría como respuesta la ilegalización del partido y el encarcelamiento de la Junta Política en el mes de marzo. Las detenciones continuaron y la situación del partido era cada vez más complicada en cuanto a la negociación con otras fuerzas para el levantamiento.
José Antonio había contemplado la posibilidad de tener como aliados a los tradicionalistas, entregados a enterrar el Estado liberal, pero sus fuerzas no serían mucho mayores que las propias y era necesaria la colaboración con el ejército. Que el partido estableciera una relación privilegiada con los militares era complicado por la situación en que se encontraba, y lo que preocupaba era aquello que había estado presente en todo momento: que Falange pudiera diluirse y perder en importancia en beneficio de otros partidos una vez se produjera el golpe[28]. Por la situación que atravesaban, era imposible detallar los puntos políticos y el papel a desempeñar, pero lo que era inconcebible era rebajar el partido a una simple milicia al servicio de la CEDA o Renovación Española, condición que automáticamente alejaría del poder a Falange para otorgárselo a estos grupos[29].
El asesinato de Calvo Sotelo, que se produjo el 13 de julio a manos de socialistas en respuesta a la muerte del Teniente de la Guardia de Asalto Juan José Castillo, significó para José Antonio la culminación del hilo rojo de barbarie y permitiría que España se creara un frente de defensa de la civilización que no era posible en ningún otro país[30].
Conclusiones
Lejos de ver al fascismo español como una fuerza testimonial durante la Segunda República, debe entenderse que escapaba al alcance de lo que fue el pequeño partido. La bipolarización política que se fue intensificando durante estos años terminó creando el escenario de guerra civil que tanto habían esperado José Antonio y Ledesma. Gracias a esto, España se convirtió en el único país en el cual el fascismo había alcanzado el poder tras una guerra total, con todas las repercusiones que esto tendría.
La violencia, tan contemplada por ambos, se convirtió durante la Guerra Civil en la columna vertebral para la construcción tanto del proyecto político como del régimen que se extendería cerca de cuarenta años[31]. Otro pilar fundamental sería el españolismo, aquello que tanto había preocupado a José Antonio por la incapacidad que había tenido el país de nacionalizarse a través de un conflicto como el que fue la Primera Guerra Mundial –papel que jugaría en buena medida la Guerra Civil-.
El falangismo supo, a partir de 1936, conseguir el espacio que deseaba y se había propuesto ocupar –algo que no había ocurrido hasta entonces, bien por las condiciones generales o por equivocación de sus dirigentes-. El núcleo más duro y visible de la contrarrevolución, que buscaba la salida antiliberal, antimarxista y tradicional, se benefició como ningún otro sector del proceso de fascistización. Llegados a este punto, es necesario remarcar que esta fascistización no se produjo dentro del partido ni por acción de este, sino por todo un contexto propicio de bipolarización política que hizo que esta apareciese como la opción más deseable para unas clases medias que comenzaban a ver su vida y propiedad peligrar.
Nada de esto hubiera sido posible sin la militancia que acompañó siempre a Falange. En los momentos más complicados de la organización, el buen hacer de José Antonio y la fidelidad de sus miembros consiguieron cerrar filas y levantar un proyecto que parecía hundido mediante su actividad de forma voluntaria y financiando al partido.
Lejos de llegar tarde, el fascismo vino de forma muy prematura a una España todavía muy marcada por los parecidos que este movimiento desprendía con la dictadura de la que acababa de salir. Aunque la Revolución de octubre de 1934 tuviera una respuesta cuestionable por parte de José Antonio, la resiliencia de la que hizo gala FE de las JONS tras esto debe tenerse en consideración, así como el hecho de que una organización que no contaba con más de veinticinco mil miembros a primeros de 1936 pudiera convertirse en 1937 en el partido único del Estado que se estaba formando.
Es de señalar que la sublevación no podría haber tenido lugar sin alguna de las partes: el ejército aportó la potencia militar, la prensa de derechas agitó el panorama, los partidos políticos apuntaron al objetivo y la población civil fue fundamental a la hora de sustituir a las instituciones republicanas tras el golpe. El caso del fascismo español constituye un objeto de estudio del más alto interés por su peculiaridad, no en las formas o en los medios, sino a la hora de llegar al poder y formarse en medio de una guerra total o de una suerte de revolución.
Bibliografía
- De Lima Grecco, G. (2016). Falange Española: de la corte literaria de José Antonio al protagonismo del nacionalcatolicismo. História e Cultura, 5(3), 98-109.
- Gallego, F. (2014). El evangelio fascista: La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950). Barcelona, España: Editorial Crítica.
- Gallego, F. (2016). Nacionalsindicalismo y contrarrevolución (1931-1936). La relevancia del fascismo en la Segunda República española. La rabia y la idea. Política e identidad en la España republicana (1931-1936), 173-202.
- Ledesma, J. L. (2009). Qué violencia para qué retaguardia o la República en guerra. Ayer, 83-114.
- Payne, S. G. (1985). Falange. Madrid, España: Ediciones Ruedo Ibérico.
[1] Pedro Carlos. González Cuevas (citado por Ferrán Gallego, Nacionalsindicalismo y contrarrevolución (1931-1936). La relevancia del fascismo en la Segunda República española, 2016), «De la irrelevancia del fascismo en España», en M. Alvarez Tardío y Fernando del Rey (eds.), El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936). Barcelona, RBA, p. 436.
[2] Payne, S. G. (1985). Falange, 48-49.
[3] El objetivo era recoger los valores patrióticos de la derecha y arrebatarle la protesta social a la izquierda mediante la articulación de una vanguardia capaz de hacer de este un movimiento de masas.
[4] Payne, S. G. (1985), 61-62
[5] Gallego, F. (2014). El evangelio fascista: La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), 216.
[6] Payne, S. G. (1985), 73
[7] El Sindicato Español Universitario fue fundado en noviembre de 1933 como un intento de conquistar la universidad, aunque terminaría sirviendo más bien como instrumento de agitación propagandística. Uno de sus episodios a destacar es el de la muerte de uno de sus fundadores, Manuel Montero, tras un ataque socialista –en respuesta a uno previo del SEU en la Facultad de Medicina- a primeros de 1934, que contó con una emotiva y multitudinaria despedida.
[8] Gallego, F. (2016). Nacionalsindicalismo y contrarrevolución (1931-1936). La relevancia del fascismo en la Segunda República española. Dentro de La rabia y la idea. Política e identidad en la España republicana (1931-1936), 185.
[9] Por coincidir en la visión antimarxista, existió una pretensión tanto de JONS como en el futuro de José Antonio de conectar con algunas secciones del movimiento obrero de izquierdas. En el caso de la CNT, se buscó aproximarse al sector menos insurreccional, a los llamados “treintistas”, más cercanos al sindicalismo revolucionario que al anarquismo. En el caso de José Antonio, además de nuevas intentonas con este sector de Ángel Pestaña –con quien tenía afinidad personal-, el objetivo será el sector más moderado del PSOE que representaba Indalecio Prieto –siempre mostraron respeto mutuo e incluso el socialista llegó a defenderle en cortes-. En ninguna de estas ocasiones el fascismo tendría éxito.
[10] Payne, S. G. (1985), 80.
[11] Ibid, 81.
[12] Se debe valorar la importancia de la buena relación entre los dirigentes. Goicoechea, líder de los alfonsinos era un buen amigo de José Antonio y quería mantener la colaboración.
[13] La Central Obrera Nacional Sindicalista, fundadas en 1934, manifestaban su acuerdo con las reivindicaciones económicas de la izquierda, explicando que lo único que les diferenciaba era que las CONS se proponían incorporar a esto el sentimiento nacionalista. Sin embargo, la fuerte presión que ejerció UGT desde su formación y su nula capacidad para actuar a favor de los suyos les llevó a la irrelevancia –se manejan cifras alrededor de 15000 afiliados en el momento máximo- dentro de una clase obrera muy fuertemente organizada.
[14] Gallego, F. (2014), 306-309.
[15] Payne, S. G. (1985), 90.
[16] Gallego, F. (2016), 188.
[17] Payne, S. G. (1985), 97.
[18] Gallego, F. (2014), 266-271.
[19] La estructura orgánica de Falange, que quedó ultimada a finales de 1934, contaba con los miembros de la primera línea, regulares y activos que figuraban en las listas del partido y realizaban la actividad miliciana,y con la segunda línea, donde se encontraban colaboradores.
[20] Ibid, 345.
[21] Payne, S. G. (1985), 108-109.
[22] Ibid, 109.
[23] Gallego, F. (2016), 341.
[24] Ibid, 379.
[25] Algunos historiadores, como Paxton en su Anatomía del fascismo (2004) han identificado que los regímenes autoritarios fueron los que menos permitieron el avance del fascismo, como en el caso de la Austria de Dollfuss.
[26] La Unión Militar Española fue una asociación clandestina de militares españoles -principalmente oficiales y cargos medios- descontentos con la Segunda República. Se fundó en diciembre de 1933 y tuvo un papel determinante en la ejecución de la sublevación del 18 de julio.
[27] Payne, S. G. (1985), 120.
[28] Gallego, F. (2016), 420 y 422.
[29] Ibid, 429.
[30] Ibid, 431.
[31] Ledesma, J. L. (2009). Qué violencia para qué retaguardia o la República en guerra. Ayer, 99.