Abusando de la palabra ‘f*******’
Jack Conrad
Traducción por Masonería García
Texto original: Weekly Worker
Para combatir eficazmente a la extrema derecha actual debemos empezar por rechazar las analogías perezosas. Jack Conrad invita a una reflexión histórica clara.
La opinión liberal y de izquierdas se ha visto en parte horrorizada, en parte estupefacta por los repetidos éxitos electorales de la extrema derecha: Narendra Modi y el BJP en la India, Rodrigo Duterte en Filipinas, Jair Bolsonaro en Brasil; Rusia, Japón, Turquía, Sri Lanka e Israel también pueden mencionarse. Por encima de todos, sin embargo, estuvo y sigue estando Donald J Trump. Aunque fue derrotado contundentemente en el colegio electoral y en el voto popular el 3 de noviembre de 2020, aun así, obtuvo 74 millones de votos. Esto superó el récord anterior establecido por Barack Obama en más de siete millones, dándole la votación más alta de cualquier presidente en ejercicio en la historia de Estados Unidos.
No menos importante es el hecho de que Trump mantiene un férreo control sobre el Partido Republicano. La mayoría de los votantes del GOP creen, o dicen creer, que Joe Biden robó las elecciones presidenciales. La mayoría de los votantes del GOP quieren que los representantes y senadores republicanos sigan la agenda económica, social y de política exterior de Trump y no al revés. La mayoría de los votantes del GOP quieren que Trump vuelva a presentarse… y esto parece -al menos desde donde vemos las cosas hoy- bastante posible. Si el keynesianismo reacondicionado de Biden se desmorona, es bastante concebible que Trump pueda ganar en 2024 y convertirse en el 47º presidente de Estados Unidos.
No es que Europa haya resultado inmune al contagio de la extrema derecha. Más bien al contrario. En Polonia y Hungría, la extrema derecha está en el gobierno. Tanto Ley y Justicia como Fidesz son antiimigrantes, anticomunistas y anti-LGTBIQ, y tienen algo más que un tufillo antisemita. Hay importantes formaciones políticas aún más a su derecha. Jobbik, el segundo partido más grande de la Asamblea Nacional húngara, muestra un claro afecto por Miklós Horthy, el colaborador pro-nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Jobbik también mantuvo estrechas relaciones con la «fuerza ciudadana» desarmada Magyar Gárda Mozgalom. En Polonia, la Konfederacja -una variopinta colección de libertarios de derechas, monárquicos y nacionalchovinistas- obtuvo 11 escaños en el Sejm en las elecciones de octubre de 2019. Casi no hace falta decir que la Konfederacja defiende los «valores cristianos» y denuncia la «conspiración» judía internacional contra Polonia1.
Luego están la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, el Partido de la Libertad en Austria, Alternativa para Alemania, el Partido Popular Danés, Los Finlandeses, los Demócratas Suecos, la Liga en Italia, Vox en España, etc., todos ellos con un porcentaje en torno al 10%-30% en las últimas encuestas.
¿Cómo debería ponerse a examen este fenómeno global —al fin y al cabo global, aunque complejo, teñido y moldeado por historias, circunstancias y dinámicas nacionales particulares?
Trump ha sido acusado durante mucho tiempo de ser un fascista o de ir en la dirección del fascismo2. Ese fue sin duda el caso en el período previo a las elecciones de noviembre de 2020 y después de su fallido autogolpe del 6 de enero de 2021. Alexandria Ocasio-Cortez advirtió que Trump es «el fascismo en ciernes»3; Nick Cohen razonó que «si Trump se ve como un fascista y actúa como un fascista, entonces tal vez lo sea»4; luego están los que simplemente consideran que Trump está adquiriendo «rasgos fascistas»5. Esta última frase proviene de Daniel Lazare, un socialista revolucionario de larga data en los EE.UU. y colaborador habitual de Weekly Worker.
Según muchos de la izquierda economicista -sobre todo el Partido Socialista de los Trabajadores y lo que queda de su Tendencia Socialista Internacional-, estamos en la década de 1930 a «cámara lenta»6. El mundo está asistiendo a un renovado avance del fascismo. De ahí el Stand Up to Racism del SWP (que sustituye a Unite Against Fascism) —un frente popular respaldado por la oficialidad sindical, un buen puñado de diputados laboristas, varios radicales de prestigio y una mezcla de dignatarios religiosos— y su línea estándar: «los delitos motivados por el odio y los atentados terroristas de extrema derecha alcanzan proporciones epidémicas, y la derecha racista y fascista está experimentando el mayor crecimiento de su apoyo desde la década de 1930»7.
Es cierto que entre los precursores ideológicos de muchos de los actuales partidos de extrema derecha se encuentran los fascistas «clásicos» de los años 20 y 30 del siglo pasado. Sin embargo, los negadores acérrimos del holocausto, las organizaciones de lucha no estatales y los fanáticos impenitentes de Hitler son a menudo rechazados, tratados con frialdad e incluso proscritos. Polonia prohibió la entrada al estadounidense Richard Spencer, supremacista blanco y figura de la extrema derecha. Marine Le Pen expulsó a su propio padre, Jean-Marie Le Pen, en un intento de cultivar una imagen menos tóxica. El gobierno de Viktor Orbán supervisó la prohibición del movimiento de la Guardia Húngara. El Partido por la Independencia del Reino Unido, ahora totalmente marginado, sigue excluyendo de su propia afiliación a antiguos miembros del Partido Nacional Británico.
Puesto a examen
Mi intención en este artículo es séxtuple. En primer lugar, insistir en la ventaja política de unas definiciones claras, precisas y arraigadas históricamente. En segundo lugar, mostrar por qué poner repetidamente el grito en el cielo sobre el peligro «fascista» y cortejar a la opinión conservadora y liberal moderada para conseguir que se unan a la causa «antifascista» alimenta la complacencia, extiende la confusión y, en última instancia, es contraproducente. En tercer lugar, se analizan los que podríamos denominar los precursores del siglo XIX. En cuarto lugar, se sitúa al fascismo en su contexto histórico y socioeconómico. En quinto lugar, se examina el fascismo a través del prisma de cómo es teóricamente evaluado y explicado por el establishment burgués. En sexto lugar, sobre esta base, se evalúa la situación actual.
El término «fascismo» ha sido objeto de todo tipo de definiciones diferentes desde que se acuñó originalmente (Benito Mussolini adoptó las fasces -un haz de palos con un hacha en el centro, símbolo del poder estatal en la antigua Roma- como emblema de su movimiento). Mussolini formó los Fasci Italiani di Combattimento en marzo de 1919, cuando 54 personas -soldados desmovilizados, antiguos sindicalistas partidarios de la guerra y chovinistas sociales extremos- se adhirieron a su programa. El fascismo, en palabras de Il Duce, se oponía al liberalismo, a las «democracias agotadas» y al «espíritu violentamente utópico del bolchevismo»8.
Hoy en día, en la izquierda, sin embargo, la palabra «fascismo» ha degenerado en poco más que un insulto político. La policía metropolitana de Londres es apodada regularmente «fascista» por manifestantes exaltados; la izquierda guerrillera de Turquía califica de fascistas a todos los gobiernos del país desde la fundación del Estado moderno por Kemal Atatürk en 1923; el fascismo también se equipara casualmente con prejuicios intolerantes, restricciones de las libertades civiles y todas y cada una de las manifestaciones de nacionalchovinismo. Así que, para muchos, el fascismo no es un peligro futuro. Es un pasado que impregna el presente.
No cabe duda de que la palabra con «F» proporciona catarsis emocional a quien la utiliza y provoca una gratificante respuesta de balbuceo por parte del público destinatario. Sin embargo, eso difícilmente ayuda a revelar la verdadera naturaleza del fascismo, al menos en lo tocante a cómo surgió históricamente y funciona como arma contrarrevolucionaria en la sociedad capitalista. No es una cuestión de pedantería o semántica. Arrancar el fascismo de la historia, reducir el fascismo a poco más que una palabrota -algo odioso, regresivo o amenazador, un objeto de oprobio- significa que no se puede distinguir metodológicamente entre la opresión estatal impuesta por el fascismo durante los años 20, 30 y 40, por un lado, y, por otro, la opresión estatal convencional. Por ejemplo: la suspensión del habeas corpus en 1794, la prohibición de la London Corresponding Society y el uso regular del cuerpo de caballería para reprimir el «jacobinismo» por parte de la reacción tory de William Pitt; las leyes antisocialistas de Otto von Bismarck de 1878; la legislación Jim Crow de finales del siglo XIX en Estados Unidos, las leyes antisedición de Woodrow Wilson de 1918 y la caza de brujas de McCarthy de los años 50; el aluvión de leyes antisindicales introducidas por el gobierno de Margaret Thatcher y su derrota de la Gran Huelga de los mineros de 1984-85.
Huelga decir que dar al fascismo un significado claro y definido, enraizándolo en la historia, no tiene nada que ver con ninguna blandura hacia los tories pittianos, una inclinación por la sangre y el hierro bismarckianos, simpatía por el senador Joe McCarthy, admiración por el Estado turco o afición por el thatcherismo, etc. Al contrario, tachar de fascista lo que no lo es enturbia, desarma, traiciona al movimiento obrero.
A finales de los años 20 y principios de los 30, el «comunismo oficial» insistió dogmáticamente en clasificar todo y a todos, desde la izquierda laborista hasta el gobierno nacional de Ramsay MacDonald, y desde la socialdemocracia alemana hasta Franklin D. Roosevelt, bajo la rúbrica cada vez más amplia de fascismo o tendencias hacia el fascismo. Por ejemplo, el New Deal de Roosevelt fue descrito por el pensador político comunista más importante de Gran Bretaña -hay que admitir que tenía una inteligencia considerable, aunque servil en última instancia- como una «transición a formas fascistas, especialmente en el ámbito económico e industrial»9. El fascismo creció supuestamente de forma orgánica a partir de la democracia burguesa. Según Dmitry Manuilsky -miembro de confianza del presidium de la Comintern- en su informe a su comité ejecutivo, sólo un liberal «puede aceptar que exista una contradicción entre la democracia burguesa y el fascismo»10. Stalin resumió el planteamiento emparejando la socialdemocracia y el fascismo como «hermanos gemelos»11.
La teoría del «tercer periodo» llevó al Partido Comunista de Alemania a rechazar cualquier propuesta seria de frente unido al «socialfascista» Partido Socialdemócrata. Tampoco es que la cúpula del SDP fuera a aceptar nunca de buen grado una oferta semejante: dirigentes como Rudolf Hilferding, Otto Wels y Arthur Crispien querían una «línea agresivamente antagónica» con los comunistas. Temían que los comunistas estuvieran a punto de «aniquilarlos» electoralmente.12 Su determinación era defender la República de Weimar y luchar contra los nazis y los comunistas dentro de los límites de la Constitución y la legalidad. Las bases habrían resultado ser harina de otro costal. En otras palabras, un frente unido desde abajo podría haber forzado un cambio de rumbo desde arriba. Nunca lo sabremos. Pero sí sabemos lo que ocurrió.
A pesar de que el voto nazi cayó un 4%, Adolf Hitler -supuestamente no especialmente peligroso- se aupó a la silla del poder con la ayuda a regañadientes del presidente Paul von Hindenburg, la recomendación del canciller conservador Franz von Papen, una coalición con el Partido Nacional Popular Alemán y el respaldo activo de una coalición de la gran industria, las grandes finanzas y los grandes terratenientes: los nazis estaban generosamente financiados.13 A partir de enero de 1933, el Partido Comunista y el Partido Socialdemócrata fueron objeto del terror nazi: bombas incendiarias, palizas, asesinatos, detenciones y matanzas «mientras intentaban escapar». La prohibición legal de ambos partidos no se hizo esperar. En marzo de 1933, Hitler consiguió aprobar un proyecto de ley en el Reichstag (depurado de diputados socialdemócratas y comunistas) que le otorgaba poderes dictatoriales.
En 1934-35, la Internacional Comunista de Stalin «corrigió» su análisis del fascismo, primero en el XIII pleno y luego en el VII Congreso. Georgi Dimitrov presentó una nueva formulación, que fue adoptada universalmente por todos los partidos «comunistas oficiales». Dimitrov redefinió el fascismo como la «dictadura abierta y terrorista de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero»14. El fascismo seguía considerándose una consecuencia del capitalismo. Pero la superación del fascismo estaba completamente divorciada de la lucha de clases revolucionaria contra el capitalismo. Además de bendecir la cooperación con los socialdemócratas, se dejaba la puerta abierta de par en par al próximo impulso hacia frentes populares en todos los países: Gran Bretaña, India, EE.UU., Francia, España, Chile, etc. Eso permitía a los comunistas alinearse con los representantes menos terroristas, menos chovinistas y menos agresivos del capitalismo.
La idea inteligente era basarse en la simple aritmética. La suma de comunistas, socialdemócratas y liberales es mayor que la de los fascistas. Por ello, el frente popular prometió más manifestaciones en las calles, más votos en las elecciones parlamentarias y más diputados.
Después habría gobiernos de coalición antifascistas y carteras ministeriales. La amplitud se convirtió en la fórmula permanente. El SWP aplicó exactamente la misma lógica con sus plataformas Liga Antinazi, la Coalición Stop the War, Respect, Unite Against Fascism y Stand Up To Racism. Pero es la derecha la que siempre establece los límites programáticos. Ni los peces gordos liberales ni los empresarios británico-asiáticos, ni la izquierda laborista oficial ni la Asociación Musulmana de Gran Bretaña lucharán contra el capitalismo -bueno, tal vez, excepto retóricamente y entonces dentro de la constitución existente. Para mantener a esos aliados a bordo, los principios, objetivos y declaraciones socialistas serán sacrificados uno tras otro hasta llegar al punto de exterminio total. De ahí que el resultado de los frentes populares no sea una mayor fuerza, sino el liquidacionismo programático.
En lugar de que la condición previa para formar gobierno sea romper la constitución existente, el poder político de la clase obrera y sustituir al capitalismo, hay gobiernos de coalición antifascistas, populares y progresistas que están comprometidos con la consecución de reformas dentro del sistema social existente. El socialismo es comúnmente denunciado, resistido y advertido como sectarismo divisivo de ultraizquierda, y/o puesto en cuarentena de forma segura para un futuro remoto.
Desde lejos, Trotsky condenó el «cuarto periodo» como un descenso vertiginoso hacia la colaboración de clases desnuda. Clasificó la nueva línea de la Komintern al mismo nivel que el abyecto fracaso de la socialdemocracia, dado el desafío de la guerra interimperialista en agosto de 1914. En una frase, La Marsellesa está ahogando a La Internacional. La Internacional Comunista estaba entrando en el «campo social-patriótico», afirmaba15. En el curso de sus escritos sobre Alemania, Trotsky llegó a una serie de conclusiones todavía muy relevantes. El fascismo es un producto de la crisis capitalista y de la pérdida de control capitalista sobre la sociedad. El fascismo, como sistema de gobierno, contempla la eliminación efectiva de la burguesía del poder político, no económico. Matones fanfarrones, asesinos psicópatas y agitadores asumen los principales cargos del Estado. Es cierto que las dictaduras militares pueden disolver partidos liberales y conservadores o reducirlos a mera decoración. Pero los generales del ejército son inequívocamente miembros de la clase dominante. No puede decirse lo mismo de Mussolini o Hitler (aunque sí de Oswald Mosley).
Sin embargo, para la clase capitalista —o al menos para sectores clave de la clase capitalista— la pérdida de poder político es un precio que merece la pena pagar. El fascismo organiza, militariza y desata una fuerza plebeya de masas —la pequeña burguesía enloquecida, el lumpenproletariado, antiguos soldados amargados- que, debido a su fanático compromiso ideológico, está dispuesta a luchar por la completa destrucción del marxismo «en todas sus formas»—. Por lo tanto, el fascismo se estructura internamente con frecuencia según los principios militares de «mandar y obedecer». «¡Mussolini ha sempre ragione!» («Mussolini siempre tiene razón») coreaban los Camisas Negras. Por supuesto, el fascismo lleva a cabo su misión de «salvar a la nación» con la connivencia (a veces pasiva, a veces activa) de la élite establecida, la policía, la burocracia estatal y el alto mando del ejército. No sólo se aniquila a la vanguardia comunista: se mantiene a la masa de la clase obrera en un «estado de desunión forzada»16.
Precursores
Sin duda, los orígenes intelectuales del fascismo se remontan a finales del siglo XIX y principios del XX. El darwinismo social, la pseudociencia de la raza, el culto al Estado, la historia nacional romántica, el antisemitismo y el repudio del socialismo internacional y de la clase obrera organizada fueron las ideas dominantes de las clases dominantes europeas antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. La historia nacional romántica vinculaba a las masas populares a la comunidad imaginaria del Estado, y el darwinismo social servía para reconciliarlas con el orden social jerárquico «natural».
Sin embargo, aunque los líderes fascistas y sus estridentes publicistas desplegaron libremente tales ideas dominantes, lo hicieron de forma totalmente demagógica. La intención era llevar a cabo una (contra)revolución. Despejar el camino hacia el poder siempre fue una prioridad. Cualquier maniobra ideológica, cualquier postura podía justificarse. De ahí que con el fascismo no exista un razonamiento lógicamente sostenido del tipo que se encuentra en Aristóteles y Tomás de Aquino, Hegel y Marx. Lean Mein Kampf, Mi autobiografía de Mussolini o Mi vida de Mosley. Dejando a un lado las mentiras y medias verdades, la escritura es banal y está llena de contradicciones. De hecho, ningún líder fascista ha escrito nunca nada que merezca la pena. No es de extrañar: la ideología fascista «cambia constantemente»: «Todo pronunciamiento surge de la situación inmediata y se abandona en cuanto la situación cambia»17. «El fascismo se aferra a ciertas creencias vagas -liderazgo, fuerza de voluntad, disciplina viril, salvación nacional- pero no existe una teoría fascista que vincule sistemáticamente las propuestas con la práctica. El irracionalismo es la característica que lo define.
En la misma medida, sin embargo, los intentos de calificar a Marine Le Pen de fascista por las «raíces fascistas» de su padre18, describir el régimen de Viktor Orbán como «fascismo blando» debido a la demonización de los refugiados musulmanes19, o afirmar que el gobierno del BJP de Modi en la India es «fascista» debido a la «detención de intelectuales de izquierdas» y la «anulación de la constitución del país» es caer en la hipérbole20. Una forma liberal de irracionalismo.
Desde el punto de vista organizativo, el fascismo tiene precursores en los movimientos contrarrevolucionarios antiliberales y antisocialistas del mismo periodo de finales del siglo XIX y principios del XX. También puede establecerse una vaga analogía entre el movimiento de Luis Napoleón Bonaparte y el fascismo. Aunque sin ir demasiado lejos, August Thalheimer -un antiguo alto dirigente del Partido Comunista de Alemania- hizo precisamente eso y con resultados generalmente gratificantes21. Thalheimer tomó como punto de partida las profundas ideas que encontró en El 18 Brumario de Luis Napoleón y La guerra civil en Francia de Marx. En 1848 fue derrocada la monarquía burguesa de Luis Felipe. Una revolución popular dirigida por la clase obrera restauró la república. Sin embargo, ni los obreros ni la burguesía demostraron ser lo suficientemente fuertes como para establecer su dominio. La dictadura de Cavaignac pudo arrestar a Auguste Blanqui y reprimir a los trabajadores, pero no pudo establecer un orden estable. Se produjo un enfrentamiento revolucionario-contrarrevolucionario entre las dos clases, intrínsecamente inestable. En estas circunstancias, Carlos Luis Napoleón Bonaparte -sobrino del emperador Napoleón I- encontró su destino.
Este Bonaparte reunió una capa amorfa de elementos descompuestos, aquellos que los franceses llaman la bohème. Apoyado en esta base social volátil, pero manipulable, construyó hábilmente una gran coalición. Ante el proletariado y el lumpenproletariado esgrimió frases revolucionarias bien elaboradas; se ganó a los campesinos con valores familiares tradicionales y grandes promesas de gloria nacional renovada. Mientras tanto, este Bonaparte se alineaba discretamente con las altas finanzas. Está claro que Napoleón III no era una «grotesca mediocracia». En diciembre de 1851 tomó el poder con la ayuda del ejército francés en un autogolpe. El Estado bonapartista se elevó por encima de la sociedad. El poder político burgués terminó, pero el poder económico burgués se salvó de la amenaza de la clase obrera.
El movimiento boulangista fue también una especie de prefiguración. El general Georges Boulanger fue el modelo del hombre a caballo que se presentaba ante una sociedad que ansiaba un salvador. Demagogo social controlado por la derecha reaccionaria, podía sin embargo atraer a las clases trabajadoras. A finales de la década de 1880 alcanzó un protagonismo fugaz. Mezclando un nacionalismo estridente con la agitación de masas contra la corrupción parlamentaria, miembros influyentes del Partido Obrero Francés -entre ellos el yerno de Marx, Paul Lafargue- sucumbieron a la ilusión de que la tercera vía boulangista representaba un «auténtico movimiento de masas» que, si se estimulaba, podría desarrollar un carácter socialista. Como tantos izquierdistas impacientes, Lafargue intentó nadar con una marea ajena. El nacionalismo escocés moderno, el islam político, los Chalecos Amarillos, la campaña People’s Vote por el remain… todos me vienen a la mente: Después de ellos, nosotros» es el lema no reconocido. Friedrich Engels, por su parte, no quería saber nada de eso. Instó a los camaradas franceses a «luchar bajo su propia bandera», tanto contra el establishment político burgués como contra los boulangistas23.
Action Française, creada en 1899, ha sido calificada con razón como la «tesis» del fascismo (Ernst Nolte)24. Combinaba el antisemitismo con el nacionalismo y el realismo dinástico. Pero lo más importante es el primer «movimiento de camisas», es decir, escuadrones de combate de derechas. Los Camelots du Roi comenzaron como una banda callejera de Action Française y en 1917 se convirtieron en una auténtica milicia contrarrevolucionaria de masas.
En febrero de 1934, formó parte de un bloque monárquico-fascista -armado con revólveres, garrotes y navajas- que invadió el edificio del Parlamento en París y puso en el poder como primer ministro al «sonriente y algo senil» Gaston Doumergue25. Apoyados por el gran capital, incluidos magnates como Ernest Mercier, directivo de un trust de electricidad y petróleo, los escuadrones de combate aullaron por el fin de la República y «Francia para los franceses».
La Unión del Pueblo Ruso, creada en 1905, también movilizó a elementos desclasados en escuadrones de combate, con la ayuda de la oficialidad zarista. Con el grito de Nicolás II en los labios e inaugurando el reino de Dios en la tierra en sus corazones, las Centurias Negras lanzaron feroces pogromos contra los obreros en huelga, los revolucionarios y los judíos: «Vencer a los judíos, salvar a Rusia» rezaba su famoso eslogan. Querían «animar» a los judíos a «emigrar a Palestina»26.
Punto de inflexión
La Primera Guerra Mundial marca un punto de inflexión. El capitalismo se transforma en capitalismo monopolista de Estado. La ley del valor, la competencia y otras leyes esenciales decaen y sólo pueden sostenerse mediante medidas organizativas, como la intervención estatal y la economía armamentística. Las fuerzas del mercado se desmitifican parcialmente. Se exponen como políticas. El socialismo es inminente. Cuando debe hacerlo, el capital colectivo aplaza la transición elevando el poder del Estado por encima de los intereses inmediatos del beneficio.
La Europa oficial, especialmente en los países derrotados, salió del caos de la Primera Guerra Mundial totalmente desacreditada, debilitada y desgarrada por las divisiones internas. A nuestra clase se le presentó una oportunidad histórica sin precedentes. El bolchevismo abrió brillantemente el camino. Trágicamente, en otros lugares, las organizaciones de la clase obrera se mostraron inadecuadas o retrocedieron miserablemente ante la tarea y trataron de reconciliarse con el capitalismo. La sociedad burguesa estaba agotada y crónicamente dividida, pero la clase obrera carecía del liderazgo necesario para asestar el golpe revolucionario definitivo. El fascismo estalla como movimiento contrarrevolucionario en estas condiciones.
Tras la Primera Guerra Mundial, prácticamente todos los países europeos generaron grupos y grupúsculos fascistas. Al principio fueron totalmente marginales. Mussolini no consiguió ni un solo diputado en las elecciones de 1919. La sociedad educada los miraba con un desprecio apenas disimulado. Hitler fue tachado de chiflado. Sin embargo, la irresuelta lucha de clases y las repetidas crisis económicas produjeron una disyuntiva constitucional. El aura maligna del fascismo se desvaneció. Los Camisas Negras de Mussolini y los Camisas Pardas de Hitler aparecieron ante la clase dominante como salvadores… aunque no a caballo.
Mussolini tomó el poder en 1922 invitado por el rey Víctor Manuel III, con el apoyo activo del gran capital y la neutralidad benigna del ejército asegurada. La famosa «Marcha sobre Roma» fue puro teatro. Mussolini sabía de antemano que la clase dirigente le daría una bienvenida de héroe. Una década más tarde, tras el crack de 1929, Hitler formó su gobierno de coalición con la derecha conservadora.
No es sorprendente que la respuesta inicial de los marxistas fuera algo confusa. En el IV Congreso de la Internacional Comunista de 1922 -el último al que asistió Lenin- se culpó en parte de la victoria del fascismo en Italia a la incapacidad de los comunistas para resolver positivamente la situación revolucionaria, que en 1919 había visto la toma generalizada de fábricas por los obreros. «Principalmente» el fascismo servía “como arma” en “manos de los grandes terratenientes”, o así se argumentaba. Italia presumiblemente estaba retrocediendo por una escalera evolutiva fija del capitalismo al feudalismo. La burguesía escapó a la culpa en este torpe esquema. Se decía que estaban horrorizados por el «bolchevismo negro» de Mussolini. Sin embargo, lo más importante es que la Komintern no asumió el hecho de que, con el triunfo del fascismo, la clase obrera había sufrido una derrota estratégica. El fascismo no podía mantenerse por mucho tiempo. Debía producirse un nuevo levantamiento de la clase obrera, y muy pronto.
En realidad, el éxito fascista en Italia, sumado a la persistencia de una profunda crisis socioeconómica, estimuló el crecimiento de otros movimientos fascistas. Hubo, inevitablemente, meras imitaciones – por ejemplo, el Partido Fascista Rumano fundado en 1923 y Le Faisceau de George Valois de 1924. Sin embargo, el fascismo es fundamentalmente un movimiento nacional chovinista. Así es como consigue una base de masas, como subrayaron Clara Zetkin y Karl Radek. De ahí que la tendencia general fuera asumir agresivamente los rasgos, prejuicios y antagonismos de su propio nacionalismo.
Así pues, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Hitler no era un clon del fascismo de Mussolini. Lo mismo ocurre con la Heimwehr austriaca, la Cruz Flechada húngara, los falangistas españoles, el ABC y Falanga en Polonia, y la Croix de Feu y Solidarité Française.
Naturalmente, la conquista militar alemana de gran parte de la Europa continental después de 1939 creó no sólo un lote de colaboracionistas de pacotilla, sino un aliciente para la nazificación entre los grupos fascistas. Sólo en Polonia se resistieron durante algún tiempo los fascistas autóctonos. En general, sin embargo, los alemanes no elevaron a sus copensadores fascistas a la categoría de sátrapas gobernantes. Prefirieron desarraigarlos. Muchos pasaron a servir en el frente oriental con unidades militares como las Waffen SS.
A veces se abogaba por un anticapitalismo amorfo. El ala de Gregor Strasser del Partido Nazi soñaba con un retorno a las condiciones premonopolísticas y una especie de socialismo nacionalfeudal. Basta decir que la clase obrera organizada -sindicatos y partidos políticos de izquierda-, junto con las ideas del marxismo y el socialismo internacional, eran el verdadero enemigo, no el capital.
Una vez obtenido el poder, el fascismo se ve obligado a contener o incluso silenciar a su base de masas. Al capital no le gustan los ejércitos independientes. Por ello, Mussolini incorporó a los Camisas Negras al Estado. Hitler masacró a sus Camisas Negras. Gregor Strasser fue asesinado durante la Noche de los Cuchillos Largos, el 30 de junio de 1934. El fascismo se burocratiza y se convierte en lo que Trotsky llama «bonapartismo de origen fascista».
Dando explicaciones
No resulta sorprendente que, una vez que el fascismo pasó de los oscuros márgenes al centro de la tormenta de la política de las grandes potencias y del conflicto mundial, tuviera que ser explicado, y con urgencia. Se han formulado una gran variedad de teorías, la mayoría de las cuales son profundamente erróneas y merecen ser descartadas de plano.
Los apologistas cristianos ven el fascismo como el resultado directo de la secularización. Al rechazar a Dios, la humanidad recibe la visita del mal. El antídoto es obvio: tomar la cruz y restaurar la religión. Los aristócratas conservadores pintan el fascismo como una revuelta de masas inmaduras, el rebaño común, que se ha visto liberado de las limitaciones y responsabilidades de una sociedad agraria debidamente ordenada. Añoran con vana nostalgia los días en que constituían la clase natural de gobierno.
Los biólogos evolucionistas liberales atribuyen el fascismo a la agresividad y a los instintos de manada que las supuestas condiciones del Paleolítico africano de hace 1,5 millones de años habrían infundido en el cerebro masculino, un punto de vista que comparten algunas feministas radicales.
Los psicólogos han intentado situar el ascenso del fascismo en el nivel de alguna psicosis de masas o en las personalidades deformadas de sus líderes. Wilhelm Reich sostenía que la humanidad está «biológicamente enferma» y que debería liberarse desechando la represión sexual27. La mayoría de los freudianos no estaban de acuerdo. Insistieron en realizar exámenes clínicos totalmente especulativos de los líderes del fascismo: Mussolini, pero sobre todo Hitler. Raymond de Saussure creía que Hitler mostraba un fuerte complejo de Edipo y necesitaba canalizar sus energías sexuales para ocultar su impotencia al público: el Reich alemán era un sustituto del pene. Estupideces y tonterías evidentes.
Un enfoque psicológico, semimarxista y mucho más perspicaz se encuentra en Escape from freedom (1941), de Erich Fromm. Fromm trataba de entender cómo millones de alemanes fueron cautivados por Hitler. Se culpa a la alienación capitalista y a la reducción del sujeto humano a un mero engranaje del proceso de producción. El fascismo responde a la necesidad del alma humana de un sentimiento de pertenencia. El hecho de que la clase obrera en Alemania nunca se reconciliara con el nazismo parece ir en contra de la tesis. Peor aún, Fromm no puede ofrecer ninguna solución eficaz, ninguna salida al dilema. Se limita a plantear una sociedad socialista democrática.
Theodor Adorno, entre otros miembros de la llamada Escuela de Fráncfort, afirmó haber descubierto la «personalidad autoritaria», que al parecer abundaba entre todas las clases de Alemania. Esto formaba parte de una teoría general de la época. El liberalismo estaba en decadencia. El capitalismo y la cultura de masas estaban dando lugar a una sociedad totalitaria. La Unión Soviética no era esencialmente diferente. Herbert Marcuse creía que el fascismo era el resultado casi inevitable del capitalismo monopolista, una opinión que posteriormente modificó al afirmar que, aunque el capitalismo occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial aún mantenía una cáscara exterior democrática, la tendencia era hacia una conformidad gris y una subordinación completa de la personalidad a las necesidades del capital: es decir, una sociedad totalitaria. Los radicales de la Nueva Izquierda de los Estados Unidos de los años sesenta denunciaron alegremente la «Amerikkka fascista».
Figuras del establishment como Hannah Arendt y Zbigniew Brzezinski adoptaron sin problemas la teoría totalitaria. Su gran virtud residía en que vinculaba directamente nazismo y estalinismo. Sin embargo, dieron a la teoría un giro no demasiado sutil al disociar el capitalismo del totalitarismo. El capitalismo, en esta versión derechista de la teoría totalitaria, se equipara por definición a la libertad, la democracia, la capacidad de elección y la libertad personal. Se ignora culpablemente que el capitalismo floreció bajo Mussolini y Hitler.
Como el lector sabrá, la sociedad burguesa dominante propaga ahora esta explicación intelectualmente estéril del fascismo a través de los medios electrónicos e impresos y en escuelas y universidades. Lo que comenzó como una crítica izquierdista de las condiciones existentes ha sido colonizado completamente por la derecha y convertido en su opuesto.
Unir fascismo y socialismo burocrático en un solo fenómeno se ajustaba admirablemente a las necesidades de la guerra fría. Se eximió al capitalismo de toda culpa y se convirtió a la Unión Soviética en culpable. En manos de Karl Popper, el totalitarismo se convirtió en algo verdaderamente suprahistórico. Esparta, la China Ch’in, el imperio de Diocleciano y la Ginebra de Calvino se clasifican bajo ese epígrafe, por supuesto, junto con la Alemania nazi y la Unión Soviética. Platón, Hegel, Marx y Nietzsche forman una cadena humana totalitaria que une el sacrificio periódico de los ilotas con las cámaras de gas.
Tal filosofía era vital para el sistema capitalista, sobre todo en Europa. El fascismo fue derrotado no sólo por los ejércitos de la Unión Soviética, EEUU y Gran Bretaña: hubo movimientos partisanos radicales y levantamientos populares en todo el imperio alemán, Yugoslavia, Grecia, Albania, Italia, Checoslovaquia, Polonia, Francia, etc. Igualmente, la clase capitalista estaba profundamente comprometida. Casi sin excepción, la burguesía colaboró con el fascismo, a menudo con gran entusiasmo. Por ejemplo, en Francia dio la bienvenida a la invasión alemana. Desde 1936, la clase obrera había obtenido enormes ganancias a costa del capital. Las fuerzas de la izquierda eran temidas y odiadas, pero no podían ser aplastadas por las clases altas: los nazis alemanes harían ese trabajo.
La situación en otros países era sustancialmente la misma. De ahí que después de 1945 la Europa burguesa se viera obligada a reinventarse. Hubo que negar el pasado fascista y convertirlo en otro. La Segunda Guerra Mundial se convirtió en nuestro mejor momento, una cruzada por la libertad. El motivo era salvar a los judíos, no al imperio británico. De ahí la teoría totalitaria, la industria del holocausto y las declaraciones antirracistas y antifascistas de la Unesco -como la declaración de julio de 1950 sobre la raza, que apoyaba científicamente la «ética de la fraternidad universal» y la advertencia de que «tanto los hombres como las naciones» pueden «caer enfermos»28.
Donald Trump, Marine Le Pen, Viktor Orbán y Nigel Farage son rebeldes reaccionarios contra la cuidadosamente construida ideología de consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial. El establishment burgués dominante reacciona con tal hostilidad, porque su crudo chovinismo, rechazo del multiculturalismo liberal, demonización de los inmigrantes, etc. recuerdan a la sociedad capitalista su vergonzoso pasado anterior a 1945. Pocos historiadores del establishment u otros persuasores a sueldo se atreven a recordar cómo la opinión burguesa dominante promovía el darwinismo social, la teoría de las razas, el antisemitismo y una arrogancia brutal hacia los pueblos colonizados. Y cómo estas ideas fueron bendecidas desde el púlpito e impuestas con porras de policía y bayonetas del ejército.
En el momento actual, no tenemos ni una situación revolucionaria ni contrarrevolucionaria. No existe una amenaza de la clase obrera, ni un movimiento obrero en ascenso. Es triste decirlo, pero la clase obrera existe como poco más que una clase esclava. Sí, Le Pen, Salvini, Orbán, Farage tienen simpatías definidas por los fascistas y tienen admiradores fascistas, aliados y marginales. Sin embargo -bueno, al menos por el momento- su enfoque político está firmemente dentro del marco del parlamento y el electoralismo. No se están reclutando, entrenando y mucho menos desencadenando formaciones de lucha fascista. Mañana, por supuesto, todo esto podría cambiar.
Un inciso necesario. Los años 20 y 30 demuestran que el fascismo no procede únicamente de la extrema derecha. Mussolini empezó en la extrema izquierda. Fue editor del periódico Avanti del Partido Socialista. En Gran Bretaña, Oswald Mosley fue ministro laborista; uno de los primeros reclutas de su Nuevo Partido fue AJ Cook, el famoso líder de los mineros. Józef Piłsudski hizo un viaje similar: pasó del nacionalismo de izquierdas polaco a llevar a cabo su golpe de «revolución sin consecuencias revolucionarias »29. Hoy tenemos candidatos similares en los muchos y diversos matices y tonalidades del laborismo azul, el antiguo Partido Comunista Revolucionario/Spiked y la socialimperialista Alianza para la Libertad de los Trabajadores.
En cuanto a Trump, efectivamente movilizó, encendió y dirigió bandas fascistas el 6 de enero. No es que debamos catalogarlo como fascista. No, era un aspirante a Bonaparte que estaba dispuesto a adular, promover y utilizar las formaciones de combate fascistas de tercera categoría de Estados Unidos. Ninguno de los líderes de los Proud Boys, los Three Percenters, los Oath Takers estaba a punto de llegar al poder el 6 de enero. No, el asalto al Capitolio tenía que ver con que Donald Trump siguiera siendo el presidente de Estados Unidos, presumiblemente mediante la imposición del estado de emergencia y la disposición del ejército, la policía, el Estado secreto, los medios de comunicación de masas y las grandes empresas a respaldarle. Siempre un escenario improbable.
Naturalmente, en Estados Unidos el bonapartismo adopta una forma estrictamente estadounidense. Donald Trump es un egocéntrico ex-showman de telerrealidad, un negociante inmobiliario multinacional de primer orden, un cuello rojo de sangre azul que utiliza sus millones de seguidores y miles de millones de dólares en una guerra cultural autopromocional contra la corrección política, los derechos de los negros y el feminismo me-too … como ya se ha mencionado la amenaza de la clase obrera está notablemente ausente. No hay ningún partido de izquierdas de masas, ninguna ola de huelgas paralizante, ningún peligro de que la lucha de clases se descontrole.
Sin embargo, muchas cosas se pierden en la traducción. Aunque es uno de los antiguos alumnos de la Academia Militar de Nueva York, Trump no es Napoleón. Mientras que Napoleón era un genio militar y libró 60 batallas (todavía muy estudiadas), Trump evitó el reclutamiento para Vietnam cinco veces -una vez alegando defectos en los pies, cuatro veces alegando estudios universitarios-. Sin embargo, gracias a su descaro y a su habilidad casi instintiva para articular los temores y agravios populares y ofrecer soluciones fáciles, Trump se convirtió en el emperador sin corona del Partido Republicano y en el héroe salvador adorado por toda una franja del electorado estadounidense. Está por ver si Mar-a-Lago será su Elba o su Santa Elena.
En cualquier caso, lo que Trump suscitó en 2016 y 2020 no se evaporará con la presidencia de Biden. Existe un profundo desencanto con el viejo orden. Para millones de personas, el sueño americano se ha convertido desde hace tiempo en una pesadilla americana: salarios bajos, ingresos de clase media exprimidos, deuda estudiantil, falta de vivienda, desempleo, drogadicción, desesperación y miedo…
Girando y girando en el giro creciente remolino
El halcón no puede oír al halconero;
Las cosas se desmoronan; el centro no puede sostenerse;
La mera anarquía se desata sobre el mundo,
La marea ensangrentada se desata, y en todas partes
La ceremonia de la inocencia se ahoga.
W.B. Yeats, La segunda venida (1919)
La política de centro -Joe Biden, Emmanuel Marcon y Angela Merkel- se ve constantemente atacada, disminuida, socavada. Si a esto le añadimos el auge económico postcovídico, que se está estancando rápidamente, el peligro de que las guerras por delegación se conviertan en guerras entre grandes potencias y el previsible fracaso a la hora de abordar el peligro de un cambio climático galopante, la elección ante la humanidad no puede ser más clara: socialismo o barbarie.
Quince tesis
- Además de la propaganda populista tergiversada que denigra a los extranjeros, a los políticos corruptos del establishment, a los inmigrantes, a los comunistas, a los capitalistas codiciosos, a las minorías religiosas, étnicas y de otro tipo, etc., el fascismo lanza la fuerza física, principalmente contra la clase obrera organizada.
- Los grupos, movimientos y partidos fascistas forman escuadrones de combate contrarrevolucionarios separados del Estado. Esta es la característica esencial y definitoria del fascismo, una característica que lo distingue de otras formas de contrarrevolución.
- El fascismo actúa objetivamente en interés de la clase capitalista. Las organizaciones fascistas suelen estar manipuladas, financiadas y dirigidas por sectores del Estado y de la burguesía monopolista.
- El fascismo adquiere proporciones masivas cuando la sociedad capitalista está sumida en una profunda crisis, pero la clase obrera carece de la organización, la determinación o el liderazgo necesarios para asestar el golpe revolucionario definitivo.
- El fascismo abre su propio camino. Pero, una vez en el poder, los partidos fascistas y las formaciones combatientes sufren inevitablemente un proceso de burocratización. Las capas superiores se fusionan con la clase dominante. Los elementos inferiores simplemente se fusionan con la maquinaria estatal o, en su defecto, son aplastados sin piedad.
- En las circunstancias actuales en Gran Bretaña, no hay peligro inmediato de que se produzca un movimiento fascista de masas, y mucho menos de que dicho movimiento llegue al poder. No existe una situación revolucionaria.
- Es esencial distinguir entre fascistas individuales y organizaciones fascistas. Las personas pueden admirar abierta o privadamente y/o tratar de emular a la Alemania nazi, la Italia de Mussolini o los Blackshirts de Oswald Mosley. Pero lo que hace que una organización sea fascista es la intención, o la realidad, de constituir formaciones de lucha contrarrevolucionarias.
- La teoría de matar al fascismo «en el huevo» es completamente ilusoria. Cuando se trata de la extrema derecha, es una distracción y ha conducido a la futilidad izquierdista de las escuadras o al lodazal del frentepopulismo.
- Destruir a la extrema derecha por la fuerza y tratar de silenciarla mediante el terror ha fracasado manifiestamente. Lo mismo ocurre con los frentes populares, que unen organizativa y políticamente a la izquierda con el establishment burgués.
- A diferencia de los socialdemócratas y los anarquistas, los comunistas no ven ninguna táctica como una cuestión de principios. Por ejemplo, el parlamentarismo o el antiparlamentarismo. De hecho, cuando se trata de tácticas, el único principio que reconocemos es que nada queda automáticamente descartado y nada queda automáticamente excluido.
- 10. Las tácticas empleadas para contrarrestar a organizaciones como el Partido Nacional Británico, el Frente Nacional, Britain First, Ukip, etc. tienen que ser concretas. Por lo tanto, tienen que ser flexibles y cambiar constantemente.
- Consideramos perfectamente legítima la táctica de no plantar cara a los oponentes. Lo mismo ocurre con la fuerza y la violencia. Contra las formaciones de lucha fascistas es absolutamente correcto defendernos, utilizando los medios que sean necesarios.
- En la misma medida, la táctica pacífica, el debate y la persuasión también son legítimos en otras circunstancias. No buscamos una relación «civilizada» con la extrema derecha (ni con los principales partidos burgueses). Pero los comunistas están decididos a arrebatar a la extrema derecha la base popular que pueda poseer. Eso significa principalmente una batalla por los corazones y las mentes. Esto no se debe a que consideremos a los que votan BNP, NF, Britain First, Ukip o el Partido del Brexit como nuestro electorado «natural».
- Reconocemos en todo momento que nuestro principal enemigo es el Estado capitalista y la clase capitalista. Son los fracasos, el mal funcionamiento del capitalismo en declive lo que da tanto munición como sustento a la extrema derecha.
- Los comunistas somos defensores de la democracia y de la libertad de expresión. Estamos en contra de las prohibiciones estatales de los partidos políticos, incluidos los partidos abiertamente fascistas. También debemos oponernos enérgicamente a las restricciones estatales sobre lo que puede y no puede decirse en el debate político. Cualquier prohibición o restricción de este tipo afectaría inevitablemente en primer lugar a los destacamentos avanzados de la clase trabajadora. El discurso libre y la democracia más ancha posible proveen las mejores condiciones para que el marxismo crezca y se fortalezca, así como para la formación de la clase obrera como futura clase dirigente.
- aljazeera.com/indepth/features/normalisation-politics-poland-191114084421715.html.↩︎
- Véase T. Snyder The road to unfreedom, Londres, 2018; C.R. Sunstein (ed.) Can it happen here? Cambridge Mass, 2018; M. Albright Fascism: a warning New York 2018; J. Stanley, How fascism Works, Nueva York, 2018.↩︎
- Cietado en The Independent, 6 de octubre de 2020.↩︎
- The Guardian, 16 de enero de 2021.↩︎
- D. Lazare, «Assault on democracy», Weekly Worker, 20 de mayo de 2021.↩︎
- Una frase que creo que tiene su origen en el fundador del SWP, Tony Cliff. Se le cita diciendo que «observar Europa en los años 90 es como ver una película de los años 30 a cámara lenta» (A. Callinicos, «Crisis and class struggles in Europe today» International Socialism summer 1994, p. 39).↩︎
- www.standuptoracism.org.uk/international-conference-against-racism-and-fascism.↩︎
- B. Mussolini, My autobiography, Londres, nd, p. 65.↩︎
- R. Palme Dutt, Fascism and the social revolution, Londres, 1934, p. 251.↩︎
- Citado en M. Kitchen, Fascism, Londres, 1983, p. 5.↩︎
- en.wikipedia.org/wiki/Social_fascism.↩︎
- D. Harsch, German social democracy and the rise of Nazism, Chapel Hill NC, 1993, p. 219.↩︎
- Véase D. Guerin, Fascism and big business, Nueva York, 1973.↩︎
- G. Dimitrov, The working class against fascism, Londres, 1935, p. 10.↩︎
- L. Trotsky, Writings 1935-36, Nueva York, 1977, p. 129.↩︎
- L. Trotsky, The struggle against fascism in Germany, Nueva York, 1971, p. 144.↩︎
- F. Neumann, Behemoth, Londres, 1942, pp. 39-40.↩︎
- J. Orr, «The many faces of Marine Le Pen», International Socialism, 2020.↩︎
- vox.com/policy-and-politics/2018/9/13/17823488/hungary-democracy-authoritarianism-trump.↩︎
- Arandhati Roy interview: dw.com/en/arundhati-roy-were-up-against-a-fascist-regime-in-india/a-45332070.↩︎
- Véase M. Kitchen, Fascism, Londres, 1983, pp. 71-75.↩︎
- L. Trotsky, The struggle against fascism in Germany, Nueva York, 1971, p. 444.↩︎
- K. Marx y F. Engels, CW, Londres, 2001, p. 197.↩︎
- E. Nolte, The three faces of fascism, Londres, 1965.↩︎
- W. Shirer, The collapse of the Third Republic, London, 1970, p. 254.↩︎
- S.D. Shenfield, Russian fascism: traditions, tendencies, movements Armonk NY, 2001, p. 32.↩︎
- W. Reich, The mass psychology of fascism, Nueva York, 1946, p. 273.↩︎
- Unesco, Paris, 1952.↩︎
- web.archive.org/web/20080503141011/http://encyklopedia.pwn.pl/haslo.php?id=3957301.↩︎
El fascismo necesita definición
Jack Conrad
Traducción por Carlos López Muley
Texto original: Weekly Worker
El marxismo aspira a ser claro y honesto. Jack Conrad responde a Hasan Keser y Daniel Lazare.
Para hacer ciencia, sostener debates racionales e interpretar el pasado armándonos para el futuro, es fundamental definir con claridad el significado de las palabras. Necesitamos definiciones; descripciones concisas y lógicas que identifiquen las características esenciales y establezcan límites. Que nos permitan distinguir unas cosas de otras; unos fenómenos, de otros.
Por supuesto, nuestras definiciones están determinadas por 1) las propiedades específicas del término a definir (p.e. el objeto de definición) y 2) la sofisticación, el nivel, la estructura de conocimiento alcanzada dentro de un campo en particular. Por lo tanto, aunque las definiciones están sujetas a reglas lógicas, como la regla de la proporción entre lo definido y lo definitorio, una definición lleva a otra, ya que las características o propiedades particulares experimentan cambios. El movimiento y la interacción -el paso de un estado a otro- es una idea central en el marxismo (dicho de otro modo: no hay rigidez, inmutabilidad o permanencia).
Y entonces ¿qué hay del fascismo? Aquí se presenta una definición en dos partes derivada del análisis en profundidad que León Trotsky desarrolló durante las décadas de 1920 y 1930, en pleno auge del fascismo. A día de hoy sigue siendo su más importante y duradera contribución al marxismo (y lo afirmo sin ser yo un trotskista, un trotsko, ni nada de eso).
El fascismo debe distinguirse de otras formas de contrarrevolución porque se basa orgánicamente en una masa popular desorientada, enloquecida y desesperada. Fundamentalmente, el fascismo organiza grupos de combate paralelos al Estado. Cuando es necesario, los partidos fascistas son manipulados, protegidos y financiados por este y por sectores centrales del capital monopolista. El fascismo alcanza dimensiones masivas cuando la sociedad atraviesa una crisis profunda, la burguesía no puede gobernar como antes, y a la clase trabajadora le falta la fuerza, la determinación o el liderazgo necesarios para dar un golpe revolucionario definitivo.
En el poder el fascismo asalta, pulveriza y destruye a la clase trabajadora organizada. Cualquier intento, cualquier manifestación de actividad independiente de la clase trabajadora es aplastado implacablemente. Los partidos burgueses son o bien absorbidos o disueltos, pero la propiedad privada no se ve mayormente afectada. Mientras tanto, el fascismo experimenta un proceso de burocratización: sus estamentos superiores se integran en la clase dominante, mientras que los inferiores se incorporan a la maquinaria estatal.
Entonces, ¿cómo deberíamos interpretar las críticas de Hasan Keser[1] y Daniel Lazare[2] a mi reciente artículo sobre el fascismo?[3]
Por desgracia, ninguno de los dos camaradas ofrece una definición clara de fascismo como tal. En su lugar, recurren a generalizaciones, inferencias infundadas, especulación y no poca indignación moral. El resultado, en ambos casos, es una interpretación del fascismo que se alinea inequívocamente con una perspectiva liberal.
De manera un tanto sorprendente, el camarada Keser me acusa de querer analizar el fascismo de forma “global”, pero de enfocarme únicamente en “mi propio caso británico”’. Si bien es cierto que el grueso de mi audiencia está en el Reino Unido, en realidad he dedicado relativamente poco tiempo a analizar “mi propio caso británico”. En cualquier caso, el camarada Keser me reprocha no haber tratado el caso de Turquía, mientras que el camarada Lazare me critica por no abordar el de Estados Unidos.
El capitalismo estándar
Demasiados camaradas en la izquierda parecen haber adoptado la ideología burguesa dominante después de la Segunda Guerra Mundial; es decir, la idea de que capitalismo y democracia van de la mano.
Sin embargo, el problema es que el término “democracia burguesa” es en sí mismo un oxímoron. La clase capitalista no es y nunca ha sido una clase democrática. La democracia capitalista real es una democracia de accionistas. Nunca ha sido “una persona, un voto”; sino “una acción, un voto”. Esto no quita que, en la segunda mitad del siglo XIX, la clase capitalista, sobre todo en Europa, se viera obligada una y otra vez a hacer concesiones a la clase trabajadora, en particular respecto al propio derecho al voto. Eso sí, cuanto más se avanzaba hacia el sufragio universal más dinero invertía la clase capitalista en partidos que pudieran engañar a la suficiente población durante el suficiente tiempo, y en domesticar a los líderes de la clase trabajadora mediante sobornos y corruptelas. En el capitalismo manda el dinero, no el electorado. Y no es de extrañar: la mass media capitalista (subvencionada y publicitada) miente a escala industrial, alimenta a la población con contenido basura y sostiene los llamados valores tradicionales, familiares y patrióticos. Incluso el antisemitismo medieval se reinventó a finales del siglo XIX como un antídoto frente al socialismo. Aunque hoy se hable de democracia, ha existido una constante ofensiva capitalista en su contra, con medidas represivas del Estado, censura, prohibiciones y duras penas de prisión.
Esto lleva a su opuesto. Camaradas de la izquierda que sostienen que el capitalismo y el fascismo van de la mano, que el fascismo es una consecuencia natural e inevitable del capitalismo. Desde esta visión, cualquier político burgués que desprecie a los liberales progresistas, a la élite cosmopolita o a los inmigrantes pobres, y que promueva teorías conspirativas extremas, es fascista, muestra rasgos fascistas o avanza hacia el fascismo.
Demos la palabra al camarada Lazare. Él escribe sobre como el capitalismo es empujado “una y otra vez” por sus propias “dinámicas internas” al fascismo; eso sí, en ausencia de ausencia de cualquier tipo de amenaza del movimiento obrero y la izquierda. Por qué la clase capitalista sacrificaría las certezas aceptables que conlleva el «Estado de Derecho» por la arbitrariedad, el caos y la locura del fascismo es, como mínimo, un misterio.
Por supuesto que existen fascistas y grupúsculos fascistas reales en los Estados Unidos. Los Three Percenters, los Oath Keepers o los Proud Boys; todos ellos fueron alentados, jaleados y puestos en escena en el intento desesperado de autogolpe de Donald Trump el 6 de enero de 2021. Hay una gran diferencia entre usar a grupúsculos fascistas como peones y llevar al poder a figuras como Mike Vanderboegh o Stewart Rhodes.
El camarada Lazare equipara fascismo y barbarie y lo llama “reacción burguesa definitiva”. Es difícil discrepar, dado el historial de la Alemania nazi desde 1933, en especial entre 1942 y 1945. Sin embargo, la Alemania nazi fue una excepción, incluso dentro del fascismo. Una organización burocrática escalofriantemente eficiente, que, combinada con la tecnología moderna, instauró un régimen de exterminio. Como resultado perecieron seis millones de personas, tal vez diez. Dicho esto, en este sentido, la Alemania nazi no hizo más que concentrar en el tiempo lo que los colonos americanos habían perpetrado con la población nativa en miles de guerras, incursiones y ofensivas: si en 1492, cuando Colón llegó por primera vez, vivían entre cinco y quince millones de nativos americanos, a finales del siglo XIX y al término de las Guerras Indias sólo quedaban 238.000[4]. Lo mismo hicieron los británicos en Australia, su colonia de trabajo. Los nativos sobraban y fueron tratados como alimañas. Incluso los cazaban por deporte. Y no olvidemos a Leopoldo II de Bélgica y a su colonia privada de explotación en el Congo. Millones de nativos fueron asesinados o murieron por exceso de trabajo, malos tratos y enfermedades. Podríamos citar muchos, muchísimos ejemplos de la barbarie de este capitalismo “estándar”.
Turquía
De todas formas, y él sabrá sus motivos, el camarada Kesser, tímida y sigilosamente, con evasivas, nos dice que él “dudaría de criticar” a quienes definen el régimen de Recep Tayyip Erdoğan como “fascista”. Pero, ¿Por qué? Por la imposición de medidas draconianas contra sus opositores, por las restricciones a los derechos democráticos, por su intervencionismo en el extranjero, por la retirada de los “acuerdos legales internacionales” y, sobretodo, por coaligarse con el Partido de Acción Nacionalista (MHP). Como ya he argumentado, imponer restricciones a los derechos democráticos es inherente al capitalismo “estándar”. De igual manera, también lo es el intervencionismo en el extranjero o la retirada de los “acuerdos legales internacionales” (tomemos la historia reciente de la “cuna de la democracia parlamentaria”: p.e. las leyes antisindicales de Thatcher y la derrota de la huelga de los mineros en 1984-85, la invasión de Irak, el Brexit o la disputa por el protocolo de Irlanda del Norte).
¿Y qué hay de su alianza con el MHP? El MHP, un partido nacionalista laico de extrema derecha, afirma defender la tradición política de Mustafa Kemal Atatürk. Es cierto que, bajo la connivencia del Estado profundo (la rama turca de la Gladio), los Lobos Grises fueron armados y liberados con sangrientas consecuencias en la década de 1970[5]. Aunque los Lobos Grises afirman no ser más que una asociación cultural y educativa, es ampliamente reconocido que en realidad es el ala paramilitar no oficial del MHP.
Es cierto que en 1970 los Lobos Grises eran un claro ejemplo de una formación de combate paraestatal. Turquía estaba sumida en una grave crisis socioeconómica. Había incontables huelgas políticas, numerosas luchas callejeras y la izquierda revolucionaria creció masivamente. Incluso se produjeron tiroteos entre unidades de la policía progresistas y reaccionarias. Que hubo miles de muertos en una “guerra civil de bajo nivel” en Turquía es un hecho.
Sin embargo, el propio camarada Keser admite que bajo las condiciones actuales la existencia de tales grupos parece no ser necesaria. Tras el golpe de Estado de septiembre de 1980 en Turquía, la prohibición de los partidos políticos (incluido el MHP), el encarcelamiento masivo de izquierdistas y, finalmente, el colapso del socialismo burocrático en Europa del Este y la Unión Soviética entre 1989 y 1991, el movimiento obrero turco y la izquierda en general entraron en una espiral de decadencia. Hoy en día estos mismos actores (Kurdistán aparte) no suponen una amenaza real para el orden existente, no por lo menos en el corto-medio plazo. En cuanto a los Lobos Grises, siguen hoy activos, pero a una escala mucho menor: el asesinato ocasional de un político kurdo de la izquierda moderada, protestas contra cualquier reconocimiento de la culpabilidad turca por el genocidio armenio de 1915-17, tráfico de drogas en Europa para recaudar fondos, dirección de campos de entrenamiento para militantes uigures, etc.
En cuanto al MHP, con algo más que el 10% del voto popular, se trata de un partido de extrema derecha nacionalista que, aunque sí, efectivamente, dispone de un grupo de combate residual paralelo al Estado, concentra sus esfuerzos en la actividad electoral y trata, mediante su influencia en el gobierno, imponer su agenda anti kurda y pan-turca con cierto efecto considerable.
Francamente, sin embargo, categorizar al actual MHP como fascista requiere de cierta reflexión – como mínimo debería ser matizado, incluir consideraciones, etc. La afirmación de que «una vez organización fascista, siempre organización fascista» es tan estúpida como la de que «una vez fascista, siempre fascista». Al fin y al cabo, los marxistas reconocemos que nada es fijo, que todo cambia… y eso debería reflejarse en las definiciones que utilizamos. Por ejemplo, el Partido Comunista de la Federación Rusa -nacionalista, socialmente conservador y consentido por el gobierno de Putin- ¿es una continuación inalterada del partido que Lenin dirigió? Difícilmente. Lo mismo ocurre con otros de los llamados partidos comunistas “oficiales”. A pesar de que los nombres siguen siendo los mismos, la ruptura estalinista, en la degeneración y en cómo lo que fue se convirtió en su contrario.
Luego tenemos a la “categorización por infección cruzada”. ¿Es fascista el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdoğan por su coalición con el MHP? Esto tiene tanto sentido como calificar al MHP de islamista por su papel secundario en la alianza dominada por el AKP y Erdogan. Tal afirmación viola ciertamente la regla de la proporción entre lo definido y lo definitorio.
Analicemos la última coalición de gobierno en Israel. ¿Deberíamos equiparar a Yamina, el partido de extrema derecha sionista de Neftalí Bennet, con los Hermanos Musulmanes de la lista árabe unida? Su unidad es frágil y está condicionada y determinada por la trilera aritmética necesaria en la Knesset para conseguir una mayoría parlamentaria. Ambos partidos son reaccionarios, sin lugar a dudas, pero la forma de reacción es categóricamente diferente: colonizadores frente a colonizados.
¿Y por qué el camarada Keser duda de discrepar con aquellos que obstinadamente insisten en que el régimen de Erdogan es fascista? ¿Está su equívoca fórmula dictada por las necesidades de la diplomacia política? ¿Por la búsqueda de una inofensiva tierra de nadie? ¿Se aplicaría esta negativa a adoptar una postura honesta a los Maoístas que tachan a Turquía de fascista des de la fundación de la república en 1923? ¿Se extendería igualmente ese equívoco al Partido Comunista «oficial» de Alemania a finales de los años 20 y 30, cuando tildaba al Partido Socialdemócrata y a los nacionalsocialistas de meras variantes del fascismo? ¿Y qué decir de los izquierdistas estadounidenses que acusaron de fascistas a Joseph McCarthy, Richard Nixon y Ronald Reagan?
Uno puede respetar y admirar la pasión, la convicción y la valentía de las pasadas generaciones de revolucionarios. Dicho esto, los marxistas tenemos el deber de decir la verdad, sin miedo, con franqueza y abiertamente. Esos camaradas se equivocaron. Mucho. A veces los resultados fueron cómicos, a veces banales, a veces desastrosos. Pero nunca los resultados fueron buenos (en términos de la transición global del capitalismo al comunismo).
[1] Letters Weekly Worker 3 junio 2021.
[2] ‘Texas and the F-word’ Weekly Worker 10 junio 2021:
weeklyworker.co.uk/worker/1351/texas-and-the-f-word.
[3] J Conrad, ‘Misusing the F-word’ Weekly Worker 27 Mayo 2021:
weeklyworker.co.uk/worker/1349/misusing-the-f-word.
[4] history.com/news/native-americans-genocide-united-states.
[5] linkedin.com/pulse/grey-wolves-gladio-nato-robert-dekker.