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Organización poética en torno a lo político

Raúl Castañeda-Vozmediano

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Debería inquietarnos lo altamente inofensiva que resulta la poesía actual.

Enrique Falcón (“el amor, la ira”)


La producción artística ha servido, de una forma más o menos explícita, de relato y narración histórica y, en muchas ocasiones, ha acompañado y formado parte también de la evolución de distintos movimientos y procesos políticos. En el primer caso, disciplinas como la poesía han servido como reflejo de derrotas y victorias ideológicas. En los años noventa del contexto español, por ejemplo, la poesía hegemónica (“poesía de la experiencia”) sirvió de espejo y pudo ser consecuencia de una sociedad derrotada e inscrita sin alternativa en el sistema capitalista. Este movimiento cultural liderado por poetas como Luis García Montero (candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por Izquierda Unida en 2015) integró la posición de derrota en una poesía caracterizada por la huida de lo utópico hacia lo cotidiano y disfrazada de íntima, pero repleta de individualidad intelectual. En contraposición a esta poesía dominante, promocionada por los organismos oficiales y públicos, surge desde los márgenes la “poesía de la conciencia crítica” como un movimiento que se distancia de otras corrientes o etiquetas aparentemente relacionadas como la “poesía comprometida” o la “poesía social”, tratando no sólo de denunciar injusticias circunstanciales como pueden hacer las anteriores mencionadas, sino plasmando una crítica a la raíz del sistema que las sostiene y llevando a cabo esa manifestación desde la experiencia propia de la clase trabajadora (1). Del mismo modo que la “poesía de la experiencia” sirve de biografía a una sociedad y una socialdemocracia que renuncia a los marcos ideológicos alternativos al del capital defendidos en el siglo XIX y parte del XX, la “poesía de la conciencia crítica” se formula y se coordina con las mismas limitaciones sufridas por los movimientos autónomos y sociales que han tratado de sobrevivir y resistir contraculturalmente desde finales de los noventa y durante este primer cuarto de siglo XXI.

El actual paradigma de poesía de la conciencia crítica se sitúa interconectado tan sólo mediante festivales eventuales como Voces del Extremo (Moguer, Huelva), Voix Vives (Toledo) o el Festival Vociferio (Valencia), además del trabajo individual de independientes y pequeñas editoriales, librerías y colectivos humildes, que trabajan de forma atomizada entre ellos. Dichos lugares sirven de encuentro puntual en el que se comparten cientos de poemas que, hasta el momento, no han supuesto un impacto de una apreciable magnitud en la sociedad general, así como reflexiones y debates enriquecedores que, sin embargo, no han creado una continuidad estratégica en el tiempo ni han cristalizado en los últimos años en ningún tipo de coordinación a nivel territorial de manera formal. Y aunque la organización lo es casi todo, sin un marco teórico y estratégico claros, la organización es sólo reunión, una reunión que ni siquiera está sucediendo porque lo teórico y lo táctico no es algo que puedan añadirse a lo asociativo sin más, sino algo que fundamenta su existencia orgánica. En otras palabras, la poesía crítica no está organizada porque no posee una ruta política definida y esto, a su vez, retroalimenta dicha descoordinación.

En una de las muchas mesas redondas programadas en la pasada edición del Festival de poesía Vociferio 2024 se pudieron escuchar diversas opiniones sobre la utilidad o funcionalidad de la poesía crítica, destacando la sólida respuesta de una audaz María Ángeles Maeso (Valdanzo, 1955) que iniciaba su posterior recital parafraseando a Leopoldo de Luis y respondiendo al anterior debate: “El mundo no lo cambia la poesía, el mundo se cambia socializando los medios de producción”. Sin embargo, de nuevo la eterna conversación sobre la materialidad o simbolicidad del papel de la poesía en la transformación social, obstaculizó una vez más la pregunta colectiva sobre la situación organizativa de las poetas para generar un impacto significativo en la lucha cultural de nuestro tiempo, y también de la socialización de los medios de producción artísticos a los que hacía mención la poeta, indirectamente. Ella misma, en una entrevista en la que menciona algo parecido en el diario El Salto (2), parece sin embargo renunciar directamente a cualquier papel protagonista que pueda poseer lo artístico en lo político: “La poesía puede acompañar convocatorias de causas sociales y políticas en un papel secundario […] [H]ace tiempo que me digo que yo no escribo para cambiar el mundo, sino para que el mundo no me cambie a mí”. Aunque sus palabras son evocadoras y es cierta la imposibilidad de que un poema pueda por ejemplo parar un desahucio por su carácter incorpóreo, esto no niega necesariamente su posible impacto cultural (si el poema está inserto en una estrategia cultural mayor) sobre la concienciación política y hegemonización de un nuevo análisis de la problemática de la vivienda de la clase trabajadora.

Con mucho respeto y admiración, y reconociendo los esfuerzos de cada generación, creo firmemente que se ha relegado a un papel secundario al arte en la transformación social por la derrota de la que se parte. En este sentido, y permitiéndome el juego metafórico, si una cuchara rota no funciona para recoger la sopa del plato, no podemos inferir que las cucharas no sirven para comer sopa, sino que debemos atender a las características de dicha cuchara rota, repararla y buscar la potencia del objeto que sigue existiendo, aunque en este momento no se pueda ver. En contraposición con investigar y reconocer las carencias organizativas y estratégicas que están impidiendo el impacto de lo artístico en lo socio-político, parece que se ha optado por renunciar directamente a las potencialidades de la poesía reduciéndola a un acompañamiento simbólico y lingüístico de los movimientos. Así, de tanto haber observado a la cuchara rota no recoger la sopa, hemos acabado renunciado a su capacidad y recolocado conceptualmente su función en decorar la mesa y acompañar a la comida.

Cabe reconocer no obstante que, en los últimos años, se ha evidenciado cierto poder de agrupación cultural y reacción veloz frente a hechos bélicos y genocidas, como el ocurrido en Ucrania y en Palestina mediante jornadas como “Doce horas de poesía contra la guerra” (5 de marzo de 2022) o “Poesía por Palestina. Versos contra el Genocidio” (20 de enero de 2024), ambos encuentros albergados en el caso de Madrid, en el antiguo CSOA La Ferroviaria. Estos ejercicios de agrupación espontánea entre compañeras ante una situación extrema demuestran las potencialidades de las personas que las integran, pero también una inercia, ya diagnosticada en los movimientos sociales, de reacción sistemática ante los golpes del sistema capitalista sin una propia hoja de ruta o unos tiempos que puedan ser marcados por un movimiento cultural con objetivos y propósitos concretos.  No se organizaron dichos eventos como parte de una estrategia colectiva, coordinada con otras disciplinas artísticas e ideada para marcar la conversación de ciertos sectores de la sociedad dicha semana desde una perspectiva de clase, sino que, una vez estos hechos ocurren, se genera una respuesta que, aunque bienintencionada, no permite, por la falta de anticipación y planificación, tejer un marco político común desde donde enunciar los poemas. La manifestación de las poetas es por tanto en dichas experiencias coordinada logísticamente, pero no conceptualmente, o no de forma muy elaborada más allá de unos marcos generales. Se escucharon así en aquellas jornadas poemas que ponían el foco en las cuestiones de poder económico que subyacen a dichos conflictos, pero también se escucharon multitud de poemas que hacían alusión a un pacifismo buenista (e ingenuo) sin mención capitalista, un reflejo de la ausencia de marco teórico en alguno de los encuentros poéticos críticos. Además, estas vivencias se alimentan de entrañables amistades y al mismo tiempo se encuentran limitando o excluyendo, seguro sin intencionalidad de ello, a todas aquellas personas, especialmente jóvenes, que no acceden a este circuito por diversas razones. Entre ellas, podrían encontrarse la diferencia de canales de difusión de la poesía entre personas de distinta edad, la desconexión y desconocimiento entre diferentes generaciones con mismas inquietudes o la falta de un espacio organizado al que cualquier joven poeta con intuiciones críticas pueda acceder para formarse y aportar su potencial de forma militante-artística. Algunas de estas carencias han propiciado la germinación de antologías como “Última poesía crítica. Jóvenes poetas ante el colapso” (Lastura Editorial, 2023) que, junto a otras iniciativas, han servido de encuentro para el conocimiento mutuo a la espera de algo más.

En lo referente a las dinámicas en las que la poesía crítica ha sido producida y compartida, podrían identificarse diversas evidencias de contradicción entre la naturaleza de la poesía de la conciencia crítica y el vehículo o la forma en la que esta se pone en marcha. En primer lugar, existe una disonancia constante entre la apelación a lo colectivo y organizativo en los poemas críticos y la individualidad en la que se producen y se comparten los artefactos poéticos. Además, algunos de los integrantes de la poesía de la conciencia crítica militan de forma organizada en movimientos sociales o políticos, pero practican sin embargo la batalla cultural de forma individual o meramente asociada en pequeños corpúsculos con afinidades ideológicas y personales, pero sin ningún programa definido desde dentro de sus organizaciones. Ni el movimiento de vivienda, ni los sindicatos, ni otras formaciones disponen de cuadros artísticos establecidos que trabajen en armonía y de forma inervada con la planificación política de cada uno de ellos, reduciendo en la mayoría de casos a las artistas a meras animadoras de eventos para amenizar jornadas o charlas, un hábito que coloca al artista como un sujeto ajeno a la organización y que promueve voluntarismo cultural por afinidad o simpatía. De este modo, se produce y comparte poesía desde fuera de los movimientos políticos mediante el acompañamiento simbólico, pero casi nunca desde dentro y como parte de una estrategia mayor y holística. El artista es por tanto concebido, una vez más, como alguien preocupado por lo político paradójicamente desde fuera de lo políticamente organizado, un agente externo (a menudo con aromas de bohemia y genialidad) que se define como comprometido y militante cultural sin una organización política que integre lo artístico dentro de su estrategia revolucionaria.

En términos de Aitor Bizkarra y Paul Beitia (3), frente a esta situación debe sustituirse conceptualmente el artista comprometido por el artista colectivo. Esto es, en última estancia y sin complejos, ofrecer tu inteligencia, esfuerzo y compromiso (igual que cualquier otro militante ofrece los suyos) a la organización política. De esta forma, un artista ofrecería sus potencialidades, en este caso artísticas (aunque no tienen por qué reducirse a ellas), a las necesidades y la estrategia política en la que el movimiento se integra en cada coyuntura. Estas cuestiones, aunque alejadas del hábito actual del artista “comprometido”, han sido realizadas con anterioridad en experiencias históricas (p.ej. Alberti y María Teresa León fundando la Revista “Octubre” vinculada al PCE) y, por tanto, son recuperables en nuestros tiempos con su correspondiente actualización. No quiere decir esto que el poeta, en este caso, pierda su individualidad absoluta para seguir dedicando parte de su obra a sus necesidades emocionales y personales (que sin duda son inseparables de la cuestión política), sino más bien fomentar que parte de su obra más política pueda estar insertada en una estrategia amplia con mayores posibilidades de efecto y sentido. No es nuevo para el lector escuchar que cualquier empeño individual en transformar o denunciar una situación también a través del arte es, aunque bienintencionado, infértil e ineficiente por su condición fragmentada. Más aún, si la asociación con otros es poco sólida en el tiempo y basada en la suma de productos, sin un horizonte político común que multiplique los efectos reunificados.

Partimos por supuesto de que el horizonte debe ser siempre un movimiento de masas, pero ¿diríamos que el subconjunto de la clase trabajadora potencialmente lectora de poesía hoy en día comprende la mayoría de la oferta poética crítica? ¿Son sus mensajes adaptados y accesibles? ¿Están por tanto los poetas críticos comprometidos con el cambio social si la mayoría poblacional no siente atractiva esta poesía, no solo por su contenido, sino por su forma? ¿Está siendo la poesía un vehículo popular para la politización de la clase trabajadora? La respuesta corta es para todas ellas: no. A diario, la poesía crítica pierde así lectores por, entre otros motivos, una falta de interpelación que parece haberse reducido a círculos de compañeras “ya convencidas”, un diagnóstico -no alcanzar culturalmente a la masa social- correlacionado de nuevo con las resistencias políticas de los últimos tiempos. El joven de barrio y la señora de pueblo no leen este tipo de poemas ni la mirada social que proponen y, en consecuencia, aquellas macetas se van llenando de peligrosos mensajes e injustas formas de diagnosticar nuestros dolores cotidianos.

No se puede producir artísticamente, si se desea generar un impacto social más allá de la propia expresividad individual, sin tener en cuenta el imaginario popular desde donde la mayoría se relaciona y dialoga con el mundo. Digámoslo claro, aunque levante ampollas: la poesía crítica es entendida por la gran masa como pedante, moralista, artificiosa y academicista. Y si el objetivo es llegar a la mayoría social para combatir la hegemonía cultural capitalista, ¿por qué la producción artística no adapta la forma, sin renunciar al contenido, al público al que se desea interpelar? De nuevo, que los movimientos sociales estén integrados mayoritariamente por personas de lo que popularmente se llama “clase media” tiene un correlato cultural. También se escribe desde un paradigma universitario y de “clase media aspiracional” cuando se enjuicia el mundo en el que vivimos. Escribir desde abajo y en un lenguaje que hablen las trabajadoras parece una premisa imprescindible. Hay quien piensa que esto devalúa el arte porque confunde adaptación con rebajar la calidad poética o confunde propaganda poética con panfletarismo cuando, en realidad, este puede ser el mayor reto intelectual y artístico de nuestra era: hacer sencillo lo complicado, atractivo lo político, comprensible lo elaborado y, sin complejos, sugerente lo propagandístico. Son muy pocos los casos de autoras que consiguieron traspasar la barrera de los lectores habituales para combatir desde la coherencia y la integridad ideológica espacios de mayorías, con poesía sencilla y enormemente comprometida. Sin duda, la poeta y rapera Gata Cattana ha sido referente para toda una juventud llevando su mensaje desde sus canciones y poemas a cientos de pancartas de manifestaciones. Algunos de sus versos más conocidos siguen resonando en varias generaciones (“No aman de igual forma/ los ricos que los pobres. // Los pobres aman con las manos”). ¿Qué impacto hubiera tenido la obra de poetas como Gata si hubiera dispuesto de medios organizativos y políticos que apoyaran su mensaje e integraran sus potencialidades como militante y artista colectiva?

Desde sectores preocupados por la captación de lo artístico por la organización política, en el sentido más fagocitante de la palabra, algunos autores como Jorge Riechmann (Madrid, 1962) han afirmado: “Rechazo de manera radical la idea de escribir “al servicio de”, la poesía instrumentalizada al despliegue de su propio poder de revelación” (4). Y aunque se pueda entender dicha preocupación, ésta puede resultar incoherente con el anhelo reconocido por los mismos autores que dudan de la instrumentalización de la poesía, pero a la vez escriben versos como: “No se trata de decir la revolución /sino de hacer la revolución // sobre todo si hablamos desde dentro del poema” (5). Pero ¿cómo hacer la revolución desde dentro del poema si el poema no está al servicio estratégico de un proyecto revolucionario? ¿Cómo no caer en nombrar una revolución si la falta de organización no permite hacer la revolución cultural que tanto necesita la revolución política? ¿No podría imaginarse un movimiento político que quisiera dar batalla cultural sobre, por ejemplo, el colapso ecológico (idea no expandida entre la mayoría social actualmente) y para ello planificara una sucesión de acciones artísticas (poemarios, obras de teatro, festivales de música, muralismo…) para poner en una fecha determinada y de forma unísona un tema tan crucial encima de la mesa y en la conversación cotidiana de cualquier familia trabajadora? ¿No tendrían para ello los artistas colectivos que formarse teóricamente de forma previa sobre esta cuestión desde dentro de las organizaciones políticas y coordinar estratégicamente sus líneas de intervención? ¿No implicaría entonces esto producir dichas obras “al servicio de” porque la estrategia revolucionaria lo necesita? ¿No era este el sueño del poeta comprometido, ayudar con su producción literaria al proceso emancipador de la clase trabajadora? ¿O es que solo queríamos expresar y lucir poéticamente nuestro compromiso político? Muchos pensarán que a la poesía no se le puede pedir tanto, pero si los medios organizativos lo permitieran, ¿no sería esto lo deseable? Un ejemplo de este tipo de propuestas puede verse en la plataforma EKIDA (6), creada en 2021 como una iniciativa de arte socialista vinculada al Movimiento Socialista de Euskadi. EKIDA se presenta como un espacio de encuentro para artistas militantes de una variedad de disciplinas con una voluntad revolucionaria, funcionando como una fuerza unificada y como el mencionado “artista colectivo”.

Debe reconocerse, sin desmoralizarse, la derrota ideológica y cultural de la que partimos, también en la poesía, para poder construir un nuevo movimiento que recoja los aprendizajes de generaciones anteriores y supere las carencias de los años pasados. Entre los retos que se plantean está romper con la individualidad productiva de la poesía contemporánea (expandir la idea de artista colectivo frente a la insuficiencia del comprometido) para poder hacer efectivo el golpe cultural que esta pueda generar. En dicho golpe algunos objetivos a corto plazo podrían ser: confrontar desde la poesía la cosmovisión capitalista de la clase trabajadora, crear premisas y subjetividades culturales potencialmente revolucionarias y construir una ilusión al evidenciar la viabilidad de lo que hasta ahora se ha contemplado como utópico (visualizar lo imposible como real). Además, como bien apunta Violeta Garrido (7), la función del arte socialista no puede reducirse a la introducción de contenido obrero en las obras artísticas, sino que se debe generar una alternativa cultural para producir artísticamente de la forma más socializada posible y no reproducir la lógica capitalista, no sólo temáticamente sino también productivamente. Esta alternativa no puede llevarse a cabo bajo la descoordinación y desamparo teórico en el que se inscriben disciplinas artísticas contemporáneas, como la poesía. En resumen, es necesario unificar al movimiento de la poesía crítica para hegemonizar una cultura obrera en el imaginario social, a través de la agitación y la propaganda poética bajo un marco teórico y una estrategia colectiva y planificada (3).

A nuestro juicio, no parece momento histórico para seguir dando vueltas sin fin por el laberinto dialéctico de las potencialidades de la poesía (y de cualquier otra disciplina artística), sino sobre todo de señalar y empezar a combatir la marcada descoordinación que subyace ante tan buenas intenciones y poemas. Porque lo decimos claro y sin tapujos: sin organización cultural y política, el poema crítico es un mero quejido que, aunque legítimo, no alcanza ningún objetivo transformador, sea simbólico o material.

Recogiendo las palabras del poeta Enrique Falcón (Valencia, 1969), escribimos “a dos metros del apocalipsis” (8). El tiempo apremia. Es de ecológica y vital urgencia por tanto integrar también en el arte, teoría y estrategia política para sembrar el caldo de cultivo cultural que toda revolución ha necesitado para su germinación.

El cambio de ciclo político no es futuro, es ya presente. Debe serlo también en la poesía.


Referencias

  1. Garcia-Teresa, A. (2012). Poesía de la conciencia crítica: 1987-2010 (Doctoral dissertation, UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia).
  2. https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/mundo-no-se-cambia-poemas-socializando-medios-produccion-maeso
  3. Aitor Bizkarra y Paul Beitia (2024). Notas para la actualización del modelo táctico de lucha cultural socialista. Marx XXI: Independencia Política. Contracultura.
  4. Jorge Riechmann, Resistencia de materiales, op, cit.,pp-132-133.
  5. Jorge Riechmann, Muro con inscripciones. Todas las cosas pronuncian nombres (DVD, Barcelona, 2000), p.29
  6. https://ekida.eus/
  7. Violeta Garrido (2024). La función social del arte y sus límites: una lectura marxista. Contracultura.
  8. Enrique Falcón. Porción del enemigo. Editorial Calambur (Madrid, 2013).

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