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Cuarentena social: la importancia de la comunidad frente a la inacción institucional

Hace varios años, allá por 2005, el sociólogo norteamericano Lee Clarke sacaba a la luz su nuevo libro “Worst Cases. Terror and catastrophe in the popular imagination”, el cual escribió tras los sucesos del 11S. En este caso, al igual que en el resto de sus obras, hablaba a cerca de su preocupación por la reacción y el comportamiento de la sociedad ante las desgracias mundiales. Este autor destaca por su experiencia en analizar y predecir, desde una perspectiva sociológica, el comportamiento de la sociedad frente a situaciones extremas como desastres, catástrofes o enfermedades mundiales; como podría ser actualmente el caso del COVID-19, más conocido coloquialmente como el coronavirus.

En una entrevista que le hicieron a Lee Clark en 2005 acerca de este nuevo libro, cuyas respuestas nos darán las tres principales ideas sobre las que reflexionar en este texto, el autor decía lo siguiente:

  • “En cuanto a los desastres, como individuos tenemos que asumir que las organizaciones nos fallarán. No deberíamos comprar las promesas del gobierno de que siempre estarán ahí para nosotros. No lo estarán. Se salva y te salva la persona que está a tu lado, no el gobierno que no está en situaciones así, desaparece. Necesitamos desorganizarnos para el desastre. Desorganizarse para el desastre significa abandonar los modelos de mando y control en favor de las redes y la preparación de la comunidad”.
  • “Respecto a una posible pandemia mundial en el futuro, la próxima pandemia no es complicada. Ya la hemos tenido antes. Sabemos lo que hacen. Sabemos cómo disminuir la carnicería. Será predecible y en gran parte prevenible. Cuando finalmente llegue, podremos estar en una posición en la que hayamos construido sistemas de apoyo que mitiguen la devastación, o no. Predigo que no lo haremos, debido a la falta de voluntad política. Será muy triste”.
  • “Estudiar los desastres mundiales es importante, son momentos en los que los entornos se degradan precipitadamente. Curiosamente, justo cuando piensas que la gente actuaría de forma egoísta, cuando el gobierno o las instituciones no les apoyan, estos actúan de forma generosa y desinteresada”.

En primer lugar, durante el comienzo del estado de alarma actual surgió ese individualismo tan esperado y tan característico de esta sociedad en la que nos encontramos. Comportamientos puramente individualistas que generaron ese pánico los primeros días en ámbitos como el de la compra, dejando al descubierto un fenómeno nunca antes visto: la acumulación de papel higiénico, un comportamiento que lleva a la práctica todas las teorías acerca de la influencia social de las masas. Y a su vez, esta actuación demostró empíricamente un nuevo ejemplo de lo que en sociología se conoce como self-fulfillingprophecy, es decir, la profecía autocumplida, dada en este caso por un consumo innecesario. Según el sociólogo Robert K. Merton una profecía autocumplida o autorrealizada es, al principio, una definición falsa de la situación que despierta un nuevo comportamiento haciendo que la falsa concepción original de la situación se vuelva verdadera. Trasladándolo a este ejemplo actual, la gente decía que el papel higiénico se iba a agotar, por lo tanto este bien se empieza a comprar masivamente y por lo tanto acaba agotándose, convirtiéndose esa situación falsa en verdadera. Y de esta manera, podría haber ocurrido esto mismo en situaciones como en las que se preveía un  supuesto desabastecimiento de los supermercados.

Tras este tipo de situaciones más caóticas durante los primeros días, comenzaron a emerger más tarde comportamientos más solidarios y ciertos lazos de comunidad. Una comunidad a la que el famoso sociólogo Zygmunt Bauman apodaba como comunidad ética, la cual se caracteriza por tejer unos compromisos que reafirmen el derecho de todos los individuos a un seguro comunitario frente a los errores y desgracias, en este caso el COVID-19. A este respecto, se entiende por Comunidad el conjunto de seres humanos que, unidos por vínculos naturales y espontáneos, interactúan entre sí. En este caso, una naturalidad y espontaneidad surgida debido a la aparición del coronavirus que ha sido capaz de romper en gran medida con el invidualismo social tan característico de la sociedad actual. Este tipo de comportamientosha surgido, en parte, debido a causas como las que se mencionaban al principios del texto: el fallo de las organizaciones, las falsas promesas del gobierno de que siempre estarán ahí para todo, ya que a la hora de la verdad se ha demostrado que no lo están, desaparecen, y es el apoyo más cercano el que de verdad cuenta. Además, una parte de esta situación ha podido verse reflejada estos días a través de distintos videos virales, donde paradójicamente era la comunidad china, esa contra la cual se lanzaban todo tipo de mensajes de odio, la que por cuenta propia comenzó a donar material sanitario como mascarillas o gel desinfectante a los lugares más abandonados por las instituciones, anticipándose por voluntad propia a la acción de cualquier organismo estatal o gubernamental del país. Un claro ejemplo del florecimiento de esos lazos de comunidad que se manifiestan en este tipo de situaciones. Como decía el sociólogo Ferdinand Tönnies “en la comunidad, a diferencia que en la sociedad, se permanece unido a pesar de todas las separaciones individuales”.

Por otro lado, es bastante visible en estos días que la política no es la que impera en este escenario, lo hace la humanidad y el trabajo entre pequeñas comunidades: de vecinos, de barrios, de urbanizaciones, de familias… lo denominado formal, como las instituciones políticas, quedan lejos y pasan a un segundo plano. Un segundo plano en el que se ejerce un abandono de la sociedad, en la que políticos y representantes desaparecen sin dejar rastro y donde la economía tan solo mira por sí misma y su beneficio. Dos pilares fundamentales sobre los que gran parte de la sociedad deposita plena confianza, como el empleo o las empresas y la militancia o el compromiso político, abandonan a su suerte a cada persona sin las cuales no hubieran llegado a donde se encuentran hoy en día. Es decir, cuando las cosas funcionan mal o se ponen feas predomina el sálvese quien pueda desvirtuándose así todo ese compromiso previo que termina por perder todo su valor. Esos sistemas que generaban confianza en el día a día, de la noche a la mañana pasan a convertirse en lugares vacíos pero físicamente existentes. A este tipo de inacción es lo que el sociólogo Ulrich Beck llama “las instituciones zombies”, organismos que a día de hoy se han quedado en un estado de muertes vivientes. Es decir, ante semejante problema, las instituciones siguen existiendo como tal pero han dejado de ejercer su papel fundamental, creando un abandono social en el que todo es incertidumbre. De un día para otro nadie es capaz de comunicarse claramente con la población y nadie actúa con decisión, todo se queda en un no saber qué decir silencioso que se resume en una única frase: quédate en casa.

Como señalaba el sociólogo Lee Clarke, los gobiernos constan de la experiencia suficiente ante este tipo de sucesos, es algo prevenible, se supone que existen planes de contingencia, estrategias o sistemas de apoyo. Y como bien predijo este autor, nada de esto se ha cumplido, se ha visto únicamente la pequeña punta del iceberg que asomaba pero no la enorme base sobre la que se sostenía este problema y contra la que finalmente se ha impactado de lleno. Todo ello, debido a una mala gestión política que se lleva desempeñando desde hace mucho tiempo en este país, independientemente del partido político gobernante, una falta de gestión que podría denominarse meramente cultural a la que la población se ha malacostumbrado. En este sentido, como señalaba el autor norteamericano, necesitamos desorganizarnos para el desastre, es decir abandonar los modelos de mando y control como el gobierno y las instituciones en favor de las redes, la preparación de la comunidad y los de nuestros alrededor, porque como se ha demostrado ante casos como este estamos solos.

Mientras que semejante problema se normalizó, ya que se encontraba únicamente en otros continentes, no se tuvieron en cuenta posibles avances de prevención antes de que se diera una crisis sanitaria en el país, paradójicamente todo esto se veía muy lejano en un mundo que alardea de lo conectado y globalizado que se encuentra hoy en día. Un país como España, en el que existe una alta población de gente mayor con una calidad de vida más bien baja en términos de salud, debido al tipo de trabajos desempeñados años atrás y que hoy día deja consecuencias notables, parece que no tuvo en cuenta que tendría una mayor tasa de mortalidad a causa del virus, un aspecto que se podía haber tenido presente antes de encontrarse cara a cara con la pandemia. Se tenían todos los datos, información y medios para hacer frente y planear medias con antelación, pero no se ha actuado hasta que ya era demasiado tarde.

Por último, como remarcaba este autor ante este tipo de desastres, cuando se pensaba que la gente actuaría de forma egoísta porque el apoyo del gobierno o de las instituciones desaparecen, sorprendentemente se genera un panorama de generosidad y solidaridad desinteresada entre la población. Ejemplo de esto es el tipo de ayudas e iniciativas que se están llevando a cabo por voluntad propia para auxiliar a las personas que viven solas, que tienen problemas de movilidad o están enfermas. Relacionado con este tipo de apoyo solidario emergente, cabe destacar como idea sin profundizar demasiado en ello, lo que el sociólogo Robert Putnam llama “capital social”. El cual mide la colaboración social entre los diferentes grupos de un colectivo humano basada en el afecto, la confianza mutua y las redes sociales; estas últimas muy importantes hoy día. Por lo tanto, el capital social es un aspecto muy interesante a enfatizar y remarcar en esta situación, ya que mide la sociabilidad de un conjunto humano y aquellos aspectos que permiten que prospere la colaboración, una sociabilidad entendida como la capacidad para realizar trabajo conjunto.

Y, tal como remarcábamos anteriormente, el papel de las redes sociales en esta lucha contra el COVID-19 han tenido un peso bastante notorio a la hora de amenizar y dar soluciones a este estado de cuarentena, y no concretamente por enseñarnos a dar toques con un rollo de papel higiénico. Las redes sociales han ocasionado que el miedo por la enfermedad pase a un segundo plano e incluso nos olvidemos de él en gran medida. Como decía Bauman, “Miedo” es el nombre que damos a nuestra incertidumbre y a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer para combatirla. Por lo tanto, el miedo es un sentimiento que conocen todas las criaturas vivas, pero los seres humanos conocen un sentimiento adicional, un miedo reciclado social y culturalmente, un miedo derivativo que orienta su conducta. Y en este caso, los mecanismos virtuales se han encargado de combatir y rebajar este miedo a través de mantener, en la mayor medida de lo posible, la cotidianidad del día a día y de las relaciones sociales por medio de diferentes actividades, talleres, enseñanza virtual, etc.

Recogiendo y sintetizando lo ya mencionado, ha podido verse de esta manera cómo un panorama crítico pasa a convertirse en un verdadero espacio de innovación social donde emergen aspectos bastante interesantes de cara a futuras acciones. Incluso pudiendo dar pie a que surjan nuevas modalidades de empleo que permanecían ocultas o que jamás habían sido pensadas como tal, llegando a plantearse si ciertos aspectos podrían ser realizarlos simplemente desde el hogar sin gastar recursos, tiempo y dinero.

Finalmente, cabe señalar que tras esta crisis sanitaria y cuando todo esto acabe seguramente regresará de nuevo al debate la inseguridad y desconfianza de la población hacia el gobierno y las instituciones del Estado por la gestión realizada ante esta situación. Por lo tanto, con este texto se llama a reflexionar sobre porqué siempre se tiene la experiencia y los medios suficientes para que no ocurran este tipo de desastres pero como siempre todo falla y acaba volviendo a suceder. Y más aún, una vez que inevitablemente ha llegado el problema, porque no se ha sabido gestionar correctamente dando la información y las respuestas suficientes a la ciudadanía para que no domine la incertidumbre. Puede que en la propia palabra esté la clave de todo, siendo siempre inevitable un desastre del desastre.

Por Endika Gómez – @EndiGomez95 en Twitter. Graduado en Sociología y Máster en Modelos y Áreas de Investigación en Ciencias Sociales.

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