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Sobre la lucha por el salario y la nueva subjetividad obrera

Texto escrito por: Lavoro Zero

Traducción: Pablo Oliveros


Introducción a la presente edición

El presente artículo es una traducción de la revista Lavoro Zero, un volante informativo publicado en de Porto Marghera, uno de los muchos centros industriales que existían en la Italia de esos años pero que constituye una de las experiencias políticas de base decisivas del largo 68 italiano junto con la FIAT de Turín y la Pirelli en Milán, el cual comenzó su andanza entre 1973-1974, sirviendo órgano de expresión de la asamblea de lucha del centro petroquímico, para después durante 1976-1979 convertirse en el giornale comunista del Veneto. Como muchas de las publicaciones de su época, trataba de acercar testimonios acerca de la “revuelta obrera contra el trabajo en las fábricas” o lo que se ha conocido como el extrañamiento obrero, es decir, la lucha contra la producción y contra el mando de la empresa, para negarse como clase obrera e ir al ataque del poder del Estado.

Este artículo pertenece al número de Diciembre de 1975 y debe comprenderse dentro del contexto de publicaciones autónomas de base, cada una con sus inclinaciones organizativas, que trataban de romper con la identidad de la unidad obrera representada por el PCI y su principal sindicato el CGIL, para propugnar desde  el lugar de la asamblea la separación obrera, separación y rechazo a seguir siendo obreros en cuanto a tales, lanzando a su vez un proceso de recomposición de los diferentes estratos obreros contra el poder capitalista representado en la figura espacial y geográfica de la fábrica.


I. De la lucha por el salario a la nueva subjetividad obrera

Con este artículo tenemos la intención de abrir el debate sobre la relación entre subjetividad y movimiento de clase. Estamos convencidos de que la problemática del sujeto es parte integrante y fundamental del discurso de clase que pretendemos desarrollar en esta revista. Por tanto, a esta primera intervención, de carácter prevalentemente teórico, le seguirán otras que sean capaces de ofrecer a los compañeros una imagen lo suficientemente amplia del problema, ya sea en un nivel teórico o sobre el nivel mas especifico de experiencias concretas maduradas en el seno del movimiento.

“Tan pronto como el cabecilla se transforma en dirigente, el principio jerárquico salva el pellejo y la revolución se sienta para presidir la matanza de los revolucionarios. Hay que recordarlo sin cesar: el proyecto insurreccional sólo pertenece a las masas, el cabecilla lo refuerza, el jefe lo traiciona. Entre el cabecilla y el jefe se desarrolla la auténtica lucha”. (Raul Vaneigem, Tratado del saber vivir para uso de las nuevas generaciones)

No nos interesa abrir aquí un debate sobre la subjetividad en términos abstractos e ideológicos, es decir, separado del aspecto cualitativo de la confrontación de clases en curso que se desarrolla por todo el país. Hacer eso justificaría una vez más la separación entre experiencia y práctica política: una separación que el movimiento siente en su propia piel, pagándolo a veces con el precio de una parálisis de la fantasía y la imaginación, de una regresión hacia lo privado que se transforma para muchos compañeros en crisis de la identidad política propia, en pérdida de la capacidad de lucha.

En cambio, es precisamente esta contradicción la que pretendemos combatir. Estamos convencidos de que sobre el terreno existe ya la propuesta obrera, a través de los indicios y expresiones de lucha que los sectores más avanzados del movimiento clasista han expresado, y que los grupos políticos, en su inmensa mayoría han ignorado o planteado como algo remoto y marciano.

II. La cuestión de la igualdad y el comunismo tosco

A lo largo de los años 60 los obreros han salido a las calles para imponer el aumento igual de salario para todos, enfrentándose incluso a los sindicatos, los cuales proponían el aumento por percentuales en el seno de las industrias. La diferencia entre la propuesta obrera, que fue impuesta gracias a la lucha en las plataformas contractuales del 69 y la propuesta sindical, fue y sigue siendo cualitativa y política, no simplemente cuantitativa. Al ciclo capitalista se le impone, a través de una expresión de clase, una lucha alrededor de los deseos materiales de los obreros, que prescinde de la estructura y el funcionamiento del ciclo capitalista. La ruptura de la relación entre salario y productividad representa la emergencia de un deseo obrero que se configura, en toda su radicalidad sectaria y subversiva, como variable independiente del ciclo. La reclamación de aumentos igualitarios para todos no está motivada por ninguna expresión ideológica neocristiana, o de una tensión obrera acerca de las formas de un “comunismo completamente tosco e irreflexivo”, donde “la comunidad es solamente comunidad del trabajo e igualdad del salario” y donde el salario es “el destino de cada uno”, y el capital es “la reconocida universalidad y potencia de la comunidad” (K. Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844). La lucha por el salario igual para todos, acompañada por la lucha a favor de la reducción de la jornada laboral, es en realidad una lucha contra el trabajo, y por tanto, también a favor de un tipo de sociedad que se organiza en torno a la independencia y la multiplicidad de las necesidades, o dicho de otra manera, entorno a la capacidad de estas mismas necesidades de comandar sobre la producción, reduciendo el trabajo a trabajo necesario.

Gran parte de la izquierda, del FIM al Manifesto, del PCI a Lotta Continua, han interpretado el igualitarismo de las luchas obreras, y por tanto la explosión del 68, bajo la óptica de lo que Marx, en los manuscritos del 44, llamaba comunismo tosco. Estos señores no se dan cuenta de que cuando los obreros reclaman salarios iguales para todos, luchando por la restricción del rango parametral o practicando la autorreducción, los obreros en lucha están en realidad reafirmando de forma obstinada su autonomía y la independencia de sus necesidades en contra del aparato productivo y el poder político. El objetivo igualitario no es más que un primer instrumento en la afirmación de estos deseos: sirve para la masificación de la confrontación, para hacer crecer la propia correlación de fuerzas, es útil, al fin y al cabo, para defender y mejorar las condiciones de vida. Establecer una prefiguración del comunismo, y después interpretar las cuestiones comunistas que las luchas han expresado, partiendo solamente de las luchas igualitarias, significa sin embargo, comprender de manera restrictiva la dimensión política de estas luchas, permaneciendo encerrados en la concepción del comunismo inmaduro, sin entender que la confrontación de clases, sobre todo a partir del 68, plantea como horizonte estratégico la reducción del trabajo al trabajo necesario, y con ello la posibilidad misma de extinción del trabajo asalariado. Debido a a la potencia de esta perspectiva, hoy la ofensiva capitalista es un intento de transformar la lucha contra el trabajo en lucha por el trabajo, atacando de forma directa los niveles de calidad de vida de todos los proletarios (con sus bien conocidos instrumentos) y reduciendo el nivel de ocupación de la fuerza de trabajo, con una efectiva disminución, ya sea de la ocupación relativa como de la absoluta.

Sin embargo, el dato político más relevante de estas luchas es sin duda la emancipación de las necesidades proletarias de la estructura del ciclo capitalista. El salario desenganchado de la productividad y el aumento igualitario para todos representa históricamente el comienzo de dicha emancipación, una primera forma, y no la única, a través de la cual se expresa de forma fundamental la ruptura entre la necesidad proletaria y el ciclo capitalista, entre necesidades y laboriosidad general.

Cuando la necesidad proletaria se ha afirmado con esta radicalidad, el choque ha adquirido las proporciones más llamativas: la historia misma que ha adquirido el desarrollo del movimiento, del 68 hasta hoy. La independencia de las necesidades, que se expresa, al nivel obrero, incluso en el igualitarismo salarial, no es simplemente un requisito de aplanación y nivelamiento de los rangos en la fábrica, ni siquiera una reclamación por un salario justo, es en todo caso la premisa material de apertura de posible momento revolucionario. Solo cuando, en términos de correlación de fuerzas, la necesidad proletaria pueda liberarse del control y del condicionamiento capitalista: sólo entonces es posible que se transforme, dentro de una situación revolucionaria (como por ejemplo durante mayo del 68) en deseo, esto es, en una simultánea explosión de deseos, que hagan posible la afirmación política generalizada de la necesidad proletaria autónoma. Aquí, en este momento, la lucha y la misma violencia devienen creativas: la subjetividad proletaria, aunque se mueve a través de objetivos igualitarios, no representa necesidades igualitarias y por lo tanto se expresa en las más variadas formas. No se trata más de un movimiento de masas organizado centralmente. Lo que se produce es la conexión de una “multiplicidad de deseos moleculares”, que es precisamente lo que determina la crisis del poder político, al ser esta acumulación simultánea de una “multiplicidad de máquinas deseantes”[1]

La emergencia del deseo dentro de la lucha obrera se encuentra dentro de la emancipación de las necesidades obreras del ciclo capitalista. ¡Ese el verdadero misterio de la lucha de clases, lo reprimido, lo olvidado, aquello de lo que no conviene hablar, aquello de lo que casi ningún grupo hoy habla! Con esto queremos expresar que incluso en situaciones donde simplemente existe una permanencia de las luchas y no solo cuanto estas luchas explotan en sus picos más altos y generalizados, la presencia activa del deseo se manifiesta: liberando una nueva subjetividad proletaria, capaz de dar indicios del conflicto que es capaz de invertir la “esfera privada”, la vida cotidiana. Aludimos explícitamente a la lucha contra el comando capitalista, contra los jefes, contra la jerarquía, o lo que es decir el rechazo obrero de la máquina burocrática leninista, venga del grupo del que venga propuesta. Estos dos aspectos de la lucha obrera son el auténtico continuador de la lucha igualitaria, y representan ideas extremadamente fecundas para un punto de vista de clase sobre el problema de la subjetividad.

III. Lucha obrera contra el poder de mando de la empresa

Mirafiori, marzo de 1973: nos encontramos ante uno de los momentos más intensos de la lucha obrera en la FIAT de estos últimos años. La columna vertebral del mando capitalista, la de los jefes, es duramente atacada. La “dirección capitalista” en su forma “despótica” -es decir aquella que cumple “la función de dirigir, supervisar y coordinar”- se encamina a “la función del capital hacia la subordinación del trabajo una vez este se transforma en trabajo cooperativo”. La función del jefe es la “función de la explotación del proceso social del trabajo, y por tanto portador del inevitable antagonismo entre el explotador y la materia prima viva que explota” (K. Marx, Il Capitale, 1, 2, pág. 28 es gg., Roma 1956). Los obreros de la FIAT empujan este antagonismo social hasta su raíz, a través de nuevas formas de lucha. Y en la medida en que atacan una de las principales fuentes de “autovalorización del capital”, al expresar a través del rechazo al trabajo elrechazo a “la cooperación de los obreros asalariados”, que no es más que una “simple prolongación del capital”. Rechazo por tanto a un “despotismo” que “desarrolla después las formas peculiares a medida que la cooperación se desarrolla en una escala mayor” (K. Marx, ibidem, pág. 29). Dentro de este tipo de luchas, las vanguardias internas de las fábricas redescubren de manera creativa -y a un nivel de masas- el uso de la violencia: descartan la mediación sindical (se verá incluso el caso de muchísimos delegados, incluso pertenecientes a la  base del PCI, que participan en las palizas a los jefes, naturalmente bajo el más absoluto silencio de la prensa ante estos hechos), liquidando completamente, y con la justa brutalidad, cualquier posibilidad de una gestión política por parte de los grupos de la izquierda extraparlamentaria. La dirección política externa es rechazada. La máquina obrera -la organización obrera que produce la guerra de clases contra el trabajo- debido a que es, al menos tendencialmente, una máquina deseante -organización obrera por la satisfacción de la necesidad y la realización del deseo- no puede ser totalmente gestionada. Se trataría aquí de leer lo dicho por Marx en el capítulo sobre la cooperación anteriormente citado, a partir de los hechos que han acontecido en la lucha en Mirafiori del 73. Al mismo tiempo se trata de leer el choque de Mirafiori del 73 a través de las claves teóricas de este capítulo. Con esto queremos señalar que, en este sentido, que la lucha contra el poder de mando es directamente lucha contra el trabajo. Y lo es en la medida en que el poder de mando es una función directa del capital, que crece con el desarrollo de la cooperación, por lo que los ataques a los jefes no pueden ser vistos como una reclamación por un trabajo mejor, más democrático, sino como un ataque contra el trabajo. La creatividad obrera desplegada, que no puede ser recuperada y subsumida por el capital fijo, se traduce de hecho en muchas ocasiones en sabotaje a una máquina. Un sabotaje inteligente en el cual no se golpea tanto la máquina, de manera indiscriminada, sino más bien esa parte de la máquina que ha sido precisamente construida para controlar la productividad. Esta creatividad obrera es una forma nueva de subjetividad. Es un rechazo del poder de mando capitalista que se transforma, al mismo tiempo, en rechazo activo, creativo y autoorganizado del mando impuesto por las jerarquías políticas, de la dirección política externa, de la máquina burocrática leninista en definitiva. 

Los grupos y las fuerzas políticas reaccionaron mostrando su total impotencia, y a menudo también su idiotez. Tratando de ejercer el ejercicio de recuperación del movimiento real (ver la línea del CGIL sobre la democratización de los jefes); mistificando el alcance real de la confrontación, tratando así de remover sus aspectos más radicales (en el opúsculo de Lotta Continua: Las jornadas de la FIAT, la depuración de los jefes es tratada de forma marginal, como un aspecto no esencial de la ocupación de la fábrica, siendo evidente que las palizas fueron un punto fundamental para llegar a la ocupación; e incluso, con mayor sutileza, transformando el explícito rechazo obrero al partido en presencia misma, en el interior de la FIAT, del partido invisible de la Mirafiori (Consultar el Nº 0 de “controinformazione”))

Lo que queremos subrayar con todo esto es precisamente la continuidad entre el ataque al mando capitalista y el rechazo a la máquina burocrática leninista; el hilo rojo que conecta estos dos momentos define hoy el nuevo nivel de subjetividad expresado por los sectores más avanzados del movimiento de clases.

IV. El rechazo de la máquina leninista

La cooperación de los obreros “comienza con el proceso productivo, pero en el proceso productivo han dejado ya de pertenecer a sí mismos. Al participar, se incorporan al capital. Como cooperantes, como miembros de un organismo operante, son solo un modo particular de existencia del capital” (K. Marx, ibidem, pág. 30). Así habla Marx en el capítulo acerca la cooperación. No se insistirá nunca lo suficiente acerca del alcance y las consecuencias de este análisis respecto al debate sobre la organización. Es contradictorio pensar que las nuevas formas de organización producidas por los obreros en las luchas de estos años reflejan la organización y la división capitalista del trabajo; esta es la realidad histórica, ¡Este es el sentido de la advocación mariana! La cooperación en el proceso productivo priva al obrero de su dimensión de clase, lo reduce a mera fuerza de trabajo. Y por esto el “Partido-empresa”, del cual habíamos hablado, además de ser una figura contradictoria, es negado por la cualidad misma del conflicto de clase que se ha desarrollado en este decenio: todas las formas descubiertas de organización de la autonomía obrera, que han crecido dentro de la lucha contra el trabajo, niegan el poder de mando capitalista y a su vez destruyen la maquina burocrática leninista. Solo de esta manera podemos comprender muchos de los fracasos políticos de estos últimos años. Ninguno de los encuentros y tiempos cruciales de la lucha obrera ha sido decidido en la sede de ningún grupo o en el comité central de ninguna organización de extrema izquierda.

Por tiempos cruciales, por supuesto, nos referimos a esos períodos autónomos de lucha obrera que han pasado por alto la dirección reformista, pasando por encima de la capacidad sindical de contención, que así han provocado y profundizado la crisis capitalista. Aludimos a los periodos que han definido la ingobernabilidad clasista de los países en el capitalismo maduro. Guste o no a los tardo-leninistas, los periodos autónomos de la ingobernabilidad de clases son periodos organizados… ¡pero no por ellos! Son periodos organizados, no solo rabia y espontaneidad. Marzo del 73 en Mirafiori lo ha demostrado de forma admirable. En los momentos más álgidos de la lucha ha sucedido aquello que Marx observaba a propósito de los comuneros de 1871: el proletariado se mueve hacia la reapropiación de su vida social. El ser social atraviesa un proceso de recomposición en su unidad. La realidad política como hecho separado viene a ser radicalmente negado.


[1] F. Guattari 1974 Micropolitica del desiderio, in: Follia e società segregativa, Feltrinelli, pág. 43 En español en Micropolítica. Cartografías del deseo, Traficantes de Sueños

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