Hace poco presenciamos cómo una asociación antirracista esgrimía y justificaba la consigna “nativa o extranjera no es la misma clase obrera” (en concreto Es Racismo). Legitimaban dicho discurso atendiendo a los privilegios que alguien tiene por el mero hecho de ser blanco. Aunque, en realidad no existan privilegios por ello, ya que un trabajador asalariado blanco sigue siendo un sujeto desposeído que ocupa una posición asimétrica en las relaciones sociales de producción frente a la clase dominante. Lo que ocurre es que personas por condiciones determinadas (como ser inmigrantes) sufren aún situaciones de mayor precariedad. Por tanto, no son privilegios, sino falta de derechos básicos por la otra parte.
Pero, echando la vista atrás ¿qué es lo que subterráneamente, de manera latente, ha flotado siempre tras las manifestaciones conjuntas, donde se interconectaban nativos y personas inmigrantes, en barrios como Lavapies, y donde se entonaba la proclama contrapuesta? La solidaridad de clase, una conciencia, aunque todavía espontánea, de compartir y vivir una misma realidad material. Se sabían parte de un mismo entorno social, y eso pesaba más. Con la proclamación de esta asociación dicho vinculo se resquebraja, se fragmenta. Lo único que consiguen es erosionar los vínculos de clase que deberían potenciarse, y permiten que la ideología burguesa siga persistiendo en la conciencia del trabajador.
Este hecho no es aislado y va al hilo de un fenómeno que se ha catalogado como “La trampa de la diversidad”. Luchas de resistencia, discursos que atienden exclusivamente a lo parcial, movimientos a la contra, y diversas formas de definir lo mismo. Se trata, y nos referimos a una manera concreta, últimamente muy presente en cada vez más espacios, de afrontar la disputa contra la explotación que emana de la estructura económica (y que a su vez viene sobredeterminada por la superestructura). Espontánea, poco o nada organizada, sin objetivos totalizadores, y que tiende, por naturaleza, a situarse en lo méramente superficial, en los márgenes. Nunca es capaz, debido a su propia articulación, de traspasar la barrera de defensa del modo de producción vigente. El capitalismo establece la serie de medidas que se puede permitir adoptar, y estos son los logros que este tipo de acción política puede hacer efectivos.
Y esta atomización de los movimientos de las clases subalternas no es sólo, como se suele repetir, consecuencia directa de la capacidad del capital de inocular todo aquello que no ataque a la base o de financiar organizaciones de disgregación recubiertos de discursos aparentemente novísimos. Va más allá. Es el resultado lógico de la deriva histórica de la izquierda (como totalidad). Y esto segundo se tiende a omitir, tanto con el objetivo de externalizar toda culpa como para ahorrarnos el hacer una autocrítica.
La bandera de la diversidad suele ser ondeada por los poderes fácticos con el fin de conseguir unos objetivos determinados. Un ejemplo concreto de esta utilización la hallamos en un hecho acontecido hace relativamente poco. En la ciudad de Los Ángeles, la semana pasada, fue derribada una estatua de Cristóbal Colón, atendiendo a lo que dicho símbolo (supuestamente) representaba. Sin entrar a valorar de manera presentista ese periodo histórico, ¿qué encontramos tras lo que a simple vista puede parecer un proceder generoso por parte del Ayuntamiento? Indagando vemos que la actuación estaba liderada por un concejal del Partido Demócrata. De esta manera, bajo un acto político cargado de enorme representatividad (el rito de derrumbar una estatua) tratan de erigirse, él y el partido, como representantes de la diversidad, de los colectivos minoritarios. Es decir, la intención es sacarle rédito político y electoral.
¿Qué pretenden esconder? La enorme desigualdad que vive la ciudad, y el territorio en general, hasta el punto de que 1 de cada 5 californianos vive en situación de pobreza. Bajo el manto de ser respetuosos con la diversidad esconden la precariedad de las clases subalternas. Sacan beneficio de unos colectivos que, en última instancia, no defienden, ni pretenden hacerlo. Al Partido Demócrata no le importa cómo el proceso, el funcionamiento interno y las leyes inherentes al capitalismo se ceban con aquellos que a su pertenencia a una clase social concreta se suman otros condicionantes (como el de provenir de otro territorio).
Esta tendencia a extraer el contenido de clase de todo análisis y discurso, de enfocarlo desde una posición corporativista, además de producir un efecto pernicioso en la recomposición de las articulaciones colectivas, tiene como objetivo beneficiar, exclusivamente, a quienes lo dirigen. Es decir, que aquellos que lideran estas luchas parciales (sindicatos, ONGs, diversas asociaciones, vieja y nueva izquierda institucional, etc.) obtengan lucro. Un tipo de recompensa individual, que recordemos, la alcanzan al ejercer – supuestamente – como representantes de las clases subalternas (aunque éstas seguirán en la misma situación de precariedad). No sólo sustentan el statu quo y reproducen lo establecido, sino que se favorecen de ello.
La insistencia en destacar y remarcar los elementos de diferencia que existen entre los desposeídos, no con el fin de realizar un análisis más exhaustivo del proceso de desarrollo interno del capitalismo sino en aras de formar instituciones, asociaciones y colectivos parciales y disgregados, impide que la clase obrera en su totalidad, único sujeto/agente realmente revolucionario, constituya un movimiento organizado, fuerte y superador encargado de dirigir e instruir a las masas.
Por otro lado, me parece fundamental tener presente otra arista de esta compleja disyuntiva ¿Hay, puede haber, y a veces se dan, situaciones de machismo, racismo, discriminación e incluso asunción de posiciones chovinistas, dentro del movimiento revolucionario? Sí, exacto. Es así, y es necesario asumirlo y aceptarlo. Sólo siendo conscientes de ello puede ir dejándose paulatinamente atrás. ¿A qué se debe? Desde que nacemos y entramos en contacto con el mundo a través de las relaciones sociales ya establecidas, vamos adoptando, asumiendo e interiorizando formas de comportamiento y de pensar que subyacen a (y recorren) la sociedad (una conciencia burguesa). Y nadie, de primeras, tiene la capacidad de librarse o ser inmune a esto. No es algo natural, biológico, sino socialmente adquirido. Elementos y “vicios” que inconscientemente reproducimos, y por ello se dan también en los espacios que buscan la emancipación. Sólo en la medida en que se vaya aboliendo lo realmente existente, se vaya transformando lo material y nos situemos en una posición de profunda autocrítica (sincera, y no de cara al exterior) podremos ir despojándonos de este tipo de actitudes. No se trata de deconstruir, sino de superar (concepto que me resulta más clarificador, y menos deteriorado).
La solución que queda pasa por estrechar y fortalecer los lazos de unión entre los sujetos que pertenecen a la clase obrera, a pesar de (pero teniendo en cuenta) las distintas características de quienes lo conforman. No podemos ser nosotros mismos los que, para la satisfacción de aquellos que constituyen las élites, cavemos los baches que entorpezcan y desvíen el camino de los movimientos emancipadores.