1. Introducción
En el presente trabajo se pretende llevar a cabo una pequeña aproximación al pensamiento del filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) a través de algunas de sus obras más importantes como ‘El principio de esperanza[I]’ (1949) o ‘El ateísmo en el cristianismo’ (1968) pero, sobre todo, de la serie de conferencias impartidas en 1965 que conforman el libro ‘¿Despedida de la utopía?’. Con ello trataremos de intorudirnos en algunos de los postulados fundamentales de su filosofía, centrándonos en aquellos puntos y conceptos que creemos pueden ser hoy de más actualidad.
Con esta aproximación trataremos de demostrar la total vigencia (y la más que necesaria oportunidad) que posee la filosofía de Bloch para nuestra época; una época en la que, aún de manera más aguda que en las anteriores, estamos viviendo una total parálisis imaginativa y una completa neutralización de nuestras capacidades para plantear formas alternativas y emancipadoras de imaginar el mundo y organizar nuestra realidad social, en una deriva de largo alcance con implicaciones políticas muy graves que cada vez parecen estar haciéndose más evidentes.
Así, como afirma Layla Martínez, la oleada distópica lo ha inundado todo, sin casi ninguna excepción, resultando casi imposible encontrar productos culturales relevantes (y ya no digamos de consumo masivo), al estilo de series o películas, en los que se imagine un mundo utópico o simplemente mejor que el presente, lo que tiene graves implicaciones, ya que “imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor” [1]. En este sentido, la filosofía de Bloch, eminentemente centrada en la utopía como palanca para la emancipación, adquiere un papel esencial, pues como tan certeramente indicará Adorno: “únicamente a quien sea capaz de imaginar una sociedad distinta a la presente podrá esta convertírsele en problema; únicamente en virtud de lo que no es se hará patente lo que es”[2].
2. La historia no ha acabado: en torno a la noción de «posibilidad»
Como punto de partida, cabe comenzar postulando que la esperanza y la utopía son aún posibles porque el mundo no está totalmente determinado y la historia no ha acabado. Así, como afirmará Bloch, “si el mundo estuviera concluido por completo, si nosotros estuviéramos completos, si todo estuviera terminado, nada podría darse”. En dicho caso, todo lo posible sería ya algo real[3]. Sin embargo, lo real es proceso, “y este es la mediación muy ramificada entre presente, pasado no acabado y, sobre todo, futuro posible”, de tal forma que la realidad del ser y el propio ser están abiertos, son movibles y modificables, “tal como se muestra en tanto que ser material-dialéctico, tienen en su fundamento como en su horizonte este poder devenir inconcluso, este no-ser-todavía-concluso”[4]. Por ello, y pese a los intentos del totalitarismo capitalista y su machacona insistencia en el fin de la historia y los there is non an alternative, el tiempo está preñado, por lo que existe una posibilidad objetiva, una «posibilidad objetivo-real», que se presenta no como potentia, sino como potentialitas, es decir, como “mar que rodea lo real existente y es infinitamente mayor que el territorio de lo real existente”[5].
Esta posibilidad, la posibilidad objetivo-real frente a la mera posibilidad formal, se postulará entonces como una categoría fundamental en la filosofía de Bloch que, según él, habría sido ninguneada a lo largo de la historia de la filosofía, desde Diodoro hasta Hegel pasando por Kant, y que sería sumamente importante porque vendría a servir para situarnos en contra de “aquel ordo sempiternus verum en el que todo lo que puede tener lugar ya ha tenido lugar o está planeado como si fuera real”[6]. Así, lo posible real-objetivo haría referencia a ese poder-ser que se encuentra no sólo en el pensamiento, sino también en el conocimiento, de tal forma que designa “una gradualidad de la fundamentación científico-objetiva, de acuerdo con la cognoscibilidad científica incompleta de las condiciones objetivamente presentes”[7]. Y es que, como afirma Mondragón: “La posibilidad es un modo de ser peculiar y extraordinario que circunda la realidad dada y, sobre todo, la precede”[8].
La noción de posibilidad será entonces fundamental para poder avanzar a la de utopía porque “Allí donde nada se puede ya y nada es posible, la vida se ha detenido”[9]. En este sentido, el hombre se postula como posibilidad real de todo lo que se ha hecho de él en su historia y, especialmente, de todo lo que aún puede llegar a ser, por lo que “lo verdaderamente propio no se ha realizado aún ni en el hombre ni en el mundo”[10] y la esperanza, la disposición subjetiva de apertura al porvenir, constituye para el ser humano una dimensión indispensable en su constitución antropológica[11]. Como indica Pedro Laín, el materialismo dialéctico de Bloch se fundamenta así sobre la creencia de que “sólo la materia sería el seno de la fecundidad, del cual surgirían por modo inagotable todas las formas del mundo, siendo la esperanza la única capaz de extraer de esta materia todas las posibilidades, una potencia infinita”[12]. Y así, con todo ello, la verdad, el descubrimiento de las posibilidades que irrumpen en el presente, puede tomar perfectamente la forma de utopía, que deja de ser un mero divagar sobre el futuro y que no tiene contrario, ni es justa ni injusta, sino que únicamente se alcanza (se construye) o no se alcanza (no se construye).
3. El tiempo de la utopía
Para Bloch la reflexión sobre el tiempo será también esencial para la clarificación de su noción de utopía. Así, en su diferenciación de futuro auténtico e inauténtico, sostendrá este que la utopía deberá basarse necesariamente en el primero, el cual “se da cuando lo que se desea, lo que se ambiciona, todavía no está dado”. Así, en un recorrido hacia el futuro que no es que aún no está completo, sino que ni siquiera ha comenzado, dicho futuro auténtico acoge un verdadero «todavía-no-ser»: “una novedad que ningún hombre ha visto todavía, ni tampoco ha podido oír ni experimentar con sus sentidos”, ya que, pese a poder existir en estado de latencia, todavía no se ha originado: se trata así de lo «todavía-no-consciente», representación mental de lo «todavía-no-llegado-a-ser» en el mundo exterior, “un amanecer, un movimiento hacia adelante”[13].
Así, si bien Bloch afirmará que el futuro, el futuro de la novedad, el anhelo por lo nuevo, hizo su aparición muy tarde en la historia de la humanidad, este tiempo futuro como lo todavía no acaecido, pero lo aún posible, es presentado no como una serie de abstracciones vaporosas proyectadas en el porvenir, sino más bien como “una parte determinante de la realidad, que no es estática y cerrada, sino que se mueve en una dialéctica entre lo que es y lo que es en potencia o aún no-es y hacia lo que el ser humano se orienta”[14]. Y es que, la utopía no puede proyectarse hacia un “inauténtico futuro fuera del tiempo” en el que solo el trayecto sea futuro y el lugar esté dado como una lejana isla feliz. De lo que se trata para Bloch es de un aplazamiento en el tiempo, en el que, en lugar de afirmar un viaje utópico a esa isla lejana de la redención y la reconciliación, “el contenido mismo todavía no ha aparecido; todavía no ha llegado a ser”[15].
En este sentido, el topos utópico se presenta como el último topos humanos, en tanto que representa “la fuerza de la re-presentación [en la que] hay también una propensión, no solo una intuición: una anticipación”, que sería lo que verdaderamente correspondería al hombre moderno. Este topos implica una “relación meditada con el futuro, un contenido de esperanza racionalizado” que crece por sí misma dentro del propio ser humano, por lo que la conciencia utópica, el anhelo de esperanza, se mantiene científicamente, y “lo utópico es, propiamente, lo característico del hombre”[16]. Y todo ese contenido imaginado, proyectado, si bien siempre debe realizarse en el futuro, puede (y a veces debe) darse como un «futuro en el pasado», en algo así como: imaginar un futuro distinto, pero teniendo muy en cuenta nuestro pasado, en una tensión dialéctica que se resolvería transformando el presente, horizonte de la historia pasada y punto de referencia de la historia futura, pero, sobre todo, momento de oportunidad revolucionaria.
4. «Utopías concretas» contra islas futuras y lejanas
Como uno de los puntos centrales de toda la “filosofía de la utopía” de Bloch, y separándose en este punto acusadamente de la gran mayoría de la tradición utópica, para este es fundamental el hecho de que la «posibilidad objetivo-real de la utopía» implica necesariamente una determinación parcial, la determinación de ciertas condiciones que tienen que estar dadas para que algo sea posible, lo que apunta a “una realidad en la que estamos, en la que vivimos y en la que caben todos nuestros sueños”[17]. Así, “la esperanza que surge eventualmente y no se doblega, necesita de la conciencia política, cultural y filosófica para poder pasar del mero estado de la idea al de la existencia física”[18]. Todo ello conducirá a Bloch a denunciar el utopizar abstracto sin conexión alguna con el curso de la historia o del mundo, esto es, el utopizar sin un mínimo apego a las posibilidades lógico-reales de lo proyectado, por el riesgo de conducir al horror y al infierno, pues “cuando la conexión con la actualidad, con la tendencia y con la latencia, con aquello que está preñado del todavía-no-llegado a ser [..] falta o no es suficientemente examinada, surgen grandes peligros”. Así, respecto a las utopías sociales resultará esencial trazar un itinerario social que permita avanzar teniendo muy presente el entorno[19].
Ahora bien, contra la posibilidad de dicha posibilidad, es decir, para el mantenimiento de lo existente, afirmará Bloch, en una maravillosa defensa de la dialéctica a raíz de una reflexión sobre la parusía, que son totalmente útiles las conciencias y emociones estáticas, las cuales solicitan “la satisfacción de haber alcanzado algo: la transformación de la esperanza en confianza o en desesperación”, ambas negadoras de cualquier posibilidad por ser representantes ya de algo decidido y cerrado, de tal forma que “No necesito creer en aquello que ya existe”[20]. Así, la esperanza, en contra de tales pretensiones, constituirá para Bloch, siguiendo en este punto completamente a Marx, nuestra tarea para promover las posibilidades que se encuentran en estado de gestación, pues “el mundo posee, ya de largo tiempo atrás, el sueño de una cosa de la que sólo necesita llegar a poseer la conciencia para poseerla realmente”[21].
Las utopías serán así para Bloch necesariamente revolucionarias pues se trata de “representaciones pertenecientes a grupos que minan una sociedad dada y dinamitan, o preparan una voladura mediante el sueño de un mundo más bello, de una sociedad mejor”, siempre que no flotan en el vacío, sino que “guardan relación con la tendencia en el tiempo que una sociedad posterior prepara o de la que ya está preñada”[22]. En este sentido, las utopías han de dotarse obligatoriamente de un itinerario de viaje que muestre cuales son las “tendencias y latencias de la sociedad actual” a partir de las que podrá abrirse paso. Así, como introdujo Marx a partir de la mediación dialéctica, la cuestión no consistirá entonces en realizar una serie de ideales abstractos, sino en poner en libertad la esencia de la que la sociedad actual está preñada. Por ello, para Bloch, no se puede prescindir de la utopía como algo concreto, de la utopía como «utopía concreta», sin la cual “aquello que es real y objetivamente posible y que puede ser pensado previamente como utopía, nunca se realizará” y para la que es necesaria “traer el conocimiento hasta la utopía”[23]. Esta «utopía concreta» no supone entonces paradoja ninguna porque implica una consonancia entre tendencia y latencia donde, sin embargo, la tendencia guía, se satisface relativamente y se afirma dialécticamente.
Ahora bien, pese a esta gran insistencia en lo esencial de los elementos lógico-reales y configuradores de un itinerario para no caer en utopías abstractas, Bloch también advertirá por otro lado, al más puro estilo benjaminiano, que es necesaria una cierta dosis de lo escatológico, lo misterioso, lo claroscuro, para empujar la utopía hacia adelante, ya que sólo así “surge ahora de pronto la luz de lo dionisiaco, emerge de lo mítico un elemento portador de luz”[24]. Es decir, que es necesaria también esa «débil fuerza mesiánica»[25]. Así, tratando la relación entre lo arcádico y lo utópico, constituyendo el primero ese deseo débil y suave que se proyecta de forma pasiva hacia esa isla alejada geográficamente, defenderá Bloch que será también necesario que esta irradie en las utopías funcionando “como correctivo contra la utopía social que planifica en exceso y sacrifica demasiado, y que en la realidad ha llegado al punto en el que ya está construyendo [..] penalizando la pérdida del objetivo mientras se construye el camino”[26]. Porque, como señala tan acertadamente Mondragón, las utopías tienen que servir también como reencantamiento del mundo: del ser con la humanidad de la que forma parte[27].
5. Crítica como utopía, utopía como crítica
Esta «utopía concreta» si quiere mantenerse como tal tendrá, por tanto, como tarea principal mantener, estudiar y comprender las tendencias que residen en la esperanza[28]. Y es que, es solo a través de dicho conocimiento como se podrá manejar esa «posibilidad objetivo-real» de tal forma que no se convierta en una esperanza más o menos vaga ni pueda virar hacia el utopizar abstracto (no-revolucionario), sino que se mantenga firme a través de la “indicación del hecho fundado y se vuelva algo semejante al Estado Mayor intelectual para la transformación de nuestra realidad en otra que sea justa, buena, humana, soportable para los hombres y, en definitiva, construida para los hombres”[29].
De esta forma, contra el derrotismo y pesimismo schopenhaueriano, basado en la negación cosificada y para el cual es “como si el tiempo no tuviese nada que decir, como si no hubiese ningún tipo de progreso, o como si el progreso fuera solo hacia peor o existiese un progreso solo aparente”, Bloch reivindicará una negación determinada de corte hegeliano que al mismo tiempo que “señala por qué algo es precisamente así”, salga de “la teoría crítico-indiferente, del mordaz todo o nada, para encontrar un camino, uno que no lleve únicamente lejos de ella, sino en el que esta tenga algo que roer y morder”; una negación determinada que conduzca al menos a un «derrotismo productivo»[30]. Tal y como señala Jameson, la dinámica fundamental de cualquier política utópica es la dialéctica entre la identidad y la diferencia, pues “la forma utópica es en sí una meditación representativa sobre la diferencia radical, la otredad radical, y sobre la naturaleza sistémica de la totalidad social”, cuyo objetivo principal es imaginar y construir un sistema radicalmente distinto a éste[31].
Así, alineándose Bloch en este punto con lo mejor de la escuela de Frankfurt, de la que serían claros exponentes Adorno y Marcuse, esa negación determinada de la utopía deberá revestir la forma de una crítica detectivesca que se dirija a aquellos ámbitos de la totalidad social que mayores potencialidades revolucionarias parezcan presentar[32]. Será a partir de ella con la que se: “En primer lugar, allí donde la infelicidad no se queda en la negación indeterminada, se ponen las cartas sobre la mesa, y, en segundo lugar, hay un trascender en todas partes donde la categoría de utopía resplandece”, pero que, para no caer en el “wisfhul thinking” de fácil deriva en el utopizar abstracto, solo puede surgir en tanto el ‘para qué’ entra en escena[33]. Y, con ello: “La posibilidad utópica atisbada en el porvenir se convierte así en el motor del pensamiento crítico: lo que no es, utópicamente anticipado, socava y deslegitima un presente de injusticia”[34].
Respecto de la relación de la utopía con la ideología, una inquietud también muy aguda en Bloch y con gran relación en su componente de articulación crítica, afirmará este que las ideologías, por su carácter bifronte, además de constituir falsa consciencia en el sentido de mentiras legitimadoras y naturalizadoras de lo existente, contienen también un elemento “utópico, anticipador, dirigente e iluminador que fue importante y no constituyó ningún engaño. Este se compone de verdadera falsa consciencia, puesto que, sin duda, era falsa por aquel entonces, pero llegaría a ser válida en tiempo posterior”[35]. En este sentido, adentrándose en la recurrente problemática en el seno del marxismo de la relación entre infraestructura (o base económica) y supraestructura (de la que formaría parte la ideología), dirá Bloch que la relación de esta con la utopía hará que en algunos casos “la supraestructura refleje y, al mismo tiempo, preceda a la infraestructura de la que aparentemente es un reflejo”, por lo que pueda servir también como palanca para la trasformación y emancipación social[36].
6. A modo de cierre: utopía para la acción, utopía para la revolución
El joven Marx de la ‘Introducción a la Crítica a la filosofía del Estado de Hegel’ reprochará ya en 1844 a ciertas tendencias en oposición al idealismo alemán el, amparándose en una pretensión de practicidad y verdadera capacidad de transformación, “reclamar la negación de la filosofía” sin más, pues “detenerse en la mera exigencia [..] ni pone ni puede poner seriamente en práctica” nada. Así, esta tendencia, que “cree poner en práctica dicha negación por el hecho de volver la espalda a la filosofía y mascullar acerca de ella, mirando para otro lado” sin reparar que “la filosofía sólo puede superarse realizándola”, sería igual de inoperativa que aquellas que pretende criticar[37].
Siguiendo completamente este esquema, para Bloch, tras la fase de utopía como crítica, la utopía se convierte ante todo ahora en una llamada para la acción revolucionaria, en una llamada para la verdadera transformación de nuestra realidad social. Así, en su apertura hacia el futuro, la utopía no se limita a servirnos para preguntarnos por lo que será, sino para tratar de anticipar lo que debe ser y cómo debe ser. La utopía se plantea así al mismo tiempo como un deber ser, como un ideal regulativo y como una llamada a la acción, cuyos efectos y consecuencias residen, sin embargo, en el futuro, a pesar de que nosotros podemos ver esos contornos que aún no tienen contenido[38]. Y, de esta forma, sólo el que “se atreve subjetivamente con la máxima confianza y lucha con el valor de la desesperación tiene probabilidades de ganar algo incluso objetivamente, es decir, de posibilitar el mañana desconocido”[39].
Frente a tal postulación de la utopía, nuestra tarea respecto a ella se transforma entonces en algo completamente distinto, pues esta no es ya una gracia, el advenimiento final del mesías, una paciente y tranquila espera a la bajada del reino del cielo al reino de la tierra, sino que constituye «la libertad de la preparación» de dicho escenario, nuestro desplazamiento hacia él y el suyo hacia nosotros, en el que la historia no es un mero viaje a una isla, sino “la preparación o dignificación” para dicho escenario[40], es decir, el momento para la organización revolucionaria. Y es que, como señalará Jameson, la relación entre lo utópico y lo político, esto es, la cuestión del valor práctico-político de una determinada elaboración utópica (y también de la relación de las grandes construcciones utópicas de los últimos siglos y su articulación en distintos movimientos reales, entre lo que destacará claramente el socialismo), “siguen siendo en gran medida temas no resueltos hoy, cuando la utopía parece haber recuperado su vitalidad como lema político y una perspectiva políticamente energizante”[41]. Así, la utopía hoy, en vez de servir para imaginar las maravillas del mundo por venir, requeriría necesariamente de una participación activa y consciente tendente a activar las posibilidades objetivo-reales de emancipación, aquellas que se derivan de las tendencias y antagonismos del presente.
Como sostiene Patxi Lanceros, no se tratará pues “de rescatar o restaurar un origen, de asistir a un amanecer. Se trata de apreciar continuidades y rupturas, intersecciones, en una historia que, de alguna manera (sólo de alguna) es la nuestra”.[42] De esta forma, para el ser humano lo utópico es posible (y, por lo tanto, real) porque es “el único ser que no tiene el futuro por algo falso, ni por algo que consiste en la mera posterioridad de repeticiones continuas”, sino que puede considerar el futuro “como un auténtico todavía-no y como un novum verificable, si bien completamente mediado”[43]: verificación y mediación que, precisamente, deberán llevarse a cabo en y a través de la praxis política revolucionaria. Y es que, como recuerda Mondragón, las utopías, como reflejos de realidades, deseos y expectativas históricamente determinadas (lo que ya de por sí condiciona sus significados, contenidos y posibilidades), “no sólo pueden tener una orientación práctica, sino que, desde el principio, surgen de la práctica o, al menos, de la crítica de la práctica”[44].
Así, la crítica como negación determinada que empuja a la utopía es para Bloch aquella que permite cumplir el siguiente programa: “Vean lo malo que es el mundo, tengan esperanza y muestren lo bueno que podría llegar a ser. Este es el sentido de una autentica conciencia revolucionaria”[45]. Tal demostración de que un camino alternativo más justo es posible es una demostración práctica que requiere del continuo compromiso transformador de nuestra realidad más cercana. Y es que, la exigencia fundamental de nuestro tiempo no puede ser otra que la de “hacer comprensible la relación del ser humano con su propio futuro, esto es, hacerlo objeto de entendimiento capaz de intervención”[46], de tal forma que se alcance “el punto en el que la esperanza, ese peculiar afecto de espera en el sueño hacia adelante, no aparece ya tan sólo como simple movimiento circunstancial del ánimo, sino consciente-sabida, como función utópica”[47]. Ese movimiento consciente será precisamente la transformación revolucionaria de nuestra realidad, porque en la posibilidad de la acción emancipatoria del mundo encuentra su riqueza la función utópica.
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[1] Martínez, L.; Utopía no es una isla: catálogo de mundos mejores, 2020, Episkaia, Madrid, p. 10 y 11.
[2] Adorno, T., Popper, K., & et al; La disputa sobre el positivismo en la sociología alemana, 1972, Grijalbo, Barcelona, p. 137.
[3] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, ¿Despedida de la utopía?, 2017, Antonio Machado Libros, Madrid, p. 46.
[4] Bloch, E.; El principio de esperanza, 1977, Biblioteca filosófica Aguilar, Madrid. p. 147
[5] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 47.
[6] Ibid., op. cit., p. 86.
[7] Bloch, E.; El principio de esperanza, op. cit., p. 169 y 170.
[8] Mondragón, A.; Ernst Bloch: El peregrino de la esperanza, Revista de Estudios Políticos, 2005, p. 59.
[9] Bloch, E.; El principio de esperanza, op. cit., p. 168. Afirmará Bloch al respecto de este asunto que existen tres esferas de condicionamientos que se representan a la vez como tres fórmulas diversas de posibilidad: a) el condicionamiento parcial, que hace algo posible; b) la ausencia de condicionamiento, que hace algo imposible; y c) el condicionamiento total, que hace algo real y con apariencia de necesidad. “La gran mayoría de las cosas, sin embargo, oscilan en estado de condicionamiento parcial, y este condicionamiento parcial impulsa su realización, a su resolución” (en: “Cuestiones epistemológicas”, ¿Despedida de la utopía?, op. cit., p. 105).
[10] Bloch, E.; El principio de esperanza, op. cit., p. 184.
[11] Mondragón, A.; Ernst Bloch: El peregrino de la esperanza, op. cit., p. 48. Para esta investigadora, en Bloch será fundamental también por ello la dimensión ontológica, con la que estaría dando lugar a una auténtica «ontología de la posibilidad», por la cual “las posibilidades desbordan lo ya determinado, amplían la realidad de lo posible, a lo aún-no-realizado, pero posible en la transformación de las condiciones de la realidad inmediata”, configurando así un ser abierto al porvenir, un ser aún-no-determinado (p. 64).
[12] Laín, P.; Antropología de la esperanza, 1978, Editorial Labor, Barcelona, p. 43
[13] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 36 y 37.
[14] Aguiriano, M. Recobrando el Paraíso. Un recorrido por los caminos de la Utopía, 2018, p. 7.
[15] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 42 y 43.
[16] Ibid., op. cit., p. 85.
[17] Ibid., op. cit., p. 47.
[18] Bloch, E.; “Sobre el movimiento estudiantil”, ¿Despedida de la utopía?, op. cit., p. 145.
[19] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 40. Para él será precisamente el marxismo el que por primera vez intentará dotarse de un “conocimiento de lo posible objetivo-real de la utopía abstracta” (p. 42)
[20] Ibid., op. cit., p. 50.
[21] Marx, K.; “Carta a Ruge en septiembre 1841”, Escritos de juventud, 1982, Fondo de Cultura Económica, México D.F, p. 460.
[22] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 55.
[23] Ibid., op. cit., p. 57 y 60.
[24] Ibid., op. cit., p. 32. Y es que, como expresamente afirmará Benjamin en sus famosas ‘Tesis sobre el concepto de historia’, es aquí donde reside “el don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza”, incorporando conceptos que resultan ciertamente familiares en la filosofía de Bloch.
[25] Benjamin, W.; “Tesis sobre el concepto de historia”, OBRAS. Libro I/vol. 2, 2008, Abada Editores, Madrid, p. 314.
[26] Bloch, E.; El ateísmo en el cristianismo, 1983, Taurus, Madrid, p. 185, 189 y 191.
[27] Mondragón, A.; Ernst Bloch: El peregrino de la esperanza, op. cit., p. 53.
[28] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 60.
[29] Ibid., op. cit., p. 66.
[30] Bloch, E.; “Razón o sinrazón del pesimismo”, ¿Despedida de la utopía?, op. cit., p. 23 y 24.
[31] Jameson, F.; Arqueologías del futuro: El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de Ciencia Ficción, 2009, Ed. Akal, Madrid, p. 4
[32] Aunque, frente a tales postulados, planteará Marcuse, sin duda uno de los máximos estudiosos de los mecanismos de subjetivación que han desarrollado los sistemas capitalistas, que incluso la liberación de la imaginación necesaria para esta crítica, tan reclamada por los grandes pensadores de la utopía, sería problemática. Así, Marcuse llegará a sostener que “darle a la imaginación todos los medios de expresión sería un retroceso” porque “los individuos mutilados organizarían y destruirían incluso más de lo que se les permite destruir hoy”. En este sentido, solo sería racional la imaginación que puede llegar “a ser el a priori de la reconstrucción y nueva orientación del aparato productivo hacia una existencia pacífica” y ésta “no puede ser nunca la imaginación de aquellos que están poseídos por las imágenes de la dominación y la muerte”, es decir, nosotros (Marcuse, H.; El hombre unidimensional, 2019, Austral, Barcelona, p. 249-250)
[33] Bloch, E.; “Razón o sinrazón del pesimismo”, op. cit., p. 25.
[34] Aguiriano, M.; Recobrando el Paraíso… op. cit., p. 8.
[35] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 76.
[36] Ibidem, op. cit.
[37] Marx, K., Escritos de juventud, 1982, Fondo de Cultura Económica, México D.F., p. 496.
[38] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 39.
[39] Laín, P.; Antropología de la esperanza, op. cit., p. 45
[40] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 44.
[41] Jameson, F.; Arqueologías del futuro…, op. cit., p. 4.
[42] Lanceros, P.; Fuera de la ley: poder, justicia y exceso, 2012, Abada Editores, Madrid, p.12
[43] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 86.
[44] Mondragón, A.; Ernst Bloch: El peregrino de la esperanza, op. cit., p. 45 y 46.
[45] Bloch, E.; “Razón o sinrazón del pesimismo”, op. cit., p.
[46] Bloch, E.; “Sobre el concepto de utopía”, op. cit., p. 84 y 85.
[47] Bloch, E.; El principio de esperanza, op. cit., p. 107.