Cristopher Hitchens (1949-2011) fue el mayor polemista de las últimas décadas del siglo XX. Era un intelectual belicoso, irascible. Creaba una frontera y obligaba a posicionarse: no existían –ni así lo pretendía– los matices. La lectura de sus obras, de temática muy dispar, nos recuerda la importancia de la disensión y la controversia.
Admirador de George Orwell, evolucionó desde planteamientos trotskistas y antiestalinistas a una concepción pragmática del socialismo –llegó a señalar que Marx no había estimado lo suficiente la naturaleza verdaderamente revolucionaria del capitalismo, subrayando su importante carácter internacionalista. Fue un crítico implacable de figuras como la princesa Diana, Bill Clinton o la Madre Teresa, así como un antiteísta convencido.
En sus dos obras cumbre pone en práctica todo su fervor dialéctico. En la primera, Cartas a un joven disidente, realiza un ejercicio de correspondencia con un joven imaginado; un joven rebelde e inconformista que se siente extraño en una sociedad que no termina de comprender. Es un libro que merece ser subrayado: está repleto de indicaciones y advertencias. Además, a pesar de no ser muy conocido, contiene valiosas reflexiones que están a la orden del día. Esta, por ejemplo, sobre las políticas identitarias:
«Cuídate de las políticas identitarias. Lo repito de otro modo: no te involucres en políticas identitarias. Recuerdo muy bien la primera vez que oí el dicho “Lo personal es político.” Comenzó como una especie de reacción contra las derrotas y adversidades que siguieron a 1968: un premio de consolación, podrías decir, para los que se habían perdido aquel año. Supe íntimamente que una idea pésima se había infiltrado en el discurso. No me equivocaba. La gente empezó a levantarse en reuniones y a disertar sobre sus sentimientos, no sobre qué o cómo pensaban, y sobre lo que eran en lugar de sobre lo que habían hecho o defendido (si tal era el caso).»
El estilo, a veces muy agresivo, junto a la excesiva cita de Orwell, son probablemente los momentos en que más pierde: no invita a la reflexión, te señala cómo y qué tienes que pensar. Ya hemos dicho que para él no existen medias tintas.
La segunda obra a reseñar se titula God Is Not Great (Dios no es bueno). Se trata de un manifiesto, que podríamos considerar panfleto, contra las religiones. Hitchens lleva a cabo un proceso de disección de todos los elementos que constituyen un credo religioso, señalando por qué él los considera tan perjudiciales. Su bisturí llega a cuestiones tan ínfimas como por qué todas las religiones tienen una obsesión con la dieta, prohibiendo determinados alimentos. Su capacidad de generar controversia le lleva, es posible, a forzar la polémica: hay un capitulo que se titula ¿Es la religión una modalidad de abuso de menores? En todo caso, se trata de unas páginas muy trabajadas y ejemplificadas. Parte de una afirmación teórica y termina, siempre, poniendo un abrumador número de ejemplos –en los que en ocasiones, claro, el lector se pierde.
En las 300 páginas del libro critica todos y cada uno de los dioses creados por el ser humano. Critica, asimismo, el carácter totalitario de la religión y del creyente. Así, en un capítulo que titula La religión mata, afirma
«El verdadero creyente es incapaz de descansar hasta que todo el mundo dobla la rodilla. ¿Acaso no es evidente para todos, afirma el devoto, que la autoridad religiosa tiene preponderancia y que quienes se niegan a reconocerlo pierden su derecho a existir?»
Sin minusvalorar sus valiosas reflexiones, la categoría de Hitchens hay que extraerla de su estilo y su carácter. Fue toda su vida un espíritu independiente, libre. Hizo caso omiso a las presiones y se formó como una mente a tener en cuenta. Frente a la sumisión intelectual, Hitchens nos recuerda que todo puede y debe ser rebatido. Nos sitúa frente a aquellos que prefieren asentir en vez de confrontar, señalándonos que frente al pensamiento dominante hay que agitarse y polemizar.
Por Íñigo Madrid – @inigomab en Twitter.