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¿Qué hacer en tiempos de debilidad?

Katja Wagner, Lukas Egger & Marco Hamann

Nota introductoria: en octubre de 2021 se inició en el denominado “medio social revolucionario” alemán, a través del blog Communaut, un amplio debate sobre estrategia y organización comunista. Esta fue la primera de las aportaciones que animó dicho debate. La misma fue traducida en su día por Freno de Emergencia. Y a esta le sucedieron otras 8 aportaciones más, las cuales pueden encontrarse todas traducidas en el blog Abwerten. Compartimos aquí la primera aportación al debate con la intención de reavivar, ampliar y hacer avanzar el mismo en nuestro entorno, para lo cual recomendamos estudiar y debatir también el resto de aportaciones. Texto disponible en formato pdf.


En años recientes, por iniciativa de la revista Kosmoprolet, ha habido algunos intentos de intensificar el intercambio dentro del medio del que también surgió este blog, un intercambio que suele ser más bien laxo. El objetivo declarado era reunir a grupos e individuos dispersos que se sienten parte de una corriente comunista antiautoritaria, e iniciar entre ellos una cooperación más continua. Con ese objetivo, empezamos a sostener reuniones suprarregionales sobre temas fundamentales y desarrollos actuales, en un círculo más amplio. Estos encuentros tuvieron el efecto positivo de conocernos y crear vínculos. Sin embargo, mantuvieron una forma relativamente laxa e informal, y hasta ahora no han adquirido un carácter continuo. La «formación de polos»[1] socialmente revolucionarios propuesta por Kosmoprolet en el marco de las movilizaciones contra la crisis, no se ha producido. Hubo iniciativas locales en varios lugares, pero fueron igualmente incapaces de desarrollar un poder que irradiara más allá de su propio círculo. Un primer intento suprarregional de tener una mayor repercusión pública fue el blog Solidarisch gegen Corona (‘Solidaridad frente al coronavirus’), que inicialmente desarrolló una actividad considerable. Sin embargo, pronto quedó claro que el proyecto tocaría a su fin tan rápidamente como empezó porque, al igual que otras iniciativas anteriores, no se basaba en estructuras consolidadas.

El proyecto de blog Communaut es ahora el más reciente de una serie de intentos por unir con más fuerza a este medio social. No se ha planteado como una solución rápida, sino que se ha desarrollado a lo largo de un proceso de casi un año, reuniendo a un equipo editorial permanente con miembros en ocho ciudades, y que se propone tener una base más estable. Consideramos que la posibilidad de sostener debates públicos en el blog es un buen punto de partida para que dentro y fuera de este medio haya una conversación política más continua.

A pesar de esta evolución positiva, cada vez tenemos más la impresión de que en nuestros círculos existe una gran perplejidad en lo concerniente a una perspectiva política a largo plazo, que sea capaz de orientar hacia un mismo objetivo las actividades de los distintos grupos e iniciativas. En consecuencia, los participantes se ven abocados una y otra vez a acciones espontáneas y aisladas que no cuajan en un conjunto convincente y que, por tanto, no consiguen tener el efecto político deseado. Respecto de los problemas estratégicos de qué papel deben desempeñar los comunistas en las luchas sociales y en los enfrentamientos políticos, qué mediaciones son necesarias entre nuestro objetivo final de una sociedad comunista y las luchas actuales, y cuál es la relación entre el debate en los pequeños círculos teóricos y los acontecimientos políticos, nuestro medio, visto a la luz del día, tiene poco que decir. Y parece que no estamos del todo solos en esta valoración: ya en 2015, el editorial de Kosmoprolet #4 afirmaba: «Hoy los debates de la izquierda son, en general, un poco menos banales y fantasmagóricos que antes de la crisis. Pero siguen atascados sobre todo en lo que tradicionalmente se llama la práctica. […] Se echa de menos un plan que sea algo más que una mera declaración de intenciones».

Con este texto, nos gustaría utilizar la nueva potencialidad ofrecida por el blog para estimular un debate fundamental sobre cuestiones de estrategia y de organización política. El punto de partida de nuestras reflexiones es la mencionada ausencia de plan, ausencia que, en nuestra opinión, se debe principalmente a la falta de perspectiva estratégica. Para llenar este vacío, nos gustaría cuestionar en lo sucesivo algunos supuestos básicos de la teoría revolucionaria que prevalecen en nuestro medio.

Estos supuestos los encontramos con mayor frecuencia y expresados con mayor claridad en las revistas Kosmoprolet y Endnotes, por lo que nuestra crítica estará dedicada principalmente a los análisis que estas publicaciones ofrecen sobre las luchas de clase y el papel de los comunistas dentro de ellas.

Pero primero, veamos cuáles son esos supuestos básicos. En su introducción al comunismo de consejos, [2] Felix Klopotek caracterizó cuatro principios que, en nuestra opinión, describen acertadamente las coordenadas del medio social revolucionario. Estas son: la confianza en la espontaneidad de las masas proletarias, la certeza de que durante los periodos de calma las minorías revolucionarias deben entrar en estado de hibernación conformándose como círculos teóricos, la creencia de que la crisis del capitalismo cataliza un movimiento de comunista masas y, por último, el rechazo de los partidos obreros y de los sindicatos, vistos como instituciones contrarrevolucionarias. Para este punto de vista, en lugar de construir organizaciones de clase dentro de lo existente, hay que librar una lucha «por la autonomía de la clase» (Klopotek: 18), autonomía que se manifestaría sobre todo en la aparición de estructuras de base de tipo consejista. A su vez, sólo esas estructuras podrían servir de base para una revolución social.

En nuestra opinión, al adoptar estos supuestos el medio social revolucionario se sitúa consciente o inconscientemente en la tradición del comunismo de consejos. En los años 20, el comunismo de consejos nació de un doble enfrentamiento: por un lado, contra la socialdemocracia reformista y estatalista y, por otro, contra el estalinismo. A la hora de explicar el fracaso de ambos, el consejismo lo atribuyó al hecho de que el viejo movimiento obrero se organizara en grandes partidos y sindicatos, los que le llevó a rechazarlos por principio – quedando este rechazo sintetizado paradigmáticamente en la afirmación de Anton Pannekoek de que «en el nombre mismo de partido revolucionario» ya hay «una contradicción interna». [3] Los tres defectos básicos atribuidos a estas formas organizativas -burocracia, dirección y política por delegación- impedirían, en lugar de facilitar, cualquier intento de emancipación de la clase obrera. En cambio, el comunismo consejista abogaba por la autoorganización de la clase, autoorganización que debía surgir de movimientos espontáneos y en los que sólo la propia clase podía formar la necesaria autoactividad. Con el trasfondo del papel contrarrevolucionario de los partidos socialdemócratas y los sindicatos, y la transformación de los partidos leninistas en aparatos dictatoriales, esta posición parece quedar confirmada históricamente. Así, en virtud de su intención, el comunismo de consejos se mantendría firme en el terreno de la revolución y, a diferencia de los comunistas y socialdemócratas «oficiales», estaría justificado para rechazar cualquier compromiso.

Estas convicciones básicas de la tradición del comunismo de consejos, en sus rasgos generales, siguen profundamente ancladas en nuestras mentes hoy, y conforman en gran medida nuestra interpretación de la historia del movimiento obrero. Nosotros pensamos no sólo que hay que corregir esta interpretación, sino también que las conclusiones que se extraen de ella oscurecen nuestra visión de las tareas necesarias a las que debemos dedicarnos en la actualidad. En consecuencia, pensamos que es insuficiente confiar en que una profunda crisis del capital producirá movimientos de masas espontáneos capaces de desarrollar sin más una alternativa al orden dominante. En cambio, los comunistas deberían impulsar la construcción de una base social antagónica dentro de lo existente, como ya intentan hacer las diversas iniciativas de base. Sin embargo, en nuestra opinión, también es necesaria la construcción de una organización política con un programa que funcione como marco de referencia, y que pueda servir de soporte a las distintas iniciativas locales y sectoriales.

1. Los límites de las luchas

El orden burgués es inconcebible sin lucha de clases, porque las necesidades e intereses de los asalariados están en una contradicción irresoluble con el capital, el cual al mismo tiempo constituye su base de existencia. El problema esencial al que se enfrenta la clase obrera es superar el aislamiento que le impone el modo de producción capitalista, y la expropiación de la que es objeto por parte de otras clases, constituyéndose políticamente de forma autónoma como clase para sí misma. Esto significa la construcción de organizaciones independientes a través de las cuales los asalariados puedan actuar como clase y luchar por la consecución de sus intereses, y en las que al mismo comprendan que sus intereses no pueden realizarse plena o permanentemente dentro del orden burgués. Siguiendo estas premisas básicas, en el texto ‘Sobre nosotros’ en Communaut hemos dicho: «Si el proletariado no quiere ser capturado por una socialdemocracia alcahueteada por el populismo o una de sus copias más modernas, debe organizarse políticamente de forma independiente». La diferencia esencial entre el comunismo de consejos y la ortodoxia marxista anterior, que siempre vinculó la formación de la autonomía proletaria con la construcción de sindicatos y partidos obreros, es que el comunismo de consejos busca esa autonomía en un más allá de tales organizaciones, en los «movimientos» no solidificados institucionalmente. Por lo tanto, también debemos incluir en nuestro debate una mirada a los movimientos sociales y políticos de los últimos tiempos.

Los movimientos de años recientes han sido, en primer lugar, una señal de que la clase obrera empezaba a sobreponerse hasta cierto punto del shock que la tenía paralizada. Las grandes masas de proletarios no sólo han salido repetidamente a la calle contra el sistema dominante, sino que también han producido impresionantes medios de lucha y formas de solidaridad. Sobre todo, han sido esperanzadores los planteamientos de autoorganización espontánea, repetidos una y otra vez, por ejemplo en las ocupaciones de plazas en El Cairo y París, en las asambleas de vecinos en Chile o en las formas democráticas de votación a través de servicios de mensajería en el movimiento de Hong Kong. Estos testimonios de la autoactividad proletaria no sólo demuestran que la clase asalariada tiene la capacidad de ir más allá de las formas pasivas y externamente determinadas de su existencia, sino también que la promesa de prosperidad del capitalismo se ha vuelto frágil en el curso del desarrollo de la crisis incluso en los centros capitalistas. El hecho de que estas luchas estallen una y otra vez confirma también la simple constatación de que los asalariados, debido a su separación de los medios de producción y a su atomización en el proceso de producción y circulación, se ven obligados a unirse para mejorar sus condiciones de trabajo y de vida. Al hacerlo, producen formas de organización espontáneas y autónomas que deben reflejar sus demandas e impulsarlas a través de innovaciones en la lucha de clases.

Por muy esperanzadoras que sean las luchas y la autoactividad de quienes las protagonizan, sus límites son evidentes cuando se trata de la pura espontaneidad. Los movimientos han sido heterogéneos en su composición de clase. En ellos, las fuerzas proletarias y subproletarias a menudo se han unido a las fuerzas pequeñoburguesas. Desde el punto de vista político, las protestas han sido hegemonizadas por las tendencias que buscan una reconciliación con el sistema económico y político dado, mitigando sus «injusticias» más flagrantes. Lo que se critica son los excesos de las élites políticas y económicas, no el propio orden burgués. Se dice que hay que sustituir o ampliar el personal dirigente, no que la explotación y la dominación deban ser superadas. Mientras los proletarios no tomen conciencia de las condiciones económicas y políticas reales a las que se enfrentan, sus esperanzas se verán defraudadas, su energía y su valor se desvanecerán o serán recuperados por las fuerzas leales al Estado.

Estos límites dados por la falta de perspectiva política y organizativa se pusieron de manifiesto recientemente en el movimiento de los chalecos amarillos en Francia. A pesar de la tenacidad del movimiento, no hubo ni una consolidación organizativa ni el desarrollo de la autonomía proletaria, que habría sido un requisito previo para que estos conflictos desarrollasen un carácter genuinamente antagónico y una perspectiva a largo plazo. El aislamiento de los asalariados rurales y de los pequeños empresarios, en particular, sólo se interrumpió durante un tiempo muy breve con la ocupación de las rotondas. Hubo algunos grupos que sí trataron de iniciar un proceso de entendimiento político a través de asambleas locales y nacionales, pero esos intentos siguieron siendo marginales y no lograron construir estructuras más sólidas de contrapoder.

Los participantes se desmarcaron tajantemente de la clase política profesional y de las organizaciones institucionalizadas, pero, aparte de algunos disturbios, no consiguieron oponerse a las formas burguesas de la política, pues el deseo de formas democráticas inmediatas se quedó sin contenido ni objetivo. El movimiento no llegó a desarrollar una concepción de cómo sus intereses totalmente heterogéneos se vinculan entre sí y con el orden social de conjunto, ni de los cambios económicos y políticos que harían falta para hacer efectivos tales intereses. Más bien, se quedó atascado en la ideología de la lucha entre el pueblo y la élite: «Se supone que a través de una definición clasista, el referéndum debería frenar la des-democratización, atribuida a la arrogancia de la élite». [4] Es evidente que en esta oposición entre pueblo y élite, una política independiente que tuviese como objetivo el propio antagonismo de clases, sigue siendo un horizonte muy remoto.

La debilidad del movimiento de los chalecos amarillos es un ejemplo de los límites con que los movimientos tropiezan repetidamente: las formas de autoorganización proletaria recién empiezan a constituirse, y una hegemonía proletaria dentro de dichos movimientos sociales heterogéneos no se desarrollará por sí misma. ¿Cómo podría desarrollarse si los asalariados no son una clase por derecho propio, un sujeto político que podría actuar con un objetivo claro dentro de estos conflictos confusos? Los análisis de los recientes movimientos en Kosmoprolet y Endnotes llegan a conclusiones similares. Estos últimos, por ejemplo, en su texto ¡Adelante bárbaros! caracterizan a los movimientos sucedidos desde 2008 como «no movimientos», porque aunque se oponen a lo existente sin tener una idea positiva de por qué están luchando. En este sentido, son levantamientos pasivos y, como tales, la expresión subjetiva del desorden objetivo de nuestro tiempo. De igual forma, los Freundinnen und Freunde der klassenlosen Gesellschaft (‘Amigos de la Sociedad sin Clases’) escribieron en 2012: «Al observar las luchas, los disturbios, incluso las revueltas desatadas de los últimos años, se descubre la espontaneidad, muy a menudo la ausencia de partidos y organizaciones sindicales, una fuerte disposición a la violencia. Pero también se observa una total impotencia a la hora de ir más allá del bloqueo selectivo de la economía; falta una idea práctica de superación del viejo mundo». [5] También en relación con la derrota del movimiento en Egipto, afirmaron que «el adormecimiento del reformismo y el fin del socialismo de Estado no han allanado en absoluto el camino para una verdadera ruptura de las relaciones sociales. (…) El poder para derrocar a los gobernantes ha estado siempre acompañado de una total impotencia para concebir un nuevo orden social.» [6]

Las experiencias de lucha proletaria de las últimas décadas son elocuentes: han demostrado que la clase asalariada es capaz movilizar una y otra vez fuerzas portentosas sin lograr nada en absoluto. Pese a unas protestas tan masivas como no se habían visto antes en todo el mundo, y pese a unos ciclos de lucha que han durado más de lo habitual, el dominio de la burguesía se encuentra menos amenazado que nunca. La cuestión que se plantea ahora es qué conclusión sacar de este diagnóstico sobre la limitación de las luchas. En el mismo texto de Cosmoprolet dice al final que de la pura espontaneidad de la clase proletaria «no se pueden esperar milagros». El texto ‘Esbozos de la comuna mundial’ también se aleja de un «espontaneísmo revolucionario» del que sus adherentes esperan que «brote la clase obrera mundial» y se «desarrollen automáticamente las luchas». Nosotros coincidimos con esta visión sobre la limitada capacidad de la clase para desarrollar espontáneamente las fuerzas necesarias para poner fin a las relaciones capitalistas. Pero la cuestión es entonces qué hacer para superar estas fuerzas limitadas de la espontaneidad. ¿Qué hace falta para convertir la desorientación en orientación y para que la clase obrera desarrolle su autonomía política? ¿Qué papel pueden desempeñar los comunistas en esto? Como demostraremos, Cosmoprolet y Endnotes en gran medida dejan estas preguntas sin responder. Aunque en sus análisis los procesos espontáneos no implican el desarrollo de la autonomía de la clase, la cuestión de cómo puede surgir esta autonomía no se aborda como una cuestión de organización.

2. Una autoinfligida falta de perspectiva

El papel que pueden desempeñar los comunistas en el avance de las luchas actuales es relativamente modesto en el entorno social revolucionario. Los redactores de Kosmoprolet consideran que la tarea de los comunistas es «apoyar y dar a conocer las pocas luchas que hay en el frente de clases» [7] y «separar en estas luchas los momentos paralizantes de los momentos prospectivos, los momentos egoístas-localistas de aquellos que son clasistas, que buscan la extensión y la comunización». [8] En cuanto a las reivindicaciones concretas y a las ideas de una sociedad diferente, por mucho tiempo han privilegiado una práctica negativa, que critica las limitadas exigencias reformistas de los movimientos sociales y, en cambio, «subraya la autoactividad y la autorresponsabilidad, haciendo que por primera vez el comunismo sea concebible para quienes están luchando». [9]

Un cierto distanciamiento de la práctica puramente negativa ha aparecido más recientemente en el ya mencionado texto ‘Esbozos de la comuna mundial’, donde se intenta desarrollar, al menos en forma rudimentaria, una idea de lo que debería ocupar el lugar del orden existente. Porque «si uno no se imagina la revolución como un milagro celestial, como algo que los proletarios hacen casi por accidente al calor del momento, de forma espontánea y sin ningún objetivo preconcebido, (…) entonces pareciera que la comprensión básica de lo que es una sociedad sin clases estuviese dada en todo momento». Y sigue diciendo: «Ningún movimiento se ha rebelado resueltamente contra lo existente sin tener al menos una vaga idea de lo que podría ocupar su lugar. La crítica puramente negativa de lo existente que invocan algunos radicales de izquierda no puede existir en absoluto».

En estas reflexiones queda sin responder el problema de la mediación entre las luchas, por un lado, y el objetivo de una sociedad comunista, por otro: «Entre el Estado actual y la Comuna posible se abre un enorme abismo, y el salto a través de este abismo que aquí se esboza tiene innegablemente ciertos rasgos aventureros.» Pero ni siquiera la insinuación al final del texto de que la superación del capitalismo sólo puede imaginarse como «un movimiento salvaje de ocupaciones que se apodera de todo lo que les es útil» no señala en modo alguno un camino más allá del abismo.

Endnotes tampoco ofrece una respuesta positiva a este problema de la mediación en su análisis de las luchas de clase actuales. Ni siquiera perciben que la falta de una perspectiva decididamente socialista y la ausencia de organizaciones proletarias independientes constituyen su debilidad actual, sino que declaran -en el ya citado texto ‘¡Adelante bárbaros!’– absurdamente que esas carencias serían el nuevo potencial revolucionario. La formación del antiguo movimiento obrero sobre la base de organizaciones de masas y de una identidad compartida respondía a una determinada fase del desarrollo del capitalismo y era, en particular, una expresión del antiguo ascenso del proletariado industrial. Por el contrario, la clase obrera actual, debido a su creciente fragmentación y atomización, ya no sería capaz de producir tales formas, sino que sólo podría encontrar sus elementos comunes en las revueltas y sin referencia positiva a ninguna conciencia obrera. Los «no movimientos» serían entonces el lugar donde los asalariados atomizados experimentan el mundo como cambiante, a través de las revueltas colectivas donde emerge un «nuevo tipo de humano» menos domesticado. Aunque Endnotes admite la necesidad de alguna forma de organización, cree que ésta debe surgir orgánica y espontáneamente como un «partido invisible» sin estructura formal. Para ellos -y en esto son totalmente fieles a la tradición del comunismo de consejos- toda la esperanza recae en la crisis final del capitalismo: «Dado que los no movimientos (…) son la expresión subjetiva del estancamiento del capitalismo, quizás su tarea más importante sea tomar conciencia de este estado latente y prepararse para el posible fin de un sistema que ya está en declive crónico». [10]

En esta perspectiva no se explica ni remotamente por qué en un proceso caótico y completamente espontáneo las masas proletarias habrían de desarrollar una conciencia revolucionaria y una claridad sobre sus intereses políticos que les permitiría romper con la vieja sociedad. Esta posición todavía no responde a la pregunta decisiva sobre cuáles son las condiciones en que la clase obrera se vuelve revolucionaria o, más específicamente, bajo qué condiciones puede tomar conciencia de sus propios intereses como clase y desarrollar capacidades que le permitan derrocar a la sociedad dada en sus propios términos. En lugar de convertir la necesidad en virtud, deberíamos partir por reconocer la debilidad que se deriva de la creciente atomización. La desindustrialización y la aparición de nuevas formas de trabajo más allá de los sectores industriales concentrados llevaron al declive de la empresa como lugar decisivo de las disputas sociales: es la ausencia de tales lugares colectivos lo que hace difícil hallar formas políticas y organizativas para una lucha en común, y desarrollar identidad colectiva y conciencia de clase. La consecuencia de esto es que los combates espontáneos permanecen fragmentados y sin orientación.

A) Coordenadas erróneas

En nuestra opinión, este defecto es el resultado del sistema de coordenadas -si bien históricamente justificado del comunismo de consejos, uno en que los sindicatos y partidos obreros sólo podían desempeñar un papel contrarrevolucionario en el movimiento proletario. La pretensión de liderazgo de estas organizaciones frente al proletariado habría quedado desacreditada por su papel conservador y dictatorial frente a los movimientos de clase. Las organizaciones revolucionarias, en cambio, sólo podían surgir espontáneamente de las luchas de masas y, por tanto, de momento, a la minoría comunista no le quedaba más remedio que hibernar en los círculos teóricos y hacer una crítica que radicalizara a los movimientos espontáneos. Como hemos visto más arriba, esta intervención equivale esencialmente a develar la estrechez de las luchas empujándolas hacia un vuelco radical de las condiciones existentes. Sin embargo, tal como lo ha señalado Robert Schlosser en Freundinnen, con esta antipolítica los comunistas se privan de la posibilidad de lograr algo más que «comentar las luchas o hacer análisis teóricos. Quienes no tienen nada más que ofrecer que ‘el comunismo’, siempre estarán separados de los movimientos sociales».

Este enfoque se basa en una teoría de la crisis, según la cual las luchas limitadas de los asalariados, dado que ya no pueden ser apaciguadas dentro del capitalismo debido a una crisis irresoluble de la utilización del capital, apuntarían desde ya hacia un más allá de lo existente. En este sentido, el grupo Eiszeit escribe en su crítica a los sindicatos que los asalariados no tienen en realidad otra salida que poner en el orden del día «el derrocamiento de las relaciones capitalistas», porque «las reivindicaciones de quienes están luchando» a menudo «entran en contradicción con las condiciones de utilización del capital, que han entrado en crisis». Y respecto de las protestas desatadas por la crisis del 2008 y las que siguieron después, el editorial nº 3 de Kosmoprolet afirma que los asalariados «se enfrentan a la elección de aceptarlo todo o rechazarlo todo». Entonces parece que la tarea de los comunistas consiste en elevar la conciencia de las masas a este hecho. La posibilidad de que los comunistas se presenten con su propio programa, que podría servir como punto de encuentro para la resistencia contra el capital, es rechazada como una capitulación frente a la conciencia de las masas. [11] De este modo permanecen en una relación externa a los movimientos actuales, a los que sólo pueden hacer una autopsia crítica mientras se desarrollan o tras su derrota. Siguen aferrados a la esperanza de un crecimiento automático y una radicalización espontánea de las luchas, y no porque tengan un optimismo ingenuo ante la crisis, sino porque les aqueja una incapacidad teóricamente condicionada para desarrollar una mediación política entre las luchas espontáneas de la clase y el objetivo final comunista: «La evolución de los mercados bursátiles puede contribuir a crear una situación en la que el rechazo de las condiciones dadas ya no sea un asunto minoritario sin consecuencias, sino una actividad práctica de muchos.» [12]

No creemos que esta posición tenga una base histórica sólida, ni que pueda abrir una perspectiva estratégica convincente para nuestro presente. A continuación expondremos esta idea a lo largo de tres tesis:

1) Los movimientos revolucionarios de masas de principios del siglo XX no habrían sido posibles en absoluto sin el trabajo de base organizativo de los partidos socialdemócratas.

2) Los trabajadores sólo pueden actuar como clase a través de sus organizaciones. Si no se quiere dejar el campo libre a las fuerzas reformistas y reaccionarias, hay que luchar por estas organizaciones existentes o desarrollar una alternativa eficaz a ellas.

3) La constitución de los asalariados en una clase políticamente independiente está inevitablemente ligada al partido como forma de organización política.

En la última parte, basándonos en la crítica desarrollada anteriormente, abogaremos por vincular el desarrollo de una alternativa política a las luchas cotidianas de los proletarios. Por lo tanto, también necesitamos de un programa mínimo orientado a reformas internas del capitalismo que fortalezcan las fuerzas defensivas y ofensivas de la clase obrera frente al capital, hasta el punto de poder aplicar el programa máximo de superación del capital y del Estado burgués.

B) El papel positivo de la socialdemocracia

Una mirada a la historia de las luchas de clase nos muestra que la posibilidad de éxito de las revoluciones proletarias nunca se basó únicamente en la espontaneidad de las masas no organizadas, sino que surgió precisamente allí donde al menos una parte del proletariado había desarrollado una conciencia de clase sobre la base de organizaciones de clase independientes. Se pueden citar como ejemplos los movimientos revolucionarios de 1905-1921 en Rusia, Hungría, Alemania, Italia y otros países. Ninguno de estos movimientos fue ordenado por un estado mayor del partido, sino que fueron producto de levantamientos espontáneos de masas. Sin embargo, se trataba de masas socialdemócratas, obreros cuya conciencia de su propio poder se había desarrollado a través de la actividad de un movimiento organizado. La vanguardia de los movimientos de consejos no estaba constituida por masas desarticuladas, sino por trabajadores organizados desde hacía años en los centros socialdemócratas. Los miembros con conciencia de clase de los consejos de obreros, soldados y marineros de Petrogrado y Moscú, que desempeñaron un papel decisivo en impulsar la revolución de octubre, habían formado su conciencia política en el partido socialdemócrata y en los sindicatos. Y fue el programa, tan simple como revolucionario, condensado en la consigna «Paz, Tierra, Pan, Libertad», el que aseguró a los bolcheviques el respaldo de las masas y la mayoría en los consejos. Algo similar puede decirse de la revolución de noviembre en Alemania: fue la base activa del SPD y del USPD en los centros industriales la que impulsó esa revolución más allá del carácter limitadamente republicano que tuvo al principio, formando estructuras de consejos en las ciudades y fábricas, y exigiendo el traspaso del poder político a dichos consejos. Sin los años de construcción del movimiento interno de los trabajadores a través de sus organizaciones, no habrían tenido lugar ni la revolución de noviembre ni el movimiento radicalizador de los consejos. Porque esas corrientes más radicales del movimiento obrero también tuvieron su origen precisamente en esas organizaciones de masas -independientemente del papel integrador que pudieron haber ejercido al mismo tiempo-. Fueron esas organizaciones las que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, infundieron una creciente conciencia de clase y una rudimentaria cosmovisión marxista a amplios sectores del proletariado. Esto incluía la conciencia de su propia fuerza colectiva como clase, y de su capacidad para configurar el mundo de una manera muy diferente.

Si queremos aprender de la historia del primer movimiento obrero, no sólo debemos criticar los errores y debilidades de sus organizaciones, sino también comprender que éstas al mismo tiempo crearon las condiciones subjetivas para la posibilidad de una revolución proletaria exitosa. La tradición del comunismo de consejos niega esta contribución positiva, y el fracaso político de la tendencia revolucionaria dentro de la socialdemocracia no es teorizado como tal, sino que se reifica como el resultado inevitable de la forma de la propia organización de masas. No hay duda de que en las organizaciones de masas existe una tendencia a la burocracia: a medida que la organización crece, la complejidad y el alcance de las tareas y las decisiones aumentan hasta tal punto que resulta imposible gestionarlas sin división del trabajo, sin delegación y, en última instancia, sin un aparato a tiempo completo que amenaza con independizarse de las bases, desarrollando sus propios intereses y poniendo a las bases en un papel pasivo que las hace dependientes de él. Pero en vez de dejar que las organizaciones existentes sean dominadas por esas fuerzas comprometidas con la conciliación de clases y con los procedimientos burocráticos, nos convendría más discutir qué medidas organizativas serían adecuadas para impedir tales desarrollos, y luchar para que esas organizaciones se conviertan en bases de un movimiento de emancipación de los asalariados. Desde nuestro punto de vista, lo que se necesita son mecanismos eficaces de control democrático desde abajo, que permitan a las bases contraponerse a las decisiones de la dirección, limitando a un nivel medio los salarios de los trabajadores a tiempo completo y creando foros de debate libre entre los miembros de la organización. Por supuesto, esto no asegura que dichas organizaciones evolucionen en una determinada dirección política, pero es sin embargo la condición previa para una lucha abierta por tomar el control de esa dirección, abriéndose así la posibilidad de que los asalariados actúen como clase a través de esas organizaciones.

Pensamos que esta discusión es crucial, porque incluso hoy en día no hay ninguna posibilidad de que podamos eludir las organizaciones masivas de la clase, ni aún existiendo un movimiento de masas desde abajo.

C) El poder negativo de las organizaciones de trabajadores

Aunque en las últimas décadas los sindicatos han adoptado una posición defensiva y los clásicos partidos de masas de la clase obrera han cedido su lugar a partidos comodín apenas reconocibles, incluso los revolucionarios que rechazan la organización de masas -debido a las tendencias integradoras descritas anteriormente- siguen teniendo que contar con esos organismos hoy en día. No es sólo que las relaciones de producción empujen a los trabajadores a resistir y a crear formas de autoorganización en el transcurso mismo de sus luchas, también sucede que esa misma resistencia les lleva a darle a sus organizaciones bases estables que les permitan dirigir la lucha por sus intereses de forma permanente. Esa es la razón por la que las organizaciones de clase como los sindicatos no desaparecen, y los partidos de izquierda suelen fortalecerse cuando resurgen las luchas de clase.

La idea de que un movimiento espontáneo pueda pasar por encima de estas organizaciones nos parece ilusoria. Mucho más probable es el escenario, confirmado una y otra vez, de que en tal situación las propias organizaciones de masas establecidas triunfarían sobre importantes minorías radicales dentro y fuera de estas organizaciones. Ya sea en Alemania en 1918/19, en Francia en 1968 o en Portugal en 1974/75, a pesar de los enormes movimientos de masas, las huelgas salvajes y las ocupaciones, las organizaciones establecidas lograron conservar la ventaja y dirigir el movimiento hacia canales controlados. En un momento de sublevación, las masas movilizadas son realmente capaces de realizar acciones independientes, desplegar una creatividad capaz de romper el estrecho marco de la legalidad burguesa, y crear nuevas formas de poder de clase. Sin embargo, en una crisis revolucionaria, las organizaciones de clase existentes también se ven reforzadas, puesto que ya han vinculado previamente a los sectores de la clase en lucha y son capaces, como organizaciones, de ejercer el poder político.

Esto es lo que se observa de forma atenuada en los períodos de agitación social, cuando tras semanas de protestas masivas un partido de izquierdas llega al gobierno. Por otra parte, la esperanza de que las masas que hasta entonces no han estado organizadas se convertirán de pronto en la fuerza motriz de la revolución nos parece cuestionable, al menos en el supuesto de que en la fase prerrevolucionaria no hayan desarrollado aún ni siquiera formas rudimentarias de conciencia de clase. La esperanza de que la burocracia, que tiende a la contrarrevolución, pueda ser simplemente superada por las masas -esperanza emparentada con la confianza en la espontaneidad- no nos lleva muy lejos. Por lo tanto hay que tener en cuenta su papel en la lucha de clases y sobre todo en una situación revolucionaria, y los revolucionarios harían bien en desarrollar una estrategia que no deje simplemente estas organizaciones en manos de las fuerzas leales al Estado. «La huida hacia la espontaneidad es un rasgo de la incapacidad real o imaginaria para crear formas organizativas eficaces y para tratar de manera ‘realista’ con las organizaciones ya existentes». [13]

Pero, por supuesto, no sólo hay que contar con las fuerzas integradoras internas, sino sobre todo con las fuerzas contrarrevolucionarias externas. Este fue el caso más reciente en Egipto, por ejemplo, donde los Hermanos Musulmanes llegaron al poder tras la caída del régimen en el curso de la Primavera Árabe porque, a diferencia de las fuerzas democráticas, eran una fuerza política organizada con una base social. Cuando se dice al final de ‘Esbozos de la comuna mundial’ que la superación del capitalismo sólo es concebible como «un movimiento salvaje de ocupaciones que se apodera de todo lo que le es útil», el problema de la alternativa política y de la contrarrevolución simplemente es pasado por alto. Sin embargo, la experiencia histórica de las crisis revolucionarias nos muestra que los gobernantes rara vez son ya tan débiles como para no luchar por el poder. Así que no parece muy plausible creer que un nuevo ascenso revolucionario de la clase asalariada se vaya a producir sin resistencia y de forma simultánea en todo el planeta. Más bien hay que contar con el avance desigual, con victorias y derrotas sucediéndose a lo largo de un período revolucionario más bien prolongado. Sería ingenuo creer que en una situación así se podría prescindir de las organizaciones de masas existentes, que serían capaces de coordinar las propias fuerzas y actuar como autoridad política alternativa. Incluso una posible comuna futura tendría que partir empleando «medios de gobierno». [14] En lugar del Estado burgués con su burocracia, sus fuerzas armadas, sus tribunales, necesitará aplicar «una violencia propia, opuesta a los opresores y organizada contra ellos.» [15] Negar la necesidad de un poder de decisión político central sólo tendrá el efecto de impedir que teoricemos adecuadamente esta circunstancia y que podamos contrarrestar preventivamente una posible autonomización de dicha violencia.

D) El problema de la autoridad política

Los comunistas de consejos de antaño y sus sucesores actuales desempeñan un papel contradictorio frente a las luchas de la clase obrera. Por un lado, se sitúan más allá de los movimientos de masas y de las organizaciones de clase -que antes forman un «partido de élite» [16] y hoy forman pequeños círculos-, por otro lado, se encuentran siempre a punto de disolverse como «partido histórico en el proletariado con conciencia de clase… que ya lucha por su auto-supresión en todo el mundo.» [17] Se trata de un intento infructuoso por hacer desaparecer el problema de la dirección política, aunque ya había sido reconocido inicialmente al asumir la necesidad de crear círculos comunistas. Esta posición implica concebir de forma lineal el desarrollo de la lucha de clases y de la conciencia de clase: según esta concepción el proletariado, una vez convertido en «proletariado con conciencia de clase», no tendrá que afrontar ninguna lucha interna por la dirección, ni estará sujeto a intervenciones políticas contrarias por parte de otras clases. Esta suposición se asemeja al punto de vista de los primeros comunistas de consejos, que abogaban no por la construcción de un partido de masas sino por la formación de consejos obreros como alternativa a estos partidos. Según este punto de vista, no era necesario un partido revolucionario, sino una clase revolucionaria que debía crear los correspondientes órganos de poder de clase más allá del partido: los consejos. Esto no resuelve el problema de la autoridad política, sino que sólo lo pospone, porque no dice nada sobre qué es lo que los consejos defienden. Los miembros de los consejos aparecen como una masa con una conciencia de clase homogénea y revolucionaria.

Por otro lado, una mirada al movimiento consejista de la revolución de noviembre muestra que era precisamente en los consejos donde era importante defender la propia posición política. Los delegados de los consejos eran en su gran mayoría miembros activos del SPD, el USPD y el KPD que discutían entre sí sobre el curso ulterior de la revolución y la configuración de las estructuras políticas. La hegemonía de la socialdemocracia mayoritaria en los consejos contribuyó en última instancia a que éstos no ampliaran su poder, sino que se subordinaran a los órganos burgueses. Por lo tanto, las estructuras de los consejos no son revolucionarias por su propia naturaleza, sino que sólo pueden tener un efecto revolucionario si también persiguen un objetivo revolucionario, que debe ser compartido por una mayoría en su interior. En un intento de sortear este problema, Pannekoek acabó proponiendo la reveladora solución consistente en que «el sistema de consejos únicamente es adecuado para una clase obrera revolucionaria». [18] Al admitir esto, también tuvo que recurrir a una concepción lineal y homogeneizadora de la formación de las clases.

El partido y la clase no suscriben un acuerdo armonioso ni siquiera durante una crisis revolucionaria. La propia clase obrera es heterogénea no sólo en cuanto a sus condiciones de trabajo y de vida, sino también en cuanto a sus opiniones y convicciones. Dentro del movimiento obrero siempre habrá diferentes ideas sobre sus propios intereses y objetivos, diferencias que no desaparecerán ni siquiera en las revueltas espontáneas y los momentos revolucionarios. La idea de que los partidos deben disolverse en el seno de la clase en lucha no conduce a ninguna parte, simplemente hace desaparecer la lucha interna por la dirección que se está librando y debe librarse entre las diferentes tendencias dentro del movimiento. Ya sea constituidos como un partido formal, como un enjambre de grupos fragmentados o como una mera asociación informal, los comunistas, en virtud de sus objetivos políticos, forman una de las varias corrientes dentro de este movimiento obrero. Si quieren lograr la hegemonía, tienen que ganar a la mayoría de los asalariados para un programa comunista como fuerza organizada. Si se forma un movimiento revolucionario con consejos u órganos similares de poder de clase, esto depende de qué programa político -y eso significa en última instancia: qué partido- prevalezca al interior del movimiento obrero y, por tanto, en los consejos y finalmente en la sociedad en su conjunto, de modo tal que esperar tener el apoyo activo de las masas.

La cuestión planteada al principio, de cómo la clase obrera puede realmente afirmar su autonomía en una crisis revolucionaria y sustituir el orden burgués por su auto-gobierno y, por tanto, por una nueva autoridad política, está inevitablemente vinculada al partido como forma de organización política. Porque en una crisis revolucionaria y al fragor de una lucha de clases intensificada, sólo un partido puede constituir sobre la base de su programa la coherencia organizativa y política necesaria para imponer una nueva constitución comunal en lugar del viejo orden.

3. Perspectiva

La tradición del comunismo de consejos fue y sigue siendo una respuesta al desastroso fracaso de los partidos socialdemócratas y comunistas. Frente a la auto-destructiva alianza de clases socialdemócrata que unificó a las fuerzas burguesas nacionales con la burocracia partidista y estatal en la URSS, la posición consejista a favor de la libre auto-actividad de las masas parece casi un imperativo moral. Mientras que es fácil responsabilizar a las fuerzas organizadas por decisiones políticas desastrosas que aún hoy nos acechan como una pesadilla, es difícil dirigir tales acusaciones contra los movimientos espontáneos de masas y sus defensores consejistas. Y, sin embargo, también ellos han fracasado en todos los lugares donde han aparecido. Por muy comprensible y coherente que sea la crítica anti-partidos formulada por el comunismo de consejos, también éste ha sido incapaz hasta ahora de resolver la contradicción entre organización y espontaneidad, entre burocracia y democracia, entre dirección y masas, y ha acabado así en un callejón sin salida. Al rechazar las organizaciones proletarias, resuelve la contradicción de forma unilateral y se condena a no tener nada que hacer excepto esperar que la necesaria conciencia de clase surja por sí sola de los movimientos de masas espontáneos. Esto le lleva a caer en un misticismo de masas, que en realidad siempre ha merodeado a esta corriente. Es decir que el consejismo propone un punto de vista apolítico sobre la clase, dado que es incapaz de participar en un proceso de desarrollo de la conciencia que le permita a la clase desarrollar una perspectiva revolucionaria realista.

Pero es precisamente tarea de los comunistas responder a la pregunta de sobre qué base organizativa y política la clase de los asalariados está capacitada para conquistar el poder político, para poner el auto-gobierno democrático en lugar del Estado burgués y para poner en marcha una revolución social.

La clase obrera sólo será capaz de tal agitación revolucionaria si amplios sectores de la misma se constituyen como un sujeto consciente y colectivo. Para que el descontento espontáneo por los agravios individuales o incluso un malestar difuso con la sociedad actual se conviertan en una consciencia socialista de su necesaria transformación, hacen falta organizaciones de clase independientes que promuevan estos procesos educativos en un amplio frente, que representen los intereses de la clase y que construyan un contrapoder frente a las fuerzas reaccionarias dominantes. Sin una alternativa al orden actual que se desarrolle en estos procesos educativos y se haga presente organizativamente en las luchas de clase, el sufrimiento de muchos permanecerá sin voz o buscará un camino en estallidos sin rumbo que finalmente terminen en la frustración o en los canales ordenados de la política dominante.

El colectivo Angry Workers of the World señalaron recientemente la necesidad de una orientación programática opuesta a Endnotes: «Los tiempos son cada vez más difíciles, es necesario desarrollar una estrategia más concreta». [19] Su propuesta es establecer un partido comunista y desarrollar un programa revolucionario «que capte pragmáticamente lo que significa la apropiación de la producción». [20] Para ello, los comunistas tienen que arraigar en las luchas cotidianas de los asalariados, en el lugar de trabajo y en los barrios.

Por muy importante que sea el apoyo y la participación en estas luchas, la perspectiva sigue siendo limitada porque Angry Workers no pasa de adherirse a un maximalismo decidido. Al igual que los Freundinnen… se niegan a formular cualquier reivindicación política en forma de «súplicas al Estado» [21] que no tenga como objetivo directo la revolución.

Los Angry Workers tienen toda la razón cuando critican la noción generalizada del potencial de las demandas reformistas como «trucos de demandas de transición». [22] Esta perspectiva de las demandas transicionales, que tiene su origen en el trotskismo, afirma que si se levantan demandas populares que al mismo tiempo, sin embargo, sean inalcanzables en las condiciones dadas, precisamente su carácter inalcanzable tiene el potencial de radicalizar las luchas y llevarlas más allá del capitalismo. El problema con este enfoque es que no está del todo claro cómo del carácter inalcanzable de las demandas podría surgir la perspectiva de una sociedad socialista.

Con su maximalismo antipolítico, los Angry Workers no escapan al defecto que aqueja a los comunistas de consejos, consistente en que no logran formular y hacer visible una alternativa política al capitalismo, además de una económica. Es que no sólo deben formular un programa de máximos, sino también un programa de mínimos dirigido a las reformas internas del capitalismo. Aparte de las reivindicaciones que mitiguen la competencia económica al interior de la clase obrera, este programa mínimo debe contener sobre todo demandas políticas de democratización y comunalización, cuya aplicación permita a la mayoría asalariada ejercer realmente el poder político y frenar las respuestas contrarrevolucionarias. [24] Para ello, sin embargo, necesita un marco organizativo en el que pueda crecer la conciencia necesaria y una forma alternativa de autoridad política. Un partido así no sería una asociación electoral leal al Estado, sino que tendría que actuar en oposición fundamental a los partidos gobernantes y utilizar el circo parlamentario -si es que lo hace- como escenario para hacer audible a crítica fundamental a la constitución burguesa de la sociedad y combinarla con la lucha por reformas concretas.

Por lo tanto, abogamos por que las fuerzas revolucionarias preocupadas por la formación de una conciencia socialista más allá de su propio círculo trabajen a largo plazo para formar un polo marxista-socialista perceptible dentro del movimiento obrero. Para ello, deben empezar a unirse organizativamente sobre la base de un programa común. El sectarismo político que prevalece especialmente en el seno de la izquierda radical y marxista debe ser superado en favor de una organización transversal que discuta y tolere las diferencias políticas y teóricas bajo un objetivo común. Las diferencias no tienen por qué desaparecer, sino que pueden seguir siendo visibles en forma de facciones.

Sólo una unificación organizativa de este tipo puede crear un sujeto político, un «nosotros» capaz de discutir seriamente cuestiones de estrategia revolucionaria, ya que también sería capaz de ponerlas en práctica. Ciertamente, no se trata de impulsar un activismo frenético abocado a la orden del día sino, en primer lugar, de estabilizar y focalizar la actividad teórica como parte de un proceso continuo de (auto)ilustración e investigación, proceso necesario para contribuir a la organización políticamente independiente de los trabajadores asalariados.

Cualquier debate sobre la cuestión de una práctica organizativa exitosa en las circunstancias actuales, debe incorporar la crítica hecha por la tradición comunista antiautoritaria de los esfuerzos organizativos por parte de los partidos obreros tradicionales. Sin embargo, esta critica hay que hacerla de una manera más productiva: hasta ahora, la respuesta de los comunistas antiautoritarios a los problemas de organización -burocracia y autonomización del aparato, pasividad de los afiliados y verticalismo- ha consistido en organizarse al margen de los círculos políticos. Sin embargo, esto sólo puede perpetuar su propio sistema sectario para toda la eternidad. La alternativa consistiría en elaborar cómo una organización comunista puede hacer frente a todos estos escollos y afrontar activamente los problemas de organización en su propia práctica. Para ello, hay muchas cuestiones que debatir, como la forma de promover la participación activa de los miembros y la autonomía más amplia posible de las estructuras locales sin negar la importancia de la perspectiva política común, o qué mecanismos democráticos son necesarios para contrarrestar las tendencias a la burocratización y la autonomización de los intereses individuales.

Está claro que los asalariados no están esperando a que aparezca una nueva secta que se imagine como el «estado mayor» de la revolución y que se crea capaz de provocar y llevar a cabo esa revolución mediante su propia actividad. Un partido revolucionario de masas no es algo que puede ser conjurado a voluntad de un día para otro. Por lo tanto, nuestra contribución no es una propuesta práctica inmediata, sino que pretende justificar la necesidad de dicho partido y establecerlo como un horizonte estratégico de nuestra práctica actual. Al mismo tiempo, nuestra perspectiva no busca ser una alternativa al trabajo a pequeña escala y a la agitación en las luchas de los asalariados, dondequiera que éstas tengan lugar. Es más bien una propuesta sobre cómo los comunistas podrían formular su crítica y sus visiones de manera más visible al interior de estas luchas. Cómo la práctica concreta sea influida por esta orientación programática, diferirá según el lugar y las respectivas condiciones políticas, y tendría que ser discutido en detalle sobre la base de tales particularidades. En cualquier caso, sin embargo, necesitamos abandonar el camino equivocado en el que, en medio de la irrelevancia de la izquierda
radical, nada parece más importante que «promover la división de la izquierda en estatistas y antiautoritarios». [25]


[1] Freundinnen und Freunde der Klassenlosen Gesellschaft (Amigos de la sociedad sin clases), Thesen zur Krise (Tesis sobre la crisis), 2009.
[2] Véase el libro introductorio Rätekommunismus de Felix Klopotek, publicado este año en la serie Theorie.org por Schmetterling Verlag, página 15 y siguientes.
[3] Anton Pannekoek (1936), Partido y clase obrera, 501, en: Arbeiterräte. Texte zur sozialen Revolution, Fernwald 2008.
[4] Grupo de trabajo Gilets Jaunes de la Translib, 100 Euro und ein Mars, 2019.
[5] Amigos de la sociedad sin clases, Der Existenzialismus als Zerfallsprodukt revolutionärer Theorie (El existencialismo como resultado de la decadencia de la teoría revolucionaria), 2012.
[6] Amigos de la sociedad sin clases, Die Ordnung herrscht in Kairo (El orden reina en El Cairo), 2015.
[7] Kosmoprolet #5, Editorial, 2018.
[8] Amigos de la sociedad sin clases, 28 Thesen zur Klassengesellschaft (28 tesis sobre la sociedad de clases, versión en inglés), 2007.
[9] Amigos de la sociedad sin clases, Reaktionen auf die 28 Thesen zur Klassengesellschaft (Reacciones a las 28 tesis sobre la sociedad de clases), 2009.
[10] Endnotes, ¡Adelante bárbaros!, 2020.
[11] Véase la Tesis 28 de las 28 Tesis sobre la Sociedad de Clases de los Amigos de la Sociedad sin Clases.
[12] Amigos de la sociedad sin clases, Thesen zur Krise (Tesis sobre la crisis), 2009.
[13] Paul Mattick, Espontaneidad y organización (1975).
[14] MEW 18: 630.
[15] MEW 17: 543.
[16] Henk Canne Meijer, citado en Klopotek, 66.
[17] Amigos de la sociedad sin clases, 28 Tesis sobre la Sociedad de Clases, 2007.
[18] Anton Pannekoek, Los Consejos Obreros, 1936.
[19] Angry Workers of the World (Trabajadores Furiosos del Mundo), Endnotes no.5: A melancholic goodbye… (Endnotes 5: Un adiós melancólico…), 2020.
[20] Trabajadores Furiosos del Mundo, The necessity of a revolutionary working class program in times of coup and civil war scenarios (La necesidad de un programa revolucionario de la clase obrera), 2020.
[21] Amigos de la sociedad sin clases, 28 Tesis sobre la Sociedad de Clases, 2007.
[22] Trabajadores Furiosos del Mundo, The necessity of a revolutionary working class program in times of coup and civil war scenarios (La necesidad de un programa revolucionario de la clase obrera), 2020.
[23] Para una crítica más detallada de la idea del programa de transición, véase A transition to nowhere (Una transición hacia ninguna parte). [Sugerimos a este respecto la Crítica al programa de transición de León Trotsky, de Raúl Novello y Pandy Suárez; y la Crítica al programa de transición formulada por Rolando Astarita. NdT]
[24] Para un mayor debate sobre la cuestión del programa mínimo-máximo, véase, por ejemplo, Mike Macnair, Transitional to what (Transicional hacia qué); Donald Parkinson, The Revolutionary Minimum-Maximum Programme (El programa revolucionario mínimo-máximo), y Parker McQueeney, Why have a political programme (Por qué tener un programa político).
[25] Amigos de la sociedad sin clases, Krisenlösung als Wunschkonzert (La resolución de la crisis como un concierto a pedido), 2013.

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