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Carta abierta a la juventud comunista

Mònica Chirivella (@monicachm12), militante de Arran. Texto en catalán

La experiencia acumulada por el movimiento socialista internacional nos permite comprender, a los jóvenes militantes que trabajamos por continuar el hilo rojo, que no podemos desligar el proyecto comunista del contexto en el que este debe desarrollarse. Las experiencias revolucionarias de las que debemos beber teóricamente para construir un nuevo presente socialista no se pueden entender aisladas de los procesos de larga duración que las sitúan históricamente, necesariamente con un contexto previo de construcción de las condiciones de posibilidad objetivas y subjetivas para que se dieran dichas experiencias.

En nuestro caso, nos ha tocado vivir la larga resaca de la derrota del proyecto comunista. Después del complejo desarrollo del movimiento socialista entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, que permite construir con gran rigurosidad la teoría revolucionaria y contrastarla con una práctica revolucionaria creciente, el ciclo de experiencias socialistas en Europa entró en una fase de estancamiento, forzada en parte por la Guerra Fría. Será a partir de esta, así como de la derrota militar e ideológica de la URSS, cuando el comunismo entra definitivamente en la fase de barbecho de la que somos herederos.

Aun así, contrariamente al “final de la historia” que vaticinaba Fukuyama, el viejo fantasma que recorría el mundo tímidamente vuelve a reclamar su sitio. Las dos crisis capitalistas recientes, que vuelven a poner en duda una vez más las promesas de estabilidad y progreso de la clase media, han gestado un cambio generacional que permite el retorno de las tesis comunistas. Esta nueva generación política estamos cansados de la derrota ideológica y estratégica que arrastramos y somos conscientes de la nueva condición de posibilidad que permite materializar un nuevo proyecto comunista. Un nuevo proyecto que nos aleje de la falta de horizonte revolucionario que nos ha hecho actuar por inercia, que nos ha hecho ver que como Esquerra Independentista no tenemos un proyecto con potencialidad real para romper con la sociedad capitalista y que, finalmente, nos ha motivado a formarnos para salir de este callejón sin salida mediante el análisis profundo de los postulados del proyecto actual.

En este sentido, aunque mediante la idea de inseparabilidad de los ejes se ha intentado superar la perspectiva parcializada de la realidad, la caracterización del socialismo como eje reducido a la lucha económica, que responde a la explotación que la clase trabajadora recibimos en nuestros centros de trabajo, reproduce esta parcialización de la lucha y refleja que el error es aún más de fondo. A partir de este análisis fragmentado, se descarta una perspectiva de clase que nos permita entender el control de los medios de producción como la base del dominio político de la burguesía, que acumula poder social a partir de la reproducción del capital mientras se reproduce la sociedad misma, y no se permite comprender el papel que juegan diversas opresiones, como la de género o la nacional, dentro de la formación social capitalista en la que vivimos. Así, analizamos que la falta de independencia ideológica respecto a los principios de la política burguesa han llevado al movimiento a lo largo de nuestra historia a confundir de forma constante el programa y la ideología, cosa que se ha hecho cada vez más evidente durante los últimos años.

Por este motivo, el análisis de la formación social capitalista desde una perspectiva esencialmente interseccional, en la que encontramos tres ejes de opresión que responderían a tres sistemas diferentes -aunque se niegue reiteradamente-, es una de las características principales que se esconden detrás de la indefinición ideológica actual. Eso nos ha llevado a desarrollar un proyecto impotente, que hace una crítica radical a las diferentes opresiones, pero no se dota de las capacidades políticas para devenir un poder que confronte el poder del capital y, por lo tanto, sin capacidad real para confrontar dicho dominio. En consecuencia, acabamos reduciendo el proyecto a reformas parciales que no nos hacen avanzar en una estrategia para superar el capitalismo o creando alternativas al margen del capital que conviven perfectamente con este y no le generan ningún conflicto significativo. La incapacidad de cambiar el mundo en un plano material nos ha reducido a una crítica moral del sistema. Por este motivo, se reviste nuestro proyecto de un discurso que oscila entre las proclamas revolucionarias y las demandas reformistas; lo que en la práctica no es un proyecto revolucionario, sino que responde a un proyecto socialdemócrata que refleja el interclasismo ideológico de nuestro movimiento. Cuando hablamos de proyecto socialdemócrata nos referimos al proyecto político de la clase media (formada por la pequeña burguesía y sectores acomodados de la clase trabajadora), que para sobrevivir bajo el yugo de la gran burguesía que le empuja a desaparecer necesita sostener un proyecto burgués con pequeñas reformas que le favorecen, pero que mantiene el estado actual de las cosas: aseguran la existencia del capitalismo que les permite existir y disfrutar de unas condiciones de vida mucho más acomodadas que las del conjunto de la clase trabajadora. Este proyecto tiene, en la apuesta institucional, la vertiente que refleja los postulados de fondo de manera más evidente, pero se beneficia de la colaboración necesaria de la crítica impotente del resto del movimiento.

Es esta falta de independencia política de la clase trabajadora, fruto de la derrota histórica del proyecto comunista, la que nos ha subsumido bajo el proyecto socialdemócrata e interclasista. Y, por lo tanto, la que nos ha impedido desplegar un proyecto realmente rompedor con la sociedad burguesa. Por este motivo, a la juventud comunista nos corresponde la tarea de reconstruir el proyecto histórico de la clase trabajadora, recuperando los principios irrenunciables que nos ha legado la experiencia histórica del movimiento socialista internacional, para aplicarlos en el contexto actual de los Països Catalans. En este sentido, formarnos y ver que la lucha se da entre dos clases irreconciliables como motor de la historia, nos lleva a teorizar la necesaria toma del poder político. Es decir, del control de los procesos que organizan y reproducen nuestra sociedad, como un proceso necesariamente antagónico, en el que la clase trabajadora deberemos ejercer nuestra dictadura de clase[1] que transforme radicalmente la sociedad y que confronte la dictadura actual del capital para abolir las clases como objetivo final.

Por este motivo, la naturalización del control burgués de la esfera productiva, así como del trabajo asalariado como categoría que se deriva del dominio del capital, no son más que reflejos de esta falta de independencia y la asunción del programa burgués por parte de nuestro movimiento. Esta naturalización se nos presenta de forma evidente cuando obviamos el control de los medios de producción y reproducción de nuestra sociedad como objetivo último de nuestro proyecto, y lo reducimos a demandas de redistribución de la riqueza y de reducción de la desigualdad. Así, el análisis del carácter de clase del Estado burgués como concreción del poder político de la clase dominante y, por lo tanto, que asegura la reproducción de la sociedad burguesa como fin último, es otro de los principios a los cuales no podemos renunciar.

Para poder llevar a la práctica estos principios y confrontar el poder del capital, que reproduce constantemente la explotación y las opresiones como forma de dominio, hace falta que conformemos un poder propio como clase, un poder que sea capaz de crear las condiciones para confrontar el poder del capital y crear una nueva sociedad. Para cumplir este propósito, no podemos esperar llegar a este punto reproduciendo un proyecto indefinido, en el cual caben posicionamientos antagónicos. Porque llamarnos revolucionarios no hace que automáticamente nuestro proyecto lo sea. La cuestión no es querer serlo, sino pensar de forma revolucionaria y actuar en consecuencia, elaborando una estrategia y tácticas comunistas que conviertan el criterio teórico que vamos adquiriendo en criterio político. Y para hacer eso, debemos rechazar aquellos principios que nos alejen de una práctica revolucionaria y que reflejen la falta de independencia política que la clase trabajadora presenta actualmente ante el programa de la burguesía. Por lo tanto, hace falta que desarrollemos un marco organizativo que responda nítidamente al programa y a la estrategia comunista. Un marco que no utilice la retórica comunista como pata radical de un proyecto que a la práctica refuerza el programa socialdemócrata en su acción cotidiana.

Los jóvenes comunistas sabemos que en Arran se dan las condiciones de posibilidad para superar las limitaciones del proyecto actual y adoptar el programa comunista. En la Esquerra Independentista nos encontramos en un momento crítico por la incapacidad de responder a las limitaciones de la estrategia de la Unidad Popular que muestran las necesidades del momento histórico. Ya llevamos años viendo como la crítica a estas limitaciones, indefinida en un primer momento, pero que nos ha llevado a adoptar el comunismo como programa, se ha topado con unos postulados incuestionables, que destacan por su indefinición. Por este motivo, han podido hacer de paraguas de posicionamientos antagónicos, incluyéndolos discursivamente, pero viendo como en la práctica se imponía la apuesta socialdemócrata

Cuando hablamos de inseparabilidad de los tres ejes (independencia, socialismo, feminismo), podemos hacer una crítica a las apuestas etapistas y apostar por la construcción del socialismo como única manera de superar toda explotación y opresión o, contrariamente, podemos utilizarla para rebajar el programa socialista a una cuestión económica y construir un proyecto socialdemócrata que sitúa tres ejes de reivindicación para sostenerlo. Cuando hablamos de Unidad Popular, podemos hablar de un bloque histórico revolucionario que necesariamente se ha debido construir mediante la independencia de clase del proletariado, que deviene clase hegemónica e impone su proyecto histórico al resto; o, contrariamente, podemos construir un bloque interclasista, a partir del sujeto “pueblo”, que mantenga un discurso radical pero que a la práctica defienda el programa socialdemócrata. Es la indefinición de las categorías lo que permite este abanico y es el sentido común hegemónico lo que hace que se imponga la segunda opción.

Actualmente, la falta de crítica interna ha reforzado esta incapacidad para superar las limitaciones. Además, el señalamiento y el combate contra aquel que plantea la crítica está siendo la única manera de mantener un proyecto que está mostrando su falta de potencialidad revolucionaria. Como marxistas, debemos de tener claro que no es el programa (tres ejes), ni la estrategia (Unidad Popular), lo que debe ser necesariamente salvaguardado en un momento de cambio de ciclo que ha permitido ver sus limitaciones, sino sus objetivos estratégicos (construcción del socialismo en los Països Catalans como forma de superación de toda opresión) y los principios políticos irrenunciables que nos permitan asegurar la independencia de clase como única manera de construir un proyecto comunista.

Por eso, los jóvenes comunistas sabemos que la pugna actual solo se puede resolver de dos maneras. O construimos un nuevo presente socialista que nos permita pensar de nuevo en la actualidad de la revolución, pero que sobre todo nos permita llevarla a la práctica conscientemente mediante un programa comunista que responda a la complejidad de la formación social capitalista; o continuamos subordinando las esperanzas de los revolucionarios honestos a una estrategia que reduce el comunismo a un anexo social del proyecto esencialmente socialdemócrata actual del movimiento. Las dos opciones son excluyentes y, por lo tanto, quien diga que se pueden dar a la vez, estará reforzando el segundo posicionamiento.


Por suerte, la militancia comunista dentro de Arran no para de crecer. Es únicamente responsabilidad suya convertir sus anhelos revolucionarios en una realidad. Hay que estar a la altura de nuestra misión histórica y, al mismo tiempo, valorar la oportunidad preciosa que tenemos en nuestras manos. Para conseguir nuestros objetivos, tenemos que ser muchos más, más fuertes y más convencidos. Por eso, hacemos un llamamiento a todos los jóvenes comunistas que honestamente creen, de nuevo, que la revolución es posible. Organicémonos, unidos, en Arran. Convirtamos esta organización en el reflejo de una juventud que no está dispuesta a hacer ni una renuncia más; de una juventud que, efectivamente, tiene las capacidades para recoger la herencia de todos los combatientes que nos han precedido en la larga noche de la lucha de clases. De una juventud que se mira a los ojos y siente el orgullo que dan la coherencia, la firmeza, la tenacidad y la ternura. Hagámoslo posible.


[1] Entendemos por “dictadura del proletariado” aquello definido por Marx en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850: “como punto de transición necesario para llegar a la supresión de las diferencias de clase, a la supresión de todo el régimen de producción sobre el cual reposan éstas, a la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a este régimen de producción, al trastocamiento de todas las ideas que emanan de estas relaciones sociales”.

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