Kimua (@KimuaParadigma), Hacia un nuevo paradigma revolucionario
De un tiempo a esta parte, la cuestión de la “totalidad” ha vuelto a adquirir cierta notoriedad dentro del espacio político de la izquierda revolucionaria. Decimos que ha vuelto, porque dentro de la tradición marxista la apelación a la totalidad ha sido uno de los ejes vertebradores de su diagnóstico de la realidad y de su propuesta política. Este renovado interés por la totalidad se produce como reacción a ciertas expresiones de la postmodernidad, cuya impugnación de los grandes relatos y las propuestas totalizantes condujo a partir de la segunda mitad del siglo XX a una creciente parcialización y segregación de la propuesta revolucionaria. Del mismo modo, sería injusto dejar de reconocer la importancia en esta vuelta a la “totalidad” del despliegue teórico comandado por lo que en Euskal Herria se conoce como “movimiento socialista”, pero que va ya más allá de estas tierras, y empieza a sincronizarse con diversas expresiones organizativas a nivel del estado, principalmente en el eje Madrid-Castilla y en el eje Països Catalans.
En el presente texto nos gustaría traer a discusión y problematizar la propuesta de la “totalidad”, en tanto que “totalidad únicamente capitalista”: es decir, cuando ésta sólo contempla el plano de análisis de las categorías del capital. No trataremos por tanto de impugnar el concepto de totalidad en sí mismo, ya que si queremos superar la dominación en su totalidad, es necesario comprenderla también en su totalidad; sino que nos cuestionaremos las herramientas de las que hemos de dotarnos para tener acceso a la comprensión de dicha totalidad.
Para ello partiremos de un texto que pudimos leer en redes a inicios de año titulado “¿Por qué leer El Capital como juventud militante?”. Se trata de una reflexión que ofrece una síntesis clara del punto de partida y el marco conceptual que sirve de base para la articulación de la propuesta política en base a esa “totalidad capitalista”. En términos generales coincidimos con el diagnóstico que se hace en el mismo sobre el estado en el que se encuentra hoy en día la izquierda y las carencias en relación a los procesos de formación, militancia y organización revolucionaria, que van ligadas a la deriva posmoderna liberal de la que hemos hablado al inicio. A pesar de tratarse de una reflexión firmada por un grupo de “jóvenes militantes castellanos”, es una realidad que se reproduce más allá del contexto castellano y que es fácil de trazar, no solo en Euskal Herria, sino en el resto del Estado español e incluso a nivel europeo.
Dicho esto, de la lectura del texto, deducimos que cuando se refieren al “capitalismo como totalidad”, se refieren al conjunto de la sociedad actual, es decir, al conjunto de la Dominación en la actualidad. Si esto ciertamente es así, creemos que es problemático considerar que a través de la lectura de El Capital de Marx (y en general del estudio y análisis de las categorías del capital), van a tener acceso a la comprensión de la “totalidad capitalista” (como comprensión de la totalidad social).
Desde nuestro punto de vista, para la comprensión del proceso social hoy en día es imprescindible la comprensión de las categorías del capital; pero no es suficiente. En ese sentido, es un hecho irrefutable que en la actualidad, la lógica de acumulación del capital subsume la totalidad de la sociedad. Sin embargo, eso no significa que en eso que subsume sólo existan relaciones sociales capitalistas “puras”. Por ejemplo, la división sexo-género patriarcal tiene un origen y una lógica interna precapitalistas. A través del estudio de las categorías del capital se logra entender cómo el capital subsume y dirige esa división patriarcal según su interés de acumulación. Pero ese estudio no permite comprender cómo funciona la propia división patriarcal, cuál es su lógica interna. Y por tanto, tampoco permite superarla plenamente.
Aquí hay una cuestión que para nosotras es clave; ¿cuál es el carácter de esas formas de la dominación que preceden al desarrollo de la modernidad capitalista y que, de alguna u otra manera, siguen reproduciéndose al interior del proceso social actual? La respuesta a dicha pregunta pasa necesariamente por el abordaje de la cuestión de clase, de cómo entendemos la clase social más allá de lo que se establece en base a las categorías capitalistas y de cuál es su expresión en la actualidad.
Para ello, en primer lugar, cabe subrayar que el Sistema de la Dominación no se inaugura con el capitalismo. Mucho antes de la generalización de la sociedad de las mercancías y de las condiciones que permitieron el ascenso de la modernidad capitalista, ya existía la propiedad privada, la explotación y la violencia social de carácter estructural. La sociedad ya estaba dividida entre los que poseen y las que no; existían ya las clases sociales. De hecho, la configuración actual que toma el Sistema de la Dominación es fruto de la combinación de esas diferentes formas a través de las cuales se ha dividido a la sociedad a lo largo de la historia. De cada una de esas distintas formas de división social, se deriva una forma concreta de propiedad privada, de control sobre el proceso productivo y en general del proceso de reproducción de la vida social, y por tanto una forma concreta de apropiación de los cuerpos y el trabajo. Se trata de formas de dividir la sociedad que permiten que una parte de la misma (la clase dominante) pueda subordinar la existencia de la otra (la clase dominada). Hablamos por tanto de división de clase, de clases sociales. Y es que no debemos olvidar que la sociedad de clases, y por tanto, la cuestión de clase, antecede en muchos milenios al capitalismo. Es decir, la cuestión de clase va mucho más allá de las categorías del capital, más allá de los tan manidos últimamente burguesía y proletariado.
Por lo tanto, cada una de las formas en las que históricamente se ha dado la división de la sociedad es una manifestación de la tensión de clase existente en la sociedad; una de las formas potenciales en las que se expresa la dominación. Así, cada una de ellas cuenta con su propia lógica interna (en base a qué se establece la diferencia), pero todas operan en la misma dirección social: la asignación de propiedad privada, el control sobre los cuerpos, el trabajo y los medios de producción y reproducción y la acumulación de poder social que todo ello posibilita. Detrás de cada una de ellas, por tanto, existe una materialidad concreta (una forma de organizar la propiedad y la reproducción de la vida social) y una expresión cultural y simbólica concretas.
Podemos observar esto en la división sexo-género patriarcal, en la que es la categoría “hombre-marido”, en su origen a través de la figura jurídica del pater familias, la que otorga el control (el derecho de propiedad) sobre los cuerpos y el trabajo de aquellas que forman parte del grupo familiar. Se establece de esta manera una división entre aquellos que tienen acceso a la propiedad patriarcal y aquellas que carecen de esa posibilidad y que por tanto aparecen como desposeídas en relación a la división sexo-género: principalmente mujeres, pero también, en distintos grados, el resto de sujetos que no tienen acceso a esa categoría hombre-marido, como niños y niñas, homosexuales, personas trans…. Esta división entre las que poseen y las que no poseen (las desposeídas) se reproduce en todo sistema de división de clase: en la división feudal es el linaje el que otorga el derecho de propiedad (aquellos que poseen un linaje noble, frente a los que no lo poseen); en la división racial la raza blanca (aquellos que poseen la blanquitud, frente a los que no la poseen); en la división capitalista el capital (aquellos que poseen capital, frente a los que no lo poseen). Todos esos factores de división, ya sea el género patriarcal, la nobleza del linaje, la raza blanca o el capital no son naturales, sino que su carácter es plenamente social; son relaciones sociales, que proyectan una forma concreta de organizar la vida social (propiedad, trabajo, producción, reproducción). De ahí su condición de clase social.
Ciertamente, si dotamos de historicidad a todas ellas, observaremos cómo cada una de esas expresiones de la dominación emerge en unas condiciones sociales y materiales determinadas, que son en realidad el resultado de la configuración que establecen las anteriores. Es decir, si bien son diferentes las unas de las otras no son independientes; forman parte de la misma totalidad. Esa totalidad que se establece dentro del marco de un Sistema de la Dominación que ha ido mutando y complejizándose a lo largo de la historia, pero que se erige siempre sobre los mismos pilares: propiedad privada, subordinación de la existencia humana (cuerpo-pensamiento-trabajo-producción) y acumulación de poder social.
Con todo ello, la clave consiste en observar cómo va emergiendo cada una de las nuevas formas de división de clase; cómo se va añadiendo cada una de las capas al conjunto, modificando de esa manera todo el conjunto y dando lugar a una única realidad estratificada. Y de ahí, comprender cómo se establece esa combinación de clase en cada tiempo y lugar; cuál es la fuerza con la que se expresa cada una de esas divisiones de clase; si conserva un carácter jurídico u opera de facto más allá de un determinado marco de legalidad; la medida en que se refleja sobre los cuerpos, el pensamiento, el proceso productivo y reproductivo…. En definitiva, identificar los mecanismos de los que se dota para poder seguir reproduciéndose en tanto sigue respondiendo a los intereses de clase de aquellos que acceden a una posición de poder a través de su existencia.
Volviendo al inicio del texto, en la actualidad el capital moviliza una fuerza social como nunca antes se ha visto en la historia de la humanidad. Se trata de la expresión de la dominación más universal y poderosa que jamás haya existido. Gracias precisamente al carácter abstracto y universal de la forma valor, aquellos que poseen capital (la burguesía) tienen a su disposición prácticamente la totalidad de la existencia humana mundial, más allá de raza, género, religión… Nunca antes en la historia de la humanidad ha existido una forma de acumulación de poder de la magnitud de la que ofrece hoy en día el capital. Nunca una división de clase ha otorgado a aquellos que “poseen” tanto para poseer. Es por ello innegable que en la sociedad actual la lógica del capital atraviesa el conjunto de las relaciones sociales; la dirección que establece la acumulación de capital permea todos y cada uno de sus poros. De ahí la necesidad ineludible de leer a Marx en general y El Capital en particular, de profundizar en la comprensión de sus categorías.
Pero no erremos el tiro: en las entrañas de la dominación sobreviven aún hoy en día expresiones de violencia cuya lógica interna no es posible comprender solo mediante esas categorías del capital. No conforman una totalidad en sí mismas, ni operan de forma independiente las unas de las otras (al igual que no lo hace el capital). Al contrario, forman parte de la síntesis que adquiere el Sistema de la Dominación en la modernidad capitalista y son fundamentales para entender cuestiones clave en la superación de la Dominación y el avance revolucionario: el sentido profundo que adquiere la propiedad privada y las diferentes formas a través de las que se expresa (más allá de la propiedad sobre el capital); la configuración y componentes de la mentalidad de la dominación en la actualidad; la forma en la que se articula el proceso de trabajo y producción en su totalidad (trabajo reproductivo-plustrabajo-plusproducción-plusvalor); el origen y la implantación de la modernidad capitalista… A todo ello hay que sumar otro plano de la realidad que aparece intervenido por la lógica del capital, pero que igualmente presenta sus propias leyes internas: hablamos de los ciclos de la materia y la energía y el proceso de vida sobre la tierra.
Por lo tanto, sí; compartimos la necesidad de establecer la noción de totalidad en el centro del tablero político-ideológico. Toda propuesta revolucionaria ha de aspirar a comprender la realidad social de forma integral, como totalidad. Y de forma consecuente, ha de tratar de articular una propuesta política y organizativa en esos términos. Dicha tarea, sin embargo, es tremendamente compleja y dotarnos sólo de las categorías del capital dará como resultado probable una interpretación reduccionista que más que resolver los entresijos de la Dominación, dificulte aún más la correcta interpretación de la realidad social.