Artículo escrito por Roger Aguilar (@ElActualRoMaAg), Grado en Filosofía por la Universitat de Barcelona.
Antes de proceder con el escrito aquí presente, deben hacerse unas breves consideraciones pertinentes para una mejor comprensión de aquello que se dice. Ante todo, pedir perdón; soy un estudiante universitario de filosofía y estoy acostumbrado a un registro académico, el cual intentaré mantener bajo mínimos y, en todo caso, será explicado cuando sea necesario, pues no es mi objetivo que este sea un escrito sólo asequible para eruditos. Segundo, sobre el uso de éste texto, más que desarrollo es para traer un concepto filosófico central dentro de las organizaciones políticas y que éste esté presente en la cabeza de todos los que lo lean para usarlo como crean debido. Tercero, mis referencias literarias para escribir esto son la Fenomenología del Espíritu (1806) de Hegel, El Capital (1867) de Marx y el ¿Qué hacer? (1902) de Lenin; los tres tienen muy presente el concepto que aquí se discute y, aunque entre Hegel y Lenin haya un siglo de diferencia y una situación social muy distinta (la conquista napoleónica y la constitución del Partido Bolchevique, respectivamente), ambos captaron éste concepto profundamente, por lo que si alguien quiere leer más sobre él más allá de lo dicho aquí deberá ir a buscar ciertas páginas por estas importantes obras; Marx pertañe no porque hable de aquello orgánico de forma explícita, pero sí implícita; también serían pertinentes las obras de Hegel Ciencia de la Lógica (I y II; 1812-1816) y la Lógica Corta (la primera parte de su Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, 1817 con las revisiones de 1830), pero aún no he tenido oportunidad para tratarlas debidamente, así que sólo puedo recomendarlas en tanto que sé que tratan temas similares o explícitamente iguales. Cuarto, el marco de entendimiento aquí presente, por si no era suficientemente obvio ya, es el del entendimiento dialéctico. Quinto, al hablar de orgánico no me refiero al término en su significado químico o biológico, sino que me refiero al término puramente filosófico; los ejemplos, todo y ser comunes con otras materias de estudio, sólo son pertinentes en tanto que ayudan a ilustrar un concepto que podría ser demasiado complicado sin éstos; para entenderlo adecuadamente deberé pedir que, en la medida de lo posible, el lector no tenga presentes las acepciones de orgánico en materias distintas a la puramente filosófica.
La forma de éste escrito está hecha para que no sea demasiado pesada o difícil de navegar; primero hablamos de las propiedades de aquello orgánico (I, II, III, IV) y luego lo ponemos en movimiento (V, VI y VII). Así comprenderemos el concepto y lo encontraremos en sus diversas expresiones.
I. Lo orgánico como aquello profundamente conectado
Para empezar, debemos entender qué es aquello orgánico. Una de las propiedades de aquello orgánico es que, ante todo, carece de sentido cuando es diseccionado; todo elemento del conjunto carece de sentido sin los demás elementos, todos ellos son necesarios[1] para el funcionamiento del conjunto. Por poner un ejemplo simple y fácil de comprender, pongamos una mano (que al fin y al cabo es un órgano del cuerpo humano); nos podemos imaginar una mano en abstracto, pero ésta carece de sentido y de significado por sí misma si no la tenemos en relación, primero, con lo que inmediatamente[2] la conecta al resto del cuerpo humano, o sea, la muñeca, el antebrazo, el codo, el brazo, el hombro, el torso, el cuello, la cabeza, el cerebro… A la vez, debe tenerse en cuenta en relación con las partes elementales que componen una mano: los dedos, la palma, las uñas, los nervios, las venas, los huesos… Éste largo ejemplo nos pone en perspectiva qué es una mano, cómo está conectada al resto del cuerpo (que a la vez está conectado a la mano por el mismo procedimiento inverso) y qué elementos la componen a ella. Generalmente hablando, y exceptuando situaciones concretas que escapan del objetivo de este escrito, no podemos entender una mano sin las partes que la conectan a nuestro cuerpo, sin las cuales no podría funcionar plenamente.
Volvamos brevemente a la mano en abstracto. Nos podemos imaginar una mano en abstracto, su imagen, su movimiento “autónomo[3]”, pero ésta no pasará a ser concreta[4](es abstracta[5], al fin y al cabo). Las manos (vivas, claro está) las encontramos siempre como expresión de una unidad superior, como parte del cuerpo humano y, como tal, las encontramos siempre concretas, en una configuración externa[6] dada, “rica en determinidades”, donde las diferencias brotan y viven.
Una imagen que nos puede ser útil para ilustrar ésto es una tela de araña. Las telas de araña se nos han mostrado muchas veces como esas capas con hilos que tienen como objetivo cazar insectos para alimentar a las arañas, pero cuando se las deja suficiente tiempo acaban creando un entramado de redes que pasa a ser un espacio tridimensional de capas y capas, pisos y pisos, todos ellos conectados estrechamente para que los tiempos adversos (que, avanzándome, constituirían aquello inorgánico, exterior y agresivo a lo orgánico) no la destruyan. Todos los elementos, todas las “salas”, conectadas estrechamente y entre todas las instancias cercanas a estas crean el sitio idóneo para trabajar para quien sepa moverse por allí, aunque eso ya es algo externo a lo orgánico; el entramado de telas de araña es lo orgánico, así que ello mismo es lo que navegaría sus pasillos, sus medios comunicativos, sus espacios, lo cual carece de sentido, pero eso es dado que la metáfora, aunque útil, no es perfecta.
II. Lo orgánico como aquello que se busca a sí mismo
Ya hemos hablado de la estructura interna de lo orgánico, ahora toca hablar de su funcionamiento (también interno, reflexivo), su llegar a sí mismo y su búsqueda de esta mismidad[7]. Esto puede parecer raro en primera instancia, pero es sólo por la jerga filosófica. Por ejemplo, tú, el lector, comes cada día y funcionas, generalmente hablando, para llegar a vivir el mañana; no buscas ser algo diferente, como una girafa o el sol, buscas seguir siendo tú en cierto sentido, de manera que podemos hablar de cierta identidad de la cosa orgánica.
Hegel habló de esta misma cuestión y usaría un término que hoy en día se nos hará muy raro: seipseigualdad. La seipseigualdad es “la propiedad por la que algo es igual a sí mismo”; lo orgánico tiene como propiedad la seipseigualdad, o sea, funciona para reproducirse. Siguiendo el ejemplo anterior, tú, el lector, tienes un nombre, unos apellidos, unas experiencias, unas posiciones, unos conocimientos, unas creencias, unas opiniones… Que ayer también tenías, en cierta medida. La seipseigualdad es aquel concepto mediante[8]el que hay una continuidad temporal y espacial en los sujetos y los objetos, dejando campar la verborrea filosófica. La seipseigualdad es el concepto que explica que el que eras ayer siga siendo, en gran medida, el mismo que hoy, con la diferencia de que tendrás memorias que ayer no tenías del día que ha transcurrido (y los cambios materiales que hayas vivido, como ordenar tu habitación) y los cambios que te hayas hecho a ti mismo durante este tiempo, que generalmente son pocos.
Además, no es lo mismo “aquello que se busca a sí mismo” que “aquello que es igual a sí mismo”. Uno lleva al otro cuando se pone el tiempo en medio; aquel que se busca a sí mismo (o sea, que tiene como objetivo, como finalidad, su mismidad, “selfness”) y lo consigue, o sea, parte de sí y llega a sí[9] (el cual es un movimiento reflexivo) consigue de esta manera, mediante un movimiento, llegar a ser el mismo que ya era, manteniendo así la identidad con el tiempo en medio; es un fin-de-sí-mismo[10], si nos queremos poner exquisitos. El movimiento de aquello orgánico es la conservación y no la producción, diría Hegel[11], aunque esto ya no es tan claro desde un punto de vista no puramente hegeliano.
III. Lo orgánico como aquello sin momentos
Ya se ha hablado sobre que aquello orgánico es aquello profundamente conectado entre sí, como una gran tela de araña que va más allá de una capa horizontal y pasa a ser una bola de tela, conectada (al menos desde un punto de vista externo sin mucho sentido) en todas las direcciones imaginables para mantener su vida. También se ha hablado sobre la teleología[12]de aquello orgánico y su similitud conceptual con el mundo animal. Ahora tocaría hablar, al menos brevemente, sobre su movimiento (que ya he mencionado).
El movimiento de aquello orgánico es un concepto difícil de poner en palabras. Resumidamente, dado que el fin de lo orgánico es él mismo y que tiene conexiones internas muy estrechas y profundas, lo orgánico no tiene momentos[13] diferenciables dentro de sí mismo en su movimiento desde el partir de sí hasta el llegar a sí otra vez. No obstante, esto no quiere decir que no haya en él actividad; la actividad que hace es una más interna que externa.
La actividad que hace aquello orgánico es una actividad reflexiva sobre sí mismo, profundizando el conocimiento de sí mismo y del entorno en el que está, el cual proporcionará a éste herramientas (entendimiento) mediante el que expandir e intesificar aún más su ser orgánico.
Esto lo podemos ejemplificar también con los seres humanos, que somos seres orgánicos al fin y al cabo y las propiedades del concepto se muestran en nosotros. Aparte de una interconexión interna de todo lo que vivimos, de ser fin para nosotros mismos, también padecemos de la imposibilidad de determinar momentos de forma estricta y plenamente determinada. Un ejemplo fácil son los sentidos: los vivimos todos a la vez, vemos la calle a la vez que andamos (tacto por los pies con las suelas de los zapatos y por las manos con el viento), olemos todo cuanto esté presente en el aire que inhalamos, saboreamos aquello que esté en nuestra boca (y, en ausencia de nada, nuestra propia saliva), oímos nuestros pasos y todo cuanto suceda a nuestro alrededor, y todo esto sin parar a pensar casi en ello, de forma inconsciente. Un ejemplo menos fácil y más propio de un filósofo es que no notamos cuando se nos renueva la piel a los humanos (pues se encargan de ello las células, otro organismo) y pasados unos ciertos años (7 o unos pocos más), bajo condiciones normales, renovamos por completo toda célula que esté presente en nuestro cuerpo, y aún siendo completa y brutamente distintos a hace 7 años nos seguimos llamando igual, tenemos cierto sentido de identidad, se cumple entonces la seipseigualdad de nuestro yo del pasado con nuestro yo actual.
Esto es dado de que el proceso de renovación, de partir del ser hacia el mismo ser, es uno constante, sin pausa, que incluso ahora mismo está sucediendo en todos los seres orgánicos vivos, y en éste proceso se expresa el carácter positivo y negativo de la existencia, la vida y la muerte, la muerte de células y la generación (por mitosis, generalmente hablando y sin pretensión de saber mucho de biología) para ocupar las que ya no están espacial y funcionalmente. Éste es el proceso propio de aquello que denominamos orgánico; aunque podamos expresar la forma simple en la que sucede, allí nos quedamos, pues describir por completo los procesos orgánicos de un ser orgánico es algo que escapa de las posibilidades productivas humanas y las capacidades comprensivas y de lectura de los humanos. Sería como leer un registro de todo lo que sucede en el cuerpo humano durante toda una vida, es algo simplemente imposible si se concreta cada célula de forma numerada y en orden cronológico. Al hacerlo con un feto sería al principio fácil, pero según pasara el tiempo y creciera se haría exponencialmente más difícil hasta llegar a niveles de complejidad increíbles.
IV. Lo inorgánico en contraposición a lo orgánico
Lo orgánico se contrapone, lógicamente, a aquello que no es orgánico, a lo inorgánico, a las fuerzas que no siguen la razón de aquello orgánico y que, de subyugarse aquello orgánico a lo inorgánico, haría perder a éste las propiedades que derivan de su organicidad[14]y que lo componen. Esta es la idea fundamental.
El mundo de lo inorgánico es un mundo falto de sentido y de identidad, pues el sentido y la identidad pertenecen propiamente al mundo de lo orgánico, así que sólo se puede definir lo inorgánico en contraposición a él. Lo inorgánico es aquello pobremente estructurado (si es que tiene estructura tan siquiera), que busca cosas fuera de sí sin ningún tipo de sentido, sin una razón de supervivencia o de conservación, que funciona a trompicones, no es un ser que fluye y del que no puedan distinguirse unas gotas de otras dentro de un río, sino que es más como una línea de ensamblaje (tradicionalmente entendida) donde unas materias primas entran, pasan por unas cuantas fases (máquinas y manos humanas) y salen como productos distintos de los que eran antes.
Éste es el significado del concepto inorgánico, un concepto que sólo se puede entender habiendo ya expresado, a grandes rasgos, las propiedades de aquello contrapuesto absolutamente a él, lo orgánico. Filosóficamente, éste se puede ver expresado en las formas no dialécticas de comprensión, como el mecanicismo histórico.
V. Lo orgánico en distintas expresiones
Pongamos ahora algunos ejemplos para ejemplificar el análisis político y teórico que puede derivar del uso y del entendimiento del concepto de lo orgánico.
Podría parecer que aquello orgánico podríamos ser nosotros, los seres humanos, y aquello inorgánico, la naturaleza, el “mundo ajeno a lo humano”. Esto, que en todo caso expresaría la distinción categórica[15] sociedad-naturaleza y la extrapolaría a la distinción orgánico-inorgánico, es en absoluto la realidad; la naturaleza es un organismo mismo (con sus conexiones internas complejas, los ecosistemas, las faunas, la materia de los planetas, los gases… todo cuanto compone el universo) y los humanos formábamos parte evidente de esta (y no se puede decir lo contrario; evidentemente formamos parte del universo; no quiero desarrollar aquí y ahora esto, aunque puede parecer, sin duda, conflictivo) y aún hoy en día pertenecemos, en parte, a ésta, sólo que las lógicas que seguimos no son las de mantener la organicidad y lógica de la naturaleza (de seguirlas seguramente habríamos acabado extintos), sino que se ha creado otra a la que subyugamos la anterior. Aquí ya entra análisis propiamente marxista. Se subyuga a la naturaleza y su organicidad a favor de otra organicidad, la histórica organicidad del Capital como sistema social; la realización del Capital y de su organicidad conlleva la destrucción de la naturaleza y, a la vez, la destrucción de la sociedad (pues la sociedad requiere de la naturaleza) y del Capital consigo (pues el Capital requiere de la sociedad); el Capital es aquello orgánicamente inorgánico, por muy paradójico que pueda parecer, y luego me expandiré sobre este punto. Para rehusar plenamente esta concepción debemos tener en mente la importancia del carácter histórico de este ejemplo en concreto, el cual a la vez nos da las herramientas para dilucitar las claves que llevarán el mañana.
También podría parecer que la distinción de lo orgánico y lo inorgánico se aplica a la sociedad en contraposición al Estado. Ésta distinción entre la sociedad civil y el Estado, en absoluto nueva, no podría ser extrapolada; ocurre lo mismo que la contraposición entre la sociedad y la naturaleza, pues el estado deriva y requiere de la sociedad civil para luego alzarse por encima de ésta y controlarla para mantener un orden productivo; el Estado se conforma entonces como un algo autónomo a la sociedad, ajeno a esta pero a la vez conectado como negativo, como dominador y determinador de ésta, como organicidad inorgánica de la misma manera que el Capital.
Algo que sí que es propiamente orgánico, o que al menos se trabaja para que sea así, es el Partido Comunista que sigue el formato leninista (partido de vanguardia, creación de cuadros, presencia en centros de trabajo, coordinación internacional de la clase revolucionaria…). En los Partidos Comunistas se hace mucho énfasis en la creación de canales orgánicos de comunicación, los cuales constituyen las conexiones internas entre la dirección y la base con los intermedios pertinentes; el Partido Comunista, a la vez, tiene como fin su ser mismo, el mantenerse como Partido Comunista, cualitativamente (puede crecer cuantitativamente, pero esto no hará disminuir su propiedad de ser Partido Comunista) y es mediante la reflexión interna, el debate (derivado del centralismo democrático) y la formación de los cuadros, que el Partido crece en experiencias de praxis y en teoría, pero no es un fin de sí mismo sin más, sino que es un fin de sí mismo productivo, propio de la actividad del humano[16] y que es diferenciado de la concepción de fin de sí mismo de Hegel (que lo orgánico era sólo conservador y no productor, como ya hemos dicho antes), su finalidad es la revolución y el alzamiento de la clase trabajadora para constituirse toda ella como nueva y actual clase revolucionaria; también se pretende y se trabaja para que no haya momentos distinguibles entre sí, sino que el fluir del Partido, de su actividad interna, sea algo sin pausa, sin principio ni fin fácilmente definible, cosa que se entiende además si pensamos que parte de la base militante constituye también la dirección bruta y la totalidad de la base militante constituye la línea del Partido, formada del debate de éste. He hecho bastante énfasis en el intento, en el trabajo, por la organicidad del Partido; que esta se cumpla o no en un Partido concreto es algo que cada militancia deberá valorar por ella misma, pues no está en mis manos ahora sentar cátedra de tan peliagudo tema.
VI. La necesidad del concepto de lo orgánico
A la hora de expresar aquello orgánico uno debe tener en mente que de lo que se trata es de expresar y entender las formas simples que subyacen a los complejos e incesantes movimientos de un todo, de un sistema complicado de relaciones, y, al menos para los dialécticos en general y para los marxistas en particular, de ascender de los conceptos y de las formas simples a las formas superiores y las formas complejas. Este es el método dialéctico para analizar y comprender sistemas.
Un ejemplo de ésto lo tenemos en Hegel, el gran maestro de la dialéctica (que, generalmente hablando, es idealista; habla sobre que “lo externo es expresión de lo interno”[17], por poner un ejemplo). Toda la Fenomenología del Espíritu (1806) narra el trayecto que vive la conciencia desde algo que no comprende nada de lo que la rodea (¡ni a sí misma!) hasta que la propia conciencia no es rodeada por nada más que ella misma, absolutizando la conciencia en todo el universo, convirtiéndola en espíritu, y todo esto al menos intentando ligar cada estadio con el posterior y con el anterior (a excepción del primero, claro) de una forma (al menos pretendidamente) lógica (hay debate sobre si de forma exitosa o fallida, pero esto aquí no concierne). De esta manera, la primera y menos desarrollada forma de la conciencia se conecta, orgánicamente, con la última y máxima, el saber absoluto. Aquí yace, muy resumidamente, el trabajo de Hegel en la Fenomenología del Espíritu y su relevancia.
Lo orgánico es aquello que tiene, internamente, relaciones lógicas y con sentido, mientras que lo inorgánico es aquello que o es falto de relaciones o es falto de relaciones lógicas. Por ésto mismo, por las propias propiedades de aquello orgánico y, en contraposición, de aquello inorgánico, sólo se puede estudiar seria y productivamente aquello que es orgánico-lógico, la cual es una idea que ya encontramos en Aristóteles mismo[18]; de nada serviría estudiar la naturaleza si en ésta no subyaciera un orden (cosmos, literalmente), un sentido, una lógica (pues Aristóteles defendía la existencia del Gran Motor, un tipo de Dios que ordenaba el mundo ordenado, y estudiar el mundo era estudiar el orden del Gran Motor). Así, a la vez, se liga el concepto, el método y la historia de la filosofía, en cierta medida.
VII. «El Capital» de Marx y la organicidad
Los marxistas disponemos de una gran obra que pasó y día tras día pasa a la historia. Hablo, por si no es obvio ya, de El Capital (1867) de Marx. El Capital es una obra que sistematiza el entendimiento del sistema socioeconómico capitalista; el entendimiento de la sociedad capitalista antes de ésta obra era relativamente interesante y, sorprendentemente, Marx pasó décadas estudiándolo[19]. ¿Por qué tanto interés en crear una gran obra que tratara las categorías económicas capitalistas de forma crítica?
Ante todo, sistematizar algo es darle realidad, relevancia, y los gritos de desesperación que salen del sistema a veces se quedan silenciados por los sistemas de grandes pensadores, pues o no tienen cabida en ellos o son infantilizados. No obstante, El Capital no fue una obra para silenciar o infantilizar las voces oprimidas que salían del sistema capitalista, sino justamente lo opuesto, tenía la intención de construir un entendimiento mediante el que no sólo gritar por mil razones, sino dejar descansar la garganta y poner a trabajar el puño.
Para conseguir ésta cuestión se debe de construir un sistema de entendimiento de la realidad, pues los sistemas anteriores habían ya demostrado ser insuficientes; el sistema de entendimiento marxista nació de esta necesidad histórica, como reflejo de la evolución de la lucha de clases en la nueva situación, del naciente capitalismo. Una de las influencias fue Feuerbach con su bruto materialismo, la otra fue Hegel con la dialéctica; sobre Feuerbach no me expandiré, daré lo expuesto por Engels[20] como suficiente. Tomaron de Hegel la dialéctica, o sea, la importancia de la contradicción lógica para el movimiento/vida de la realidad, las categorías lógicas y la importancia del sistema dialéctico de entendimiento.
Sólo entendiendo la lógica que subyace a algo se sabe cómo combatirlo; es la famosa frase de Francis Bacon “el conocimiento es poder” y darle el contenido subversivo que le falta, reformulándola en “el conocimiento de lo existente es una herramienta para abolirlo y superarlo”. Y sólo aquello orgánico, por sus propiedades, es entendible.
Antes he dicho que el Capital constituye algo orgánicamente inorgánico, y ahora ya toca explicarlo; es orgánico porque aparentemente cumple todas las propiedades que constituyen aquello orgánico; orgánico en tanto que el conjunto de relaciones mercantiles que suceden en la sociedad son innumerables, incomprensibles, cada vez a niveles más altos, más absurdos, y las relaciones que yacen en éste, no solamente de intercambio bruto entre mercancías y dinero, están todas ellas conectadas; orgánico en tanto que el capitalismo busca mantener el capitalismo (no sólo de manera económica, sino también política e ideológicamente), es fin de sí mismo; orgánico en tanto que dentro de éste no se pueden distinguir momentos, aún menos en el mercado, que para entender los movimientos que hay requieren de un conocimiento tan permenorizado que sería necesaria la omnisciencia, algo obviamente imposible. Es en base a ésto que el capitalismo constituye algo orgánico.
El Capital también constituye algo inorgánico porque, a la vez y de forma paradójica, no cumple ninguna propiedad de las que constituyen aquello orgánico; inorgánico porque cada relación mercantil se aisla de las demás a niveles prácticos; inorgánico en tanto que es mediante el capitalismo que la clase popular, la clase trabajadora, consigue sobrevivir a la vez que el Capital encuentra el fin de si mismo sólo mediante la explotación cada vez más acentuada y más inteligente (pues la división internacional de los trabajos y los capitales ha hecho esto mucho más fácil, el denominado Imperialismo[21], la fase superior y lógica del capitalismo librecambista germinal); inorgánico porque tiene constantemente momentos de crisis, de sobreproducción y subproducción, derivados de la propia naturaleza del sistema.
¡El Capital constituye, así, tanto un ser orgánico como un ser inorgánico! Podría parecer que entonces el concepto filosófico no nos es útil para el análisis político (lo cual mostraría un entendimiento del concepto no dialéctico), pero aplicado a otros campos concretos sí que demuestra serlo, por lo que deberemos indagar en el aparente sinsentido a la hora de hablar del Capital. ¿Cómo sabemos entonces cuál de los dos predomina en la denominación? Porque podría ser tanto “orgánicamente inorgánico” como “inorgánicamente orgánico”.
A niveles prácticos la diferencia es nula, pero a nivel teórico tiene cierta relevancia. Entiendo que es la primera, sencillamente porque construye algo aparentemente orgánico sobre algo que no lo es; la inorganicidad es la propia materia que constituye el Capital, su necesidad de ser mediado por la sangre y el esfuerzo de la clase trabajadora constituye su heteronomía (aquello opuesto a la autonomía), la incesante producción de mercancías, mientras que la organicidad que luego se nos aparece en su forma no es falsa (sigue siendo cierto que el Capital es fin de sí mismo; también es cierto que también tiene como fin la reproducción de su opuesto, la clase trabajadora) pero no llega tampoco a ser verdadera, pues en cuanto clase opresora e histórica (y cuya necesidad será superada eventualmente, si las fuerzas sociales subjetivas consiguen cumplir todas las condiciones para que llegue el momento) llegará un instante donde no sea posible mantenerse, su necesidad se verá cancelada, históricamente, por la necesidad de su opuesto y la clase trabajadora se alzará entonces como nueva y última clase dominante, al menos desde la cosmovisión marxista.
[1] Aquello necesario es aquello sin lo que algo es imposible, simplemente. Hay diversos tipos de necesidad (lógica, histórica), pero ambos conceptos remiten a lo dicho.
[2] Aquello inmediato es aquello que no tienen pasos en medio, que es claro desde el primer momento de verlo.
[3] Aquello autónomo es aquello que se mueve por sí solo, que tiene su propia lógica y que no es influido por ningún tipo de injerencia externa.
[4] El término concreto es uno difícil y central en el entendimiento filosófico de Marx. Évald Iliénkov, en El problema de lo abstracto y lo concreto a luz de “El Capital” de Marx, 1968, da un análisis bastante pormenorizado de la cuestión. Reproducir su definición aquí es pertinente. “Lo «concreto» en el diccionario de lógica dialéctica en ningún caso se postula como lo «sensiblemente perceptible», como lo «dado sensorialmente», como forma de contemplación y representación en contraposición a su «concepto». Aquí se entiende como «unidad en la diversidad», y bajo esta comprensión se convierte en una de las categorías lógicas centrales, esto es, en la expresión de lo universalreal que le es propia tanto a la realidad (es decir, a la naturaleza y a la sociedad) como a la conciencia (es decir, tanto a la esfera de la contemplación como a la esfera del pensamiento)”.
[5] Siguiendo con la definición de Iliénkov en el mismo texto antes citado: “Lo «abstracto» también es una categoría lógica, y como tal ella no expresa la «diferencia específica» entre la forma del pensamiento y la forma de la realidad junto con su «asimilación sensorial», sino todo lo contrario: expresa la forma general («idéntica») tanto al movimiento de la realidad como al movimiento de la conciencia. Se comprende por ello que en este caso el concepto «abstracto» se emplea igualmente en calidad de característica del concepto como en calidad de característica de los fenómenos del mundo real, de la realidad objetiva, y por tanto también de las formas de contemplación y representación que aparecen como copias de estos fenómenos.”
[6] Este concepto mismo del “significado externo de lo orgánico” es de lo que habla Hegel en el Párrafo 37 del Capítulo V de la Fenomenología del Espíritu o Párrafo 28 del Capítulo V.A, son lo mismo.
[7] Dar una definición de mismidad puede ser difícil; se puede entender como equivalente a identidad.
[8] Aquello mediado es aquello que debe pasar por otra cosa para ser una tercera.
[9] Esta formulación puede ser confusa; me refiero a que el punto de partida es aquello orgánico y que busca acabar en la misma situación, o sea, continuar siendo orgánico.
[10] Hegel usaba el término Selbstzweck, y Antonio Gómez Ramos (en su edición de la Fenomenología, 2da Edición, 2018) lo define como “lo que es y contiene su propio fin, no medio para un fin externo”.
[11] Párrafo 26 del Capítulo V de la Fenomenología del Espíritu o Párrafo 17 del Capítulo V.A, son lo mismo.
[12] La teleología es el estudio de los fines; el fin de aquello orgánico es aquello orgánico, su mismidad.
[13] Con momentos me refiero a pasos intermedios que debe pasar algo para llegar a ser otra cosa (que puede ser la misma cosa que ya era, como es el caso de lo orgánico).
[14] Con organicidad me refiero a la propiedad de algo de ser orgánico.
[15] Una distinción categórica (o un par categorial) son unos conceptos, rara vez más de dos, que, usados en conjunto, permiten articular aquello universal de un concepto concreto. Para profundizar más, lo citado de Iliénkov basta.
[16] Pues los humanos, como decía Marx en 1845 en sus Tesis sobre Feuerbach, son productos de condiciones preexistentes y productores de nuevas condiciones.
[17] Párrafo 32 del Capítulo V de la Fenomenología del Espíritu o Párrafo 23 del Capítulo V.A, son lo mismo.
[18] Aristóteles, aunque sea el que menciono aquí, no es ni el primero ni el único en plantear ésto. Toda la filosofía griega antigua está a rebosar de ésta misma idea, sobretodo los presocráticos con su toque místico. Lo que hizo Aristóteles aquí fue mantener la tradición y expandirla con nuevas categorías de estudio. Quien quiera expandir sobre ésto… Sólo puedo recomendarle la magnífica obra de Kirk, Raven y Schofield llamada Los Filósofos Presocráticos, la cual tiene muchas ediciones modernas que ayudan a comprender de una forma fácil y buena los clásicos que Aristóteles, Platón y toda Grecia estudió en su momento.
[19] Entre los Manuscritos Económicos y Filosóficos de Paris (1844) y la publicación de El Capital hay 23 años de diferencia; después de El Capital Marx no conseguiría publicar nada más sobre materia económica capitalista, pero seguiría trabajando para sistematizar y entender aquello que no había comentado aún, cosa que luego se vería reflejada y publicada por Engels, que publicaría el Libro Segundo en 1885 y el Tercero en 1894, 50 años de estudio después de los ya mencionados Manuscritos de Marx y 51 de unos apuntes que publicó Engels en 1843.
[20] Habla sobre ésto de forma resumida en Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886).
[21] Habla sobre ello Lenin en su famosa obra Imperialismo: fase superior del capitalismo (1917).