Mick Armstrong
Traducción por Ignacio Claverie
Texto original: Marxist Left Review.
En esta era en que se están intensificando las tensiones imperialistas entre los Estados Unidos y China, en el que se está acelerando la carrera armamentística por parte de todas las principales potencias y la amenaza creciente de una guerra total, en parte presagiada por la guerra brutal en Ucrania, vale la pena revisitar los debates entre socialistas que se dieron en las vísperas y durante la Primera Guerra Mundial. Fue en esos debates, a veces furiosos, literalmente al calor de la batalla, que fue forjada el abordaje marxista sobre el imperialismo y la lucha contra la guerra. La realidad económica y política de hoy no es, por supuesto, la misma. El orden jerárquico imperialista se ha modificado sustancialmente, notablemente en las últimas décadas con el ascenso de China. Las capacidades destructivas de los ejércitos en competición han sido cualitativamente ampliadas con el desarrollo de las armas nucleares que amenazan la propia existencia del planeta. No obstante, los conocimientos vitales desarrollados por Lenin, Luxemburgo, Trotsky, Bujarin y otros revolucionarios de dicho periodo de aumento de disputas imperialistas y una eventual guerra mundial todavía proporcionan unas bases sólidas sobre las cuales los socialistas pueden edificar sus orientaciones actuales.
El 4 de agosto de 1914 fue un punto de inflexión decisivo para el movimiento socialista. El colapso de los grandes partidos de masas de la Segunda Internacional socialista hacia el chauvinismo de guerra y el apoyo a sus clases dominantes vernáculas pusieron las bases para una división fundamental en el movimiento socialista entre reformistas y revolucionarios, llevando a la fundación ulterior en marzo de 1919 de la Tercera Internacional, la Internacional Comunista (Comintern).
La capitulación de dichos partidos supuestamente marxistas, especialmente el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el partido dirigente de la Segunda Internacional, fue el producto de una degeneración de largo plazo y un acomodamiento al sistema capitalista por parte de la dirigencia de esos partidos y sus sindicalistas asociados. No era simplemente cuestión de una posición equivocada en la política de la guerra o el militarismo, sino que reflejaba una integración más amplia en el sistema capitalista y una identificación creciente con su propio Estado-nación. Esta dinámica era más pronunciada entre los líderes sindicalistas y un séquito de diputados y funcionarios de partido. Mucho antes del 4 de agosto, por tanto, estos líderes habían abandonado los intereses de la clase obrera que la seguía y se habían cambiado al bando de la burguesía. Los debates dentro de los partidos socialistas acerca de la guerra, la política colonial, el militarismo y el imperialismo que se direron en aquellos años no eran más que el reflejo de una capitulación mayor, aunque fuera una más decisiva.
Marx y Engels acerca de la guerra
La aproximación marxista original hacia la guerra desarrollada por Marx y Engels ocurrió en un periodo previo a la aparición del imperialismo capitalista moderno. Marx y Engels veían la guerra como una abominación que era parte de la propia esencia del capitalismo y de las anteriores sociedades de clase. Solamente con el derrocamiento del capitalismo y el desarrollo de un orden mundial socialista es que sería posible la eliminación de la guerra. La Primera Internacional, formada en 1864, en el que Marx y Engels jugaron un rol dirigente, denunciaron los ejércitos permanentes como una incitación al militarismo y abogaron, en cambio, por el concepto de la milicia popular con oficiales democráticamente elegidos. Creían que una milicia popular estaría menos dispuesta a ser usada por los gobiernos para romper las huelgas y las revueltas de la clase obrera.
Marx y Engels apoyaron la victoria de las nacientes potencias capitalistas en sus guerras contra la reacción semi-feudal, trazando un paralelismo con las guerras de la Francia revolucionaria contra las antiguas potencias feudales, apoyadas por Inglaterra, que buscaba romper la gran revolución. En particular apoyaron las guerras en contra de la Rusia zarista, a la que veían como la columna vertebral de la reacción en Europa. En el momento de la ola revolucionaria de 1848 que barrió a Europa, hicieron un llamamiento a las fuerzas democráticas para que llevaran a cabo una guerra revolucionaria en contra del zarismo. Creían que la derrota del zarismo aceleraría la próxima revolución proletaria. En los siguientes años continuaron convocando a Inglaterra y a otras potencias para conducir la guerra contra el zarismo.
Marx y Engels también apoyaron las guerras de unificación nacional en Italia y Alemania. Apoyaron al Norte en contra del Sur esclavista en la Guerra Civil y las rebeliones nacionales armadas en Irlanda y Polonia. Creían que estas eran unas guerras progresistas que acelerarían el desarrollo del capitalismo y que pondrían a los trabajadores en una posición mejor para luchar por la libertad.
En guerras entre las potencias capitalistas Marx y Engels apoyaron el principio de la defensa nacional. En la Guerra franco-prusiana de 1870-1871 que culminó en la Comuna de París, Marx y Engels adoptaron una aproximación de una táctica concreta basada en su valoración de qué victoria servía mejor a los intereses de la causa revolucionaria. En el estallido de la lucha apoyaron una guerra defensiva por parte de Prusia, al que esperaban que precipitaría la caída del reaccionario régimen bonapartista francés. Después de la calidad de Bonaparte, se opusieron a la invasión de Francia por parte de Prusia y pasaron a apoyar la defensa de París por las fuerzas populares de la Guardia Nacional.
La actitud general hacia la guerra de Marx y Engels fue apropiada hasta más o menos hasta los años 1880, cuando el rápido desarrollo de la competición imperialista demandaba una aproximación nueva. Es discutible exactamente cuánto se consolidó el sistema imperialista moderno, pero definitivamente lo hizo por el comienzo del Siglo XX. En un mundo crecientemente cortado en pedazos por las potencias imperialistas, el principio de la defensa nacional había sido redundante para los Reino Unido, Francia, los Estados Unidos y Alemania. De hecho, hablar de la defensa nacional era ahora un concepto reaccionario en cualquier contienda entre las potencias imperialistas. Para los años 1890, Engels se dio cuenta que un cambio importante había ocurrido y advirtió de la amenaza de una guerra reaccionaria a escala europea que podría devastar el continente y descarrilar el desarrollo del movimiento de la clase obrera. Sin embargo, hubo un retraso considerable antes de que los socialistas desarrollaran un abordaje apropiado hacia la guerra en la época del imperialismo moderno.
Incluso Lenin, quien sería después una figura vital para el desarrollo de una teoría marxista del imperialismo, mantuvo durante mucho tiempo los elementos del abordaje más convencional. Concibiendo a la Rusia zarista como el principal enemigo, en 1904, Lenin apoyó la derrota de Rusia por el imperialismo japonés, al que calificaba como una potencia progresista. En enero de 1905, expresó un cierto placer en la caída del fuerte ruso de Port Arthur, considerando que la Asia “progresista” y “avanzada” había infligido una estocada irreparable a la vieja Europa, “reaccionaria” y “atrasada”1. Esta aproximación de la defensa de la derrota del zarismo reaccionario, incluso si ésta fuera realizada por potencias imperialistas, todavía tenían influencia en la mirada de Lenin al comienzo de la Primera Guerra Mundial.
El camino a la capitulación
En los inicios del siglo XX, un número de teóricos marxistas, incluyendo a Rudolph Hilferding y a Rosa Luxemburgo, comenzó a desarrollar análisis del nuevo capitalismo imperialista y una oposición a la guerra imperialista2. La resolución en contra de la guerra, adoptada en el Congreso de Stuttgart de la Internacional Socialista y reafirmada en 1910 en Copenhague y de nuevo en Basilea, implícitamente (pero sólo implícitamente) rompió con la aproximación vieja de Marx y Engels. Se proclamó que los partidos socialistas deberían oponerse energéticamente al estallido de la guerra:
En caso de que estalle la guerra, no obstante, es su deber intervenir en favor de su rápida resolución, y hacer todo lo que esté en sus manos para utilizar la crisis económica y política causada por la guerra para despertar a los pueblos y acelerar así la abolición de la dominación capitalista3.
Una declaración digna es una cosa; más importante, sin embargo, es lo que se hace en la práctica. La Segunda Internacional no era un cuerpo centralizado, sino una federación de partidos nacionales que organizaban congresos más o menos cada tres años. Los partidos nacionales no estaban obligados para llevar a cabo los dictámenes de aquellos congresos. Se estableció un Buró Socialista Internacional como un poder ejecutivo de la Internacional en 1900, pero sus decisiones terminaban siendo recomendaciones. La Internacional no desarrolló unos lineamientos claros para la acción colectiva que luchara en contra del militarismo y ningún tipo de programa cuando explotó la guerra. De este modo, en el Congreso especial de Basilea de la Internacional en noviembre de 1912, convocado en respuesta del estallido de la Guerra de los Balcanes, por ejemplo, había una retórica maximalista y unos ataques estridentes sobre el imperialismo capitalista, pero no se acompañaba con la adopción de una estrategia para oponerse al camino hacia a la guerra.
En la extrema izquierda de la Internacional Socialista, Domela Nieuwenhuis de Los Países Bajos había llamado, en una fecha tan temprana como 1891, a los socialistas a lanzar una insurrección armada en respuesta a la guerra. Este llamamiento después fue abogado por el socialista francés Gustave Hervé, pero con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Hervé giró desde su ultraizquierdismo grandilocuente a un extremo chauvinismo pro francés. Después, en el Congreso de Stuttgart de 1907, el viejo blanquista y comunero Edouard Vaillant, con el apoyo del líder del Partido Laborista Independiente, Keir Hardie, propusieron una enmienda que convocaría a una huelga general en el caso de que irrumpiera la guerra. Sin embargo, los revolucionarios como Lenin y Luxemburgo reconocieron que la aproximación de tipo anarquista de Hervé era inviable. Una huelga general o una insurrección no pueden ser convocadas a voluntad, ni siquiera en las condiciones más favorables, por no decir en frente de una euforia nacionalista provocada por una declaración de guerra. En cuanto a la palabrería sobre una huelga general por parte de reformistas como Hardie, ésta fue descartada como meras ínfulas. Los socialistas de derecha también denunciaron, naturalmente, dichos llamamientos a una huelga general u otras formas de acción militante. No querían comprometerse en cualquier acción concreta en contra de la guerra.
Pese al incremento de la carrera armamentística en los albores del siglo XX, poco se hizo, por parte de los socialdemócratas, en términos de actividad práctica para sentar los fundamentos de una acción coordinada en contra de la guerra. Esto fue en parte considerable debido al enfoque de la dirigencia del SPD alemán, sin dudas el partido más influyente de la Internacional. El joven radical Karl Liebknecht emprendió en 1904 una campaña antimilitarista en Alemania, publicando en 1907 su cruzada polémica Militarismo y Antimilitarismo4. Liebknecht recibió el apoyo de los grupos de jóvenes del SPD, como en los centros radicales de Stuttgart, pero fue marginado por parte de la dirigencia del partido en 1906 en el Congreso de Mannheim5.
Hubo otros pocos ejemplos de la agitación anti guerra por parte de la izquierda internacional. En Francia, la principal confederación de sindicatos, la Confederación General del Trabajo (CGT), que no estaba afiliada a la Internacional Socialista, hizo a su favor, por algunos años, una campaña coordinada en contra del militarismo y la conscripción. Pero gradualmente empezó a conciliarse con el sistema capitalista, y, como el Partido Socialdemócrata Francés, capituló en los inicios de la guerra. En 1905, el Partido Socialdemócrata Sueco hizo un llamamiento a los obreros para lanzar una huelga general si el gobierno llevaba a cabo su amenaza para invadir Noruega después de que ésta declarara su independencia de Suecia. En Italia, el Partido Socialista Italiano expulsó a sus facciones derechistas que apoyaban la invasión de Libia en 1912. En Australia, los pequeños grupos socialistas hicieron campaña en contra de la llamada “conscripción de jóvenes” en los años de preguerra, con algunos de sus activistas siendo arrestados6. Sin embargo, éstas fueron excepciones que iban contra la corriente de la pasividad de la Internacional.
Para el año 1907 el SPD se estaba acomodando de una forma creciente al nacionalismo alemán y al colonialismo. Los revisionistas del ala derecha del partido se oponían a la abolición de las colonías, a la que calificaban como “utópica”, y afirmaban que el Imperialismo alemán era una potencia progresista que llevaba “la civilización europea” a las colonias. Edward David, uno de los principales revisionistas, argumentó en el Congreso de Stuttgart que “Europa necesita colonias. No tiene las suficientes”. A su vez, los revisionistas tenían el apoyo de los dirigentes de los sindicatos más poderosos. La oposición al colonialismo fue aprobada por un estrecho margen de voto de 127 a 108 en el Congreso, siendo los delegados del SPD la mayoría de la minoría procolonial7. La Internacional nunca declaró de forma clara que “defensa de la patria” no aplicaba a la guerra imperialista, e incluso, algunas de las secciones de izquierda del SPD todavía se aferraban al concepto de la defensa nacional en los años de preguerra. La mayoría del ala izquierda del SPD y de la extrema izquierda internacional de ese periodo apoyaba los reclamos pacifistas para el desarme internacional y en pos de una corte internacional de arbitraje que resolviera las disputas entre las grandes potencias. Estas posiciones utópicas y reformistas fueron votadas por unanimidad en el Congreso de Stuttgart, aunque en 1911 Rosa Luxemburgo polemizara en contra de dichas ilusiones pacifistas en su artículo Utopías pacifistas8.
Una de las primeras pruebas serias vino con la crisis de Marruecos de 1911, cuando el crucero Panther de la marina alemana arribó al puerto de Agadir, siendo un desafío directo a los intereses imperialistas de Francia en el Norte de África. La dirigencia centrista del SPD no quería expresarse, temerosa de una debacle electoral. Pero en las principales ciudades alemanas, donde la izquierda del SPD era fuerte, se organizaron protestas y el comité central eventualmente se vio obligada a apoyar las protestas, después de que Luxemburgo expusiera su prevaricación. La crisis de Marruecos no sólo expuso la rendición del SPD. La Internacional Socialista no tomó ninguna iniciativa. Estuvo completamente pasiva en frente de una amenaza de guerra, un claro signo de lo que estaba por venir9.
Después, en abril de 1913, en una reunión secreta de la comisión de presupuesto del Reichstag alemán, los socialdemócratas que estaban presentes no presentaron ningún tipo de protesta cuando les fueron revelados los planes para comenzar una ofensiva en el oeste en el comienzo de una guerra. En el mismo año, después de un debate acalorado en su grupo parlamentario, el SPD por primera vez votó a favor de un aumento impositivo para financiar el gasto armamentístico, usando como excusa que el dinero tenía que recaudarse mediante un a la renta más que a través de impuestos indirectos que afectan de manera desproporcionada tanto a los trabajadores como a los pobres.
El problema, sin embargo, no residía solamente en el ala derecha del movimiento socialista. En 1912, Karl Kautsky, el teórico socialista más prominente del momento y destacado representante del centro del SPD, abandonó su oposición anterior a cualquier tipo de guerra que emprendiese el Estado alemán, sin importar que ésta fuera de carácter ofensiva o defensiva. Habiendo sostenido alguna vez que los socialistas no podían hacer una distinción entre los dos tipos de guerra, Kautsky ahora respaldaba al líder del partido, August Bebel, en su defensa de cualquier tipo de supuesta guerra defensiva que emprendiera Alemania. Kautsky sostenía que ningún proletario podría mantenerse indiferente al destino de la nación que enfrentara el peligro de la invasión10.
Kautsky también comenzó a desarrollar su teoría del ultra-imperialismo, argumentando que podría éste podría superar la fase imperialista del desarrollo capitalista. Kautsky afirmó que la integración económica creciente de la industria capitalista más allá de las fronteras nacionales y una expansión masiva del comercio internacional y la inversión hacían de la guerra de alta escala poco probable. Argumentaba que sería más rentable para los monopolios capitalistas dividirse pacíficamente el mundo entre ellos, en vez de apoyar las guerras entre Estados naciones rivales. Un refrito de esta teoría de ínfulas deterministas fue revisitada en décadas recientes por el autonomista Toni Negri, y en los tiempos recientes, se ha hecho uso de estas ideas para descartar el riesgo de una guerra entre los Estados Unidos y China11.
Kautsky polemizó en contra del argumento lanzado por la izquierda revolucionaria del SPD que afirmaba que “la guerra se vincula estrictamente a la esencia del capitalismo”12. Afirmó que el rearme no era una necesidad del desarrollo del capitalismo, sino más bien el resultado de una política económica específica debido al peso ejercido por fuerzas particulares en el seno del Estado. Kautsky afirmaba que unas pocas fracciones del capital, sobre todo el financiero y el de la industria armamentística, apoyaban la guerra y que potencialmente podrían ser disciplinados por las secciones dominantes de la clase capitalista industrial que no tenían ningún interés en el conflicto13. A los ojos de Kautsky, esto abría la puerta a una posible alianza entre los socialistas y los capitalistas progresistas en contra de la guerra. Es por eso que era necesario “apoyar y reforzar el movimiento de la pequeña burguesía y la burguesía en contra de la guerra y de la carrera armamentística”14. Para dar apoyo a este movimiento, los socialistas, por su parte, deberían de enfocarse en la campaña en contra del control de armas y el arbitraje de las disputas internacionales. Incluso, después de que el estallido de la Primera Guerra Mundial, la mayor matanza en la historia de la humanidad hasta ese momento, hubiese refutado decisivamente su argumento de que un capitalismo pacífico era posible, Kautsky publicó un artículo sosteniendo:
“No hay ninguna necesidad económica para continuar con la carrera armamentística después de la Guerra Mundial, incluso desde el punto de vista de la propia clase capitalista, con la posible excepción de los intereses de los contratistas militares. Por el contrario, la economía capitalista está seriamente amenazada precisamente por estas disputas. Todo capitalista visionario y sagaz debe, en el día de hoy, hacer un llamamiento a sus compañeros: ¡capitalistas de todos los países, uníos!”15.
Mucho antes de la guerra, la sección más militante de la izquierda del SPD y de la Internacional Socialista, nucleada alrededor de figuras como Rosa Luxemburgo, había desarrollado una crítica del imperialismo más rigurosa. Sin embargo, los izquierdistas tendían a apuntar contra el ala derecha revisionista, por lo que no se distinguían claramente del centro kautskista. El hecho de que la naturaleza reaccionaria de la mirada de Kautsky sobre el imperialismo no fuera inmediatamente obvia agravaba el problema, incluso, para un antimilitarista comprometido como Karl Liebknecht, quien se asociaba con la posición de Kautsky en el Congreso en Chemnitz de 1912 del SPD16. Fue sólo después del Congreso de Jena del SPD en 1913 que Luxemburgo, quien era la más definida, hiciera un llamamiento de “una ofensiva sistemática en contra del pantano [los kautskistas]”17. A su vez, a los izquierdistas les obstaculizaba su concepción de la unidad del partido como sacrosanta, lo que les llevaba a temer las escisiones. Los izquierdistas también se oponían a una internacional centralizada que pudiera ser capaz de disciplinar a los reformistas. De este modo, las grandes diferencias políticas en el seno del movimiento socialista fueron amortiguadas hasta la irrupción de la guerra. Es necesario mencionar que en los años previos a la guerra incluso Lenin, a pesar de su postura severamente crítica hacia los revisionistas alemanes, todavía los consideraba como unos interlocutores legítimos en la Internacional. Lenin todavía guardaba esperanzas hacia Kautsky y no tenía intenciones serias de organizar una internacional para el ala izquierda con unos lineamientos diferenciados. Es por eso que, mientras Lenin había roto con los mencheviques en Rusia, no había extendido y generalizado esa posición a la totalidad de la Internacional, a pesar de que los reformistas en Alemania, Austria y Francia de alguna manera eran políticamente incluso peores que los propios mencheviques.
Mientras que las potencias imperialistas se acercaban al filo de la guerra, los partidos socialistas, a pesar del fuerte apoyo de sus bases de la clase obrera en los Estados europeos principales, mantenían una posición demasiada pasiva. No habían preparado políticamente sus filas para preparar sus filas para combatir estruendosamente al virus del nacionalismo. Reflejando cuán lejos se habían acomodado a la sociedad burguesa, la mayoría de los dirigentes reformistas, hasta el propio estallido de la guerra, se habían aferrado a las ilusiones de unas intenciones supuestamente pacifistas de sus propias clases dirigentes. Bruce Glazier, un líder del reformismo de izquierda del Partido Laborista Independiente británico, todavía afirmaba en julio de 1915 que la “totalidad del gabinete [británico] quiere la paz”. El líder socialista francés Jean Jaurès declaró en un discurso del 39 de julio de 1914: “el Gobierno francés busca la paz y trabaja para mantener la paz. Es el mejor aliado en pos de los esfuerzos por la paz del esplendoroso Gobierno británico”. El 30 de julio de 1914 el diario del SPD de Berlín Vorwärts proclamó que el Emperador de Alemania Wilhelm II “ha demostrado ser un partisano sincero de la paz internacional”18. Mientras tanto, el líder socialista austriaco Victor Adler, en desesperación había tirado la toalla y abandonado cualquier tipo de pretensión de organizar la resistencia contra el impulso a la guerra. Habiendo aceptado pasivamente la escalada hacia la guerra, no fue un gran salto para los líderes de los principales partidos pasar a apoyar abiertamente a su propia nación una vez que la guerra fuera declarada oficialmente.
A la presión por la capitulación se le sumaban el aumento de la histeria belicista por parte de la clase media, como la amenaza de medidas que podrían reprimir duramente a los sindicatos, los partidos y todas las instituciones de la clase obrera construidas durante tiempos de paz. Para 1914, el SPD contaba con un millón de miembros, un aparato que empleaba a 10.000 personas e inversiones por un valor de 20 millones de marcos en sus diferentes empresas; todo esto podría verse amenazado si el partido quedaba proscrito19. De ese modo, el SPD podría oscilar entre la organización de enormes manifestaciones de masas en contra de la amenaza bélica en julio de 1914 a votar de forma unánime en pos de los créditos de guerra solamente un par de semanas después, tras la declaración de guerra a Rusia. Los obreros alemanes que habían desafiado heroicamente la violencia policial para protestar masivamente en contra de la guerra fueron totalmente abandonados por sus líderes. El ala izquierda del SPD, paralizado por su compromiso hacia la unidad del partido y la disciplina, no ofrecieron alternativas.
La capitulación del SPD tuvo un impacto profundamente desmovilizador en los trabajadores inspirados por el socialismo a lo largo de toda Europa. El partido que se había erigido como el faro de esperanza para los trabajadores, el partido que todos los demás pequeños grupos socialistas habían aspirado a emular, ahora les había traicionado. En Rusia, los militantes obreros, quienes en presencia de la represión policial salvaje y de los asaltos brutales de las pandillas de la clase media estuvieron protestando y organizando huelgas en contra de la guerra, se quedaron directamente desorientados cuando llegaron las noticias del voto del SPD en favor de los créditos de guerra.
Los oportunistas buscaban cubrir su belicosidad con una palabrería pseudoizquierdista y aparecieron con un despliegue de justificaciones teóricas para sus traiciones. Votando a favor de los créditos de guerra, la facción del SPD en el Reichstag declaró que Alemania estaba luchando una guerra de autodefensa y confiaba patéticamente de que la guerra finalizaría “mediante una paz que posibilita la hermandad con los pueblos vecinos”20. Los oportunistas austriacos y alemanes también desempolvaron los escritos sobre la hostilidad de Marx y Engels hacia el zarismo. Se afirmaba que una victoria alemana haría que los intereses de la clase obrera, tanto en Rusia y Alemania, avanzarían provocando una revolución que pudiera derrocar al zarismo. En Francia y Gran Bretaña los líderes socialistas declaraban que estaban peleando una guerra defensiva en contra del reaccionario militarismo prusiano. Esto tenía algo de verdad; la contienda era una defensa de las posesiones coloniales de sus clases dominantes contra el poder creciente de Alemania.
La mayoría de los dirigentes del centro del SPD y de otros partidos socialistas acompañaron el voto inicial para apoyar la guerra, pero de alguna manera se avergonzaron respecto a ello. A medida que la guerra se prolongaba y el descontento de la clase obrera se hacía más palpable, las facciones centristas comenzaron a inclinarse retóricamente a la izquierda para ocultar sus verdaderas intenciones. Comenzaron a hablar de “una paz democrática”, de un acuerdo negociado “sin vencedores ni derrotados” y a rechazar las anexiones. En junio de 1915, Kautsky, Hease e incluso Bernstein se manifestaron por una paz negociada. Más adelante, después de que fueran expulsados del SPD por la derecha belicista y vitriólica, fundaron el centrista Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), colocándose en su ala derecha.
Debates en la izquierda revolucionaria
La escala de la traición por los dirigentes de los partidos de la Internacional Socialista dejó desconcertados a los grupúsculos socialistas que se mantenían firmes en sus principios internacionalistas y extremadamente aislados en sus inicios. Lenin en un principio se negaba a reconocer las noticias de que el SPD había votado a favor de los créditos de guerra. Los revolucionarios se vieron confrontados con la tarea de desarrollar una crítica directa al imperialismo y al oportunismo socialista, combinando con una aproximación estratégica y táctica a la lucha en contra de la guerra. “El resultado”, en palabras de R. Craig Nation, “fue uno de los debates más intensos y creativos de toda la historia del pensamiento socialista, un debate sobre las visiones alternativas de la transformación revolucionaria en el contexto del siglo XX”21. Hubo un florecimiento de la actividad teórica, incluyendo trabajos importantes sobre el imperialismo, como atestiguan El Imperialismo, la fase superior del capitalismo y El imperialismo y la economía mundial de Bukharin22. Estos debates son de rabiosa actualidad para los debates en curso a la luz de la intensa acentuación de la rivalidad entre Estados Unidos y China.
La izquierda revolucionaria estaba completamente de acuerdo en tres puntos clave: primero, que esto se trataba de una guerra imperialista a la que tenía que oponerse el movimiento obrero en los países en conflicto; segundo, que los dirigentes de los partidos socialdemócratas habían traicionado a la clase obrera; y tercero, que una revolución obrera era necesaria para poder terminar con la guerra y todo el sistema capitalista que las alimenta. Sin embargo, hubo una serie de debates estridentes: sobre el derrotismo revolucionario, los eslóganes de paz, los de desarme, las luchas de liberación nacional y la necesidad para una ruptura clara con los reformistas y centristas para formar una nueva internacional revolucionaria socialista.
Lenin correctamente dedicó los años previos a la guerra a establecer un polo de atracción de la izquierda radical que no hiciera concesiones a los oportunistas, y combatiera cualquier ilusión de obtener la paz sin revoluciones proletarias. Buscaba trazar una línea clara entre los revolucionarios y los pacifistas que concebían que la guerra podía terminar en términos justos mediante la negociación.
El derrotismo revolucionario es usualmente señalado como el elemento central de la oposición de Lenin a la guerra imperialista. Sin embargo, usó el término con una menor frecuencia de lo que se le atribuye, e incluso antes de que volviera a Rusia después de la Revolución de Febrero de 1917, había dejado de hablar del derrotismo. Bolcheviques importantes expresaban su desacuerdo con Lenin respecto al eslogan del derrotismo, y no sólo figuras indecisas o más conservadoras como Kamenev. La izquierda del partido nucleada alrededor de Bukharin, Krylenko, Piatakov y Bosch también se opusieron23. Zinoviev fue uno de los pocos líderes bolcheviques que apoyaron a Lenin. Para los militantes bolcheviques en acción en Rusia durante los años de guerra el derrotismo revolucionario no parece que haya tenido alguna influencia. De acuerdo a un estudio:
Un análisis textual de 47 panfletos y llamamientos publicados ilegalmente por militantes bolcheviques entre enero de 1915 y febrero de 1917 es de lo más esclarecedor. Ningún panfleto mencionaba el eslogan esencial leninista de la derrota de Rusia como el mal menor24.
Prácticamente, nadie en el ala de la izquierda revolucionaria de la Internacional, incluyendo a Trotsky, Luxemburgo y Radek, apoyaba el derrotismo revolucionario25. Como argumentó Rosa Luxemburgo en El Folleto Junius: “Para el proletariado europeo, en tanto clase, la victoria o derrota de cualquiera de los dos bandos sería igualmente desastrosa. Porque la guerra en sí, cualquiera que sea su resultado militar, es la peor derrota que puede sufrir el proletariado europeo. Si la acción revolucionaria internacional del proletariado logra liquidar la guerra y obligar a una paz rápida, ésta será la única victoria posible”26.
La Internacional Comunista en sus años iniciales no adaptó el eslogan derrotismo revolucionario en relación a las guerras imperialistas. El derrotismo revolucionario sólo fue resucitado en 1924 como una maniobra cínica por la troika de Zinoviev, Kamenev y Stalin en su campaña en contra de Trotsky y como parte de su impulso autoritario para “bolchevización” de la Comintern y romper toda oposición revolucionaria27. El IV Congreso de la Comintern en 1928 terminó por instalar plenamente al derrotismo y posteriormente se convirtió en un dogma por los estalinistas.
Lenin modificó drásticamente su posición sobre lo que significaba concretamente el derrotismo revolucionario unas cuantas veces, moviéndose de un extremo a otro entre diferentes significados sustanciales del eslogan. En el comienzo del conflicto apoyó la derrota militar de Rusia por parte del imperialismo alemán, a la que veía como un mal menor en comparación al zarismo reaccionario, esencialmente la vieja posición de Marx. Bujarin señaló que en términos prácticos era la misma posición que el de la dirección del SPD que también apoyaba una victoria alemana usando una justificación similar. Lenin se retiró, frente a dichas críticas, a una posición en el que los trabajadores, no sólo de Rusia, sino de todo país beligerante “no debe de tambalearse ante la posibilidad de que su país salga derrotado”28.
Lenin comenzó a hacer un llamamiento a los socialistas para adoptar una posición de derrotismo revolucionario en todas las potencias en conflicto, aunque explícitamente descartó el uso del sabotaje al esfuerzo de guerra. También argumentó brevemente que “las acciones revolucionarias contra el Gobierno propio en tiempos de guerra significan indudable e indiscutiblemente no sólo el deseo de su derrota, sino también ayudar activamente a esa derrota”29. Más adelante, modificó de nuevo su postura, sosteniendo que todo lo que significaba el derrotismo revolucionario era que los socialistas no deberían contener la lucha de clases por miedo a que pusiera en peligro el esfuerzo de guerra imperialista de su propio gobierno. Esto, en cambio, no se diferencia de las posiciones de Trotsky, Luxemburgo, Radek y compañía que habían sido criticados previamente.
Como lo señaló Trotsky, los socialistas podrían oponerse a la guerra y apoyar a la acción directa de las masas para enfrentar al capitalismo, sin la necesidad de adherirse al eslogan confuso del derrotismo revolucionario, esto es, apoyar la victoria del ejército imperialistas contrincante sobre el de su propia clase dominante. Trotsky describió la formulación de Lenin como “un derrotismo dado vuelta”30. En su panfleto de 1914 La Guerra y la Internacional, Trotsky argumentó: “No podemos ni debemos ni por un momento acariciar la idea de comprar la dudosa libertad de Rusia por la destrucción de la libertad de Bélgica y Francia y -lo que es más importante aún- inocular al proletariado alemán y austro-húngaro el virus del imperialismo”31.
Sin dudas, era necesario para los marxistas revolucionarios trazar una línea nítida entre ellos mismos y los reformistas y centristas que se escondían detrás de eslóganes pacifistas para ocultar su negativa a apoyar la lucha obrera que pudiera darle fin a la guerra. Dicho objetivo, sin embargo, podía ser alcanzado sin la necesidad de adherirse al eslogan, en apariencia radical, pero realmente desorientador del derrotismo revolucionario.
La última vez que Lenin sostuvo públicamente el eslogan del derrotismo fue en noviembre de 1916. De vuelta en Rusia en abril de 1917, Lenin reconoció que no lograrían la dirección sobre las masas de obreros y soldados proclamando eslóganes maximalistas. Las masas obreras querían la paz, pero también temían que una victoria militar alemana terminara de traducirse en una derrota de la revolución rusa. De hecho, para septiembre de 1917, fracciones de la burguesía rusa esperaban que una invasión alemana terminase con la derrota de los bolcheviques.
Lenin también modificó su posición sobre el eslogan de la paz. En el comienzo de la guerra polemizó estridentemente contra el eslogan de la paz y le contrapuso el eslogan de “la transformación de la guerra imperialista en guerra civil”. “No paz sin anexiones, sino paz a las chozas y guerra a los palacios; paz al proletariado y a los trabajadores, y guerra a la burguesía!”32. En una carta a Radek, denunció “el eslogan de paz obtuso y traidor”33. Lenin concebía el llamamiento por la paz proclamado por los Kautsky como diametralmente opuesto a la revolución de los trabajadores que era la única forma de terminar con la guerra. Como escribió en una carta a su compañero bolchevique Shlyapnikov: “la consigna de la paz, en mi opinión, es incorrecta en el momento actual. Es una consigna de clérigo, de filisteo. La consigna del proletariado ha de ser el de la guerra civil”34.
Lenin señaló correctamente que en un mundo capitalista la única paz posible era una “paz imperialista” basada en el equilibrio de fuerzas entre las grandes potencias. Lenin atacó el llamamiento de Kautsky para “una paz democrática” como una demanda con tintes utópicos que simplemente generaba ilusiones hacia los gobiernos imperialistas y se desviaba de la lucha revolucionaria. Los líderes reformistas afirmaban que estaban por una “paz democrática” que implicaba la renuncia de toda anexión y reparación de guerra. Pero esto simplemente significaba el apoyo del status quo de preguerra: la repartición existente de los botines del imperio.
Sobre una base similar, Lenin se oponía a los llamamientos para el desarme universal y el arbitraje internacional de las disputas que habían sido unánimemente adoptados en el Congreso de 1910 de la Segunda Internacional y era todavía defendidos por facciones de la izquierda revolucionaria. Las Ligas de Jóvenes Socialistas de Noruega y Suecia, que eran un componente importante de la izquierda de Zimmerwald, continuaban siendo influenciados por esta posición pacifista. El desarme universal, sin embargo, es imposible bajo el imperialismo, e incluso si el capitalismo fuera derrocado en uno o dos países, los nuevos Estados obreros necesitarían estar armados para poder defenderse a sí mismos. A su vez, Lenin correctamente sostuvo que los socialistas no deberían demandar el desarme de los pueblos que eran oprimidos nacional y colonialmente. A diferencia de muchos revolucionarios de izquierda, incluyendo a Luxemburgo, Radek y Bujarin, Lenin apoyaba las rebeliones nacionales armadas en las colonias como en Irlanda y en la India y las naciones oprimidas del Imperio Ruso. Comprendía que dichas revueltas nacionales podían jugar un rol importante a la hora de desafiar al orden capitalista. En cuanto al arbitraje, en una sociedad basada en la división de clases, no hay un cuerpo genuinamente neutral capaz de resolver de forma justa las disputas, y cualquier decisión simplemente reflejaría el equilibrio de las fuerzas imperialistas.
Lenin estaba en lo correcto cuando argumentaba que hablar de la paz democrática, el desarme y de ese tipo de proclamas era utópico en el seno del capitalismo. Sólo se podría terminar la guerra bajo el socialismo. Sin duda que era cierto que Kautsky y compañía estaban promoviendo eslóganes en oposición a la estrategia de la clase obrera de terminar con la guerra y el sistema capitalista que los alimentaba. Pero esto no resolvió completamente el asunto. A medida que aumentaba el descontento por el deterioro de las condiciones de vida, la escasez de alimentos, la caída de los salarios, el endurecimiento de las condiciones laborales, la conscripción, el sacrificio en el frente y el cercenamiento de los derechos democráticos, los trabajadores y la masa de los oprimidos empezaron a demandar, de forma creciente, la paz. Los revolucionarios no podían hacer oídos sordos de esas demandas. Como escribió Trotsky en agosto de 1916 criticando la postura de Lenin:
“La experiencia demuestra que la movilización de la oposición del proletariado en cualquier lugar ha tomado cuerpo precisamente bajo este eslogan [el de la lucha por la paz]. Solamente, sobre esta base, podrán los revolucionario internacionalistas llevar a cabo hoy en día su trabajo. La formulación de la guerra civil expresa en un sentido correcto la exacerbación inevitable de todas las formas que puede adquirir la lucha de clases en el período venidero. Pero ellos [los bolcheviques] le contraponen la lucha por la paz, lo que hace que la fórmula quede suspendida en el aire y pierda su significado para el período por el que estamos atravesando”35.
Los trabajadores no demandaban la paz desde motivaciones cínicas proimperialistas, sino en virtud de motivos más que sinceros. No estaban buscando apuntalar el capitalismo. Los bolcheviques no podrían simplemente denunciar los llamamientos a la paz como utópicos cuando hacían agitación en los centros de trabajo. Esto los habría alejado de las masas que necesitaban seducir y los habría impulsado de nuevo hacia los brazos de los oportunistas. Cuando volvió a Rusia, Lenin claramente reconoció esto. Los bolcheviques no podían simplemente declarar: “convertir la guerra imperialista en guerra civil” a los millones que anhelaban la paz y el fin de la guerra. Era demasiado maximalista. Lenin en ese momento criticaba la orientación bolchevique anterior a causa de su insistencia en formulaciones contundentes, al igual que por sus posturas demasiado teóricas y abstractas:
“Las masas enfocan el problema no desde el punto de vista teórico, sino desde el práctico. Nuestro error está en enfocarlo en el plano teórico… Nosotros, los bolcheviques, estamos acostumbrados a exigir el máximo de espíritu revolucionario. Pero eso no basta. Hace falta saber discernirlas”36.
Demandas más concretas y de eslóganes de transición necesitaban estar relacionadas de forma constructiva a los sentimientos de las masas y buscar direccionarlas en una vía revolucionaria. El programa práctico de los bolcheviques se convirtió en: no a la paz entre clases; no a la participación en los gabinetes de guerra; no a los créditos de guerra; llevar a cabo la militancia clandestina; y alentar la fraternidad en el frente entre las tropas de los ejércitos enfrentados. La clave del eslogan de los bolcheviques para la Revolución de Octubre se convirtió famosamente en: “Pan, paz y tierra”, combinado con los medios para lograr dichos objetivos: “Todo el poder para los Soviets”.
Este programa concreto era un producto de la flexibilidad táctica de Lenin y de los bolcheviques en cuanto aplicaban sus principios revolucionarios a las realidades de la lucha de clases y a la naciente conciencia de las masas de obreros, a medida de que se acercaban a conclusiones revolucionarias. Se dejaron a un lado los reclamos maximalistas. Los revolucionarios se tenían que ganar a los obreros pacientemente para poder avanzar en los pasos transicionales que desembocara en la toma del poder por parte de los revolucionarios.
En las postrimerías de la Revolución de Febrero, los bolcheviques se vieron enfrentados con otro asunto vital: lo que Lenin llamó “el defensismo de buena fe”, que eran los sentimientos de muchos soldados y trabajadores37. Estos soldados creían que era necesario continuar con la lucha militar, no para los objetivos imperialistas de anexar territorio, sino para proteger las conquistas de la revolución. Los bolcheviques no abandonaron del todo su oposición obstinada a la guerra, pero tenían que lidiar con estas preocupaciones más que genuinas.
Los bolcheviques no hacían llamamientos para los motines en el ejército o de deserciones del frente. No le pondrían darle fin a la guerra con el simple hecho de que los soldados “clavaran sus bayonetas en la tierra” o con el abandono del frente, esto era pura demagogia, una idea anarquista o pacifista. La guerra sólo podía terminarse a través de la revolución en diferentes países. El primer paso debería ser para los trabajadores y soldados tomar el poder en Rusia. En el corto plazo, esto significaba formar los soviets de soldados, fraternizar con el enemigo y oponerse a las ofensivas imprudentes ordenados por el Gobierno Provisional que sacrificaba a miles de almas para poder seguir la agenda imperialista de las conquistas territoriales. En la misma línea, en mayo de 1917, Lenin hizo un llamamiento a los campesinos para que tomaran la tierra, pero añadió que deberían de hacerlo “haciendo todo el esfuerzo para incrementar la producción de grano y carne dado que las tropas en el frente están en extremas dificultades”38. El punto aquí es que el rechazo individual al trabajo o a la lucha no era un avance progresivo: la solución socialista a estos inmensos problemas sólo podrían encontrarse a través de la acción colectiva y la transformación democrática de la sociedad.
Esta aproximación estaba por ser puesta a prueba en poco tiempo. En los meses anteriores a la Revolución de Octubre, el alto mando zarista conspiró para abrir el frente para que los alemanes pudieran capturar San Petersburgo. Como lo documentó John Reed: “Una gran parte de las clases ricas preferían los alemanes a la revolución —incluso al Gobierno provisional— y no ocultaban estas preferencias. En la familia rusa con quien yo vivía, a la hora de cenar se conversaba invariablemente sobre la llegada de los alemanes, que traerían «la ley y el orden». Una noche, en casa de un comerciante de Moscú, a la hora del té, pregunté a once personas si preferían a Guillermo o a los bolcheviques. Ganó Guillermo por diez contra uno”39.
Sin embargo, las tropas donde el bolchevismo tenía su influencia, como es el caso de los Fusileros Letones, lucharon duramente para prevenir el avance alemán.
Zimmerwald y una nueva Internacional
Como un internacionalista, Lenin no se limitaba simplemente a prestar atención a los avances de Rusia durante los años de contienda. Con la bancarrota de la Segunda Internacional, después de su apoyo a la guerra, Lenin insistió inmediatamente en la creación de una nueva internacional revolucionaria. En el comienzo de la guerra, las fuerzas de la izquierda revolucionaria no eran lo suficientemente numerosas como para poder llevarla a la práctica. Se abrieron unos pequeños resquicios para la izquierda revolucionaria en marzo y abril de 1915 en la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas y en la Conferencia Internacional de la Unión de Organizaciones Juveniles Socialistas, ambos a la izquierda del mainstream de la Internacional Socialista. En la conferencia de mujeres, Inessa Armand empujó por lo que iba a convertirse en la orientación táctica a la que se adherirían los bolcheviques en una cuantas conferencias de la izquierda internacionalista: “desafiar el consenso moderado que dominaba a la Internacional, pero intentando evitar su ruptura abierta”. Su objetivo era “usar las conferencias como plataformas para exponer y predicar por puntos de vista alternativos, para reclutar apoyos y ejercer cierta influencia en las resoluciones finales”40.
Las conferencias de las juventudes y de las mujeres ayudaron a sentar las bases para los primeros avances de la izquierda contra la guerra: la Conferencia de Zimmerwald de septiembre de 1915 en Suiza. La mayoría del pequeño grupo de participantes en Zimmerwald no defendía la lucha revolucionaria para liquidar la guerra. La mayoría sostenía posiciones del tipo centrista, y no se veían a sí mismos como una base potencial para una nueva internacional. La figura clave detrás del movimiento de Zimmerwald, Robert Grimm del Partido Socialdemócrata Suizo, apoyaba “la lucha de clases, no la tregua civil”, pero no era un revolucionario, al igual que se oponía a las escisiones en los partidos socialistas. El ala conservador de Zimmerwald estaba representado por figuras como el parlamentario del SPD, Georg Ledebour, quien, a pesar de estar a la izquierda de Kautsky, para ese momento había votado a favor de los créditos de guerra. Ledebour y el menchevique de izquierda Martov abogaban por restaurar la Internacional en torno al denominador común de la lucha por la paz.
Incluso delegados más a la izquierda, como el caso de Trotsky, del rumano Christian Rakovksy, quien se convertiría más adelante en un líder bolchevique, y Vasil Kolarov, posteriormente un dirigente del Partido Comunista Bulgaro, no se sumaron al bloque de izquierda de Zimmerwald que Lenin luchó arduamente por cohesionar. En algunos casos esto se debía a que no quería en ese momento cortar sus vínculos con la Segunda Internacional. Trotsky, por ejemplo, pese a mantener un punto de vista directamente revolucionario en oposición a la guerra, todavía mantenía las ilusiones de una ulterior unidad de los socialistas rusos. Reconociendo esta realidad, Lenin en el camino a Zimmerwald había suavizado las condiciones para la afiliación del bloque de izquierdas a: 1) la condena incondicional del oportunismo y el socialchovinismo; 2) un programa de acción revolucionaria (con la concesión de que si alguno prefería el eslogan de “la huelga de masas” o “la guerra civil” era de una importancia secundaria); 3) la refutación de toda la defensa de la patria41. Cabe destacar que este programa no hacía un llamamiento al derrotismo revolucionario o una ruptura con la Segunda Internacional y la fundación de una Tercera Internacional. Ni siquiera hacía un llamamiento para apoyar las luchas por la autodeterminación nacional a la que figuras importantes del bloque de izquierdas, como Karl Radek, todavía se oponían.
El manifiesto de Zimmerwald, que fue redactado por Trotsky, supuso un compromiso. Levantó los eslóganes por la paz democrática y no hacía un llamamiento en pos de una guerra civil revolucionaria. La izquierda de Zimmerwald votó a favor del manifiesto en tanto que veían en su llamamiento por la lucha como un paso importantísimo. No obstante, lo criticaron públicamente por omitir las críticas a los oportunistas socialistas y por no ofrecer un pronunciamiento claro sobre los métodos a seguir para luchar en contra de la guerra42.
Zimmerwald jugó un rol importante a la hora de revivir el espíritu de la izquierda contraria a la guerra y estableció los primeros pasos, por más mínimos que fueran, que se tomaron para establecer un bloque de izquierda revolucionaria en oposición a la guerra. Para cuando se celebró la segunda conferencia del movimiento de Zimmerwald en abril de 1916 en Kienthal, también en Suiza, la corriente se había desplazado sustancialmente hacia la izquierda, con un incremento significativo de la movilización y las huelgas obreras como resultado del deterioro de las condiciones de vida, que ahora resultaban penosas, por la larga duración de las jornadas laborales, la escasez de alimentos y una guerra que parecía no terminarse nunca. La resolución de paz adoptada en Kienthal era más radical que el de Zimmerwald, con un llamamiento a la derrota de la clase capitalista, un llamamiento más explícito para votar en contra de los créditos de guerra y una caracterización de las propuestas de control de armas y el arbitraje de las disputas como meras utopías. Sin embargo, el propio manifiesto de Kienthal no reflejaba plenamente este giro y la ruptura con la Internacional Socialista todavía aún se eludía. El ala derecha había amenazado con retirarse de la conferencia si se llevaba a cabo una votación para separarse del Buró de la Internacional Socialista.
El argumento del bloque de izquierda organizado por Lenin estaba ganando un apoyo más amplio a medida que avanzaban los acontecimientos y la lucha de clases se desbordaba aún más. La izquierda de Zimmerwald, pese a su falta de cohesión, estaba siendo más crítica con el centro socialista y estaba atrayendo nuevos adherentes como Giacinto Serrati, el editor de la revista socilista italiana Avanti!, tres delegados suizo y un prominente socialista servio. Se estaban estableciendo las bases sobre la que se iba a formar la Internacional Comunista. El argumento de los revolucionarios de que la contienda sólo podría ser finalizada a través de las revueltas de la clase obrera quedó comprobada en los siguientes dos años por la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, la Revolución alemana de 1918 y una serie de revueltas subsiguientes que se propagaron a lo largo de Europa y en una gran parte del mundo.
Conclusiones
Los principios fundamentales del enfoque marxista sobre la guerra y el imperialismo, desarrollados en respuesta a la Primera Guerra Mundial, han resistido considerablemente el paso del tiempo. Los socialistas deben de oponerse a los dos bandos que participan en todas las guerras entre potencias imperialistas, apoyar e impulsar la movilización de la oposición de masas a tales guerras y abogar por el fin de ellas y del sistema capitalista que las alimenta a través de la revolución de la clase obrera. La orientación estratégica de Lenin de “la transformación de la guerra imperialista en guerra civil” sigue siendo válida.
Sin embargo, no es suficiente hacer llamamientos abstractos para oponerse al imperialismo. La acción militante en contra del militarismo y la guerra es vital. Los socialistas también precisan de desarrollar eslóganes específicos y demandas transicionales que puedan ayudar a galvanizar la oposición a cualquier tipo de contienda específica y asistir a los trabajadores para sacar las conclusiones necesarias para poder derrotar al capitalismo. Los socialistas tienen que vincularse con todas las luchas parciales de los trabajadores y los oprimidos en torno a las problemáticas del deterioro de las condiciones de vida, la caída de los salarios y el endurecimiento de las condiciones laborales, el cercenamiento de los derechos democráticos y de los chivos expiatorios racistas fomentados por la propia guerra, ya que estas pueden pueda ayudar a sentar las bases para un poderoso movimiento en contra de la guerra. La retórica maximalista no debe de ser opuesta a los llamamientos por la paz, la oposición a la preparación para la guerra y la defensa básica de las condiciones de vida, especialmente cuando esos llamamientos no son la retórica cínica de los políticos oportunistas, sino que se alzan desde las masas de trabajadores y oprimidos. Los eslóganes socialistas específicos que se levantan dependen necesariamente de las situaciones políticas concretas del momento. Serán significativamente diferentes en el período que precede a la guerra, como el actual, y en el período posterior al estallido de los enfrentamientos armados.
Se ha necesitado una modificación importante del abordaje marxista de la guerra a raíz del desarrollo del arsenal nuclear. Las armas nucleares son cualitativamente diferentes del armamento convencional en lo que tiene que ver con su capacidad destructiva. A diferencia de los rifles o de las ametralladoras, no son armas que la clase obrera o un Estado obrero pueda simplemente dirigir en contra de la burguesía. De hecho, una guerra nuclear total amenazaría la existencia de nuestro propio planeta y el de la raza humana entera. En países que ya cuentan con armas nucleares la demanda de los socialistas debería de ser el desarme nuclear de forma unilateral de sus propias clases dominantes. En países como Australia, que no tienen actualmente armas nucleares, los socialistas deberían de oponerse enfáticamente a cualquier paso de sus clases dominantes en pos de adquirirlos.
Como en 1914, en el mundo actual no hay un cuerpo neutral o independiente al que se pueda recurrir para el arbitrio justo de las disputas entre las potencias imperialistas o para la prevención de la escalada de armamentos nucleares. Las Naciones Unidas, que es para los liberales y pacifistas necesario para prevenir guerras, han sido completamente inefectivas. La ONU, al fin y al cabo, es un rejunte de nuestros enemigos: las clases dominantes del mundo. El Consejo de Seguridad de la ONU es dominado por las potencias imperialistas principales y, como se ha demostrado recientemente, si una de sus potencias principales, como los Estados Unidos, no puede imponer su voluntad en el Consejo de Seguridad, actuará de forma unilateral. La acción masiva se mantiene siendo la única opción para desafiar la marcha hacia la guerra, y la amenaza de guerra sólo puede ser finalmente liquidada si los trabajadores le arrebatan el poder a las clases capitalistas de todo el mundo.
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Notas
1 Lenin 1905.
2 Hilferding 1981 (publicado originalmente en 1910) y Luxemburg 2003 (publicado originalmente en 1913).
3 Gankin and Fisher 1940, p.59.
4 Liebknecht 1973.
5 Schorske 1955, pp.69–70, 72–5 y Trotnow 1984, pp.55–71.
6 Para la campaña contra el “reclutamiento de niños”, véase Barrett 1979 and Jauncey 1968.
7 Riddell 1984, pp.6, 15.
8 Riddell 1984, pp.71–75.
9 Schorske 1955, pp.197–205.
10 Salvadori 1990, p.176.
11 Hardt and Negri 2000. Para una crítica de Negri, véase Callinicos 2001.
12 Salvadori 1990, p.171.
13 Nation 2009, p.17. Véase Lenin 1973, pp.142–8 y Bukharin 1972 pp.130–43 para críticas contemporáneas del ultraimperialismo de Kautsky.
14 Salvadori 1990, p.171.
15 Riddell 1984, p.180.
16 Salvadori 1990, pp.177–8.
17 Riddell 1984, p.97.
18 Riddell 1984, pp.116–19.
19 Carsten 1982, p.17.
20 Rosdolsky 1999, p.35.
21 Nation 2009, p.59.
22 Lenin 1973, Bukharin 1972.
23 Véase por ejemplo la declaración del grupo de Baugy bolchevique de izquierdas, Riddell 1984, pp.250–1.
24 McKean 1990, p.361.
25 Para críticas detalladas del eslogan del derrotismo revolucionario, véanse Draper 1953/54, Pearce 1961 and Rosdolsky 1999.
26 Waters 1970, p.323.
27 Draper 1953/54 and Joubert 1988.
28 Riddell 1984, p.252.
29 Lenin 1915a.
30 Citado en Pearce 1961.
31 Trotsky 1914.
32 Lenin 1916.
33 Nation 2009, p.78.
34 Lenin 1914. Véase también Lenin 1915a.
35 Citado en Riddell 1984, p.405.
36 Lenin 1917a.
37 Lenin 1917b.
38 Lenin 1917c.
39 Reed 1961, p.7.
40 Nation 2009, p.69.
41 Nation 2009, p.83.
42 Lenin 1915b.