Artículo publicado por Yesurún Moreno (@Yesu_1995) estudiante de Ciencias Políticas por la UB y estudiante del ISSEP.
Capítulos IX: Del gobierno civil y XV: De aquellas cosas por las que los hombres y sobre todo los príncipes son alabados o censurados
Están presente y pasado presentes
tal vez en el futuro, y el futuro
en el pasado contenido.
Si está eternamente presente el tiempo
todo, todo el tiempo es irredimible.
… Y no se diga que es fijo
el lugar que reúne al pasado y al futuro.
Thomas Stearns Eliot, Cuatro cuartetos.
¿Qué interés puede tener leer hoya Nicolás Maquiavelo, en pleno siglo XXI?
Todo teórico político se inscribe en una “tradición de discurso”. Maquiavelo se encuentra en las coordenadas del realismo político. Saber cuáles son los mimbres de su contribución nos da herramientas para salvar lo “irredimible” del tiempo. Sheldon S. Wolin propone un “viaje teórico” que no es más que el diálogo fecundo con la tradición:
Una tradición de pensamiento político proporciona un vínculo conector entre el pasado y el presente (…) no es tanto una tradición de descubrimiento como una tradición de significados ampliados en el transcurso del tiempo (…) al formular una antigua pregunta en una forma novedosa, al rebelarse contra las tendencias conservadoras del pensamiento y el lenguaje, los pensadores han contribuido a liberar las formas establecidas de pensamiento y a imponer a sus contemporáneos y a la posteridad la necesidad de repensar la experiencia política (Wolin, 2012: p.46).
Hagamos un esfuerzo por dialogar con nuestra tradición. Hagamos un viaje teórico al estilo woliniano.
Antes de entrar a hacer un comentario crítico sobre la clásica obra El Príncipe sería pertinente esbozar unas breves anotaciones del contexto histórico y político que rodeaba y, que -claramente- influyó a Nicolás Maquiavelo.
Situémonos. Nos encontramos en el paso traumático de la Edad Media a la Edad Moderna (finales del siglo XV, principios del XVI). Es una época de fuertes convulsiones políticas. Italia está dividida en cinco grandes estados: el Reino de Nápoles, el ducado de Milán, la Republica aristocrática de Venecia, la Republica de Florencia y los Estados Pontificios. Además, la península itálica sufre la ocupación y saqueo sistemático de las potencias hegemónicas (España y Francia, sobre todo y, en menor medida, Alemania). Bajo este escenario de fractura, la sociedad italiana se encuentra atrapada en la paradoja de que pese a estar viviendo el apogeo del renacimiento artístico-cultural,paulatinamente quedará sumida en la corrupción[1] y la decadencia.
¿De qué sirve entonces conocer el contexto que rodeaba al florentino? Sirve para comprender las profundas motivaciones que llevaron a Maquiavelo a escribir tanto El Príncipe como los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (entre 1469 y 1527). Pese a que estas se suelan interpretar como dos obras perfectamente delimitadas e independientes ambas exponen diferentes aspectos de la misma problemática. Como bien sintetiza George H. Sabine en su ya clásico Historia de la teoría política(1937): “Ambos libros presentan aspectos del mismo problema: las causas del auge y la decadencia de los estados y los medios por los cuales puedan los estadistas hacer que perduren”(Sabine, 2013: p.270). Maquiavelo no solo pretendía granjearse la simpatía de Lorenzo de Médici, sino que le estaba dando las pautas para que encontrara al príncipe idóneo, aquel con la determinación suficiente para ser capaz de acometer la empresa de unificar Italia y expulsar a los bárbaros. Sin embargo, pese a que
Ningún hombre de su época vio con tanta claridad la dirección que estaba tomando en toda Europa la evolución política (…) [y] aunque escribe en vísperas de la Reforma protestante, casi no se da cuenta del papel que había de desempeñar la religión en la política de los dos siglos siguientes (Sabine, 2013: p.268).
Una vez atendido al contexto, a continuación, entraré a analizarsucintamente el planteamiento metodológico del autor.Si tuviéramos que destacar algo de Maquiavelo es que -entre otras aportaciones nada desdeñables- logra romper con la literatura típica de la época, una literatura que se ceñía casi religiosamente a dar pautas morales a los sucesivos gobernantes. Esta ruptura con los códigos literarios del “speculumprincipium”[2] no se entiende sin el esfuerzo premeditado del autor por separar moral y política (cuestión que más adelante desarrollaré) y, sobre todo, por la exhortación que hace al realismo. Grosso modo, al separar las esferas de lo moral y el arte de gobernar, la propuesta de Maquiavelo no se agota en los límites de lo “debería ser”, sino que se abre a la cruda realidad. Es decir, consigue evocar en la figura del Príncipe su fuerte pragmatismo político. Para entender la realidad, tal y como esta es, Maquiavelo recurre a los ejemplos históricos (por eso mismo, algunos autores afirmarán que su método de análisis es el histórico, aunque no esto acabe de ser del todo cierto). Sin embargo, hablamos de una realidad que se ve profundamente marcada, atravesada por su concepción antropológica del ser humano. A partir pues de este apriorismo “el pesimismo fundamental con que Maquiavelo juzga la naturaleza humana restringe el campo de exploración en el que puede descubrirse una racionalidad (…) ‘¿Qué es un Gobierno sino el medio de contener a los súbditos?’”(Touchard, p.205). Al reducir tanto la óptica de análisis pudo incurrir en errores metodológicos.
Llegados a este punto debemos señalar que para Maquiavelo la realidad depende -en gran medida- de un binomio: la historia y la antropología corrupta del hombre. Es fácil identificar pasajes en los que Maquiavelo se remitea estas dos cuestiones, veamos.
Ejemplos históricos:
Capítulo IX: “Nabis, príncipe de los espartanos, sostuvo el asedio de toda Grecia y de un ejército romano victoriosísimo, consiguiendo defender contra todos ellos su patria y su Estado”(Maquiavelo, 2010: p.87).
Capítulo IX: “como ocurrió en Roma a los Graco y en Florencia a messer Giorgio Scali”(Maquiavelo, 2010: p.87).
Ejemplos antropológicos bajo la luz de la moral cristiana.
Capítulo XV. Uno es considerado generoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno desleal, otro fiel; uno afeminado y pusilánime, otro fiero y valeroso; el uno humano, el otro soberbio; el uno lascivo, el otro casto; el uno íntegro, el otro astuto; el uno rígido, el otro flexible; el uno ponderado, el otro frívolo; el uno devoto, el otro incrédulo, y así sucesivamente (Maquiavelo, 2010: p.110-111).
Ejemplo de la concepción de Maquiavelo de la naturaleza humana.
El hombre es envidioso, perverso, hipócrita, pasional, violento, voluble, ambicioso, simula lo que no es y disimula lo que es, huye de lo que pone en peligro su vida; si le haces favores se muestra incondicional, te ofrecen sangre y vida propia, pero si se le vuelve la espalda te odiará (Lasterra Marco sobre El príncipe, 2019).
Vistas algunas alusiones a la historia y a la naturaleza humana,comprendemos que su pretensión última era descubrir la verdad efectiva de las cosas, lo que él denomina:veritàeffettuale. Esa es su principal aportación metodológica, un realismo, pragmatismo divorciado de toda implicación moral. Como diría Francis Bacon:“Hay que agradecer a Maquiavelo y a los escritores de este género el que digan abiertamente y sin disimulo lo que los hombres acostumbran a hacer, no lo que deben hacer”.
Es precisamente por ese motivo que no se le supo o no se le quisointerpretar correctamente.Tanto sus coetáneos como una ristra de autores posteriores errarían en su infantil lectura de El Príncipe. Para ellos esa separación del arte de gobierno y la moral era una aberración (de ahí que se le atribuyera esa burda idea de que “el fin justifica los medios” con una clara y malintencionada carga peyorativa). En realidad, Maquiavelo fue un hombre comprometido con la verdad.¿Acaso si un médico -siguiendo el juramento hipocrático- debiera amputar el brazo a una persona para salvarle la vida,dejaría de hacerlo porque cortar extremidades está mal? Maquiavelo quería salvar a Italia de la decadencia y la corrupción a través de un príncipe virtuoso que -como él- conociera cómo eran los hombres y cuáles eran los precedentes históricos para poder hacer frente a la fortuna, a la incertidumbre del devenir.
Sumada a la responsabilidad hipocrática del médico, Maquiavelo invocará un principio: “los profetas desarmados son derrotados”. El florentino no criticaba la moral cristiana per se, sino en tanto y cuanto era contraproducente para el buen gobierno. Un claro ejemplo de ello nos lo facilita la serie televisiva Juego de Tronos que explica los avatares en un mundo corrupto y hostil en el que los valores y la moral judeocristiana no protegen a los “buenos”. Uno de los protagonistas, Ned Stark en su búsqueda infatigable por la nobleza, la rectitud de corazón y el honor pierde de vista el pragmatismo político y la Raisónd’État. Muere decapitado por no haberse anticipado a la condición humana, al contexto y a la fortuna.
Tanto Jean Touchard como George H. Sabine nos surten de una batería de argumentos suficiente como para matizar ese tópico manido de que Maquiavelo sigue el método histórico, así como para contrarrestar la exageración de que fue el filósofo que inauguró la Ciencia Política.
Tal y como sugiere J. Touchard en el hoy en día manual decimonónico de teoría política Historia de las ideas políticas (1961), el Príncipe
no es un tratado de filosofía política, Maquiavelo no se pregunta qué es el mejor gobierno o qué es lo legitimo, ni qué es el Poder o el Estado en general, sino, simplemente, pensando en la situación italiana: ¿cómo hacer reinar el orden, cómo instaurar un Estado estable? (Touchard, 1983:p.202-203).
Sabine, por otro lado, deja meridianamente claro que “Maquiavelo no desarrolló sus teorías políticas de modo sistemático, sino en forma de observaciones a cerca de situaciones determinadas” (Sabine, 2013: p.272). Asimismo, tras esas observaciones había “con frecuencia, un punto de vista coherente, que podía desarrollarse hasta convertirse en una teoría política”(Sabine, 2013: p.272).Por ende, ambos autores coinciden -aunque en términos diferentes- que “los escritores posteriores erigieron en teoría sistemática generalizaciones deducidas de las ideas del florentino” (Sabine, 2013: p.272) Y que “la importancia de Maquiavelo no es sólo la de un testigo (…) [sino que], por así decirlo, limpia el terreno en el que se edificarán construcciones nuevas” (Touchard, 1983: p.206). De estas reflexiones se desprende que el italiano no pretendía crear un sistema de pensamiento, ni siquiera construir un sistema de análisis aplicable a cualquier coyuntura. Como apunta George H. Sabine, “no puede calificársele de científico en sentido propio [y] es equívoco sostener, como han hecho algunos autores, que Maquiavelo seguía un método ‘histórico’” (Sabine, 2013: p.272). Sólo pretendía explicar lo que estaba sucediendo en concreto en Italia y cómo se podía subvertir eseorden de cosas atendiendo a otras experiencias históricas concretas de las que extraer alguna enseñanza.
Siguiendo este razonamiento, en Maquiavelo “Aunque la idea del Estado ocupa el centro de su pensamiento, no llega a formular su teoría. El Estado, para él, es un dato, un ser al que no pretende explicar como filósofo” (Touchard, 1983: p.205).Si a este escaso interés por sistematizar desde la raíz el estudio de los problemas políticos le añadimos el preeminente papel que le confiere a la Fortuna como elemento constitutivo de la realidad,advertimos que para Maquiavelo la Historia con mayúscula contiene elementos cuasi-místicos que escapan del control de los hombres y, por tanto, también -en cierto modo- del raciocinio. No obstante, este es un primer síntoma de que -hablando con propiedad- su método no era del todo el histórico. Es más, su planteamiento carecía de algunas herramientascruciales del enfoque histórico. Touchard afirma que Maquiavelo tiene “una concepción de la Historia que ignora las realidades económicas y que llega a veces incluso hasta desconocer la naturaleza más evidente de los fenómenos sociales” (Touchard, 1983: p.204).Al hilo de lo sugerido por el teórico francés, George H. Sabine llega a la conclusión de que el método que sigue Maquiavelo es “decididamente ahistórico”(Sabine, 2013: p.272) en el sentido siguiente:utiliza momentos históricos aislados para explicar una situación en vez de recorrer la historia como una sola unidad de contenido con entidad propia. Los ejemplos que expuse extraídos del Capítulo IX del libro El Príncipe son un ejemplo de la manera de proceder del autor que deduce muchos problemas a través dela remisión a situaciones concretas y aisladas pero que guardan similitud con las que está analizando y que se dieron en la historia.
Además, encontramos en la lectura positivista del autor condicionantes personales. Como ya se ha dicho aquí, su máximo deseo era la unificación de Italia y la expulsión de los invasores. Contemplar como única solución a un príncipe que reuniera las facultades para llevar esa tarea a cabo y “Su admiración por este tipo de gobernante, le hizo incurrir a veces en juicios superficiales, como por ejemplo el de considerar al infame César Borgia como modelo de príncipe prudente y afirmar que su fracaso político no se debió sino a un accidente inevitable” (Sabine, 2013: p.276)es decir, a la “inexorable” fuerza de la Fortuna, como si el “sino” mismo se hubiera molestado a lanzar una moneda al aire y el resultado fuera desfavorable a sus proezas.
Antes hablábamos de una de las principales aportaciones del autor, la de separar “lo moral” de “lo político”. Está claro que el poder pragmático de Maquiavelo se desprende de haber separado dos esferas que en la antigüedad estaban inextricablemente unidas. En palabras de Touchard, “expulsa de la política toda metafísica y corta, de una manera radical, el vínculo entre la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres” (Touchard, 1983: p.206).Esa proposición es interesantísima puesto que alude abiertamente a la obra de San Agustín De civitatedei(426 d.C.) que se instituyó como el paradigma de pensamiento político-moral de todo el Medievo en Europa (época inmediatamente anterior a la modernidad que inaugurará Maquiavelo) y cuyo esquema se ve demolido por esa separación que plantea Maquiavelo que libera al pensamiento político de las ataduras de los valores hegemónicos. No obstante, huelga decir que George H. Sabine apuntará que “la mayor parte de su obra no es tanto inmoral como amoral” (Sabine, p.271).La pátina de inmoralidad será atribuida ad hocpor autores posteriores a la Reforma que empujaron a la deformación de sus ideas (y al acuñamiento del adjetivo “maquiavélico”).
Una vez analizado el método que emplea Maquiavelo en la obra es necesario encontrar expresiones de la sociedad, ¿cómo percibe él qué es la sociedad? Está claro que el florentino considera que la sociedad está por debajo del Estado, del Príncipe, del gobernante (se refiere a ellaa partir diferentes expresiones, tales como: “ciudadanos”, “pueblo”, “hombres”, “súbditos” y “todo el mundo”). Para captar esta cuestión es imprescindible saber qué forma de gobierno elogiaba Maquiavelo. Esa forma de gobierno era la República romana, la cual estaba formada por los “Grandes” (el Senado) y por el “Pueblo” (los tribunos). En el Capítulo IX, Del principado civil habla continuamente de los “grandes” y el “pueblo”. Describe las vicisitudes conlas que tendrá que lidiar el gobernante a la hora de temperar los intereses de la plebe sin que ello afecte a los intereses de continuidad de la república y el soberano. Veamos.
Para que haya ciudadanos debe haber -presumiblemente- Ciudad. Pero, a su vez, el carácter de esa Ciudad -según el autor-resultará de la colisión de “dos contrapuestos apetitos”de los “grandes” y el “pueblo”. Esta tensión entre estas dos entidades se materializa en un fragmento que dice así:
el pueblo no desea ser dominado ni oprimido por los grandes(…) los grandes desean dominar y oprimir al pueblo; de estos dos contrapuestos apetitos nace en la ciudad uno de los tres efectos siguientes: o el principado, o la libertad o el libertinaje(Maquiavelo, 2010: p.84-85)
Por lo que se pregunta: ¿Dónde estará mejor resguardada la Libertad? A lo que responderá -en un fragmento de Discursos sobre la primera década de Tito Livio- “creo que se debe poner como guardianes de una cosa a quienes tengan menos deseos de usurparla”y sin lugar a duda el Pueblo tiene “menos poder que los grandes para usurpar la libertad”.Esto es, debe hacerse una lectura complementaria, entretejiendo los dos textos centrales del italiano.
Por otro lado, habla también de “súbditos”, cosa que reafirma lo que ya se ha dicho: el gobernante y la sociedad se encuentran en posiciones asimétricas; uno está subordinado al otro.
Pero, también habla de los “Hombres” y de “todo el mundo”. Cuando emplea estas expresiones no está distinguiendo entre Pueblo y gobernantes, sino que se refiere a todos por igual. Y, ¿qué es aquello que iguala a todo el mundo? ¿cuál es la impronta que está en todos los hombres? La naturaleza corrupta del hombre, la perversidad ingénita de nuestra condición. Ni el Príncipe, ni los grandes, ni el pueblo escapan al consustancial egoísmo humano. Sin embargo, Maquiavelo confía en la instancia Pueblo en el sentido que, al no poder usurpar la libertad “el fin del pueblo es más honesto que el de los grandes” (Maquiavelo, 2010: p.85).Puede que sea esa la esencia del gobierno popular republicano, de la democracia en Maquiavelo y del hecho de que paradójicamente se puedan dar formas de republicanismo bajo el paraguas de un principado.
Una vez hemos hablado de la sociedad en El Príncipe, sería interesante establecer brevemente aquellas relaciones que hay entre el poder político y la sociedad. Pese a que puedan parecer compartimentos estancos,entre el sistema político y el sistema social, hay una relación de reciprocidad. George H. Sabine condensa esta idea en una frase: “el deseo de seguridad de las masas y el deseo de poder de los gobernantes” (Sabine, 2013: p.273)son los que en un continuo diálogo configuran el humor político.
Por ello, lo que se puede sacar en claro es que esta relación de dependencia es mutua; por una parte, el pueblo necesita el cobijo que le proporciona el príncipe, y, por otra,para el príncipe “su fortaleza mayor es la adhesión de su pueblo” (Touchard, 1983: p.203) pues “Por eso un príncipe prudente debe pensar en un procedimiento por el cual sus ciudadanos tengan necesidad del Estado” (Maquiavelo, 2010: p.88-89).
En el Capítulo IX, Maquiavelo da infinidad de ejemplos por los cuales el Pueblo es imprescindible para el gobernante. Jean Touchard opina al respecto que “Maquiavelo reconoce de esta forma el poder de la opinión pública, pero con el objeto de construir una teoría del manejo de esta opinión que él sabe maleable, sensible a la fuerza y fácil de engañar” (Touchard, 1983: p.203).
Maquiavelo en pos de la salud de una república en ciernes defenderá que “la virtud moral y cívica [surjan] de la ley” (Sabine, 2013: p.274).En El Príncipe el papel fundamental lo tendrá el legislador ya que el legislador tiene la potestad de fundar o reformar la res-pública. Con todo lo que ello conlleva. En un pacto en el que solo una de las partes está sujeta a éste, “El gobernante, como creador del estado, no solo está fuera de la ley, sino que si la ley impone una moral, está también fuera de la moralidad” (Sabine, 2013: p.275). Esta es la esencia del poder absoluto: el soberano se encuentra fuera de toda moral e impune a toda ley. Es por eso por lo que en esta relación de desequilibrio de fuerzas -entre el poder político y la sociedad- Maquiavelo“Sancionaba el uso de los medios inmorales por parte de los gobernantes para conseguir una finalidad, pero nunca dudó de que la corrupción moral de un pueblo hace imposible el buen gobierno” (Sabine, 2013: p.271).
Una vez somos conscientes de la relación entre el sistema político y el sistema social hemos de preguntarnos cómo se articulan conflicto, consenso y coerción en la obra y, hacia dónde se dirigen.
Maquiavelo mediante su pragmatismo quirúrgico logra vislumbrar que la moral no es una herramienta útil de gobierno ya que excluye de la ecuación un factor que es fundamental: la sociedad es imperfecta. Las relaciones humanas no son armónicas, sino conflictivas. Por ello, en un entorno hostil el príncipe deberá obrar en consecuencia. Precisamente, ese entorno conflictivo es el que empuja al autor a advertir al gobernante de que es necesaria la creación de un ejército propio, nacional y, sobre todo, leal. Los mercenarios -que eran la práctica más habitual de la época- no eran la solución a los problemas que acuciaban a Italia como comunidad política (desmembrada).
Ya se ha dicho que la adhesión del pueblo al príncipe es un factor decisivo para el mantenimiento del poder y del buen gobierno, pero ¿cómo se consigue? La respuesta es: buscando el consenso. Y el consenso se construye desde las instituciones de poder. Jean Touchard sostiene que Maquiavelo “No contento con laicizar el Estado, querría subordinarle por completo la religión, a la que concibe como instrumento de poder y elemento de cohesión social” (Touchard, 1983: p.205).En ese aspecto, las leyes, la costumbre, la moral y la religión juegan un papel clave. El objetivo del príncipe es controlar a la población con herramientas del orden cultural y no del orden militar.
En esta línea, se encuentra la problemática la coerción. Este es un elemento central en la obra del florentino, sobre todo por el hecho de que vivió en sus propias carnes el paso de la Edad Medieval a la Edad Moderna. En ese cambio de paradigma político se encuentra la concentración de poder como eje fundamental y con ella el desarrollo del concepto de soberanía. El soberano debía monopolizar el uso de la violencia a través de la legalidad (ocasionando un “efecto panóptico” en el que el príncipe se situaba en el centro de la vida pública y todo lo veía)[3].
Vistos estos tres elementos -conflicto, consenso y coerción- queda la tarea esclarecer hacia dónde se dirigen. George H. Sabine dirá que para Maquiavelo “la finalidad de la política es conservar y aumentar el poder político” (Sabine, 1983: p.271) a lo que añado, ¿qué son conflicto, consenso y coerción sino política? Se dirigen claramente hacia la toma, conservación y aumento del poder.
Para ir concluyendo el comentario, en las líneas siguientes hablaremos de la lógica de gobierno (autónoma o finalista), de la razón de estado y de la moral del Príncipe. Para ello, es importante acotar el objeto al que nos referiremos.
Al principio de la obra Maquiavelo hace una sustancial distinción entre los “Principados viejos” -de fácil gobierno- y los “Principados nuevos” -que carecen de una legitimidad tradicional- que constituyen comunidades políticas difíciles de gobernar. En las que él se detiene son estas segundas que se pueden tomar o bien, de forma fortuita o bien de forma consciente, por el uso de la fuerza, valiéndose del instrumento de la guerra. Por lo tanto, aparecen dos lógicas en la constitución de un Principado nuevo que responden a una constante tensión entre el “ser temido” y el “ser amado” (yen consecuencia, a la búsqueda del equilibrio entre ambas actitudes). Lógicamente, el buen gobierno debe ser tanto efectivo como legítimo y, por ello, el príncipe debe infundir respeto -erigiéndose como la autoridad reconocible por los ciudadanos- a la vez que adquiriendo el apoyo -cada vez más sustancial- del pueblo.
A esa dualidad de lógicas antitéticas se las ha llamado; lógica de la conquista y lógica de la bondad. La primera prepondera la crueldad, la firmeza y la autoridad del gobernante. Podríamos identificarla con “potestas”. La segunda aboga por la compasión y el gobierno magnánimo. La identificamos con “auctoritas”. Esto es, “La auctoritas, significa literalmente significa autoridad; hace referencia a un poder no vinculante pero socialmente reconocido” (Rodríguez y Berbell, 2016).Si quisiéramos ir más allá podríamos decir que la lógica de la conquista se traduce en la toma del poder por la fuerza y la lógica de la bondad se circunscribe al mantenimiento del poder a través del consentimiento.
Maquiavelo nos habla en el Capítulo IX Del principado civil de una tipología concreta de principadoque no se adquiere“por medio de crímenes y otras violencias intolerables, sino con el favor de sus ciudadanos”(Maquiavelo, 2010: p.84).Esto entra en contradicción con la afirmación de George H. Sabine de que “podría decirse que [Maquiavelo] tenía una teoría de las revoluciones y otra del gobierno. De ahí que recomendase el despotismo únicamente en dos casos un tanto especiales, la creación de un estado nuevo y la reforma de uno corrompido” (Sabine, 2013: p.276)¿Significa eso que sólo puede constituirse un Principado nuevo bajo la lógica de la conquista? ¿Significa que el gobierno, según Maquiavelo, solo puede hacer uso de la lógica de la bondad? Obviamente, la respuesta es no.
El florentino, además, explicaba lo preocupante que sería que ese principado civil deviniera gobierno absoluto: “Estos principados suelen correr peligro cuando van a pasar del gobierno fundado en el favor de los ciudadanos al gobierno absoluto” (Maquiavelo, 2010: p.88)ya que, de alguna manera, se le estaría arrebatando algo al pueblo que ya le había sido concedido. El filósofo italiano añade que “La experiencia de pasar de un gobierno civil a otro absoluto es, además, tanto más peligrosa cuanto que solamente se la puede realizar una vez” (Maquiavelo, 2010: p.88).En efecto, no hay vuelta de hoja.
Por lo tanto, volviendo a la idea de George H. Sabine, deducimos que efectivamente se ha de recurrir a la teoría de la revolución (lógica de la conquista) si se quiere reformar el estado corrompido (en este caso el principado civil). Así,tanto para la toma del poder como para su mantenimiento hay circunstancias que exigen el uso de la lógica de la conquista puesto que “un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son” (Maquiavelo, 2010: p.110).En otras palabras, debido a su desconfianza por el género humano considera que no tiene sentido ser oveja si se está rodeado de lobos. Recuerden la consigna: “los profetas desarmados son derrotados”. De este modo, podemos aseverar que la lógica de gobierno es finalista en el sentido que persigue el correcto funcionamiento del gobierno, el mantenimiento y el aumento del poder, pero, es autónoma en el estrecho sentido de que no se subordina a la moral.
¿Qué es esto de la “Razón de Estado”? bien, la Raisond’État es un concepto empleado -a partir de Nicolás Maquiavelo- para referirse a las medidas excepcionales que ejerce un gobernante con objeto de conservar o incrementar la salud y fuerza de un Estado, bajo el supuesto de que la supervivencia de dicho Estado es un valor superior. Por lo tanto, Razón de Estado y lógica de conquista son ideas inseparables, dos caras de la misma moneda. Ambas herramientas persiguen una finalidad superior a toda costa, bien sea trasgrediendo la libertad o la moral y prevén la superación de lo ético si así lo exigiese la situación. En este sentido, la lógica de la conquista es la razón de ser de todo Estado. Todos los estados europeos se construyeron bajo el axioma de Max Weber de que “el Estado es aquella comunidad humanaque reclama con éxito para sí el monopoliode la violencia física legítima”.
Por lo que concierne a la moral del príncipe, ha quedado claro que Maquiavelo edifica su pensamiento bajo “un doble patrón de moralidad; es distinta la moral para el gobernante que para el ciudadano privado” (Sabine, 2013: p.272).En El Príncipe se percibe una brecha nítida entre el gobernante y el pueblo. Sí se me permite, me gustaría hacer hincapié en la idea de George H. Sabine de que “el gobernante, como creador del estado, no solo está fuera de la ley, sino que, si la ley impone una moral, está también fuera de la moral”(Sabine, 2013: p.275)y, por ende, dispone del pretexto perfecto -y está legitimado por un contrato social de origen divino- para no responder ante ninguna autoridad más que la suya propia, quedando exento de respetar las pautas de conducta que los gobernados sí deben acatar. Siguiendo la estela de la Razón de Estado y la moral del Príncipe- cabe destacar que al gobernante “le es necesario ser tan prudente que sepa evitar el ser tachado de aquellos vicios que le arrebatarían el Estado y mantenerse a salvo de los que no se lo quitarían” (Maquiavelo, 2010: p.111) al tiempo que no se ha de preocupar por si cae “en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado” (Maquiavelo, 2010: p.111).
En conclusión, podemos decir que, aunque sí bien es cierto que en Maquiavelo vemos un pensamiento finalista que -en pos de la salud del Estado-subsume la moral y la ética del gobernante a una finalidad (a pesar del atropello de libertades que ello pudiera suponer) no es justo simplificar su propuesta a la frase “el fin justifica los medios”, ya que encierra una pereza intelectual tremenda. Maquiavelo rompe la tendencia de aconsejar a los gobernantes cómo debían comportarse moralmente, dotando de autonomía a la política,así como alejándose de esa doctrina literaria paternalista. En palabras del propio autor:“me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misa” (Maquiavelo, 2010: p.110)
Nicolás Maquiavelo logra imprimir tanto en El Príncipe como en losDiscursos sobre la primera década de Tito Livio su carácter pragmático. Hace un llamamiento a la racionalidad y la mesura a la vez que pretende alejarse del pensamiento obtuso del medioevo. Da las pautas para la restitución de la Italia esplendorosa y hace un desarrollo sin precedentes del republicanismo y del gobierno popular en“Discorsi”, demostrando que se pueden dar formas republicanas bajo un principado. Pese a que él como patriota italiano nunca vería la unificación de Italia, estableció las bases para que otros pudieran construir la que fue su quimera. La historia posterior a Maquiavelo ha legado evidencias de lo polémico y controvertido que fue el autor. El hecho de que naciera todo un movimiento filosófico que desplegara un intenso “antimaquiavelismo” revela cuán grande fue un autor que suscitó tales aversiones -sobre todo en el seno de la sociedad cristiana-. Muchos conceptos como Virtù, Fortuna, VeritàEffetuale, Estado, Razón de Estado,no habrían prosperado -y llegado hasta nosotros- sin la labor que hizo el florentino. Creo personalmente que,aunque podríamos tacharle de no haber advertido -en vísperas de la Reforma protestante- que el pensamiento político quedaría soslayado por el pensamiento religioso y aunque ciertos prejuicios a cerca del género humano y ciertas prácticas metodológicas le hicieran incurrir en la superficialidad y el error, es justo considerarle el filósofo que inaugura la Edad Moderna, pero me resulta una patochada considerarle el padre de la Ciencia Política.Por todo ello y mucho más, ha sido uno de los pensadores políticos más destacados que ha dado la historia de las ideas políticas.
BIBLIOGRAFÍA
LASTERRA MARCO, Juan (2019). “El renacimiento y el paso a la modernidad”. En Sociología de Karol Wojtyla: La civilización del amor. Caligrama: España. ISBN: 978-84-177-7287-1.
MAQUIAVELO, Nicolás (2010). El príncipe. Alianza Editorial: Madrid. ISBN: 978-84-206-6423-1.
RODRÍGUEZ, Yolanda y BERBELL Carlos (2016). Auctoritas y Potestas, en la antigua Roma.
SABINE, George H. (2013). Historia de la teoría política. Fondo de Cultura Económica: México D.F. ISBN: 978-968-16-4199-3.
TOUCHARD, Jean (1983). Historia de las ideas políticas. Editorial Tecnos: Madrid. ISBN: 84-309-0734-3.
WOLIN, Sheldon (2012). Política y perspectiva. Continuidad en el pensamiento político occidental. Fondo de Cultura Económica: México D.F. ISBN: 978-607-16-1167-3.
[1] Dice George H. Sabine que “Maquiavelo entiende por corrupción en general aquella decadencia de la virtud privada y la probidad cívica y la devoción que hace imposible el gobierno popular” (Sabine, 2013: p.273).
[2] Subgénero literario que estaba tan extendido en la época del florentino como lo estuviera la novela de caballerías en la época de Miguel de Cervantes, allá por los albores del siglo XII.
[3]Hemos reiterado -a lo largo del comentario- la idea del uso de la fuerza como mecanismo de toma y prolongación del poder. Pues bien, A. Renaudet considera que “el Estado, republicano o principesco, ejerce su coacción sobre el individuo por encima del bien y del mal, hasta el crimen” (Touchard, 1983: p.205).