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Salarios para el Trabajo Doméstico REDUX. La reproducción social y la dialéctica utópica de la forma-valor

Texto de Beverley Best

Traducción por Margo Marsyas


A principios de los 1970s, una red internacional de activistas e intelectuales feministas radicales estaba forjando un movimiento en torno al grito de batalla de ¡SALARIOS PARA EL TRABAJO DOMÉSTICO![1][2] La exigencia era simple, no así el análisis que la impulsaba[3]. El argumento, no menos relevante hoy que entonces, era que el llamado trabajo doméstico –cocinar, limpiar, criar, cuidar, administrar el hogar, etc.–, impagado y marcado por el género en la familia burguesa como ‘trabajo femenino’, hace posible que los trabajadores se presenten al trabajo de producir valor para el sistema capitalista y, de ese modo, juega un papel crucial en la acumulación capitalista. El ‘trabajo socialmente reproductivo’, en otras palabras, hace el trabajo de producir trabajadores. El movimiento de los Salarios para el Trabajo Doméstico condujo atención crítica hacia las características históricamente determinadas del trabajo socialmente reproductivo como marcado por el género, como invisibilizado en la esfera doméstica y como dependiente del salario masculino para su propia reproducción.

            De acuerdo con cómo se relata desde el mismo, el movimiento fue perdiendo tracción a lo largo de los 1980s y los 1990s. Desde entonces ha habido un resurgimiento de esta obra feminista radical, que ha estado circulando a grandes rasgos bajo el nombre de ‘teoría de la reproducción social’[4]. Podemos atribuir intuitivamente este resurgimiento a la exacerbación en curso de las condiciones que llamaron a la existencia al movimiento original en primer lugar. La relevancia de las exigencias del movimiento, las cuestiones que planteó para su análisis, los modos de opresión que abordaba; todo persiste. Casi cuarenta años después, la necesidad actual para el capital de producir fuerza de trabajo a un precio de costo reducido precipita formas de miseria marcadas por el género y por la raza todavía más complejamente mediadas por configuraciones globalizadas y financiarizadas de la acumulación[5]. Algunas intervenciones recientes en la teoría de la reproducción social se han centrado en los antagonismos intensificados del trabajo socialmente reproductivo (tanto asalariado como no asalariado) globalizado, donde las trabajadoras migrantes marcadas por el género y por la raza asumen un trabajo de cuidados intensamente explotado para mandar pagos de remesas a casa a la vez que, en las economías sobredesarrolladas, proveen trabajo suplementario a familias de clase media en las horas de trabajo de más que pueden estrujar fuera de casa –dos escenas de reproducción social sistemáticamente conectadas por las tendencias crísicas del capital contemporáneo (exploradas más abajo). En algunos casos no es la migración de las trabajadoras socialmente reproductivas per se, sino más bien su materia prima biológica para la industria biotecnológica[6]. En ambos casos la historia de la globalización de la reproducción social, por parafrasear a Gayatri Spivak, es otra iteración de la explotación colonial mantenida en la época poscolonial bajo la guisa del capitalismo global.

            La discusión en tres partes que sigue participa en debates actuales dentro de la teoría de la reproducción social ofreciendo una contribución, una divergencia y una intervención. En la primera parte, revisitando la cuestión siempre espinosa del valor en el centro de la acumulación capitalista, mostraré cómo y por qué las categorías de trabajo productivo e improductivo siguen siendo cruciales para el análisis del trabajo socialmente reproductivo no asalariado (o informal) en relación a la tendencia endémica del capital a su involución hacia su propia crisis de reproducción generalizada. Lejos de ofuscar lo que pone en juego políticamente el feminismo radical, traer la cuestión del valor a la crítica de la reproducción social clarifica la necesidad para el capital de subvertir el bienestar y, en último término, la supervivencia humana y del planeta.

            En la segunda parte, las contribuciones recientes a la marejada bienvenida de la teoría de la reproducción social han aportado mucho trabajo históricamente rico y políticamente vital al archivo del análisis radical. Este trabajo también tiende a estar profundamente cuidado teóricamente. Una formulación teórica en particular, arraigada en sus obras tempranas, ha llegado a quedar ampliamente aceptada, a menudo de manera tácita: el trabajo de la producción (trabajo asalariado que produce valor para la economía formal, llevado a cabo en la esfera de la empresa privada) y el trabajo de la reproducción (trabajo no asalariado  que produce seres humanos en todas sus dimensiones, llevado a cabo en la esfera doméstica) son actividades mutuamente constitutivas y mutuamente dependientes en un modo de producción capitalista, al mismo tiempo que se encuentran necesariamente diferenciadas, lógica y categorialmente, para que la acumulación siga su curso. Que esta diferenciación aparece en el mundo como una generización de sus portadores pone una tecnología del género en el núcleo lógico de la acumulación capitalista. Me distanciaré de esta formulación y pensaré de nuevo una diferente, que ha quedado fuera de circulación desde entonces pero que se alinea con la crítica del valor que habré elaborado en la primera parte: el género no es una modalidad determinante en el núcleo interno y abstracto de la relación capital-trabajo. Más bien, lo que es históricamente específico al capital es precisamente que emerge como la evacuación necesaria de toda la especificidad concreta de los sujetos trabajadores –en otras palabras, que es una función de abstracción, lógica, categorialmente– incluso cuando emerge a partir de modos de opresión específicos (incluido el género) y toma forma social en ellos.

            En la tercera parte, me aparto de la formulación ampliamente aceptada de que el capital debe expulsar necesariamente de la relación salarial alguna porción de la actividad socialmente reproductiva, para llevar a cabo una intervención tanto especulativa como utópica en intención. Es un intento de pensar hacia lo que Ernst Bloch llama el ‘todavía-no’[7] con la ayuda de la ‘materia prima’ lógica que el capital mismo introduce en la historia. Esta proyección utópica se inspira en el método jamesoniano de figurar el movimiento de la inversión dialéctica orientada hacia el futuro del concepto mismo, ilustrado en la lectura de la utopía de Walmart (en Valencias de la dialéctica) o del ejército como una forma de poder dual (en Una utopía americana)[8]. Más adelante, tomaré las instituciones del trabajo asalariado mismo como una figura para la colectivización y desgenerización completas de la reproducción social. El gesto se remonta a la exigencia radical del movimiento de los ‘Salarios’, una exigencia que no puede contenerse en sus propios términos, tal y como la articula Silvia Federici en su panfleto ‘Salarios contra el trabajo doméstico’: en último término, el trabajo doméstico no puede ser asalariado bajo ninguna condición menor que la explosión de la relación capital-trabajo en su totalidad.


[1] Artículo publicado originalmente como Best, B. (2021). Wages for Housework Redux: Social Reproduction and the Utopian Dialectic of the Value-Form. Theory & Event24(4), 896-921. @2021 Johns Hopkins University Press. Republicado en traducción con permiso de Johns Hopkins University Press y la autora.

[2] [N. de la trad.] El uso que hace la autora a lo largo del texto de la expresión ‘feminismo radical’ difiere del que entendemos coloquialmente como referido a cierta tradición feminista vinculada o bien a una teoría dual del patriarcado y el capitalismo o bien a una teoría única del patriarcado, con lo que ello puede llegar a conllevar en términos de postular una ecuación género=clase o de restringir el sujeto político de la liberación de género a una definición bioesencialista abstracta de la mujer. El adjetivo de ‘radical’ referido al feminismo de la Campaña de los Salarios para el Trabajo Doméstico se debería entender entonces en el viejo sentido crítico, menos históricamente específico, de que intenta ‘atacar [la cuestión de la feminización y racialización del trabajo socialmente reproductivo en su forma capitalista] en la raíz’. Al recoger el testigo de este ‘feminismo radical’, lo que la autora pretende es llevar más allá de sus limitaciones historizadas ese mismo esfuerzo crítico.

[3] Las declaraciones analíticas tempranas del movimiento son Mariarosa Dalla Costa y Selma James, El poder de la mujer y la subversión de la comunidad (Madrid: Siglo XXI, 2008); Silvia Federici, Salarios para el Trabajo Doméstico (Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tinta Limón, 2019); Maria Mies, Patriarcado y acumulación a escala mundial  (Madrid: Traficantes de Sueños, 2018); Leopoldina Fortunati, El arcano de la reproducción: amas de casa, prostitutas, obreros y capital (Madrid: Traficantes de Sueños, 2019).

[4] El término ha sido contestado recientemente por Federici en Radical Philosophy 2.04, en su introducción al ‘Dossier on Social Reproduction Theory’ (primavera de 2019). No obstante, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Madrid: Traficantes de Sueños, 2010) y Revolución en el punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Madrid: Traficantes de Sueños, 2013), junto con la colección Social Reproduction (Montreal: McGill-Queens, 2006) editada por Kate Bezanson y Meg Luxton, El problema del trabajo  (Madrid: Traficantes de Sueños, 2020) de Kathi Weeks y la republicación de Marxismo y la opresión de las mujeres (Manresa: Bellaterra, 2024) de Lise Vogel con una Introducción por Susan Ferguson y David McNally, han sido todos textos clave en el resurgimiento de la teoría de la reproducción social y sus correspondientes debates a principios de los 2000s y 2010s. Las contribuciones a la oleada en curso de obras en la línea de la teoría de la reproducción social incluyen el dossier de Viewpoint Magazine ‘Gender and Capitalism’ (2015); º 3: Género, raza y otros infortunios (Extáticas, 2023); el ‘Symposium on Social Reproduction’ (24.2, 2016) de Historical Materialism; la colección editada por Tithi Bhattacharya, Social Reproduction Theory (Londres: Pluto, 2017); Marth E. Gimenez, Marx, Women, and Capitalist Social Reproduction (Leiden: Brill, 2019).

[5] Preguntar cómo se constituyen históricamente los procesos de generización y racialización, tanto a través de análisis teóricos como de estudios de caso particulares, exige su propio análisis en curso, que no se aborda aquí. Mientras tanto, cabe decir que los dos procesos no son análogos, ni siquiera al nivel de la ‘teoría’. En esta crítica de la reproducción social me centro en la categoría de género.

[6] Una importante contribución a la teoría de la reproducción social centrada en la industria biotecnológica es ‘Automatic Subjects. Gendered Labour and Abstract Life’ de Kevin Floyd. Floyd les presta mucha atención a las dinámicas de la forma-valor, pero siempre en su relación específica a circunstancias históricas apremiantes. Su aportación deja claro por qué una crítica situada del valor y la tendencia a la crisis del capitalismo es una dimensión irreductible del análisis de la reproducción social.

[7] Ernst Bloch, El principio esperanza, Volúmenes 1-3 (Madrid: Trotta, 2007).

[8] Fredric Jameson, Valencias de la dialéctica (Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2014); An American Utopia (Nueva York: Verso, 2016).


[Continuación del texto en: https://contracultura.cc/wp-content/uploads/2024/09/Salarios-para-el-Trabajo-Domestico-REDUX.pdf]

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