Hace semanas que asistimos al surgimiento de (re)brotes de COVID-19 por todo el país. Los casos aumentan exponencialmente día tras día, semana tras semana. Y, ante este panorama, el tema más recurrente de casi cualquier conversación es la gravedad de la situación y ver si nos van a (re)confinar. Y este tema, pese a parecer tan trivial, puede dar lugar a un análisis y un debate más extenso que, además, interesa a prácticamente cualquiera.
El tema en cuestión va más allá de un simple sí o no a la pregunta: “¿nos van a volver a confinar?”. Y es que durante estas últimas semanas hemos visto cómo mientras había una acusación implacable contra la actitud irresponsable de los jóvenes en botellones o discotecas (sin señalar tanto a los dueños de estas y los responsables de su funcionamiento, por cierto), el dedo acusador no se ensañaba tanto con las deplorables medidas de (in)seguridad en los puestos de trabajo de muchos negocios; mientras algunos criticaban a la gente por ir 5 personas en un coche en vez de las 4 reglamentarias, no se interesaban tanto por las aglomeraciones generadas en el transporte público de algunas ciudades en hora punta (entrada y salida del trabajo); mientras se rogaba que los encuentros familiares se controlaran lo máximo posible y que no se le diesen abrazos a los abuelos, se obviaba la falta de distanciamiento y seguridad en las terrazas de miles de bares. Y aunque ahora no nos vamos a sorprender con que la gente criada en una sociedad individualista, de la inmediatez y del carpe diem permanente, sea irresponsable y no piense en las consecuencias de sus actos para la colectividad; la cuestión no es obviar absolutamente la responsabilidad individual de cada uno, sino destacar esa doble vara de medir con la que en ciertas situaciones que no se cumplan las medidas de seguridad es justificable mientras que en otras no.
Estas incongruencias y contradicciones se van a ir intensificando con el tiempo. Cada vez está siendo y será mayor esa tendencia a obviar el riesgo en el ámbito laboral mientras se pone el foco únicamente en el ámbito personal y de ocio. Y es que, dentro de esa dicotomía trabajo-ocio, se va a agudizar la contradicción capital-salud i. Porque si nos fijamos, no se está poniendo el punto de mira en el ocio en general, sino mayormente en el ocio improductivo (o menos productivo). Y esto es, precisamente, porque no se trata de que condenen el ocio como tal, y menos cuando este es muy importante en el modelo productivo de nuestro país y fundamental para la reproducción de la fuerza de trabajo ii, sino del ocio que produzca menos beneficios o que directamente no los produzca. En todo momento, están en un tira y afloja de contradicciones en el que para no renunciar a sus beneficios ponen en juego la salud de los trabajadores, pero quieren minimizar al máximo este riesgo para no llegar a un colapso que también acabe con sus beneficios, por lo que usan como válvula de escape cualquier espacio improductivo o lo menos productivo posible. Por eso, salvo las luchas entre diferentes sectores productivos (que también las hay porque cada uno intenta barrer hacia casa), las críticas no irán tanto al ocio productivo inseguro (ejemplo: terrazas en bares), sino más a los espacios no productivos (ejemplos:
reuniones de familiares y amigos, bibliotecas, parques infantiles, etc). Es decir, no nos quieren dejar sin ocio, sino minimizar el riesgo en los espacios que menos beneficios les den porque, y este es un punto muy importante, no se trata de la simpleza de que sean “malvados”, sino de posiciones en las relaciones sociales de producción históricamente configuradas y sus respectivos intereses. Mientras un aspecto no perjudique sus beneficios no lo van a intentar vetar, ahora bien si lo hace, es más que probable que quieran derribarlo con todas sus fuerzas. De ahí que se transmita la idea de que cuestionarse el peligro en cualquier espacio improductivo sea lo común, pero cuestionarse el riesgo en el ámbito laboral parezca totalmente descabellado; de que no haya ningún problema en reducirnos o incluso quitarnos opciones y tiempo de ocio, pero que jamás podamos parar de producir. Sin embargo, hoy más que nunca, quizás sea el momento de plantearse por qué todo aquello que no sea productivo es prescindible mientras que el trabajo no, y esto en beneficio de quién.
Es difícil saber qué pasará en las próximas semanas y meses por todas las variables que puede haber: aumento o disminución de los contagios, decisiones políticas importantes, conflictos entre distintos sectores productivos, etc. Sin embargo, mediante el análisis de las dinámicas actuales, sí que podemos barajar algunas opciones posibles que podemos esperar. En marzo, ante la escalada de contagios del virus, se declaró el estado de alarma y se nos confinó en casa a excepción de ir a por alimentos, medicinas y otros bienes de primera necesidad, tener una emergencia o realizar trabajos esenciales (y algunos no esenciales a medida que se alargaba el confinamiento). Es decir, en ese momento ya vimos que pese al inmenso peligro de salud pública, la rueda del capital no se detuvo totalmente (si bien fue contundentemente frenada en algún momento). A día de hoy, varios meses después y con una economía en una situación alarmante, todo parece indicarnos que no nos volverán a confinar como en marzo, sino que es probable que retrocedan a las famosas fases o, poniéndonos en un caso extremo de una gran escalada de contagios, nos (re)confinen pero sin detener la actividad productiva. Y esto no sería para nada de extrañar teniendo en cuenta la propia dinámica del capitalismo de desechar todo aquello que no sea productivo. Todo bajo la premisa de que si se derrumba la economía, caemos todos, lo cual es una verdad a medias, porque es evidente que la situación económica afecta a todo el mundo. Sin embargo, si profundizamos un poco más, hay que plantearse varias cuestiones, empezando por si al emplear el término economía (como algo abstracto cuyo buen funcionamiento nos beneficia a todos) se encubre el carácter de esta en la sociedad capitalista. ¿Y es que quién se beneficia realmente en última instancia de la economía capitalista? ¿Para quién está “hecha”? ¿Quién acumula la riqueza generada por miles que se juegan su salud (e incluso su vida en los peores casos) en sus puestos de trabajo por el “bien común”? Parece obvio que el buen funcionamiento de la economía nos permite mantenernos en nuestra situación “habitual”, pero desde luego no nos beneficia por mucho que repitan esa falaz justificación de que, pese a las grandes desigualdades que genera el capitalismo, la ingente cantidad de riqueza que produce acaba beneficiando a todos, lo cual si ya de por sí cuesta de creer, es menos creíble aún pensando en el riesgo añadido de esta situación. Porque una economía cuyo objetivo en última instancia es asegurar la obtención del máximo beneficio posible para los poseedores de los medios de producción, en vez de satisfacer las necesidades de la sociedad y asegurar su bienestar, jamás velará por la salud de los trabajadores por encima
de los beneficios de esa minoría. Cuando digan que no hay otra alternativa, no es verdad. No hay otra alternativa dentro del marco capitalista, donde prácticamente cualquier planteamiento que no sea productivo es desechado, donde la economía está destinada a garantizar los beneficios de la burguesía, donde la mayor parte de la riqueza generada por los trabajadores es acumulada en manos de una minoría en vez de estar destinada al bienestar y seguridad de la mayoría en situaciones como estas.
Como ya hemos advertido, las opciones comentadas no son más que hipótesis extraídas de las dinámicas observadas a día de hoy y pueden no cumplirse, pero en caso de que fuera así, ahora lo que queda saber es hasta qué punto tensarán la cuerda, dónde cortarán. ¿Llegarán a impedir reunirnos con nuestros amigos y familiares mientras se generan aglomeraciones en el transporte público en hora punta para ir a trabajar? ¿Nos prohibirán salir a hacer cualquier actividad en la calle pero podremos ir a consumir a bares y restaurantes? ¿Nos (re)confinarán pero obligándonos a trabajar? En definitiva, queda saber qué límites y restricciones se pondrán en la esfera no productiva mientras la esfera productiva se lleva hasta sus últimas consecuencias, saber hasta qué punto se va a agudizar la contradicción capital-salud.
i Al hablar de contradicción capital-salud, nos referimos a la contradicción que se genera entre esos dos aspectos. Por un lado, el capital, entendido como una relación social de producción en la cual una minoría de la sociedad es propietaria de los medios de producción mientras que la mayoría se ve privada de estos y obligada a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Y por otro lado, la salud, entendida como el bienestar (en este caso más físico que mental) de esa mayoría que se ve obligada a trabajar en beneficio de los poseedores de los medios de producción y de la cual depende la obtención de riqueza de estos y, por ende, que se pueda dar la relación social anteriormente comentada (el capital). Para entendernos mejor, la burguesía, propietaria de los medios de producción, no va a renunciar a sus intereses de seguir enriqueciéndose del trabajo ajeno y, por eso, no dudará en poner en riesgo la salud (e incluso la vida) de los trabajadores. Sin embargo, poner en riesgo la salud de los trabajadores puede suponer una nueva escalada del virus que llegue a tal punto que no pueda explotar a los trabajadores en las condiciones de siempre o incluso que se vea obligada a detener su actividad y, por tanto, sus beneficios. He aquí la contracción entre capital y salud. ii Para entender el concepto reproducción de la fuerza de trabajo, debemos remitirnos al proceso de adquisición de fuerza de trabajo en el circuito mercantil capitalista. Entendiendo la fuerza de trabajo de los trabajadores como una mercancía, en tanto en cuanto tiene un valor de uso (producir valor) y un valor de cambio (intercambiarse por otras mercancías a través del salario), los capitalistas (como posición social, no ideológica) compran una determinada cantidad de fuerza de trabajo al contratar a los trabajadores. El problema es que esta se gasta y se agota por cansancio y necesita reponerse. Es aquí cuando entra en juego la reproducción de la fuerza de trabajo, para reproducirse la fuerza de trabajo necesita bienes, ya sean físicos/materiales (alimento, ropa, vivienda…) o sociales/intelectuales (ocio, cultura…). Por eso, precisamente, no se puede acabar con todo tipo de ocio y durante mucho tiempo por mucho que se complique la situación, porque es necesario para reproducir la fuerza de trabajo, esa misma fuerza de trabajo que genera la riqueza para los capitalistas.
Por Lluis Rodríguez Cueto (Estudiante de Historia en la Universidad de Alicante) – @Lluisrc7 en Twitter