57 días en Piolín es la crónica de lo que ocurrió en Cataluña entre septiembre de 2017 y marzo de 2018, cuando Puigdemont gobernaba la comunidad y Rajoy ocupaba La Moncloa. Es necesario aclarar que el libro es una recopilación de los artículos más destacados que Guillem Martínez escribió para la Revista Contexto. Estamos, por lo tanto, ante una descripción al detalle de los hechos, con la intención inicial de informar diaria o semanalmente de la situación política.
Sin embargo, lo que diferencia a estos artículos de prensa de otros, es el hecho de que no se limitan a recoger las declaraciones del líder político de turno o a informar de lo que ocurre en las sesiones parlamentarias. Guillem Martínez va más allá y analiza las consecuencias de cada movimiento en política como si de un tablero de ajedrez se tratase, especula con posibles escenarios, pone el foco donde otros no lo hacen y explica el funcionamiento de un sistema propagandístico. Todo ello tiene mucho mérito, ya que se hizo en vivo y en directo en esos días en los que la incertidumbre era la tónica dominante en Cataluña. El valor de 57 días en Piolín reside en que se trata de unos artículos arriesgados a los que el tiempo ha terminado dando la razón.
Mientras otros medios publicaban muchas noticias aisladas al día, en ocasiones contradictorias entre ellas –pruebe a hacer un libro recopilando eso, no creo que salga nada que merezca la pena–; Guillem Martínez en CTXT reunía los acontecimientos más relevantes cada uno o varios días para conectarlos y construir un texto cohesionado en el que, además, incluía análisis político. Velocidad a la hora de comunicar no siempre significa calidad periodística; aunque ese es otro debate, prosigamos con la reseña del libro.
En primer lugar, se debe prevenir sobre su estilo. Martínez ha logrado crear un sello distintivo, una marca personal, un estilo propio basado en cuatro características principales:
- La primera de ellas es el uso de párrafos numerados, creando una suerte de guía para el lector. De esta manera hace dinámica la lectura y ordena la información en base a distintos criterios: en ocasiones el orden es cronológico, otras veces el orden depende de los efectos jurídicos o políticos de menor a mayor importancia, otras introduce adelantos y recomienda especialmente un punto de la enumeración sobre los otros…
- La segunda característica del estilo Martínez es, sin duda, el humor. Solo así puede enganchar al lector para que devore cerca de 300 páginas de información periodística al día mezclada con análisis político y alguna que otra anécdota y opinión personal. El autor se toma la licencia de construir numerosas metáforas para describir los cambios en la situación política. Guillem Martínez tiene la virtud de introducir dosis de humor e ironía en un texto sobre acontecimientos que pasarán a la historia. Tengo la impresión de que detrás de esta práctica no solo se esconde la intención de mantener atento al lector, sino que también hay algo de terapia y autoayuda; un “reír por no llorar” en toda regla, que “socorro” sea una de las palabras más repetidas en el libro es buena prueba de ello. Parte de este humor aparece directamente en su ridiculización de los “días épicos” y en los títulos de las crónicas: “Monos con pistolas”, “Choque de cuñaos”, “Miedo y testosterona”, “¿Está la República? Uy”, “57 días en Piolín”…
- La tercera característica es la capacidad de conectar discursos, conceptos y épocas. Guillem Martínez deja caer referencias imprevisibles, desde la cultura pop a autores de teoría política. También plantea paralelismos históricos muy interesantes, hay una amplia gama de ellos: desde las similitudes de 2017 con el siglo XIX hasta la comparación de Iceta en campaña con Joan Maragall en la Semana Trágica de 1909, pasando por un relato en primera persona sobre las similitudes en las reacciones ante todo periodista que se expresase bajo criterios no gubernamentales en la afición de Aznar en 2004 y en la del Procés en 2017.
- La cuarta característica, en línea con todas las anteriores, es la creatividad. Martínez establece clasificaciones y pone nombre a periodos de la historia que nos ocupa. Por poner ejemplos, siguiendo la estructura del índice: “la Cosa” es la mutación del Procés tras el 1 de octubre, “el Caso” es la respuesta del Estado vía 155 CE + Código Penal, en el capítulo “la Trila” se evidencia la mentira procesista… Además, el autor utiliza un vocabulario propio y original para narrar la actualidad, me refiero a los conceptos que crea, que permiten agrupar en pocas palabras comportamientos políticos complejos; varios de ellos son chicken game [entre ERC y el gen convergente], procesismo, asociaciones y chats peronistas, D.U.I. cachas y D.U.I. fake, T.C. (r)… Todo este vocabulario exclusivo genera una complicidad con el lector y ahorra muchas líneas de explicaciones al autor. Hay repertorio como para elaborar una guía de definiciones; yo aquí solo trataré la definición de procesismo, por ser una de las ideas centrales del libro.
Guillem Martínez distingue independentismo de procesismo. Desde 2012 el procesismo es un sistema netamente propagandístico que promete la independencia de Cataluña como horizonte esperanzador y cuyo mayor error fue ponerse fechas. Este sistema dispone de medios de comunicación públicos y concertados. Las distintas fases del procesismo siempre acaban igual: en elecciones autonómicas publicitadas como el plebiscito definitivo que hasta la fecha nunca han arrojado una mayoría social a favor de la independencia. Una de las características de este sistema es la selección negativa de sus líderes, elegidos por su familiaridad o por su simbiosis con la propaganda antes que por su preparación. En el libro aparece cómo por falta de información real las personas con responsabilidades fueron hábiles a la hora de crear y publicitar determinados marcos pero ineptas a la hora de tomar decisiones.
El libro puede ser analizado desde muchas perspectivas, yo voy a tocar la más provocadora de ellas. Guillem Martínez, también autor de CT o Cultura de la Transición, sostiene que en el fondo el Procés y el Régimen del 78 gastan la misma cultura política. El autor muestra similitudes entre los líderes catalanes actuales y muchos presidentes del gobierno que ha tenido España. En definitiva, gestión propagandística de la realidad, política vertical, mentiras y especulación. “Ejercieron la cultura política local. No conocen otra”. En este ejercicio comparativo también recibe su parte Puigdemont, que tanto alude en entrevistas a la ausencia de división de poderes en España, “una tradición, al parecer, tan profunda, que la Llei de Transitorietat la reprodujo e intensificó”.
57 días en Piolín sirve para desmontar dos relatos:
- En primer lugar, es útil para desmontar el discurso que promete una maravillosa república social y democrática catalana. Dicho relato muestra a los miembros del Govern como líderes carismáticos que hicieron todo lo posible por conseguir la independencia con un plan definido. Nada más lejos de la realidad, Martínez aportó en vivo y en directo pruebas de su improvisación y además supo leer entre líneas sus verdaderas intenciones en el corto plazo. Victimismo y sentimentalización de la política aparte, hubo evidente desobediencia e inconstitucionalidad en las leyes del 6 y 7 de septiembre, paradójicamente incumplidas después por el propio Govern. El hito del 1 de octubre es tratado por el autor como una protesta más plural de lo previsto que fue duramente reprimida; no como un referéndum, ya que antes del día señalado la propia Sindicatura Electoral dimitió al ser multada, por no hablar de que no se daban las condiciones de la Comisión de Venecia. Además, Guillem Martínez señala contradicciones e irresponsabilidades nacionalistas varias y muestra cómo la última creación, JxCat, es equiparable a la nueva derecha radical que se está abriendo paso en Europa.
- Por otro lado, 57 días en Piolín también desmonta el relato apocalíptico de los hechos que se hace desde el nacionalismo español. Este relato sin matices, acompañado de lemas como “A por ellos” en la calle o “Más dura será la caída” en la Fiscalía, muestra a los independentistas como peligrosos estrategas dando un golpe de estado y al Rey como salvador al estilo 23-F. Huelga decir que en este sector también se cuenta con poderosos medios de comunicación a favor, faltaría más.
Luchando entre realidades paralelas y discursos propagandísticos, entiendo que Guillem Martínez describe lo sucedido como una función de teatro. Una función cuyos personajes, totalmente alejados del mundo real, pronuncian discursos exagerados en una y otra dirección; en definitiva, sobreactuación. Entre medias, funcionarios con incertidumbre, algo de tensión en la calle, un negocio redondo para los fabricantes de banderas y una enorme cortina de humo. Todo fue un juego irresponsable, una partida de póker en la que el Govern iba de farol, no tenía as bajo la manga.
No había estructuras de estado, no se accedió al control del territorio y en ningún momento se instó a la violencia desde el Govern. La declaración unilateral de independencia resultó fake –concepto que anticipa en el apartado “Clases prácticas de soberanía”–. No hubo estado catalán independiente y nunca estuvo cerca de crearse; y esto no se debe al 155 ni al Rey, se debe a que el Govern no tenía nada preparado; un Govern que, con más o menos dosis de retórica amenazante, lo que ha buscado todo este tiempo era crear un objeto con el que negociar con el Estado español.
Lo que lee Forcadell el 27 de octubre no es la creación de la república catalana, es una parte deliberadamente recortada de la exposición de motivos de una resolución, no de una ley. ¿Qué es una resolución? Según Martínez, “el crecepelo del parlamentarismo”; según 9 de cada 10 juristas, algo similar, aunque no se lo dirán con esas palabras. ¿Por qué lee Forcadell esa parte? Porque así se lo indican los suyos y porque hay que satisfacer a la afición, que por lo visto no sabe de derecho parlamentario y es fácil de engañar. Para más inri, lo que se votó inmediatamente después de forma secreta no fue ese recorte del texto sino la parte resolutiva, por miedo a consecuencias judiciales.
En otro orden de cosas, es necesario mencionar que Guillem Martínez trata una cuestión a menudo olvidada en los análisis que se hacen sobre el Procés: la austeridad, receta económica de moda. En este sentido, señala cómo con Artur Mas los recortes, en porcentaje, superaron a los de Grecia en ese momento. Según el autor, hay una imagen excepcional para entender el nacimiento del Procés, es la del presidente entrando al Parlament en helicóptero por miedo al movimiento indignado en 2011. Poco después el eje izquierda – derecha fue sustituido por el eje nacional y la desconfianza hacia los gobernantes se tornó en fe ciega. Para Guillem Martínez el Procés es un modo de establecer la austeridad, el fin del estado del bienestar, sin coste político alguno. Todo ello con la izquierda nacionalista en actitud “pagafantas” de la derecha, aprobando presupuestos como mínimo cuestionables y otorgando millones de euros al entorno educativo del Opus Dei.
A lo largo del libro, Martínez trata cada cierto tiempo otros temas como: la internacionalización del Procés, reacciones en la UE, el fin del consenso cívico catalanista, la cultura democrática del Govern Puigdemont y la del Gobierno Rajoy –ambas restrictivas–, informaciones que se desconocían sobre la fuga de empresas, la posibilidad de desborde social y por último, los reveses a la justicia española desde el extranjero.
El autor cuestiona –por decirlo de forma suave– la conveniencia de encarcelar a los líderes independentistas, especialmente en el caso de los Jordis, a los que califica sin ambages de “presos políticos”.
El libro no se limita a recoger los hechos, como habrán podido imaginar también hay opinión. Es por ello que Guillem Martínez, sin trinchera que lo proteja en un contexto de polarización, ha sido vilipendiado por unos y otros.
¿Conclusiones que extrae? ¿Consecuencias de todo esto? Muchas y peligrosas. Una de ellas es que una interpretación como la que se ha hecho de los tipos de sedición y rebelión abre la puerta a la criminalización de, por ejemplo, cualquier operación antidesahucio de la PAH. Martínez pronostica malos tiempos para el activismo post 15-M en este clima de excepcionalidad.
¿El resultado? Dos sociedades, la catalana y la española, cada vez más indefensas ante la propaganda, que es a la democracia lo que la violencia es a la dictadura, como diría Chomsky. Política vertical la llama Guillem Martínez, es decir, la absoluta primacía de los políticos sobre la sociedad civil, un discurso gubernamental que desciende hasta los ciudadanos sin ser revisado de forma crítica, el secuestro de la agenda política a través de las declaraciones absurdas y sobreactuadas de turno.
Parece mentira tener que recordar esto pero para concluir mi análisis me gustaría añadir que discrepar a título personal de la solución que propone el autor no supone obstáculo alguno para reconocer el gran valor de la obra. Guillem Martínez, con su estilo inconfundible, ha logrado plasmar los hechos que van desde septiembre de 2017 a marzo de 2018 sin caer en alarmismos innecesarios. Sin duda, un libro incómodo ahora que el sesgo de confirmación está tan presente en la esfera pública. El mérito reside en que 57 días en Piolín no es un repaso al pasado desde la seguridad de quien conoce el desenlace, es una recopilación de artículos de prensa que se escribían al día desde la incertidumbre en un clima político contaminado por la propaganda. Pese a estas dificultades, Guillem Martínez demuestra gran habilidad para discernir entre los brindis al sol y la política de facto, algo que no siempre se ha hecho desde los medios de comunicación.
Por Pablo Laín Guerrero, estudiante de Ciencia Política y Administración Pública – @soyPabloLG en Twitter