Texto de Mario Aguiriano
Militante del Movimiento Socialista
El segundo capítulo del ¿Qué hacer? –y en parte todo el libro– fue escrito contra las tendencias economicistas en el socialismo ruso[1]. En él, Lenin insiste con vehemencia en algunas ideas básicas para la política marxista, subrayando casi febrilmente qué es lo que los comunistas no son y no pueden limitarse a ser. Los comunistas, afirma Lenin, no son meros “tradeunionistas”. Su trabajo no consiste en disolverse en el movimiento sindical. Su horizonte no es dar “dar a la lucha económica un carácter político”. Su tarea no es limitarse a impulsar los movimientos de masas. El Partido, en el sentido marxista del término, no surge del movimiento espontáneo[2].
A pesar de todas las distancias, diría que lo esencial de las críticas de Lenin se aplica a la perfección al texto Debates y combates en el movimiento de vivienda. ¿Cómo seguimos tras el 13-O?, publicado hace unos días en Viento Sur por Víctor de la Fuente y Andrés Pradillo, militantes de Anticapitalistas. Ayer mismo la propia organización compartió el artículo en su cuenta de Twitter.
Los comunistas tenemos la desagradable manía de coger algunos de los términos malditos de nuestra tradición (economicista, revisionista, etc.) y lanzárnoslos a la cabeza previa manipulación de la posición del otro. Pero, por supuesto, esos términos representan errores reales que están lejos de haber desaparecido. La cuestión no es dejar de utilizarlos, lo cual nos debilitaría inmensamente, sino tratar de hacerlo con rigor. Como trataré de demostrar, creo que en este caso la acusación de economicismo se justifica sobradamente, y apunta a cuestiones de gran importancia.
En las últimas semanas, el término “alternativa política de la clase trabajadora” ha adquirido cierta relevancia en los debates de los círculos militantes. Esto es algo que celebrar: al fin y al cabo, la singularidad del marxismo frente a otras corrientes del movimiento obrero consiste esencialmente en la insistencia en que para alcanzar el socialismo la clase trabajadora necesita construir su propia alternativa política.
Aunque el tema inmediato del texto de De la Fuente y Pradillo es la lucha por la vivienda, su objeto más general es precisamente cómo se construye, e implícitamente en qué consiste, esa alternativa. De ahí que responder a su texto sea una vía útil para clarificar posturas y explorar el propio concepto de “alternativa política”, a fin de que no se convierta en un eslogan difuso que sirva para dar una apariencia de unidad a posturas incompatibles. En otras palabras: ver a qué nos referimos cada uno con “alternativa política” es el único medio para que los lectores puedan decidir qué proyecto es preferible y cuál debería ser descartado. Pido de antemano perdón por la extensión, que se justifica por la importancia del tema que nos ocupa y también porque se me da mal resumir.
Al grano
Vamos, en cualquier caso, con el texto de De la Fuente y Pradillo, que se abre afirmando cómo el pasado día 13 lo que originalmente se preveía como una movilización despolitizada y pasiva acabó trastocándose (al menos parcialmente, entiendo) en:
“Una movilización de masas que logra lanzar a la disputa política a miles de personas articuladas en torno a una crítica directa a la complicidad de todos los gobiernos sobre lo que conocemos como el problema de la vivienda, es decir, la mercantilización de la vivienda y el entramado compuesto por el Estado y las empresas que lo sostienen”.
La afirmación es sin duda algo hiperbólica, lo cual entronca con la tendencia a la exageración y el sobreentusiasmo que ha acompañado a esta movilización –empezando por las cifras de asistencia totalmente inverosímiles aireadas por algunos convocantes y pasando por las disertaciones de Pablo Iglesias sobre un “nuevo 15-M”–[3]. También es algo equívoca: el “lanzar” insinúa en cierto sentido una novedad, apuntado a la idea de que miles de personas previamente desmovilizadas se habrían unido de golpe a la lucha y el señalamiento de la complicidad de los gobiernos. Hace alusión, por lo tanto, a una especie de energía espontánea y radical, a las masas afluyendo a la arena del conflicto abierto.
En mi opinión, esto no fue lo que vivimos el pasado domingo. Si alguien se “articuló” en torno a una “crítica directa a la complicidad de todos los gobiernos con el problema de la vivienda” fueron esencialmente los sectores previamente organizados. El grueso de la manifestación difícilmente se movió dentro de las coordenadas de una “crítica directa” al gobierno: más bien podríamos hablar de una expresión de descontento más bien moderada y pacífica. De lo contrario, el desfile de ministros, exministros, diputados y portavoces habría sido inimaginable.
De la Fuente y Pradillo se apresuran a aclarar que:
“Eso no ha ocurrido por arte de magia, tampoco por un malestar económico que ha implosionado espontáneamente, sino por la acción política consciente de algunos colectivos del movimiento de vivienda; en primera instancia, por el Sindicato de Inquilinas de Madrid. Si ahora hay dos campos que se manifestaron en disputa en la movilización del 13 de octubre es gracias a la agilidad y lectura de la coyuntura que se hizo en un determinado momento” (las cursivas son mías).
Sin duda es cierto que lo más meritorio de la manifestación se debe mayormente al trabajo de los diferentes colectivos del movimiento de vivienda, y siempre es correcto recordar que en el ámbito de la acción colectiva “nada surge de la nada”. Lo que parecen explosiones puramente espontáneas son siempre resultado del trabajo, a menudo silencioso, de diferentes organizaciones y colectivos. De nuevo, subrayaría que me parece aventurado afirmar que gracias a este trabajo hubo grandes sectores recién llegados a la lucha que dirigieron su malestar directamente contra el gobierno. Quienes lo hicieron fueron más bien aquellos a los que estos colectivos ya habían logrado organizar previamente. Para llegar a algo más queda mucho trabajo por hacer.
Ahora bien: llamar “acción política consciente” al trabajo de los sindicatos, aunque este incluya grandes dosis de agitación y una presión directa sobre el Estado, puede llamar a equívocos. Si los sindicatos pudieran llevar a cabo una acción política consciente y permanente, los partidos serían superfluos y la clase obrera no necesitaría mayor alternativa que la provista por los sindicatos. Este es el centro del debate de Marx con el ala derechista de la Primera Internacional, y uno de los elementos centrales del marxismo como un todo.
Esto podría parecer una nimiedad o una cuestión de pura pedantería, pero en realidad es un reflejo del concepto de “acción política” que De la Fuente y Pradillo parecen manejar, como resulta evidente en el resto del artículo.
Tras las afirmaciones anteriores, los autores pasan a recordar una cita de un artículo previo:
“Consideramos acertada la decisión de gran parte del movimiento de vivienda de hacer suya esta movilización y construir a partir de ella y desde una posición independiente y bajo consignas propias un proceso unitario que suponga un punto de inflexión, para construir una alternativa política contraria a la gestión capitalista entre la apisonadora ayusista y la conciliación progresista es posiblemente el gran reto que enfrentamos en los próximos años.”
En este párrafo resulta evidente que para los autores la alternativa política surge del movimiento de masas; y que podría de hecho hacerlo a partir del movimiento de vivienda. Con esto volveríamos a Lenin y a sus advertencias sobre cómo no surge una alternativa política en el sentido marxista del término.
Aquí conviene aclarar una cuestión central. El motivo por el que el partido revolucionario no puede surgir del movimiento espontáneo no es que “los trabajadores sean tontos”, como insinúan ciertos intérpretes vulgares de Lenin. Es más simple: no todos los trabajadores son comunistas. No todos los que defienden sus condiciones de existencia defienden también la necesidad de llevar a cabo una lucha política independiente contra el orden capitalista. No todos conocen la teoría revolucionaria, sin la cual, como sabemos, no puede haber un movimiento revolucionario. Por eso los trabajadores que sí defienden esas ideas deben formar organizaciones políticas, capaces de extender la conciencia socialista entre los movimientos de masas y dirigirlos a la lucha contra el Estado de los explotadores. Lars Lih ha demostrado sobradamente que las ideas del ¿Qué hacer? no contienen ningún tipo de desprecio hacia los trabajadores, al contrario[4]. Lenin confiaba con todo su ser en que el instinto de clase de los trabajadores les haría plenamente receptivos ante el mensaje socialista: simplemente planteaba que para ello alguien tenía que poner ese mensaje sobre la mesa, y ese alguien era el partido, formado por socialistas convencidos y no por “todos los trabajadores” con independencia de su ideología. Vamos, en cualquier caso, por partes.
De la Fuente y Pradillo pasan a afirmar que la cuestión de la vivienda posee hoy una potencialidad de la que otros problemas carecen, pues no se percibe únicamente como un “problema” sino como un conflicto abierto. De ello extraen una conclusión que, desde un punto de vista marxista, es realmente extraordinaria:
“Esta tarea [alimentar el movimiento de vivienda] es fundamental y primaria a la que debemos supeditar cualquier otro debate estratégico y más aún sobre la táctica concreta. A partir de este hecho, fortalecer los sindicatos de inquilinas y de vivienda como semillas de organizaciones de la clase trabajadora se nos presenta como una prioridad en este ciclo.”
¿Cómo puede ser que los marxistas debamos supeditar “cualquier otro debate estratégico y más aún sobre táctica concreta” a pensar en cómo fortalecer el movimiento de vivienda, más aún ante la falta de partido y de una estrategia clara y colectivamente asumida? Esto implica, por cierto, que “fortalecer los sindicatos de vivienda” no sería solamente una prioridad sino la prioridad. Aquí tenemos una versión de la vieja tesis economicista que reduce el papel de los comunistas a ser buenos sindicalistas. Afirmar que los marxistas, ante todos los desafíos del presente, deben concentrar todas sus energías en una lucha sindical (y por lo tanto sectorial) concreta es simplemente decir a los marxistas que dejen de serlo. Es quitarles aquello que los hace marxistas.
Porque –y aquí está la cuestión clave– lo que los marxistas tienen que ofrecer a los movimientos de masas no es (solamente) una serie de luchadores entusiastas. Es, ante todo, un proyecto político integral, encarnado en organizaciones políticas revolucionarias, y con él un objetivo final. El propósito de los marxistas no es que los movimientos de masas “avancen” en abstracto. Es fundir el socialismo con esos movimientos. Y eso requiere construir organizaciones de partido, requiere proponer un programa, requiere extender la conciencia socialista, elevando las preocupaciones sectoriales y las luchas económicas al nivel de la lucha política contra el orden capitalista. Ninguna de estas tareas puede realizarse disolviéndose en los movimientos de masas. Y tampoco basta con atenuar esa disolución creando pequeñas organizaciones políticas orientadas a hacer seguidismo de todo movimiento espontáneo. Deben construirse, por el contrario, grandes organizaciones políticas de masas, lo que impone tareas específicas que en ningún caso pueden reducirse a ser el mejor sindicalista de vivienda, el miembro más entusiasta de tu asociación de vecinos o el más tenaz luchador de la plataforma contra el cierre de ambulatorios. No es que estas tareas sean incompatibles con serlo, en absoluto, y de hecho si no cuenta con esta clase de efectivos cualquier organización marxista flaqueará. Pero sí son incompatibles con la pretensión de reducir la intervención de los comunistas a ello, por el sencillo motivo de que la pretensión misma borra estas tareas.
La argumentación de De la Fuente y Pradillo continúa así:
“En segundo lugar, debemos aprovechar esta coyuntura para incorporar nuevos sectores sociales a la lucha política, dotándolos de un programa de conjunto y elevando el nivel de conciencia general bajo el horizonte de la desmercantilización de la vivienda. En el terreno concreto, se trataría de que las miles de personas que acudieron a la movilización, previsiblemente siendo una gran parte de ellas personas que viven de alquiler, se identifiquen con unas ideas de conjunto, es decir, con un programa universal para el conjunto de la clase trabajadora.”
Esto sigue limitando su horizonte a la idea de “dar a la lucha económica un carácter político”, satirizada incansablemente por Lenin a lo largo del ¿Qué hacer? La pregunta es simple: ¿quién es el actor que dotaría a esos nuevos sectores de un “programa de conjunto”? ¿El Sindicato de Inquilinas? ¿El movimiento de vivienda?
El absurdo es manifiesto. Un “programa de conjunto” debe abordar todos los asuntos sociales relevantes. Debe hablar de la forma de gobierno, de trabajo, vivienda, educación, medio ambiente, economía, cultura, derechos políticos y sociales… Si el Sindicato de Inquilinas adoptara un “programa de conjunto” dejaría de ser un sindicato para pasar a ser un partido –y, por supuesto, no uno revolucionario, cuya construcción requiere de un trabajo específico. Además, la cuestión del programa no se resuelve por medio de la adición de los programas de diferentes luchas parciales (vivienda, educación, sanidad) porque eso sigue dejando de lado la cuestión de la forma del Estado. Por eso la llamada “confederación de las luchas” no llena esta ausencia ni puede evitar en ningún caso la necesidad del partido/acción política, como Brais Fernández recordara acertadamente en su debate con Javier Gil durante la Universidad de Verano de Anticapis.
En realidad, De la Fuente y Pradillo juegan al equívoco con los términos. La frase empieza hablando de “aprovechar esta coyuntura para incorporar nuevos sectores sociales a la lucha política, dotándolos de un programa de conjunto”. Esta formulación aislada habría agradado a Lenin: esta era, en su opinión, exactamente una de las tareas fundamentales de un partido revolucionario. Para él, “incorporar a nuevos sectores a la lucha política” implicaba incorporarlos a la lucha abierta contra la autocracia zarista, orientada a su destrucción. En otras palabras, a la lucha revolucionaria contra el Estado de los opresores. El “programa de conjunto”, por otro lado, era el programa completo del Partido Socialdemócrata Ruso, donde se afirmaba: (1) el socialismo como objetivo final y la dictadura del proletariado como medio y (2) la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado y el establecimiento de la república democrática, acompañada de toda una serie de medidas en defensa de los derechos económicos de los trabajadores, como paso hacia (1)[5].
En manos de De la Fuente y Pradillo, las cosas son bien diferentes. Por “incorporar a la lucha política” y por “programa de conjunto” no se refieren a nada de lo anterior, y por ello lo matizan de inmediato: la lucha política es la “lucha por la vivienda” y el programa de conjunto un programa para la lucha por la vivienda (de ahí el “bajo el horizonte de la desmercantilización de la vivienda”). Pero la lucha por la vivienda es una lucha sectorial, por más que incluya cuestiones políticas y no la lucha “total” (la lucha por el poder) que es la lucha política en el sentido marxista.
Después vuelve la cuestión del “programa universal para el conjunto de la clase trabajadora”, y con ella la misma incógnita. ¿Quién lo plantea? ¿El Sindicato de Inquilinas? Si lo hace, como hemos dicho, dejaría de ser un sindicato, y encima su programa no sería un programa revolucionario. Quizás Pradillo y De la Fuente consideran que es Anticapis, su partido, quien debería elaborar este programa. Pero en ese caso toda su argumentación economicista se derrumba como un castillo de naipes: la prioridad absoluta no podría ser “fortalecer los sindicatos de inquilinas”, sino trabajar en ese programa y en los medios para poder desarrollarlo. Medios que incluyen impulsar la lucha por la vivienda desde unas coordenadas específicas, pero en la política comunista el orden de los factores altera el resultado.
Hay una evidente diferencia entre dos cosas que los autores presentan como una y la misma: lo que llaman “programa de conjunto” –por lo que parecen referirse a un programa para el conjunto del movimiento de vivienda– y lo que sería un “programa universal para el conjunto de la clase trabajadora”. Algo así solo puede proveerlo un partido, no un movimiento sectorial. ¿O alguien se imagina que, por ejemplo, la marea verde de profesores contara con un programa como, yo qué sé, el programa del Partido Socialdemócrata Ruso? No tiene sentido, claro. Los programas generales los plantean partidos, y a día de hoy no existe un partido proletario. De ahí que la prioridad absoluta deba ser, por supuesto, avanzar en su construcción.
De la Fuente y Pradillo continúan afirmando que:
“A nivel programático, en primer lugar, es necesario topar el máximo del alquiler en el 10% del salario, como forma estructural de evitar la extracción de salario por parte del rentismo. En segundo lugar, expropiar la vivienda vacía y turística y ponerla bajo control de las y los trabajadores, a través de los sindicatos de inquilinas y vivienda”.
De nuevo, el problema del economicismo: demandas económicas radicales desligadas de la cuestión de la política, de la forma del gobierno como forma de organización del poder político. Las implicaciones no son menores: si no se expropia a los capitalistas de la capacidad de gobernar, si el Estado sigue siendo su Estado, la idea de “expropiar la vivienda vacía y turística y ponerla bajo control de las y los trabajadores, a través de los sindicatos de inquilinas y vivienda” es una propuesta de estatización de los sindicatos de vivienda, que se convertirían en correas de transmisión del Estado capitalista. He aquí un ejemplo del tipo de “socialismo de Estado” que Marx tanto odiaba. Esta fue, de paso, una de las triquiñuelas con las que la socialdemocracia alemana desactivó los consejos obreros post-1918, reducidos a apéndices constitucionalmente reconocidos del Estado burgués. Lo anterior sirvió para desarmarlos y desmoralizar a los obreros, y por ello como antesala para su desintegración.
Viejas raíces
Aquí, en cualquier caso, estamos no ante un error personal de los autores, sino ante un problema de fondo del trotskismo, rastreable hasta el Programa de Transición esbozado por Trotsky en 1938. La premisa mayor de Trotsky era que el capitalismo estaba a punto de colapsar. La perspectiva no era del todo descabellada en 1938, pero pocos años después el capitalismo tuvo la insolencia de experimentar el mayor periodo de expansión de su historia.
En cualquier caso, partiendo de esta premisa Trotsky planteó la idea de que si se conseguía movilizar a los obreros en torno a una serie de demandas económicas relativamente radicales (esto es, de una serie de reformas), acabarían por sí mismos derribando un capitalismo del todo incapaz de satisfacerlas.
Esto es una mala idea. Y lo es porque la revolución debe ser el acto consciente de una mayoría, no una trama en la que se empuja al proletariado mediante ardides hasta que alcance un objetivo que nunca se había llegado a proponer. Esto es el equivalente a esas fiestas sorpresa donde crees que estás yendo a visitar, yo qué sé, a un amigo enfermo y en realidad llegas a una casa llena de globos, colegas entusiasmados y gritos de celebración –y ahí te ves tú, que no tenías ninguna gana, bebiendo Negrita en un vaso de plástico y con un gorro en la cabeza–. Es creer que el proletariado va a hacer la revolución sin saberlo, radicalizándose no en base a sus necesidades económicas y sobre todo a la conciencia de que puede y debe gobernar, sino exclusivamente por medio de lo primero. Es dejar de lado la tarea central de los marxistas: extender la conciencia socialista (la conciencia de la necesidad del socialismo y los medios para lograrlo).
Si los trabajadores toman el poder debe ser porque quieren tomar el poder, porque han comprendido que es posible y necesario derribar el Estado de los explotadores e instaurar su gobierno. La tarea de un partido revolucionario es guiarlos en esta tarea. Por ello los bolcheviques no plantearon solamente “Paz, Pan y Tierra” sino que insertaron esta tríada dentro de la consigna “Todo el poder para los soviets”.
Si, por el contrario, los trabajadores derribaran inconscientemente al gobierno capitalista, quien tomaría el poder no sería el proletariado, mediado por su partido, sino una minoría conspirativa. La irrelevancia política de la Cuarta Internacional servía para dar impulso a este tipo de ideas. De ellas participa la pretensión de sustituir la expansión de la conciencia socialista por la mera radicalización de demandas económicas. No hay nada de “democrático” y ninguna “superación de la delegación” en pretender que la gente llegue a posiciones de tu gusto de forma inconsciente.
En definitiva, la tentación economicista ya está en esa pieza fundacional del trotskismo que es El Programa de Transición. De aquellos barros, estos lodos[6].
¿Qué alternativa?
Volvamos, en cualquier caso, al artículo. En el párrafo que sigue, De la Fuente y Pradillo exponen su propuesta contrastándola con otra que consideran errónea:
“Frente a la idea que reduce la construcción de una alternativa política para los trabajadores y trabajadoras a la construcción de un (determinado) partido revolucionario y que reduce a las organizaciones de base a meros vehículos de reivindicaciones economicistas, es necesario plantear con claridad la idea de que la construcción de esa alternativa política debe estar vinculada a la construcción de un bloque histórico, sostenido por instituciones de clase lo más amplias posibles, que permitan a través de la experiencia concreta atraer a sectores bajo el paraguas de la hegemonía reformista, hoy evidentemente mayoritaria en el conjunto de la clase trabajadora, y, en consecuencia, reconociendo en su interior composiciones ideológicas híbridas”.
Aquí hay mucho que desbrozar. Lo primero, en términos de elevación del debate, un requisito mínimo debería ser citar o hacer algún tipo de referencia a quien propone aquello que criticas. No solo por honestidad, sino para que el lector pueda acudir a las fuentes y ver qué se propone realmente en ellas. Por mi parte, entiendo que la posición que se critica es la del Movimiento Socialista, y especialmente la expuesta por Gonzalo Gallardo y Paula Villegas en dos artículos publicados durante las últimas semanas[7].
Empecemos por el principio: la “idea que reduce la construcción de una alternativa política para los trabajadores y trabajadoras a la construcción de un (determinado) partido revolucionario y que reduce a las organizaciones de base a meros vehículos de reivindicaciones economicistas”. Mucha reducción se ve en el ojo ajeno para el tamaño de la viga reduccionista del propio. En primer lugar, la construcción de una alternativa política consiste por definición en la construcción de un partido revolucionario. Decir una cosa y la otra es decir lo mismo. Pero un partido revolucionario, según el concepto marxista del término, solo puede ser la fusión entre socialismo y movimiento obrero. Esto es, un partido revolucionario de masas, no una de las tantas pequeñas organizaciones que se autodenominan “partido comunista”. CJS, por ejemplo, es una organización política pro-partido, no el partido revolucionario de la clase obrera. Quien se considere como tal a sí mismo a día de hoy no hace más que engañarse.
Segundo punto: lo de “reducir las organizaciones de base a meros vehículos de reivindicaciones economicistas”. Aquí tenemos otra confusión conceptual. El economicismo es una ideología, de la que este texto es un buen ejemplo. Las “organizaciones de base” no hacen reivindicaciones “economicistas” per se, sino en general reivindicaciones económicas, como lo es demandar una bajada del 50% en el precio de los alquileres. Esto no implica que deban excluir toda reivindicación política, y pretenderlo sería de hecho economicista, como también lo sería creer que en eso se agota la política proletaria. Ahora bien, los sindicatos suelen pedir mejoras de las condiciones laborales, reducciones de la jornada de trabajo, etc., no la supresión de la policía y el ejército permanentes. En ocasiones, pueden realizar también reivindicaciones políticas, como sería por ejemplo que el Estado español dejase de prohibir las huelgas políticas. Para un comunista, de hecho, los sindicatos deben realizar también reivindicaciones políticas, y en última instancia adoptar el programa de un partido revolucionario. Por lo tanto la idea de que pretenderíamos que las organizaciones de base se limitaran a las cuestiones “economicistas”, separando economía y política, es un absurdo. De hecho, desde el Movimiento Socialista se ha propuesto exactamente lo contrario. Pero el vehículo de las propuestas políticas es, en general, la organización política.
Sigamos. Pradillo y De la Fuente afirman que: “la construcción de esa alternativa política debe estar vinculada a la construcción de un bloque histórico”. En abstracto, nada que objetar. En concreto, todo que objetar, porque lo que vienen a hacer es repetir la idea de que la alternativa política solo puede surgir de las luchas económicas de masas. Para Gramsci, no hay bloque histórico sin partido, y construir un partido no es lo mismo que construir un bloque histórico. El segundo requiere de la existencia del primero, cuya construcción plantea tareas específicas que en ningún caso pueden reducirse a tratar de radicalizar el movimiento de vivienda (que es, al parecer, la fórmula de construcción partidaria planteada por los autores). Lo mismo se aplica, por cierto, al movimiento de solidaridad por Palestina, las luchas de los pensionistas y lo que se quiera: un partido revolucionario no surge de ahí (a pesar de lo que afirmara el también trotskista Alex Callinicos en la reciente conferencia sobre Lenin organizada en Bilbao).
Un bloque histórico sin partido es, desde la perspectiva de Gramsci, un sinsentido. Por ende, construir un bloque histórico tiene como prerrequisito de construir un partido, también.
En cualquier caso, volvamos con los autores. ¿Qué sería para ellos este bloque histórico? Un conjunto de instituciones de clase y, por lo tanto, “ideológicamente híbridas”. En otras palabras: instituciones de lucha (económica) que reunieran a revolucionarios (en inevitable minoría) y a reformistas (presumiblemente en mayoría, según lo que ellos mismos afirman correctamente sobre la “hegemonía del reformismo, hoy mayoritario”). Desde una perspectiva marxista, esto no es incorrecto en lo que a las organizaciones de lucha económica se refiere. De ahí, por ejemplo, las políticas de frente único. Sin embargo, la política de frente único presuponía la existencia de un partido revolucionario: no era una fórmula para crearlo.
Como decía, no es incorrecto per se plantear que los movimientos de masas –no los partidos– sean “ideológicamente híbridos”, entre otras cosas porque de lo contrario difícilmente serán movimientos de masas en lo inmediato, dada la baja, aunque por fortuna creciente, cantidad de comunistas por kilómetro cuadrado. Lo anterior simplemente nos obliga a reconocer la hegemonía reformista en los movimientos de masas y a actuar en consecuencia. Ahora bien, una vez este planteamiento se combina con la idea de que la alternativa política surge del movimiento de masas, queda claro a qué clase de partido apunta el enfoque de De la Fuente y Pradillo. ¿Qué podría surgir de un movimiento ideológicamente híbrido? Es obvio: un partido ideológicamente híbrido, “no delimitado programáticamente entre reforma y revolución”, según la expresión del trotskista Mandel, que abrió la puerta a la participación sistemática de trotskistas en la creación de partidos reformistas. En una especie de tétrico déja vu, Anticapis parece haber vuelto a la casilla que les llevó a impulsar la creación de… Podemos. Yo prefiero el (determinado) partido revolucionario, la verdad.
No digo esto como insidia, y tampoco pretendo insinuar que los autores deseen conscientemente recrear Podemos: simplemente sostengo que esto es lo que se sigue de su enfoque. O bien la construcción de una alternativa política es una tarea separada, en cuyo caso todo el enfoque del artículo colapsa, o bien se hace a través de los movimientos de masas, y por eso la prioridad es “fortalecer los sindicatos de vivienda”. Pero si los movimientos de masas, casi por definición, incluyen a reformistas y revolucionarias, la alternativa política que surja de ellos incluirá a reformistas (en mayoría, para más inri) y revolucionarios (en minoría). Como los reformistas simplemente no son revolucionarios, incluir a ambos en un mismo partido implica por definición que se trate de un partido reformista. No existe un “punto intermedio” entre reformismo y revolución: todo acuerdo entre ambos es un acuerdo dentro de los límites del reformismo (que de lo contrario no participará). Este sector vetará, como es lógico y natural, cualquier propuesta revolucionaria. No podrá decirse que el objetivo es el socialismo, porque los reformistas no lo comparten. No podrá decirse que el objetivo es destruir el Estado capitalista, porque los reformistas no lo comparten. De nuevo, hemos vuelto a la casilla de Podemos, que desde su fundación, como era inevitable, no hablaba ni de socialismo ni del Estado de los trabajadores sino que se limitaba a lanzar diez demandas de apariencia radical, pero del todo indeterminadas (y por lo tanto fácilmente subsumibles dentro del marco del Estado español).
Las apelaciones a la “experiencia concreta [de lucha]” tampoco resuelven nada. Pues por sí misma la experiencia de lucha no crea la conciencia socialista, como Lenin repitiera machaconamente en el ¿Qué hacer? Facilita inmensamente su expansión, y por ello es imprescindible. Pero que la lluvia sea necesaria para las plantas no debería llevarnos a confundir la lluvia con las plantas. En lo que se cristalizó la radicalización de las experiencias de lucha del periodo 2008-2014 fue… en Podemos.
Si, por el contrario, la alternativa política que reclaman Pradillo y De la Fuente no quiere consistir en un partido reformista, deberían reconocer que el enfoque de su artículo es erróneo, pues construirla requeriría desde ya tareas específicas que interpelan a los comunistas, y no al movimiento de masas en sentido amplio (que contiene comunistas, anarquistas, socialdemócratas, liberal-progresistas y hasta algún conservador).
Las dudosas apuestas del Secretariado Unificado
Aquí hay que volver a dar un paso atrás. A raíz de la crisis de 2008, el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, al que Anticapis pertenece, lanzó la propuesta de impulsar la creación de “partidos antiausteridad”. Esto era una vuelta de tuerca más hacia el oportunismo con respecto a la propuesta anterior, consistente en crear “partidos anticapitalistas” –también insuficiente, dicho sea de paso–. Necesitamos un partido comunista, no híbridos difusos que acaban inevitablemente por colapsar (como el NPA francés, hoy miembro del Frente Popular junto a la socialdemocracia).
En cualquier caso, la idea de crear partidos antiausteridad, o sea, partidos reformistas radicales, salió fatal. Ser una minoría “revolucionaria” en partidos oportunistas como Podemos se saldó en la disolución de cualquier cosa que sonara a marxismo y el mangoneo y marginación sistemáticos por parte de la élite burocrática del partido. Seis años después, con pena y sin gloria, Anticapis abandonaba Podemos, ya convertido en socio del gobierno del PSOE.
A día de hoy, uno debería preguntarse si lo que se entiende desde Anticapis por “alternativa política de y desde la clase trabajadora” es algo así como un nuevo Podemos o –lo que viene a ser lo mismo– Adelante Andalucía, del que participan. En rigor, lo máximo que podría salir de una propuesta como la de Pradillo y De la Fuente es algo similar, aunque quizás más radicalizado por la coyuntura. Por mi parte, puedo aclarar que eso no es lo que quiere decir CJS ni ninguna de las organizaciones del MS, tal y como aclaran sus documentos[8]. Se trata, de hecho, de posturas antagónicas.
Anticapis, en suma, debería aclarar si su táctica actual es coger impulso antes de lanzar el nuevo Podemos, bajo el paraguas de un “partido antiausteridad”, un “partido amplio”, un “partido radical de reformas”, un “partido del pueblo” o cualquier otro eufemismo para hablar de un partido reformista e interclasista[9]. En alguna de sus charlas a las que he podido acudir, se manejaba una idea que me resultó difícil de digerir. Primero narraban con todo lujo de detalles las mil y una jugarretas con las que Iglesias y compañía les marginaron, silenciaron y mangonearon, las miserias políticas y organizativas de Podemos y cómo tuvieron que salir de allí de mala manera. Acto seguido, se venía a decir que no se arrepentían de haber participado de la creación de Podemos y, aún más increíblemente, que ¡lo volverían a hacer! El argumento con el que justificaban esto es que a los grupos comunistas que no entraron en Podemos tampoco les fue mejor. Esto es como decir que estás dispuesto a lanzarte otra vez de cabeza contra el muro con el que te partiste la crisma porque al fin y al cabo el de al lado se quemó la mano jugando con un soplete, y eso tiene pinta de doler más.
Si Anticapis perseverara en esta línea del eterno retorno, podemos hacer una pequeña profecía sobre qué sucederá en el futuro próximo. Un gobierno PP-Vox acompañado de cierta recesión económica da lugar a un auge de los movimientos de masas, con el movimiento de vivienda en un papel central. Los principales cuadros de Sumar caen en rápido descrédito y son expulsados de alguna movilización. De Podemos solo se acuerdan cuatro convencidos, y acaba reducido al altavoz mediático de Pablo Iglesias antes que a un partido. Los nuevos movimientos de masas van produciendo sus propias figuras públicas, que pasan a encarnar el descontento social. Al de un par de años, cuando la escalada de movilizaciones empieza a entrar en receso, ciertos cuadros fogueados en el movimentismo y organizaciones como Anticapis comienzan a plantearse lanzar un nuevo partido que pueda canalizar el descontento. Al igual que en 2014, “la presencia de una serie de personalidades con proyección mediática como cara pública del proyecto”[10] se plantearía de inmediato como factor determinante para su éxito. Pronto tendríamos frente a nosotros a un nuevo partido oportunista, dispuesto a asaltar ese cielo extraño que es el gobierno del Estado capitalista español, y encabezado por las estrellitas mediáticas de la izquierda del momento: figurines de los movimientos sociales, articulistas progres, profesores de universidad, algún profe de la pública y un par de tertulianos. Pronto se sumarían los aparatos de IU, Podemos, etc. Y la rueda de hámster seguiría girando: entusiasmo inicial (fraudulento, porque los límites del proyecto son estructurales), desengaño, desmovilización.
Por mi parte, pocos escenarios peores que este se me ocurren. Pero debe aclararse que el único referente real de lo que implicaría un “partido surgido de los movimientos” es esto.
¿Por dónde empezar?
En cualquier caso, creo que aquí subyace un problema más general. Hemos dicho anteriormente que un partido marxista es la unión del socialismo con el movimiento obrero. Partiendo de esta idea, muchos comunistas concluyen que nuestra tarea como comunistas debería consistir en limitarnos a tratar de reconstruir el movimiento obrero, para después poder tratar de fundirlo con el socialismo.
Considero que esta idea es errónea, y que la historia demuestra que el proceso no puede funcionar así. Es errónea porque conduce inevitablemente al economicismo, pues obliga a los comunistas a diluirse en los movimientos de masas, reduciendo su práctica a una práctica de tipo sindical y relegando la política a la producción episódica, poco sistemática y en última instancia estéril de propaganda. Las tareas políticas quedan sin resolver y, como resultado, a la alternativa política independiente se la espera como se espera a Godot, por el simple motivo de que nadie está haciendo el trabajo.
Pero vayamos a la cuestión histórica, que es el mejor medio para responder a la pregunta del por dónde empezar. ¿Debemos limitarnos a tratar de reconstruir el movimiento obrero y esperar a que la cuestión del partido se plantee en un momento futuro o debemos avanzar desde ya en la construcción de un movimiento político?
Vayamos a los ejemplos históricos más paradigmáticos: Alemania, Rusia y Reino Unido. En los dos primeros llegó a crearse un partido marxista (posteriormente, en el caso alemán, carcomido por el oportunismo); en el tercero, no.
En el caso alemán, que Lenin veía como ejemplo y modelo, el movimiento político del proletariado precedió a la creación de un gran movimiento obrero sostenido en organizaciones de tipo sindical. El “Partido de Eisenach”, al que Marx y Engels se referían como “su partido”, nació tras la ruptura de August Bebel, Wilhelm Liebknecht y sus seguidores con el Partido Liberal, ala izquierda de las fuerzas burguesas, y lo hizo antes de que en Alemania hubiera un “movimiento obrero” en el sentido tradicional[11]. Ahí comenzó el proletariado alemán a recorrer el camino de la independencia política. De este modo, las organizaciones obreras que fueron surgiendo lo hicieron bajo la égida de un partido independiente y socialista, imbuidas por su espíritu. Esto apuntaba a una genuina “fusión entre socialismo y movimiento obrero” y, de hecho, fue corrompiéndose a medida que el movimiento obrero se separaba del socialismo, con la mediación decisiva de las burocracias sindicales, aunque esta es otra historia[12].
En el caso ruso, el movimiento político se desarrolló en paralelo al movimiento obrero. Su origen es el Grupo para la Emancipación del Trabajo, formado por intelectuales marxistas, y los círculos socialistas que comenzaron a extenderse por el país. Estos círculos nunca estuvieron totalmente separados de las primeras luchas económicas del proletariado, pero eran algo diferente por su naturaleza: embriones de la organización política, no apéndices del movimiento de masas. Posteriormente, y gracias a los bolcheviques, la organización política supo separarse de los sectores oportunistas –favorables a aceptar el marco político y legal del zarismo– y preservar su independencia.
En rigor, también en Inglaterra el movimiento político –aunque aún bajo la forma del cartismo, y no, como en los casos anteriores, como movimiento político consciente, socialista– precedió a la creación de un gran movimiento sindical. Sin embargo, el cartismo fue derrotado y su memoria consiguió erradicarse con notable éxito. En las décadas posteriores, lo que surgió en Inglaterra fue un gran movimiento sindical sin una alternativa política propia, y por lo tanto políticamente subordinado al Partido Liberal. Esta clase de subordinación política con respecto al ala más progresista del espectro político procapitalista es el resultado inevitable de la existencia de un movimiento sindical sin movimiento político independiente. Los sindicalistas ingleses representaron al ala derecha de la Primera Internacional y se enfrentaron a Marx porque no estaban realmente dispuestos a construir un partido obrero independiente, que fue lo que la Primera Internacional estableció como la más fundamental de las tareas. Cuando años después un partido acabó de surgir de los sindicatos ingleses, no se trataba de un partido obrero independiente, sino de un “partido obrero burgués”, sostenido en una ideología fabiana, no marxista.
Inglaterra era para Lenin y los marxistas de la época el anti-modelo: de ahí el uso peyorativo del anglicismo “tradeuniones” en el ¿Qué hacer? Pero curiosamente, quienes abogan por construir el movimiento obrero antes de construir un movimiento político independiente, vienen a decir que Inglaterra es el modelo.
Una organización como el Sindicato de Inquilinas podrá organizar a inquilinos, lanzar huelgas de alquileres, extender a nivel social la conciencia sobre el problema de la vivienda e incluso popularizar la desmercantilización de la vivienda como horizonte. Pero no va a poder explicar claramente cuáles son los pasos necesarios para que algo así pueda consumarse de forma definitiva –la conquista del poder político–, deslegitimar de forma constante el orden político capitalista, encabezar una lucha general contra el mismo y abordar de forma sistemática –propuestas incluidas– toda una amplia gama de asuntos relevantes: la lucha contra el militarismo, la cuestión del clima y un largo etcétera, por el simple hecho de que es una organización sindical y sectorial. Una, claro, que se mueve dentro de la hegemonía reformista mencionada por Pradillo y De la Fuente. La única herramienta que podría hacer todo lo anterior es una organización política que representara una alternativa real al orden existente, y no un intento de maquillarlo. Y aún es más: el “se acabó el tiempo de los políticos” tiene su atractivo, pero tiene también las patas cortas. Como todo sindicato, el SI se mueve implícita o explícitamente bajo el ala de las fuerzas políticas existentes, y de hecho las profesiones de fe antipolíticas podrían convertirse en un medio para soldar esto de forma velada (como todo “yo no me meto en política”).
De ahí que necesitemos desde ya organizaciones políticas que, avanzando hacia la construcción de un partido, constituyan una fuente de oposición radical al orden político y económico capitalista y sean capaces de extender la conciencia socialista. Estas organizaciones deberían tener presencia en todos los movimientos de masas sin disolverse en ellos ni limitarse a ser su apéndice, preservando en todo momento una postura independiente. Sin un movimiento de masas en ascenso, un partido comunista sería débil. Pero sin un partido comunista, el movimiento de masas está descabezado. Considero que esta cita recoge bien la cuestión:
“Sin el compromiso con la independencia política de clase y el socialismo, o sea la destrucción del régimen de clase capitalista, el proceso de reconstruir el movimiento obrero no puede comenzar. […] Este movimiento ha de ser reconstruido bajo el capitalismo no solo por medio de la sucesión de huelgas y protestas callejeras, sino en antagonismo con el Estado capitalista, los partidos capitalistas y los medios del capital. Y eso significa que el movimiento necesita tener en su mismo centro un partido que constantemente desafíe y busque socavar la legitimidad del orden constitucional, y plantee la alternativa del socialismo”[13].
Una nota sobre la cuestión de la vivienda
Algo curioso del artículo es que mientras que Pradillo y De la Fuente reivindican como inevitable el carácter “híbrido” de movimientos como el de la vivienda, dicen poco sobre cómo combatir el reformismo en el seno del propio movimiento de vivienda. Aquí la propuesta queda mayormente reducida a un intento de radicalizar sus demandas, ampliar la lucha, etc. De este modo, no se da respuesta, por ejemplo, ni a la crítica al Sindicato de Inquilinas lanzada en el artículo de Gonzalo Gallardo y Paula Villegas ni a aquella esbozada más veladamente por Pablo Carmona.
Como ya he dicho, el problema básico de la propuesta de Pradillo y De la Fuente es que pretende construir una alternativa política desde el movimiento de masas y, por lo tanto, una lógica de conciliación y lealtad con los nuevos actores “masistas” que es contradictoria con su propio análisis sobre la hegemonía reformista en su seno. Esta clase de planes nos condenan a movernos a rebufo de los diferentes movimientos y la agenda del momento, sin tener una posición independiente consolidada y una fuerza propia. Son, por lo tanto, una vía para perpetuar el seguidismo que ha caracterizado a tantas organizaciones de corte trotskista.
Pero incluso desde su tendencia a reflexionar como sindicalistas, los apuntes de Pradillo y De la Fuente son sorprendentemente parcos sobre toda una serie de cuestiones urgentes.
Dada la notoriedad recién adquirida por el Sindicato de Inquilinas, pronto comenzará a tener que enfrentarse a nuevas trampas y chantajes, así como al intento sistemático de hacerle pasar por todos los aros.
De forma aún más inmediata: todo apunta a que al menos los aparatos de IU y Podemos apuestan por abrir un nuevo ciclo de movilizaciones y que la reconfiguración del espacio de izquierdas se dé desde esas coordenadas. ¿Cómo maniobrar ahí? ¿Cómo evitar la cooptación cuando ellos son las únicas fuerzas políticas en juego? Aquí el enfoque de Pradillo y De la Fuente muestra su impotencia. Llamar a seguir, a movilizarse más, a hacer demandas más ambiciosas, no resuelve el problema, porque los Iglesias e incluso los Enriques Santiago de turno estarán más que dispuestos a conceder eso, y quizás incluso lo promuevan. Y lo hacen porque saben, al contrario que los movimentistas, que mientras ellos sean la única fuerza política sobre el terreno, el mayor “impulso en las calles” acabará beneficiándoles. Recuerdo bien a Cayo Lara en la primera noche electoral tras el 15-M, afirmando, frente a la implacable mayoría absoluta de Rajoy, que “el pan había llegado a la casa de los pobres” porque IU había pasado de los 2 diputados que le ganaron el sobrenombre de “Izquierda Hundida” a 11.
Todos estos dilemas se darán más pronto que tarde, y Pradillo, De la Fuente y compañía deberán enfrentarse dentro de su sindicato tanto contra la hegemonía reformista general como contra su ala más derechizada y conciliacionista. Con esto volvemos a la insuficiencia de su enfoque, que convierte esa batalla en algo a dar de forma puramente interna. El problema es que actuando únicamente desde dentro de un sindicato es prácticamente imposible llevar a cabo el tipo de trabajo propagandístico y educativo necesario para combatir eficazmente esta clase de posturas –como prueba el mismo hecho de que los autores publican su texto desde el periódico de su organización–.
Por el contrario, cuanto más fuertes sean las organizaciones políticas revolucionarias, cuanta mayor sea su legitimidad, impacto y claridad teórica, mayor capacidad tendrán de influir en movimientos como el de vivienda, deslegitimar el conciliacionismo e impulsar vías de acción más audaces. Y podrán hacerlo no solo desde dentro, que también, sino, decisivamente, desde fuera, desde una gran organización política con voz propia y amplio impacto.
Porque la batalla contra los Iglesias y Santiago no puede darse exclusivamente desde dentro de los movimientos: la política reformista se combate por medio de organizaciones políticas revolucionarias. Los sectores más tibios de tu sindicato siempre podrán salirte con que dedicar las reuniones y actividades del sindicato a la crítica de los partidos de izquierda es marciano y divisivo, que en lo que hay que concentrarse es en proponer. A su vez, los partidos de izquierda serán lo suficientemente inteligentes como para que su cooptación de los movimientos sociales no se dé por medio del abierto mangoneo burocrático. Saben que el monopolio de la política les permite instaurar un “círculo virtuoso” (para ellos) entre el movimentismo y la dinámica institucional-reformista.
Volviendo a lo estrictamente sindical, existen otros dilemas importantes. ¿Cómo evitar que el nuevo sindicalismo de vivienda acabe representando únicamente los intereses de la capa más alta de asalariados? Este es sin duda un desafío formidable. ¿Cómo conectar la lucha por la vivienda con la lucha por el salario, el combate cotidiano en los centros de trabajo? Otra cuestión crucial.
Finalmente, creo que tanto la experiencia histórica como ciertas cuestiones estructurales imponen cierta cautela sobre las potencialidades de la lucha por la vivienda, y más si se piensa desde el plano estrictamente sindical. Al fin y al cabo, los sindicatos de vivienda han sido una rara avis histórica. Y aunque la vivienda ha dado lugar a luchas feroces,[14] estas han tenido un carácter notoriamente local y muy focalizado en el tiempo. En general, la lucha de tipo sindical por la vivienda no ha dado lugar a una batalla sostenida y permanente a escala nacional. Lo que sí ha sucedido, por el contrario, es que organizaciones reformistas como los grandes partidos socialdemócratas han hecho suya esa bandera y llevado a cabo políticas de vivienda más o menos ambiciosas pero firmemente asentadas dentro de los márgenes del capitalismo y su orden político.
Para concluir
Es muy posible que algo similar al proceso de formación de un partido reformista que he esbozado arriba de un modo algo hipotético pudiera tener lugar con independencia de lo que haga Anticapis. Sin embargo, que ante esa tesitura Anticapis y semejantes resistieran la tentación del oportunismo (que sacrifica el objetivo final a ciertas ventajas cortoplacistas) podría complicarles bastante las cosas.
Aunque no hay que despreciar su capacidad de regeneración, el reformismo cuenta hoy a nivel estatal con aparatos envejecidos y deslegitimados. En términos de estructura y base militante real, al menos en el Estado español está probablemente rozando sus mínimos históricos. Su experiencia en el gobierno ha debilitado sus vínculos con los movimientos sociales. Como demuestra la falsa Juventud Comunista que Enrique Santiago se hizo facturar cuando la anterior le resultó molesta, es incapaz de atraer savia nueva más allá de algún trepa. Sumar no tiene juventudes, Podemos en rigor tampoco, IU ha transferido al PCE las poquísimas que le quedaban. A nivel de recursos económicos, todos ellos están en horas bajas, cuando no en abierta crisis. Hace apenas un año que Podemos anunció un ERE para despedir a la mitad de su plantilla y cerrar sus sedes en nueve ciudades; IU está jodida; la pasta de Sumar se divide entre muchos y tiene pinta de que ahí no hay ni uno que no cobre, etc. El PCE, donde el principal motivo de bajas es hoy en día directamente la defunción, acumula deudas mientras confía en la llegada de alguna herencia salvífica. Por otro lado, las nuevas figuras que surgieran de los movimientos sociales no lo tendrían fácil para embarcarse en una aventura partidaria sin el apoyo de la infraestructura, la base militante y la experiencia de otra organización (este fue el decisivo apoyo que Anticapis prestara en su día a Iglesias y compañía).
La política nunca es una cuestión de “las masas” en abstracto: siempre está canalizada por organizaciones. La unificación de destacamentos comunistas en torno a principios firmes, capaz de aglutinar una base militante que, a pesar de su insuficiencia, superaría a la de los partidos reformistas de escala estatal, supondría de inmediato un golpe importante al reformismo. Sus bases sociales podrían comenzar a oscilar hacia la nueva apuesta. Los movimientos sociales tendrían una elección clara entre un bloque comunista en expansión y los viejos partidos de la reforma, lo cual comenzaría a atraer a los sectores más avanzados dentro de cada lucha. Pronto el primero podría tomar unas dimensiones que, si bien modestas y todavía muy insuficientes, no serían del todo despreciables. Su expansión, de estar mediada por una táctica de lucha cultural correcta, abriría un espacio político para el comunismo, volviendo a hacerlo inteligible para cada vez más sectores[15]. A su vez, el proceso serviría como ejemplo de camino a seguir en otros países y latitudes, y muy especialmente en estados cercanos como Italia o Francia. Esta unificación de los sectores más avanzados en torno a un proyecto comunista es, en suma, la tarea prioritaria, y solo puede estar mediada por la confrontación abierta entre puntos de vista, la clarificación política y la crítica rigurosa de nuestro legado histórico, el abandono de las posiciones que se demuestren erróneas y la adopción de las que se demuestren más avanzadas. La “perspectiva de clase” necesaria para afrontar estas tareas obliga a su vez a que todo debate táctico y estratégico se dé desde el análisis de la sociedad en su conjunto, la interrelación de todas las clases en lucha, y no desde la perspectiva sectorial de un movimiento u otro, como también recordara Lenin en el ¿Qué hacer?
El debate, por lo tanto, se da entre dos significados antagónicos del término “alternativa política de la clase trabajadora”. O alternativa política independiente o partido de reformas, dependiente de su Estado y las clases medias. O Partido marxista, y por lo tanto revolucionario, o “partido amplio de izquierdas”, amalgama de revolucionarios y oportunistas con estos últimos marcando los límites. O unificación comunista en torno a principios firmes y una estrategia colectivamente construida, fundada en el análisis de nuestra historia y los desafíos del presente, o ser un apéndice de la nueva apuesta reformista radical. O un Partido Comunista o el ala izquierda de las fuerzas capitalistas. O enterrar el viejo mundo o tratar de apuntalarlo.
Tanto la propia unificación como el desarrollo de este proceso estarían llenos de formidables dificultades. Pero como afirmó una vez un amigo, es mejor intentar lo difícil que engañar a la gente con lo imposible.
[1] Lenin, Vladimir. “Política socialdemócrata y política tradeunionista”, en ¿Qué hacer?, disponible en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/que_hacer.pdf
[2] Sobre la completa continuidad entre la visión de Lenin y las de Marx y Engels ver Nimtz, August. The Ballots, The Streets, or Both: Lenin´s Electoral Strategy from Marx and Engels to the October Revolution, Haymarket Books, Chicago, 2019.
[3] Como ha señalado Pablo Carmona, no hay quien se crea la cifra de 150.000 asistentes. Un cálculo razonable se movería entre los 25.000 y los 35.000 asistentes en una ciudad de 3.460.000, lo que viene siendo un 1,01% de la población. Ver Carmona, Pablo. “Anatomía de la manifestación de vivienda”, en https://zonaestrategia.net/anatomia-de-la-manifestacion-de-vivienda/
[4] Ver Lih, Lars. Lenin redescubierto. El ¿Qué hacer? en contexto, Ediciones Extáticas, Madrid, 2024.
[5] Ver “Programa del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (1903)” en https://www.grupgerminal.org/?q=system/files/1903-00-00-programaPOSR-1903.pdf
[6] Para una crítica en profundidad del “Programa de Transición” trotskista ver Macnair, Mike, “Permanent revolution/ transitional programme series” en https://communistuniversity.uk/mike-macnair-programme-and-party-articles/
[7] Ver Gallardo, Gonzalo y Villegas, Paula “Una mani, dos proyectos”, en https://www.elsaltodiario.com/vivienda/una-mani-dos-proyectos-13-octubre y “¿Después de la mani, qué? Construir oposición”, en https://www.elsaltodiario.com/opinion/despues-mani-construir-oposicion
[8] Véase, por ejemplo, CJS, “El camino de la independencia política”, en https://cjsocialista.com/propuesta-pol%C3%ADtica
[9] En su respuesta a Bernstein, Kautsky recordaba cómo “un partido de concentración democrática [que representara también los intereses de las clases medias] no es posible sino bajo la dirección burguesa”. Kautsky, Karl. La doctrina socialista, Marxists.org, 1899, p. 139. Poco después, añade: “la política de concentración democrática, la fusión del proletariado en un partido con todas las clases populares, implica la renuncia a la revolución, la obligación de contentarse con algunas reformas sociales” (p. 143).
[10] Ver Gil, Andrés. “Un boletín interno de Izquierda Anticapitalista preparó el terreno a Podemos” en https://www.eldiario.es/politica/nacimiento-podemos-candidatura-pablo-iglesias_1_5067390.html
[11] Kautsky, Karl. “Trades Unions and Socialism”, Marxists.org, 1901; Steenson, Gary P. Not Man, Not One Penny! German Social Democracy 1863-1914, University of Pittsburgh Press, 1981.
[12] Sobre este tema ver Gaido, Daniel y Bosch, Constanza, “El marxismo y la burocracia sindical. La experiencia alemana 1898-1920”, en https://www.archivosrevista.com.ar/numeros/index.php/archivos/article/view/8/6
[13] Macnair, Mike. “The great right moving show”, Weekly Worker, 2020.
[14] Ver Davis, Mike. “Old Gods, New Enigmas: Notes on Revolutionary Agency”, en Old Gods, New Enigmas: Marx´s Lost Theory, Verso, Londres, 2018.
[15] Ver Kolitza, “Apuntes sobre táctica cultural y lucha de clases”, 2021 en https://gedar.eus/es/arteka/taktika-kulturalari-eta-klase-borrokari-buruzko-oharrak