Pepe Del Amo (@PepeDelAmo)
Si bien existe toda una discusión abierta sobre cuáles han de ser las categorías y las convenientes conceptualizaciones para el estudio del modo de producción capitalista, el análisis del mismo, en términos históricos, queda relegado a una extraña subsidiaridad en buena parte de los debates. En ese sentido, el libro Capitalismo terminal (Traficantes de Sueños, 2018) de Corsino Vela es un ensayo riguroso sobre las transformaciones en las fuerzas productivas emprendidas en la reestructuración capitalista de los años 70 hasta la actualidad.
Autor de otros textos como La sociedad implosiva (de reciente reedición), Ciclismo y capitalismo (Cambalache, 2020), Capitalismo patológico (Kaxilda, 2021) o No le deseo un Estado a nadie. A propósito del “conflicto catalán” (Pepitas de Calabaza, 2018) junto a Santiago López Petit y Tomás Ibáñez, entre otros, participó en las huelgas de la autonomía obrera catalana así como en el proceso fallido de reconstrucción de la CNT a finales de los años 70. En Capitalismo terminal, aborda los principales cambios técnico-organizativos en el ámbito productivo y su imbricación con la nueva organización del trabajo, tanto a nivel de la acumulación general del capital (y sus efectos en el aparato del Estado) como en su especificidad en sectores como el agroalimentario, la automoción o el logístico. Esta entrevista se realiza con el objetivo de clarificar y profundizar en dichas cuestiones.
Pregunta: El libro comienza tratando la crisis de acumulación de finales de los años 60 en los países occidentales. Acudiendo a categorías marxianas clásicas, tratas cómo el aumento de la composición orgánica del capital supone la caída tendencial de la tasa de ganancia. ¿Cómo se traduce en concreto este proceso durante esos años? ¿Cuáles son las principales transformaciones en el capital fijo y el trabajo vivo?
Respuesta: Las nociones de composición técnica y orgánica de capital y la problemática sobre la tendencia a disminuir los beneficios fue abordada por Marx y definida como ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio. Su definición como ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio se verifica en la dinámica histórica del capitalismo y de sus crisis hasta nuestros días.
El desarrollo capitalista desde la posguerra mundial y la plena implantación de la sociedad industrial se basa en el progreso tecnocientífico y en sus aplicaciones en la esfera productiva. Por otro lado, la competencia entre capitales, que tiene su clave en la productividad del trabajo, favorece la introducción acelerada de maquinaria para la automatización de los procesos en la industria -y también en los servicios.
Los años sesenta y setenta del siglo XX fueron los de la expansión de la robotización, la automatización de las máquinas, la aplicación del control numérico a la herramienta-herramienta, y ya en los años 80 la aplicación de la informática a los procesos de diseño y fabricación de mercancías. Ese proceso fue general a todos los sectores productivos, ya sea en procesos contínuos (petroquímica), como de fabricación por lotes o batch en la industria alimentaria, por ejemplo. Ese fue el rasgo dominante de la expansión capitalista en el Occidente industrializado hasta los años 80.
Por decirlo de forma simplificada, la sustitución de fuerza de trabajo por maquinaria y tecnología que conlleva la automatización significa mayores inversiones en tecnología, lo que representa una tendencia a aumentar la composición técnica de capital y también orgánica, si la contemplamos en términos de valor. Fueron aquellos los años de intenso ritmo de cambio tecnológico y, asimismo, de intensa presión inversora para la modernización del aparato productivo. Todo ello en aras de una mejora de la productividad, o sea, cada vez menos trabajo vivo valoriza más capital fijo; produce más. El resultado es una mayor masa de mercancías producidas y también de la masa de plusvalía que, sin embargo, tiene que ser realizada en el mercado. La empresa tiene que realizar toda su producción en el mercado para convertir ese beneficio potencial de la mercancía producida en beneficio efectivo y capital.
Conviene recordar, por si acaso, que el proceso de acumulación de capital se apoya en dos patas: la producción de mercancías y la realización en el mercado de las mismas, donde se opera su conversión en dinero/capital. En aquellas décadas de los treinta gloriosos, experimentados con ciertas limitaciones y retrasos en el sur de Europa, la economía iba sobre ruedas ya que la mejora en las condiciones vida basada en el consumo mercancías -la sociedad consumo- y la expansión absoluta de la demanda, compensaba suficientemente, en forma de beneficios, las inversiones.
Ahora bien, el ritmo al que aumenta la producción es mayor que el de la demanda, ya que automatización, paro y servicios precarizados van juntas. Entonces, por ejemplificarlo en el nivel de la empresa, ésta produce más de lo que puede vender. Es el fenómeno de sobreproducción que define la crisis. Por tanto las empresas no realizan toda aquella plusvalía como beneficios; de ahí que éstos tiendan a disminuir en términos absolutos y relativos en un contexto de presión constante hacia la incorporación de nueva tecnología. El resultado de ello, es la disminución del crecimiento y de la acumulación de capital mientras la inversión de capital por puesto de trabajo crece, lo que dió paso a la deslocalización productiva y a la financiarización de las actividades económicas de las décadas siguientes.
Las consecuencias en la planta de producción y en los centros de trabajo, en general, son fácilmente observables; ha sido masiva la presencia de la tecnología en todos los ámbitos de actividad económica, industrial como de servicios, y la consiguiente expulsión de trabajo vivo que continúa en el siglo XXI (como muestran las reducciones de empleo en el sector industrial y en la banca, por ejemplo, intensificadas en los cuatro últimos años)
En lo que se refiere a las consecuencias sobre las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, cualquier persona que se vea obligada a venderla o, más concretamente, a vender tiempo de su vida para sobrevivir, no requiere demasiadas explicaciones pues conoce la realidad en sus propias carnes. Esas consecuencias se resumen en la precarización creciente hasta caer por debajo del coste de reproducción de la propia fuerza de trabajo, que aparece con el fenómeno de los trabajadores pobres, hombres y mujeres con trabajo que no llegan a final de mes, y la intensificación de la actividad y del control en el centro de trabajo, en lo que es una nueva vuelta de tuerca en la extracción de plusvalía intensiva.
P: Asimismo, describes cómo, a partir de la crisis de acumulación, se produce un intento de reestructuración capitalista en los años 70 antes de su desplazamiento productivo a otras regiones. ¿Cuáles son esas transformaciones que se activan en el plano de las relaciones de producción y, sobre todo, por qué se ven frustradas posteriormente, cuáles fueron sus principales límites?
R: El proceso de reestructuración capitalista y el conjunto de medidas en que se apoya son intentos, tentativas de atajar las contradicciones que aparecen en la esfera productiva, en el mercado y en la reproducción social. La reestructuración es un ciclo que se materializa en un conjunto de medidas y cambios en los centros de trabajo, mediante intensificación de la automatización, la reconversión de procesos productivos, la deslocalización hacia países de mejores condiciones de explotación fuerza trabajo, los “tigres asiáticos”, y dentro de Europa, del Norte/Centro hacia el Sur a través de la automoción en Portugal y España. O sea, iniciativas orientadas a la salida de la crisis mediante la restauración del ciclo de acumulación de capital que actúan como contratendencia a la reducción de los beneficios.
En el plano estrictamente industrial, la reestructuración se materializa en la llamada “nueva organización del trabajo”, basada en equipos trabajo, donde la responsabilidad directa sobre el producto pasa a ser del equipo, lo que traduce la presión del grupo directamente sobre quien racanea en el desempeño de su función y se establece como un dispositivo contra el absentismo. La ola reestructuradora de los años 80 del siglo pasado, introdujo técnicas de optimización de los procesos, extendidas igualmente a los servicios, como la producción “justo a tiempo”, “lean production”, etc., y también la competencia entre países y sindicatos por atraer las inversiones para la fabricación de nuevos modelos de coches incluso dentro de una misma marca. La hemeroteca proporciona información acerca de las negociaciones sindicales de Opel, Nissan, Ford, entre otras, en la reestructuración del sector de automoción para mejorar la competitividad de la planta, reduciendo costes salariales y laborales, en competencia directa con las plantas de Alemania, Portugal, etc. Asimismo, la externalización y jerarquización de las cadenas de suministro de componentes fue un elemento esencial de la gran transformación productiva, aunque enseguida las huelgas en la cadena de subcontratación y sus efectos multiplicadores evidenciaron sus limitaciones. Por ejemplo, la huelga en el suministrador de un componente, como por ejemplo los asientos, llega a paralizar la cadena principal de ensamblaje; en el libro menciono el caso de Dagenham, pero hay muchos ejemplos y más cercanos en el tiempo y el espacio que afectaron a Opel Zaragoza y otros fabricantes, sin contar con las consecuencias sobre los procesos de producción automovilística de las huelgas del transporte.
Es en la estela de ese movimiento reestructurador donde se lleva a cabo la gestión segmentada de la fuerza de trabajo, con mejores condiciones en la firma o marca que hegemoniza la cadena frente a las de las mujeres y hombres empleados en las subcontratas. Me fijo en el caso del sector de automoción porque es ejemplar en la medida que representa la avanzadilla de las medidas tecnológicas y organizativas de la reestructuración, puesto que sus técnicas y estrategias se extienden al resto de sectores como la industria alimentaria, la distribución comercial o los servicios.
Más que frustración o fracaso de la reestructuración iniciada en el último tercio del siglo XX, diría limitaciones históricas de las medidas y contratendencias puestas en práctica; de modo que describió un ciclo que se agotó por su propia lógica interna en la esfera productiva por la tendencia a aumentar los costes globales. En resumidas cuentas, las ventajas obtenidas en cuanto a la mejora de la productividad no se han traducido en el mantenimiento del nivel de acumulación de capital que impulsara una nueva fase expansiva de crecimiento basado en inversiones productivas, empleos estables, demanda solvente y estabilización social.
Ni la producción autóctona, ni la transferencia de plusvalía de los nuevos países industrializados fueron suficientes para hacer frente a los costes de la terciarización en los países occidentales. La proliferación de las actividades improductivas, adscritas a la burocracia y los servicios de poco o nulo valor añadido, por decirlo con palabras de la ideología económica oficial, representan un peso tal en el conjunto de las actividades económicas que es un factor de desequilibrio estructural. Además, a todo eso hay que añadir los costes de las partidas presupuestarias destinadas a la paz social subvencionada, que abarca desde las diferentes formas de subsidios, trabajos comunitarios y empleo público, hasta la panoplia de actividades culturales y de entretenimiento que acaban por aparecer como insostenible deuda pública.
Es decir, la reestructuración, en realidad, desplazó las condiciones de crisis y de acumulación de capital en los países de vieja industrialización hacia el resto del planeta (globalización). Fue la solución coyuntural, ya que los nuevos países industrializados siguen la pauta de los viejos en el pasado, con lo que reproducen las contradicciones del modo de producción capitalista en una escala superior, mundial y además a un ritmo acelerado. Los ciclos de negocio empresariales, como los de reestructuración, son cada vez más cortos como consecuencia de la concurrencia mundial y eso acaba por repercutir sobre las cuotas de crecimiento de los países y sobre el crecimiento del capitalismo global que pone de relieve los límites intrínsecos al desarrollo capitalista en términos económicos, pero ahora ya en los límites de la explotación de la biosfera. Es en ese sentido que se puede decir que las crisis capitalistas son acumulativas, en cuanto a la acumulación de contradicciones o problemas estructurales cada vez de mayor envergadura. Por eso, también, la acumulación ampliada de capital que abre la fase de recuperación de la crisis significa la acumulación ampliada de las condiciones para una nueva crisis.
Históricamente el capitalismo se ha desarrollado sobre la secuencia crisis-expansión-crisis; la resolución de una coyuntura de crisis vino de la mano de las contratendencias a las que aludíamos antes. Entre otras, la reorganización de la explotación de la fuerza de trabajo de hombre y mujeres para la extracción intensiva de plusvalía, el desarrollo tecnológico y la explotación de los recursos naturales y la expansión de los mercados con el poscolonialismo del “nuevo orden internacional”.
Ahora bien, las crisis cíclicas, a causa de la aceleración del ciclo de acumulación de capital y recuperación económica que inducen las contratendencias, tienden a acortar el ciclo de expansión, de manera que los problemas vuelven a aparecer, pero en una dimensión superior. Es decir, lo que se presenta como solución a la crisis lo es cada vez a más corto plazo y con efectos más desastrosos sobre la vida de las gentes y del planeta. El agotamiento de las fuentes de energía, la contaminación y el cambio climático son límites objetivos de la acumulación de capital que se corresponden con los límites de la explotación de la subjetividad proletarizada y la extracción de plusvalía intensiva. En este sentido, los desajustes psíquicos y la enfermedad mental son más que un síntoma preocupante.
P: En ese sentido, apuntando hacia una de las ideas clásicas del operaísmo, que la fuerza de trabajo transforma la composición interna del capital, señalas que fue el papel creciente de la conflictividad laboral del último gran ciclo de luchas del movimiento obrero lo que condujo, finalmente, a los procesos de deslocalización productiva.
R: Sin duda, así fue; existe una línea directa entre la conflictividad laboral de los años 60 y 70 del siglo pasado, los otoños calientes, las huelgas de automoción en EEUU (con la emblemática de Lordstown, entre ellas) las llamadas despectivamente “huelgas salvajes” en Francia, Alemania, y también en la España tardofranquista, y la sustitución intensiva de la fuerza de trabajo por la automatización de que la que hablaba antes junto a la deslocalización a la búsqueda de nuevas oportunidades que neutralizasen la disminución de los beneficios. Las huelgas y movilizaciones autónomas se escurrían de los dispositivos sindicales de encauzamiento de la conflictividad y hacían que los costes salariales y laborales fueran al alza, en detrimento de los beneficios empresariales. Pero no solo eso; existía una falta de disciplina en los centros de trabajo, donde existían ciertos márgenes de maniobra de la fuerza de trabajo para escaquearse, proveerse de herramientas y materiales para su uso particular, etc. A ese margen de indisciplina laboral se unía, además, el problema del absentismo, una verdadera pandemia que afectaba en diverso grado a todos los sectores de actividad, pero especialmente a aquellos donde la agregación obrera era más sólida y constituía una verdadera comunidad de lucha y resistencia.
Pensemos, por ejemplo, en el ciclo de luchas del tardofranquismo, cuando las subidas salariales iban por delante de la inflación porque en las asambleas, las plataformas reivindicativas fijaban aumentos salariales arbitrariamente, de acuerdo con las necesidades de la fuerza de trabajo y no según el IPC. Eso se traducía en una erosión de los beneficios empresariales que estimuló a la parte más dinámica de la burguesía, que se había consolidado con la dictadura franquista, a buscar una salida democrática con las fuerzas políticas antifranquistas que contuviera la escalada huelguística.
Ese clima de conflictividad y resistencia fue el que impulsó a la burguesía gestora del capitalismo occidental a echar mano de soluciones, entre las cuales la deslocalización parecía la panacea. Porque hay que tener en cuenta que estamos hablando de una coyuntura en la que abundaba el trabajo, en que era relativamente fácil conseguir un empleo, lo que redundaba en una notable rotatividad, además de otorgar una indudable fuerza de negociación a la clase trabajadora. Por eso, la deslocalización productiva tiene una significación política, en el sentido de socavar esa fuerza. Pero fue solo un respiro, pues lo que arregló la deslocalización en la fábrica se transformó en problema social en la calle, con el aumento del peso de las actividades improductivas, subvencionadas, el desempleo y la necesidad de poner en marcha planes de contención social y de mantenimiento de una cierta estabilidad social, lo que llamo “paz social subvencionada”.
P: Avanzando hacia la actualidad, tratas cómo el ciclo de negocio, si bien ha dejado de estar empresarialmente integrado, ha tendido a una mayor estrechez temporal, conduciendo a nuevas formas de especulación como en el sector agroalimentario. Siguiendo tu planteamiento, habríamos pasado de un “capitalismo expansivo” basado en la producción de masas a un “capitalismo compresivo” marcado por la producción bajo demanda, la flexibilización productiva y la intensificación de la explotación. ¿Cuáles han sido los principales cambios en este sentido?
R: En la producción en masa de las mercancías durante la fase expansiva del capital, después de la Segunda Guerra Mundial, con mano de obra y recursos materiales técnicos y naturales abundantes, y una demanda también expansiva de todo tipo de artículos de consumo, como los electrodomésticos o la ropa seriada prêt -à-porter, la preocupación empresarial estaba en producir cuanto más mejor sin prestar demasiada atención ni al despilfarro de materiales y ni a los productos defectuosos. La explotación intensiva de la mano de obra daba margen para ello.
Sin embargo, a medida que a los problemas de conflictividad laboral se juntaron los de encogimiento de la demanda, respecto de la capacidad productiva global, y la intensificación de la competencia en el mercado internacional, la atención se recondujo hacia el ciclo del producto y la preocupación del fabricante se centra en el ahorro de materiales, la eliminación de defectos, la minimización del tiempo de salida al mercado, desde la concepción, diseño y producción de cada mercancía, ajustándola a la evolución de la demanda, entre otras razones, para no generar stocks que son una inmovilización de capital.
En esa secuencia productiva, se procede a la fabricación por series cortas, ajustadas a la evolución de la demanda, lo que explica la proliferación de las contrataciones temporales, fijas discontinuas, etc., de la fuerza de trabajo. Esa producción ajustada a los vaivenes del mercado tiene implicaciones tanto sobre el proceso de producción propiamente dicho, como sobre el de distribución, transporte y logística. Un ejemplo: la venta de un vestido, de unas zapatillas, etc. en una tienda del centro comercial genera inmediatamente una orden de reposición que, a través del almacén, se convierte en una orden de fabricación de la prenda. El ciclo de ese producto se ha comprimido en el tiempo, lo que es tanto como decir una compresión en el tiempo de valorización del capital. Y es así porque los mercados no crecen en términos absolutos lo suficiente para valorizar todo el capital mundial, por lo que las firmas luchan por obtener cuota de mercado, disputándosela a su inmediata competidora.
P: Durante todo el libro, señalas cómo la reestructuración en los antiguos países del fordismo occidental se ha traducido en una especialización cada vez mayor en la esfera de la circulación y realización de las mercancías, siendo la logística el nexo entre los procesos de acumulación extranjeros y la tendencia a la terciarización de estos países. ¿Cómo se reparten geográficamente estos nodos logísticos en Europa? ¿Son justamente estos sectores los que tienen capacidad real para interrumpir los circuitos de acumulación y, a partir de ahí, generar un nuevo ciclo de luchas obreras? ¿Cómo se relaciona eso con la tendencia actual a la generación de un creciente proletariado de servicios?
R: La importancia de la distribución y la logística en los países de vieja industrialización es una consecuencia de la división internacional del trabajo que va a caballo de la deslocalización productiva y de la consecuente especialización de los países occidentales en países consumidores. Es suficiente mirar lo que comemos y sobre todo lo que vestimos y utilizamos en nuestra vida cotidiana para corroborarlo en la pequeña escala si no se quiere recurrir a las astronómicas cifras de los intercambios comerciales mundiales. Las sociedades terciarizadas del capitalismo avanzado, con una actividad económica fuertemente decantada hacia los servicios y las actividades improductivas, son asimismo sociedades de consumidores, beneficiarias en mayor o menor grado de acuerdo con la inserción de cada país en la cadena de acumulación, es decir, en el circuito de explotación de fuerza de trabajo y recursos de la periferia capitalista y de la cuota de plusvalía transferida desde allá.
Eso explica la emergencia del sector de la logística y de la gestión de las cadenas de suministro y su articulación en el conjunto de la economía mundial. Una problemática que en sí misma exigiría una reflexión específica. No obstante, se puede decir simplificando mucho que las estrategias empresariales orientadas al acortamiento de la salida de los productos al mercado impulsan el transporte y las conexiones intermodales, así como la creación de áreas logísticas que se extienden por el mapa europeo y mundial. En Europa los principales nodos logísticos están en el centro y pivotan en torno a grandes puertos transcontinentales, como Rotterdam, Amberes, Hamburgo, con otros puertos en la escala inferior, como Barcelona, Valencia, Algeciras, Livorno, Tánger-Med, y centros de redistribución continentales como por ejemplo, Venlo en Bélgica o el Corredor del Henares en Madrid. Por supuesto, las estrategias empresariales de suministro y distribución son diferentes, dependiendo del producto y de los segmentos del mercado que cubren, aunque siempre con el denominador común de articularse sobre plataformas logísticas que reduzcan al mínimo el tiempo de almacenamiento y de circulación de la mercancía.
Pero lo relevante no es tanto la disposición física en el territorio, como la organización técnica de las cadenas de suministro mediante la subcontratación en una escala con varios escaños que abarca desde la gran firma transnacional que comanda la cadena hasta el migrante “autónomo” con furgoneta que presta el servicio a domicilio. De su capacidad para desestabilizar el circuito de acumulación de capital en su fase de realización tenemos pruebas suficientes en las huelgas de transporte, tanto en lo que se refiere al suministro industrial, a la gran distribución comercial a supermercados, como en la mensajería. Que se genere o no un nuevo ciclo de luchas en el sector dependerá de la evolución de la explotación y precarización de la fuerza de trabajo asalariada, y del estrechamiento de los márgenes y del endeudamiento que asfixian a los “autónomos”. Y, también, del funcionamiento y alcance de los dispositivos de prevención y pacificación. Por ejemplo, la conflictividad latente en el sector español de transporte por carretera se atenúa, entre otras medidas, con subvenciones al combustible, pero claro está, eso redunda en un aumento del déficit y, en última instancia, de la deuda.
Desde luego, la expansión de la logística y del transporte está relacionada con el proceso de terciarización de la sociedad y la proletarización que la acompaña, en la medida que son servicios necesarios para la realización del capital mediante la venta de las mercancías. Pero la capacidad de intervención y de desestabilización del proletariado involucrado en el sector de los servicios depende de la función y naturaleza del mismo. No están en el mismo nivel de intervención y de capacidad de interrupción del proceso de acumulaicón de capital, el proletariado de las actividades culturales, privadas o subvencionadas, o los repartidores de comida domiciliaria, que la fracción del proletariado que lleva a cabo una función crítica en la cadena de suministro industrial o de distribución comercial. La capacidad de presión sobre las empresas y la Administración es distinta.
P: Hilando con la anterior pregunta, planteas cómo los sectores cognitivos o de trabajo inmaterial del capitalismo son realmente dependientes de aquellos otros que generan una mayor tasa de acumulación. Pero, tanto unos como otros, han experimentado un proceso de jerarquización productiva que ha conducido a una mayor tasa de explotación, mediado por la deuda como mecanismo de disciplinamiento, en todos los estratos que antes podían verse unificados en el ciclo productivo. ¿Podrías describir brevemente este proceso?
R: Primero de todo, quiero salir al paso de lo que me parece un abuso de lenguaje por parte de cierta literatura posmoderna que, desde la miopía narcisista del eurocentrismo, se permite hablar de sociedad posindustrial o de capitalismo inmaterial a la manera de todo el monte es orégano. Quien piense que ha desaparecido la clase obrera industrial le invitaría a darse un garbeo por el mundo y compruebe simplemente las cifras de trabajadores industriales de ambos sexos existentes en China, India o Pakistán, por quedarnos en algunos países de Asia.
Otro tópico que ha hecho fortuna en algunos círculos es el que subraya la importancia de la información, del conocimiento y de la producción inmaterial, en general, en la actividad económica. Pues bien, como nos ha recordado el estado de emergencia pandémico mundial, el capitalismo sigue teniendo en su base la producción manufacturera industrial y agraria (agroindustria), así como en los fundamentales servicios de reproducción y mantenimiento, los cuidados en toda su acepción, y los servicios y actividades integradas directamente en el circuito de la acumulación de capital. Es ahí donde están las fuentes del valor, de valorización del capital, mediante la explotación del trabajo de hombres y mujeres, si de lo que estamos hablando es del capitalismo e intentamos hacerlo inteligible sin negar su base empírica más flagrante.
Desde luego, el papel que juega la información en el ciclo de acumulación de capital está fuera de duda, como la del conocimiento aplicado en los procesos de producción y de mercado. Por eso se puede hablar de conocimiento productivo y valorizador que contribuye a la concepción, producción y realización de las mercancías, el cual se distingue del conocimiento desplegado en aquellas actividades que, aun sin discutir su carácter socialmente necesario, dependen del valor/riqueza socialmente producida. Las actividades culturales y de ocio, por ejemplo, pertenecen a este ámbito. Dependen del poder adquisitivo del espectador, del valor excedente de su reproducción, y del valor socialmente producido, a través de las subvenciones públicas. En cualquier caso, el valor que soporta esa actividad proviene de otro sitio.
Que haya empresas que generen beneficios con los espectáculos y demás actividades de entretenimiento, solo confirma su capacidad para captar el valor disponible entre los consumidores espectadores, pero en sí mismas esas empresas o actividades no crean valor. Que el mercado de juegos por ordenador obtenga cifras millonarias y sus creadores sustanciosos beneficios solo muestra que en el excedente de valor global producido existe una oportunidad para obtener una determinada cuota del mismo a través del segmento del mercado emergente de los videojuegos. Pero no hay que confundir valor con beneficio, algo que está en la base de la crítica de la economía política.
Otra cosa es que en la sociedad terciarizada, las actividades relacionadas con la producción cultural y el conocimiento cobren una relevancia especial pareja a la importancia que tienen las actividades relacionadas con el ocio y el entretenimiento y pueda hacer pensar que la realidad del mundo se resuelve en la sociedad del espectáculo.
En cualquier caso, el amplio proceso de proletarización de las sociedades terciarizadas, precisamente debido a los problemas estructurales a los que se aludía al principio y que aparecen como crecimiento deficitario y endeudamiento, establece una escala de inestabilidad, precarización y empobrecimiento a partir de esa división entre conocimiento aplicado, valorizador, productivo, y conocimiento improductivo. Así, mientras en el caso del proletariado directamente implicado en la generación de valor, como la programación y la producción de software de aplicación industrial y al negocio, por ejemplo, se ve sometido a la misma dinámica de estratificación que el proletariado industrial y también de desvalorización de su fuerza de trabajo, en la medida que la automatización de la producción de conocimiento somete cada vez más al individuo a la cadena de mando empresarial que domina la producción intelectual, ya sea software o investigación científica, reproduciendo así la dinámica de sumisión, división y jerarquización del trabajo del obrero industrial respecto de la máquina.
En el otro gran ámbito de proletarización, el de las actividades improductivas y, particularmente, de las actividades de ocio y entretenimiento, la explotación de las capacidades y destrezas de los y las artistas en el caso de las empresas del espectáculo, responde a los mismos criterios de toda empresa privada y está en función de los márgenes de beneficio que pueda obtener. Son hombres y mujeres dependientes, formalmente como el resto de población asalariada, cuya actividad depende en última instancia de la demanda de un mercado como el del espectáculo que forma parte del problemático sector de la actividad improductiva con la particularidad, además, de experimentar un exceso de oferta en las sociedades desarrolladas.
P: Saltando al propio factor trabajo, abordas cómo los procesos de automatización, diferenciando entre técnica y tecnología, han conducido a una pérdida de autonomía del trabajador o trabajadora dentro de los procesos productivos. ¿Cómo afecta esto a la incorporación de la fuerza de trabajo al proceso de creación de valor? ¿Qué nuevos mecanismos de control y disciplina se potencian, bajo qué formas?
R: La distinción entre técnica y tecnología es una precisión formal que hago simplemente para subrayar el cambio histórico en el modo de producción capitalista por el hecho de que la primera corresponde a la fase de dominación formal del capital y de extracción de plusvalía absoluta, y la segunda a la de dominación real, de explotación intensiva de la fuerza de trabajo. Además, puede decirse que en el primer caso, el componente mecánico, el conocimiento instrumental operativo mecánico, remite a la consideración de la técnica como una mercancía o medio de producción en la que prevalece el valor de uso, mientras que en la tecnología, vinculada al desarrollo del conocimiento aplicado de la electrónica, el valor de cambio subsume el valor de uso.
Por otra parte, la tecnología aplicada a los procesos de negocio, industriales y de servicios, tiene por finalidad además del aumento de la productividad, el del control sobre la fuerza de trabajo y de la extracción de todas sus potencialidades físicas y mentales en la valorización del capital. Ejemplos de esa sumisión práctica en los procesos de trabajo se encuentran en cualquier tipo de actividad, ya sea en la producción industrial, materializados en los sistemas de supervisión y control de procesos, automatización de máquinas y control de movimientos, etc., ya sea en los terminales informáticos de los transportistas que controlan rutas, paradas y plazos de entrega; ya sea en los lectores electrónicos utilizados en las operaciones de almacén o en los trabajos de oficina, a través de los dispositivos del ordenador y los sistemas de control de encendido, tiempo de utilización de programas, etc. En fin, la tecnología, en su concepción y aplicación, actúa contra el ser humano; tiene por finalidad restar autonomía, protagonismo al sujeto trabajador en los procesos laborales, ya sea mediante su sustitución por máquinas, ya sea a través de su subordinación efectiva a ellas. La historia de la máquina-herramienta, una tecnología crucial en el desarrollo industrial hasta nuestros días, ofrece un ejemplo clarificador en este sentido, donde el conocimiento incorporado como capital fijo, por ejemplo en una fresadora automatizada, relega cada vez más el papel de la persona que la opera a tareas secundarias. Como enseña la Historia, la tecnología no se reduce solamente a su papel económico de explotación física y mental de la fuerza de trabajo, pues tiene igualmente una dimensión política, en cuanto medio de sumisión concreta y funcional de hombres y mujeres al proceso de acumulación de capital en el centro de trabajo como en el resto de la vida cotidiana.
P: En la última parte del libro, planteas los límites históricos del sindicalismo como forma histórica de la lucha de clases, en la medida en que ésta actúa de forma reactiva frente al capital. En ese sentido, si bien las luchas autónomas pudieron tener una potencialidad innegable que confrontaba de manera directa con las centrales sindicales que luego quedaron integradas en el modelo de concertación, sus limitaciones organizativas, también en el caso del Estado español, son bastante evidentes. ¿Cuál es el balance que se puede realizar de ese ciclo de luchas y, sobre todo, cuáles son las limitaciones que se encontraron? ¿Qué de ese balance puede servir para un nuevo ciclo político?
R: Permíteme llamar la atención sobre una cuestión previa. En líneas generales, cuando hablamos del ciclo de lucha del movimiento obrero, va implícita una perspectiva sesgada y reduccionista en el sentido de que estamos tratando del movimiento obrero industrial masculino; en el que se sigue la línea histórica de los líderes y representantes, monopolizada por la representación masculina. Sin embargo, difícilmente podríamos hablar de movimiento obrero sin tener en cuenta la fuerte composición femenina del mismo. Tanto en el pasado remoto, por ejemplo, en la industria textil catalana de los años 20 del siglo pasado el 80% de fuerza de trabajo eran mujeres, como en el pasado reciente y el presente. El ciclo de conflictividad obrera y social de los años 1960/70 tuvo un fuerte componente femenino. Pensemos en el sector textil y de confección, en la industria alimentaria, en la de componentes electrónicos, por no hablar de la enfermería o la enseñanza. En la historia sindical oficial la importancia cuantitativa y cualitativa, o sea, la especificidad de la presencia obrera femenina, de sus problemas, choques, roces y conflictos, queda subsumida en la historia “representada” de organizaciones y liderazgos masculinos. Es por eso que pienso que la historia del movimiento obrero aún está por escribir, al menos, en toda su dimensión.
Así que ahí tenemos una de las principales limitaciones históricas del sindicalismo, como de las tendencias autónomas del movimiento obrero, en general, y del ciclo del tardofranquismo y la “Transición democrática” en el caso español.
Con todo, se puede decir que la limitación fundamental fue la de su tiempo histórico. El sindicalismo representaba el antagonismo de clase de la fase expansiva, de la dominación formal del capital, y las tendencias autónomas, con la perspectiva que ahora tenemos, apuntaban hacia la superación de esas limitaciones aunque en una correlación de fuerzas desfavorable. Hay que tener en cuenta que las tendencias autónomas eran las expresiones más avanzadas y activas de un movimiento obrero ascendente, pero en formación, escasamente consolidado política, cultural y sociológicamente hablando. Las luchas autónomas, aquí como en Italia, Francia, etc., fueron protagonizadas por una clase trabajadora joven, emigrada de las regiones agrarias, con la incorporación masiva de mujeres, especialmente en el caso español. Eran hombres y mujeres con muy baja formación y, sobre todo, con muy escasa experiencia de confrontación social, que se incorporaban a toda prisa en la lucha de clase industrial arrastrada por los cambios técnicos y operativos impuestos en la explotación de la fuerza de trabajo. Esa falta de experiencia, en la práctica del antagonismo obrero, tenía la ventaja de que era un proletariado no disciplinado en la dinámica tradicional del sindicalismo, de ahí su capacidad de expresarse por sí mismo y desde sí mismo, autónomamente, aunque tambièn más vulnerable a las maniobras de sabotaje interior llevadas a cabo por los aparatos de mediación sindical.
Por eso, pienso que tanto en las tendencias autónomas como en las sindicales, se proyectaba la autonomización formal, sociológica, de la clase trabajadora respecto a la burguesía; un proletariado que buscaba un acomodo dentro de la sociedad capitalista en pugna por una mayor cuota de la riqueza producida, aunque difirieran en cuanto a la radicalidad del lenguaje y de las formas reivindicativas. Si se quiere, las limitaciones organizativas, tácticas y estratégicas del movimiento obrero, incluidas las tendencias autónomas, no se debieron a la falta de líderes, consignas, programas u organizaciones “revolucionarias”, se debió simplemente a que la clase dominante estuvo en condiciones de satisfacer, en aquella circunstancia, las aspiraciones de la mayoría de la población proletarizada. Y ese también fue un factor de erosión de la base social de las tendencias autónomas más radicales, anticapitalistas.
En ese sentido, no cabe hablar de derrota; otro tópico de uso frecuente. A grandes rasgos, aquella generación de la clase obrera consiguió lo que quería, un relativo bienestar con estabilidad en el empleo y acceso al consumo y a la propiedad inmobiliaria… Ahora bien, la relación social que es el capital es una relación dinámica que se ha ido modificando de acuerdo con las condiciones de la dominación real del capital; cambios en la relación que no han seguido el mismo ritmo según se trate de las iniciativas del capital -de la burguesía gestora- y de la clase trabajadora.
El desarrollo desigual de la relación social que es el capital se realiza en el desequilibrio existente entre lo que diríamos el desarrollo material de las fuerzas productivas, o sea, el complejo tecnocientífico industrial, y el de la conciencia de la subjetividad proletarizada, anclada en las categorías, creencias, mitos y supersticiones de la economía política, de la ideología burguesa. Eso es algo que se refleja en las movilizaciones laborales y sociales recientes de los sectores afectados por reducciones de actividad y de empleo, que se concretan en reivindicaciones relativas a la conservación del puesto de trabajo o de las conquistas del pasado. Ese conservadurismo que envuelve el antagonismo social, de clase, ejemplifica la dominación real, ideológica, mental, cultural y práctica del capital.
Sin embargo, esa relación social que es el capital, es inestable por naturaleza, está preñada de tendencias desestabilizadoras inherentes a su propia realización histórica. Se puede disimular, tergiversar o demorar la emergencia de esas tendencias y contradicciones estructurales mediante las mencionadas contratendencias, pero no resolverlas de forma definitiva. Es ahí precisamente, en la conflictividad que acompaña esas iniciativas, donde radica la posibilidad de ruptura con la conciencia y prácticas dominantes.
En este sentido, de la única derrota que podría hablarse es de la derrota ideológica del proletariado, que no ha sido -ni por el momento, somos- capaz de asumir críticamente su propia experiencia de clase para ir más allá de la repetición de estereotipos mediáticos. Y dejar de lado la autocrítica de nuestra propia experiencia es lo que impide reconocer los logros y elementos más valiosos de la misma que aún pueden ser significativos en la intervención política del presente.
Me refiero a las prácticas de agregación y constitución de comunidades de lucha y resistencia en centros de trabajo como en barrios, la experiencia de lo colectivo en las cajas y órganos de asistencia en las huelgas, como en la vida cotidiana más allá del trabajo. Asimismo, a la autoorganización de base, al estilo de las iniciativas puestas en práctica en algunos barrios durante la pandemia, el factor cualitativo que supuso la proletarización masiva de una generación de mujeres jóvenes, y en fin, el montón de vivencias que están en la biografía de cierta generación, siempre que se evite su uso nostálgico o conmemorativo, que acaba por vaciarlo de su real significado político.
Sea como fuere, si de balance muy general se tratara, podría resumirse en unas cuantas banalidades de base, como que la movilización y la acción directa colectiva, de base, es la forma efectiva de conseguir los objetivos reivindicativos más elementales. Fue precisamente la conversión de las formas organizativas, sindicales y políticas, en instancias de representación y mediación las que impulsaron la desmovilización y acabaron por llevar la conflictividad hacia la vía muerta de la institucionalización.
Desde luego, la institucionalización de las instancias de mediación social y la acción política como representación de la conflictividad pueden ser salidas profesionales legítimas en el mercado general de trabajo, además de una oportunidad de promoción social para líderes obreros y profesionales liberales en paro que aspiran a gestionar la vida de la gente, pero independiente de cualquier consideración moral, eso nada tiene que ver con la perspectiva táctica ni estratégica de una posible ruptura con el orden social capitalista. Pues las tendencias rupturistas o de emancipación social sólo toman cuerpo en la acción colectiva de intervención directa sobre las cuestiones concretas de la reproducción social, que es precisamente la que incide en los problemas estructurales del sistema capitalista.