En numerosos ámbitos, tanto cotidianos como académicos, encontramos apelaciones constantes al término “posmodernidad”. Se ha convertido en un concepto que es utilizado indiscriminadamente, y muchas veces para designar aquello con lo que no presenta absoluta relación. El adjetivo “posmo” es empleado como arma arrojadiza, como descalificativo que permite cerrar toda discusión, pero no explica nada si simplemente es lanzado al vacío.
La pregunta que cabe realizarse es, ¿todo aquel que hace referencia a “lo posmoderno” entiende o sabe qué indica dicha categoría analítica y descriptiva? El fin del presente artículo es el de constituir una radiografía de la Posmodernidad y las características de la misma, entendiendo que ésta actúa como la lógica socio-cultural dominante del capitalismo tardío (se entiende que lo cultural y lo social están altamente interrelacionados).
Definir la posmodernidad en unos pocos párrafos y páginas es prácticamente imposible (decenas de artículos y libros se han escrito sobre el tema), por lo que la intención de la publicación girará en torno al establecimiento de una introducción a la cuestión (siguiendo a su vez y complementando lo ya planteado en el anterior artículo de Contracultura).
Ernest Mandel, en su obra “El capitalismo tardío”, considera que el modo de producción capitalista puede ser dividido en tres momentos fundamentales, suponiendo cada uno de los cuales “una expansión dialéctica respecto al anterior”: la primera fase denominada <capitalismo mercantil>, el segundo periodo definido como <fase del monopolio> o <etapa imperialista> (categorizado por otros autores como fordismo-keynisianismo), y el tercero, el actual, llamado <fase del capital multinacional> (o época global o posfordista). Hay que entender que no se da un cambio en el modo de producción, sino en el modelo de desarrollo (del industrialismo al informacionalismo o la globalización). Para el crítico literario Fredic Jameson, el capitalismo multinacional constituye la forma más pura de capitalismo, pues el capital ha sido ampliado hasta territorios antes no mercantilizados (y más tras la caída del bloque soviético).
Estas tres etapas, para Mandel, están relacionadas con las “tres revoluciones generalizadas de la tecnología engendradas por el modo de producción capitalista a partir de la revolución industrial originaria”. Por consiguiente, se pasa de la producción mecánica de motores a vapor, a la producción mecánica de motores eléctricos, y de combustión, y, por último, a la producción mecánica de ingenios electrónicos y nucleares. Y estos esquemas tripartitos, y aquí es a donde queremos llegar, están relacionados con la periodización cultural establecida por Jameson: realismo, modernismo y posmodernismo. De manera que a cada etapa de estructura económica le corresponde una lógica cultural dominante propia.
De manera previa, y para situarnos, debemos poner en contexto la Modernidad (aunque sea de gran complejidad el poder resumirlo). Este nuevo orden social, que es la primera forma de organización a escala global, se inicia tras y recogiendo los frutos de la ilustración, cuando el modo de producción capitalista se va asentando y la época tradicional es superada, aunque sus raíces van germinando con anterioridad. Dos aspectos cumplen el papel central en la Modernidad: la fé en el progreso y en la razón humana, y el carácter científico. Es decir, la creencia en un progreso constante y ascendente, y la importancia nuclear de la racionalidad y la racionalización (cálculo, burocracia, dominio de la naturaleza, etc.).
Para el sociólogo Giddens cuatro son las instituciones que se dan juego en la Modernidad: capitalismo, industrialismo, vigilancia (en concreto en el Estado nación) y ejército. Aunque bajo mi punto de vista los tres puntos restantes son consecuencia del capitalismo (siendo ésta la causa cardinal y no una “institución” más). A todo esto, habría que añadirle el fuerte proceso de secularización (pérdida de la religión como estructuradora de la comunidad y guía del individuo), la división del trabajo y la emigración masiva a los espacios urbanos (con el reordenamiento que esto trajo de las ciudades, véase a Le Corbusier).
Ya en la propia Modernidad, por su composición, van a germinar una serie de sentimientos, sensaciones o “malestares” que después con la aparición de la Posmodernidad serán amplificadas: inquietud e incertidumbre, sensación de desarraigo, <pluralización de mundos de la vida>, pérdida de dirección, sensación de soledad, <mentes sin hogar>, etc. El movimiento posmoderno tratará de superar y dejar atrás estos sentimientos, pero sucederá lo contrario, que los mismos serán magnificados.
Y la interpelación que debemos hacernos es la siguiente: ¿de dónde bebe, o cuáles son los caminos que se han recorrido hasta la constitución de este pensamiento cultural dominante? Muchos de aquellos que han analizado la posmodernidad consideran que algunas de las características de ésta tienen como origen las ideas desarrolladas por Nietzsche a finales del siglo XIX (nihilismo e irracionalismo filosófico, y estética por encima de la ciencia, la racionalidad y la política).
Siguiendo el hilo conductor cronológico y pasando por Heidegger llegaríamos al punto de inicio de la Posmodernidad en la década de los 60. La Modernidad comienza a erosionarse cuando se manifiesta un descrédito por lo sustancial de la Ilustración (razón y progreso) y emerge el movimiento anti-moderno (perspectivismo, subjetivismo radical e individualismo ilimitado). Por lo tanto, para David Harvey, es de esta crisálida que rechazaba la Modernidad de donde entre 1968 y 1972 surge el posmodernismo como un movimiento en pleno florecimiento (siendo Lyotard en su libro de 1979 “La condición posmoderna” uno de los primeros en caracterizarlo y en certificar la muerte de las metanarrativas).
El concepto “Posmodernidad” ya demuestra que no se trata de una ruptura respecto al ámbito cultural o social anterior, sino de un profundo cambio (y una negación y rechazo en algunos aspectos), un más allá de la propia Modernidad (pues esta no finaliza, se agota). El proceso de desarrollo económico (importancia creciente del aspecto financiero y erosión del industrialismo), los nuevos avances tecnológicos, científicos y de la información y las nuevas formas de consumo (mercados masivos y consumo de servicios en vez de mercancías), en continua relación dialéctica con lo social y lo cultural y la nueva producción intelectual (postestructuralismo y deconstructivismo: Foucault, Derrida, Lyotard, etc.) y artística (Holloway, Tredici, Baselitz, Kiefer, etc.) desemboca en un nuevo estadio de la realidad económico-social (siendo la posmodernidad la arista superestructural).
Y, ¿qué características son las más reseñables de la Posmodernidad? El rasgo principal, sin lugar a dudas, es el rechazo, la muerte y condena de los meta-relatos, las meta-teorías y los meta-lenguajes. Por meta-relatos se entiende aquellos vastos esquemas interpretativos totalizantes, es decir, las grandes interpretaciones teóricas de aplicación universal, véase el marxismo o el psicoanálisis. Es, por tanto, el descreimiento profundo de todos los discursos universales, pasando del gran relato a los microrrelatos. Pero, al rechazar estas meta-teorías (que tienen como objetivo explicar los procesos económico-políticos) y negar la totalidad de cualquier sistema, la Posmodernidad bloquea cualquier intento de pensar contra el capital y contribuye a ocultar el capitalismo. Por mucho que los autores posmodernos se esfuercen en propugnar la muerte de los meta-relatos se puede comprobar cómo el gran relato del mercado domina la realidad (lo que indica que pueden y deberían existir otros grandes relatos antagónicos).
Otra marca distintiva es la pérdida de todo sentido activo de la historia, ya sea como esperanza o como memoria. Hay una pérdida de todo sentido del pasado, una contaminación oculta de lo real por el anhelo. Se trata de un tiempo que se añora a si mismo desde una distancia disimulada e impotente. El pasado se ha convertido en una vasta colección de imágenes, en un simulacro fotográfico multitudinario. La realidad es una concatenación de presentes carentes de toda relación en el tiempo, como si estuviéramos cegados por una amnesia histórica.
Otras características que también deben ser mencionadas: fragmentación del sujeto; identidad personal dúctil, fluida, infinitamente abierta; plasticidad de la personalidad humana, existiendo la capacidad de representar a diferentes sujetos; obsesión por las apariencias, las superficies y los impactos instantáneos; pérdida de profundidad y resignación a lo efímero; vida psíquica desconcertadamente accidentada y espasmódica; triunfo de la mentalidad capitalista; pérdida de afectividad; superposición de diferentes mundos ontológicos; volatilidad y transitoriedad de las modas y productos; entrelazamiento de simulacros, etc. Así pues, absolutamente todo lo sólido se va desvaneciendo y sólo queda un mundo efímero y fragmentado. Cada uno de estos rasgos daría para un libro entero, pero la brevedad del artículo nos impide detenernos de manera individual. Por otro lado, establecer esta recopilación de características no implica afirmar que antes, en la Modernidad, no se dieran (algunos no existían y otros se magnifican), simplemente se indica que juegan un papel primordial en nuestra realidad y articulación de la vida cotidiana.
Al igual que en todos los aspectos vitales, la Posmodernidad también presenta elementos positivos que no deben ser pasados por alto. Entre ellos destaca el interés por la diferencia y la diversidad de formas de vida, es decir, y como afirma Huyssens, el reconocimiento “de las múltiples formas de otredad que surgen de las diferencias de la subjetividad, el género y la sexualidad, las localizaciones y dislocaciones temporales y los espacios y geografías”.
Como síntesis y resumen de lo expuesto: a partir de mediados del siglo pasado, y concretamente tras la década de los 60, la suma de las transformaciones económicas (posfordismo, desindustrialización, predominio del sector servicios, auge de lo financiero, modos más flexibles de acumulación del capital, etc.), de los avances tecnocientíficos (internet, medios de transporte y comunicación, innovaciones en las formas de consumo, etc.) y la aparición de un nuevo movimiento cultural, calificado como posmodernismo (Derrida, Vattimo, Lyotard, contracultura, Venturi, Hassan, etc.) derivó en una nueva fase económico-política (capitalismo tardío) y socio-cultural (Posmodernidad). Como hemos señalado previamente, en esta nueva lógica socio-cultural dominante destacan ciertos rasgos: rechazo de los meta-relatos y de las verdades universales; irracionalismo, subjetivismo y perspectivismo; disolución y abandono de todo sentido de continuidad y de memoria históricas; fragmentación irreconciliable del sujeto; predominio de la estética frente a la ética, etc.
En definitiva, seguir pensando en cómo se estructura la realidad a todos los niveles es lo único que nos asegurará superarla. Por ello lo primordial es seguir analizando y desentrañando el sistema actual y estableciendo cómo se ha ido desarrollando en todas sus facetas el modo de producción capitalista desde sus orígenes. Hay que llegar a entender todo el entramado socio-cultural para poder articular la lucha colectiva que conquiste la emancipación social.
Desde hace un tiempo todas las fuerzas que pretendían ser superadoras han sido desmanteladas, en parte por las nuevas formas sociales y en parte por su propia crisis interna y su incapacidad de adaptación. Solo comprendiendo todas las lógicas que recorren la realidad podremos desbordar los meros bordes reformistas del capitalismo. Por eso, como decía Fredic Jameson, no se trata de realizar juicios morales, positivos o negativos sobre la Posmodernidad, sino de llevar a cabo un auténtico esfuerzo dialéctico para pensar nuestro tiempo presente dentro de la historia.
Gracias por el escrito, me ha permitido no solo darle nombre a mi afección sino además la esperanza de que mediante el análisis social me será más llevadera.
Un saludo