En estos días, los andaluces se han topado en el buzón del correo con sobres de propaganda electoral de las cuatro principales formaciones políticas: Partido Popular, Partido Socialista, Adelante Andalucía y Ciudadanos. Y es que, este domingo 2 de diciembre, se celebran en cada uno de los puntos de Andalucía, las elecciones para designar a los distintos representantes del parlamento andaluz. A algunos les resulta curioso observar cómo ninguno de estos partidos había reparado en ellos hasta ahora, justo cuando requieren de su voto para acceder o, al menos aspirar, a la presidencia y la legislatura, en el que es uno de los mecanismos tan repetidos y tan sonados a los que estamos tan acostumbrados en el sistema de la democracia representativa.
Remontándonos a uno de los orígenes netamente históricos, uno de los hechos más curiosos de estas elecciones autonómicas andaluzas es que se celebran justo dos días antes del 4 de diciembre, la que para algunos es la auténtica fecha de la definitiva autonomía andaluza, especialmente entre los malagueños, ya que fueron quienes vivieron de primera mano el asesinato del obrero y sindicalista, Manuel José García Caparrós a manos de la Policía, en la manifestación pacífica en la que la ciudad salió a reivindicar la autonomía, quedando grabado de esta manera en el imaginario colectivo de toda una generación.
El candidato del Partido Popular, Juanma Moreno, repite en la que es su segunda candidatura con el lema de: “Un malagueño en la Junta”, como si el mero hecho del lugar de procedencia fuese preferente a la hora de aplicar determinadas políticas más cercanas a los intereses de la clase empresarial que a los de la mayoría social trabajadora. De todas formas, parece que el único o al menos el principal objetivo que se ha propuesto a sí mismo es el de desalojar el mandato continuado de cuarenta años del PSOE, aunque ello implique la apertura de conversaciones con Ciudadanos de José Marín, y quien recordemos, fue una pieza clave en el mantenimiento de una nueva legislatura socialista derivada de las últimas elecciones de 2015. Al menos esto es lo que se ve reflejado en el que es su principal eslogan político: “garantía de cambio”.
Para los propios populares, no hay mejor forma de hacer frente a 40 años de gobierno socialista que con su propio gobierno, es decir, con otra de las alternativas que tradicionalmente nos ha venido brindando el régimen bipartidista derivado de la Transición. En plena campaña electoral, el líder de los populares andaluces nos sorprendía con esta foto almorzando junto con Pablo Casado y el resto de familiares en un Mcdonald’s, lo que despertó una serie de críticas a través de las redes sociales.
El de Ciudadanos es un mensaje más simple, pero también más directo, capaz de hacer llegar su mensaje de forma clara y concisa. Con un color naranja homogéneo con una bandera andaluza en el medio y justo encima, en mayúsculas, el nombre del partido. Su líder, Juan Marín, un hombre que a primera vista parece totalmente indispuesto para el cargo como gran parte de nuestros políticos más loables, es procedente de la localidad gaditana de Sanlúcar de Barrameda y cuenta con una larga trayectoria política que alberga la militancia en Alianza Popular, Partido Andalucista y más tarde el embrión del que posteriormente acabaría formando Ciudadanos andalucía; Ciudadanos independientes de Sanlúcar.
Poco más cabe decir de esta organización, exceptuando su evidente origen en el contexto catalán y el clima político de 2006, así como una historia de relación con partidos de ultraderecha, como el caso de Libertas, y con el cual presentó una coalición de cara a enfrentar las elecciones europeas. A partir de 2014 pegó su despunte a nivel estatal en un momento que coincidió con el auge de la formación morada de Pablo Iglesias, para lo que, en palabras del propio presidente del Banco Sabadell, se requiso “un Podemos de derechas.” Por supuesto, la historia de intervención política de Ciudadanos en Andalucía es prácticamente inexistente, exceptuando su función de apoyo de una nueva candidatura del Partido Socialista de Susana Díaz en 2015, como al igual que en el caso de otras comunidades autónomas del Estado lo hizo de la mano del Partido Popular, ese mismo año.
Incluso la propia Izquierda Unida, en las autonómicas de 2012, decidió optar por la coalición con el PSOE con tal de evitar un gobierno del PP. Obviamente esta alianza, a la larga acabó derivando en un conflicto, y pese a que el apoyo de IU fue vital a la hora de decantar una vez más la balanza de la victoria electoral del lado de los socialistas, éstos acabaron olvidando las cláusulas del acuerdo promulgado con sus asociados.
En el caso de que la coalición Adelante Andalucía, con las cabezas visibles de Teresa Rodríguez (Podemos) y Antonio Maíllo (Izquierda Unida), se decantase nuevamente por el apoyo al gobierno de Susana Díaz, frente a cualquier posible intento de ascenso del Partido Popular, se aseguraría una nueva candidatura del PSOE, manteniendo el poder de forma continuada desde 1978. Es esta la manera en que la democracia representativa acentúa más peso en la fuerza de los pactos, que en unos votos que, en la mayoría de los casos, no se corresponden con el número de escaños. De modo que al final todo se basa en la capacidad de tejer alianzas y no tanto en la capacidad de decisión de los votantes.
Además de las formaciones políticas citadas, la coalición citada integra a otras como Izquierda Andalucista y Primavera Andaluza, organizaciones de carácter reformista que se conforman con un cambio de gabinete, sin profundizar de manera radical en aquellas desigualdades socioeconómicas derivadas de las contradicciones del sistema. La estrategia que han decidido seguir estas siglas, son, además de la de considerar a Teresa Rodríguez como madre de la “matria andaluza”, la de establecer una metáfora paradigmática con la serie Juego de Tronos, lo que además de ridículo resulta incomprensible para aquéllos que no la hayan visto o simplemente no la sigan.
Otros sectores minoritarios, con escasa relevancia en la esfera pública y política, lo forman algunas de las ramas del andalucismo, desde el nacionalismo nostálgico de Al-Ándalus, que lo lleva a establecer un paralelismo con el territorio de la actual Andalucía en lo que es una buena muestra de anacronismo histórico. Además del sentimiento cultivado por el que se considera padre de la “patria andaluza”, Blas Infante, que afirmaba que Andalucía tenía una fuerte herencia islámica, clara evidencia de la capacidad del nacionalismo de tergiversar el discurso histórico. El mayor representante de estos intereses nacionalistas, es Pedro Ignacio Altamirano, de Andalucía en Marcha, cuyo símbolo es la estrella de ocho puntas tan característica del islam, además de la autoproclamada Andalucía Comunista, cercanos todos éstos al independentismo.
Respecto del PSOE, ya se ha mencionado a lo largo del artículo, su predominio en el panorama político andaluz albergando cuatro décadas de una teórica socialdemocracia, que, según el contexto político, ha seguido un marco más o menos intervencionista. No obstante, los efectos de los recortes en los servicios públicos: sanidad y educación, se han dejado notar en la región, no suponiendo ningún desbarajuste a las promulgaciones decretadas por el propio gobierno central.
La única crisis política, en la que el histórico dominio socialista estuvo a punto de romperse ocurrió en 2012, cuando el Partido Popular llegó a superarlo en votos, lo que en la práctica forzó al PSOE de Susana Díaz a tender la mano a Izquierda Unida Los Verdes-Conferencia por Andalucía (IULV-CA), dirigida en ese momento por Diego Valderas. Su presidenta, así como el resto de la cúpula y la militancia del partido, se vio empujada a establecer este pacto con una organización situada a la izquierda de su espectro político, únicamente por el contexto político y las propias circunstancias del momento.
El declive electoral del PSOE de 2012, se vio propiciado por el escándalo de corrupción que salpicó a toda la esfera política del partido, y especialmente al que era su máximo dirigente, José Antonio Griñán, en el cargo de la Junta de Andalucía desde 2009, y que estuvo implicado en el caso de los EREs, así como su predecesor, Manuel Chaves, quien ostentó la presidencia de la Junta en el periodo comprendido entre 1990 y la llegada al mismo de su sucesor, en 2009. En esta ocasión los resultados de las elecciones autonómicas de 2012 concluyeron con un 37,77% de abstención, suponiendo 2.352.973 del total, reflejando una vez más la fuerza del abstencionismo.
Más tarde, ya en las últimas elecciones al parlamento andaluz, celebradas en marzo de 2015, el PSOE se veía obligado a promover la coalición esta vez con el Ciudadanos de Juan Marín, aunque en esta ocasión no se producía un sorpasso por parte del Partido Popular con respecto al PSOE. De los resultados electorales de entonces llamó la atención el alto número de abstenciones, que se estimó en un 36,6% de los votos, es decir, un total de 2.266.104.
Por Óscar Torres Urbano, estudiante del grado de Historia en la Universidad de Málaga – @oscartorres97 en Twitter.