Saltar al contenido

Haciendo revolucionaria la teoría del Estado

Texto de Donald Parkison

Traducción de Margo Marsyas


En sus Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson argumenta que fueron principalmente cuestiones de metodología y no el debate político lo que ocupó a los intelectuales marxistas de Europa occidental durante el período de posguerra hasta los años 1970s. Anderson vincula esta atención a la metodología por encima de la estrategia con la debilidad general de la lucha de clases en ese momento, con intelectuales marxistas centrándose en debates esotéricos pero útiles relativos a la lectura correcta de Marx: hegeliana, estructuralista, kantiana o existencialista. Los debates sobre la teoría del Estado en el marxismo desde el período de posguerra no han sido una excepción a esta tendencia –se han fijado principalmente en cuestiones de metodología sobre la teorización del Estado. ¿Y si fuéramos más allá de las cuestiones de metodología, buscando traer la teoría del Estado marxista al terreno de las cuestiones políticas sustantivas? En este intento de lograr eso mismo, voy a hacer un breve repaso de los principales debates en la metodología y después apuntaré hacia el tipo de cuestiones al que se referiría una aproximación a la teoría del Estado más orientada a la revolución.

Las principales tendencias en los debates dentro de la teoría del Estado marxista son el instrumentalismo y el estructuralismo. Entre otras escuelas de pensamiento diferentes se encuentra la escuela analista de la forma. La escuela instrumentalista es considerada por Clyde W. Barrow en su Teorías críticas del Estado como la heredera del ‘marxismo llano’, continuadora de una tradición que Lenin habría comenzado con El Estado y la revolución. La teoría instrumentalista fue inicialmente concebida por Sweezy y Baran, pero Ralph Miliband fue quien quizás llegó a articularla más efectivamente, en particular en su libro El Estado en la sociedad capitalista.

Dicho simplemente, la teoría del Estado instrumentalista se toma en serio la afirmación por Engels de que el Estado no es ‘sino un comité que administra los asuntos comunes de la clase burguesa’. Los teóricos del Estado instrumentalistas sostienen que no sólo hay una clase dominante con unos intereses de grupo cohesionados, sino que el Estado es un medio a través del cual la clase dominante puede expresar esos intereses. Es dentro de las instituciones estatales donde está organizado el poder de clase. La clase dominante puede tener control sobre estas instituciones debido a sus propias redes de influencia y formulación de políticas, a través de las cuales se integra su poder. Citando a Miliband:

“Es en estas instituciones donde yace el ‘poder del Estado’ y a través de ellas que este poder está blandido en sus diferentes manifestaciones por la gente que ocupa las posiciones principales en cada una de ellas.”[1]

De acuerdo a esta teoría, las clases ejercen su poder sobre los aparatos de Estado ‘colonizándolos’. Este es el proceso mediante el cual la clase dominante mantiene la lealtad del Estado, manteniendo su dominio sobre las instituciones estatales a modo de hacer del Estado un instrumento de gobierno de clase. Esta teoría explica así cómo la clase dominante gobierna a través del Estado y ejerce una dictadura de clase a través de los procesos de formación de clase y de colonización de los aparatos de Estado, institucionalizando su dominio. Con ‘formación de clase’ nos referimos a los procesos mediante los cuales la clase se convierte en una fuerza organizada conscientemente que puede actuar en la historia de acuerdo con sus intereses de clase.

Una crítica a la aproximación instrumentalista típica comienza señalando que esta conceptualiza el Estado como un mero instrumento que las diferentes clases toman y usan. Los instrumentalistas, continúa la crítica, le dan una importancia indebida a la ideología y al comportamiento de los administradores, enfatizando estos factores por encima de la importancia de las estructuras sociales sobre las que los administradores no tienen ningún control. Esta crítica (dirigida a Miliband) la hizo Poulantzas, quien elaboraría una teoría del Estado estructuralista inspirada en la lectura de Marx por Althusser[2]. El estructuralismo de Poulantzas se desarrollaría en el trayecto de su crítica inicial de Miliband hasta su última obra, Estado, poder y socialismo. Sin embargo, lo importante para Poulantzas fue desde el principio que el Estado se entendiera en términos de relaciones y estructuras sociales más bien que actores; y que lo determinante no eran las lealtades de clase de los políticos sino la lógica histórica más profunda con la que el Estado estaba entrelazado.

La teoría del Estado estructuralista no estaba en desacuerdo con Miliband tanto empíricamente como teóricamente, puesto que su crítica se dirigía principalmente a lo que consideraba como la metodología defectuosa subyacente al instrumentalismo. El marxismo estructuralista mismo fue un proyecto diseñado para librar al marxismo de sus aspectos ‘humanistas’, una especie de marxismo que veía el estudio de estructuras sociales abstractas como más científico en comparación con la lectura hegeliana de Marx que se centraba en la alienación y daba lugar a lo que se veía como un idealismo al acecho. Esto podía significar un marxismo frío e impersonal que dejara poco margen para la agencia humana, pero también les permitía a los teóricos mirar hacia ciertas formaciones sociales a un nivel de abstracción ‘macro’.

Esto podía resultar útil en el sentido de que permite entender el Estado como algo que existe más allá de la voluntad de ciertos actores individuales con poder ilimitado y determinar qué tendencias estatales quedan más allá del control humano. Para los estructuralistas, uno no debe entender el Estado como un objeto sino como una relación social, en particular como una relación de clase. El Estado puede entenderse como un conjunto de instituciones que, con indiferencia a la ideología, se configura para reproducir las relaciones sociales capitalistas porque su objetivo es reproducir la relación de clase. Esto ha servido para explicar por qué los políticos socialdemócratas se pliegan tan a menudo a la clase capitalista mientras están en el poder a pesar de su retórica. Lo que importaba no era la dedicación de estos políticos a la formulación de políticas favorables a los trabajadores, sino la estructura social más amplia en la que operaban los actores estatales, una estructura inherentemente predispuesta a reproducir las relaciones capitalistas.

Sin embargo, en el curso de su itinerario intelectual, Poulantzas llegaría a elaborar eventualmente su teoría del Estado en direcciones contrarias a aspectos clave de la teoría del Estado marxista. En particular, del concepto de dictadura de clase. En Estado, poder y socialismo, Poulantzas se burla de Balibar, otro marxista estructuralista, por sostener la teoría de la dictadura del proletariado, aparentemente un ‘dogmatismo estupendo’[3]. Para Poulantzas, no hay ninguna clase que pueda tener control sobre el Estado; más bien, la lucha de clases misma atraviesa al Estado, el cual sirve como un foco en el que los antagonismos de clase se expresan y resuelven. El Estado no está gobernado por una clase capitalista que pueda definirse económicamente, pero es una institución que sirve en la reproducción de todas las clases y, en consecuencia, no puede decirse de ella que sea el terreno específico de una clase dominante. En lugar de esto, hay ‘bloques de poder’ compuestos por alianzas de fracciones de diferentes clases. Las implicaciones políticas de esto para Poulantzas estaban claras: la clase trabajadora podía construir su poder dentro del Estado capitalista por medio de la construcción de alianzas de clase y del apuntalamiento de hegemonía dentro de los aparatos de Estado. Esto significaba que una ‘vía democrática al socialismo’ era posible sin una ruptura entre la dictadura burguesa y la dictadura proletaria, por medio de una lucha dilatada en el tiempo para transformar gradualmente el Estado desde dentro con el respaldo de movimientos desde abajo.

Al final, a pesar de su objetivo de probar que el Estado reproducía estructuralmente el capitalismo con indiferencia a los motivos de los actores estatales, los estructuralistas acabaron abrazando las políticas reformistas del eurocomunismo, quedando Poulantzas como uno de los teóricos clave de este intento de remodelar el comunismo con revisionismo socialdemócrata y liberal. Los teóricos del Estado instrumentalistas como Erik Olin Wright también han llegado a conclusiones políticas parecidas. Ambas escuelas teóricas, a pesar de sus rencillas metodológicas, acabaron cediéndoles munición teórica a los reformistas opuestos al concepto de la dictadura del proletariado. A pesar de que el objetivo declarado de ambas escuelas de pensamiento era elaborar la teoría marxista, en su lugar se convirtieron en sociologías del Estado apartadas de cualquier tipo de política revolucionaria. Estos debates dejaron de prestarle atención a las políticas de clase, llevando la teoría a lo que se quedaba en una mera racionalización del giro reformista de gran parte del movimiento comunista oficial. Hoy día se utiliza a Poulantzas para defender el entrismo en el Partido Demócrata [de Estados Unidos], tomando la campaña de Bernie Sanders como un ejemplo de lucha de clases dentro del Estado[4].

Aunque tanto el instrumentalismo como el estructuralismo pueden darle credibilidad al reformismo, todavía podemos aprender de ambos en tanto que teorías del Estado, considerándolos como maneras de ver el Estado a diferentes niveles de abstracción. La teoría instrumentalista muestra cómo el Estado en acción actúa como un chantaje en favor de la clase dominante y cómo estas facciones de la clase dominante trabajan por reproducir su poder de clase. Por otro lado, la teoría estructuralista muestra las estructuras sociales en las que estos actores estatales están incrustados. Aunque este debate metodológico nos puede llevar a conclusiones reformistas por ambos lados, también podemos usarlo para ayudarnos a profundizar en nuestros argumentos en favor de una teoría del Estado marxista propiamente dicha. Estos argumentos no son inútiles, pero tenemos que superarlos. Esto significa devolver la teoría del Estado marxista a su orientación hacia la explicación de la realidad de la dictadura de clase, como Lenin hizo en El Estado y la revolución.

El hecho de que la teoría del Estado marxista se haya permitido quedar centrada en la metodología es un resultado del divorcio de la teoría marxista respecto a la política revolucionaria. Esto no significa que no podamos usar los aportes de las teorías del Estado instrumentalistas o marxistas estructuralistas a la hora de analizar el Estado. Sin embargo, lo que debería quedar claro es que la teoría del Estado marxista tiene que centrarse en la cuestión de la dictadura, lo cual se relaciona con una serie de preguntas prácticas. La primera toca en la naturaleza de la destrucción del Estado. ¿Qué significa destruir el Estado burgués? En segundo lugar, está la cuestión del carácter de lo que viene después del Estado burgués, i.e. el Estado proletario, o la dictadura del proletariado. ¿Cómo determinamos si un Estado es una dictadura del proletariado o no? ¿Qué forma de Estado asegura mejor el gobierno de la clase trabajadora?

Para empezar a responder a esta pregunta, tenemos que comenzar con la afirmación de que los Estados son, en último término, formas de dictadura de clase. Lo que esto significa es que, en una formación social dada, el Estado es el medio a través del cual una clase asegura y reproduce su posición como clase dominante. Aunque el Estado está contestado por múltiples clases, como señala Poulantzas, siempre reproduce un sistema de clase mientras los aparatos de Estado aseguran que una clase quede en el poder. Citando el ‘estupendo dogmatismo’ de Étienne Balibar: ‘El poder estatal siempre es el poder de una clase. El poder estatal, producido en la lucha de clases, sólo puede ser el instrumento de la clase dominante: aquello a lo que Marx y Engels llamaron la dictadura de la clase dominante’[5].

¿Por qué el término ‘dictadura’? Balibar parafrasea a Lenin definiendo la dictadura como ‘poder absoluto, por encima de cualquier ley, tanto de la burguesía como del proletariado. El poder del Estado no puede ser compartido’[6]. Esto significa esencialmente que, en un Estado dado, el gobierno de una clase sobre este Estado no es negociable y se encuentra en último término por encima de la ley. Si el derecho se convierte en una barrera para el gobierno de la clase dominante, el derecho siempre es menos importante y el Estado quebrará el Estado de derecho si es necesario para asegurar el ‘orden’. La importancia de reconocer esto está en que los ordenamientos jurídicos no son fuerzas neutrales por encima de las clases, sino medios a través de los cuales se expresa el poder de clase.

La necesidad de ‘orden’ y del mantenimiento del imperio de la ley es la condición normal del Estado burgués. Pero, cuando el ‘orden’ está amenazado, a menudo por las convulsiones de la lucha de clases, el Estado usará métodos extralegales para mantenerlo. La dictadura de clase de la burguesía está mediada a través de los parlamentos y las cortes, pero también desechará tales formas de mediación si el establecimiento del orden está amenazado. Así que hay una tensión en el Estado burgués entre sus propias formas de democracia y la necesidad de mantener una dictadura burguesa.

Otro aspecto importante de la teoría de la dictadura de clase es que el Estado no comparte el poder entre clases. El proletariado y la burguesía no tienen un Estado comprometido que gobierne a medio camino de ambas clases, más bien hay una clase que domina a las demás. Esto tiene implicaciones claras para la práctica política: debe haber una ruptura en la forma del Estado en el curso de la revolución proletaria, en la que la forma burguesa del Estado es destruida y reemplazada por un Estado de una forma esencialmente diferente que pone el poder en manos de la clase trabajadora. Sin embargo, la cuestión sigue siendo la forma que este Estado toma. Más bien que asumir como un dato el ‘carácter de clase’ de un Estado debido a la ideología del partido en el gobierno, tenemos que entender qué instituciones puede permitir efectivamente que la clase trabajadora gobierne como clase. Aquí es útil Charles Bettelheim:

“La diferencia básica entre un aparato de Estado proletario y un aparato de Estado burgués es la no separación del aparato de Estado proletario respecto a las masas, su subordinación a las masas, i.e. la desaparición de lo que Lenin llamó un ‘Estado en sentido propio y se reemplazo por el proletariado organizado como una clase dominante’”[7].

En esta concepción del Estado proletario es clave la no separación de las masas respecto al Estado, quedando este subordinado a las masas. Esto entraña que debe haber una forma de democracia que esté basada en la participación colectiva de masas desde el proletariado, que permitiría que las masas subordinaran el Estado a sus intereses. Esta debe ser una democracia basada en la toma de decisiones colectiva a través de la asociación pública en lugar de la democracia atomizada del Estado burgués que reduce la política de masas a la emisión individualizada de un voto. La forma del Estado proletario es, en consecuencia, la forma de un Estado que es más democrático que cualquier Estado capitalista en todos los sentidos significativos –siendo la democracia un medio a través del cual las masas pueden tomar la toma de decisiones políticas en sus manos colectivas. La alternativa es el gobierno de los expertos, de la burocracia, sin trabas en su gobierno y crecientemente agraciado con poder arbitrario en virtud de su estatus social.

Un elemento de la democracia es que opera a través de una especie de ‘cultura política’, o un conjunto de normas políticas para la toma de decisiones colectiva que capacita lo máximo posible lo colectivo. En consecuencia, un Estado proletario debe promover ciertas virtudes cívicas, esencialmente un aparato ideológico que promueva ciertas formas de socialización sobre otras, formas que promuevan la toma de decisiones colectiva de manera solidaria supervisando la política como un instrumento para el éxito personal. De hecho, uno de los aspectos clave de la democracia proletaria es que no es posible usar la política como una forma de carrera. Como en la Comuna de París, quien representa a los trabajadores no sólo debería ser revocable sino también remunerado con el salario promedio de un trabajador. Los cargos públicos deberían ser elegidos y la transparencia debería convertirse en la norma, así como la libertad de prensa y la libertad de asociación. La democracia no se tiene que entender como una toma de decisiones meramente mayoritaria, sino como una toma de decisiones colectiva de la que todo el mundo participa. Uno podría llamar ‘republicanismo proletario’ a esta cultura política y ‘república proletaria’ a este Estado. Un Estado así no superaría el principio de representación –esto no es una llamada a la democracia directa– pero maximizaría los medios a través de los cuales la representación se derivaría verdaderamente de la ‘voluntad del pueblo’ o, más precisamente, de la voluntad de la clase desposeída.

Otro aspecto clave del Estado proletario es el armamento del pueblo. La destrucción del Estado es en esencia la disolución del aparato de Estado burgués existente, el ejército, la guardia nacional[8] y la policía. Lo que sustituye a estas instituciones es la milicia popular, que se lleva a través de comités municipales a los que todos los ciudadanos se pueden unir. El armamento universal del pueblo a través de un sistema así es una prueba ácida de si se puede decir de un Estado que tiene un ‘carácter de clase’ proletario, tenga la clase trabajadora verdaderamente el poder o si el poder lo está tomando en sus manos una burocracia pequeñoburguesa. La clase trabajadora debe transformarse en el Estado mismo y absorber al máximo todos los poderes burocráticos y alienados mientras pone aquellos que no existen bajo control democrático.

Esta aproximación a la definición de un ‘Estado proletario’ difiere del método trotskysta, que juzga un Estado proletario por las relaciones de propiedad dominantes. Por ejemplo, si un Estado tiene una economía nacionalizada pero está llevado por una casta burocrática que discapacita a la clase trabajadora, todavía es un Estado proletario, aunque degenerado. Esta manera de usar únicamente las relaciones de propiedad como medida es en último término económicamente reductiva hasta el punto de que la clase trabajadora no tiene que tener efectivamente poder en su propio Estado sino limitarse a existir en una economía nacionalizada compatible con cualquier tipo de despotismo arbitrario. El Estado proletario puede estar degenerado y necesitar una revolución política, pero la asunción implícita es que la forma de la propiedad define a un Estado proletario. Pero , ¿ podría decirse que la URSS dejó de ser un Estado proletario durante la NPE, donde se toleraba la propiedad privada, pero que luego volvió a serlo después de la colectivización de la agricultura bajo Stalin? Más bien que en la forma de la propiedad dominante en la economía, el foco tendría que estar en la forma política del Estado.

Un argumento contra esta interpretación del Estado es que un Estado proletario podría ser simplemente un Estado extremadamente democrático con una economía capitalista. Pero esto abre otro cauce para la teoría del Estado marxista que podría examinarse más vigorosamente: la contradicción entre el mercado y la democracia. Uno podría teóricamente argumenta que el gobierno del mercado como una fuerza impersonal y el gobierno auténticamente democrático del pueblo con sus intereses propios sobre toda la sociedad son incompatibles; de ahí la tendencia de la clase capitalista a limitar la democracia cuando es necesario y la tendencia del proletariado a luchar por la democracia más que las otras clases. Uno puede ver cómo se despliega históricamente esta contradicción en las revoluciones burguesas, en las que la mayoría de las movilizaciones militantes y radicales contra el Antiguo Régimen vinieron de masas de pequeños propietarios en proceso de proletarización. Por otro lado, la clase mercantil efectivamente real tendió a jugar un papel más conservador en las revoluciones, viendo la democracia extrema de las masas como una amenaza a su propiedad. Uno ve esta dinámica en la historia misma de Estados Unidos, siendo un famoso ejemplo la Constitución misma como enmarcada con el propósito de reprimir una democracia excesiva[9]. Un proletariado lo suficientemente capacitado que amasase el control suficiente sobre la sociedad organizado como una clase universal simplemente no sería compatible con el gobierno de la burguesía, puesto que estaría obligado a llevar a cabo ‘acciones violentas’ sobre la propiedad, por usar las palabras de Marx. Citando a Jacques Rancière refiriéndose a un informe de la Comisión Trilateral sobre los problemas de la democracia:

‘La democracia, dicen los autores del informe, significa el crecimiento irresistible de exigencias que ponen presión sobre los gobiernos, que conduce a un declive de la autoridad y causa que los individuos y los grupos se vuelvan refractarios a la disciplina y los sacrificios por el bien común’[10].

Tenemos que entender la dictadura del proletariado para Marx como meramente una fase de la lucha de clases, una en la que el proletariado se convierte en la clase más poderosa de la sociedad, pero todavía en una sociedad capitalista. El sentido de la dictadura del proletariado es que el proletariado tiene bajo control los ‘medios de coerción generales’ y ahora puede dar pasos concretos hacia la abolición de la sociedad de clases misma. La democracia política radical tiene el propósito de permitir que las masas den estos pasos concretos.

En esta ocasión, Poulantzas nos da un marco de referencia útil, a pesar de su conclusión de que la dictadura de clase no es un concepto viable. Si vemos esta forma del Estado como algo que está determinado por la lucha de clases concreta, entonces es posible que la fuerza del proletariado como clase impacte en la forma del Estado. Pero no se puede predeterminar si un proletariado fuerte significaría un Estado más democrático o despótico. Aunque un proletariado fuertemente organizado puede ser capaz de sonsacarle concesiones significativas al Estado tales como derechos democráticos, el Estado también podría reaccionar al proletariado capacitado volviéndose más autoritario y tomando medidas drásticas contra los derechos democráticos. Sin embargo, incluso si el proletariado está lo suficientemente organizado dentro de un Estado capitalista como para ganar ciertos derechos, estos derechos son meras legalidades a ojos de la burguesía y se pueden suspender si es necesario –de ahí por qué hasta el Estado más democrático no es un Estado en el que el proletariado y la burguesía compartan el poder de algún modo, sino que es siempre una dictadura de la burguesía. De hecho, allí donde el proletariado ha conseguido derechos democráticos significativos se puede ver que el Estado burgués lo compensa por medio de formas de corrupción y de manipulación de votantes. Se puede ver que hay esencialmente una contradicción entre la democracia política y el mercado, donde la ampliación de la democracia política le da más poder a las clases plebeyas y en consecuencia puede llevar a políticas que choquen con el mercado.

En terminología política leninista convencional, donde la Komintern o al menos sus primeros cuatro congresos se usan como punto de referencia crucial para la política, la democracia se opone al centralismo democrático. En mi opinión, ‘centralismo democrático’ es un término esencialmente redundante y las más veces se lo usa simplemente como un garrote contra la democracia en nombre del centralismo. Cualquier decisión democrática tomada por un colectivo, por una mayoría, tiene que ser aplicada en el conjunto. La parte tiene que quedar subsumida bajo el todo, así que se necesita alguna forma de autoridad central para que las necesidades del todo se puedan satisfacer. La descentralización del poder, donde la autonomía y el localismo se enfatizan sobre el gobierno de cualquier autoridad central y la subyugación a la autoridad se reduce a una cuestión de acuerdos contractuales elaborados entre comunas funcionalmente autónomas, pretende ser una alternativa ultrademocrática a los sistemas democráticos que dependen de algún grado de centralismo. Pero si una localidad es verdaderamente autónoma y no responsable ante un centro, entonces no es responsable de las necesidades del resto de la sociedad, una situación que es fundamentalmente antidemocrática.

Las teorías neorrepublicanas de Skinner y Pettit, aunque teñidas de políticas socialdemócratas, son un recurso valioso para la teoría del Estado a pesar de que vengan de un trasfondo no marxista. Para Pettit, la libertad se puede definir como la ausencia de dominación[11]. Somos esencialmente no libres cuando estamos sujetos a la voluntad de otro. Sin embargo, cuando entramos en una comunidad política, nos sujetamos esencialmente al gobierno del Estado y estamos sujetos a la voluntad de la autoridad de este Estado. Esto nos deja un interrogante: ¿cómo se supone que vamos a ser libres los humanos si vivimos en una sociedad en la que estamos forzados a vivir bajo el control de una autoridad política generalizada? El argumento de los neorrepublicanos es que dicha autoridad política no es una forma de dominación si es una autoridad derivada de la susodicha comunidad política a través de una deliberación abierta y colectiva. Es más, esta autoridad política debe ejercerse de manera que no sea arbitraria. El problema de la autoridad arbitraria es uno de los principales para los neorrepublicanos, ya que ven la democracia republicana como un medio para limitar y quizás eliminar la autoridad arbitraria, que es una autoridad no legitimada por las normas de la comunidad política y en la que opera una forma de dominación.

Skinner argumenta en contra de la noción de la libertad como ‘no interferencia’, ya que sólo podemos existir como seres ‘libres’ en una comunidad con otros, así que no podemos librarnos de algunas interferencias de parte de las necesidades de los otros sin quedarnos en seres atomizados, antisociales[12]. Los humanos son animales sociales, así que no tenemos más remedio que sujetarnos a la interferencia de otros en una comunidad política. Sin embargo, de lo que podemos librarnos es de la dependencia, de acuerdo con la cual quedamos sujetados a la voluntad arbitraria de una fuerza social para sobrevivir. Esto se puede ampliar a la dependencia de una esposa sobre el apoyo financiero de su marido, a la dependencia sobre la competencia en el libre mercado para sobrevivir y a la dependencia sobre un Estado que está libre de cualquier clase de control democrático[13]. Así que la libertad no es libertad respecto a la interferencia y los aportes de los otros, sino libertad respecto a las formas arbitrarias de dominación y dependencia.

       Fijándonos en pensadores modernos de la teoría republicana como Pettit y Skinner, así como en ideas generales del republicanismo radical que eran lenguaje común en los círculos frecuentados por Marx y Engels, podemos aprender a desarrollar lo que se ha mencionado anteriormente como una ‘cultura política’, una cultura no en el sentido de una estética sino en el sentido de un complejo de normas sociales e institucionales. Por medio del desarrollo de una cultura así entre las masas, podemos desarrollar las formas de la democracia proletaria que definirán el Estado proletario del futuro a través de luchas concretas, capacitando a la clase trabajadora para que se convierta en una clase gobernada por sí misma. La teoría del Estado marxista debería desplazar el foco de atención de las cuestiones puramente metodológicas para comenzar a adentrarse en las cuestiones prácticas del Estado proletario.

               Uno puede preguntarse cómo se podría reconciliar la noción de la dictadura del proletariado con una democracia republicana de masas. La respuesta a esto es que Marx no veía la dictadura y la democracia como mutuamente excluyentes, sino en una relación de refuerzo mutuo la una con la otra. Por ejemplo, aplicando las lecciones de 1848 en su Circular a la Liga Comunista de 1850, Marx llama a usar métodos terroristas para lograr exigencias democráticas. Marx ve la dictadura del proletariado como un medio a través del cual una clase suprime a la clase dominante previa, que a su vez permite el desarrollo de nuevas formas democráticas que resultan de socavar el poder de esta clase. Para Marx, la dictadura jacobina de la Revolución Francesa [de 1789] era una inspiración: para que la burguesía y sus aliados en las clases plebeyas ganaran una república que socavara totalmente el poder de la aristocracia y pusiera la democracia en manos de las masas, era necesario suprimir violentamente a la clase aristocrática cuyos intereses contrarios al auge de una política democrática de masas. La dictadura del proletariado se puede entender de manera similar: la clase capitalista debe quedar depuesta del poder y privada de sus derechos políticos para poder construir una soberanía basada en el poder obrero y organizada a través de la asociación democrática. Para Marx, la dictadura de clase es un medio para asegurar la democracia contra el poder de la clase dominante anterior, de modo que no es contraria a los principios democráticos.

               La teoría del Estado marxista debe ir más allá de meras cuestiones de metodología hacia cuestiones políticas de mayor importancia, tales como qué diferencia realmente los Estados proletarios de los Estados burgueses, la cuestión de qué denota el ‘carácter de clase’ de un Estado más allá de su proclamación, etc. Significa preguntar qué clase de políticas buscamos crear y qué tipo de culturas políticas tendrán que acompañarlas. El estructuralismo, el instrumentalismo y otras aproximaciones como la analista del valor, la de la teoría de sistemas o las escuelas realistas de la organización sólo llegan a cubrir una parte limitada de estas cuestiones y se han restringido mayoritariamente a intentar teorizar mejor el Estado capitalista. A la hora de analizar el Estado podemos usar elementos de todas estas metodologías, pero lo que importa es que nuestra aprehensión del Estado se base en el análisis histórico concreto y no se estanque simplemente en el reino de la abstracción. La teoría del Estado marxista nos da herramientas importantes para entender el Estado capitalista y su desarrollo, proveyéndonos de un conjunto de metodologías con las que abordar el Estado a diferentes niveles de abstracción. Pero una teoría del Estado también debe ser capaz de entender el Estado más allá del Estado capitalista. Esto exige elaborar una teoría del Estado capaz de entender los Estados precapitalistas y sus continuidades con el Estado moderno. Pero lo más importante, como partisanos del comunismo, es que debemos teorizar el Estado proletario, una cuestión que se relaciona a cómo intentamos organizar aquí y ahora una política de la clase trabajadora para sus intereses históricos. Mi sugerencia es que los principios democrático-republicanos del medio que creó el marxismo llevan mucho que ofrecernos en nuestro abordaje de esta cuestión.


[1] Ralph Miliband, The State and Capitalist Society, p. 54 [Hay traducción al castellano como El Estado en la sociedad capitalista en Siglo XXI]

[2] Nicos Poulantzas, ‘The Problem of the Capitalist State’ [Hay traducción al castellano como El problema del Estado capitalista, en el primer volumen de la recopilación Debates sobre el Estado capitalista de Imago Mundi]

[3] Nicos Poulantzas, State, Power, Socialism [Hay traducción al castellano como Estado, poder y socialismo en Siglo XXI]

[4] Entre quienes se adhieren a este argumento se incluyen Nora Belrose y Adam Proctor.

[5] Étienne Balibar, On the Dictatorship of the Proletariat, p. 66 [Hay traducción al castellano como Sobre la dictadura del proletariado en Siglo XXI]

[6] Íbid.

[7] Charles Bettleheim, Dictatorship of the Proletariat, Social Classes, and Proletarian Ideology [Hay traducción al castellano descatalogada con el resto de los artículos recopilados en La transición al socialismo]

[8] [Nota de la traductora] La Guardia Nacional del Ejército de EEUU es una fuerza militar de reserva conformada en su forma moderna en 1903 como parte de la milicia organizada para cada uno de los estados federales, el distrito capital federal y la mayoría de los territorios estadounidenses poblados. No tiene un homólogo exacto en el Estado español, pero se podría comparar con la figura de los Reservistas Voluntarios de las Fuerzas Armadas de España.

[9] Para una investigación en profundidad de esto, véase Unruly American’s and the Origins of the Constitution de Woody Holton [No hay traducción al castellano].

[10] Jacques Rancière, Hatred of Democracy [Hay traducción al castellano en Amorrotu como El odio a la democracia]

[11] Philip Pettit , On the People’s Terms, p. 26 [Hay traducción al castellano en Trotta como En los términos del pueblo]

[12] Véase la conferencia ‘A Genealogy of Liberty [Una genealogía de la libertad]’ de Skinner sobre esta cuestión.

[13] Véase Marx’s Inferno [El infierno de Marx] de William Clare Roberts, que sitúa El capital en un contexto republicano radical.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *