Texto escrito por @volodia1917
Hay libros que al ver la luz logran llenar un vacío hasta entonces aparentemente imperceptible. Este ha sido el destino inmediato de Compulsión muda de Søren Mau, recientemente publicado en danés, inglés y alemán, que lo será próximamente en árabe y francés, y cuya versión en español disfrutamos desde ahora. Estamos con toda probabilidad ante lo que en el futuro será leído como un clásico de los estudios marxistas. Se trata de una genuina aplicación del marco intelectual de la crítica de la economía política, que consigue combinar la originalidad y el debate con el respeto por la exposición científicamente rigurosa de su objeto. El propósito: elaborar los rudimentos de una teoría del poder económico del capital. El lector de cierto Marx, vulgarizado y economicista, arqueará la ceja en señal de asombro. ¿No era la economía un reino de relaciones técnicas, puramente instrumentales, que Marx describe desde la más estricta imparcialidad política? ¿Qué tiene que ver el poder en todo esto? Es mérito de Søren Mau haber contribuido a desenmarañar el enredo.
Marx se refirió una vez al capital como “la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa” (1971: 28). En realidad, las referencias al capital como un mecanismo social de poder y dominio se reparten por todos sus escritos “económicos”. Esto es sólo un indicio de que, tal y como sugiere Compulsión muda, la crítica de la economía política apunta a una renovación simultánea de los conceptos de economía y de poder. Esta renovación busca diferenciarse de una cierta concepción dualista que falsea las relaciones de producción de las que, no obstante, se deriva. Sobre esta mistificación, sancionada intelectualmente por la economía política, se erige el concepto de poder más extendido en el campo de la teoría social burguesa. Y es que, una vez la economía ha sido fetichizada como proceso natural –ergo ajeno a disturbios históricos y políticos—, el poder sólo encuentra explicación desde el punto de vista de un ámbito extraeconómico, puramente político, aunque igualmente fetichizado y abstraído de su contenido y determinación social.
Desde el prisma de los dogmas de la teoría social burguesa, el poder y la dominación, igual que el desequilibrio y las crisis, aparecen como resultado de la infracción de las leyes de la economía, donde los denominados “fallos de mercado” representan excepciones accidentales, externas al normal funcionamiento de la producción y el intercambio capitalistas. Hay quien, subiendo un poco la apuesta, se atreve a señalar al mercado como institución estructuralmente ineficiente, incapaz de garantizar la satisfacción de necesidades que la sociedad pueda eventualmente anteponer al lucro privado –la transición ecológica o la justicia social, pongamos por caso. De esta opinión son quienes, desde un prisma más keynesiano que marxista, sugieren que el equilibrio y sostenibilidad del desarrollo social dependen en último término del comando económico y político del Estado. Tal concepción estado-céntrica de la sociedad permite la crítica, en esencia moralista, de ciertos efectos perniciosos de este modo de producción, pero no la de sus fundamentos históricos y sociales. En esa medida comparte con la tendencia liberal los principios mistificadores de la economía política, para la que el modo de producción capitalista es un sistema equilibrado y, como tal, desprovisto de relaciones antagónicas de poder.
El interés de Compulsión muda en este punto no muere con la desvinculación clara que establece entre el programa teórico de Marx y el de las distintas variantes de la teoría social burguesa. La caracterización del poder económico del capital permite, además, comprender en qué medida se han podido reproducir algunos de los principales vicios de esta última en las filas del marxismo. El comunismo del siglo XX, sin ir más lejos, llegó a creer que una economía estatalmente dirigida, aunque siguiera sometida a los imperativos de la acumulación global y el régimen internacional de competencia, podría inmunizarse ante el poder del capital y resistir a largo plazo sus envites. En no pocas ocasiones, la ingenuidad intelectual –combinada quizá con cierto ánimo de popularización y la necesidad de justificar la correlación de fuerzas realmente existente— ha llevado a reducir la cuestión del poder a la capacidad de someter al enemigo por medio de la violencia estatal. Este es, sin duda, un aspecto importante, incluso indispensable, de cualquier poder efectivo. Sin embargo, esta dimensión no agota ni puede explicar completamente la modalidad de poder mediante la que se reproduce el capital, de la que la violencia es sólo un aspecto subordinado. Una vez el campo de batalla en el que se miden los contendientes es el mercado internacional, la economía dirigida por un Estado socialista temporalmente triunfante pasa a convertirse en uno más de los agentes en competencia, y la planificación de la actividad de unidades productivas coordinadas bajo su mando centralizado se revela como un instrumento igualmente sometido a imperativos de productividad generalizados, a los que les importa más bien poco que la bandera de un país sea roja, yanqui o tricolor.
De ahí la legitimidad de un proyecto como el de Compulsión muda, que acepta la necesidad de reconceptualizar el poder sobre la base de la crítica de la economía política, un marco teórico para el que el capitalismo es un sistema en desequilibrio, asimétrico y esclavizador. Pero no lo es como resultado de la mala fe de oligopolios, patronales o partidos políticos. Es la compulsión de relaciones económicas de carácter impersonal, que poseen prioridad ontológica sobre la fuerza bruta o la “ideología” de los individuos, la que obliga a estos a actuar de acuerdo con la autoridad de un patrón que no está colectiva y conscientemente controlado y que, por tanto, se impone ciegamente sobre ellos como un poder extraño. En principio, nadie nos obliga a comprar mercancías o a trabajar por un salario. Es la forma misma en la que producimos, intercambiamos y consumimos la que instituye unas relaciones sociales que nos fuerzan inadvertidamente a ello. De ahí que la compulsión que el capital ejerce sea, parafraseando a Marx, “muda”: se impone espontáneamente sobre el conjunto de la sociedad, que sigue la lógica naturalizada de un poder crecientemente enfrentado al desarrollo pleno de la mayoría de la población. Ello exige, por un lado, que la economía deje de ser pensada como una realidad políticamente neutral y pase a comprenderse como un campo de fuerzas estructurado de principio a fin por una relación social de poder, cuya base no es el Estado, sino la acumulación del capital. Como consecuencia, exige también que la política deje abstraerse de la reproducción material de la sociedad, como si la administración de la comunidad políticapudiese reducirse a una pugna de voluntades que se autodeterminan al margen de cualquier lógica social.
Ni las teorías del denominado determinismo económico ni las teorías de la autonomía de lo político aciertan en dar respuesta a la forma en que poder y reproducción social se entretejen, cayendo necesariamente más acá –o más allá— de la teoría del poder económico de Marx. Según esta última, el poder es interno a una totalidad de relaciones económicas supraindividuales, personificadas por individuos que “funcionan” de acuerdo con aquellas –la resonancia de la categoría aristotélica de actividad (enérgeia)es aquí evidente. En cualquier caso, si bajo el modo de producción capitalista los seres humanos están “dominados por abstracciones” (Marx, 1971: 92), no por ello deja de ser esta una dominación de clase, esto es, una dominación del capital sobre el trabajo personificada por los capitalistas y sus agentes derivados. Este ha sido, de hecho, uno de los puntos débiles de la recepción académica contemporánea de la obra de Marx, para la que el énfasis en la dominación impersonal y abstracta ha operado la mayor parte de las veces en detrimento de la lucha de clases, que sigue siendo la forma conflictiva que necesariamente adopta la acumulación capitalista[1]. He aquí uno de los grandes logros de este libro, que demuestra que el dominio abstracto e impersonal y el dominio de clase no son aspectos excluyentes, sino realidades mutuamente presupuestas[2].
Capitalistas y trabajadores son, como ya decía Marx, simples exponentes de determinadas categorías económicas. Sería absurdo pretender, por ejemplo, que un individuo es trabajador en virtud de su naturaleza o por una decisión personal. Pero también lo sería pretender que lo es por culpa de una voluntad ajena. Un individuo será trabajador desposeído mientras ejecute una función muy precisa como personificación de tiempo disponible para el capital, ya sea trabajando para un capitalista o, en su defecto, engrosando las filas del ejército industrial de reserva sin trabajar para ninguno –una “reserva” cuyo tiempo, como su propio nombre indica, permanece igualmente disponible para el capital, aunque permanezca temporalmente inutilizado. Esto incluye, claro está, el “tiempo libre” del proletario, durante el que funciona para el capital tanto como durante su tiempo de trabajo: “El hecho de que el obrero efectúe ese consumo en provecho de sí mismo –dice Marx—, y no para complacer al capitalista, nada cambia la naturaleza del asunto” (2017a: 661). En definitiva, los desposeídos dependen del capital en su totalidad, antes e independientemente de los tratos aislados que puedan alcanzar con cada uno de los capitalistas que lo personifican.
En el caso de Compulsión muda, la acertada conceptualización del poder capitalista como poder social y colectivo que trasciende las esferas limitadas del mercado y el trabajo no conduce a una exaltación del capital como sujeto omnipotente, ni lo inviste en ningún caso de poderes mágicos. Mau advierte que debemos contemplar esta relación de dependencia con cierta perspectiva, ya que, si bien es necesaria dentro del modo de producción capitalista, es contingente en relación con la historia total de los modos de producción. No siempre existió, ni tiene por qué existir más en un futuro. La prueba la aportaría una ambiciosa ontología social, que aspira a dar cuenta de cómo una sociedad como la capitalista es posible en primera instancia, a la vez que explica por qué no es necesaria en términos absolutos –he ahí la razón por la que podría ser disuelta. Para ello Mau presenta argumentos relevantes sobre la precariedad constitutiva del cuerpo humano, el único cuya existencia está separada entre la corporalidad viva del individuo, por un lado, y la corporalidad muerta del instrumento y el conjunto de sus condiciones naturales de existencia, por otro. El cuerpo humano propiamente dicho es la relación entre ambos extremos, una relación cuya forma determinada resulta históricamente variable. El capital, desde este punto de vista, ha de entenderse como una lógica que se interpone entre los individuos y las condiciones objetivas que permiten reproducir su vida, siendo este, entonces, una de las formas del metabolismo humano.
Esta forma particular del metabolismo engendra condiciones para una sociedad libre de dominio, que es históricamente posible, aunque socialmente irrealizable dentro de los límites impuestos por el capital. Esto nos obliga a reflexionar sobre una manera de reproducir la sociedad capaz de detener la esclavización y el sometimiento de la mayoría desposeída de la población. Este imperativo de transformación social, empero, no puede remitirse a un principio ideal, a una ideología pretendidamente exterior al modo efectivo en el que nuestra sociedad se reproduce. Este fue, en cierto modo, el error de la Ilustración burguesa y sus primeros herederos socialistas, que medían la heteronomía y la superstición conforme a un criterio abstracto, completamente desprovisto de concreción histórica. Esa es la razón de fondo por la que Marx y Engels censuraron enérgicamente la pretensión de imponer ideas y principios sobre el curso efectivo de la sociedad y las luchas del proletariado. Ambos trataron de dar cumplimiento a la sentencia según la cual “las tesis teóricas de los comunistas no descansan en absoluto en ideas, en principios inventados o descubiertos por este o aquel reformador del mundo”, sino en “la expresión general de […] un movimiento histórico que transcurre ante nuestros ojos” (Marx; Engels, 2011: 68). Al ofrecer una rica panorámica del poder económico del capital, Compulsión muda ofrece también la posibilidad de avanzar en la dirección de un pensamiento estratégica y tácticamente situado en el marco conceptual de la crítica de la economía política. De acuerdo con sus argumentos centrales, dejaría de ser necesario acudir al populismo de Laclau, al decisionismo de Schmidt o al republicanismo de Rousseau para hacer inteligible la intervención política, igual que dejan de serlo Keynes y sus sucesores para el análisis económico de coyuntura.
La política, incluso en los momentos de mayor entusiasmo y optimismo, no era para Marx la intervención externa sobre estructuras sociales inertes, sino la transformación inmanente de las relaciones sociales de producción. La concreción práctica de la crítica de la economía política a la que aspiró consiste en la activación de los resortes del poder social del proletariado, es decir, en la conversión de las tendencias históricas implícitas en expresiones explícitas del acaecer social. La ley de la acumulación capitalista es en ese sentido el fundamento interno de aquellas tendencias, la principal de las cuales consiste en la reducción constante del trabajo socialmente necesario y la consecuente caída de la tasa de ganancia del capital. De esta ley depende, por lo tanto, la posibilidad objetiva de organizar colectivamente su descomposición histórica. A pesar de ello, y a mi entender de manera equivocada, Søren Mau sostiene –siguiendo en esto a Michael Heinrich—, que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia no se puede deducir conceptualmente teniendo en cuenta el nivel de abstracción en el que opera El Capital, razón por la que no puede afirmarse que esta sea una tendencia necesaria. Heinrich no niega, sin embargo, que esa tendencia sea posible, de modo que la investigación empírica podría dictaminar si se cumple o no en la realidad.
Esta escisión entre el plano ideal y el real, entre el plano lógico-sistemático y el histórico-empírico, descuida aspectos relevantes del procedimiento que Marx pone en marcha en su crítica de la economía política, comprometiendo con ello su potencial transformador. A fin de cuentas, concebir el desarrollo teórico como despliegue autónomo de conceptos sin contenido se asemeja peligrosamente a esa actitud contemplativa despreciada por Marx y Engels como “ideológica”, para la que la doctrina comunista se convierte con demasiada facilidad en una cadena de sentencias cuidadosamente separada de la práctica. Existe, no obstante, una alternativa a dicha separación, que pasa por asumir que la lógica que necesitamos no es puramente deductiva. Marx no se limita a subsumir fenómenos particulares bajo la regla externa de conceptos universales abstractos, o lo que es lo mismo, no se limita a postular fundamentos de los que se siguen mecánicamente ciertas consecuencias. La suya no es una lógica formal. Su lógica es dialéctica o reflexiva, esto es, una lógica que despliega retroactivamente las determinaciones de un proceso cuyas leyes internas –expresadas conceptualmente en “abstracciones”— ya se han desplegado externamente en el movimiento histórico efectivo. El Capital no parte de principios –“yo no parto de conceptos”, dirá Marx—, sino “de la forma social más simple en la que se presenta la riqueza en la sociedad actual”, tomada como totalidad realmente existente (2022: 31).
En este sentido, el “término medio ideal” del que habla Marx (2017c: 944) no puede asimilarse al tipo ideal weberiano –una suerte de estándar exterior a los contenidos particulares que pretende capturar—, ni tampoco a un concepto abstracto que engendra mágicamente sus propios supuestos –ese “demiurgo de lo real” que Marx proyectaba injustamente sobre la Idea hegeliana. Sólo desde el tipo de lógica dialéctica y reflexiva recién descrito sería posible dar cabida en la crítica de la economía política al análisis de coyuntura, así como a múltiples fenómenos cuya necesidad, en la medida en que arrastran el elemento de la contingencia histórica, no puede simplemente deducirse de un concepto. No hace falta enredarse en especulaciones para justificar esta postura. Existe una serie de fenómenos bien reales, contingentes en un sentido histórico, que la crítica de la economía política de hecho explica sin necesidad de incrustar una metodología extraña en su sistema de categorías. Entre ellos figuran, por ejemplo, la transformación de las condiciones técnicas del proceso de trabajo por la subsunción real, la consecuente periodización de la lucha de clases en fases de cooperación, manufactura y gran industria, la plasmación del capital en el tiempo y el espacio que el propio Mau estudia, o el metabolismo del cuerpo humano en tanto que encarnación de una relación económica formal.
La unidad de lo ideal y lo real se explica por el hecho de que las categorías de la crítica de la economía política no son simples abstracciones mentales o psicológicas, asimilables a una suerte de formas subjetivas que regulan nuestra manera contemplar la sociedad. Aquellas son formas que existen in actu, de manera efectiva y funcional,en el propio capital en movimiento (Marx, 2017b: 124). Las categorías son, literalmente, formas del ser, modos determinados de existencia (1971: 27). Y, en tanto que formas de pensamiento, no sólo encierran un contenido, sino que son “socialmente válidas, y por tanto objetivas, para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de producción social históricamente determinado” (Marx, 2017a: 127). Los momentos más abstractos del pensamiento teórico, por tanto, sólo pueden comprenderse como aspectos internos de la práctica que describen. Y esto nos da la clave para entender la relación latente que existe entre la descripción de las leyes económicas de la sociedad moderna y el compromiso con un modo de producción asociado, sin la que la crítica de la economía política carecería del más mínimo sentido. El poder del capital debe comprenderse, no como un objeto idealmente descriptible en la inmediatez de sus determinaciones, sino como un proceso histórico del que formamos parte y contra el que virtualmente nos organizamos. Sólo así se justifica la afirmación de Marx según la cual la crítica de la economía política representa a una clase, a la clase “cuya misión histórica consiste en trastocar el modo de producción capitalista y finalmente abolir las clases: el proletariado” (2017a: 53).
La teoría del poder económico del capital de Compulsión muda nos obliga a una pregunta no sólo legítima, sino, llegados a este punto, incluso necesaria: ¿Cómo realizar, actualizar y concretar el compromiso político latente en la crítica del poder del capital? ¿Cómo constituir al proletariado en un poder social, en un Partido? Sabemos que el ataque sobre la síntesis del poder del capital, personificada en el Estado, presupone un poder social acumulado: el proletariado debe estar maduro para gobernar, que en su caso significa ser capaz de rebelarse contra la autoridad ilegítima de los funcionarios del capital sin disolverse en el intento. A su vez, la destrucción del Poder del Estado, entendida como disgregación de la cadena de mando del capitalista colectivo, se presenta como una premisa, puesto que posibilita el desarrollo y acumulación ulterior de aquella fuerza social, ahora liberada del agobio de constricciones exteriores. La revolución política, entonces, es la expresión superficial, aunque igualmente necesaria, de un nuevo modo de producción que florece bajo los grilletes de las relaciones de producción capitalistas.
La forma coherente y desarrollada de estos brotes germinales exige que el potencial productivo esté crecientemente sometido al control racional de una asociación de individuos libres, siendo ella misma la forma del nuevo modo de producción en emergencia. El proletariado, por su parte, es su principal fuerza productiva, la sustancia sobre la que sostiene y el poder capaz de materializar sus imperativos. El proceso de su materialización obedece sin embargo a la lógica contra la que se rebela –y esa es la razón por la que tiene validez objetiva y, por ende, visos de victoria. En ese sentido, en tanto que la subordinación del proletariado al capital está mediada por formas alternativas de competencia, la efectividad de su insubordinación tiene que estar mediada por formas sociales de organización que permitan unificar y generalizar ese proceso. La forma social más apta para ello es, fundamentalmente, el salario, sobre cuya base las fuerzas diseminadas del proletariado pueden sistematizarse y articularse institucionalmente, diversificarse en funciones subordinadas y alimentar este poder en alza que, una vez desarrollado, precipita la síntesis de fuerzas que han agotado la lucha por el salario transformándola en una lucha contra el salario. La síntesis de las fuerzas del proletariado se sitúa ahora en pugna abierta con el poder del capital en un marco de ofensiva general sobre su ganancia y, como consecuencia, en un marco de ofensiva sobre la acumulación. La expropiación de los expropiadores representa de este modo la interrupción de la reproducción capitalista y la consecuente propulsión de la reproducción de un poder social independiente, capaz de reproducirse por sí solo. Al proyectarse como centro y finalidad de su propio desarrollo, sus medios no responden a una necesidad exterior –ni siquiera a una necesidad histórica, mientras esta se entienda como la de una autoridad divina—. Sus medios responden ante todo a una finalidad interna: la de su reproducción a escala ampliada, es decir, la de la acumulación del control colectivo sobre el metabolismo.
Esta lógica, como queda dicho, no se puede imponer mecánicamente, como si la autoridad de las formas que reproducen la asociación de individuos libres fuese exterior a la propia actividad de quienes las personifican. La emancipación no puede venir dada “desde arriba”, puesto que no es una receta ya dispuesta que pueda ser concedida al proletariado –el socialismo así entendido, como demuestra Hal Draper, es, por definición, un socialismo antimarxista (2011)—. La suya es una lógica que bien cabría denominar práctica consciente o revolucionaria, que viene encarnada en la vidadel cuerpo social, y que tolera el cúmulo de contingencias que la atraviesan a la vez que les da forma. “Poder comunista” es sólo un nombre entre otros posibles para condensar el significado de este programa de acción. En tanto que expresión teórica es hoy una simple tesis, un concepto que, mientras no consiga particularizarse y diseminarse sobre fenómenos sociales diversificados, permanecerá enclaustrada en unas pocas mentes como simple hipótesis, una suposición externa al movimiento real de la historia. En la medida en que consiga encarnarse en ese movimiento, reflejarse en sus tendencias implícitas y reunirlas bajo una orientación estratégica, alcanzará, en cambio, una configuración sintética y organizada, esto es, una fuerza histórica realmente efectiva.
La alienación característica del modo de producción en que vivimos no debería inducirnos a pensar que una sociedad emancipada y la práctica capaz de producirla son aquellas en las que los vínculos personales directos son de nuevo el fundamento. Se trata de reproducir el control consciente sobre el metabolismo, claro está, pero sin que ello implique reducir el significado de este control a la capacidad individual de influencia y decisión –una reducción que supone, por cierto, la recaída en la ontología individualista de la teoría social burguesa. En el proceso de su asociación libre los individuos también habrán de ser exponentes de unas relaciones de producción, y la forma más democrática que quepa imaginar para esta asociación exigirá también mediaciones institucionales. El reto consiste en asentar unas relaciones recíprocas cuya vigencia o validez deje de depender de la voluntad de una suma de individuos para que en su lugar se instalen progresivamente modos de actividad regulados por una lógica espontánea en la que “el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos” (Marx, K.; Engels, F., 2011: 79). Precisamente esto es lo buscaba capturar el concepto de visión del mundo (Weltanschauung) cuando fue pensado por primera vez en relación con la cultura y la denominada “segunda naturaleza”: el hecho de que los individuos están insertos en un universo simbólico regido por un sistema de normas que produce la adhesión instintiva de sus miembros. El comunismo debe aspirar a desplegar las determinaciones de su contenido tanto en el espacio –su proyección es internacional— como en el tiempo –pasado, presente y futuro, pues su proyección es también histórica. El comunismo será en esa medida, no una idea o un principio, sino una totalidad, un marco de sentido que instituye una cultura de acuerdo con la cual se forman y educan nuestras capacidades cognitivas, nuestra sensibilidad e inteligencia, igual que nuestra memoria e imaginación. La civilización comunista, en definitiva, instaura su propia compulsión racional, un nuevo conjunto de normas que habrán de regular la práctica humana y que habrán de convertir en necesariolo que ahora parece poco menos que imposible.
Naturalmente, este no es un proceso simple ni lineal, igual que no lo fue la instauración del capitalismo. Este último necesitó todo un proceso de coacción directa y violencia para poder ponerse a funcionar. La coacción extraeconómica que propulsó la denominada acumulación primitiva del capital contrasta con la compulsión muda que comanda la acumulación capitalista propiamente dicha. No obstante, la violencia del aquel proceso se resume, no tanto en la fuerza bruta que pudo llegar a aplicarse por parte de sus responsables directos, sino en la tendencia antinatural, contraria al orden lógico de las cosas, que suponía la disgregación de las formas precapitalistas de producción e intercambio. El estado germinal, casi inexistente, del poder organizado del proletariado hace que su acumulación de fuerzas parezca hoy igualmente arbitraria, como un juego voluntarista que atenta contra la inercia de sociedades crecientemente adaptadas a las necesidades de un poder capitalista en expansión. Pero esta apariencia es la imagen ideológica de un movimiento tectónico de fondo, que sólo puede irrumpir de esta manera:
Hay que hacerse cargo de que las nuevas fuerzas productivas y relaciones de producción no se desarrollaron a partir de la nada, ni del aire, ni de las entrañas de la idea que se pone a sí misma; sino en el interior del desarrollo existente de la producción y de las relaciones de propiedad tradicionales y contraponiéndose a ese desarrollo y esas relaciones. (Marx, 1971: 219-220)
La ruptura comunista es la forma que adoptan los primeros compases de un proceso histórico más amplio que ya está operando implícitamente a nuestras espaldas, que es la crisis del capital como forma civilizatoria integral. Esa ruptura, como es obvio, comporta una cierta voluntad consciente, deliberada, genuinamente práctica. Y sin este impulso práctico, decían unas notas de Marx, el problema de la verdad se convertiría en un divertimento escolástico. Por supuesto que sería injusto pretender que un libro anticipe lo que no le corresponde. Algo más cierto aún para el caso de un prólogo tan escueto como este. A pesar de ello, la conciencia de su limitación se ve compensada por la esperanza de poder convertirse en un arma de lucha en manos de algún inopinado lector, al que, en estricta coherencia con aquel impulso, sólo puede interpelar como miembro virtual de una civilización en ciernes; como miembro de una comunidad de lucha cuya misión histórica, hoy más que nunca, consiste en la subversión revolucionaria del poder del capital.
Referencias
Clarke, S. (2023). Marx, marginalismo y sociología moderna. Madrid: Dos Cuadrados.
Draper, H. (2011). Karl Marx´s Theory of Revolution. Volume 4: Critique of Other Socialisms. Dehli: AAKAR BOOKS.
Endnotes. (2022). Endnotes 2. Miseria y forma-valor. Madrid: Ediciones Extáticas.
Marx, K. (1971). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador). Tomo I. Madrid: Siglo XXI.
Marx, K (2017). El Capital. Crítica de la economía política. El proceso de producción del capital. Madrid: Siglo XXI.
Marx, K (2017) El Capital. Crítica de la economía política. El proceso de circulación del capital. Madrid: Siglo XXI.
Marx, K (2017) El Capital. Crítica de la economía política. El proceso global de la producción capitalista. Madrid: Siglo XXI.
Marx, K. (2022). Manuscritos (1861-1863). Notas marginales al Tratado de Economía Política de A. Wagner. Madrid: Dos Cuadrados.
Marx, K., & Engels, F. (2011). Manifiesto Comunista. Madrid: Alianza Editorial.
Starosta, G. (2015). Marx’s Capital, Method and Revolutionary Subjectivity. Boston: Brill.
[1] Para un repaso escueto de la recepción contemporánea de la obra de Marx entre los autores de la “teoría de la forma-valor”, véase (Endnotes. 2022).
[2] Un antecedente importante de esta postura puede leerse en (Clarke, 2023).Para una conceptualización de la lucha de clases como forma de la acumulación (Starosta, 2014).