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Fragmentos

La mayoría de los “fragmentos” que siguen —por llamarlos de algún modo— fueron escritos hace un cierto tiempo. Quien espere, por tanto, la verdad definitiva sobre el coronavirus, o el enésimo exabrupto sobre cómo la cuarentena nos hará mejores y más guapos, puede darse por insatisfecho.

Ganas de ser Sancho. El bibliófobo que, temiendo los delirios del Quijote, apuesta por la ágrafa cordura de Sancho Panza, acaba convertido no en Sancho (a cuya sencillez solo la gran literatura puede dar aliento y cuerpo) sino en molino.

Eticidad sin ética. Diego Fusaro, enfant terrible de la filosofía italiana, abomina de una izquierda “que ha olvidado al pueblo”. Desde tan empáticos presupuestos puede permitirse fustigar a Carola Rackete, salvadora de migrantes, vituperada como “Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Juventud sin esperanza”. Pero la esperanza nunca ha provenido de la fatal tentación rojiparda, ni la eticidad hegeliana —la sustancia ética común cristalizada en la vida comunitaria, que Fusaro dice reivindicar—, puede desprenderse de la ética. Una solidaridad construida sobre el abandono de millones de migrantes a su suerte —válgase: a su muerte— en solo una unidad en el supremacismo; una ética que hace un principio del azar de nacimiento es una broma macabra. El “amor hacia el pueblo” aparece como el palio desde el que el intelectual podrá dar rienda suelta a sus propias pasiones reaccionarias.

Kuhn en serio. Corresponde al afilado Rorty el haber delineado las implicaciones de la filosofía kuhniana de la ciencia en el campo de la teoría política. Si nos atenemos, afirma Rorty, a la idea del “cambio de paradigma”, la crítica perdería sus ajados laureles: su labor de erosión es poco más que el reverso de aquello contra lo que se dirige. Frente a esto, Rorty parece reivindicar algo muy próximo al utopismo: la búsqueda tentativa de nuevos paradigmas, la cabriola que nos permitiría saltar por encima nuestro presente. El dibujante de alternativascae así de pleno bajo la crítica engelsiano-marxista a los utópicos: la transformación social no podrá llegar desde las alturas de esbozos ideales. Si volcar a Kuhn sobre la realidad política obliga a recaer en un cierto aventurerismo—¿cuál es el equivalente político de la necesidad de oxígeno en la combustión que arruinó la teoría del flogisto, o de las pesquisas copernicanas que rompieron con el dogma ptolemaico? El pragmatismo de Rorty podría responder “aquellas que sean más útiles para un determinado objetivo”, pero cuesta saber por qué la utilidad no ha de medirse a través de un estudio crítico de las condiciones en que pretende implantarse—, Rorty sortea esta salida recuperando, paradójicamente, el impulso de la crítica crítica: la idea de que un cambio de paradigma —un cambio en las ideas— podrá cambiar mágicamente la realidad. Aunque esto fuera cierto: ¿desde dónde esboza el pensamiento el nuevo paradigma, si la crítica ha sido prescrita? Y aún es más ¿qué salva al utopismo de ser un simple reverso positivo de la crítica, secreta —y acríticamente— preso del paradigma imperante? Desterrada la dialéctica —la superación inmanente de las contradicciones — el pensamiento recae en el quiliasmo. Las normas que deploren ingenuamente la situación del mundo seguirán siendo, por decirlo con Adorno, deudoras de su deformidad.

Profecía autocumplida. El “realista” que mira el mundo desde un desnudo desencanto se erige inconscientemente en cómplice del desencantamiento. Aquellos que pretenden que nada podrá cambiar son ya parte activa de las fuerzas que impiden el cambio.

Posverdad. El mentiroso cree en la verdad tanto como el ladrón de Chesterton cree en la propiedad: solo quieren que la potestad de ambas redunde en su beneficio. Pero la posverdad no reside en una generalización de la mentira, como el urinario de Duchamp no pretende encumbrar el anti-arte. Por el contrario, ambos apuntan al derribo de las fronteras que separan la verdad y la mentira, el arte y el no arte, la realidad y el simulacro: de la vida que se hace arte a sí misma a la verdad que se hace voluntad. “Credo quia quiero” podría convertirse lema de una época en la que el “narcisismo de la opinión” (Adorno) ha derribado no solo los últimos reductos de una Razón hipostasiada, sino también los débiles diques que la crítica de la primera había erigido frente a su degeneración en mero fideísmo. Pronto el individuo obligado a hacerse a sí mismo podrá elegir en el mercado de verdades aquellas que mejor combinen con el estado de su esfínter o el color de sus prejuicios.

Las líneas de la mano. El ocultismo es un reencantamiento débil del mundo desencantado: la deplorable transcendencia de un mundo sin transcendencia. Adorno, que, como sugiere Scott Jeffries, filosofaba con dinamita en lugar de con un simple martillo, lo dijo mucho mejor que yo: “el ocultismo es la metafísica de los idiotas”. La muerte de Dios no conllevó la desaparición del opio del pueblo: solo diversificó su tráfico.

Maggie. Es mérito de Graham Harman —por lo demás poco dado a las incursiones en la política— haber señalado la inquietante sintonía entre el anti-orientalismo de Edward Said —la postura que denuncia la visión colonial europea como fatalmente homogeneizadora y mitificante, defendiendo, por su lado, la irreductible pluralidad del mundo Oriental— y la ontología de Margaret Thatcher —“no hay sociedad, solo individuos y familias”—. El énfasis en la diversidad y la diferencia puede acabar concibiendo la sociedad como la estricta suma de las partes.

La Esencia aparece. Pues Marx no apunta a que en un nivel “más profundo”, o “más sustancial”, más allá del velo de la ideología, el mundo aparentemente autónomo de la mercancía aparezca, claro y distinto, como una red relaciones sociales, sino a que solo a través de este mundo perverso e invertido, solo bajo la forma de una apariencia necesaria, pueden estar relaciones manifestarse. No hay aquí lugar para alegorías platónicas, ni para algaradas al estilo Hollywood en las que el derrumbe de una pared descubre la fábrica secreta de villano. “La esencia aparece” en las formas invertidas, como la rotación de la Tierra ha de percibirse necesariamente como la rotación del Sol.

Mercadopolítica. Ningún experimento, el lema de los democristianos de Adenauer, es el más anacrónico de los eslóganes políticos, y la más palpable verdad de su práctica.

Hoy, ni el conservador más estricto se atreve a no rendir culto a la novedad obligatoria. Los partidos más monolíticos se deshacen en promesas, los mensajes adquieren las hechuras de un eslogan y la ilusión se agita y renueva con los artificiosos mecanismos del márketing. Podría citarse a Lampedusa, pero el auténtico modelo es Apple. Como la economía de crédito, la mercadopolítica devora el futuro, y cuadra el círculo pretendiendo que lo idéntico es cada vez diferente.

A & H. Mientras la globalización consuma el capitalismo tardío, la tierra enteramente mercantilizada muestra en sus rasgadas costuras los signos del inminente desastre.

The Stars down to Earth. La astrología está lejos de ser un delirio inocente. Sus cábalas astrales no solo absuelven a las condiciones sociales de sus culpas, sino que encuentran en la lejanía de las estrellas argumentos que apuntalan las murallas de un mundo cerrado. La astrología nos enseña a vivir sumisamente en un mundo regido por leyes inexorables. Ningún Dios ni trascendencia, ninguna posibilidad de redención nos esperan entre las constelaciones: solo el brutal culto a los hechos, la celebración de lo dado en tanto que inevitable. La condición menesterosa del creyente en la astrología, quien mendiga en cada columna un pedazo del destino revelado, no es más que el reverso del individualismo arrogante que no busca en los hechos sino la confirmación de sus íntimos deseos: las fake news son astrología a ras de suelo.

Infatigable. La dialéctica es guerra de guerrillas en la teoría. Su objetivo es demostrar que aquello que parecían ser límites —consustanciales, infranqueables— no son sino limitaciones, tan contingentes como arbitrarias.

A lo fácil. El que no existan hechos, sino solo interpretaciones: ¿es un hecho —con lo que se negaría a sí mismo— o una interpretación —con lo que se volvería irrelevante—?

Tenía algo de precursor. La figura del artista nunca consiguió ubicarse dentro de los límites de la idea de trabajo. El romanticismo y su culto al genio lo elevaba a alturas olímpicas; el rigorismo burgués lo rechazaba como fútil indisciplina, fuente de arabescos improductivos. En ambos casos, la idea misma de salario resultaba obscena —ya como vulgaridad corruptora, ya como recompensa inmerecida—: el artista debía alimentarse del arte mismo, etéreo sustento. Ironías de la Historia, el capitalismo tardío ha conseguido conciliar lo irreconciliado: algún fámulo escribió hace poco en el diario Expansión el siguiente titular: “El salario ya no es lo más relevante en el trabajo”. El trabajador de nuestro tiempo —cuyo lienzo es su propio cuerpo— deberá alimentarse del trabajo mismo, etéreo sustento.

Mala infinitud. Si hay una visión de la Utopía que debe ser rechazada, es aquella que la relega al papel de “Ideal Regulativo”. La célebre frase de Galeano según la cual la utopía es como tan inalcanzable como el horizonte, y sin embargo nos sirve para seguir caminando, se enfrenta a la obvia objeción: ¿y por qué habríamos de seguir? Solo mientras se sepa que los límites de lo posible han sido establecidos por el enemigo tiene sentido buscar lo imposible; en cuanto uno mismo acepta su imposibilidad, pocos caminos quedan además del de la desesperanza.

Amistades peligrosas. Que físicos como Sokal y teólogos con mitra como Ratzinger abominaran simultáneamente del monstruo relativista dice mucho del enfoque —teológico en última instancia— con el que se aborda el estatus de la ciencia. Pero la realidad o el heliocentrismo nunca fueron algo en lo que uno debiera “creer” como se cree en la virginidad de María o la resurrección de la carne.

En Berlín. El monumento a las Víctimas del Holocausto es, en cierto sentido, una obra Adorniana. Su aparente identidad —los miles de bloques de hormigón— preserva, sin caer en la falsedad de la simple diferencia, la verdad social de la homogeneización: los judíos fueron sacrificados como meros ejemplares de un mismo género. Pero la ideología nazi estalla por dentro cuando se desvela lo no idéntico, la absoluta singularidad de cada uno de los bloques, solo perceptible una vez que la realidad endurecida de la primera impresión es penetrada, cuando uno se interna literalmente en el objeto.

Ideologiekritik. La genuina crítica de la ideología opera liberando a los conceptos de su máscara naturalizada. La reificación, en tanto que conversión de algo en cosa, implica sedimentación, creciente gravidez, tránsito hacia lo estable. Convertir la sustancia en fluido es tan crucial para la Modernidad como la solidificación de las abstracciones reales. Que todo lo petrificado solo pueda quebrarse por la propia fuerza de la cosificación —entregada a nuevas trapacerías— era desde el principio su poco velado objetivo. La inseguridad no es lo único seguro de la Modernidad: también está el mecánico redoble del valor de cambio.

Infausto destino. Quién le iba a decir a Leon Walras —un socialista que ideó la expresión matemática del equilibrio de mercado pensando en un estadio de fuerte control colectivo de la economía— que sus ecuaciones acabarían sirviendo de fundamento para infundamentados delirios neoliberales.

Revisión. Si su extensión se amplía hasta el absurdo, la llamada a “revisar derechos” (sobre los que planea la sombra del privilegio) puede no ser sino un clamor por el más represivo de los igualitarismos. Pues en una sociedad antagónica ciertos derechos arduamente conquistados siempre parecerán, comparativamente, privilegios.

Penetrar el objeto. Toda crítica del grosero espectáculo de los medios debe llevar a una crítica de los medios del espectáculo. El alboroto en el plató, el caos, la manipulación indecorosa, el tono amarillento, la algarada machista o el furor propagandístico, individualmente condenados, no muestran sino su hueca obscenidad. La crítica se degrada en mueca de disgusto, en el rechazo de quien aparta la mirada. Considerados como un Todo despreciable, como un producto compacto y desesperadamente inútil, cada uno de los instantes se arroja instantáneamente al vertedero. La crítica demuestra entonces su secreta complicidad con su objeto. Pues la condena del instante como aberración es idéntica a rechazo indolente de quien cambia de canal —en ese punto, la indignación no es más elevada que el hastío—. “La censura negativa nos coloca en una posición elegante y permite un gesto de superioridad sobre las cosas, sin haber penetrado en ellas, esto es, sin haberlas comprendido” (Hegel).

El instante más oscuro. La Dialéctica de la Ilustración logra capturar simultáneamente las dos lecturas contradictorias de la frase: “El sueño de la razón produce monstruos”.

Je est un autre. Transformado en cronista obsesivo de sí mismo, el individuo toma una distancia cada vez mayor de aquello que recoge. Su mérito y vivencias no le pertenecen del todo: el salón desde el que miraba el mundo se torna escenario, y en él debe interpretar penosamente las líneas de un guión que no recuerda cuándo comenzó a escribir. El mentiroso, erigido por las redes en figura universal, es aquel que debe perseguir denodadamentelos caprichos de su mentira. En el entreacto podrá mirarse al espejo y clamar: yo soy un otro.

Pesadilla para los vivos. El Manifiesto Comunista presenta el capitalismo como el estadio en que el trabajo muerto —el Capital— tiraniza al trabajo vivo: el pasado impone así sobre el presente sus rigores de pesadilla. Pero en la era del capitalismo tardío el futuro, hipotecado por la deuda, se suma a la asamblea de los tiranos. Entre tales Escila y Caribdis, el presente deviene perpetuo porque ya no es. 

Cuarentena. Qué poco Benjaminiana resulta está inesperada interrupción del tiempo. Y qué farsantes todos aquellos que ven el germen de una sociedad emancipada allí donde aquello que realmente preocupa es el papel higiénico.

Principium individuationis. Cuando los propios sujetos han sido convertidos en mercancías, debe prevalecer al menos el derecho a reivindicar su artificiosa singularidad: el derecho que diariamente, en la soterrada guerra de las estanterías, Coca-Cola reclama frente a Pepsi. La intersubjetividad queda relegada al diálogo mudo entre anuncios publicitarios. El ágora está obsoleta: esta es la era del supermercado.

Jaungoikoa eta legizarra. Euskadi es un neologismo floral —Euskadi, literalmente, sería algo así como “bosque de euskos”— que tira hacia la sinécdoque: la parte —el PNV— por el Todo.

Tyler Durden: la jerga de la autenticidad. El hallazgo más o menos consciente de Palanhiuk                    reside en haber desvelado que el reverso más inmediato de la vida alienada —el espectro de la autenticidad— no es la emancipación sino el fascismo.

Everything is alright. La peor de las utopías es aquella que se proyecta sobre el presente. Tras el terremoto de Lisboa, Voltaire proscribió el infausto optimismo de Leibniz: su Pangloss ridiculiza la premisa del “mejor de los mundos posibles” (que es, por cierto, el título en francés de Un mundo feliz). Pero ni Voltaire, ni Auschwitz, ni la inminente catástrofe ecológica han conseguido derribar su legado.

In memoriam. El Terror no terminó con la muerte de Robespierre: solo cambió de destinatarios.

Ojo cuidao. Creo que aquello del análisis concreto de la situación concreta no se refería a un eterno análisis concreto de la situación concreta en que Lenin escribió sobre el análisis concreto de la situación concreta. Fue, por cierto, en una carta a Bela Kun.

Debes de ser un Weasley. Es más fácil imaginar un mundo mágico que el fin de las clases sociales.

El destino era esto. Al final el criptoperonismo a là Más Madrid era simple cursilería. Millennials y ancianos unidos en torno a una magdalena que no sirve para la evocación, sino para enunciar la bondad ilimitada de quien la hornea. Y quizás para hacer más dulce la derrota electoral.

Pasivo corriente. La única organización que el joven auditor concibe es la caótica arquitectura de los balances contables. El gesto resignado con el que mira el mundo y la aspiración del ascenso fueron ideología mucho antes de enunciarse; su singularidad, un invento de los amos. Los padres bondadosos que aconsejan el estudio construyen sin quererlo el turbio orgullo que acepta como privilegio la sumisión socialmente bien considerada. El cuello blanco del trabajador amenaza con estrangularle cuando el Diazepam parece más digno que el carnet del sindicato.

Los perros de los amos. Corresponde al gran Antoni Domènech la siguiente teoría sobre el éxito del fascismo: la opción reaccionaria en países que carecían de una política derechista de masas (véase Babylon Berlin).

En la cruz del presente. Al equiparar a Abascal e Iglesias, Cristina Morales no incurrió en una banalidad, sino que dio una importante lección de dialéctica en bruto. Pues al identificar, con gesto tajante, lo que el entendimiento considera opuesto, incompatible, al entremezclar violentamente aquellos polos que parecerían no tocarse jamás, la dialéctica abre al pensamiento caminos que antes parecían impracticables. El final del proceso, sin embargo, no es una insidiosa síntesis (¡al final eran lo mismo!) sino la negación de la negación, que parece retornar a la casilla de salida. Pero esa Ítaca ya no es la Ítaca de la que uno partió.

Teddie. Ser Adorniano hoy implica desmenuzar las formas actuales de la vida dañada.

Catástrofe ecológica. El concepto teológico más exitosamente secularizado va a resultar ser el de Apocalipsis.

Juicio por combate. El historicismo más vulgar ganó su partida cuando empezamos a identificar lo derrotado con lo inviable, y lo que perdura, por el simple hecho de perdurar, como investido de razones. El ejemplo de los juicios por combate, rescatado por Chesterton, demuestra la ilegitimidad de este pensamiento: no es la razón, sino la fuerza bruta, la que impone férreamente sus motivos en la historia. Mientras los escombros se amontonan, cada nueva victoria de los vencedores sepulta más hondamente la memoria de los vencidos.

Alguien al volante. Que detrás de las perplejidades y la desesperante opacidad del presente un diabólico titiritero controla los hilos; que su eliminación disipará esas tinieblas. Esta la promesa de la ideología.

Mientras clavas tu pupila azul… El entendimiento (en el sentido de Verstand) encuentra en el conservadurismo moderno una criatura imposible, una contradicción andante ¿cómo puede ser que la pulsión conservadora, el culto a un determinado estadio que se entiende amenazado, tome la forma de una pasión futurista, una mezcla de aventurerismo y furor reaccionario? A esto la dialéctica no añade sino que precisamente ahí reside su verdad.

Un paso atrás. Quebrar el imperativo de actualidad es hoy en día un acto (casi) revolucionario. El celebrado “análisis concreto de la situación concreta” ha devenido en exégesis o en una descripción acertada de la actividad de los agentes financieros. Pero la renuncia a la actualidad más rastrera no debería rebajarse a la espera del Mesías: el eterno paso atrás no es compatible con la urgencia del trabajador de Glovoo.

Filosofía y Modernidad. Hegel: ninguna forma sin contenido.

Sí se puede ¿qué? La izquierda institucional, bienintencionada y titubeante, está enjaulada en una paradoja: su constante necesidad de generar ilusión se alza en estricta oposición a la miseria de sus conquistas y, en general, a lo que no solo la conciencia, sino las férreas leyes del capital y sus instituciones han instituido como los límites de los posible. Al final del camino, la Dirección General de Tráfico aparece como el Palacio de Invierno.

To be. Es evidente que, sin caer en determinismos o delirios sobre la intraducibilidad —el Gavagai Quineano no solo plantea problemas externos, sino internos a cada lengua—, existen afinidades entre los idiomas y las corrientes filosóficas. No es extraño que el inglés, que no diferencia entre “ser” y “estar” (por lo que el ser se agota en el ser-ahí, o lo que es lo mismo, lo que está es todo lo que hay), y apenas recurre al subjuntivo, se haya inclinado hacia el empirismo.

El síntoma danés. ¿Cuánto tardarán los socialdemócratas en defender sin rubor —y no desde la actual hipocresía— una política que concilie la retórica bienestarista con los desafueros antiinmigración? Dinamarca ya ha dado un paso firme al respecto: hasta en la barbarie son vanguardia los avezados nórdicos.

A Walter Benjamin. Miedo a la inmigración masiva, a las políticas audaces, miedo a la democracia y al encuentro, miedo ante toda opción revolucionaria. Y confianza ilimitada en el crecimiento del PIB y la generalización del reciclaje.

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