Texto escrito por Mario García Prieto (@mariio014__)
El sujeto revolucionario entendido en su unidad, históricamente, siempre ha estado y estará perseguido por el fenómeno de la incredulidad. Este fantasma que se le presenta invariablemente a cualquier propuesta revolucionaria y emancipadora es una cuestión usualmente olvidada y desatendida. Desde el punto de vista emic, del sujeto revolucionario, siempre se tienen claras las razones de su superioridad práctica con respecto a las “alternativas del cambio” ya institucionalizadas, sin embargo, en la inmediatez práctica (aunque sea de manera plenamente aparencial) son estas últimas las que figuran como los verdaderos actores del cambio. Razón no falta para que esto sea así; a pesar de los ríos de tinta dedicados a los análisis del modo de producción, sus resultados y dinámicas… lo más probable que pase si se le pregunta a este supuesto sujeto revolucionario abstracto por el origen de esa subjetividad revolucionaria, en contraposición a esas pretensiones falaces de cambio por parte de “los reformistas” (sin determinar tampoco el por qué de la condición de estos), sea recurrir al rechazo in abstracto del “sistema”, a una supuesta “justicia social” y moral ahistóricas o, incluso, a una naturaleza humana que se erige sobre el modo históricamente específico de organizar el proceso de vida humano.
Con lo que nos encontramos, por tanto, es que el sujeto que encarnará la revolución no es consciente, no ya de la determinidad específica de sus adversarios, sino de su propia determinación. La cuestión es determinar el porqué de esa superioridad efectiva, práctica, con respecto al reformismo reinante en las últimas décadas para la concreción del cambio de un sujeto en potencia a un sujeto efectivamente práctico. En otras palabras, la cuestión es la determinación de los límites esenciales de la socialdemocracia y, por otro lado, la determinación de esa especificidad revolucionaria, o al menos los fundamentos materiales de esta, que le es propia al sujeto del que hablamos; El proletariado.
¿Cómo y… Qué hacer?
Una de las características fundamentales del movimiento comunista/revolucionario (aún con las complicaciones que tiene tratar a esta entidad de un modo tan general/abstracto y unívoco) es la fragmentación y las discrepancias entre sus distintos colectivos constituyentes. Sin embargo, hay un amplio consenso cuando se trata de la actitud que habría que tener con respecto al oportunismo y al reformismo; el rechazo absoluto. Si bien es cierto, este odio es puramente formal, teórico, puesto que la mayoría (consciente o inconscientemente) acaban cayendo en ello.
El rechazo hacia estas propuestas no puede fundamentarse en una supuesta moral verdaderamente obrera o en las experiencias pasadas de alternativas de este tipo (sin despreciar la evidencia histórica, por supuesto). Por el contrario, este rechazo debiera tener una fundamentación metodológica lo suficientemente capaz como para comprender el movimiento (despliegue) de las partes determinadas y determinantes del todo complejo productivo en el que nos encuadramos, el modo de producción capitalista. Esta fundamentación metodológica no es nada nuevo sino lo que nos ofreció ya Marx en El Capital (en su forma más desarrollada), explicitada en el subtítulo de la obra: La Crítica de la Economía Política (CEP). La CEP se postula así mediante el proceder cognoscente dialéctico, no como una guía a aplicar exteriormente como si de categorías lógicas se tratase, sino como el camino (o la puesta en marcha) hacia la autoconciencia científica de la clase obrera entendida en su determinidad, en su enajenación. Es decir, un proceder cognoscente que a través del (re)conocimiento de sus propias determinaciones es capaz de (en virtud de la apropiación de las potencialidades que surgen del [re]conocimiento de esta condición de sujeto enajenado) regir conscientemente su acción y adquirir así su carácter revolucionario.
Partiendo entonces, por medio de esta forma de conocimiento, de la determinación más simple (la mercancía) de este modo históricamente específico de organizar el metabolismo social y el trabajo enajenado, pasando por el capital como sujeto enajenado automatizado y la lógica operatoria ontológico-fundamental específicamente capitalista (ley del valor), como formas necesarias de realizarse estas determinaciones más simples, es que podremos entender los límites ontológicos en el que se encuadra tanto el proletariado autoconsciente de su enajenación (ya organizado) como las alternativas populistas del cambio. Todo esto en pro de organizar conscientemente nuestra acción política como objetivo primordial fundamental: el Qué hacer1.
Reformismo: ¿Mala fe o límite práctico?
Como vengo diciendo, el rechazo hacia la socialdemocracia no puede provenir de un odio infundado o de una moral a seguir, sino de una cuestión práctica. El caso concreto español vivido con Podemos creo que es fundamental para la comprensión de esta cuestión. Como el título anterior indica, el qué hacer es la pregunta inmediatamente práctica que concierne a la organización y despliegue de la acción política; sin embargo, la forma específica en la que se concretiza (el cómo), la organización de la misma, es igual de fundamental. Los integrantes de esta agrupación política alardeaban de una gran formación y ser unos eruditos de la ciencia política y, por ende, capaces de realizar grandes análisis. Lo que no comprendieron es que desde el principio de la teorización (puro conocimiento representacional) de su accionar político partían ya de ciertas inversiones como consecuencia del proceder cognoscente del que se proclamaban representantes.
Como ya expuso Marx, no es en la Doctrina del Estado (rama central de la ciencia política) sino en la (Crítica de la) Economía Política donde se encuentra la anatomía de la sociedad burguesa2. Esto es, la ciencia política como disciplina que tiene por objeto principal el estudio del Estado parte de un error (gnoseológico y ontológico) fundamental. En vez de partir de la determinación más simple y elemental del modo de producción capitalista y el ulterior desarrollo de las necesidades de esta realizadas a nivel estructural-formal, toma esta última manifestación de la necesidad realizada como punto de partida. Totalizando y absolutizando un momento concreto del movimiento de la necesidad, obviando el desarrollo de la determinación precedente. La ciencia política toma así las formas por el contenido, cayendo en una clara inversión. Es decir, entiende las formas de conciencia enajenada objetivadas en instituciones como fundamento del análisis en vez de reproducir por medio del pensamiento el concreto más simple del modo de producción para la comprensión de su movimiento y despliegue, siendo así la ciencia política una disciplina cuyos presupuestos están completamente invertidos.
Además de esto, habría que añadir la diferenciación ontológica que presupone la propia disciplina; separando de manera gratuita, en un sentido ontológico (que no desde un punto de vista gnoseológico), las distintas esferas presuntamente diferenciadas, que se dan dentro del proceso de vida humano (como por ejemplo, la política, económica, social…). Esto no es más, repito, que el resultado de un análisis fundamentado en la exterioridad que obvia las necesidades inmanentes del concreto a estudiar. Como consecuencia nos encontramos con una praxis abocada al fracaso desde su teorización.
Esto es simplemente un ejemplo concreto de los resultados que conllevan una acción política que no se (re)conoce en su determinación. Por lo tanto, desde la propia organización y el ulterior despliegue de su acción política, el reformismo socialdemócrata parte de una limitación ontológico-práctica y gnoseológica clara puesto que su aproximación metodológica es incapaz de comprender el metabolismo social específicamente capitalista en su totalidad. En todo caso a lo que podría aspirar sería al cambio de las formas concretas de realizarse las necesidades del capital y no a la forma concreta en la que este se (re)produce y organiza. En otras palabras, aspirar a reformar las manifestaciones del capital en vez de a la negación de este último.
Subjetividad revolucionaria enajenada y la limitación determinada
A modo de conclusión, creo que sería fundamental enunciar dos hechos que se infieren del desarrollo hasta ahora realizado.
En primer lugar, tal y como expone Starosta: “[…] la conciencia de los trabajadores es una forma concreta de la conciencia enajenada. Esto es válido tanto para las formas de subjetividad de la clase obrera que reproducen el movimiento de la enajenación, como para las que desarrollan las potencias históricas necesarias para abolirlo, es decir, la conciencia revolucionaria”3. Esto quiere decir que la subjetividad revolucionaria no se encuentra ontológicamente enraizada en una supuesta naturaleza material genérica, sino que esta misma debe entenderse como parte del propio desarrollo inmanente y contradictorio de las determinaciones del modo de producción capitalista. En dos palabras, la subjetividad revolucionaria parte del reconocimiento del proletariado en su enajenación. Es decir, que esta no escapa de las formas reificadas de mediación social. El estudio y surgimiento de esta no puede partir más que de la unidad más simple de nuestras sociedades (la mercancía) y del desarrollo (ulterior) inmanente y contradictorio de la lógica operatoria ontológico-fundamental específicamente capitalista (ley del valor).
En segundo lugar, el rechazo y la crítica hacia los límites ontológicos (en el plano praxeológico) del reformismo socialdemócrata debe de centrarse en el movimiento óntico (el despliegue de las determinaciones pertinente) que resulta en la realización total de la negatividad con respecto de sus pretensiones emancipadoras, es decir, su no-realización. Esto es, dar cuenta de la determinación y, por tanto, la limitación ontológico-práctica que tiene la mera reforma de las formas concretas de realizarse las determinaciones más simples del modo de producción capitalista, en vez del cambio en su totalidad de las bases sobre la que se erige este metabolismo social históricamente específico fundamentado en la producción de mercancías de manera privada e independiente.
[1]. Aquí se está haciendo referencia al libro escrito por Lenin, ¿Qué hacer? (1902)
[2]. Marx, K. (1859). Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política.
[3]. Starosta, G. (2016). Marx´s Capital, Method and Revolutionary