La crónica histórica necesita profanar el sepulcro de intelectuales enterrados para comprender las contradicciones de su tiempo. Hoy, el ejemplo más paradigmático es Karl Polanyi: quien a raíz de la crisis neoliberal del 2008, reapareció con fuerza en los debates intelectuales. Y en absoluto es algo casual, pues su obra no sólo se enmarca dentro de un cuadro general de época cada vez más extrañamente parecido al nuestro –el auge del fascismo en Europa como reacción conservadora frente a la realidad desordenadora producto de la acumulación capitalista –; sino también vaticina cambios y reacciones que, esta vez sí, son esclarecedores de nuestro momento histórico.
La “hipótesis Polanyi”, que desde su idealismo polemiza con el materialismo más ortodoxo del marxismo economicista (marxiano), plantea la idea de que existen dos tipos de movimientos en nuestras sociedades y que son éstos, y no la lucha de clases (aunque bien pudiera considerarse como una reconceptualización de ésta), quienes rigen intrínsecamente la corriente o dinámica de la Historia. Uno de estos movimientos se fundamenta en el proyecto utópico del liberalismo (la idea de un “mercado autorregulado”) y se ejecuta a partir de la mercantilización de las “mercancías ficticias”: la naturaleza, la fuerza de trabajo y el dinero. Este movimiento, lo que supone, en última instancia, es la supeditación del Estado y la sociedad a las normas del mercado, pervirtiendo el sentido de lo político y haciendo que funcionen bajo la lógica mercantilista. Es lo que, en términos teóricos, definió en El sustento del hombre como la falacia económica: equiparar la economía humana a la economía de mercado.
Movimiento mercantilizador
Este primer movimiento sería inalienable al sistema capitalista; es decir, el capitalismo tiende siempre a mercantilizar las relaciones sociales: o, lo que es lo mismo, subvertir toda lógica fuera del mercado para que funcione bajo las reglas del “mercado autorregulado” (algo parecido al fetichismo de la mercancía propio de la teoría valor-trabajo). Esto nos plantea un debate muy serio que ha sido obviado en las últimas décadas: ¿es el neoliberalismo una especificidad dentro del sistema capitalista, o no es más que la reproducción de su propia dinámica? La respuesta, claro está, se encuentra a medio camino, ya que la particularidad del neoliberalismo es innegable por su novedad histórica, pero los procesos de mercantilización son semejables a los de otras épocas. Si la respuesta afirmativa es la segunda, el sentido de la crítica pervierte el de la primera: pues la mayoría de discursos contrahegemónicos asumen que el punto de ruptura ha de ser contra el neoliberalismo, y no contra el capitalismo que lo engendra. Se deduce, por tanto, que abogan por un rearme del Estado del Bienestar (desmercantilizador), en definitiva, una nueva etapa socialdemócrata (de “igualdad inconclusa”, parafraseando a Piketty) para paliar los efectos mercantilizadores del neoliberalismo.
Más allá de las implicaciones políticas de un discurso emancipador, centrémonos en las lecturas analíticas que tiene este primer movimiento mercantilizador de Polanyi. Los paralelismos del presente con la época de entreguerras son la mayor parte de las veces exagerados y alarmistas, pero es incuestionable, todavía hoy, el valor analítico que poseen. El momento Polanyi es apreciable en la extrema derecha estadounidense y francesa (no así en la española; aunque cabe preguntárnoslo), pues suponen la respuesta de unas clases medias empobrecidas frente al malestar de la globalización capitalista. En nuestra región, tal y como se ha construido la Unión Europea, cabía esperar reacciones, en un sentido u otro, frente a las normas neoliberales institucionalizadas como el “control del déficit público” o “la estabilización de precios” que se traducen, lejos de la sobriedad económica, en el ahogamiento de los presupuestos públicos de las economías periféricas (los famosos programas de austeridad) como mecanismo corrector. La supeditación del Estado-nación (propio del capitalismo keynesiano) a unas normas intracomunitarias que a su vez funcionan bajo la lógica de un mercado cada vez más desregulado (ateniéndose a la utopía de mercado “autorregulado”) y financiarizado, provoca, en último término, una frustración permanente de los países ante su pérdida de soberanía. Es decir, las normas sociales no las rige el Estado, ni mucho menos la sociedad, ni siquiera un mercado productivista, sino un mercado financiarizado etéreo que impone, corrige y sanciona al resto de instituciones que no se adaptan a sus normas y comportamientos. En el caso español, la financiarización no sólo tiene que ver con una pérdida de derechos laborales a raíz de los procesos privatizadores y desreguladores de la década de los 80, también con lo que se ha denominado la “financiarización de la vida diaria”: cómo incluir la lógica financiera allá donde el Estado del bienestar no llega (el ejemplo más claro son las pensiones públicas, que se ven sustituidas por planes privados basados en el valor accionarial; o el derecho a la vivienda, sometido a la especulación financiera).
Contramovimiento desmercantilizador
Frente a este movimiento mercantilizador, Polanyi nos plantea un contramovimiento: al mismo tiempo que el Estado y la sociedad padecían el control de un “mercado autorregulado”, son estos dos mismos agentes quienes reaccionan en un sentido desmercantilizador. Pongamos un ejemplo ilustrativo. Sí, la socialdemocracia de los años 50 en Europa fue el mecanismo de defensa que tuvo el sistema capitalista, bajo el funcionamiento de una democracia liberal, para autolegitimarse frente a un movimiento obrero embriagado de “utopía socialista”; pero no sólo.
Los partidos socialdemócratas (de larga tradición intelectual), instrumentalizaron el Estado para para garantizar servicios públicos gratuitos y universales (esfuerzos, por otra parte, impensables
para partidos socialdemócratas actuales como UP). Ese es uno de los ejemplos más claros, los servicios públicos como efectos desmercantilizadores justificados por su sentido político y no regidos bajo la lógica del mercado, que los considera insostenibles; pero hay otros muchos – ya dijimos que no sólo existe el Estado –, como las redes de solidaridad que teje la sociedad para defenderse de sus excesos. En este contramovimiento se incluirían, claro está, los “movimientos sociales” que buscan ser un muro de contención frente a la lógica mercantilista , o bien un agente impugnatorio de esta última (la PAH, las redes de cuidados, los movimientos okupas autogestionados, los sindicatos de barrio, las asambleas de vecinos…), y el papel informal de la familia como institución social de reparto económico mediante la transferencia de rentas. Pero al mismo tiempo que Polanyi define al segundo movimiento (o contramovimiento), nos advierte de que sus configuraciones pueden ser bien distintas. Su famoso ejemplo es el fascismo como respuesta al mercado autorregulado capitalista por parte de las clases dominantes nacionales. Reacciones en un sentido autoritario, antidemocrático, frente a la conversión en mercancías del trabajo, la naturaleza y el dinero.
Pensemos en diferentes ejemplos reactivos a estos mismos problemas, como bien plantea Tamames en “Gobernar a ritmo de cambio” (El País): la pérdida de derechos laborales en Francia que articula a la extrema derecha obrerista, el negacionismo del cambio climático presente en la extrema derecha de países sacudidos por la globalización económica (en EEUU por los procesos de deslocalización y reparto de la economía mundial, y Brasil por los programas económicos del FMI; aunque en ambos ha de prevalecer su reaccionarismo) y los movimientos de indignados del 2011, desde Occupy Wall Street al 15-M. Ambas reacciones son muy distintas (el fascismo se nutre de unas causas para unas consecuencias muy distintas), y
Polanyi no trata de equipararlas, sino que las analiza como misma consecuencia del carácter mercantilizador de la sociedad de mercado. Una de ellas, claramente en un sentido democratizador y la otra en un sentido reaccionario.
El momento Polanyi en España: ¿y si Vox no sólo fuese el franquismo sociológico?
Una de las lecturas, siempre socorridas, más habituales ante la aparición de Vox como actor político relevante fue acudir al “franquismo sociológico”. Esta explicación vendría a decirnos que Vox no es más que el desmembramiento del proyecto político aznarista (la unión de la derecha española), tras la mala gestión de Rajoy tanto a nivel interno como externo al frente del partido y el gobierno. A este parecer, el problema no sería tanto Vox como partido, sino como polo de atracción para el resto de las derechas en la medida en que direccionaba su sentido: el efecto contagio. Esta presunción se ha confirmado como falsa, al menos en parte, tras los resultados de las últimas elecciones. Parte de la izquierda política infravaloró el alcance del “neofranquismo” (en la medida en que se nutre de sus dialécticas), pensando que los sectores populares no votarían a la extrema derecha por su condición de clase. Hemos visto cómo la variable explicativa fundamental es la identidad nacional, superando al análisis de clase que igualmente se produce.
Allí donde la identidad nacional se intensifica, el progresismo pierde votos.
El caso español, no semejable al resto de extremas derechas por su excepcionalidad histórica, está claramente atravesado por el procès y el recrudecimiento del conflicto político (aunque resulta sorprendente el poco recorrido que ha tenido la lectura del auge del independentismo catalán como reacción en un sentido identitario frente a la crisis económica del 2008). Por todo ello, es ilusorio pensar que un viraje de la agenda política (hacia un sentido social que se distancie de lo nacional) provocará un desinfle de la extrema derecha. No ha de subestimarse nunca el vigor de los dolores de la patria.
Por Pepe del Amo González. @Pepedelamo en Twitter
Bibliografía
Polanyi, Karl. (1977). El sustento del hombre. Madrid: Capital Swing
Polanyi, Karl. (1989). La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. Barcelona:
Virus.
Piketty, Thomas. (2019). Capital e ideología. Madrid: Editorial Planeta.
Marx, Karl. (1867). El capital. Tomo I Vol. I: Crítica de la economía política. Madrid: Siglo
XXI.
Tamames, Jorge. (2019). “Gobernar a ritmo de cambio” en El País, disponible en:
https://elpais.com/elpais/2019/12/03/opinion/1575386687_029370.html