En el presente artículo se pretende llevar a cabo una aproximación teórica a dos conceptos –o modelos- pertenecientes a diversos ámbitos del campo de las Ciencias Políticas, pero que entiendo pueden hoy conjugarse a la perfección para aplicarse a la actualidad. Abordaré así primero el concepto de “realpolitik”, para pasar después al de “democracia de partidos” y finalizar conjugando ambos modelos en un intento de explicación de algunas de las causas que pueden haber sido determinantes en el fracaso de esta última investidura para la formación del Gobierno de España.
1. La teoría de la realpolitik (o “política realista”)
En un primer instante podemos definir este concepto como la práctica o estrategia política que se centra en la atención -y el entendimiento- de las correlaciones de fuerza, que llevan a optar al político o estadista por medidas concretas acordes a la realidad del momento y no tanto a decidir en función de posicionamientos u orientaciones ideológicas.
Se trata así de una práctica política (sobre la que se ha teorizado mayoritariamente en el ámbito de las relaciones internaciones) con un estrecho sentido de contacto con la realidad, que no se nutre de pulsiones idealistas –o ideológicas- y que entiende la política como aquello que objetivamente es el mundo social y no como aquello que quisiéramos que fuera.
En este sentido, la práctica política quedaría delimitada como la ciencia o el arte de lo posible, de lo dado; de aquello realizado o realizable. La teoría afirma que aunque no cualquier fin justifica cualquier medio, para esta práctica o estrategia el margen de maniobra de una actuación política es muy grande y en ella sí cabrían medios como el uso de la mentira, la amenaza, la coerción, etc. Por lo tanto, “la política” tendría una serie de reglas del juego dadas que determinarían cómo se configura la realidad social, y sólo conociéndolas y dominándolas podríamos conseguir hacer pasar ésta de aquello que es a aquello que querríamos que fuera.
Esta predeterminación realista tendría que servir para que aquellos que quieren cambiar las reglas del juego (por considerarlas, por ejemplo, al servicio de unos pocos) fueran conscientes de que cualquier alternativa emancipadora o rupturista de cierto orden tendrá en contra no sólo a ciertos poderes y sectores de dicho orden, sino a sus propias reglas del juego, por lo que sus fracasos no podrán excusarse en dicha cuestión -implícita a su propia existencia-.
2. La teoría de la democracia de partidos (o “partitocracia”)
Podemos definir este concepto como el modelo o sistema democrático en el cual los sujetos o actores principales de la vida político-social son los partidos políticos, unas gigantescas estructuras burocráticas, «grandes asociaciones de base privada destinadas a cumplir funciones públicas, que son expresión del pluralismo político e instrumento de participación, concurren a la formación de la voluntad popular y crean la representación política a través de la presentación de programas y candidaturas electorales», en palabras de la RAE.
Dicho modelo comienza a consolidarse sobre todo a partir del siglo XIX con la ampliación progresiva del sufragio, que configura una transformación en las recién nacidas “democracias liberales” de las relaciones entre representante y representado (hasta entonces guiadas por relaciones de conocimiento y/o confianza personal). Es en este momento, en el que las grandes mayorías comienzan a participar en la vida política, en el que las democracias liberal-burguesas y representativas encuentran en la figura de los grandes “partidos de masas” la forma más viable de vehicular los intereses y voluntades populares de este cada vez mayor número de personas con derecho a decidir sobre los asuntos públicos.
En dicha evolución los partidos políticos comienzan, con la tremenda expansión de sus estructuras, a desarrollar dinámicas e intereses propios y autónomos. Lo peculiar es que, en el sistema capitalista, en el que comenzarán a operar, la estructura económica (las relaciones de los medios de producción) determinará el ámbito político (la supraestructura). Esta determinación empujará entonces a los partidos a configurarse como formas especiales de “empresas”. Esto entonces producirá que, pese a su importancia en el plano social para el funcionamiento político de un país, los partidos acaben desarrollando sus propias lógicas, que podríamos denominar “lógicas empresariales”. Dichas lógicas podrían resumirse básicamente en: 1) acumulación de capital e incremento de los beneficios; y 2) desarrollo de su determinada “actividad empresarial” (esto es, conseguir el máximo poder y ejercitarlo acorde a sus concretas orientaciones políticas) de la mejor forma posible.
En este sentido, los sistemas democráticos con estas características se verán enfrentados en muchas ocasiones al dilema (o contradicción en sentido marxista) de ver contrapuestos el interés público (que respondería a las lógicas democráticas en sentido puro u original) y el interés de los partidos (que responde a sus lógicas y dinámicas propias).
3. Conjunción de ambos modelos y aplicación al caso del fracaso en la investidura de Pedro Sánchez
Estas aproximaciones teóricas realizadas tienen como pretensión fundirse para llevar a cabo un intento de análisis de algunas de las causas que, en mi opinión, han podido determinar el fracaso de la tentativa (o quizás no-tentativa) de Sánchez de configurar una mayoría parlamentaria que permitiese la formación de un Gobierno (ya fuera este de coalición o en solitario). Para ello imputaremos los conceptos –con las lógicas y dinámicas ya explicadas- a algunos de los actores principales de este escenario en los últimos meses.
Para ello nos centraremos fundamentalmente en la relación UP-PSOE. Con el “no” rotundo de los de Rivera como punto principal de campaña, Sánchez se ve obligado a tender puentes con el que habían denominado su socio preferente, Unidas Podemos, quienes desde el primer momento dejan claro que sólo habría una única vía o solución posible: el gobierno de coalición. Pese a la insufrible guerra de relatos, las razones por las que el PSOE puede no haber querido en ningún momento que dicha fórmula llegara a buen puerto (de hecho, las mismas por las que lo habría querido UP) podrían ser las siguientes:
I. La disputa partidista: Podemos es un partido que disputa parte del electorado y espectro ideológico al PSOE. Así, aunque ambos tendrían puntos en común sobre las políticas a aplicar para el país – las que habrían configurado el famoso gobierno progresista-, sus intereses como partidos se ven enfrentados (ambos desearían ver al otro desaparecer ocupando su espacio). Lo peculiar en las democracias de partidos es que, en estos casos, los intereses y lógicas de partido acaban pesando más que los estatales: antes que el país está mi empresa.
II. La famosa “tesis Salvini”: permitir entrar a un rival político en el Gobierno da la posibilidad a este de ganar mucho terreno, sobre todo si cuenta con un líder carismático que ostente una posición de responsabilidad con gran visibilidad. El veto a Iglesias era pura atención a la última aventura italiana. Por mucho que objetivamente hubiera gente en UP válida, no se podía permitir le entrada en el Gobierno de ciertas figuras capaces de atraer la atención pública. Al fin y al cabo la política es lo que es, no lo que queremos que sea.
III. La correlación de fuerzas: con una correlación parlamentaria 120/40 -que ni siquiera apuntalaba una mayoría absoluta-, una cohesión interna tan limitada y una estructura territorial tan frágil, Podemos afrontaba las negociaciones siendo la “parte débil”, es decir, aquella que se supone que tiene más que perder de no alcanzarse un acuerdo. El PSOE lo entendió desde el primer momento e intentó forzar al máximo la situación. Pura realpolitik.
IV. El cálculo electoral: el PSOE cree que de una repetición electoral saldría aún más reforzado y, por eso, tampoco tiene ningún problema en forzar unas nuevas elecciones. Quizás es el punto más arriesgado, porque las previsiones electorales nunca son del todo fiables, pero saben que la situación se plantea aún peor para Podemos (más todavía con la decisión de los de Errejón de volver al ámbito estatal), por lo que estiman que es un riesgo que merece la pena correr. Puede asumirse un -hipotético- daño cuando el daño –esperado- es aún mayor para el enemigo.
V. Las desconfianzas en “el otro”: el punto I se ve agravado si, además de algunos puntos políticos en común, hay divergencias sobre cuestiones políticas primordiales, como parece que ocurre con el caso del conflicto catalán. Obviando que Podemos nace con una retórica populista pueblo-casta en la que el PSOE es principal enemigo (pie fundamental del Régimen del 78 con “el pasado manchado de cal viva”), aunque la estrategia haya cambiado en los últimos dos años, es dudoso que el PSOE haya olvidado. Hay desconfianzas, no sólo personales, sino políticas y estructurales. Y está en juego el monopolio de la socialdemocracia; los de abajo pueden esperar.
VI. La coyuntura socioeconómica: además de lo dicho, se ha apuntado por algunos que existe la posibilidad de que aunque todos los puntos anteriores no se diesen, el PSOE no querría gobernar, ni en coalición ni en solitario, estos próximos cuatro años. Todos los indicadores económicos apuntan el advenimiento próximo de una nueva crisis. Los de Sánchez saben lo que es que una coyuntura de este tipo explote estando en el gobierno y quizás, simplemente, no quieran verse sometidos a ese desgaste. Al fin y al cabo, las reglas del juego son estas.
Las mismas lógicas sigue el anuncio por sorpresa de última hora de C´s, ofreciendo la abstención conjunta con el PP para que PSOE gobernara en solitario. Aquí casi todo se explica por la famosa guerra de relatos: en ningún momento a los de Rivera se les pasó por la mente que esto fuera a salir adelante, porque realmente no lo querían. Si de verdad lo hubiesen estimado conveniente para su partido lo habrían planteado formalmente antes del último día, sabiendo además que Casado nunca aceptaría. Lo que se buscaba era generar esa imagen de “sentido o responsabilidad de Estado” que tanto vende y recuperar esa apariencia de cierta centralidad política que se perdió del todo a partir la estrategia de la “foto de Colón” y los gobiernos de coalición con VOX y PP. En política los márgenes de maniobra son grandes; mentir y hacer perder -un poco más- el tiempo a la gente tampoco está de más.
Por Gonzalo Gallardo, estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en la UAM.