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La relación de la mujer con el movimiento obrero y el sindicalismo durante el siglo XX

Pieza escrita por Marta G. Baraibar (@martsgb_10)

En el anterior artículo se explicaron las condiciones laborales de la mujer a lo largo del siglo XX, que, aunque convulso y cambiante, no llevó a grandes transformaciones en lo que se refiere al ámbito laboral femenino. Sin embargo, es necesario saber cómo era la situación de trabajo de las mujeres para entender cómo se relacionaban éstas con la totalidad del movimiento obrero, así como la concepción que tenían los partidos y sindicatos de izquierdas de la mujer y de sus derechos. Veremos a continuación la relación de la mujer con el socialismo, a través del PSOE y la UGT, y con partidos de corte anarquista -antes de la Guerra Civil-, para luego aventurarnos a ver cómo trataron los sindicatos (los tradicionales, como la UGT, y los de nuevo cuño, como CC.OO.) la actividad y derechos laborales femeninos, especialmente a partir del cambio que vivió el país a partir de los años 60 (teniendo en cuenta que, durante las primeras décadas del franquismo, no se contemplaba la posibilidad del trabajo femenino de carácter regular; y que, además, los sindicatos estaban ilegalizados).

Mujer y socialismo

En las primeras décadas del siglo XX, algunas mujeres empezaron a militar en el Partido Socialista Obrero Español y esto constituye una de las claves para entender la relación de la mujer con el movimiento obrero. El PSOE comenzó a considerar a la mujer también una obrera en condiciones de igualdad con el hombre, definiéndola como su compañera y no como su competidora. Pero, sobre todo, hicieron ver que atraer a las mujeres era importante por su influencia sobre su familia, por su posición de cabezas del hogar a cargo de la educación -socialista- de los hijos. Conscientes de las dificultades de las mujeres para afiliarse al partido (analfabetismo generalizado, falta de tiempo por la priorización de las tareas del hogar…), se crearon los Grupos Femeninos Socialistas (1904), siendo el madrileño (1906) el que serviría como modelo del resto. Entre los objetivos de estos grupos estaban educar a las mujeres según la doctrina socialista para divulgarla, fomentar las sociedades de mujeres y apoyar la creación de leyes favorables al trabajo femenino e infantil. En definitiva, se trataba de acercar a la mujer al socialismo y viceversa. Para ello, y con la concepción de la educación como uno de los pilares de la liberación femenina, se fomentó, especialmente durante la Segunda República, la formación de las militantes en aspectos educativos y culturales. En esta tarea fueron fundamentales las Casas del Pueblo, donde las mujeres encontraron un espacio para la alfabetización, la cultura y el aprendizaje sindical y político. Esta era una educación que a las mujeres les era negada en las instituciones al uso, pues era laica, de gran amplitud cultural, no sexista e igualitaria y fomentaba el compromiso político1. Los socialistas tenían claro que “educar a un hombre es educar a un ciudadano, educar a una mujer es educar a una familia”2. A pesar de todo esto, el sesgo de género estaba presente: muchos socialistas consideraban que los grupos eran “escuela de madres, escuela de esposas”3; y, de hecho, muchas de las mujeres acudían a las reuniones como tales.

Además de los Grupos Femeninos Socialistas, la otra vía de incorporación de las mujeres al socialismo será a través de su afiliación a la Unión General de Trabajadores, más próxima a los núcleos obreros. Este sindicato tenía un discurso reivindicativo de la posición femenina en el mundo laboral, considerándola como ciudadana con derecho a participar en la vida social. Durante estos años, consciente de la importancia de la afiliación de las mujeres y de los obstáculos a los que se enfrentaban, UGT defendía la consigna de “a igual trabajo, igual salario”. También introdujo algunos incentivos para la afiliación femenina, como bajar la cuota de afiliación a las mujeres y hacer propaganda entra las trabajadoras. Esto llevó a un incremento de la sindicación. No obstante, la UGT siguió, en la práctica, privilegiando una visión patriarcal y defendió reivindicaciones que perjudicaban a las mujeres4, en favor de una clase obrera masculina.

En el socialismo destacará Virginia González, la primera mujer con un puesto en las direcciones Ejecutivas del PSOE y la UGT. Combinó los planteamientos militantes y obreros con las reivindicaciones en contra de la inferioridad profesional, política y social de la mujer. Cuestionó, por tanto, la ideología masculina dominante tanto en el partido como en el sindicato. El caso de Virginia González como dirigente del sindicato fue una excepción, pues la mayor parte de los cargos de responsabilidad estaban ocupados por hombres. Finalmente, tras la ruptura en el seno socialista entre los partidarios de la II Internacional (socialistas) y los de la III Internacional (comunistas), Virginia González abandona el socialismo para convertirse en uno de los miembros fundadores del Partido Comunista de España.

Ya comentamos brevemente en el anterior artículo que, con la llegada de la Segunda República vendrá, para los socialistas, la oportunidad de desarrollar esas ideas y demostrar su compromiso político. En la práctica, la presencia femenina en los órganos de dirección del partido será, como siempre, muy escasa. Este período fue una “apuesta reformista y modernizadora en el plano legislativo e institucional, económico, laboral y, sobre todo, social […] nuevo marco de relaciones de género que, partiendo del sistema educativo, trataba de normalizar la presencia femenina en la esfera pública”5. Aparte de la concesión del voto femenino, se hicieron reformas en el Código Civil y en el Penal, se pusieron en marcha la ley del divorcio y el Seguro de Maternidad, pero nada se hizo para evitar la desigualdad salarial, considerado un tema polémico y secundario, demostrando una vez más que, en la lucha obrera, los intereses femeninos no son principales.

Durante la Segunda República, los partidos de izquierdas, como el socialista, se enfrentaron a dos obstáculos: el peso de la tradición y la brevedad del período.

En la Guerra Civil, el proceso de respuesta femenina ante la guerra antifascista y ante la lucha obrera lo llevarán a cabo las organizaciones femeninas. Una de estas es la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA)6, creada en 1933, que llegó a contar con 60.000 afiliadas. Tuvo un carácter interpartidista, con un fuerte peso de socialistas y comunistas, y una mayoría de estas últimas en su dirección. De hecho, su presidenta fue Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. AMA tuvo una gran capacidad de convocatoria en la retaguardia y se dedicó, sobre todo, a realizar actividades auxiliares de apoyo, renunciando a la revolución -social y también feminista- hasta alcanzar el triunfo en la guerra.

Las anarquistas

Ya desde la década de los setenta del siglo XIX, los anarquistas hablaban de la incorporación de la mujer a la lucha obrera, reivindicando los mismos derechos y deberes que los varones. Hicieron de “la mujer española” un arquetipo que servía como modelo a imitar para las obreras, a las que se animaba a participar en la acción sindical. Y por supuesto, como el resto de movimientos igualitaristas, exigieron educación para la mujer: no en vano la mujer, en su condición de madre, es la primera educadora del hombre.

El anarquismo se diferencia de otros movimientos obreristas revolucionarios. Estos últimos se centran en la opresión del terreno económico, en las relaciones de producción, pensando en la clase obrera como sujeto revolucionario. A diferencia de las corrientes de corte marxista, el anarquismo no hace centrales esas relaciones de producción en su crítica al orden social. El movimiento anarquista buscaba una transformación social por medio de una transformación en las relaciones entre individuos y, en esa línea, la transformación de las relaciones de género debía ser una condición esencial7.

Las mujeres anarquistas se definían como compañeras de los hombres en la revolución, y proponían simultanear la revolución social y la feminista: una no sería posible sin la otra. Con la Guerra Civil, se negaron a supeditar la revolución al triunfo de la guerra. Es decir, las anarquistas pretendían seguir avanzando en las conquistas de su sexo sin subordinarlas al triunfo en la guerra, al contrario que comunistas y socialistas, que relegaron las reivindicaciones feministas para centrarse en el único objetivo de vencer al franquismo.

En la línea de la CNT y la Federación Anarquista Ibérica (FAI), se creó en 1936 la Agrupación de Mujeres Libres, de la mano de Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Suceso Portales, con un carácter anarcosindicalista. Siguiendo con el pensamiento de Teresa Claramunt, estas anarquistas cuestionaron la superioridad masculina y defendieron la integración de la mujer en la lucha revolucionaria, que sería su objetivo más urgente. Hablaban, por tanto, de una doble ruptura simultánea: la erradicación del privilegio de clase y de la supremacía de lo que Suceso Portales denominó la “civilización masculina”.

Para cumplir con este objetivo, Mujeres Libres planteó como necesaria la liberación de la mujer obrera, que era esclava de la ignorancia, del trabajo y de su condición sexual. Por eso potenciaron la educación básica, la formación profesional y la libertad sexual. De esta forma, se puede decir que estas anarcosindicalistas tienen una idea organicista del Estado, pues defienden que “había que comenzar por cambiar el hogar para conseguir cambios en la sociedad y esta tarea de concienciación tenía mayor dificultad”8. Mujeres Libres entendió que la revolución libertaria no lo era si no incluía a las mujeres, y por eso buscaba la igualdad no sólo económica, política y de clases, sino también de los sexos.

Esta agrupación vio en la Guerra Civil un contexto favorable para su desarrollo, pues se necesitó la contribución de las mujeres en la guerra. Las mujeres traspasaron las fronteras del hogar para participar en la lucha antifascista, tanto desde el combate armado, como desde la retaguardia. Como organización anarcofeminista, Mujeres Libres llevó a cabo una lucha contra el sistema capitalista y el Estado, siguiendo las directrices del anarquismo; pero también contra el patriarcado, en consonancia con el feminismo. Entendieron que la emancipación femenina y la revolución social no eran excluyentes la una de la otra9. Sin embargo, y pese a todo, Mujeres Libres no pudo llevar a cabo todos sus proyectos de emancipación. En 1938, la CNT y la FAI no dejaron intervenir a esta agrupación en los programas políticos del movimiento: aunque sí apoyaban económicamente su desarrollo, Mujeres Libres no tenía ni voz ni voto.

En 1939, con el triunfo del franquismo y la derrota republicana, Mujeres Libres desparece en el exilio. Además, se desarticulan los Grupos Femeninos, acallando los avances que el socialismo había conseguido y sometiéndolos al exilio o a la desaparición.

Mujer y mundo del trabajo en la dictadura

Como la mayoría de las mujeres no se dedicaban al trabajo extradoméstico, era improbable que su actividad pública propiciase su afiliación al movimiento sindical clandestino. La militancia femenina en los sindicatos vino dada por otros factores, y uno de los principales fue la cultura transmitida por su familia. Fue la tradición obrerista familiar la que las condujo a conocer y simpatizar con los sindicatos: “el núcleo doméstico fue una de las vías de conservación y transmisión de la experiencia personal y de la memoria colectiva del pasado republicano y militante”10. Aparte de esa transmisión familiar, el acceso femenino al sindicalismo se vio estimulado por las relaciones personales creadas en círculos sociales y actividades de ocio.

Como hemos visto en el anterior artículo, en los sesenta, con la Ley sobre Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer del 22 de julio de 1961 se eliminaron algunas de las restricciones de acceso al trabajo femenino, pero el discurso social preponderante no cambió: el trabajo femenino siguió estando mal considerado.

En los años sesenta hay un gran cambio en el movimiento obrero, en sus objetivos y formas de lucha, debido a la apertura económica traída por el Plan de Estabilización y el fomento de la industria y a otros motivos de índole social. Aparecen nuevos sindicatos clandestinos como Comisiones Obreras, vinculado al Partido Comunista, y el sindicato Unión Sindical Obrera (USO), en la órbita de los círculos cristianos.

La entrada en el panorama de las organizaciones antifranquistas, que iban a adquirir una gran fuerza y preponderancia, no afectó sustancialmente, en principio, a la posición de las organizaciones obreras sobre la igualdad de los sexos. Esta nueva militancia, también mayoritariamente masculinizada, luchaba por la libertad y por los derechos laborales, pero las reivindicaciones de género seguían aparcadas, esperando la resolución de los grandes problemas que tenía una España en plena dictadura. Es verdad que empezó a haber conflictos protagonizados por trabajadoras, pero las estadísticas, la prensa y la propaganda sometieron a una clara invisibilidad a estas mujeres presentes en el conflicto laboral. Las mujeres empezaban a estar en la lucha obrera, pero “sus acciones no han pasado a la memoria colectiva ni han sido reflejadas en la historiografía al uso de manera proporcional a su participación real”11.

Los sindicatos clandestinos: UGT y CC.OO

Tras la Guerra Civil, la UGT fue sometida a la represión y el exilio y, durante la dictadura, fue un sindicato proscrito.

Aunque a principios de los años cincuenta las mujeres socialistas constituían una parte ínfima de los afiliados, tanto en el interior como en el exterior, hubo figuras femeninas destacables que lucharon por el socialismo en estos años de dictadura. Una de ellas es Julia Vigre, perteneciente a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE)12 de la UGT. Desde su salida de prisión, en la que estuvo varias veces, se implicó en la reconstrucción del PSOE y la UGT. En la cárcel también contribuyó a la causa socialista, estableciendo canales de comunicación entre las células locales, provinciales y regionales (entre ellos y con el comité central).

La dirección socialista en el exilio desarrolló una estrategia de contacto y colaboración con sindicatos extranjeros y con las internacionales sindicales. UGT rechazó la posibilidad de que sus miembros participaran en las elecciones para elegir representantes del Sindicato Vertical, ya que eso supondría conceder legitimidad a ese sistema franquista de representación de los trabajadores. Como consecuencia, la presencia de la UGT en las protestas y movilizaciones será más baja que otros sindicatos, como veremos en el caso de las huelgas del textil.

Por su parte, CC.OO. representa ese nuevo sindicalismo que se fue gestando en las fábricas durante la década de los sesenta, caracterizada por la apertura económica y el desarrollismo y, además, por el incremento de la presencia de las mujeres trabajadoras. La estrategia que siguió CC.OO. fue la de introducirse -sin siglas- en el Sindicato Vertical, el único legal, presentando a sus representantes a las elecciones que periódicamente convocaba el Régimen para elegir la representación de los trabajadores. Esta infiltración le permitió actuar desde esa posición en favor de los intereses de los obreros, pero también hacer factible la captación política. Esta estrategia de actuación también la llevaron a cabo los sindicatos católicos, como la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), que, junto a las Juventudes Comunistas y CC.OO., protagonizaron las primeras protestas en las fábricas.

Hay que tener en cuenta que CC.OO. surgió principalmente en sectores masculinizados, como la minería, la metalurgia y la construcción, de tal manera que las reivindicaciones femeninas no tenían cabida por inexistentes. A esto se le suma que, en los sectores feminizados, como el textil, la incidencia del trabajo a domicilio impedía la asociación y afiliación de mujeres al sindicalismo. Con esto, se crea un arquetipo masculinizado del militante: un varón obrero, trabajador de la metalurgia o la construcción, donde impera el sistema fordiano; casado y con hijos, pero con tensiones familiares derivadas de su militancia, muy comprometida, excluyendo otros aspectos de su vida13. Este arquetipo masculino se convertirá en universal, haciendo que las mujeres no se sintieran identificadas con él, afectando así a su afiliación. Las mujeres que tenían más presencia en el sindicato eran las que, de un modo u otro, copiaban ese modelo masculino, dejando de lado el resto de los aspectos de su vida y renunciando, por ejemplo, a la maternidad o el matrimonio, que las apartaba del movimiento sindical. De hecho, su participación como militantes de base fue infrecuente y su presencia en las estructuras de dirección durante el franquismo prácticamente inexistente. La mentalidad patriarcal de CC.OO. era clara a la hora de concebir a las mujeres no como seres autónomos, compañeras de lucha, sino como las “mujeres de…”14. La solidaridad entre mujeres y el apoyo doméstico fueron esenciales para mantener la estructura del sindicato: que las mujeres se hicieran cargo del hogar, no dedicándose a la militancia personal, pero sí apoyando la militancia de sus maridos, favoreció el desarrollo de la lucha obrera, al quitarle esa carga a los hombres, que se convirtieron no sólo en líderes, sino en el molde del movimiento obrero.

A pesar de todo, en los sesenta, con la creciente incorporación de las mujeres al mundo laboral, llegó el incremento del número de simpatizantes de CC.OO., así como un mayor interés por recoger las reivindicaciones femeninas. Este interés se tradujo en el nacimiento del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), impulsado por el PCE.

Esta organización fue decisiva en el proceso de concienciación de las mujeres, tanto desde el punto de vista sindical y político, como feminista. Su actividad principal fue repartir propaganda en los barrios donde la organización femenina empezaba a gestarse e implicarse en el asociacionismo de barrio. Esto es importante, pues, durante estos años, se llevó a cabo el conocido éxodo rural, haciendo que la ciudad de Madrid (entre otras) fuera testigo de un incremento de su población y del nacimiento -y crecimiento- de nuevos barrios obreros. Esta emigración, como es lógico, trajo consigo el aumento del número de trabajadoras, que resultaron ser mano de obra barata15. El flujo migratorio hizo indispensable la participación de las mujeres en la economía familiar, debido también al aumento del coste del nivel de vida y al estado del bienestar, que veía en la familia la unidad básica de consumo. Las mujeres del MDM y las presentes en estos barrios, al igual que aquellas pertenecientes al sindicato, no encontraron apoyo de sus compañeros, pues éstos luchaban por el conjunto de la clase obrera, que no entendía de reivindicaciones específicas y que seguía el modelo masculino del que ya se ha hablado. La militancia femenina era considerada secundaria. De hecho, las movilizaciones que se dan en el textil y en otros sectores feminizados fueron muchas veces invisibilizadas porque sus protagonistas eran mujeres; y, también, se ocultaba su acción cuando se neutralizaba su sexo con el muy utilizado “trabajadores” (aunque el 90% de la plantilla movilizada fueran mujeres). Todo esto, la escasa presencia de mujeres en los puestos directivos16, la invisibilización de la militancia y conflictos femeninos y la creación de un modelo masculino con el que no se identificaban, propició el abandono de la militancia de las mujeres.

En el ámbito del comunismo, se entendió que había una necesidad de hacer “una revolución en las mentalidades”17 en el partido y en el sindicato. Se trataba de impregnarlos de feminismo, pues en su interior la discriminación de la mujer era real y los militantes comunistas tenían, todavía, ideas contrarias al feminismo. Podemos hablar de una doble moral del sindicato: defendían los derechos de la mujer, pero daban la espalda a los cambios que esa defensa podría traer en la lucha obrera. De hecho, ya en la Transición, concretamente en 1981, CC.OO. declara que el 97% de su Consejo Federal estaba constituido por varones18. Podría decirse que la segregación laboral de las trabajadoras se traduce en la afiliación sindical, pues éstas ocupan los puestos más bajos, igual que en las empresas.

A pesar de que muchos sectores de mujeres pensaban que las estructuras de participación exclusivamente femenina, dedicadas únicamente a la cuestión de la mujer, no fomentaban la integración real de las mujeres en el sindicato, CC.OO. creó a finales de los setenta las Secretarías de la Mujer, para encargarse de las cuestiones específicamente femeninas y para actuar de puente entre el feminismo y el movimiento sindical. Estas Secretarías no sólo se centraron en incorporar las reivindicaciones de carácter feminista a las reivindicaciones generales del sindicato, sino que pusieron el foco de atención en asuntos que nunca se habían tratado, como el acoso sexual o el maltrato.

La creación de organismos específicamente femeninos dentro de las líneas de partidos o sindicatos, llevaron a las feministas al debate de la doble y única militancia, especialmente en los años ochenta, aunque es una discusión que tuvo lugar durante buena parte del siglo XX. Para las defensoras de la doble militancia, el feminismo como movimiento social necesitaba del socialismo para abrirle paso a su desarrollo en un contexto que lo favoreciera, en una sociedad igualitaria en todos los ámbitos. Por su parte, las partidarias de la única militancia concibieron el feminismo “como un movimiento político en sí, transformador de toda realidad existente”19, cuyo objetivo de acabar con la opresión patriarcal llevaría a la finalización de la subordinación de otros grupos sociales. El debate giraría, a grandes rasgos, entre las categorías de sexo y clase: qué opresión es la primera y cuál es la que sirve de nexo entre las mujeres.

La afiliación sindical femenina decreció en la década de los ochenta, en el seno de los sindicatos, por diversas circunstancias, que se añaden a las mencionadas anteriormente. En primer lugar, la priorización, con los Pactos de la Moncloa, de la economía por encima de las protestas de las mujeres. En segundo lugar, la imposibilidad de compaginar las tareas del hogar con la actividad sindical, unida a la incomprensión y falta de apoyo de los familiares de las trabajadoras. Y a todo esto se le suma que los sindicatos no se plantearon la problemática del ama de casa como mujer trabajadora, lo que hacía que éstas no sintieran la necesidad de afiliarse, ni tuvieran conciencia de ello.

Conclusiones

En definitiva, el movimiento obrero, desde sus conflictos y reivindicaciones hasta su actuación   en   el   seno   de   las   organizaciones, sigue   un   modelo   completamente masculinizado. Por tanto, sin esas mujeres valientes que se enfrentaron a esas dos luchas (a la de la masculinización del conflicto y a la de sus derechos laborales), quizás sectores feminizados no hubieran tenido oportunidad de reivindicar sus derechos y conseguir mejoras durante esos difíciles años. El impulso de esas mujeres desde las Juventudes Comunistas (resuenan entre sus filas los nombres de Natividad Camacho, Dulcenombre Caballero y Rosario Arcas en el ámbito del textil-confección madrileño), y también desde los sindicatos católicos (JOC y HOAC), fue lo que consiguió fraguar las comisiones obreras de fábrica, y hacer que las reivindicaciones se volvieran más específicas, con huelgas menos espontáneas, más organizadas y con un alto grado de seguimiento entre las trabajadoras. Fueron estas mujeres en las bases de los sindicatos las que determinaron una lucha que permitió la mejora sustancial de sus condiciones laborales

Sin embargo, los sindicatos clandestinos, a pesar de abogar en la teoría por la igualdad entre sexos, no se caracterizaron por el apoyo incondicional a estas reivindicaciones femeninas. En sectores feminizados, la intervención sindical en los conflictos durante la Transición no fue tan decidida como en otros sectores. Por eso fue importante, no sólo la acción de las pocas mujeres presentes en esos sindicatos clandestinos, como las que hemos mencionado, sino también la actividad de aquellas mujeres sin filiación definida, que se arriesgaron por defender sus derechos.

Después de todo, creo que es seguro afirmar que estudiar la Historia sin una perspectiva de género es siempre un proceso incompleto.

1 Aroca Mohedano, Manuela, “Mujeres en las organizaciones socialistas durante la dictadura”, en Ana Fernández Asperilla (coord.), Mujeres bajo el franquismo: compromiso antifranquista, 157-183, Madrid: Amesde, 2008, p. 9.

2 Capel Martínez, Rosa María, Socialismo e igualdad de género. Un camino común. 30º aniversario de la Secretaría de Igualdad, 1ª ed., Madrid: Editorial Pablo Iglesias, 2007, p. 75.

3 Capel Martínez, Rosa María, “Mujer y socialismo (1848-1939)”, Pasado y memoria: Revista de Historia Contemporánea, n.º 7 (2008): 101-122, p. 111.

4 De la Calle Velasco, M.ª Dolores, “La sindicación femenina en la UGT. De las sociedades de oficios al sindicalismo de masas”, en Cien años…, pp. 71-86.

5 Rodríguez López, Sofía, “El papel de las mujeres trabajadoras durante la guerra”, en Cien años…, pp. 131-147.

6 La AMA tuvo un equivalente en Cataluña: L’Unió de Dones de Catalunya.

7 Andrés Granel, Helena, “Mujeres Libres: el problema sexual y la revolución”, en María Dolores Ramos Palomo (coord.), Tejedoras de ciudadanía. Culturas políticas, feminismos y luchas democráticas en España, 153-166, Málaga: Universidad de Málaga, Colección Atenea-Estudios sobre la Mujer, 2014, p. 153.

8 Sánchez Blanco, Laura, “Anarcofeminismo en España: las propuestas anarquistas de Mujeres Libres para conseguir la igualdad de géneros”, Foro de Educación 5, n.º 9 (2007): 229-238, p. 235.

9 Salomón Chéliz, María Pilar, “Anarquismo, género e identidad nacional”, en Tejedoras de ciudadanía…, pp. 115-131.

10 Borderías, Cristina, Borrell, Mónica, Ibarz Jordi y Villar, Conchi, “Los eslabones perdidos del sindicalismo democrático: la militancia femenina en las CCOO de Catalunya durante el franquismo”, Historia Contemporánea, n.º 26 (2003): 161-206, p. 182.

11 Muñoz Ruiz, María del Carmen, “Género, masculinidad y nuevo movimiento obrero bajo el franquismo”, en Del hogar a la huelga…, pp. 245-285.

12 El sector de la enseñanza es uno de los pocos donde se consiente la actividad laboral de las mujeres.

13 Muñoz Ruiz, María del Carmen, “Género, masculinidad y nuevo movimiento obrero bajo el franquismo”, en Del hogar a la huelga…, pp. 245-285.

14 Varo, Nuria, “Entre el ser y estar. Las mujeres en las Comisiones Obreras del área de Barcelona durante el Franquismo”, comunicación presentada al XIII Coloquio Internacional de la AEIHM: La Historia de las mujeres. Perspectivas actuales, Barcelona, 19-21 octubre, apud. Sarasúa, Carmen y Molinero, Carme, “Trabajo y niveles de vida en el franquismo. Un estado de la cuestión desde una perspectiva de género”, en La historia de las mujeres…, pp. 309-354.

15 Díaz Sánchez, Pilar, El trabajo de las mujeres en el textil madrileño. Racionalización industrial y experiencias de género (1959-1986), 1ª ed., Málaga: Colección Atenea-Estudios sobre la Mujer, Universidad de Málaga, 2001, p. 70.

16 Al no disponer de tiempo por las tareas del hogar y la maternidad, la mayoría de los responsables y los representantes de las organizaciones políticas son hombres. Serán excepción, en el PCE, la presencia de Pilar Brabo, Cristina Almeida y Amparo Rubial.

17 Sereno Seco, Mónica, “A la sombra de ‘Pasionaria’. Mujeres y militancia comunista (1960-1982), en Tejedoras de ciudadanía…, pp. 257-282

18 López Hernández, M.ª Teresa, “Participación y representación sindical femenina en Comisiones Obreras (1970-1982)”, Cuestiones de género: de la igualdad a la diferencia, n.º 4 (2009): 121-146, p. 135.

19 Gahete Muñoz, Soraya, “¿Sexo contra sexo o clase contra clase? El género y la clase en los debates del feminismo español (1975-1980)”, Kamchatka: revista de análisis cultural, n.º 14 (2019): 245-266, p. 247.

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