Eddie Ford
Texto original: Weekly Worker
No es solo Netanyahu y su coalición de gobierno de extrema derecha. La limpieza étnica y el genocidio están inscritas en el ADN del proyecto colonial sionista.
Con la Operación Carros de Gedeón -aprobada unánimemente, por supuesto, por el gabinete de seguridad- la naturaleza genocida del Estado israelí se ha hecho evidente para la mayoría de las personas con dos dedos de frente, aunque la mayoría de los políticos del establishment se resistan a admitirlo. Incluso el nombre tiene implicaciones ominosas: «Gedeón» invoca al guerrero bíblico que dirigió a unos pocos elegidos para aniquilar a los madianitas -un antiguo pueblo árabe-, lo que hace que la operación tenga reminiscencias de venganza divina y conquista étnica, y claramente pretende presentar la matanza masiva como una causa justa.
Es igual de obvio que el plan es un proyecto formal para la ocupación permanente, el desplazamiento masivo y la violencia aniquiladora contra la población civil palestina asediada y desplazada. Una segunda Nakba que podría ser mucho peor que la primera, en la que entre 1947 y 1949 aproximadamente 750.000 personas huyeron aterrorizadas de sus hogares ante el avance de los paramilitares y luego del ejército del nuevo Estado israelí – hubo numerosas masacres, cientos de aldeas palestinas destruidas, o despobladas y repobladas, con nuevos nombres hebreos, por los colonos judíos entrantes.[1] Durante el debate del gabinete sobre el nombre bíblico de la operación, Benjamin Netanyahu dijo supuestamente sobre los gazatíes: «Queremos que mueran solos».
Hasta ahora, la información sobre la Operación Carros de Gedeón procede de una filtración, por lo que no conocemos los detalles exactos. Pero podemos ver las pruebas ante nuestros ojos. No sólo se habla de tomar el «control total» de la Franja de Gaza, sino también de dividirla en tres zonas civiles – y si quieres ir de una zona a otra tienes que pasar por un puesto de control, lo que obviamente da a Israel el poder de decidir a quién se dejará pasar.
Se supone que todo esto forma parte del plan sionista para «derrotar a Hamás», aunque los generales deben de haberle dicho a Netanyahu que es imposible, sobre todo porque Hamás goza de apoyo en Cisjordania y en la diáspora palestina como principal fuerza de resistencia. En ese sentido, no es diferente del IRA en Irlanda del Norte: no era un grupo de fanáticos aislados, sino una organización profundamente arraigada en la población.
Desde el 2 de marzo hasta hace unos días, toda la ayuda a la franja estuvo bloqueada por Israel, con informes generalizados de personas que vivían al borde de la inanición. Estamos ante una política consciente orientada a dejar morir a la gente o prepararla para la expulsión masiva.
Israel ha prohibido criminalmente a las agencias de ayuda almacenar alimentos y medicamentos, exigiendo que todos los alimentos que entran en Gaza sean llevados directamente a su ubicación final – presumiblemente para mantener la ficción de que Hamás está «robando» la ayuda y por lo tanto esta debe ser bloqueada. En un puro alarde de cinismo, Netanyahu emitió recientemente una declaración en vídeo en la que decía que había decidido permitir la entrada de una ayuda «mínima» en Gaza, porque «no podemos llegar a un punto de inanición por razones prácticas y diplomáticas»: genocidio por grados. Al menos una quinta parte de la población está amenazada de inanición. El jefe de ayuda humanitaria de la ONU, Tom Fletcher, fue entrevistado el 20 de mayo en el programa Today de la BBC sobre la «crisis de inanición» en Gaza: calculó que 14.000 bebés podrían morir en 48 horas si no les llega la ayuda.
Ya hemos expresado en numerosas ocasiones nuestra sorpresa por el número relativamente bajo de muertes oficiales comunicadas hasta ahora por las autoridades sanitarias de Hamás. Según ellas, ya se ha alcanzado la cifra de más de 53.000, a la que se suman nuevas muertes cada día -sobre todo desde el comienzo de la Operación Carros de Gedeón. Pero si se leen los informes de The Lancet, una vez que se tienen en cuenta los cadáveres que siguen enterrados bajo los escombros, las muertes prematuras por heridas, etc., el recuento real se acerca a los 70.000 o más. No obstante, parece que estamos al borde de un salto cualitativo en términos de muertes.
Por supuesto, la gente no suele morir de inanición. Por lo tanto, un médico no escribirá «inanición» en el certificado de defunción; lo más probable es que la persona muera de otra cosa. Si a una persona se le niega la comida, todo su cuerpo se deteriora y se vuelve más vulnerable a enfermedades de las que normalmente se esperaría que se librara. Por ejemplo, diarrea, neumonía y sarampión.
Aceptación
No se puede llamar unanimidad, pero existe una aceptación muy generalizada entre los expertos judiciales -incluidos algunos del extremo conservador del espectro político- de que lo que está ocurriendo equivale a un genocidio. No son sólo los académicos progresistas o Amnistía Internacional los que hacen estas declaraciones, aunque, por supuesto, esta última ha sido criticada muchas veces por Israel por su sesgo «antisemita».[2]
Por ejemplo, el periódico holandés NRC entrevistó a siete reputados investigadores del genocidio y el holocausto de seis países –incluido Israel-, todos los cuales calificaron la campaña de Gaza de genocida y afirmaron que muchos de sus colegas compartían esta valoración.[3] El historiador israelí Raz Segal ha declarado que «no existe ningún argumento en contra que tenga en cuenta todas las pruebas», y describe el bloqueo de Gaza como un «caso de genocidio de manual» relacionado con la Nakba original. Por su valoración, la Universidad de Minnesota, donde estaba a punto de ser nombrado director del Centro de Estudios sobre el Holocausto y el Genocidio, canceló una oferta de trabajo a Segal, resultado de una campaña del Consejo de Relaciones de la Comunidad Judía proisraelí de Minnesota y las Dakotas.
Como señala el NRC, incluso las «voces prudentes» han cambiado de postura.[4] Shmuel Lederman, de la Universidad Abierta de Israel, solía oponerse a la «etiqueta de genocidio» hasta que Netanyahu desobedeció la orden de la Corte Internacional de Justicia de enero de 2024 de impedir el genocidio permitiendo la entrada de ayuda de emergencia en Gaza. Finalmente, Lederman empezó a considerar genocida al gobierno israelí después de que el año pasado las FDI se hicieran con el control del paso fronterizo de Rafah, cortando la única ruta de ayuda humanitaria, mientras los expertos internacionales advertían de que la hambruna era inminente y mientras los analistas advertían de que el verdadero número de muertos en Gaza podría alcanzar finalmente las 200.000 personas, algo más que plausible.
Los estudios sobre el genocidio como disciplina académica no tratan la cuestión como algo binario -una luz que se enciende y otra que se apaga- sino más bien como un regulador de intensidad. Tenemos que entender el genocidio como fenómeno no analizándolo a posteriori, sino durante el mismo. El hecho es que, si se niega la comida, no se dispone de un saneamiento adecuado o de suministro eléctrico, entonces se está avanzando en la dirección del genocidio. Todo lo demás es apologética, un ámbito en el que Gran Bretaña es realmente cómplice. Ha proporcionado cobertura diplomática y militar a Israel, apoyando su «derecho a la autodefensa», es decir, a cometer genocidio.
Si nos fijamos en el escalón más alto de las fuerzas aéreas israelíes encontramos el F35, de diseño estadounidense, un cazabombardero de quinta generación que cuesta entre 80 y 109 millones de dólares por unidad. Sin embargo, los F-35 dependen de una compleja cadena de suministro, cuya segunda fuente más importante son empresas con sede en Gran Bretaña como Rolls Royce, BAE y GE Aviation. En total, cerca del 15% de los F-35 -el fuselaje trasero, las toberas giratorias, la electrónica y los asientos eyectables- se fabrican en el Reino Unido. Así que Gran Bretaña está habilitando la máquina de matar israelí.
Gritos
Se pudo oír a algunos diputados gritar «genocidio» en la Cámara de los Comunes después de que David Lammy, ministro de Asuntos Exteriores, anunciara que el gobierno suspendía sus negociaciones comerciales con Israel y convocara a la embajadora israelí, Tzipi Hotovely, al Ministerio de Asuntos Exteriores.
Lammy declaró en el Parlamento que el bloqueo de Gaza era «moralmente injustificable» y añadió que el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, había hablado de que las fuerzas israelíes estaban «limpiando» Gaza y «destruyendo lo que quedaba» de palestinos, que estaban siendo «reubicados en terceros países», quizá en referencia a los supuestos planes de Estados Unidos de enviar permanentemente hasta un millón de palestinos a Libia, devastada por la guerra.[5]
Sin embargo, tan pusilánime como siempre, Lammy no mencionó el genocidio, ni siquiera la limpieza étnica, a pesar de que, como licenciado en Derecho por Harvard, debe ser consciente de la legislación que rodea estas cuestiones y de la naturaleza completamente ilegal de lo que Smotrich proponía. Es más, no entiende en absoluto por qué Israel es un proyecto genocida. No se debe a Benjamin Netanyahu y su coalición, ni a Donald Trump. Fue el sionismo laborista el que supervisó la primera Nakba y la Guerra de los Seis Días, que supuso la toma de la Franja de Gaza y Cisjordania, y también de los Altos del Golán, que desde entonces han sido anexionados, junto con Jerusalén Este. Contrariamente a lo que se nos dice a menudo, lo que se está desarrollando con la Operación Carros de Gedeón no es un producto del extremismo de derechas- es sionismo, izquierda, derecha y centro: el resto es sólo una cuestión de cuándo y dónde.
Podemos leerlo en El Estado judío, de Theodor Herzl, de 1896, que podría considerarse el documento fundacional del sionismo moderno o político.[6] Aunque a algunos sionistas les gusta ahora revestirse con el lenguaje del anticolonialismo y la liberación nacional, a finales del siglo XIX no tenían tales reparos. Eran bastante francos y abiertos: se trataba de un proyecto de colonización, y una vanguardia de agricultores y trabajadores construiría un nuevo Israel. Para ello se necesitaba un patrocinador imperialista, como Herzl explicitaba. Entonces se podría desplazar a la población árabe autóctona por una u otra vía: comprándola o persuadiéndola de que se marchara por otros medios.
El sionista revisionista Ze’ev Jabotinsky escribió un famoso ensayo en 1923, en el que decía que el sionismo debía «proceder sin tener en cuenta a la población nativa» y «desarrollarse sólo bajo la protección de un poder que sea independiente de la población nativa – detrás de un muro de hierro, que la población nativa no pueda traspasar».[7] Y todo el que pretenda que el sionismo es otra cosa está vendiendo un cuento de hadas- algo que los sionistas revisionistas de hoy, incluido Netanyahu, acusan de hacer al sionismo laborista.
Por eso la situación actual es tan peligrosa. Sí, Israel es obviamente un proyecto racista, aunque sólo por decir eso te pueden suspender o expulsar del Partido Laborista, pero es más que eso. En realidad, se basa en la limpieza étnica y en la eliminación de los pueblos originarios de la tierra colonizada. Así que la izquierda debe evitar engañarse pensando que la victoria es inevitable, porque Israel tiene un sistema de apartheid como el que había en Sudáfrica, así que deberíamos esperar un resultado equivalente. El modelo de colonización es diferente, aunque algunos factores coincidan.
Israel no es una colonia de explotación basada en exprimir a la mano de obra nativa, como en Sudáfrica o bajo el Raj británico en la India, donde los funcionarios coloniales supervisaban a una vasta mano de obra india. Más bien sigue el modelo de Norteamérica y Australia (sin olvidar Tasmania, donde se deshicieron hasta del último aborigen). Es lo que Karl Kautsky llamó una «colonia de trabajo», aunque Moshé Machover ha argumentado en estas páginas y en otros lugares que es más exacto etiquetarla como una colonia de exclusión.[8] Por supuesto, hay mano de obra palestina en los márgenes, pero esto no es lo que define la economía política de Israel, sino que se basa en proporcionar puestos de trabajo judíos para trabajadores judíos.
Eso es lo que propugnan y defienden tanto el sionismo laborista como el sionismo revisionista.
[1] Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Nakba
[2] politico.eu/article/israel-calls-amnesty-international-antisemitic-and-biased-after-it-criticized-war-crimes-by-all-parties.
[3] middleeasteye.net/news/top-genocide-scholars-unanimous-israel-committing-genocide-gaza-investigation-finds.
[4] commondreams.org/news/israel-is-committing-genocide-in-gaza.
[5] news.sky.com/story/up-to-a-million-palestinians-could-be-permanently-relocated-to-war-torn-libya-under-us-plans-13369235.
[6] en.wikipedia.org/wiki/Der_Judenstaat.
[7] en.wikipedia.org/wiki/Iron_Wall_(essay).
[8] ‘The decolonisation of Palestine’ Weekly Worker June 23 2016: weeklyworker.co.uk/worker/1112/the-decolonisation-of-palestine. Hay versión en castellano en https://www.sinpermiso.info/textos/la-descolonizacion-de-palestina-y-iii