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El neoliberalismo en crisis

La crisis del coronavirus ha evidenciado contradicciones en el orden neoliberal que ya se producían anteriormente pero que, en este caso, han alentado una visión triunfalista sobre el fin de dicho modelo de acumulación. Este optimismo, que no ha tardado en convertirse rápidamente en miedo ante el escenario futuro, se basa en una visión parcial, y al mismo tiempo necesaria, sobre los momentos de crisis o ruptura. Una lectura, exclusivamente política, que entiende las crisis como un fenómeno dual en forma de metáfora: mientras los poderes privados miran para sí, la sociedad (como entelequia y no algo concreto, sino una generalización en abstracto) se mira entre sí tejiendo lazos de solidaridad y autoorganización que, en un momento hipotético de excepcionalidad histórica, pueden llegar a disputar las posiciones de poder.

Esta visión deduce que los sistemas de poder se anclan fundamentalmente en un conjunto de narrativas que forman un discurso hegemónico basado en el conjunto de actividades políticas o no construidas políticamente destinadas a crear un sentido. Desde una sorprendente variedad de enfoques y escuelas, se plantea que el neoliberalismo en concreto (pero cualquier modelo de acumulación histórico en general) tiene más que ver con un relato en clave nacional que se crea diariamente y ordena la realidad en torno a sí, que con unas condiciones objetivables, ya que tal cosa no existe o carece de relevancia en el ámbito de la intervención. Sólo es construido como real, aunque existan unas condiciones preexistentes, cuando se concibe como tal, no antes.

Si bien estas interpretaciones pueden sernos útiles (y se han desarrollado grandes avances en este sentido), esclarecen poco cuáles son los mecanismos y las características específicas de un modelo de acumulación más allá del constructo de una subjetividad concreta. Por tanto, no ha de sorprendernos el posible cambio, tan acelerado por unos canales de construcción de discurso desdibujados y en permanente renovación, de una lectura eufórica o pesimista sobre el final o no del neoliberalismo; al fin y al cabo, se construye “en el día a día”.

Crisis y acumulación: una visión general

Los modelos de acumulación, que son derivadas de la matriz sistémica (en este caso el capitalismo como sistema histórico) adaptadas a su momento histórico, no son, al igual que su matriz algo estático o uniforme. No porque su cambio se circunscriba únicamente al terreno del discurso (siempre cambiante y en disputa) sino porque mutan y se adaptan al curso de la Historia. Estas mutaciones, que pueden no alterar el núcleo del modelo de acumulación (aquello que lo define), se desencadenan en los momentos de crisis, aunque estas últimas puedan significar la intensificación de una dinámica previa. 

Las crisis se han entendido desde el marxismo económico en dos sentidos complementarios, aunque en apariencia contradictorios. En primer lugar, un escenario inevitable producido por las contradicciones inherentes en el seno de la producción capitalista entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción; es decir, en su forma de producir valor mediante la apropiación de la fuerza de trabajo. En este sentido, la evidencia de unas contradicciones que hacen necesariamente (y de forma lógica) del capitalismo un sistema tendente hacia su propia destrucción, abren, en los momentos de crisis, una ventana de posibilidad (en el campo de la intervención) para superarlo. Desde una lectura política, diríamos que es el mismo momento en donde el sistema pierde cierta legitimidad y se cuestionan los consensos que lo constituían: un impasse histórico. En el otro sentido del análisis, las crisis se entienden como fenómenos de excepcionalidad, habituales en el capitalismo, que dan pie a una nueva dinámica de acumulación regida en todo momento por la obtención de rentabilidad privada (motor de la ley de valor). Es decir, el capitalismo muta en una forma distinta a la anterior para acabar con la destrucción de las fuerzas productivas que supone todo episodio de crisis.

Bajándolo al análisis historiográfico, en los años setenta, a raíz de la crisis de la productividad, se producen los dos fenómenos. Los beneficios empresariales empiezan a decaer por una productividad laboral estancada o en disminución poniendo en cuestión el capitalismo keynesiano salido de la Segunda Guerra Mundial (su forma de obtención de la rentabilidad privada). La dinámica de crecimiento keynesiano (que se basaba en un reparto del plusvalor en función de la productividad del factor trabajo) llega a su contradicción, a un cierto agotamiento del despliegue de las fuerzas productivas. Y, a partir de esta crisis, con graves implicaciones sociopolíticas, el capitalismo occidental vira hacia un nuevo modelo de acumulación (definido como neoliberalismo en términos políticos) que, si bien antes sacaba sus grandes beneficios del sector industrial nacional en la sociedad del trabajo (una apropiación del excedente productivo), ahora los busca en un sector financiero sobredimensionado y en una producción industrial deslocalizada de los Estados-nación occidentales para formar las llamadas cadenas globales de valor. La rentabilidad privada se impulsa con más intensidad desde el plusvalor financiero (que genera bolsas ingentes de capital ficticio en la transformación del dinero en mercancía) que del productivo (que tenía un marcado carácter tecnológico, y de ahí sus notables crecimientos de la productividad, en el desarrollo de las fuerzas productivas inaprovechadas siempre en el modo de producción capitalista).

Si nos detenemos en todo ello no es por un afán didáctico, sino para entender que el neoliberalismo es un modelo de acumulación con unas dinámicas concretas que tienen mucho más que ver con: 1) normas institucionalizadas (que acaban por ahogar los presupuestos públicos y desmantelar el Estado del bienestar con profundas implicaciones sociopolíticas), 2) cambios organizativos en el ámbito productivo-laboral que trastocan las relaciones de producción (fenómenos como la precarización y segmentación de un mercado de trabajo terciarizado destinados a la desvalorización de la fuerza de trabajo), 3)  un reparto del crecimiento económico mundial que precariza en Occidente e impulsa procesos de industrialización forzosa en los países periféricos, 4) un modelo extractivista depredador contrario a la tasa de regeneración de la naturaleza, 5) la brecha de un eje Centro-Periferia, 6) una ortodoxia económica que reproduce, literalmente, el beneficio de unos acreedores frente a unos deudores cada vez más dependientes del crédito, 7) instituciones supranacionales que penalizan y disciplinan comportamientos financieros y económicos, 8) un sistema de gobernanza mundial y entramado supranacional que limita la soberanía de los Estados-nación…en resumen, y para lo que nos concierne en este caso, con mucho más que con una subjetividad condicionada en gran medida por el papel de estas transformaciones. Si bien el discurso juega un papel trascendental, el ensimismamiento por la dialéctica nubla la materia de análisis.

Claro que los cambios en un modelo de acumulación alteran relaciones más allá de las establecidas entre el Estado y el Mercado (aunque estas sean esferas artificiales y nunca separadas la una de la otra), pero confiar la lectura de todo un orden político, económico e institucional a una visión exclusivamente cultural o social de la representación (pese a que en estos espacios, más inmediatos, se ultimen y condensen las grandes transformaciones cotidianas en la vida, y en el modo de entenderla, de las personas) nos lleva siempre a lo que nos advertía Fontana, obsesionado con un estudio de la realidad histórica perceptible y accesible no sometido a las categorías clásicas: “la vieja trampa de resolver los problemas reformulándolos verbalmente”. Una suerte de pensamiento mágico: explicar la realidad en base a una estructura verbal en forma de discurso. Una simplificación material. Si bien esto puede sernos útil en la confrontación ideológica, diaria y extenuante, resulta bastante estéril en el complejo y heterogéneo estudio de la Historia y desatiende necesidades organizativas urgentes que posibilitan, en primera instancia, las posibilidades de emancipación o transformación. 

2008 y un neoliberalismo en crisis

Durante la crisis económica, comúnmente denominada Gran Recesión, se produjeron, de nuevo, contradicciones devenidas de la dinámica de acumulación. En este caso, la financiarización de las economías, sumada a los procesos de globalización financiera e industrial (imprescindibles para su desarrollo), precipitaron el surgimiento de una crisis especulativa (inherente a su lógica, según Minsky) vinculada al crédito inmobiliario. La misma dinámica de crecimiento nacida al calor de la revolución neoliberal, trazaba el camino hacia su propia crisis. Otra vez, una ventana de posibilidad para el cambio, unos acuerdos fragilizados; y, otra vez, unas esperanzas frustradas que aun hoy dan sus últimos zarpazos.

Es a partir de estos años donde se produce una intensificación de los procesos neoliberales: no un cambio de sentido en el modelo de acumulación, sino una consolidación mucho más robusta y completa de estos cambios (el segundo escenario que habíamos descrito en los momentos crisis). Es decir, una intensificación más que una mutación del sistema capitalista, ya que el orden neoliberal no ha alterado su dinámica de acumulación, más bien la ha reforzado (aunque, claro, este sea un punto más que polémico). Se produce así, durante esta última década hasta nuestros días, no una lenta recuperación económica, tan cacareada y extendida en el imaginario colectivo, sino un modelo estable en el tiempo. Es decir, hace mucho que se acabó la anterior crisis en tanto que significa lo que la sociedad de nuestro tiempo es: la precarización de las clases trabajadoras occidentales, el delirio de la sociedad del sin trabajo (desaprovechamiento de las fuerzas productivas), el empobrecimiento de las clases medias (que habían vertebrado en gran medida la época de hegemonía socialdemócrata) y la sustitución de los servicios públicos de protección social por un creciente auge de los sistemas privados financiarizados. 

No existe un punto de retorno plausible a la época anterior a la crisis donde los mecanismos del Estado del bienestar, que funcionaban como amortiguadores en momentos de recesión, ya habían padecido los grandes procesos de desregulación y liberalización estatal y el consumo de masas había sido sustituido por el crédito al consumo a través de la deuda privada (el caso más evidente es el de la propiedad inmobiliaria: vector fundamental para la estructura económica neoliberal y la transformación simbólica del trabajador en propietario). 

Bajo el análisis marxista de un materialismo histórico en forma de lucha de clases (distanciándonos del determinismo tecnológico), podemos entender los procesos comenzados durante la década de los setenta hasta nuestros días como la activación de unos dispositivos encaminados a reducir el poder de las clases trabajadoras en sus formas de organización y representación en la división internacional del trabajo (lo que hemos adelantado más arriba como “desvalorización de la fuerza de trabajo”). En tres sentidos muy claros conectados entre sí: en primer lugar, por una alteración en la composición orgánica del capital derivada fundamentalmente de un predominio financiero (en lugar de productivo) en la producción del plusvalor. En segundo lugar, en las grandes transformaciones en el ámbito del trabajo, tendentes a la segmentación y atomización (sumadas al efecto de las cadenas globales de valor producidas por la deslocalización productiva), que restan poder de organización a la clase trabajadora (es decir, hacen más difícil la sindicación en sectores no productivos terciarizados y, en general, mucho más diversificados). Y, en tercer lugar, por una transformación del espacio nacional cada vez más impotente frente a la gran soberanía de instituciones supranacionales como la UE que corrigen y sancionan comportamientos económicos en favor de la desmercantilización (en el sentido de Polanyi) a través de un despliegue de lo público mediante normas institucionalizadas de ortodoxia monetaria y equilibrio fiscal.

Todo esto se traduce, aunque no sea su objetivo último, en una pérdida del poder negociación de los trabajadores en el reparto del plusvalor donde la balanza siempre se inclina en favor del capital y no considera volver a la frágil tensión entre ambos de la época keynesiana (una tensión que, por otra parte, en ningún momento histórico ha sido mediada o conciliable: he aquí donde la lucha de clases es más un hecho material que una elección ideológica romántica del movimiento obrero). En resumen, la capacidad de autogobierno y poder de la clase trabajadora no sólo se ve reducida al ámbito del trabajo, sino que la pérdida de soberanía nacional juega un papel fundamental en la posible reversibilidad de estos procesos. 

Crisis del coronavirus, UE y posibilidades de transformación

En esta crisis que ahora nos impone unos días tan grises y llenos de dolor, puede que una lectura bajo el determinismo tecnológico (de contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción) sea ficticia y resulte no más que un torpe intento por acomodar unas categorías a un momento histórico. Pero si se confirman y profundizan análisis en el sentido de algunas lecturas que ya establecen como relación causal los delirios de una producción agropecuaria cada vez más voraz e intensiva en países como China (y en concreto la producción porcina intensiva en la región de Guangdong), esta hipótesis se vería confirmada. Y demostraría la cada vez más evidente contradicción entre la producción social de la riqueza del capitalismo extractivista con la sostenibilidad en términos ecosistémicos. 

De igual forma, y a la espera de esta lectura que en ningún caso invalida el análisis de la crisis ecosocial que arrastramos desde hace décadas, sí nos confirma el escenario de posibilidad que se abre en toda crisis. Y he aquí donde todo aquello que hemos acotado previamente (la construcción de discurso como forma de transformación social) toma un papel relevante. En primer lugar, sepámonos conscientes de que el cambio de un sentir general no supone en sí ningún cambio para sí. La batalla por la construcción de un nuevo sentido es inane si no se ancla en lo organizativo. Se convierte en un pensamiento mágico que sobrevalora los efectos de un cambio en el sentir general: una suerte de desenmascaramiento. No existe posibilidad de transformación sin una reconstrucción objetiva en las formas de organización social, por mucho que la subjetividad general empuje en un sentido. Y, aún así, no por un fetichismo del pesimismo (sino por una razón lógica que no niega el optimismo de la voluntad), la posibilidad de cambio es relativa y estrecha.

La capacidad de transformación de un país como España, incluso con un improbable gobierno que defienda el interés nacional, junto al resto de estados de la periferia europea, choca con el corsé presupuestario de la UE. No ahora, con la batería de medidas destinadas a la protección social de las últimas semanas, sino en la posibilidad de salir de la crisis económica que se avecina. El keynesianismo es mucho más que paquetes de gasto público; es por cierto, también la producción industrial insostenible del trabajo productivo y el reparto sexual del trabajo doméstico y de cuidados. De hecho, la Comisión Europea lo ha entendido perfectamente y ha propuesto una cláusula en las reglas de déficit del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Lo que puede entenderse como un repliegue, no ha de confundirse con un posible despliegue futuro. Los países del sur, asolados por las reglas de gasto, pretenden aprovechar el trampolín de esta primera crisis que dura hasta que el contagio se frene y el número de muertes pase a cero de una maldita vez para impulsar los mismos planes de estímulo económico en la segunda fase de la crisis, mucho más profunda y larga en términos económicos y sociales. 

Los países centroeuropeos, que diseñaron el tejido institucional y normativo de la UE, defenderán, como es lógico, la asimetría de poder y reparto económico que generan estas mismas normas. El proyecto europeo neoliberal no puede permitirse renunciar a sus políticas porque eso demostraría la invalidez que han tenido en el pasado, el sufrimiento innecesario que apodaron como “responsabilidad fiscal”. No ha existido, desde los años 80, ninguna diferencia entre el proyecto neoliberal y el proyecto intracomunitario. Y me detengo en esta distinción. Hay dos opciones para resolver esta encrucijada: un proyecto intracomunitario de orden distinto que venza frente al proyecto neoliberal (algo realmente optimista ante la distribución del poder) en el contexto de un nuevo orden mundial o la vuelta a la soberanía de los Estados y una posible alianza entre los países del sur que rompan con el eje centro-periferia. Es importante entender que no nos encontramos ni hoy, ni antes de esta pandemia, en un de receso que inevitablemente volverá a un punto de partida previo a las crisis: sino inmersos en toda una dinámica de acumulación que viene de largo y llega para quedarse en un capitalismo dubitativo e inquieto por relanzar su obtención de rentabilidad privada cada vez más moribunda por un planeta que no da más de sí.                                                                           

Todo depende de esa batalla, a la que innegablemente hemos de volcar todos nuestros esfuerzos sin caer en el idealismo verbalista. Empujar para fuera construyendo desde dentro, sedimentando un camino. No se va a producir el desenmascaramiento de unos valores corrompidos porque tal cosa, en sí, nunca ha ocurrido o nunca ha supuesto por sí misma un cambio real. La vieja y malentendida discusión, muy dada a las caricaturas, entre el materialismo dialéctico y idealismo poshegeliano (que se basa en la negociación conceptual en la batalla cultural) está más presente que nunca. En todo proceso de cambio ha de haber un aprendizaje colectivo y un despliegue organizativo. Quizá ganar, ir socavando lo construido, hacer fractura, signifique empujar desde los dos lados de la brecha guardando la tensión necesaria entre ambos. Un estrecho lugar desde donde ensanchar lo posible.

Por Pepe del Amo González – @Faulkneriano_ en Twitter.

Bibliografía recomendada

  • Polanyi, Karl (1989): “La gran transformación. Crítica del liberalismo económico”. Barcelona.
  • Fontana, Josep (2013): “Edward P. Thompson y La formación de la clase obrera en Inglaterra”, en SOCIOLOGÍA HISTÓRICA 3/2013, págs: 5-8.
  • Palazuelos, Enrique (2015): “Economía Política Mundial”, Akal, Madrid.
  • Kotz, D. (2011): “Financialization and neoliberalism”. en: G. Teeple & S.McBride (eds.), Relations of Global Power: Neoliberal Order and Disorder. Toronto: University of Toronto Press.
  • Dünhaupt, Petra (2016): “Financialization and the crises of capitalism”, Working Paper, Institute for International Political Economy Berlin. No. 
  • 67/2016. Viento Sur: “El marxismo ecológico ante la crisis ecosocial”, archivo 165. (https://vientosur.info/spip.php?article15059)
  • Álvarez Peralta, Ignacio., Luengo Escalonilla, Fernando y Uxó González, Jorge (2013): “Fracturas y crisis en Europa”, Clave Intelectual, Madrid.
  • Naredo, José Manuel (1996): “La burbuja inmobiliario-financiera en la coyuntura económica reciente (1895-1995)”, Siglo XXI de España de Editores, Madrid.
  • https://www.eldiario.es/interferencias/Causalidad-pandemia-cualidad-catastrofe_6_1010758925.html
  • Conferencia Xavier Arrizabalo: https://youtu.be/LDuisSZX0iw

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