Arkadi Kremer y Yuli Mártov
Traducción por Ángel Rojo
El texto que sigue, Sobre la agitación, también conocido como El Programa de Vilna, fue escrito en 1893 por Arkadi Kremer (1865-1935) y Yuli Mártov (1873-1923)[1]. El panfleto tuvo una gran repercusión en los círculos socialdemócratas de Rusia durante los últimos años del siglo, provocando un giro en su actividad en la dirección apuntada en el texto y dotando al futuro POSDR (fundado en 1898) de las bases obreras que necesita todo partido de la revolución. La influencia que ejerció este panfleto sobre Lenin puede apreciarse quizá en su Proyecto y explicación del programa del Partido Socialdemócrata, escrito en la cárcel en 1896. El punto B.1 de dicho programa reza: «El Partido Socialdemócrata de Rusia declara que su tarea es ayudar en esta lucha de la clase obrera rusa desarrollando la conciencia de clase de los obreros, contribuyendo a su organización y señalando las tareas y los objetivos de la lucha». Y en la explicación se añade: «Este punto del programa es el más importante, el principal, pues muestra cuál debe ser la actividad del partido que defiende los intereses de la clase obrera y la de todos los obreros conscientes. […] Por su actividad, el partido debe contribuir a la lucha de clase de los obreros. La tarea del partido consiste, no en inventar procedimientos novedosos para ayudar a los obreros, sino en adherirse a su movimiento y llevarle ideas esclarecedoras, en ayudar a los obreros en la lucha que han iniciado. […] La ayuda a los obreros debe consistir en señalar las necesidades más apremiantes, por cuya satisfacción debe lucharse, analizar las causas que agravan la situación de tales o cuales obreros, explicar las leyes y reglamentaciones fabriles, cuya violación (y las tramoyas fraudulentas de los capitalistas) somete a los obreros tan a menudo a un doble saqueo. Debe consistir en señalar con la mayor exactitud y precisión posibles las reivindicaciones de los obreros y hacerlas públicas, en escoger el mejor momento para resistir, elegir la mejor forma de lucha, estudiar la posición y las fuerzas de ambos bandos en lucha, analizar si no existe la posibilidad de una forma de lucha aún mejor (como una carta al fabricante o una denuncia ante el inspector o el médico, según las circunstancias, o si conviene recurrir directamente a la huelga, etc.). […] La segunda forma de ayuda debe consistir, como lo dice el programa, en contribuir a la organización de los obreros. La lucha que acabamos de describir exige que estén organizados. Esto es necesario tanto para una huelga, a fin de conducirla con mayor éxito, como para la recaudación de fondos para los huelguistas, para la organización de cajas de seguro y para la propaganda entre los obreros; para la difusión entre los mismos de volantes, comunicados, llamamientos, etc. La organización es más necesaria aun para defenderse contra las persecuciones de la policía y de la gendarmería, para proteger de éstas todos los vínculos y contactos entre los obreros, para proporcionarles libros, folletos, periódicos, etc. […] La tercera consiste en señalar el verdadero objetivo de la lucha, o sea, esclarecer a los obreros en qué consiste la explotación del trabajo por el capital, sobre qué se mantiene, de qué modo la propiedad privada sobre la tierra y los instrumentos de trabajo condena a las masas obreras a la miseria, las obliga a vender su trabajo a los capitalistas y a entregarles gratuitamente todo el excedente creado por su trabajo después de producir lo necesario para subsistir; en explicar, luego, cómo esta explotación conduce inevitablemente a la lucha de clase de los obreros contra los capitalistas, cuáles son las condiciones de dicha lucha y su objetivo final: en una palabra, en explicar todo lo que, en forma concisa, se señala en el programa.»
I
Nuestro artículo pretende aclarar varias cuestiones relacionadas con la práctica de los socialdemócratas rusos: la correcta resolución de estas cuestiones es, en nuestra opinión, condición necesaria para que la actividad socialdemócrata logre los objetivos que persigue. Basándonos en nuestra propia experiencia y en la información de que disponemos sobre la actividad de otros grupos, hemos llegado a la conclusión de que los primeros pasos dados por los socialdemócratas rusos han sido equivocados y que, en interés de la causa, deben cambiar de táctica. Así pues, en nuestro artículo intentamos mostrar cómo debe cambiar la actividad de los socialdemócratas, qué tareas deben plantearse para evitar el riesgo de seguir siendo al final tan impotentes como al principio.
El artículo va dirigido especialmente a los intelectuales y obreros avanzados; para nosotros es especialmente importante influir en las convicciones de este último grupo, pues la mayor parte de los obreros socialdemócratas ven con buenos ojos esa actividad práctica que nosotros condenamos por ineficaz. No es éste el lugar para abordar las causas de este fenómeno; la cuestión se dilucida en parte en el propio artículo, y en cualquier caso estamos convencidos de que mientras los obreros más avanzados no asuman que hay que trabajar en la dirección señalada, el futuro de nuestro movimiento obrero seguirá en el aire. Si nuestro artículo provoca al menos una polémica sobre la cuestión que nos ocupa, nos daremos por satisfechos: de un modo u otro, esta polémica servirá a su propósito, pues planteará para su examen una cuestión que hasta ahora sólo es tratada separadamente en círculos cerrados.
El movimiento obrero es el resultado inevitable de las contradicciones inherentes a la producción capitalista. En lo que atañe a las masas obreras, las contradicciones de la producción capitalista se reflejan en los cambios que provoca el sistema capitalista en sus condiciones de vida y en las concepciones del pueblo, que hacen que estas masas estén cada vez menos dispuestas a dejarse explotar. Al pretender que los hombres sean autómatas, incuestionablemente subordinados a la voluntad del capital, este sistema prepara el terreno para que surjan entre los trabajadores hombres pensantes e inculca a los trabajadores la comprensión de sus intereses.
Si bien el capitalismo necesita que los obreros estén atomizados para evitar que luchen contra el capital, al mismo tiempo reúne a los obreros y los agrupa en un taller, un asentamiento, un centro fabril. Si bien el capitalismo necesita que los obreros no sean conscientes de la oposición de intereses entre capital y trabajo, el propio sistema, sin embargo, con su concentración de capital, al mismo tiempo ensancha cada vez más las diferencias entre la situación de los capitalistas y la de los obreros. Si bien al capitalismo le conviene distinguir al trabajador, para facilitar su atomización, al mismo tiempo el desarrollo técnico destruye esta distinción y convierte a la mayor parte de los trabajadores en obreros no cualificados. Si bien al capitalista le conviene que la familia del obrero sea fuerte y reduzca el apasionamiento de su lucha contra el capital, éste, por su parte, emancipa al obrero de su familia y funde a su mujer y a sus hijos en este mismo crisol de la vida fabril.
En pocas palabras, si bien el capital, ante la amenaza de su propia ruina, se ve obligado a obstaculizar el desarrollo de la clase obrera, por otra parte, él mismo se encarga de destruir su propia obra, preparando una fuerza que le es hostil y peligrosa. Es cierto que cuando el capitalismo alcanza cierto nivel de desarrollo, dispone de una potente arma de lucha, incluso contra un proletariado unido, pero esta arma es de doble filo. Al luchar contra la fuerza que ella misma crea y desarrolla, la sociedad capitalista se va asfixiando y acelera su propia destrucción. Basta con mencionar al ejército obrero de reserva, que pende sobre la población trabajadora como espada de Damocles y dificulta el éxito de su lucha. Pero el aumento de este ejército obrero de reserva también repercute en el mercado interior, pues a la población obrera le es cada vez es más difícil hacer frente a la carga de impuestos que conlleva el paso de la imposición indirecta a la imposición directa; por último, este ejército necesita la asistencia del Estado (por no hablar del aumento de los gastos policiales, judiciales y carcelarios), lo que provoca un aumento de los gastos estatales.
La primera consecuencia de todo esto es que el capitalista se ve obligado a buscar nuevos mercados, lo cual se va haciendo cada vez más difícil y conduce entonces a las crisis, primero frecuentes y luego ya permanentes, que provocan pérdidas en lugar de beneficios, arrastran a algunos capitalistas a las filas del proletariado y destruyen una parte del capital. El cambio del sistema impositivo y el aumento de los gastos que conlleva el ejército de reserva detraen una parte cada vez mayor de las ganancias hacia el Estado, y al reducirse las ganancias también disminuye la acumulación. Pero estas nuevas contradicciones se traducen en un afán por aumentar la explotación y el perfeccionamiento técnico, en una competencia cada vez más encarnizada y otros fenómenos similares, cuyas consecuencias, como hemos visto, no contribuyen a los objetivos del capitalismo: desarrollan la fuerza de las masas obreras y cierto grado de hostilidad hacia el orden existente. Así, las contradicciones inherentes a una determinada fase del desarrollo capitalista impulsan a las masas obreras contra el capital.
Cuanto más avanza el desarrollo de la producción capitalista, más aguda será esta lucha y más se extenderán las reivindicaciones y la conciencia de las masas obreras. De ahí que el capitalismo sea una escuela que no se limita a formar el material -los militantes obreros-, sino que también le educa y le inculca sus contradicciones, tan evidentes. Aquel no sólo aumenta la fuerza de la clase obrera concentrando a los trabajadores, sino también preparando el terreno para el desarrollo y la difusión de ideas cada vez más extremas. La idea de que el socialismo es concretamente posible sólo podía surgir sobre la base del sistema capitalista, y en una determinada fase de su desarrollo, además.
Pero, ¿cómo actúa la escuela del capitalismo sobre las masas obreras?
Que los obreros estén reunidos no significa que estén unidos para la lucha. La concentración del proletariado constituye un terreno fértil para el movimiento. Si el capitalismo fuera capaz de satisfacer constantemente las necesidades cotidianas del obrero, esta concentración no desempeñaría un papel revolucionario. Pero el capitalismo, que depende de la competencia y de la ausencia de planificación en la producción, obliga constantemente a los empresarios individuales a aumentar la plusvalía, reduciendo la porción del producto que va a parar al trabajo; les empuja a una exasperante y constante lucha contra el proletariado, que defiende su existencia y no puede sino protestar contra la evidente usurpación de su bienestar. Esta lucha es inevitablemente un factor educativo de primer orden para las masas obreras, convirtiéndolas, cuando alcanza cierto grado de desarrollo, en una de las principales fuerzas que socavan este sistema.
Esta lucha, al agudizarse, profundizarse y generalizarse, adquiere el carácter de una lucha de clases, con la correspondiente conciencia de clase del proletariado, que podemos ver actualmente en todos los países capitalistas. El capital no se rendirá inmediatamente, resistirá hasta el fin: derrotado en todos los aspectos, intentará levantarse de nuevo y retomar la lucha con fuerzas renovadas. En esta lucha, los intereses desnudos del capital emergen con mayor descaro; una vez alcanza cierto estadio de desarrollo, la lucha ya no puede llevarse a cabo bajo la bandera de ideas altisonantes, el capital se despoja de su máscara y, sin pudor, anuncia que está luchando por su bolsillo; en esta fase, el capital ya no lucha por el predominio, sino simplemente por la existencia. Se aferra a las formas políticas del sistema capitalista como a un clavo ardiendo.
El poder estatal es el único que sigue en condiciones de luchar contra las masas obreras y mientras el poder político siga en manos de la burguesía podemos afirmar categóricamente que la situación de los trabajadores no mejorará mucho. Por tanto, por muy amplias que sean las bases del movimiento obrero, su éxito no estará garantizado hasta que la clase obrera se sitúe firmemente en el terreno de la lucha política. La conquista del poder político es la tarea principal del proletariado en lucha.
Pero la clase obrera sólo podrá enfrentarse a esta tarea cuando la lucha económica le demuestre la clara imposibilidad de mejorar su suerte en las actuales circunstancias políticas. Sólo cuando las aspiraciones del proletariado chocan frontalmente con las formas políticas actuales, cuando el torrente del movimiento obrero se cruza con la fuerza política, se produce la transición de la lucha de clases a la fase de lucha conscientemente política. Como socialdemócratas, asumimos la tarea de hacer al proletariado consciente de que la libertad política es una condición necesaria para que éste pueda desarrollarse con mayor amplitud.
Pero, ¿cómo lograrlo?
La idea de la libertad política no es en absoluto simple ni obvia, especialmente en un país políticamente atrasado; la clase obrera no podrá inspirarse en esta idea mientras dicha clase permanezca sofocada en la actual atmósfera política y no pueda ver satisfechas las demandas que considera vitales dentro de los límites de las condiciones políticas existentes. Así como para reconocer la oposición de intereses entre clases no basta con que exista dicha oposición, sino que es necesaria una lucha constante, del mismo modo, para reconocer la falta de derechos políticos no basta con que estos estén ausentes, sino que dicha ausencia debe entrar en conflicto con los esfuerzos de las masas trabajadoras por mejorar su situación.
La mejor prueba de ello la hallamos en la historia de Inglaterra, donde la prosperidad de la industria ha obligado, durante un determinado período, a luchar únicamente por aquellas mejoras que se podían conseguir en las condiciones políticas existentes, mediante una lucha puramente económica contra los capitalistas, los cuales no recurrían a la ayuda de la fuerza organizada del Estado. A primera vista, los resultados fueron realmente sorprendentes.
En Inglaterra es donde la producción capitalista está más desarrollada y donde el movimiento obrero está más desarrollado, pero el carácter político de este movimiento está en cambio escasamente desarrollado y en su mayor parte se ha mantenido hasta ahora al margen de la lucha política activa. Sólo muy recientemente ha empezado a inclinarse hacia la socialdemocracia, pues la clase obrera, en el propio curso de la lucha, ha logrado darse cuenta de que se necesitan unas reformas que no pueden lograrse más que ejerciendo una influencia directa sobre la maquinaria estatal.
Pero si nos vamos a Austria, donde el movimiento obrero es muy joven, nos toparemos con un crecimiento sorprendentemente rápido del carácter político del movimiento proletario, debido al estrecho marco político en el que se desarrolla la lucha original del proletariado. O por poner otro ejemplo: Irlanda. Allí la lucha de los pequeños campesinos, divididos por el capital, ha tenido durante mucho tiempo un carácter político, pues la lucha económica por conservar su nivel de prosperidad ha conducido al pueblo irlandés a un agudo conflicto contra la fuerza organizada del Estado inglés.
De los ejemplos mencionados se deduce que un movimiento de clase con un programa político no puede existir allí donde la lucha puramente económica no ha alcanzado cierto grado de desarrollo. Por tanto, pensar que los obreros rusos, en general, pueden librar una lucha política sin convencerse antes de que dicha lucha es necesaria por su propio interés, es una utopía.
Las masas populares no se ven arrastradas a la lucha a través de su razonamiento, sino por la lógica objetiva de las cosas: el propio curso de los acontecimientos les empuja a la lucha. El papel del partido que asume la tarea de educar políticamente y organizar al pueblo consiste, a este respecto, en determinar correctamente el momento en que la lucha está madura para dar el paso a la lucha política y en preparar entre las propias masas los elementos que permitan llevar a cabo esta transición con una mínima pérdida de recursos.
Por ejemplo, ¿cómo logra el proletariado reconocer que la libertad de reunión es necesaria? Las masas no llegan a este tipo de reivindicaciones de forma puramente lógica. Deben darse cuenta de que la lucha por la libertad de reunión favorece los propios intereses del proletariado, y para ello primero deben saber cuáles son sus propios intereses; es la práctica la que les revela ante sus propios ojos la relación que existe entre los intereses del trabajador y la libertad de reunión. Esta práctica consiste en la lucha por sus propios intereses, lucha que los llevará a enfrentarse con un tipo de cuestiones generales que antes quizá incluso carecían de sentido para ellos. Al pensamiento crítico le corresponde la tarea de conducir a las masas a las conclusiones que se derivan de los problemas que les plantea su propia vida, que para ellas son fundamentales, y formular los resultados que se desprenden de la lógica de las cosas, de la lógica de la propia lucha. En otras palabras: elaborar un programa.
Pero ¿cómo se explica entonces el movimiento proletario de finales del siglo pasado en Francia y de la primera mitad del presente siglo en casi toda Europa?
En aquella época la burguesía estaba políticamente sometida y su desarrollo se veía obstaculizado por las formas políticas del absolutismo o la aristocracia. La burguesía, ya entonces materialmente fuerte, carecía de fuerza puramente física. El pueblo trabajador –los aprendices y los obrerosde las fábricas, porejemplo- sufría esas mismas condiciones políticas. El descontento prevalecía entre las masas; era alentado por la lucha política, pero esta lucha se desarrollaba en un momento en que las viejas formas de producción estaban siendo sustituidas por otras nuevas y el significado y el sentido completo de lo nuevo aún no estaban suficientemente claros ni siquiera para los más cultos, y menos aún para las masas populares atrasadas.
En estas condiciones, la lucha no podía dar al proletariado una clara conciencia ni de la fatal oposición que existe entre sus intereses y los intereses de todas las demás clases ni, menos aún, de que las causas fundamentales de las desgracias de la clase obrera residen en los fundamentos del orden económico de la sociedad contemporánea. Entre tanto, la considerable represión sufrida por la burguesía la impulsó a luchar por la emancipación, lucha que vino acompañada de un entusiasmo idealista y de un florecimiento de talentos políticos en su seno que esta clase nunca había logrado antes, ni lograría de nuevo después. De sus filas surgieron masas de oradores, políticos, escritores y publicistas, inspirados en unas ideas de libertad e igualdad que, en la conciencia de los propios propagandistas, guardaban poca relación con los intereses materiales de la burguesía.
Sin embargo, fueron sus hijos, alimentados por el descontento político y la oposición, quienes se atrevieron ciertamente a ir más allá de los refunfuños del sólido burgués, y no pocas veces entraron en conflicto abierto con los moderados y escrupulosos representantes del liberalismo financiero e industrial. Pero no obstante, trabajaban en beneficio exclusivo de la burguesía. Estos mismos militantes, que se movían entre el pueblo con todo el ardor de quien ignora las raíces materiales de su idealismo, hallaron terreno fértil entre las masas, políticamente inmaduras y en estado de agitación. No fue difícil convencer al pueblo de que la causa de todas sus desgracias residía en las restricciones políticas, tanto más en la medida en que la clase que estaba por encima de él se unía al coro de los agitadores revolucionarios, aunque en realidad una octava más baja.
Esta poderosa combinación convenció a los trabajadores de la verdad y el significado de lo que los oradores decían en los panfletos y en las reuniones. Y también les convenció de los vínculos que existían entre sus intereses generales y los intereses de los empresarios. Viendo en el propietario a su defensor y patrón, se entregó a él por completo, sin sospechar que sólo podrían recorrer juntos un breve trecho del camino, que luego se bifurcaría en direcciones opuestas. Así, la burguesía se convirtió en el líder de una clase obrera que, bajo su dirección, no destruyó ni un solo reducto del «bendito» absolutismo. La clase obrera fue a la batalla, la burguesía elaboró el programa y, tras la victoria, estableció las bases del nuevo orden, al tiempo que se llevaba para sí la mayor parte del botín, que culminó en el poder político.
Sin embargo, las migajas que cayeron en manos del proletariado tras la victoria fueron útiles. Más útil aún fue la educación política que adquirió en esta lucha. Pero estos atributos positivos trajeron consigo otros negativos. Hasta el presente, el obrero considera que el burgués, con su seductora retórica, es su gobernante y representante natural en los asuntos políticos. Aun contribuyendo a la educación política de la clase obrera y entrenándola para la lucha política, este período histórico facilitó al mismo tiempo el debilitamiento de su autoconciencia política como clase distinta. La historia de aquella época es importante para nosotros, nos sirve de lección y es un valioso material para nuestra propia práctica y las bases teóricas del movimiento.
La conclusión que debemos sacar es que sólo las masas pueden conquistar la libertad política. Y si esto es así, la lucha por la emancipación del proletariado no debe aplazarse hasta que la burguesía logre la libertad política. Sin duda es importante que nuestra burguesía la consiga, que en un futuro próximo se produzcan conflictos organizados entre el gobierno y el capital. Pero sea cual sea la forma en que se resuelva esta cuestión, ello no debe alterar la dirección de nuestra actividad.
Pase lo que pase, lo más importante para nosotros es que la clase obrera adquiera consciencia, que comprenda que sus intereses no consisten en convertirse en un apéndice de la burguesía cuando ésta pretenda utilizar la fuerza de las masas obreras como protección, fuerza que no sólo descartará posteriormente al serle ya innecesaria, sino que intentará destruir, para que no actúe contra los propios vencedores.
Si nuestra burguesía no sabe realmente cómo hacerse revolucionaria, entonces no debemos darle la oportunidad de que aparezca como maestra y líder de nuestro proletariado, pues la educación que le aporte la burguesía se pagará a un precio demasiado caro: la pérdida de la autoconciencia de clase. Si la propia burguesía avanza en la arena de la lucha política, eso indudablemente supondrá una ventaja.
El obrero tendrá entonces un compañero de viaje en el camino, pero sólo un compañero de viaje; en caso contrario, recorrerá solo ese trecho de camino que tiene por delante, como deberá recorrer luego todo el resto, hasta la emancipación completa. ¡Y qué corto es ese primer trecho comparado con el largo camino que tiene ante sí!
II
En vista de lo anterior, la tarea que tenemos ante nosotros es clara: debemos esforzarnos por desarrollar la autoconciencia política de las masas obreras, interesarlas en la libertad política. Pero la autoconciencia política no se reduce a lograr un cambio en el sistema político actual, sino que este cambio debe ser beneficioso para la clase obrera. Por consiguiente, el reconocimiento de la oposición de intereses debe preceder a la autoconciencia política de clase.
La oposición de intereses se reconoce cuando es patente en la vida del proletariado. Debe hacerse notar a cada paso, el obrero debe sufrirla constantemente y sentirla en cada detalle. Pero, ¿acaso basta con sentir dicha oposición, con promover ante todo los propios intereses y tenerlos constantemente presentes? La vida a menudo oscurece las relaciones que son simples y claras y no pocas veces el antagonismo entre la posición del propietario y la de los trabajadores parece poder explicarse sencillamente por circunstancias naturales, que lo único que hacen es confundir al trabajador.
Por ejemplo, no hay nada más fácil que desconcertar a un trabajador demostrándole que es imposible reducir la jornada laboral. Se puede argumentar como prueba el deprimido estado del comercio en esa rama particular de la industria; o que es imposible acortar la jornada laboral a causa de la competencia con otros propietarios, o porque los beneficios ya son escasos, la pelea con los grandes almacenes, etcétera. Para el trabajador que no conoce bien la cuestión este tipo de argumentos son bastante concluyentes, sean correctos o no para ese caso particular.
Obviamente, no es lo mismo sentir y comprender la justicia de sus reivindicaciones que promoverlas constante y persistentemente. Pero para que los trucos y engaños de diversa índole no desvíen a los trabajadores de sus justas reivindicaciones, éstas deben promoverse constantemente, y no sólo cuando se trata de cuestiones importantes, sino también –y estoes particularmente importante como trabajopreparatorio- cuando se trata de cuestiones aparentemente insignificantes. En lo que respecta a estas pequeñas reivindicaciones, al propietario no le es tan fácil confundir a los trabajadores, porque la posibilidad de satisfacer estas pequeñas reivindicaciones es obvia para todos. Depende únicamente del propietario en cuestión y si esta demanda no es satisfecha, los trabajadores entienden que es simplemente por falta de voluntad del propio propietario, y de esta manera la oposición entre sus intereses y los de los propietarios se va aclarando.
En este sentido, estas pequeñas reivindicaciones son más fáciles de conseguir, no se necesita para ello una lucha particularmente persistente, y esto aumenta la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas, les enseña los conceptos prácticos de la lucha, les prepara, permite que se destaquen entre sus filas individuos que hasta entonces estaban escondidos entre las masas y ofrece a otros trabajadores un ejemplo de cómo luchar con éxito contra los propietarios. En la lucha por estas pequeñas reivindicaciones, los obreros también deben unirse, lo quieran o no, convenciéndose en la práctica de que esta unidad es necesaria y posible. Para la educación de las masas, esta práctica es mucho más importante y más convincente que los libros que tratan el mismo tema.
En la lucha se agudizan las relaciones entre los bandos enfrentados y el propietario muestra su verdadero aspecto; sólo entonces se despoja de su máscara de benefactor paternal y revela sus auténticos pensamientos y aspiraciones. En esta lucha el obrero distingue claramente a sus amigos de sus enemigos, percibe la solidaridad de todos los propietarios, de toda la burguesía en general –grandey pequeña– contra él, el obrero. Sobre la base de este despertar fruto de la lucha, el obrero estará más inclinado a aceptar unas ideas que antes le parecían disparatadas.
Esta lucha por pequeñas reivindicaciones, provocada en concreto por la explotación de uno o varios propietarios, se reduce al ámbito de uno o unos pocos talleres o fábricas. Esta lucha, que en la mayor parte de los casos se limita a la lucha contra el explotador inmediato, el cual no cuenta con el apoyo de la administración, debe servir de escuela elemental para el proletariado ruso, que aún no ha sido atraído a la lucha de clases; en dicha lucha se educará y fortalecerá y de ella saldrá preparado para luchar por reivindicaciones más importantes, que quizá aún no supongan la unidad de los obreros de varias fábricas o de todo el ramo.
La primera fase de la lucha por pequeñas reivindicaciones, hacia la que el obrero se ve empujado por cálculos fácilmente comprensibles -la explotación del patrón se explica por sí sola–, exige a los obreros un cierto grado de energía y unanimidad. En la segunda fase, cuando es necesario hacer causa común contra toda la clase burguesa, a la que el gobierno se apresurará inmediatamente a socorrer, se requerirá un grado mucho mayor de resistencia, solidaridad y coraje. Además, también se exigirá un cierto nivel de conciencia, la capacidad de vincular los propios intereses con los intereses de otros trabajadores del mismo ramo de producción, a veces incluso de otro. Pero dicha conciencia sólo puede desarrollarse cuando el trabajador, a través de su propia experiencia, llega a la conclusión de que luchar separadamente por los intereses de los trabajadores de distintas fábricas conduce al fracaso.
La propia lucha contra distintos propietarios desarrollará en la clase obrera el grado de estabilidad y resistencia, de unidad, el sentido de independencia y la confianza de clase que necesitará cuando se enfrente cara a cara con la inevitable la lucha de clases, en el pleno sentido de la palabra. Al entrar en esta fase, el movimiento obrero empezará poco a poco a adquirir un tinte político. En efecto, a medida que los obreros reclaman cambios concretos y significativos en los métodos de una fábrica determinada, o en toda una rama de la industria, se incorporan a una lucha que evidenciará la actitud hacia ellos no ya de un propietario, ni de unos pocos, sino de todas las clases altas y del gobierno.
Conscientes de la absoluta justicia de su reivindicación, los obreros actúan al principio pacíficamente y con moderación, confiados en que todo el mundo les apoya, en que todo el mundo simpatiza con ellos. Al fin y al cabo, ¡todo es sencillísimo, sus reivindicaciones son clarísimas y la opresión es muy injusta! Envían una delegación al inspector de fábrica. Seguro que él les ayuda, pues al fin y al cabo es su defensor, conoce las leyes y éstas ciertamente les dan la razón… El inspector les echa un jarro de agua fría… Las leyes no dicen nada al respecto; el dueño de la fábrica está un terreno completamente legal, yo no puedo hacer nada… La puerta se cierra delante de sus narices… ¡Cómo es posible que las leyes no intercedan por nosotros! ¡No puede ser que nuestro padrecito no nos defienda! El inspector habrá sido sobornado por el dueño de la fábrica, ¡miente, miente insolentemente!… Los obreros prueban otras vías. En todas partes se topan con una negativa, a veces acompañada de una amenaza que pronto toma forma real: se envían tropas en ayuda de los propietarios.
Los obreros reciben su primera lección de ciencia política, que dice que el derecho es la fuerza, y que contra la fuerza organizada del capital el trabajo debe adquirir su propia fuerza organizada. Ampliándose a medida que se desarrolla, abarcando regiones productivas enteras en lugar de fábricas individuales, a cada paso el movimiento entra en conflicto con el poder del Estado, cada vez más a menudo; las lecciones políticas son cada vez más frecuentes y su poderosa moraleja se va imprimiendo cada vez más profundamente en la mente de los trabajadores; se va formando la autoconciencia de clase, la comprensión de que todo aquello por lo que lucha el pueblo sólo puede lograrlo el propio pueblo.
El terreno ya está entonces preparado para la agitación política. Esta agitación dispone ahora de una clase organizada por la vida misma, con un egoísmo de clase fuertemente desarrollado, consciente de la comunidad de intereses de todos los trabajadores y de su oposición a los intereses de todos los demás. Entonces la alteración del sistema político es sólo cuestión de tiempo. Una chispa y el material combustible acumulado explotará.
Así pues, la tarea de los socialdemócratas consiste en llevar a cabo una agitación constante entre los obreros de las fábricas sobre la base de las pequeñas necesidades y reivindicaciones ya existentes. La lucha suscitada por esa agitación capacitará a los obreros para defender sus propios intereses, aumentará su valor, les dará confianza en sus propias fuerzas, conciencia de la necesidad de unidad y, en última instancia, les planteará las cuestiones más importantes, que reclaman solución. Una vez preparada de este modo para una lucha más seria, la clase obrera procede a resolver estas cuestiones vitales, y la agitación sobre la base de dichas cuestiones debe tener como objetivo formar la autoconciencia de clase. La lucha de clases en esta forma más consciente es la que sienta las bases para la agitación política, cuyo objetivo será modificar las condiciones políticas existentes a favor de la clase obrera. El posterior programa de los socialdemócratas es evidente.
III
Como resultado del hecho de que la socialdemocracia sólo puede convertirse en el verdadero partido del pueblo cuando basa su programa de actividad en las necesidades que siente realmente la clase obrera, y también del hecho de que para lograr este objetivo –laorganización de la claseobrera- debe comenzar con la agitación sobre la base de las reivindicaciones más vitales, las reivindicaciones más pequeñas, que son las más claras para la clase obrera y las más fácilmente alcanzables, podemos formular de una nueva forma la cuestión de qué tipo de individuos deberíamos tratar de promover entre los trabajadores para dirigir el movimiento.
Para promover unas mínimas reivindicaciones susceptibles de unir a los trabajadores en la lucha, debemos saber qué tipo de reivindicación ejercerá más fácilmente una influencia positiva sobre los trabajadores en unas determinadas condiciones. Debemos elegir el momento adecuado para iniciar la lucha, debemos saber qué métodos de lucha son los más apropiados para esas determinadas condiciones, para ese lugar y ese momento. Este tipo de información requiere contactos constantes con la masa de trabajadores por parte del agitador, que éste se interese constantemente por un ramo particular de la industria y siga su progreso.
Hay muchas presiones en cada fábrica y muchas nimiedades que pueden interesar al obrero. Averiguar cuál es la queja que más afecta a la vida de los obreros, determinar el momento en que debe plantearse una queja concreta, conocer de antemano todas sus posibles ramificaciones: ésta es la verdadera tarea del agitador activo. Un conocimiento de este tipo sólo se lo puede dar la vida misma, la teoría sólo puede y sólo debe ilustrarlo. Sumergirse constantemente en las masas, escuchar, elegir el objetivo apropiado, tomar el pulso a la multitud: esto es lo que debe procurar el agitador. El conocimiento de las condiciones de vida y de los sentimientos de las masas, en general, le otorgarán influencia sobre esas masas; nunca estará fuera de lugar y destacará entre la multitud, que le convertirá en su líder natural.
Evidentemente, los puntos de vista socialdemócratas del agitador determinarán por qué camino considera que debe conducir a la multitud sin abandonar sus convicciones. Está obligado a esforzarse con todas sus fuerzas por explicar a las masas las ventajas e inconvenientes de cada una de las medidas que se proponen, para preservarla de cualquier error que pudiera perjudicar el desarrollo de su autoconciencia. Además, debe ir siempre un paso más allá de las masas, debe arrojar luz sobre su lucha, explicando su significado desde el punto de vista más general de la oposición de intereses, y al hacerlo debe ampliar el horizonte de las masas.
Pero al mismo tiempo, el propio agitador no debe perder de vista el objetivo final, debe estar preparado teóricamente para, cualesquiera que sean los infortunios, no perder de vista la conexión que existe entre su actividad actual y el objetivo final. Para ello, sin embargo, la preparación teórica no es suficiente. Ésta tiene que reforzarse constantemente con el trabajo práctico. Sólo mediante esta constante comprobación, adaptándose constantemente a la tarea conocida y aprendida en la teoría, puede decir el agitador que comprende y domina la teoría. A su vez, la actividad práctica mostrará cuáles son las cuestiones en las que la teoría debe profundizar, y el agitador podrá poner a prueba los fundamentos de la propia teoría y su aplicación en condiciones particulares.
Por eso no nos identificamos con ninguno de los extremos, no hay que perder el contacto con la base práctica y sólo estudiar, ni únicamente agitar a las masas sin ocuparnos al mismo tiempo de la teoría. Sólo la actividad paralela, recíprocamente complementaria, proporciona una preparación real y produce convicciones sólidas.
¿Qué carácter ha tenido y tiene la propaganda en la mayoría de los círculos socialdemócratas? Los individuos con conocimientos teóricos elaboran por sí mismos las correspondientes convicciones teóricas, que intentan transmitir a los demás. Pero no todos son capaces de comprender una concepción total del mundo, ni siquiera la concepción del mundo del socialismo científico. La propaganda del socialismo científico sólo halla una masa de discípulos en una determinada fase del desarrollo industrial, y para ello esta masa se ha tenido que preparar mediante una larga y persistente lucha. Así pues, se selecciona a los obreros más capaces y se les lleva a los círculos, donde poco a poco se les transmiten los puntos de vista socialdemócratas (tal y como éstos son entendidos por los propios dirigentes). Por último, se envía esta materia prima a un intelectual para que le dé los últimos retoques.
¿Cuál es el resultado de este tipo de propaganda? Los mejores hombres, los más capaces, reciben unas nociones teóricas cuya relación con la vida real, con las condiciones en las que vive esta gente, es muy superficial. Se han explotado las ganas de aprender del trabajador, de escapar de su ignorancia, para acostumbrarle a las conclusiones y generalizaciones del socialismo científico. Este último se ha tomado como algo obligatorio, inmutable e idéntico para todos.
Por eso la mayoría de los obreros que han sucumbido a este tipo de propaganda, a pesar de todo su entusiasmo por el socialismo científico, presentan todos los rasgos característicos de los socialistas utópicos en su época.Todos menos uno: los utópicos estaban convencidos del poder omnipotente de la predicación del nuevo evangelio y creían que la conquista de las masas populares dependía únicamente de sus propios esfuerzos, mientras que nuestros socialdemócratas utópicos saben perfectamente que el atraso de la industria rusa supone serias limitaciones para cualquier movimiento socialista, y esta convicción les priva de toda energía en las tareas de propaganda y les lleva a limitar su actividad al estrecho círculo de los individuos avanzados. Nuestros obreros conocen y comprenden las condiciones para la actividad de la socialdemocracia occidental mucho mejor que las condiciones para su propia actividad.
El socialismo científico apareció en occidente como la expresión teórica del movimiento obrero; pero con nosotros se transforma en teoría abstracta, poco inclinada a descender de las alturas trascendentales de las generalizaciones científicas.
Además, así entendido, el socialismo degenera en secta y el sistema de propaganda que practica tiene también otras consecuencias, aún más dañinas. Por una parte, con este sistema de propaganda las masas se dejan completamente de lado, son consideradas como un material del que hay que extraer y aprovechar lo máximo posible. Y esta extracción debilita fatalmente las fuerzas intelectuales de las masas, pues les arrebata sus mejores elementos y les priva de aquellas personas que, aun carentes de conciencia, han servido antes y aún pueden servir, dada su superioridad mental y moral, como dirigentes y como combatientes de primera línea en su lucha puramente espontánea por la existencia.
Por otra parte, los mejores elementos del proletariado pasan a formar un grupo especial de personas con todos los rasgos que caracterizan a nuestra intelectualidad revolucionaria, condenada a la sempiterna vida y actividad de círculo, con los resultados que esto inevitablemente conlleva. Convencidos de que es difícil promocionar a un mayor número de individuos entre las masas (momento que sin duda llega tarde o temprano), los intelectuales obreros ni se inmutan, reflexionan sobre las causas de estas dificultades y, naturalmente, se inclinan por pensar que la causa del fracaso de su actividad es su bajo nivel teórico, o bien que en nuestro país las condiciones aún no están maduras para un movimiento obrero.
En el primer caso concluyen que es necesario estudiar y estudiar para luego transmitir sus puntos de vista a las masas; en el segundo caso, si no terminan completamente desilusionados y reconciliándose con la realidad, se encierran aún más en sus círculos y se dedican a perfeccionarse hasta que una inminente mejora del nivel cultural de las masas, por sí misma y sin su ayuda, permita a éstas comprender sus enseñanzas. En ambos casos, los resultados de este tipo de propaganda suponen un indudable obstáculo en la tarea de elevar la autoconciencia de clase del proletariado ruso.
Cuanto mejor es la actitud mental y moral de los obreros socialistas, tanto más se alejan de las masas y de la realidad; y en el momento decisivo, cuando un acontecimiento u otro impulse a las masas obreras al movimiento, éstas y los obreros socialistas estarán alejados e incluso se mostrarán recíprocamente hostiles.
Es difícil prever dónde nos puede llevar esto, pero la historia de Europa demuestra que, en estas circunstancias, cuando las condiciones están maduras para un movimiento obrero de masas y los auténticos representantes de sus intereses se hallan divorciados de ellas, éstas encontrarán otros líderes, no ya teóricos, sino hombres prácticos que la dirigirán en detrimento de su desarrollo como clase. Para los socialdemócratas esta perspectiva no deja de ser altamente peligrosa. La propaganda que hay que llevar a cabo entre los obreros para reclutar individualmente nuevos adherentes al socialismo no se diferencia de la propaganda que se lleva a cabo entre los intelectuales con el mismo fin; sin embargo, como se ha demostrado anteriormente, en el caso de los obreros este tipo de propaganda tiene un ladodirectamente nocivo: debilita la fuerza intelectual de las masas. Al crear una intelectualidad obrera socialista alienada de las masas estamos perjudicando la causa del desarrollo del proletariado, nuestra propia causa.
Si unimos la propaganda con la agitación, la teoría con la práctica, llegaremos a distintos resultados. La unión permanente entre los individuos avanzados y las masas, una unión sobre la base de cuestiones que las masas vagamente comprenden y que un agitador experimentado les puede aclarar, convertirá a éste en su dirigente natural. Al mismo tiempo, cada éxito logrado mediante este tipo de unión de los individuos con las masas aumentará la fuerza durmiente de éstas, elevará su espíritu, provocará en ellas nuevas exigencias, que antes parecían ajenas; de ese modo elevará su nivel cultural y, en consecuencia, las acercará aún más al agitador. La lucha constante las estimulará a pensar; además, la propia lucha hará que de las masas surjan nuevos individuos capaces de convertirse en objeto de la misma propaganda racional y que, en otras circunstancias, continuarían escondidos entre las masas.
Esto último es especialmente cierto: cuando las masas son pasivas, las reservas de personas susceptibles de convertirse en socialistas son más bien reducidas; pero cuando el movimiento se activa, el propio movimiento se encarga de rellenar constantemente los huecos dejados por aquellos combatientes de primera línea que abandonan las filas. La tarea del agitador es intentar que la mente del trabajador conciba nuevos pensamientos, que comprenda con mayor claridad las actitudes de los propietarios hacia él. El despertar, el descontento eterno y la eterna lucha por mejorar su situación, además de una amplia comprensión de las victorias ya conseguidas, ahí es donde el agitador debe conducir a las masas.
Con la propaganda en los círculos se requieren grandes sacrificios para lograr resultados insignificantes. Trabajando entre las masas se reduce la proporción de sacrificios en comparación con los resultados obtenidos, y cuanto más amplio y profundo es el movimiento, más difícil es hacerle frente, más difícil es desarraigar a los elementos socialistas. Polonia es un buen ejemplo: allí las huelgas están empezando a recibir reconocimiento oficial y el gobierno ha decidido no aplicar las leyes vigentes a quienes participan en ellas. Esto demuestra que un movimiento abierto puede dejar sin efecto las trabas que la ley pone en su camino. Pero para ello el movimiento debe tener raíces en la tierra. Quien no promueve con su propia actividad el crecimiento de la conciencia de clase y las reivindicaciones revolucionarias del proletariado no es un socialdemócrata.
Sin embargo, es posible contribuir a ambas ocupándonos única y directamente en despertar el movimiento de las masas sobre bases económicas, y cada paso en esta dirección acorta el camino restante y al mismo tiempo facilita el progreso ulterior del movimiento, eliminando uno tras otro los obstáculos que ahora parecen inamovibles y que dificultan incluso el trabajo de los círculos, que es esencialmente cultural, unos obstáculos que además éstos no pueden eliminar. En vista de todo ello, pensamos que los círculos socialdemócratas deben adoptar este programa, cuyos rasgos principales hemos esbozado. De lo contrario, que dejen de pensar que su actividad es más útil a la causa del desarrollo del proletariado que la actividad de la Comisión para la Alfabetización, por ejemplo.
La experiencia adquirida por estos círculos y los propios obreros que han atraído con la propaganda permiten iniciar una lucha más o menos racional sobre nuevas bases. Intelectuales y obreros deben discutir constantemente cuáles son las reivindicaciones que deben plantearse en cada momento y en cada ramo de la producción y cuál debe ser el tema de la agitación, partiendo de las necesidades más vitales de los trabajadores. Además, hay que aclarar qué medios facilitan el inicio de la lucha (agitación, huelga, peticiones al inspector, etc.). La producción de literatura de agitación es entonces tarea de la intelectualidad, una literatura que debe adaptarse a las circunstancias de un ramo de la producción o de un centro industrial concreto, que debe hablar al obrero de sus necesidades y servir de complemento a la agitación oral.
Por último, los intelectuales deben esforzarse por imprimir a sus sesiones de estudio con los obreros un carácter más práctico, de modo que los conocimientos que adquieran en ellas sirvan al obrero para ampliar sus horizontes y no le saquen de golpe de un terreno firme para llevarlo a la esfera de las posiciones científicas puramente abstractas. Y se necesita una literatura propagandística que vaya en la misma dirección.
Aún queda por decir algo sobre los límites de la actividad socialdemócrata. Existe la opinión de que los centros industriales más avanzados son los únicos que constituyen una base apropiada para la actividad de agitación. Y en efecto, en los oficios artesanos y en la industria doméstica a los trabajadores les es más difícil unirse sobre la base de la consciencia de los intereses comunes, al estar descoordinados y dispersos, y no es tan fácil que la oposición de intereses entre el empresario y el trabajador aparezca como verdadera comunidad de intereses. A esto se añade la ausencia de una clara distinción entre la posición del empresario y la del trabajador. Al trabajador, además, le resulta relativamente fácil convertirse en propietario o en productor independiente, por lo que considera que su posición es temporal y está dispuesto a hacer ciertos sacrificios. Pero, ¿acaso se deduce de ello que la lucha es absolutamente imposible en estos casos? Una vez más, ¡no! La producción artesanal y doméstica (es decir, a pequeña escala) de hecho presenta algunas ventajas para la lucha.
Los trabajadores cualificados están culturalmente más desarrollados que los no cualificados, son más escasos y no pueden ser sustituidos tan fácilmente por otros; si tienen buenas perspectivas de abrir sus propios talleres, los trabajadores no arriesgan tanto al negarse a trabajar, etcétera. Por último, la concentración de gran número de pequeños talleres en una misma región facilita pasar de un patrón a otro. Por consiguiente, si por un lado la pequeña producción impide el desarrollo de la lucha activa, por otro ayuda a librarla.
Si en los grandes centros es la vida misma la que empuja a los obreros a la lucha contra los capitalistas y el papel del agitador no es más que mostrar el camino, en la pequeña producción al agitador le es más difícil despertar a los obreros. Por otra parte, una vez que el movimiento ha comenzado, hay posibilidades de éxito. Algunos se preguntarán si todo esto es necesario. De hecho hay quien piensa que hay que esperar a que la pequeña producción se transforme en gran industria para comenzar la agitación, y hasta entonces contentarse con la propaganda dirigida a convertir en socialistas a los obreros, individualmente. Pero dejando al margen nuestras dudas acerca de la conveniencia, en general, de esforzarnos por crear una intelectualidad obrera aislada de las masas, a esta táctica se le podrían hacer también otro tipo de objeciones. El hecho es que la producción a pequeña escala no se transforma en rama industrial de golpe: la transición se completa muy lentamente y muchas veces no es nada fácil determinar si dicha producción a pequeña escala o doméstica ya se ha transformado en industria manufacturera o no. En este proceso de transición, son sobre todo los trabajadores los que más sufren, debido a su falta de preparación. Los trabajadores se ven gradualmente atrapados en el férreo vicio de la gran producción y su pasividad ante este proceso constituye una desgracia para ellos. Sufrimientos terribles, inseguridad material, desempleo, reducción constante de los ingresos, casi degeneración: este es el día a día si los propios trabajadores no toman nota de su descenso por la pendiente resbaladiza de la reducción de los salarios y el aumento de la inseguridad, si con sus propios esfuerzos no luchan por conseguir mejores condiciones de vida. Para los trabajadores supone una desgracia no adquirir, a cambio de las ventajas del trabajo cualificado que pierden a cada paso, otra arma: el reconocimiento de sus intereses, la comprensión de que es necesario unirse sólidamente entre sí para que la lucha tenga éxito.
Es cierto que en semejantes circunstancias la agitación es mucho más difícil, debido al avance de esta fuerza terrible que aplasta a los obreros, pero por eso mismo es mucho más importante tratar de prevenir los sufrimientos más agudos y aumentar las posibilidades de éxito de la lucha cuando las nuevas condiciones estén ya establecidas. Nos consideramos afortunados de vivir en una época en la que el avance del movimiento es tan claro que podemos vislumbrar sus fases posteriores.
Ser conscientes de este avance y no emplear dicho conocimiento sería un enorme error histórico. Por otro lado, la idea de un movimiento obrero fuerte y al mismo tiempo reducido a unos pocos centros es errónea. Conforme aumenta la movilidad de los trabajadores, los obreros de las provincias, obligados a unirse a las filas de los parados en las primeras etapas del capitalismo, desempeñarán el mismo papel que los emigrantes de un país menos culto ante los trabajadores organizados de los grandes centros. Así pues, descuidar a los trabajadores de la pequeña producción dificulta la tarea de organización y de lucha en los grandes centros obreros. De ello se deduce que lo único que puede dar frutos es una agitación generalizada.
En lo que respecta a las masas que aún no han sido reunidas por el capital industrial, debemos esforzarnos para que el capitalismo, conforme conquista una rama de producción tras otra, no deje tras de sí únicamente ruinas, sino que pisándole los talones se eleven las filas del ejército obrero organizado, para que, aun privados de sus habilidades y convertidos en trabajadores no cualificados, los proletarios sepan oponerse a la explotación con la fuerza de la organización, la fuerza de la autoconciencia de clase.
[1] Traducción al inglés por Richard Taylor publicada originalmente el 8 de diciembre de 2020 en People’s War (https://pplswar.wordpress.com/2020/12/08/on-agitation-ob-agitatsii-arkadi-kremer-julius-martov/). Gracias a Hermanos Bueso por habernos mandado su traducción al castellano, que hace disponible por primera vez este texto en esta lengua.