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Teorías de la Conspiración: qué son, qué las causa y por qué son instrumentalizadas por los populismos de derechas

Artículo escrito por Oriol Navarro (@Infusionlogica), graduado en Filosofía, Política y Economía (UAM, UC3M y UPF) y con máster en Crítica y Argumentación Filosófica (UAM). Tiene un canal de YouTube de crítica política y divulgación con el nombre de Infusión Ideológica (https://www.youtube.com/c/InfusiónIdeológica).

La nueva década está siendo un periodo extraño. Al poco de empezar 2020, una terrible pandemia que sacudió al globo entero nos hizo encerrarnos en nuestras casas y proteger nuestros rostros con mascarillas. Este aislamiento relegó la comunicación a la esfera digital, un espacio dominado por unas redes sociales que ya habían marcado la década anterior y cuyas dinámicas habían favorecido un discurso público rápido y emocional. En tiempos de posverdad, ante un evento aparentemente impredecible y tan impactante como la pandemia del COVID-19, en las redes se han generado y difundido muchos relatos que lo explican y dan un sentido. Esto ha demostrado ser un caldo de cultivo perfecto para un tipo de relato muy concreto, las Teorías de la Conspiración (en adelante abreviadas como TC), en las que se acusa a un grupo malévolo de organizar un complot en el que el virus cumple una función concreta. Los grupos malévolos podían ser desde gobiernos como China o Estados Unidos hasta millonarios poderosos como Bill Gates o George Soros. Los objetivos posibles también abundaban, desde desestabilizar al por entonces presidente Trump hasta reducir el peso de las pensiones con la muerte de ancianos o vacunar a las poblaciones con microchips. Pero aunque algunos elementos concretos varían, muchos aspectos estructurales de las TC se mantienen, aspectos que también coinciden con conspiraciones más antiguas. Por otro lado, internet y concretamente las redes sociales están jugando en todo ello un papel novedoso.

Pero la pandemia de 2020 no es la única sorpresa de la nueva década. Apenas recién empezado el año 2021, el día 6 de enero vivimos un fenómeno de una naturaleza extraordinaria: el asalto al Capitolio de los Estados Unidos. Si bien sabíamos que los partidarios de Trump rozaban el fanatismo y que muchos estaban convencidos de que el recuento de votos había sido fraudulento, algo de tal magnitud como un asalto al Congreso en plena sesión de certificación de la victoria de Joe Biden resultaba impensable para la mayoría. La imagen era grotesca: manifestantes autodenominados patriotas amenazando bandera en mano su tan americana democracia. Pero algunas cosas no encajaban en esa imagen, como que algunas banderas de los Estados Unidos tuvieran una enorme Q impresa en ella o que el perpetrador más fotografiado del asalto fuera ataviado con pieles de animales y portara dos cuernos en la cabeza. En realidad, esos elementos no solamente encajaban sino que eran responsables directos del crimen. Muchos de los participantes realmente pretendían estar salvando su democracia pero no por algo tan sencillo como estar interrumpiendo un supuesto fraude electoral: creían estar evitando que el gobierno volviera a caer en manos de un grupo de satánicos caníbales y pedófilos cuyo objetivo final es destruir las libertades estadounidenses y subyugar el país y el resto de naciones bajo un gobierno mundial. Si se cree firmemente que esos eran los que se disponían a tomar control del gobierno, el asalto al Capitolio se vuelve mucho más comprensible. Esta creencia, por disparatada que pueda parecer, es el núcleo de una TC llamada QAnon en la que confiaba el 15% del electorado republicano en el momento del ataque (Yahoo News & YouGov, 2020). Pero aunque la culminación de QAnon se diera en 2021, la realidad es que es una TC que empezó formalmente en 2017 y cuyas raíces son incluso anteriores.

¿Qué son las Teorías de la Conspiración?

Es innegable que las conspiraciones de gobiernos o grupos secretos existen y sospechar de ello a veces es parte del sentido común. Esto revela la problemática del estudio y definición de las TC. Empecemos aclarando conceptos. Una conspiración requiere de un grupo de personas actuando en secreto, algo sugerido por la propia etimología de la palabra, que viene del latín con (con) – spirare (respirar), es decir, respirar en grupo, imagen que puede insinuar susurros y sigilo. El carácter secreto de las conspiraciones nos sugiere también malicia, ya que algo que se ha de hacer al amparo de la sombra no suele tener buenas intenciones, aunque por supuesto dependerá del contexto y propósito de la conspiración. Por otro lado, una teoría se puede entender como una propuesta de explicación, que no tiene por qué ser ni falsa ni cierta.

De esta manera, una forma de entender las TC sería como propuestas de explicar eventos en base a supuestas conspiraciones, que podrían ser tanto ciertas como falsas. Esta forma de definirlas sería distinta a la forma común de entenderlas, que suele sugerir como matiz que la creencia en TC es un pensamiento incorrecto o incluso patológico y no basado en pruebas. Esto se debe a que en muchos casos la creencia en ciertas TC no está demasiado respaldada por pruebas o que incluso hay explicaciones alternativas con una apariencia más plausible. Además, dichas TC son relatos compartidos por grupos de personas que culpan a otros grupos de ciertos males. Por ello, aunque no neguemos que las conspiraciones existen y dichas teorías podrían llegar a ser acertadas, en este artículo vamos a entender las TC por la primera definición dada en este párrafo pero también como una cierta manifestación paranoica intergrupal.

Una forma de paranoia intergrupal

Para poder hablar de paranoia entre miembros de diferentes grupos, es necesario dar alguna forma de conceptualización de la cognición paranoide a nivel intergrupal. Para ello vamos a servirnos de la definición de Kramer y Schaffer (2014) de paranoia intergrupal, que entienden como percepciones que algunos miembros individuales de un grupo tienen de sí mismos —y de su grupo— como acosados, amenazados, dañados, subyugados, perseguidos, acusados, maltratados, agraviados, atormentados, menospreciados o vilipendiados por otro grupo o sus miembros individuales. En base a la investigación acumulada sobre las consecuencias afectivas y cognitivas que tienen las estructuras de interdependencia en el desarrollo de las relaciones intergrupales, en este mismo artículo (Kramer & Schaffer, 2014) se argumentaba que las estructuras asimétricas de interdependencia, caracterizadas por diferencias en el poder, el estatus o la dependencia entre grupos, juegan un papel central en el desarrollo de la paranoia intergrupal.

Al ser las TC una especie de paranoia colectiva donde se sospecha que otro grupo está tratando de engañar o herir a los miembros del grupo propio, estas requieren de una fuerte percepción de límites intergrupales. Algunos investigadores (Van Prooijen & Van Lange, 2014) argumentan que creer en TC está asociado con sentimientos de rechazo por parte del grupo externo y con un fuerte sentimiento de conexión con el grupo interno que se percibe como amenazado. Esta percepción de que el propio grupo está siendo amenazado por otro u otros grupos puede ser alimentada por diversos motivos: desde la sensación de que el propio grupo es marginalizado por el resto de la sociedad hasta por prejuicios de todo tipo, ideología o clara hostilidad intergrupal. Es por ello que la creencia en las TC se asocia tanto con un fuerte sentimiento de conexión con y preocupación por los compañeros del propio grupo que se siente victimizado, sentimiento que sería reforzado por la propia creencia en las TC ya que la existencia de un grupo externo amenazador aumenta la identificación, cohesión y armonía dentro del grupo (Tajfel & Turner, 1979). Esta tensión entre grupos sociales también se traduce en que las TC suelen tener un componente político.

Causas sociales y el papel de la ansiedad

Diversos estudios han señalado una serie de causas que explican el aumento social de la paranoia y la creencia en TC, como el auge del terrorismo islámico, el papel de los medios en crear un clima de miedo, la subida de las tasas de urbanización —que está demostrado que se relaciona positivamente con el aumento de psicosis—, el incremento del aislamiento social e incluso el efecto de las migraciones en los propios migrantes y las poblaciones locales (Freeman & Freeman, 2008). Aparte del miedo, todas estas causas tienen una emoción común, la ansiedad. Esto tampoco debería sorprender demasiado, ya que la preocupación y la ansiedad son manifestaciones ante la anticipación de una amenaza que no está bajo control, manifestaciones que a su vez provocan que uno esté más atento a indicios de dicha amenaza y a que piense sobre ello, por lo que la conexión con la paranoia se hace patente. De esta manera, altos niveles de ansiedad son terreno muy fértil tanto de paranoia interpersonal como de paranoia intergrupal. Un estudio (Wilder & Simon, 2001) sugirió que, ante situaciones en las que miembros de un grupo tienen que interpretar información ambigua sobre miembros de otro grupo, el miedo y la ansiedad favorecen que la información consistente con estereotipos de ese grupo sea sobrevalorada a la hora de emitir un juicio, o, de manera similar, que nueva información que reciban de miembros de esos grupos sea interpretada en términos y marcos interpretativos de dichos estereotipos. De hecho, cuanto más ansiosos eran los participantes más probable era que ignoraran información específica contraria a los estereotipos de grupo de quien juzgaba.

Una manera de lidiar con dicha ansiedad es con relatos que, aunque sean preocupantes, dan un sentido y explicación a los problemas que originan la ansiedad. Sartre (1948) argumentaba que, en la mente del que los odia, con frecuencia el grupo enemigo está tan caracterizado por fuerzas y propiedades fantásticas que dicha representación apenas tiene ninguna semejanza con las características y hábitos reales de los sujetos que forman dicho grupo, con el claro ejemplo del judío como maestro conspirador que mueve los hilos del mundo que aún hoy es sostenido por muchos antisemitas. Smith (1996) conceptualiza este argumento con la idea de que los grupos enemigos a veces toman forma de quimera: constructos sociales de un grupo o figura política al que se le atribuyen poderes fantásticos que están fuera de sus posibilidades. A diferencia de contemplar su poder de manera realista, atribuir al enemigo un poder abrumador y extenso en sus posibilidades, fuera de lo que es fácticamente posible, permite culpabilizarlos de muchas más desgracias. Esto también facilita el relato de la lucha del bien contra el mal al servir de una clara y poderosa figura del mal contra la que construir en su diferencia al propio grupo como honorable, justo y moralmente justificado. Un experimento (Sullivan et al., 2010) expuso que sus participantes mostraban mayores niveles de autopercepción de control personal cuando se les exponía a información del enemigo (Al-Qaeda) como poderoso y difícil de comprender que a los participantes que habían sido expuestos a un retrato más débil o más definido en sus limitadas capacidades.

Por otro lado, el nosotros, el grupo amigo con el que se identifica el sujeto que experimenta la paranoia intergrupal, es también una construcción social, muchas veces más definido por lo emocional que por lo sociológico. El grupo amigo suele tomar una forma compacta y homogénea, sin contrastes o variedad interna y, al igual que el grupo enemigo, toma una naturaleza moral al ser identificado con lo bueno, justo y correcto. Además de legitimar las acciones que se puedan cometer en pos de la defensa del grupo, esta definición emocional fomentará que los sujetos se identifiquen de una manera fuerte con el grupo, renunciando parcialmente a su individualidad.

¿Algo propio de los populismos de derechas?

Son muchas las conexiones y tendencias similares entre las TC y el populismo, que también desarrolla oposiciones maniqueas de un pueblo bueno y puro contra una élite maligna y corrupta. Ambos discursos suelen compartir antielitismo y desconfianza en los expertos. También construyen una amenaza externa para el grupo interno, ofreciendo un esquema binario para comprender los eventos y el estado de las cosas basado en una similar visión polarizada del mundo. En términos narrativos, ambos se basan en el arquetipo del héroe desamparado que lucha contra un poderoso villano y de la misma manera que las TC, el populismo ofrece soluciones simples a problemas complejos.

Por supuesto que las TC no tienen por qué ser exclusivas del populismo exclusionario de derechas. El populismo de izquierdas también puede construir esta clase de relato conspiranoico, siendo las élites económicas el enemigo y el pueblo el grupo amigo, aunque normalmente su idea de pueblo es más amplio e inclusivo. Pero también es cierto que el panorama político actual está mucho más marcado por las conspiraciones del populismo de derechas y que este tipo de populismo está fácticamente mucho más conectado con la posverdad y sus estrategias comunicativas. Los datos muestran una correlación entre creer en TC y apoyar a la derecha populista, además de desconfiar de la sociedad y de las instituciones (Oliver & Rahn, 2016). También se ha correlacionado de manera significativa la creencia en TC con el respaldo de jerarquías basadas en grupos superiores y otros inferiores y con la creencia de que uno debe someterse a las convenciones y a las autoridades legítimas y ser castigado si no las obedece.

De esta manera, el discurso populista de derechas y las TC tienden a complementarse. Es más, la extrema derecha populista suele señalar a las élites “globalistas” como conspiradoras contra el pueblo en pos de crear un Nuevo Orden Mundial totalitario. Sin duda las conspiraciones se han convertido en un popular medio para articular una oposición a las fuerzas del capitalismo internacional y el surgimiento de un orden político transnacional, por lo que el solapamiento entre ambos discursos a veces es absoluto. Tampoco es esto algo novedoso; ya en 1945, en su libro La Sociedad Abierta y sus Enemigos, Karl Popper afirmaba que el totalitarismo se fundamentaba en TC. Lo que sí es novedoso es el papel de internet y las redes sociales.  El flujo masivo de información impide un buen control de calidad, algo que combinado con unos algoritmos que fomentan que lo histriónico y lo polémico se expanda, genera un clima muy receptivo para la proliferación de todo tipo de bulos. La tecnología no es neutral y está fomentando la desinformación y la crispación. Todo apunta a que la derecha populista del miedo al diferente seguirá capitalizando esta ola de desinformación, convirtiendo las TC en una de las claves para entender el panorama político presente y venidero.

Bibliografía

Freeman, D., & Freeman, J. (2008). Paranoia: The 21st-century fear. Oxford University Press.

Kramer, R., & Schaffer, J. (2014). Misconnecting the dots: Origins and dynamics of out-group paranoia. En J. Prooijen & P. Lange (Eds.), Power, Politics, and Paranoia: Why People are Suspicious of their Leaders (pp. 199-217). Cambridge: Cambridge University Press. doi:10.1017/CBO9781139565417.015

Preti, A., & Cella, M. (2010). Paranoia in the “normal” population. New York: Nova Science

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Oliver J.E. , Rahn W. M. (2016) Rise of the Trumpenvolk: Populism in the 2016 Election. The annals of the American Academy of Political and Social Science. 2016;667(1):189-206.

doi:10.1177/0002716216662639

Sartre, J.-P. (1948). Anti-Semite and Jew. New York: Schocken Books.

Smith, D. N. (1996). The social construction of enemies: Jews and the representation of evil. Sociological Theory, 14, 203–40.

Sullivan, D., Landau, M. J., and Rothschild, Z. K. (2010). An existential function of enemyship:

evidence that people attribute influence to personal and political enemies to compensate for

threats to control. Journal of Personality and Social Psychology, 98, 434–49.

Tajfel, H., and Turner, J. C. (1979). An integrative theory of intergroup conflict. En W. G. Austin and S. Worchel (Eds.), The social psychology of intergroup relations (pp. 33–47). Monterey, CA: Brooks/Cole.

Van Prooijen, J., & Van Lange, P. (2014). The social dimension of belief in conspiracy theories. En J. Prooijen & P. Lange (Eds.), Power, Politics, and Paranoia: Why People are Suspicious of their Leaders (pp. 237-253). Cambridge: Cambridge University Press.   doi:10.1017/CBO9781139565417.017

Wilder, D. A. , & Simon, A. F. (2001). Affect as a cause of intergroup bias. In R. Brown & S. Gaertner (Eds.), Blackwell handbook of social psychology: Intergroup processes (pp. 153–172). Malden, MA: Blackwell.

Yahoo! News & YouGov (2020/10/19) Yahoo! News Presidential Election. Recuperado de: https://docs.cdn.yougov.com/77ukszgou2/20201019_yahoo_tabs.pdf

Oriol Navarro recibe la beca “Ayuda para el fomento de la investigación en estudios de máster-UAM 2020”.2. Por ello, está afiliado a la Universidad Autónoma de Madrid

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