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Trump, la guerra comercial y el antiamericanismo, o el eterno retorno de la izquierda chovinista (I)

Masonería García

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«La contradicción interior de la política internacional es reflejo de la contradicción histórica en las tendencias de la acumulación del capital. El sistema de aranceles corresponde a la agudización de los antagonismos dentro del capitalismo»

—Rosa Luxemburgo, «Aranceles protectores y acumulación»

Lo dicen todos los medios: el retorno de Trump a la Casa Blanca es una amenaza clara al orden internacional, la desestabilización es su doctrina, los Estados europeos se enfrentan a un reto desconocido hasta ahora, el mundo «está loco». Pero no, no es la «locura» ni un supuesto giro radical en la doctrina exterior estadounidense, sino la aceleración constante de las contradicciones interimperialistas en un momento de crisis de la acumulación arrastrada desde hace décadas. Y en este momento de crisis volvemos a encontrarnos con un invitado habitual en estos escenarios: el chovinismo económico, y su inseparable retórica nacionalista. Planteamientos de brocha gorda como «somos los vasallos de EEUU»; «si nos ponen aranceles pues nos salimos de la OTAN» o «defender a los productores españoles frente a los vendepatrias» han sido la tónica desde muchos sectores de la izquierda o la opinión pública en general. Ante ello, una tarea esencial que se nos impone es el análisis racional y pausado de la situación, sin caer en los inmediatismos y superficialidades propias de los medios de comunicación de masas o los políticos profesionales. Deslindar campos con los discursos manidos de la socialdemocracia o la izquierda radical más sectaria es imprescindible para poder manejar una serie de tesis históricas y políticas sobre el papel de EEUU como principal potencia imperialista y del Estado español como su aliado, así como de la situación actual de agudización de la crisis de acumulación y las tensiones interimperialistas, especialmente en lo relativo al comercio y la producción agraria. Solo así se podrá forjar una base teórica sólida y políticamente independiente.

«Fantasías de secesión»[1] y orgullo imperial herido

Un mero corte del nuevo presidente en el Despacho Oval en el que en tono confuso y chulesco confunde a España con un país de los BRICS, se queja del bajo gasto en Defensa y anuncia su intención de imponer aranceles del 100%[2] ha servido para desatar un desfile de posiciones nacionalistas y proteccionistas de una ingenuidad casi cándida en ese ente que llamamos «izquierda», desde algunos comunistas a los partidos del Gobierno. Y es que la bandera del patriotismo y el sentimiento antiamericano ha sido agarrada con fuerza por la izquierda española como arma arrojadiza contra la ultraderecha aliada de Trump en España (esto es, Vox). Las acusaciones de «falso patriotismo» han sido la tónica de estos días, y es previsible que continúen durante los próximos meses si la Administración Trump cumple con su programa proteccionista y de presión hacia el reparto del gasto en la OTAN. Bajo el paraguas del antitrumpismo y con el objetivo de ridiculizar a la derecha, los argumentos de la izquierda se han orientado en tres sentidos: la denuncia a la OTAN, la defensa de los «productores nacionales» (principalmente agrarios) y, en términos generales, la reivindicación de la soberanía nacional frente al dominio estadounidense. Tres callejones sin salida que nos muestran una vez más el agotamiento histórico del programa socialdemócrata, en tanto este programa no es sino la gestión del Estado, saca a la luz las antinomias del Estado-nación en el momento actual de desarrollo capitalista. Si situamos la independencia política como eje central de nuestra acción política, desmontar la ingenuidad, las aporías y, en última instancia, la servidumbre al programa de la burguesía de este chovinismo se convierte en una tarea fundamental de los comunistas.

Antes de nada, vamos a señalar una serie de evidencias, que nunca sobran para evitar la confusión en la que tan bien chapotean oportunistas de todo tipo. España y EEUU son Estados aliados, de forma bilateral entre 1953 y 1982 y en el marco de la OTAN desde esta última fecha hasta hoy (lo que no excluye la preservación de la bilateralidad en ciertas cuestiones). En consecuencia, España ocupa un lugar concreto dentro del bloque imperialista organizado en torno al hegemón estadounidense y cuya máxima expresión en lo militar es la OTAN. Este es nuestro bloque imperialista al cual debemos señalar siempre en primer lugar al denunciar la barbarie bélica. Igualmente, es evidente que España, por su capacidad militar y económica ocupa una posición subordinada a una superpotencia mundial como EEUU. Ahora bien, determinar de forma exacta cuál ese lugar que ocupa como pieza de este bloque es esencial a la hora de poder articular una posición política que no se subordine a ningún interés nacional o de bloque internacional. Para ello debemos historizar la relación entre ambos Estados.

Breve historia de una alianza

Uno de los tópicos de la izquierda española a la hora de valorar la posición de nuestro Estado en el plano internacional es la caracterización del Estado español como un mero «títere» de EEUU. Desde las organizaciones comunistas más radicales hasta el PSOE han entrado en este juego de análisis simplistas mezclados con maniqueísmo y con regusto más o menos chovinista o pretendidamente antimperialista según conviniera.  En cualquier caso, la alianza entre EEUU y España desde hace siete décadas no puede describirse en los términos simplistas de «estamos vendidos a EEUU». Entre el Estado español y EEUU han operado y operan una serie de transacciones de intereses que benefician la posición internacional de ambos países y en un plano más abstracto garantizan la predominancia del centro imperialista en los procesos de acumulación de capital. EEUU sigue siendo la mayor potencia militar mundial, con capacidad de intervención en todo el globo. Sus aliados se apoyan en esta capacidad para garantizar su seguridad y llevar a término sus intereses nacionales. Basta observar cómo cuando EEUU tiende a un repliegue aislacionista, como parece ser la política exterior trumpista, los distintos estados europeos entran en pánico porque ven sus propios intereses amenazados—en este caso los que se concretan en la defensa de Ucrania—. De la misma forma, el dólar estadounidense, a pesar del ascenso de otras divisas fuertes como el yuan o el euro, sigue funcionando como dinero mundial, y las distintas burguesías occidentales sostienen sus flujos de capital sobre esta hegemonía.

La alianza entre EEUU y España se remonta a los conocidos como Pactos de Madrid de 1953. Desde el fin de la II Guerra Mundial, el Estado español se encontraba en una situación diplomática precaria. La resolución de las Naciones Unidas (Resolución 39[3]) llamaba a la retirada de embajadores, aislando internacionalmente a la dictadura. Sin embargo, el desplazamiento de la situación internacional hacia la política de bloques enfrentados liderados por la URSS y EEUU respectivamente, rápidamente matizó la situación de aislamiento, que

«nunca fue completo, ya que británicos y norteamericanos continuaron con las relaciones comerciales y con sus intereses diplomáticos atendidos por encargados de negocios. […]. La presión diplomática establecida por la resolución se quedó pronto sin recorrido, al no venir acompañada de medidas comerciales y de bloqueo más agresivas. La coyuntura política europea no lo favorecía[4]

Por ejemplo, en 1952, EEUU ya era el mayor socio comercial de España, con unos intercambios comerciales valorados en más de 400 millones de pesetas-oro[5]. En cualquier caso, en el plano geopolítico, la creación de la OTAN en 1949 tenía una clara proyección hacia el control del Mediterráneo[6], a pesar de la exclusión española. La posición estadounidense claramente se estaba desplazando por la necesidad de contar con un aliado como España, especialmente a raíz del triunfo comunista en China, que a nivel discursivo también permitía desprestigiar la causa republicana en el exilio, fuertemente vinculada a un PCE que aparecía como aliado de la URSS y de la nueva China de Mao[7]. En contraposición, el PCE desde un primer momento —sin tener en cuenta que la dictadura franquista era la principal interesada en obtener un apoyo exterior como el estadounidense— empezó a construir una retórica soberanista con respecto al acercamiento entre EEUU y España. En 1947 Dolores Ibárruri afirmaba que «España […] no será jamás una colonia yanki»[8] y el partido denunciaba a Franco como un «vende-patrias»[9].

En cualquier caso, como se señalaba antes, en 1953 se firman los Pactos de Madrid, conformados por los Convenios Defensivo, de Ayuda para la Defensa Mutua y de Ayuda Económica. A cambio, la dictadura ofrecía la cesión de la soberanía territorial y jurisdiccional (a través de los artículos oficiales de los convenios y una serie de cláusulas secretas anexas) en forma de cuatro bases militares (Rota —naval—, Morón, Torrejón de Ardoz y Zaragoza), la posibilidad de utilización bélica de estas sin previo aviso en caso de «evidente agresión comunista» o riesgo para la «seguridad de Occidente» y una cuasi inmunidad diplomática para el personal estadounidense de estas instalaciones[10]. La cesión de soberanía era evidente, pero también lo es la forma en la que España obtenía un «certificado político de buena conducta»[11] —viendo allanado el camino para su entrada en la ONU dos años después, de la mano de EEUU— y, a pesar de estar fuera de la OTAN, la bilateralidad (como a Corea del Sur, Filipinas o Japón) le garantizaba una posición de privilegio. En términos militares, suponía una renovación del material y la infraestructura —muy anticuados y deteriorados tras la guerra civil— del Ejército y la protección de una potencia nuclear. En el plano económico, se sentaba uno de los pilares del giro en la política económica que se estaba comenzando a incubar —y que a largo plazo garantizaría la pervivencia de la dictadura—: la apertura económica. La entrada de suministros (por ejemplo, los famosos quesos de «la ayuda americana»), crédito e inversión desde EEUU, favorecieron enormemente a una burguesía española que no se convirtió en un títere, sino que vio como su posición internacional mejoraba (teniendo presente que se había quedado fuera del importante impulso para el capital europeo que fue el Plan Marshall), con una mayor facilidad para la importación y exportación. Así, frente a las visiones de una conversión en «lacayos» de EEUU e intereses nacionales vendidos, vemos como la alianza se tejió sobre una colusión de intereses entre ambos Estados, y cómo España vio su posición diplomática, geoestratégica y económica beneficiada. La burguesía española y su régimen político se vieron reafirmados en su papel como potencia secundaria del bloque imperialista occidental.

Sim embargo, las lecturas de las organizaciones comunistas fueron incapaces de identificar cómo se estaba fraguando un proceso de compenetración entre los intereses del dominio político y económico de dos Estados burgueses, cayendo en fantasías nacionalistas o en teorizaciones vulgares acerca del carácter supuestamente colonial de la subordinación española a EEUU. Desde el PCE se dirigió un «Mensaje a los intelectuales» con una retórica nacionalista inflamada, con alusiones a la guerra contra Napoleón, a la Reconquista o las resistencias frente a Roma; además de denuncias a la decadencia y perversión extranjera no muy distintas de los tópicos franquistas:

«España ha sido reducida a la categoría de nación inferior, donde los imperialistas yanquis hacen la ley […].

El Partido Comunista de España se dirige a vosotros llamándoos a la acción para salvar a España frente a la política patricida de Franco y de Falange […].

De Móstoles a Zaragoza, de Gerona a Madrid, de Tarifa a Roncesvalles, de Sagunto a Numancia recuerdan la lucha secular del pueblo por la independencia patria, ha sido entregada en venta infame a los imperialistas yanquis […].

Y en directa dependencia del avasallamiento de España por el imperialismo yanqui, se desarrolla la invasión de la literatura decadente, del cine, desmoralizador, de los norte-americanos. Gángsters, confidentes de la policía, morfinómanos, intelectuales degenerados, invertidos son los «héroes» que las traducciones y las películas yanquis ponen como ejemplo a nuestro pueblo[12]

Por su parte, organizaciones de corte marxista-leninista o maoísta como el PCE(m-l) sostendrán en décadas posteriores tesis «tercermundistas» basadas en la comprensión de la dictadura franquista como instrumento de dominio de la oligarquía (que no burguesía), en colaboración con el «imperialismo yanqui» como ocupante extranjero. España sería un país «semicolonial» (e incluso «semifeudal») en el que las tareas principales eran la liberación nacional y la alianza obrero-campesina (con amplios sectores de la burguesía no oligárquica)[13]. Podemos observar cómo el nexo común entre ambas posiciones —argumento que se mantiene en parte del discurso antiamericano de la izquierda actual— es la caracterización del capital español como atrasado («oligarquía», etc.), y, por lo tanto, sin intereses o capacidad de dominio político propia al margen de una potencia exterior. En estos argumentarios el término oligarquía es empleado de una forma reduccionista, reduciéndola en el análisis a una especie de grupo social anacrónico, en vez de concebirla como el sector más destacado y con más poder de la clase burguesa.

El siguiente tópico, especialmente relevante en las polémicas actuales es el de la teledirección desde Washington de la evolución interna española. Desde 1953 todos los cambios en España habrían estado bien tutelados o bien directamente dirigidos desde algún despacho de Washington. ¿El asesinato de Carrero Blanco? La CIA. ¿Movimientos de autodeterminación como el MPAIAC? Proxys del Pentágono. ¿La Transición? Un plan de Nixon. Bajo todo esto subyace una retórica apologista del Estado español y una visión conspiranoica del papel de EEUU en las relaciones internacionales —como si hiciese falta recurrir a la fantasía para desacreditar a esta potencia imperialista responsable de innumerables barbaries—. Los procesos históricos no están «teledirigidos». La evolución y la crisis de la dictadura obedeció a dinámicas propias del Estado español como una formación social con un régimen político, modelo de acumulación y conflicto de clase determinados. Y evidentemente dentro de estas determinaciones se encontraba la alianza con EEUU, el ser una pieza estratégica clave del bloque occidental con una posición concreta en las lógicas imperialistas globales. Pero no en tanto una exterioridad, sino como una determinación constitutiva del Estado franquista (y, por extensión —como veremos— del Estado democrático post-1978).

Para acabar con este recorrido histórico por las relaciones entre EEUU y España y resaltar esta última idea indicada, es necesario detenerse en otro de los ejes del discurso antiyanqui: su caracterización de la entrada y el papel en la OTAN.

Lo primero que debemos cuestionar es la fetichización de la entrada en la OTAN en 1982. Esta no fue sino la continuación lógica de una fuerte alianza que ya por entonces contaba con tres décadas de antigüedad. Evidentemente, implicó una serie de cambios cualitativos, como la garantía de defensa colectiva ante un ataque al nuevo miembro (artículos 5 y 6 del Tratado), así como la estandarización militar en base a los criterios de los aliados. De nuevo, debemos señalar cómo esta entrada en la OTAN sirvió para reafirmar los intereses de un Estado español que estaba experimentando un proceso de cambio de régimen político. A través de la OTAN se consiguió validación internacional, normalización de un Ejército con sectores que solo un año antes habían protagonizado un golpe de Estado (esto es, aparte de la legitimidad internacional que proporcionaría la integración en la estructura militar conjunta, se disciplinaba internamente a un estamento militar todavía demasiado autónomo) y modernización de la infraestructura militar (como venía dándose desde 1953). La nueva clase política gobernante, conformada tanto por la oposición como por miembros del Régimen, a pesar de sus dudas (tanto de Suárez como en el juego cambiante del PSOE) no era ninguna marioneta en manos de los intereses de Washington, sino que era consciente de la razón de Estado —en continuación con los intentos de la dictadura— detrás de acelerar la entrada en la OTAN. Este carácter conspiranoico y apologista del Estado español se observa a la perfección en tres cuestiones en torno al ingreso en la OTAN y el gobierno Suárez: el Sahara español, Canarias y el 23F.

Si bien «Washington no contribuyó significativamente a la erosión del régimen autoritario franquista»[14], la muerte de Franco fue un factor importante —especialmente en el plano público— que favoreció la reformulación de las relaciones entre EEUU y España. El apoyo explícito de la Administración Ford al rey Juan Carlos se concretó en la firma del Tratado de Amistad y Cooperación de 1976. Lejos de ser un instrumento de mediatización del proceso de transición, este fue un «espaldarazo»[15] a las dinámicas internas del propio Estado español, además de reforzar la posición de España a través de la elevación de los antiguos Convenios a categoría de Tratado, aumentar las contrapartidas y encaminarse hacia la defensa colectiva en el marco de la OTAN[16]. Es decir, el camino definitivo hacia la OTAN empezó a pavimentarse en el gobierno de Arias Navarro. En esta línea se ha llegado a argumentar que, en este contexto de apoyo a la reforma franquista, EEUU en estrecha colaboración con Marruecos arrebató a España el Sahara. A este argumento le subyace una legitimación del colonialismo español, ocultando la responsabilidad española en la situación de este territorio ocupado por Marruecos desde hace medio siglo. España, siendo aliado tanto de Marruecos como EEUU, optó por una posición de desentendimiento ante el territorio. En primer lugar, siendo favorable a su abandono —eran bastante más conscientes que muchos sectores de la izquierda actual de la escasa simpatía por la metrópoli en el territorio, por ejemplo, en 1975 ante una visita de la ONU a propuesta de Madrid se extendieron los gritos de «¡Muera España!»[17]—. En segundo lugar, con la división de posiciones en el gobierno, entre una voluntad de solución de acuerdo con el derecho internacional y la posición que ante todo buscaba evitar un enfrentamiento con Marruecos, usando el referéndum como mero medio para la entrega DEL SÁHARA a Rabat[18]. En tercer lugar, con el papel del todavía príncipe Juan Carlos, quien para favorecer su posición colaboró activamente con EEUU[19]. Por su parte, EEUU quería evitar a toda costa un enfrentamiento entre sus aliados, que debilitara una región inestable en favor de una Argelia cercana a la URSS. Además, ha de ser tenido en cuenta que EEUU tenía escaso interés económico en la región (EEUU es rico en fosfatos). A pesar de la crisis de la Marcha Verde de 1975, el nulo interés en un Sahara independiente por parte de las cuatro potencias implicadas evitó la escalada del conflicto. Tanto EEUU como España aceptaron la invasión, ya que no amenazaba directamente sus intereses. En palabras del historiador Charles Powell: «las fuentes disponibles no ofrecen evidencia alguna de una participación activa de las autoridades norteamericanas en la planificación o el desarrollo de la Marcha Verde. En cambio, sí nos consta la negativa de la administración Ford a suministrar a los marroquíes ambulancias y material sanitario a los participantes en la misma»[20]. Irónicamente, aquellos que habitualmente acusan a los demás de tragarse la propaganda marroquí, asumen el discurso manufacturado en Rabat que insistía en trasladar a la opinión pública la aquiescencia estadounidense en la Marcha Verde[21] para legitimar la invasión. Esto no es ninguna apología de EEUU, que era perfectamente consciente de que un aliado suyo —Marruecos— estaba ocupando un territorio a descolonizar, sino un deslinde de responsabilidades entre las tres potencias implicadas.

Estrechamente relacionado con el contencioso del Sahara español, se encuentra otro de los puntales de las teorías sobre un Washington todopoderoso que con sus tentáculos hacía y deshacía en la España de la Transición buscando la entrada española en la OTAN: la cuestión canaria y el MPAIAC (Movimiento Por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario). La situación internacional en 1978 apuntaba a que el archipiélago podía entrar en una situación similar a la de la colonia del Sahara, dado que Argelia estaba usando la actividad del MPAIAC como vía para forzar un reconocimiento de las islas como territorio africano a descolonizar[22] —favoreciendo sus intereses en la región frente a España y Marruecos, ambas aliadas de EEUU—. Para Julio del mismo año, a través de la OUA, se había reunido el voto de 47 países (a los que habría que sumar el apoyo chino y soviético) para trasladar el caso canario al Comité para la Descolonización de las Naciones Unidas. En base únicamente al testimonio del ministro de la Presidencia por aquel entonces, José Manuel Otero Novás, quien afirma que detrás de esta organización —socialista, africanista y antimperialista— estaban los servicios secretos estadounidenses, se ha construido una teoría según la cual EEUU quería forzar la entrada española en la OTAN alentando la actividad de la organización independentista canaria para aumentar la presión internacional sobre la cuestión de las colonias españolas. Sin embargo, de nuevo vemos los mismos lugares comunes de siempre: el no reconocimiento de la posición proestadounidense de Suárez —en la línea de los gobiernos franquistas anteriores— y la anulación de cualquier agencia por parte de la población de territorios que habían desarrollado un sentimiento favorable a la autodeterminación. Todo se tenía que haber tejido desde la Casa Blanca, como había pasado con el Sahara. Sin embargo, el testimonio de Otero Novás no encuentra apoyo en ninguna evidencia. El MPAIAC estaba protegido por Argelia, acérrimo enemigo de EEUU en la región por sus estrechas relaciones con la URSS —de hecho, sí existe evidencia documental que prueba las relaciones entre la embajada soviética en Madrid y el MPAIAC—, además de que desde el ministerio del Interior de Martín Villa se lanzó una guerra sin cuartel contra la organización, con numerosas infiltraciones policiales, culminando con el intento de asesinato de su líder Antonio Cubillo en 1978. Difícilmente la inteligencia estadounidense habría permitido esta persecución de esta organización si hubiera sido un proxy suyo. Lo que encubre el discurso centrado en EEUU es la deslegitimación de movimientos de liberación nacional como el canario y, sobre todo, el blanqueamiento de un crimen de Estado como fue el intento de asesinato de Cubillo en Argel.

En cuanto al 23-F, el papel estadounidense y la forma en la que determinó el acceso a la OTAN se deben destacar dos cuestiones. Primeramente, que tal y cómo se ha expuesto, a pesar de las dudas y giros de Suárez, en última instancia, su posición favorable a la OTAN —como buen ejemplar de la clase política franquista que era— no es cuestionable. Los motivos de descontento respecto a su presidencia en el Ejército y amplias capas de la clase política que desembocaron en la compleja trama de la Operación Armada y se concretaron —entre otros— en los acontecimientos del 23-F en ningún caso eran externos a las dinámicas intrísecas del Estado español —a pesar de que, la dimisión de Suárez pudiera facilitar las relaciones entre ambos países, así como favorecer la estabilidad interna española—. De hecho, un gobierno militar habría sido un obstáculo insalvable para el ingreso en la OTAN[23], teniendo en cuenta además que los sectores que protagonizaron el golpe eran los más reaccionarios del Ejército, cercanos a la retórica soberanista ultraderechista. En segundo lugar, tras el golpe de febrero de 1981 —y las tendencias e intentonas golpistas que venían sucediéndose desde la muerte de Franco—, ciertos sectores de la oposición que estaban a punto de acceder al poder (o sea, el PSOE), desplazaron su posición ante la Alianza —a la cual oficialmente se accedió en 1982 bajo la corta presidencia de Calvo Sotelo—, viendo en la integración internacional una vía para la modernización y el disciplinamiento democrático de un Ejército que apenas había cambiado desde el fin de la dictadura. Tras el juego oportunista del PSOE, que agitó el antiamericanismo característico de la izquierda antifranquista con su «OTAN, de entrada, no» en 1982 para pasar al pragmatismo en el referéndum de 1986, la integración completa en las estructuras militares occidentales había llegado a su término. Al igual que muchos otros elementos, la alianza entre EEUU y España, culminada con la entrada en la OTAN, se convertía en un pilar constitutivo del nuevo régimen político, forjado desde los primeros tiempos de la dictadura. Así, podemos decir que el Estado español actual existe en tanto parte de la OTAN y de un bloque imperialista determinado. Y no es un títere dentro de este, sino que está integración le permite cumplir una serie de intereses: posición internacional privilegiada, protección nuclear, control de las fronteras, capacidades militares modernas, etc. Podemos comprobar cómo España también tiene un papel a la hora de determinar las condiciones de la alianza y no es una mera correa de transmisión de los intereses de Washington: las dinámicas internas siguen siendo determinantes. Por ejemplo, se toleró el referéndum de la OTAN, fruto de una importante presión social o las medidas reticentes con Washington (retirada de Irak) del gobierno de Zapatero, consecuencia del enfrentamiento político con Aznar.

La salida de una pieza estratégica clave no sería tolerada por los aliados y cuestionaría las propias bases del Estado español. Esto es, no se puede proponer como parte de un programa de gobierno la «salida de la OTAN», puesto que esta solo sería posible en tanto exista una alternativa revolucionaria internacional, al menos en todo el bloque imperialista occidental. Confiar en «fantasías de secesión», ya sean en forma de un programa de gobierno liberal («respondamos a sus aranceles con la salida de la Alianza») o como reformulaciones del socialismo en un solo país en sus variables de repúblicas populares o socialistas fuera de la OTAN y la UE, es hacerse trampas al solitario. España, en tanto provincia europea, en tanto pieza de la OTAN, en tanto aliado estratégico de EEUU, no puede regresar a ninguna situación pretendidamente prístina de «soberanía», puesto que su soberanía estatal solo existe en tanto parte de estas formas imperialistas internacionales. Frente a los espejismos reaccionarios chovinistas, la tarea comunista es cuestionar y confrontar estas formas, lo que en primera instancia implica dirigir la crítica a nuestro Estado —para lo cual hay que reconocer su autonomía y su corresponsabilidad en la barbarie imperialista y no verlo como un mero títere—, en segundo lugar contra nuestro bloque imperialista, es decir, la OTAN y en términos generales Occidente y, en tercer lugar, no caer en el campismo, denunciando a otros Estados y bloques imperialistas, como China, Rusia u otras potencias regionales.

Así, el discurso antiyanqui más básico no señala la corresponsabilidad española en el bloque imperialista occidental y su papel internacional, ni es capaz de observar cómo esta posición internacional (definida en gran parte por esta alianza) es constitutiva del propio Estado español y no es un factor exterior del que se pueda prescindir en un marco de Estados capitalistas. Es decir, esta superficialidad antiamericana y estos análisis antidialécticos que son incapaces de comprender nada sin recurrir a la exterioridad o un mecanicismo que roza lo conspiranoico, no son sino formas de nacionalismo más o menos explícitas.

1898, Carrero Blanco y el wojak de Vox o cómo cierto discurso antiyanqui no es más que chatarra nacionalista

En esta línea, más allá de las «fantasías de secesión» señaladas antes, cabe hacer una breve mención a ciertos argumentos desplegados, que no son sino la constatación del nivel de putrefacción del chovinismo que permea a tantos sectores de la izquierda. Las referencias a la guerra hispano-estadounidense de 1898 o al papel de EEUU en la relación con Marruecos tan frecuentes en espacios como Twitter son ejemplos fragrantes de lo que se esconde bajo supuestos discursos progresistas o que permiten ridiculizar a Vox: digámoslo claro, tan ridículamente chovinistas son las referencias de Abascal a Blas de Lezo o de Ayuso a la evangelización de América como los «nos quitaron Cuba y ahora nos meten las bases», los «vendieron el Sáhara español a Marruecos» o los «la Transición se hizo desde los despachos de Washington» de algunos pretendidos izquierdistas. Y es que debemos desmontar toda esta mitografía nacionalista a la que se quiere dar un carácter progresista únicamente porque se dirige contra EEUU y que plantea un marco de enfrentamiento entre verdaderos y falsos patriotas—en el fondo agentes de EEUU, élites traidoras. En el caso de 1898 hay que señalar que ninguna de las potencias coloniales tenía una mayor legitimidad como metrópoli administradora sobre Cuba, Filipinas o Puerto Rico. La noción de estos territorios como legítimamente españoles supone un cuestionamiento del derecho a la autodeterminación nacional de sus poblaciones. Es más, no debe dejar de señalarse la responsabilidad española en la comisión de atrocidades como los cuatro siglos de esclavismo sobre la isla o el establecimiento de campos de concentración (la «política de concentración» del general Weyler en las guerras de Cuba)[24]. Para gran parte de la izquierda la política colonial española se acaba con las independencias hispanoamericanas. Comparten con el conservadurismo y la reacción más nacionalista el olvido del papel español en las políticas del imperialismo del siglo XIX y XX (Cuba, Filipinas, Marruecos o Guinea) —constitutivas del propio Estado español— y el recurso a victimizarse como potencia secundaria, como un Estado a merced de los designios de Washington, Londres o París. Ejemplos de ello, ya hemos visto, son también las narrativas bastante frecuentes en la izquierda sobre una «Transición teledirigida» o las teorías de la conspiración con respecto a la CIA y el asesinato de Carrero Blanco, con triples saltos dialécticos que acaban describiendo al presidente del Gobierno como un dechado de antiamericanismo[25] (y si abundamos en algunos de sus argumentos —como el del supuesto sabotaje del proyecto nuclear español— acabamos en una apología de la dictadura franquista como régimen político «soberano»): las perspectivas antiamericanas más comunes en la izquierda española, que van desde el «Franco-perro-de-Washington» a ver la dictadura como último bastión de la defensa del Sáhara español o la autonomía militar, son de una ceguera pasmosa, una patada directa al análisis marxista del imperialismo. Por último, volviendo a la cuestión de las declaraciones de Trump en las que confunde a España con un país de los BRICS, en las reacciones indignadas a estas tenemos otra prueba más de cómo el orgullo imperial herido absorbe todo el discurso. De fondo, hay una identidad herida, un se cree que somos igual que esos países latinoamericanos, asiáticos o africanos.

Mención aparte merece el discurso en torno a la relación entre Marruecos, EEUU y España. Hemos comprobado cómo Marruecos ha gozado de unas relaciones positivas con Estados Unidos desde su independencia, especialmente por su oposición a una Argelia independiente que se había convertido en referencia mundial de los Movimientos de Liberación Nacional y alineada con la URSS. En consecuencia, de forma paralela a un sentido común español antimarroquí —que las organizaciones de izquierda no han hecho mucho por ocultar (basta recordar el poco disimulado supremacismo de las arengas de Pasionaria contra las tropas moras franquistas)—, se ha acusado a EEUU de articular una política antiespañola a través de Marruecos. De nuevo, el análisis superficial vuelve a arrasar cualquier aproximación racional a la posición internacional española. Efectivamente, EEUU ha favorecido los intereses de su aliado marroquí no oponiéndose a la invasión del Sáhara o a través de la colaboración militar. Efectivamente Trump en su anterior mandato redobló esta alianza con el reconocimiento del Sáhara Occidental como marroquí (a cambio del reconocimiento del Estado de Israel por parte de Rabat) y con la intensificación del apoyo militar. Pero hemos comprobado cómo España hizo todo lo posible en 1975 por desentenderse de este territorio. Asimismo, en 2008 y 2021 desde el gobierno español se han apoyado los planes marroquíes sobre el Sahara y, sobre todo, siguiendo el modelo de la UE existe una colaboración en innumerables ámbitos —entre fuerzas de seguridad, fronteras, acuerdos económicos, etc.— para que Marruecos controle la inmigración hacia España (y Europa por extensión). Al igual que en el caso estadounidense, vemos como la colaboración con Marruecos es una forma de consecución de los intereses nacionales españoles (control de fronteras, acceso a recursos económicos, garantía de la soberanía sobre Ceuta y Melilla). No hay un «falso patriotismo» (por mucho que nos gusten los memes de qué le debe el PSOE a Marruecos —le debe lo que le debe todo el Partido del Orden español, puesto que esta buena relación es esencial para la estabilidad de nuestro país) en esta triple colaboración entre una potencia principal (EEUU) y otros dos Estados vecinos (Marruecos y España).

Por ello, la gran mayoría de esta izquierda chovinista en vez de mirar la luna de las contradicciones y simbiosis entre Estados —entre los intereses de la burguesía española y estadounidense— se queda embelesada con el dedo de las acusaciones de falso patriotismo.

Así, frente a los memes caricaturizando a Vox (o, por extensión al conjunto de una derecha que en el Estado español es atlantista en su práctica totalidad) como títeres dóciles a Washington, como «falsos patriotas», debemos ser conscientes de que su postura es totalmente coherente con los intereses nacionales españoles y no nos debería sorprender que sus posiciones de «defensa del campo español» o de la «soberanía nacional frente a las élites internacionales» sean más que mera retórica populista. La lección que como comunistas debemos extraer de ello es que no es nuestra tarea ni defender a los «productores españoles» ni la «soberanía» del Estado español, que el populismo y el repliegue en el Estado no son sino formas de reacción. No, no queremos ni debemos ser patriotas: nuestra respuesta al imperialismo político y económico no se encuentra en el chovinismo populista, sino en un proyecto comunista que se dirija contra el propio Estado y su bloque imperialista, como mediaciones entre un capital nacional e internacional que son el mismo enemigo.


[1] Expresión tomada de Jamie Merchant, «Fantasías de secesión: una crítica al nacionalismo económico de izquierdas», 23 de enero de 2024, https://contracultura.cc/2024/01/23/fantasias-de-secesion-una-critica-al-nacionalismo-economico-de-izquierdas/

[2] RTVE, «Trump confunde a España con un país miembro de los BRICS y la amenaza con “aranceles del 100%”», https://www.rtve.es/noticias/20250121/trump-confunde-espana-pais-brics-amenaza-aranceles/16415439.shtml

[3] Resolución 39 (I), «Relaciones de los Miembros de las Naciones Unidas con España», 12 de diciembre de 1946, https://daccess-ods.un.org/access.nsf/Get?Open&DS=A/RES/39(I)&Lang=S

[4] Nicolás Sesma, Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista (1939-1977), Barcelona, Crítica, 2024, pp. 224-225.

[5] «El desarrollo del comercio exterior español desde principios del siglo XIX a la actualidad», Revista de economía política, nº13, 1955, p. 57.

[6] Sesma, p. 255

[7] Sesma, pp. 257-258

[8] Dolores Ibárruri, «Reforcemos el frente de la democracia y la paz», Nuestra Bandera, Toulouse, octubre-noviembre de 1947.

[9] «Editorial: En torno a la declaración de nueve partidos comunistas. Un alto al imperialismo agresor y una orientación para los pueblos en su lucha por su libertad», Nuestra Bandera, Toulouse, octubre-noviembre de 1947.

[10] Sesma, pp. 291-293.

[11]. Sesma, p. 291.

[12] «Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas», Comité Central del PCE, abril de 1954, https://www.filosofia.org/his/h1954ip.htm

[13] Ediciones Vanguardia Obrera, «Algunas cuestiones para la construcción del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota», Cuadernos Marxistas-Leninistas, junio de 1971, Archivo Histórico de Comisiones Obreras de Andalucía.

[14] Charles Powell, El amigo americano. España y Estados Unidos: de la dictadura a la democracia, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011.

[15] Powell.

[16] Ángel Viñas, En las garras del águila. Los pactos con EEUU de Francisco Franco a Felipe González (1945-1995), pp. 431-433.

[17] Powell, pp. 260-261

[18] Powell, p. 266

[19] Luis Miguel Sánchez Tostado, La Transición oculta. Ni modélica ni pacífica, Córdoba, Almuzara, 2021

[20] Powell, p.279

[21] Powell, p. 279

[22] Xavier Casals, La Transición española. El voto ignorado de las armas, Barcelona, Pasado y Presente, 2018, pp. 437-438.

[23] Powell, p. 560.

[24] Nunca está de más recordar cómo es en la Cuba colonial donde emergen las posiciones del nacionalismo españolista más radical y las primeras formas protofascistas que luego se trasladarán a la Península, como bien analizan Xavier Casals y Enric Ucelay-Da Cal en El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español, Barcelona, Pasado y Presente, 2023.

[25] «como plasmó un informe de la inteligencia estadounidense: “Fuertemente anticomunista, Carrero Blanco aprueba cualquier muestra de fuerza contra el comunismo y, en ese sentido, admira la política exterior de EEUU” Nixon elogió públicamente al almirante», Xavier Casals, La Transición española. El voto ignorado de las armas, Barcelona, Pasado y Presente, 2016, p.52. También se ha señalado antes cómo Carrero se erige en el principal valedor de los intereses estadounidenses frente a posiciones más reticentes como las de Castiella en la renegociación de los Convenios en 1969-1970, viñas 393-396, «[Carrero] se había mostrado firmemente partidario de renovar el acuerdo de las bases al precio que fuese», Powell, p. 223.

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