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Sobre la huelga general por la vivienda: movilizaciones, sindicalismo y acumulación de fuerzas

Víctor Fonoll y Javier González

Escrito elaborado de manera colectiva por el grupo Sostre i Revolució, colectivo que pretende impulsar el debate entre militantes revolucionarios presentes en el movimiento por la vivienda. Puede leerse en catalán en Catarsi magazín.

Desde hace unos meses, en algunos espacios del movimiento popular en Catalunya se ha empezado a hablar sobre la posibilidad de caminar hacia una huelga general, con la problemática de la vivienda en el centro[1]. Esta idea nace después de un curso en el que la cuestión de la vivienda se ha hecho más visible y en el que las diferentes organizaciones y colectivos han impulsado importantes movilizaciones. La vivienda es hoy una de las principales preocupaciones sociales y la dificultad para pagar precios desorbitados, la violencia de los desahucios, la incertidumbre de no encontrar casa o la precariedad que implica dedicar más del 50% del sueldo a tener un techo pueden movilizar a cientos de miles de personas.

En este contexto, y partiendo de la lectura de que los debates en torno a la huelga general por la vivienda tienen un hilo conductor con las movilizaciones del curso pasado, consideramos que es necesario hacer un análisis de estas, poniendo en perspectiva aciertos y errores. Esta lectura nos puede ayudar a enfocar la cuestión de la huelga general como lo que es, una herramienta de lucha, y a no reproducir algunos de los errores que consideramos se han cometido. Esto no solo es importante de cara a maximizar las posibilidades de éxito de una posible huelga, sino una necesidad para cualquier estrategia a largo plazo que ayude a la acumulación de fuerzas en la lucha contra el capitalismo, desde el terreno de la lucha por la vivienda.

Con este artículo queremos contribuir al debate de la huelga general que tendremos durante los próximos meses. Además de un análisis de las movilizaciones recientes, intentaremos trazar algunas líneas de trabajo que creemos que pueden hacer de la huelga general una herramienta de acumulación de fuerzas y un punto de inflexión en la socialización de nuestras demandas. Por último, más allá de la huelga general, hemos considerado oportuno hacer unas notas sobre el trabajo conjunto entre sindicalismo laboral y de vivienda como línea a desarrollar en el marco de la lucha de clases, uno de los retos que creemos que tenemos el movimiento de vivienda y la militancia revolucionaria.

El movimiento de vivienda y las últimas movilizaciones

En este apartado queremos hacer una consideración crítica respecto a las movilizaciones, a las luchas unitarias que desplegamos. Con movilizaciones aquí nos referimos a aquellos momentos del conflicto, diferenciados del día a día de actividad sindical y construcción organizativa —desahucios, asambleas, acciones o campañas de presión, en el caso del movimiento por la vivienda— en los cuales hacemos partícipes a más sectores populares, impulsando convocatorias que activan políticamente a mucha gente que está fuera de lo que consideramos nuestras bases.

En nuestra realidad, junto con los avances políticos y organizativos del sindicalismo de vivienda, que seguramente tienen como principal expresión el II Congrés y la fundación de la Confederació Sindical d’Habitatge de Cataluya (COSHAC)[2], otro síntoma del crecimiento de la lucha por la vivienda son las importantes movilizaciones del otoño y primavera pasados. Estas tuvieron un carácter masivo, pusieron en el centro del debate político la cuestión de la vivienda, fueron impulsadas por un amplio trabajo de base y situaron al movimiento como un agente político de referencia. A nivel interno, las convocatorias permitieron ampliar la coordinación entre diferentes territorios y organizaciones, abrir canales de colaboración con otros sectores del movimiento obrero y en algunos casos reforzar internamente los diferentes colectivos. Asimismo, se debe destacar que estos avances se han dado no solo en Catalunya sino también en otros territorios del Estado, contribuyendo a que la lucha por la vivienda empiece a ganar una dimensión estatal.

Sin embargo, las convocatorias del curso pasado y en particular el 5 de abril en Catalunya, la manifestación unitaria estatal, también fueron una muestra de limitaciones que debemos superar. Nos referimos, en concreto, al hecho de que en lugar de aprovechar la fuerza demostrada en la manifestación del 23N y la afluencia masiva que podía volver a congregar el movimiento, se apostara por una manifestación con un formato de «mitin», de nuevo centralizada en Barcelona y con un mayor componente de autoconsumo. Si bien es cierto que a la segunda convocatoria del curso no se pudieron dedicar tantas fuerzas como en la anterior, creemos que evidenció una falta de ideas respecto al desplegar formas de lucha que permitan escalar el conflicto, cayendo en una manera de hacer por inercia que nos dificulta avanzar y nos puede conducir al desgaste y la desmovilización.

Si observamos algunas de las prácticas habituales en el movimiento popular, podemos mencionar muchos problemas respecto a cómo impulsamos estas movilizaciones, con ejemplos recientes que podemos tener más o menos en la cabeza: manifestaciones autorreferenciales con poca capacidad de incidencia, lemas alejados de la realidad, convocatorias hechas solo «desde arriba», otras que interpelan más a capas intermedias que a los diferentes sectores del proletariado, etc. Pero en particular y para el problema que nos ocupa, nos interesa destacar dos: el movimentismo como única manera de hacer, y la desmovilización como respuesta a la primera.

Cuando hablamos de movimentismo, nos referimos a las manifestaciones como fin en sí mismas y casi único recurso; convocatorias que se hacen para mostrar músculo numérico, pero fuera de toda estrategia de acumulación de fuerzas y que generalmente encajan en la dinámica de presión mediática a las instituciones y refuerzo del papel del reformismo.

En esta tendencia, habitual en los últimos ciclos de lucha, no se piensan mucho los objetivos de una movilización, no se trabaja en un programa político más allá del posibilismo de alguna medida y no se desarrollan formas de lucha que eventualmente apunten al cuestionamiento del poder. En el fondo de esta concepción, además de las ideas reformistas, hay cierto pensamiento conservador al creer que las masas, en el sentido más amplio, no pueden participar de la lucha más que de una manera «pacífica» y bajo los cauces legales que nos impone el enemigo; algo completamente falso. Un nivel alto de combatividad, si el pueblo está preparado y convencido de lo que quiere —y pensamos que ahora puede estarlo—, puede dar más legitimidad a la lucha. Las manifestaciones que no pasan de ser acciones de cara a la galería pueden contribuir, y a menudo lo hacen, a la desmoralización y el desgaste.

La segunda desviación es consecuencia de la primera y también ha sido habitual en el movimiento por la vivienda, y más allá. Como «las manifestaciones no sirven para nada» y no podemos «hacer por hacer», se abandona un terreno de lucha que es muy necesario, justamente porque es aquí cuando llegamos a más sectores y cuando más fuerzas se pueden enfrentar al enemigo de clase. Esta lectura, también conservadora, hace que la práctica de mucha militancia apenas salga de la rutina diaria, que las organizaciones se deban más a cálculos o dinámicas internas que a las necesidades generales de la lucha de clases y pone límites al crecimiento y la influencia del movimiento.

En la práctica, si fuera por esta segunda tendencia casi no deberíamos plantearnos ninguna movilización y, por tanto, ninguna oportunidad para socializar nuestro discurso y llegar a sectores mucho más amplios de lo que nos permite la práctica diaria. Del mismo modo, este inmovilismo lleva a no estar abordando en profundidad los debates y las tareas necesarias que toca hacer ahora, en un momento en que parece que puede abrirse un nuevo ciclo de luchas y en que las posibilidades de impulsar grandes movilizaciones son claramente mayores que hace unos años.

En el actual contexto de crisis, tenemos la responsabilidad de preparar y poner en marcha grandes movilizaciones, pero también la de desarrollar las formas de lucha que permitan transformar ese potencial en fuerza real, acumulación estratégica y disputa del poder político. Es desde estas coordenadas, alejadas tanto del hacer por hacer como de un escepticismo inmóvil, que debemos situar el debate sobre la huelga general, como una herramienta más de lucha. El reto, por tanto, es cómo plantear y preparar una huelga general que nos permita avanzar en la lucha por reivindicaciones concretas y mejoras tangibles, ayudar a socializar ideas y consignas, fortalecernos internamente, ampliar los sectores de la clase a los que llegamos y dar impulso a un trabajo unitario entre el conjunto del movimiento obrero y popular.

Sobre la huelga general por la vivienda

Antes que nada, es necesario valorar y agradecer a quienes han hecho que empecemos a tener estos debates. Poner sobre la mesa la organización de una huelga general es una buena noticia, y solo el eventual proceso de debates y trabajo unitario puede ayudar a generar mejores condiciones generales para la lucha. Además, esta es una oportunidad para que un nuevo sindicalismo de clase se vaya abriendo paso, frente a las cúpulas de las grandes centrales sindicales que hace más de una década que tienen esta herramienta de lucha secuestrada.

De todas formas, la idea de la huelga general no es precisamente nueva e incluso podemos decir que a veces es tratada como una especie de fetiche. Ahora se dan algunas condiciones más favorables, como el crecimiento relativo del sindicalismo alternativo, una problemática de vivienda cada vez más grave, un movimiento de vivienda con más capacidad de movilización o una nueva etapa de luchas que parece que puede estar abriéndose; pero nada nos asegura que un nuevo intento de convocar una huelga general no pueda caer de nuevo en el voluntarismo. Para evitarlo, hacemos tres consideraciones previas:

En primer lugar, debemos hacer una afirmación y es que no podemos repetir el formato de «huelga general» que es una especie de jornada reivindicativa bajo el paraguas legal de una huelga. Este tipo de jornadas, en las que no se para la producción ni se lleva la lucha a los centros de trabajo, son las que hemos visto recientemente en algunos 8M o con las movilizaciones a favor de la causa palestina y que, como con las manifestaciones que mencionábamos al hablar de movimentismo, en el mejor de los casos acabarán con el anuncio de alguna medida estética por parte del gobierno. Por más que estas movilizaciones puedan tener un impacto positivo —el pasado 15 de octubre es un buen ejemplo—, seguir en esta dinámica no es lo que necesitamos para avanzar en el conflicto de clases en general, ni en la disputa por mejoras reales respecto a la problemática de vivienda en particular. Necesitamos caminar hacia una huelga general en condiciones, que suponga un avance en la acumulación de fuerzas y la organización de clase.

En segundo lugar, y relacionado con la cuestión de las movilizaciones, nos encontramos con otro problema, que es pensar en la huelga general como la única manera como podemos ir más allá de las movilizaciones hechas hasta ahora. Dicho de otra manera, corremos el riesgo de pensar que, después de algunas manifestaciones, la continuación natural (y única) que podemos hacer es convocar una huelga general que, por falta de preparación, puede acabar en una jornada de lucha como las mencionadas. Además de una muestra de falta de ideas, nos parece una cierta declaración de intenciones el hecho de plantear la convocatoria de una huelga sin en paralelo desarrollar otras formas de escalar el conflicto, yendo más allá de simples manifestaciones. Formas de lucha, por cierto, que necesitaremos desplegar en el momento en que vayamos a la huelga. Aquí no nos referimos a las herramientas del sindicalismo de vivienda —parar desahucios, conflictos contra propiedades, huelgas de alquileres, etc.— sino a otras que nos permitan enfrentar al Estado y al enemigo de clase en su conjunto. Como ejemplo de lo que decimos, podemos mirar las luchas de la clase obrera francesa desde la aparición de los chalecos amarillos hasta el reciente «bloquons tout», donde se han desplegado movilizaciones sostenidas en el tiempo, se han utilizado acciones como cortes de carretera o similares, y donde la huelga general ha sido un recurso más.

Finalmente, debemos huir de la idea de la huelga que el sindicalismo alternativo «nos convoca» al movimiento por la vivienda para que este haga sus reivindicaciones. En el plano más teórico, esta idea parte de una comprensión un tanto errónea que escinde los dos sindicalismos —laboral y de vivienda—, como si no fueran parte del mismo movimiento de clase, y en el terreno de la práctica probablemente nos conducirá a no hacer el trabajo de preparación necesario para llevar la lucha al terreno de la producción. La huelga general es una herramienta de lucha de toda la clase obrera, y sus demandas deben responder a sus necesidades y conflictos. Si la vivienda toma centralidad es porque es una de las problemáticas más grandes que nuestra clase tiene ahora mismo, pero del mismo modo, no puede ser la única demanda en un contexto de crisis y retroceso de las condiciones laborales y de vida. Lo que queremos decir es que no puede tratarse únicamente de una huelga general por la vivienda, sino de una huelga general en la que la vivienda esté en el centro de las demandas.

Caminar hacia la huelga general: algunas ideas y líneas de trabajo

La efectividad de una huelga general dependerá en buena parte de la capacidad que tengamos para detener la producción; las problemáticas y reivindicaciones por las cuales se convoca deben socializarse en los centros de trabajo, en una campaña de agitación, propaganda y pedagogía que debe interpelar al máximo de sectores de la clase trabajadora. Lo que diremos ahora es una obviedad, pero el movimiento de vivienda no tiene capacidad para convocar una huelga, no tiene presencia en los centros de trabajo ni tampoco acumula experiencia en un trabajo de este tipo. Una huelga general debe ser convocada y asumida por las organizaciones que justamente tienen implantación en el mundo laboral, y desde el movimiento de vivienda necesitamos iniciar un trabajo con ellas.

Así, la primera cuestión esencial es la preparación y organización con el tiempo necesario de todos los debates y del trabajo unitario entre el movimiento obrero, el movimiento por la vivienda y otros sectores del movimiento popular. Los principales debates a resolver deben ser la creación de un programa y unos objetivos comunes, así como la elaboración de un plan de lucha que incluya las tareas de expansión, de socialización de las demandas o la preparación de las jornadas clave.

Dicho esto, nos encontramos con una pregunta central, que es la de cuál es el sindicalismo de clase con el que contamos. Damos por hecho que las direcciones de las grandes centrales CCOO–UGT negarán la huelga hasta el momento en que les pase por encima, pero, ¿qué debemos hacer para llegar hasta ese punto? Este debate puede dar para ríos de tinta, así que diremos solo algunas ideas. Primero de todo, el sindicalismo alternativo, que en Catalunya está agrupado en torno a la Taula Sindical, debe poder actuar de la manera más unitaria posible para multiplicar fuerzas y ser un agente lo más legítimo posible. Esto debe hacerse con la aspiración de avanzar en un movimiento masivo, que vaya más allá de las propias organizaciones sindicales, que pueda arrastrar algunos sectores de base de los sindicatos mayoritarios y convertirse en una referencia para el conjunto de las capas populares. La preparación de esta huelga debe servir para dar un paso adelante en la construcción de un nuevo sindicalismo de clase, desarrollar la implantación e influencia en barrios obreros y otros territorios, ayudar a avanzar en una unidad más allá de las siglas y superar dinámicas corporativas.

De cara a este proceso, es esencial el desarrollo de un programa que vaya más allá de las demandas de vivienda y contribuya a construir esa unidad de clase. Como principio general, el programa debe incluir medidas que supongan una mejora real en las condiciones de vida, que de primeras no serán asumibles y nos pondrán en contradicción con el gobierno y la patronal, pero que deben tener una concreción y estar fuera de maximalismos que pueden servir solo en el terreno de la propaganda. Una huelga general debe trabajarse en torno a un número pequeño de reivindicaciones y medidas, las que se consideren más importantes y estratégicas a la hora de movilizar a la clase trabajadora en la coyuntura actual; esto es más efectivo que ir con una larga lista de demandas que, aunque sean justas, acaban siendo poco operativas. Este programa, además, debe tener una cierta universalidad, siendo extensible más allá de una huelga o de unas organizaciones en particular.

En cuanto a la cuestión de la vivienda, las demandas más centrales tendrán que ver con la bajada de precios vinculada a los salarios, la prohibición de desahucios y el control o la expropiación de las viviendas vacías en manos de grandes propietarios. Respecto al sindicalismo laboral, pueden ser importantes las medidas contra los despidos, contra las dobles escalas salariales, por el aumento de los salarios y la reducción de la jornada. Otra reivindicación central tiene que ver con garantizar el sistema universal de pensiones, que la pensión mínima sea equiparable al salario mínimo y extensible a todas las personas que han vivido con trabajos temporales o informales. Además, es necesario situar esta huelga en el contexto actual europeo e internacional, donde la lucha de clases tendrá muy en el centro la cuestión del rearme en Europa, el 5% de inversión en defensa que exige la OTAN y los nuevos recortes y medidas de austeridad que los Estados tendrán que aplicar para costearlo.

Volviendo a la cuestión de la producción, una huelga que sea verdaderamente efectiva debe tener incidencia y seguimiento en sectores estratégicos. Las huelgas convocadas recientemente, salvo contadas excepciones, suelen movilizar a funcionarios y trabajadores del sector servicios, y aunque la organización de estos trabajadores es evidentemente muy importante, la movilización de los sectores industriales o más directamente implicados en la producción y distribución es un requisito imprescindible para lograr paralizar el país. Son ejemplos las recientes huelgas en el sector del metal, algunas de las cuales han demostrado los niveles más altos de combatividad y de daño económico de entre todas las luchas obreras de los últimos años.

Más allá de la definición clásica de centros de trabajo, debemos tener como objetivo llegar a todas las capas del proletariado con trabajos precarios e inestables, entre ellas los sectores migrantes, a quienes se debe incluir y movilizar en una campaña de extensión, de pedagogía sobre lo que implica una huelga y de organización en comités de base u otras estructuras unitarias.

Un trabajo de este tipo requiere una labor de agitación y de presencia en barrios y lugares de trabajo que va mucho más allá de la simple convocatoria y difusión de la huelga, o de esperar que los diferentes sectores se sumen por «simpatía» o porque las demandas sean suficientemente justas. Hay que pensar en la creación de comités conjuntos en empresas y territorios, en brigadas de agitación que conecten polígonos y barrios, impulsar espacios de formación y debate que permitan establecer un marco común de análisis, etc. Asimismo, previo a la convocatoria de la huelga, creemos imprescindible impulsar algún tipo de movilización unitaria, que permita socializar las consignas y activar el movimiento.

Por último, una huelga general que quiera disputar victorias reales debe enfrentarse al gobierno central y debe ser organizada en el conjunto del Estado, y no solo en Catalunya. Por eso, es importante que los debates que estamos teniendo empiecen a darse en Euskal Herria, en Madrid, en el País Valencià y en el máximo de lugares y realidades posibles.

Más allá de la huelga: la unidad del sindicalismo de vivienda y el sindicalismo laboral

Un límite con el que nos topamos al abordar estos debates son las escasas relaciones existentes entre el movimiento por la vivienda y el sindicalismo laboral, insuficientes como para desplegar un trabajo como el que implica organizar una huelga general en condiciones. Este problema, que podemos extender al conjunto del movimiento popular, va más allá de la huelga de la que estamos hablando y es de una centralidad clave para la reconstrucción del movimiento de clase y revolucionario.

Para poner de relieve la importancia de caminar hacia esta unidad, dentro de una perspectiva histórica, incluso podemos decir que hablar de «dos sindicalismos», el sindicalismo laboral y el sindicalismo social, tiene un punto de artificial y es producto de la derrota revolucionaria y del movimiento obrero. Es cierto que el sindicalismo laboral actúa en el ámbito de la explotación del trabajo y el de vivienda en el del consumo y la reproducción social, pero ambos forman parte del movimiento de clase que debemos aspirar a reconstruir. Si pensamos en el gran movimiento obrero de hace un siglo, este no solo era la organización en los centros de trabajo, sino los ateneos, las organizaciones culturales… Yendo a algún ejemplo concreto, fue el Sindicato de la Construcción de la CNT quien creó la Comisión de Defensa Económica e impulsó la huelga de alquileres de 1931, y era dentro de la organización anarcosindicalista donde años antes se había creado la Unión de Inquilinos para luchar contra los abusos de la patronal inmobiliaria.

En un momento como el actual, consideramos que el valor de una posible huelga no reside solo en la lucha más inmediata en torno a la vivienda, sino en su potencial estratégico para avanzar en una ruta compartida, poner de relieve la necesidad de tejer alianzas y multiplicar puntos de contacto entre producción y reproducción social. Más allá de la convocatoria de una huelga general exitosa, lo que puede resultar transformador es que este proceso abra camino a aprendizajes comunes y a nuevas formas de acción colectiva, que permitan acumular fuerzas y establecer las bases de una verdadera unidad de clase.

Tenemos como tarea, por tanto, ir construyendo una vinculación orgánica real, una alianza estratégica que permita establecer una relación fluida y sólida entre ambos movimientos. Podemos poner algunos ejemplos sobre algunas líneas de trabajo que podemos aspirar a desarrollar. Por ejemplo, es necesario dotar de presencia al movimiento de vivienda en los centros de trabajo; igual que hay propaganda y afiliación de los sindicatos laborales, en la medida de lo posible, los sindicatos de vivienda deben tener puntos de información periódicos o propaganda. Hace falta crear materiales de difusión y trabajar en un imaginario que vincule los bajos salarios y la inestabilidad a los precios y problemas en el ámbito de la vivienda y de la vida en general, que permita también llevar el conflicto y la solidaridad contra los desahucios a los lugares de trabajo. En todo esto debe ser clave el papel de la COSHAC, como gran organización del movimiento y agente de referencia en el territorio.

En otra dirección, el sindicalismo combativo, que generalmente no tiene una organización territorial y tiene escasa presencia en barrios obreros, debe poder desarrollar una mayor implantación en el territorio donde el movimiento de vivienda tiene presencia, impulsando de manera conjunta locales o ateneos, participando de la vida cultural o llevando el conflicto laboral allí donde vive la clase. Nada de esto es un debate nuevo, y en los últimos años ha habido intentos y experiencias como puntos de asesoramiento laboral o trabajo sindical en algunos barrios, con resultados que permitirían hacer un balance, pero que van más allá del propósito de este escrito. Sea como sea, hace falta hacer un ejercicio que apunte en ese camino y apelamos al sindicalismo laboral al debate para poder trabajar conjuntamente.

Unas conclusiones, más allá de la huelga

La lucha por la vivienda, además de avanzar hacia nuevas formas de organización y de lucha, debe ser capaz de impulsar grandes movilizaciones, que interpelen a los sectores más amplios posibles y sitúen a estos en la disputa contra el gobierno y el enemigo de clase. Para ello, será necesario un trabajo de unidad con otros sectores, con especial importancia del movimiento obrero, estableciendo unos vínculos que puedan desarrollarse y fortalecerse en el tiempo. Un estallido social, un momento de esos que pueden ser un punto de inflexión en la lucha de clases —como a su manera lo fue el 15M— es cualitativamente diferente si detrás hay grandes organizaciones, arraigadas en la clase y actuando de manera consciente.

Una lucha amplia y decidida en torno a una serie de problemáticas y reivindicaciones, que puedan unificar y fortalecer unos conflictos hoy dispersos, puede acabar superando los límites de la misma lucha económica. Esta es una tarea central para los y las revolucionarias: contribuir a que sea el pueblo el que, moviéndose por determinadas exigencias, avance hacia el cuestionamiento del poder y del orden social capitalista. Levantar un nuevo movimiento de clase lo más amplio y unitario posible, acumular experiencias prácticas en luchas que tengan un carácter masivo, es la manera en la que podemos dar pasos adelante en la superación del estado actual de cosas, en una perspectiva que no puede ser otra que el socialismo.

Es necesario ubicar cada lucha y movilización que se presenta dentro de esta perspectiva, articulando una línea de clase que integre todas las formas de opresión y explotación capitalista. Los conflictos en la vivienda, en el trabajo y en tantos otros ámbitos sociales pueden convertirse en focos de acumulación de fuerzas revolucionarias, siempre que sean leídos con una orientación política que vaya más allá de lo inmediato. La formación de cuadros y militantes que sepan trabajar en esta línea entre los sectores populares es una tarea principal.

En nuestra realidad particular, el Estado español y su constitución, que consagra el derecho a la propiedad privada en sus principios fundamentales, así como la dictadura financiera de la Unión Europea, no permiten hoy reformas mínimamente profundas en clave popular. Impulsar un movimiento de este tipo debe ayudarnos a cuestionar el régimen salido de la Transición y las estructuras del imperialismo en las que se inserta. Hacerlo, además, con el PSOE en el gobierno y el reformismo en una importante crisis de legitimidad tiene una importancia aún mayor, a la hora de enfrentar la oleada reaccionaria y construir una verdadera independencia de clase.

Avanzar en la perspectiva de la revolución, sin embargo, exige organizarse más allá del movimiento popular, en espacios que sirvan para debatir, para crear pensamiento estratégico, para formarse como cuadros y para desarrollar las tareas que las dinámicas de las organizaciones sindicales y de masas en general no permiten. No habrá revolución sin la herramienta de lucha que es el partido revolucionario, y no podremos avanzar en un movimiento de masas que sirva a esta causa si no avanzamos en su construcción. Este tema excede el contenido del texto, pero queríamos mencionarlo y desde la humildad hacer una afirmación: el trabajo que hacemos entre nuestra clase y en las luchas de las que somos partícipes, son el terreno desde el que se puede avanzar en este proceso, compartiendo debates y poniendo en práctica la necesaria unidad entre revolucionarios.

Una parte importante del movimiento de vivienda, a día de hoy, entiende que no puede haber solución al problema de la vivienda sin superar el modo de producción capitalista y la vivienda como mercancía, y que será luchando con esta perspectiva como algún día conseguiremos victorias reales para nuestra clase. Llevemos, pues, este principio a la práctica.


[1] Òscar Simon, sindicalista de la USTEC, ha sido de los primeros en hacer pública una aportación a este debate, sobre el cual ya se ha celebrado alguna charla pública: https://www.elsaltodiario.com/cuadernos-de-trabajo/huelga-general-vivienda

Más recientemente, en un análisis de coyuntura, las compañeras de Endavant también han hablado de la huelga: https://www.endavant.org/un-pas-endavant-de-les-mobilitzacions-per-palestina-a-la-vaga-general/

[2] La Confederació Sindical d’Habitatge de Catalunya agrupa algo más de 30 colectivos locales del territorio catalán, y aunque ya se ha presentado públicamente, aún se encuentra en una fase de construcción interna. Fue fundada en el II Congrés d’Habitatge de Catalunya, después de un proceso de dos años de debate y donde más de 600 militantes debatieron y aprobaron las ponencias que rigen su línea, objetivos y funcionamiento.  https://www.coshac.cat/

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