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Valor, temporalidad y género. Sobre la producción de diferencia en el capitalismo

Amy De’Ath

Traducción por Margo Marsyas

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En 2012, el colectivo feminista materialista LIES escribió: ‘todo lo que escribimos será usado en nuestra contra’[1][2][3]. Tenían buenas razones para desconfiar, puesto que no sólo los feminismos materialistas y marxistas han estado asfixiados, desde sus comienzos en Italia a principios de los 1970s, por una entrega postestructuralista a lo lingüístico y lo discursivo a resueltas del mayo de 1968 y sus fracasos. El alegre resurgimiento de lo que se ha ido dando a conocer por el nombre más expansivo de ‘teoría de la reproducción social’ se encuentra con sus retenes predecibles en una teoría marxista predominantemente masculina, en la que cualquier desvío de una aproximación puramente economicista a la crítica de la economía política es recibido con sospecha o como teoría ‘blanda’[4]. Por otra parte, tenemos una universidad nominalmente inclusiva, en la que —bajo el doble estandarte de la igualdad de derechos y el feminismo del empoderamiento corporativo[5] celebrado por las empresas creativas— las académicas feministas son invitadas a avanzar en sus carreras dentro de una economía estancada, amasando enormes deudas[6].

            Con la esperanza de sacudir estos grilletes, para poder avanzar una tesis preliminar sobre el papel de la temporalidad capitalista en la producción del género, este ensayo pretende extraer algunas conexiones entre el marxismo queer, la crítica del valor y desarrollos recientes de la teoría de la reproducción social. Aunque busco presentar estos últimos en su contexto histórico, tal y como han surgido de un largo e ininterrumpido tren de pensamiento crítico marxista acerca del género, el patriarcado y la familia, mi objetivo no es ofrecer un resumen exhaustivo de todos los argumentos feministas marxistas, socialistas, radicales o materialistas que podrían agruparse bajo este paraguas. Más bien, pretendo construir un argumento sobre los compromisos políticos y las dimensiones teóricas de la teoría de la reproducción social de hoy día[7]. En definitiva, mi argumento se basa en la afirmación contenciosa de que las relaciones sociales generizadas están formalmente determinadas —es decir, constituidas como una forma social— por el imperativo capitalista de producir plusvalor. De manera contraintuitiva, entonces, como Carolyn Lesjak ha señalado, es el marxismo antihumanista el que permite avanzar hacia un estudio humanista, tanto aquí como en cualquier otro lado.

            Algunos desarrollos clave en teoría crítica por Cinzia Arruzza, Rosemary Hennessy y Kevin Floyd se han aproximado a las cuestiones del género y la sexualidad a través del prisma de ‘lo cultural’. Basándose en la crítica lukácsiana de la reificación, estas críticas han buscado revisar y elaborar el campo pasado de moda de la ideologiekritik (especialmente, sus elaboraciones sobre la noción de ‘falsa conciencia’) con nuevos análisis sobre cómo las relaciones sociales generizadas están definidas por el intercambio de mercancías. En parte, mi objetivo es mostrar cómo las perspectivas y conceptos de estas obras pueden ayudarnos a extender y profundizar una crítica marxiana del género y la reproducción social en maneras que nos podrían resultar especialmente útiles para aprehender, a nivel sistémico, lo que se suele entender únicamente en términos de violencia gratuita o simbólica. Para presentar estas perspectivas y conceptos desde un ángulo un tanto distinto de sus marcos originales, lo más notable en este sentido es la atención clarificadora de Cinzia Arruzza a la relación entre el género y la lógica de la acumulación de capital y su énfasis sobre la producción del género como un proceso social activo, así como el concepto de ‘necesidad proscrita’ de Hennessy, que ofrece una manera de concebir las relaciones sociales generizadas como un movimiento de dialéctica negativa. También me referiré brevemente al método de Floyd consistente en suplementar una teoría del género basada en la reificación con un abordaje amplio de las ‘especificidades históricas e institucionales’ del desarrollo socioeconómico, un abordaje que opera en un nivel de abstracción diferente y que, para Floyd, quedaba provisto por la economía de la escuela de la regulación específica a los Estados Unidos del siglo XX (Floyd, 2019: 54-56).

            Al mismo tiempo, este ensayo sostiene que ninguna teoría de las relaciones sociales que se base en el nivel del intercambio o la circulación alcanza a dar cuenta ni de la relación del género con las leyes de movimiento generales del capital, ni de la existencia continuada del género. De este modo, mi argumento resuena con la crítica por Moishe Postone de lo que él llama la fijación del marxismo tradicional en ‘la esfera de la distribución’, por oposición a ‘la forma del trabajo (luego, de la producción) que es el objeto de la crítica de Marx’ (Postone, 2005: 69). Lejos de tratarse de una minucia teórica, esta cuestión tiene consecuencias significativas para el feminismo de la reproducción social en la medida en que una atención concentrada en la reificación del género al nivel del intercambio excluye necesariamente una consideración de cómo el género se produce por medio de actividades reproductivas que, como veremos, están definidas por su estatus impagado y no subsumido —en otras palabras, por su disociación del intercambio.

            Tomando del recientemente republicado ensayo de 1979 de Diane Elson (2015), ‘The Value Theory of Labour’, que argumenta que el valor —en tanto que distinto tanto del valor de uso como del valor de cambio— domina el proceso de producción, sugiero que este análisis y su atención concentrada en la producción pueden extenderse al área feminizada de la reproducción social por medio de las herramientas críticas ofrecidas por las consideraciones queer y feministas del género en el capitalismo, junto a otras intervenciones teóricas del valor significativas en el campo. Con este fin, movilizaré la teorización por Postone del valor como una forma temporal de riqueza y su abordaje de la productividad como la categoría que cambia ‘la determinación de lo que cuenta como una unidad de tiempo dada’ (2005: 76). Al vincular el abordaje por Hennessy de la producción de necesidades a las perspectivas ofrecidas por estas críticas del valor —que se corresponden tanto a las capacidades formalmente determinantes del valor como a su carácter temporal— pretendo mostrar cómo un abordaje del género basado en el valor (y no en el valor de cambio) ofrece un marco único y más robusto para comprender la producción del género en el capitalismo. Seguidamente, concluyo apuntando al rompedor ensayo de Maya Gonzalez y Jeanne Neton, ‘La lógica del género. Sobre la separación de esferas y el proceso de abyección’ (2023), que, por decirlo simplemente aquí, se ocupa de mostrar cómo el valor opera espacialmente como una fuerza mediadora que depende de la separación entre las actividades que producen valor y aquellas que no. Mi abordaje propio es de este modo un suplemento a su teoría sobre cómo el género está mediado por el valor —una ligera corrección pero, más bien, espero, una contribución a un proyecto compartido— en la medida en que intento clarificar la dinámica entre la lógica de las compulsiones impersonales del capital y las consecuencias históricas de este movimiento. Mi objetivo, entonces, es referirme a las relaciones causales infraespecificadas y notablemente resbaladizas entre capital y género. En parte, trazando un vínculo entre el estatus del valor como una forma temporal de riqueza y la producción del género a través de actividades diferencialmente categorizadas y su relación específica a (a) el tiempo y (b) la producción de necesidades humanas.

            Como Arruzza ha señalado, describir una experiencia de relaciones sociales generizadas y dar una explicación teórica de su existencia son dos cosas distintas. En sus palabras,

«la concepción del patriarcado como un sistema independiente dentro de la sociedad capitalista es la más extendida, no sólo entre las teóricas feministas, sino también entre las activistas. Esto es porque se trata de una interpretación que refleja la realidad del mismo modo en que se nos aparece: hablar de modos de apariencia no significa describir un fenómeno ilusorio que se deba poner en oposición a la Realidad con ‘R’ mayúscula. ‘Apariencia’ se refiere aquí al modo específico en que la gente experimenta las relaciones de alienación y dominación producidas y reproducidas por el capital según su propia lógica.» (Arruzza, 2014)

Comencemos entonces por la premisa potencialmente contraintuitiva de que muchas actividades reproductivas no producen valor. El argumento de que, citando a Mariarosa Dalla Costa, ‘el trabajo doméstico es productivo en el sentido marxiano, esto es, produce plusvalor’ fue el centro del debate sobre el trabajo doméstico en los 1970s y 1980s y se volvió una piedra de toque política clave en una gran parte del activismo feminista marxista (Dalla Costa, 2008). Pero esta tesis ha sido convincentemente refutada desde entonces. En efecto, algunos de los análisis marxianos más sofisticados de las relaciones de género que han aparecido en los últimos años —incluyendo ‘La lógica del género’— se basan en la afirmación de que es precisamente porque las actividades no productoras de valor son necesarias para la acumulación de capital que la distinción de género persiste[8].

            Una de mis preocupaciones en la última parte de este artículo es, entonces, plantear algunas preguntas sobre la relación entre valor y género en términos de cómo puede y puede no ser posible trazar la influencia de la relación de valor en una escena definida por su disociación formal respecto a la esfera de la producción de valor. Este tipo de investigación —quizás precisamente por tratarse de una investigación feminista— ha sido a grandes rasgos pasada por alto en las críticas del valor marxianas. ¿Qué puede decirse sobre las consecuencias políticas, ideológicas y discursivas de las ilusiones de independencia y autoexpansión del valor? ¿Pueden aquellos aspectos de la experiencia feminizada que se suelen concebir en términos discursivos o libidinales explicarse por medio de una rendición de las capacidades formalmente determinantes del valor?

Lógica e historia

La cuestión de si el patriarcado y el capitalismo son analíticamente separables —muy contenciosa para las feministas marxistas desde el ‘debate de los sistemas’ de los 1970s y 1980s— es algo más que engañosa. Mientras que estos debates se ocupaban de analizar el grado en que el patriarcado es un sistema autónomo respecto al capitalismo, las teorías marxianas de la reproducción social contemporáneas están generalmente de acuerdo en que no lo es. En un dossier reciente sobre la reproducción social en Viewpoint Magazine, de hecho, una comentadora declara:

«¿Qué pasaría si colapsáramos el conjunto de relaciones sociales necesarias asociadas a las mujeres en el capitalismo y la categoría de mujeres en el capitalismo? ¿Qué pasaría si ‘mujer’ no fuera más que la categoría formal de personas que están a un lado de un conjunto específico de relaciones sociales, parecido a como el proletariado no es más que la categoría formal de personas que están a un lado de un conjunto específico de relaciones sociales?» (Manning, 2015)

Podríamos revisar la pregunta, entonces, para plantear: ¿Son las relaciones sociales generizadas internas a la lógica del capital o son el resultado de un despliegue histórico desafortunado, en el que el capital se adhiere a estructuras patriarcales existentes —o sociedades feudales o agrarias, por ejemplo— para retorcerlas en su propio beneficio? La cita de más arriba está tomada de un ensayo de F. T. C. Manning, escrito en respuesta a una panorámica y explicación del debate de los sistemas ofrecida por Arruzza. En particular, responde a la afirmación por Arruzza de que la estructura lógica del capital es siempre distinta de sus dimensiones históricas concretas. En palabras de Arruzza, que ‘es importante distinguir lo que es funcional al capitalismo de lo que es una consecuencia necesaria del mismo. Los dos conceptos difieren’. Tal y como elabora:

«Quizás es difícil mostrar a un nivel de abstracción alto que la opresión de género es esencial para el funcionamiento interno del capitalismo. Es verdad que la competencia capitalista crea incesantemente diferencias y desigualdades, pero estas desigualdades, desde un punto de vista abstracto, no están necesariamente relacionadas al género.» (Arruzza, 2014)

Manning —y otra de quienes replican a Arruza, Sara Farris— discrepan con esta posición porque parece hacerle una concesión al argumento desacreditado, avanzado por Ellen Meiksins Wood, de que el capital tiene una relación oportunista indiferente a la opresión de género: una afirmación contra la que Arruzza declara estar argumentando[9]. La contestación de Manning es que el contenido real de la categoría de personas feminizadas no es más que un conjunto de relaciones sociales: se preocupa, pues, por cerrar lo que llama la ‘brecha conceptual’ entre las personas feminizadas y las relaciones sociales mediante las que se posicionan dentro de una totalidad estructural.

            Pero las categorías no se viven como tales y hay una diferencia entre las relaciones lógicas y las relaciones sociales. Como Arruzza ha señalado, enmarcar la cuestión en los términos oposicionales de si la opresión de género es parte de la estructura lógica del capital o un sistema separado oportunistamente cooptado por el capital es ‘presuponer que no hay nada entre la necesidad lógica y la contingencia arbitraria’. Para Arruzza, argumentar que la necesidad lógica del género para el movimiento de autovalorización del capital no se puede probar —o que todavía no ha sido probada—no es ni argumentar que el género no sea lógicamente interno a las operaciones del capital (en efecto, Arruzza insiste en su agnosticismo respecto a esta cuestión), ni argumentar que el capitalismo podría sobrevivir sin la fluctuante pero constante reconstitución de las relaciones de género:

«Dicho simplemente, las posibilidades lógicas tienen que ver con la coherencia de nuestros pensamientos dirigidos a objetos. Como tal, el rango de posibilidades lógicas es una regla general tanto más amplia como más rígida que la de las posibilidades reales, que tienen que dar cuenta de constricciones diferentes de la coherencia lógica y, en consecuencia, en cierta medida, toleran la existencia de procesos contradictorios. […] Esto no equivale a sugerir una aproximación irracionalista a ciertas partes de la realidad. Sólo quiero sugerir que la formalización lógica no es el único medio racional de aprehender la realidad a nuestra disposición y que no todas las constricciones necesarias se aprehenden de este modo o se formalizan a ese nivel. El mapeo cognitivo de ciertas constricciones exige un análisis histórico concreto u otras herramientas heurísticas.» (Arruzza, 2015a).

Es importante comprender dos dimensiones interrelacionadas de la distinción conceptual que Arruzza están haciendo aquí. La primera, que hay una diferencia entre, por un lado, coherencia lógica o posibilidades pensables y, por otro lado, posibilidades circunscritas prácticamente por las contradicciones y límites materiales de la realidad concreta. La segunda, que también podemos concebir esta distinción en términos de causalidad —en términos de la diferencia entre el género como una precondición lógica de la valorización capitalista y el género como una consecuencia necesaria de tal proceso. Por extrapolar un poco a partir de esto: podríamos decir o bien (1) que la lógica del género no se despliega en un vacío, asumiendo formas puras, sino en relación dialéctica con las ‘constricciones prácticas’ de ‘la historia concreta del capitalismo’ (Arruzza, 2015ª), o bien (2) que la lógica del género no existe, que el género no es lógicamente interno al movimiento del capital, sino que emerge como una consecuencia necesaria del mismo.

            O también podríamos admitir que esto son dos maneras de concebir la misma cosa —evitando de este modo los ‘ejercicios estériles de inteligencia’ contra los que Arruzza advierte, incluso cuando reconoce las motivaciones políticas detrás de tales empeños: el deseo de probar que el género es interno a la lógica del capital es, al fin y al cabo, comprensible frente a un marxismo de ‘la clase primero’ que, incapaz de pensar dialécticamente el género, la raza, la clase y otras categorías o indispuesto a ello, las reduce a lo meramente cultural[10]. Y, con todo —sea una lógica interna al capital o una consecuencia necesaria de la acumulación de capital—, lo único que podemos decir es que el género emerge dialécticamente, por medio del movimiento inventivo y constantemente reconstituyente de una totalidad integrada. Arruzza misma hace un guiño a esto en una de sus formulaciones más ambiciosas y de mayor cabida:

«Sostengo que la acumulación capitalista produce, o contribuye a la producción de, varias formas de jerarquía y opresión social como consecuencias necesarias suyas. Es más, sostengo que tiene un poder más consecuente y determinante que otras formas de jerarquía social y que plantea constricciones necesarias que determinan todas las demás formas de relación social. De este modo, mis afirmaciones son más robustas que una simple declaración de que, en una formación social total, algo ‘está conectado a algo otro’. Sin embargo, mi afirmación es más débil que los argumentos de acuerdo con los cuales la acumulación capitalista organiza otras jerarquías sociales siguiendo una única lógica. Es más, mi argumento es que la lógica de la acumulación capitalista es ubicua (es decir, que tiene la capacidad de teñir todas las otras relaciones sociales), lo cual constituye uno de los fundamentos para hablar de una totalidad contradictoria y articulada en movimiento.» (Arruzza, 2015a)

Las sugerencias preliminares de Arruzza señalizan un sendero a través de los matorrales de los debates de los sistemas y el impasse de la cuestión de ‘lógica o historia’ al evitar una definición determinista de la dominación capitalista e insistir en la necesidad de pensar en las sociedades capitalistas, no como totalidades expresivas (en las que ‘cada parte refleja a las otras o se corresponde con ellas, o donde cada parte es “funcional” al todo’), sino como totalidades en movimiento (en las que ‘las prácticas, relaciones e instituciones sociales’ están sujetas a los límites y presiones impuestos por la lógica de la acumulación capitalista).

            Los comentarios de Arruzza en el dossier de Viewpoint difieren la labor de recorrer tal sendero a una fecha posterior y un proyecto mayor, pero su lenguaje de ubicuidad y tintura se alinea con un racimo de investigaciones que ya se están llevando a cabo de manera discernible (aunque no siempre en conversación) en la obra de autoras críticas tan variadas como Maya Gonzalez, Chris Chen, Sianne Ngai, Diane Elson, Alberto Toscano y Marina Vishmidt, por nombrar a una pocas. Por conveniencia, me limitaré a señalar que todas estas críticas están interesadas en los procesos viscerales o plastificantes —en palabras de Ngai, ‘socialmente vinculantes’ (Ngai, 2015)— por los que el capital llega a dominar y organizar las actividades tanto productivas como reproductivas a través de su compulsión hacia la abstracción. Aunque la propia obra de Arruzza acerca del género como temporalidad social está atravesada por una preocupación parecida por cómo el capital organiza las prácticas sociales a través del tiempo (abstracto), podemos señalar que sus análisis emplean de manera significativa una comprensión lukákcsiana de la reificación, de acuerdo con la cual ‘el desempeño del género está mediado por la ubicuidad del tiempo abstracto dada la difusión de la forma-mercancía’. Tomando de la obra de Kevin Floyd acerca de la masculinidad durante la época fordista, Arruzza sugiere que la mercancía, en tanto que tiempo abstracto, ‘disciplina’ el tiempo libre, convirtiéndolo en una forma del ‘trabajo cualificado’ mismo (Arruzza, 2015b: 48; Floyd, 2019). Pero, aunque Arruzza se preocupe por desplazar nuestra comprensión de la performatividad de género desde el terreno del consumo al de la circulación —para incluir la venta de bienes y servicios o la producción de nuevos deseos, por ejemplo—, la obra hacia la que me vuelvo en lo que queda de artículo hace un argumento convincente sobre por qué el género y la reproducción social se entienden mejor desde el punto de vista de la producción, en términos de la relación de actividades específicas al mercado y en términos de la dominancia del valor y su habilidad para reproducir ‘diferenciales a través de los cuales puede fluir el valor’ (Spahr y Clover, 2016: 292).

            Pensar en el género como una categoría mediada por el valor —por oposición al valor de cambio o la mercancía— también puede ayudarnos con un problema espinoso que acecha en los esfuerzos tanto de Arruzza como Manning por enfatizar que no están proponiendo una definición determinista o economicista del género. Arruzza apunta, por ejemplo, que quienes defienden la ‘teoría unitaria’, entre quienes ella misma se cuenta, ‘están en desacuerdo con la idea de que el patriarcado sería, a día de hoy, un sistema de reglas y mecanismos que se reproducen autónomamente’ (2014). En la misma línea, Manning enfatiza que no es posible que se socialicen las ‘relaciones coercitivas de abuso sexual invisibilizado’ o las ‘formas violentas de control y aislamiento psíquico y dominación’, explicando que ‘la relación de género, al igual que la relación de clase, no es, ni siquiera en abstracto, exclusivamente “económica”’ (Manning, 2015). Estas afirmaciones señalan de manera diferente los límites del análisis marxiano, especialmente en la medida en que apuntan a diferentes corrientes teórica contemporáneas que no se suelen encontrar: en el primer caso, a las lecturas antihumanistas de las compulsiones impersonales y, en el segundo caso, a las teorías sobre las funciones libidinales de la violencia gratuita y simbólica. Pero ambas surgen de un problema persistente para la teoría de la reproducción social: ¿cómo explicar esta esfera no socializada e incuantificable de coerción violenta en términos marxianos?

            Apuntando que no estás segura de si el argumento de Manning es ‘psicológico, antropológico u ontológico’, Arruzza no sigue esta línea de investigación en el dossier de Viewpoint. En efecto, la dimensión no economicista de las relaciones de género se abre a un problema filosófico duradero, uno descrito cándidamente por Rosemary Hennessy en su estudio de referencia acerca de la identidad sexual bajo el capitalismo tardío con una desvergüenza refrescante:

«Una de las características más reseñables de la historia de las identidades sexuales es la falta de consenso en torno a cómo entender precisamente lo que es la sexualidad. ¿Cuál es la materialidad de la sexualidad? ¿Es el deseo libidinal? ¿Los cuerpos y los placeres? ¿Los discursos? ¿La cultura-ideología? ¿Cómo afectan las presuposiciones acerca de la materialidad del sexo al modo en que entendemos la identidad sexual y a cómo articular una política sexual?» (Hennessy, 2000: 37)

Para las teóricas de la reproducción social —a diferencia de los feminismos postestructuralistas—, la policía[11] violenta de la sexualidad representa una especie de sede oculta del análisis. Pero la teoría de la reproducción social también puede recuperar algo del postestructuralismo en el momento de su decadencia, una palanca conceptual para considerar de nuevo las raíces de la violencia generizada. Las obras tanto de Arruzza como de Hennessy son destacables por su abordaje diligente y genuinamente generoso de los feminismos postestructuralistas y, en particular, de la teoría de la performatividad del género de Judith Butler. Arruzza llega a subrayar las similitudes entre la teoría del género como una ‘temporalidad social constituida’ de Butler y el famoso argumento de Marx, de acuerdo con el cual el trabajo pasado, gravitando como una pesadilla sobre el presente en forma de espacio (o trabajo muerto), es lo que organiza el tiempo capitalista:

«En Butler, la espacialidad del género, es decir, su inscripción en el cuerpo, no es más que temporalidad social constituida, es decir, actos sociales desempeñados en el pasado. De igual manera, para Marx, el tiempo de trabajo pasado, objetivado, se opone en tanto que espacio al tiempo presente del trabajo vivo. Mientras que Butler niega que el género sea un hecho, al insistir en que el género se está constituyendo continuamente por medio de la repetición a lo largo del tiempo de actos performativos, Marx insiste en que el capital no es una cosa, sino el proceso de autovalorización del valor que implica la repetición de los circuitos del capital y su unidad.» (Arruzza, 2015b: 39)

Notablemente, es una lectura circulacionista de Marx —en la que los circuitos de intercambio organizan el tiempo por medio de la repetición— la que parece isomórfica con la teoría butleriana del género como una temporalidad social constituida. Como veremos, la comparación no se sostendría en los abordajes teóricos del valor que he mencionado más arriba. Pero la intención de Arruzza al subrayar esta similitud no es más que demostrar que Butler, como Marx, se preocupa por mostrar cómo un conjunto de arreglos sociales no es el resultado de fenómenos naturales, transhistóricos, sino de prácticas sociales activas. De este modo, podemos conservar algunos de los argumentos de Butler acerca de los géneros ‘inteligibles’ y las relaciones de sexo-género ‘coherentes’ para así desarrollar un abordaje más robusto de la reproducción social. Merece la pena subrayar que, para Arruzza, así como para Hennessy, el ‘materialismo normativo’ de Butler —en el cual las identidades sexuales son producidas como el efecto de discursos por medio de ‘actuaciones repetidas de signos y convenciones culturales’— sirve en última instancia para ‘excluir modos de conocer el mundo que vinculan el orden simbólico (cultura) a relaciones sociales materiales que no son simbólicas’ (Hennessy, 2000: 56-60, 212). O, en otras palabras, la obra de Butler desconecta lo cultural de la economía política.

Necesidad proscrita

En Profit and Pleasure: Sexual Identities in Late Capitalism, Hennessy propone el concepto de ‘necesidad proscrita’ como un modo de aprehender la producción histórica de necesidades legítimas e ilegítimas, o incomprensibles. En parte, su estudio es una corrección mensurada de lo que a estas alturas debe de parecer una crítica feminista familiar dirigida a las tendencias ‘totalizantes’ del marxismo —una queja que tiende a posicionar teóricamente el materialismo histórico de un feminismo marxista como si fuera la causa, más bien que la crítica, del movimiento totalizante del capitalismo. Recordándonos que el ‘materialismo histórico comienza por la premisa de que la satisfacción de las necesidades humanas es la línea de fondo de la historia’, no obstante, Hennessy insiste en la contingencia histórica de las necesidades, en su carácter fundamentalmente social en la medida en que las necesidades corporales se satisfacen por medio de relaciones sociales y los parámetros para lo que cuenta como una necesidad vital varían a lo largo del tiempo.

            En el capitalismo, como no es de extrañar, las necesidades proscritas constituyen una franja de vida desvivida: desde las necesidades básicas sin satisfacer como la comida, la ropa, la vivienda y la salud que suelen no quedar cubiertas por el salario mínimo; hasta el desarrollo intelectual y creativo a través del cual podría ser posible una vida humana plena; hasta las sensaciones, afectos y deseos proscritos por la relaciones de género heteronormativas; hasta la esfera de necesidad proscrita que se debe satisfacer sin embargo por medio de la escena feminizada de la reproducción social. De esto se sigue, entonces, que las ‘necesidades proscritas’ son también un modo de proscribir el dominio de lo inteligible, el reino de las relaciones sociales coherentes que Butler tan célebremente critica. En efecto, dentro de este marco ampliado, las necesidades proscritas se convierten en una dimensión del capitalismo tan integral que le llevan a Hennessy a aventurar que ‘la proscripción del desarrollo del pleno potencial humano comprende el andamiaje mismo de las relaciones humanas en el intercambio de mercancías’ (Hennessy, 2000: 215).

            Hennessy sostiene que, en el capitalismo, la historia de las relaciones sociales queda invisibilizada en un proceso por medio del cual la conciencia se reifica en formas de identidad, formas que ‘llegan a verse como “cosas en sí mismas” naturales’ y en las que las sensaciones y afectos ‘se hacen inteligibles en términos de identificaciones sexuales y deseos normativos y perversos’ (217). Al igual que otros abordajes marxistas de la sexualidad, su análisis lee la producción histórica del deseo como un efecto de la cultura del consumo, a medida que la ‘mercantilización de las capacidades humanas’ lleva a la consolidación de una sociedad heteronormativa y patriarcal donde ‘las categorías de identidad sexual restringen la capacidad de actuar en la medida en que atomizan el potencial humano y las relaciones sociales’ (219). En efecto, Arruzza explica de manera parecida la producción del género como ‘una repetición forzada de actos estilizantes […] mediada por la ubicuidad del tiempo abstracto dado por la difusión de la forma-mercancía’ (2015b: 48), localizando este proceso firmemente dentro de la esfera de la circulación. Argumenta que la capacidad de la forma-mercancía para organizar y abstraer el tiempo (de ocio) —por darle ‘un carácter fundamentalmente disciplinario al consumo mismo’— nos puede ayudar a entender ‘un conjunto más amplio de fenómenos, todos los cuales contribuyen a la reificación de las identidades sexuales’ (48-9), tales como la venta de bienes y servicios mercantilizados.

            El hecho de que este argumento sobre la reificación de las formas inteligibles de sexualidad y la imposición del tiempo abstracto más allá de la esfera de la producción parezca confirmarse empíricamente lo hace convincente y sospechoso a partes iguales. Pero, en la medida en que identifica una lógica organizadora que opera a un nivel de abstracción que lleva su propia vida más allá del amontonamiento cumulativo de actos de consumo aislados —una posición especialmente esclarecida en la formulación de Arruzza—, es quizás una instancia reveladora del tipo de abstracción real teorizada por Alfred Sohn-Rethel, quien argumenta que la forma misma del pensamiento está determinada por la práctica social de las relaciones de intercambio de mercancías[12]. Pero más arriba he sugerido que las relaciones sociales generizadas no se entienden mejor mediante la crítica de la reificación que discurre desde Lukács y a través de la Escuela de Frankfurt, que estructura las teorías de la sexualidad y el género de Hennessy, Arruzza y Floyd. Más bien, necesitamos un análisis que busque comprender cómo el valor —en tanto que conceptualmente distinto del valor de uso y el valor de cambio— domina el proceso de reproducción social. ¿Por qué sería necesaria esta alternativa? Dicho de manera sencilla, porque una teoría del género basada en la reificación no explica por qué muchas tareas reproductivas —es decir, generizadas— como la crianza están definidas al nivel más fundamental, no por las prácticas y patrones de consumo, sino por su carácter impagado y no subsumido.

            Desde luego, la reificación y el ‘carácter ritual del desempeño del género’ (Arruzza, 2015: 45) son claves para la regulación del género y la sexualidad, legitimando algunas identidades y deseos y proscribiendo otros. En efecto, que la reificación es uno de los momentos primarios de contestación social en los que se despliegan históricamente las maleables y cambiantes relaciones de género es quizás, precisamente, el alcance de las afirmaciones esbozadas más arriba. Pero los análisis que se limitan a la esfera de la circulación, centrados en el consumo como un modo de performatividad de género o en la regulación del tiempo abstracto mediante la forma-mercancía, sólo pueden llevarnos hasta cierto punto a la hora de comprender la producción del género en el capitalismo. Aunque tales análisis reconozcan el carácter dual de las mercancías, tienden a omitir el hecho de que la reificación es una consecuencia de la relación de valor más bien que una dinámica primaria que le da forma a las relaciones sociales capitalistas. De este modo, no logran trazar una distinción entre la producción del género y las formas reificadas de apariencia que esta asume en las sociedades capitalistas. En otras palabras, estos abordajes corren el riesgo de confundir causa y efecto. Aunque puedan resultar útiles para describir cómo se produce el género al nivel de la ‘cultura-ideología’, no logran llegar a explicar por qué. El convincente argumento de Floyd busca remediar este problema emparejando las lecturas foucaltianas y queer de la reificación del deseo sexual —eso a lo que él llama ‘formas de normatividad microsociales’— con los análisis adscritos a la ‘escuela de la regulación’ sobre las estructuras institucionales y prácticas que sirven para asegurar los regímenes de acumulación (Floyd, 2019: 54-56). Pero poner el foco sobre la regulación —sobre las funciones administrativas del Estado, sus leyes y sus políticas— nos aleja aún más del núcleo de la acumulación capitalista y del momento en el que una intervención marxiana se centraría. Aunque Floyd ofrece una explicación más robusta y sustanciada de cómo se regula la sexualidad en el capitalismo, al volverse hacia la teoría de la regulación —y, de este modo, hacia su énfasis sobre el papel que las instituciones juegan en la regulación de la economía capitalista— más bien que hacia el valor, su argumento tiende hacia la primacía de lo político más bien que la de lo económico. Esto deja pendiente de respuesta la cuestión de cómo, si es así, el género se constituye por medio de los movimientos de la acumulación de capital como tal.

            Volvámonos entonces hacia la relación de valor, que implica una relación dialéctica —de oposición y constitución mutua— entre la producción y la circulación. Marx enfatiza repetidamente esa cuestión, de hecho, al describir cómo las relaciones de producción se disocian de la superficie de la ‘circulación simple’. Así, la nota célebremente lúdica en la que invita a su lectorado a abandonar la ruidosa esfera del intercambio, ‘instalada en la superficie y accesible a todos los ojos’, y seguir al capitalista hasta la sede oculta de la producción para arrojar luz sobre ‘el misterio que envuelve la producción de plusvalor’ (Marx, 2017: 235), está acompañada de formulaciones más austeras que recalcan cómo la presuposición de una totalidad entera es central para el movimiento del capital, en el que ‘el sistema entero de la producción burguesa debe estar presupuesto para que el valor de cambio aparezca en la superficie como simple punto de partida’ (Marx, 2008: 233).

            En efecto, la preocupación de Marx por descubrir el sistema entero ‘presupuesto’ en la plétora de diversas partes de un modo de producción capitalista, por ‘rastrear su “nexo interno” [inneres Band]’, tal y como lo plantea Elena Louisa Lange, ‘entre las formas (valor, la mercancía, dinero, capital) tal y como se presentan a nuestra “conciencia cotidiana” —en el intercambio o la circulación— y su contenido real’ (Lange, 2016: 249). Aunque las feministas marxistas llevan mucho tiempo manteniendo que el género también debe analizarse como parte de esta totalidad, basando su crítica en la interacción entre las categorías capitalistas, las nuevas lecturas de Marx muestran que lograr tal cosa significaría pensar el género, no sólo a través del monóculo de las mercancías y su intercambio en la esfera de la circulación o únicamente a través de la categoría de trabajo reproductivo, sino a través de la teoría del valor como una abstracción real formalmente determinante elaborada por Marx. Puesto que, en efecto, este es la ‘forma específica’ que determina la división del trabajo, las condiciones de producción y las relaciones económicas entre los miembros individuales de la sociedad.

            Un giro hacia el valor no sólo está justificado porque presente una dimensión infrateorizada de los estudios marxianos del género y la reproducción social, sino porque el valor es un componente crucial, si no el componente crucial por antonomasia, de la crítica de la economía política de Marx. Aunque la ‘teoría de la forma-valor’ ha sido la provincia de un pequeño rincón de la crítica marxiana —que se ha ganado el mote de ‘marxismo esotérico’— desde los 1960s, estas conversaciones han logrado un nuevo sentido del propósito y un impulso renovado en un amplio abanico de discursos críticos desde la crisis financiera de 2007-8. Los partidarios de la Wertkritik como Norbert Trenkle y Robert Kurz, así como algunas críticas británicas como Diane Elson y Christopher Arthur, toman el valor (en tanto que distinto del valor de cambio o de la forma-dinero) como su punto de partida y el trabajo como su objeto de estudio. En efecto, los abordajes teóricos de la forma-valor entrañan lo que Ingo Elbe describe como un abandono triple del marxismo tradicional: (1) un abandono de las teorías sustancialistas del valor como el trabajo coagulado en mercancías, (2) un abandono de las concepciones reformistas del Estado en favor de una concepción del Estado como un componente estructural de la dominación capitalista y (3) un abandono de las interpretaciones ‘centradas en el movimiento obrero’ de la crítica de la economía política, o de la idea de una teoría revolucionaria ‘ontologizadora del trabajo’ (Elbe, 2013).

Valor y género

La pregunta por lo que un análisis del valor nos podría enseñar sobre el género y la reproducción social es el tópico de un proyecto mucho mayor, pero me gustaría sugerir algunas vías de entrada posibles hacia esta relación relativamente inexplorada. Como veremos al final de este artículo, las investigaciones sobre las operaciones del valor como una fuerza mediadora del género están, sin embargo, siendo retomadas con una precisión atractiva, más notablemente en el ensayo de Gonzalez y Neton. Así que estas observaciones preliminares son tanto un intento de volver sobre las intervenciones teóricas en base a las cuales se fundamentan tales análisis como una sugerencia de posibles investigaciones futuras que también podrían —a pesar de algunas divergencias fundamentales— hacer uso de los valiosos hallazgos de Arruzza, Hennessy y Floyd vislumbrados más arriba.

Determinación formal

La clarificadora intervención de Diane Elson, que reposa sobre el argumento de que el objeto de la teoría del valor de Marx no es el precio (como varios teóricos del ‘problema de la transformación’ defenderían[13]) sino el trabajo, nos ofrece una indicación útil sobre los modos particulares en que una atención al valor, a su carácter abstracto y dual, es pertinente para cualquier teoría marxiana del género. Su nueva lectura de Marx insiste en una distinción vital entre el valor, que carece de independencia, y la apariencia del valor como valor de cambio (o dinero), que le da a este una independencia ilusoria, como clave para entender cómo del valor determina formalmente la estructura del proceso de trabajo. Citando la famosa descripción del trabajo por Marx en los Grundrisse como ‘el fuego vivo, formador; la transitoriedad de las cosas, su temporalidad, así como su modificación por el tiempo vivo’ (Marx, 1971: 306), ofrece la elaboración siguiente:

«El trabajo es una fluidez, un potencial, que en cualquier sociedad tiene que quedar socialmente ‘fijado’ u objetivado en la producción de bienes particulares por gente particular de maneras particulares. Los seres humanos no están biológicamente programados para desempeñar tareas particulares. Al contrario que las hormigas o las abejas, hay un rango potencialmente inmenso de tareas que cualquier ser humano podría asumir.» (Elson, 2015: 128)

Elson se refiere a esto como la indeterminidad del trabajo humano; una fluidez común a todos los estadios de la sociedad. Así que, para Nelson y el Marx de Nelson, la pregunta es cómo llega el trabajo humano a estar determinado, cómo llega a quedar fijado como trabajo abstracto objetivado en el capitalismo. En un lenguaje más ambicioso, explica en qué sentido esto es una cuestión de ‘buscar una comprensión de cómo el trabajo asume las formas que asume y cuáles son las consecuencias políticas que se siguen de ello’ (123). Su respuesta, en primera instancia, se basa en una crucial pero ‘poco advertida distinción trazada por Marx’, una distinción entre ‘independencia interna’ e ‘independencia externa’:

«El valor carece de la ‘independencia interna’ necesaria para ser una entidad porque siempre es un único lado de una unidad entre valor y valor de uso, i.e., la mercancía. Pero al lado del valor de la mercancía se le puede otorgar ‘independencia externa’ si la mercancía se pone a través de su compra en una relación con otra mercancía que sólo sirve para reflejar valor. Esto produce la apariencia ilusoria de que el valor, en su forma de dinero, es una entidad independiente. Pero la autonomía que esta le confiere al valor sólo es relativa. Es esta expresión externamente independiente, en forma objetivada, de una abstracción unilateral, el aspecto abstracto del trabajo, la que constituye el fetichismo de las mercancías.» (165)

El valor, en tanto que una abstracción unilateral (‘externamente independiente’), sólo aparece en el intercambio. Como tal, no es una forma ideológica, sino —aunque Elson no use el término en este pasaje— una abstracción real. Para Elson, de esto se siguen dos observaciones cruciales. Primero, que, ‘en la forma de un equivalente universal, el trabajo abstracto no sólo queda objetivado: queda establecido como el aspecto dominante del valor’. En otras palabras, la dimensión concreta del valor está subordinada a la abstracta porque su propósito es hacer ‘un objeto físico que reconozcamos inmediatamente como valor’ (165). De manera similar, Elson apunta cómo el aspecto privado del trabajo (‘los procesos aislados de la producción que operan independientemente los unos de los otros’) está en definitiva al servicio de su aspecto social, a través del modo de reconocimiento social conocido como intercambio de mercancías. Tiene cuidado al apuntar que esto no significa que las dimensiones privada, concreta y social del trabajo queden obliteradas. Más bien, significa que están subsumidas como expresiones de trabajo abstracto. El trabajo abstracto es, entonces, la única forma del trabajo reflejada en el equivalente universal: el dinero. Quizás el posicionamiento más crucial en la lectura de Marx por Elson está en este mismo pasaje, cuando escribe:

«El argumento del Libro Primero de El capital demuestra la dominancia del equivalente universal, la forma-dinero del valor, sobre otras mercancías y cómo esta dominación se expresa en la autoexpansión de la forma-dinero del valor, i.e., en la forma-capital del valor. Más allá, muestra que la dominación de la forma-capital del valor no está confinada al trabajo ‘fijado’ en los productos, que se extiende al proceso inmediato de producción mismo y a la reproducción de ese proceso.» (165, cursiva mía)

Esta aserción acerca de la dominación del valor sobre el proceso de producción nombra el proceso de subsunción real. De manera importante, en el abordaje de Elson, este proceso comienza con el equivalente universal —la forma-dinero del valor— y se mueve hacia las entrañas del proceso de trabajo, mostrando cómo lo abstracto domina lo concreto. En efecto, como señala Elson, ‘el argumento de Marx no es que el aspecto abstracto del trabajo sea el producto de las relaciones sociales capitalistas, sino que estas últimas están caracterizadas por la dominancia del aspecto abstracto del valor sobre sus demás aspectos’ (150). Pero, ¿qué quiere decir Elson cuando se refiere a ‘la reproducción de ese proceso’ en el pasaje de más arriba? Aunque pueda ser justo asumir que lo que se está invocando aquí es una noción más limitada de la forma cambiante del proceso de producción (entre las paredes de una planta de fábrica, por ejemplo), la reproducción de la mercancía fuerza de trabajo —tal y como nos ha enseñado el feminismo marxista— llega más allá del proceso de trabajo hasta los recovecos más ocultos de la vida social. ¿Puede esta posición respecto a la fluidez del trabajo y la necesidad de que esta quede socialmente fijada para que la valorización (la producción de plusvalor) tenga lugar extenderse indirectamente a la esfera feminizada y racializada de la reproducción social?

            Sin mucha dilación, la lectura de Elson enfatiza la naturaleza objetiva (por oposición a la subjetiva) de la producción de valor, el proceso social que ‘se desenvuelve a espaldas de los productores’ (Marx, 2017: 93). Al mostrar cómo el concepto de determinación de Marx no es ‘determinista’ —no es el concepto de una ley regulativa— Elson apunta que hablar de determinación ‘no significa, por supuesto, la denegación de cualquier elección de los individuos sobre su trabajo. Más bien, es señalar el hecho de que los individuos no pueden elegir cualquier cosa, que no pueden reinventar el mundo desde cero, sino que deben elegir entre las alternativas que se presentan ante ellos’ (Elson, 2015: 129). Entonces, es quizás por medio de una teoría de circunscripción negativa que se podría avanzar un método más propiamente antihumanista para analizar la producción del género en el capitalismo. Más bien que enfatizar los modos en que el género queda circunscrito a lo largo del tiempo por medio de la repetición —cómo, citando a Arruzza, ‘el desempeño del género está mediado por la ubicuidad del tiempo abstracto dado por la difusión de la forma-mercancía’—, una teoría del género derivada del análisis de la relación de valor entraña un desplazamiento de la atención de la esfera de la circulación a la de la producción. Esto por la simple razón de que es aquí donde el valor se alza como el producto coagulado del tiempo de trabajo socialmente necesario (antes de realizarse en el intercambio). Este foco nos permite ver que lo que hace la circunscripción —aquello que domina ‘el proceso de producción inmediato mismo y […] la reproducción de ese proceso’, usando las palabras de Elson— es una abstracción objetivamente existente: el valor. Investigar la relación del género al valor, por oposición a la mercancía, hace posible de este modo un análisis radical de la producción del género desde sus raíces, de tal manera que podremos entender mejor las formas de apariencia que el género podría asumir en cualquier momento histórico.

            Un abordaje teórico del valor del género también apunta hacia una manera muy diferente de concebir el género como temporalidad social. Si la relación de valor implica la tendencia a que el capital constante desplace al capital variable a lo largo del tiempo —lo que Marx llama una ‘creciente composición orgánica del capital’—, puede que queramos considerar cómo ese movimiento mismo está enredado con el movimiento reconstituyente de las relaciones sociales generizadas, especialmente en una época de estancamiento y contracción económica, en la que el trabajo ya no ocupa la posición estructural que alguna vez ocupó. Para poder entender la relación del género con el tiempo capitalista, tenemos que aprehender mejor cómo el género se produce en relación dialéctica a los patrones de productividad y crisis económica. Esto no supondrá que tengamos que descartar las observaciones sobre la ubicuidad del tiempo abstracto hechas por Arruzza y compañía, sino que tenemos que proporcionar un abordaje más esencial de lo que es el tiempo capitalista y de cómo surge.

            Si la teoría del valor del trabajo ‘nos permite analizar la explotación capitalista en un modo que supera la fragmentación de la experiencia de tal explotación’ (Elson, 2015: 171), esto es porque, como Elson y Marx apuntan, el valor aparece como el sujeto de un proceso ‘investido de vida propia’ y este resultado fetichista, en su independencia ilusoria, permite que la dominación del valor se extienda más allá de la mercancía, hasta el proceso de producción y la reproducción de ese proceso. En la sección final de este artículo, me gustaría sugerir que otro análisis del género como temporalidad social —uno basado en la dimensión temporal del valor— podría, mientras suplementa otras teorías de la relación entre el valor y el género, ayudar a disponer una respuesta más sustanciada a la pregunta espinosa sobre cómo se extiende la dominación del valor a la esfera de la reproducción social.

Tiempo, diferenciales y la producción de necesidades

Una de las teorías más incisivas sobre el valor y el tiempo en el capitalismo aparece en el siguiente pasaje denso de Moishe Postone:

«En El capital, Marx enraíza la dinámica histórica del capitalismo en el carácter dual de la mercancía y, en consecuencia, en el capital. La dinámica de rueda de molino que he esbozado está en el centro de esta dinámica. No puede aprehenderse si la categoría de plusvalor se entiende únicamente como una categoría de la explotación —como plusvalor— y no también como plusvalor —como el excedente de una forma temporal de riqueza. La temporalidad de esta dinámica no es únicamente abstracta. Aunque los cambios en la productividad, en la dimensión del valor de uso, no cambian la cantidad de valor producida por unidad de tiempo, sí cambian la determinación de lo que cuenta como una unidad de tiempo dada. La unidad de tiempo (abstracto) permanece constante y, con todo, es empujada hacia delante, por así decirlo, en el tiempo (histórico). El movimiento aquí no es el movimiento en el tiempo (abstracto), sino el movimiento del tiempo. Tanto el tiempo abstracto como el tiempo histórico están constituidos históricamente como estructuras de dominación.» (Postone, 2005: 76)

En otras palabras, puede que el tiempo abstracto esté mediado por las mercancías, pero está dominado —‘empujado hacia delante’— por el valor, una ‘forma temporal de riqueza’. Y, al marcar cómo el tiempo histórico está dominado por el tiempo abstracto, Postone pone la lógica del capital y el material de la historia en una relación dialéctica de oposición y constitución mutua. Lejos de ser una discusión teórica sobre detalles nimios, merece la pena insistir en su argumento en el contexto del género y la reproducción social. En primer lugar, porque nos recuerda que el tiempo abstracto mismo está mediado por el valor, confirmando una vez más que un análisis del género en el capitalismo requiere un nivel de abstracción mayor. Y, en segundo lugar —en la que se ha llegado a conocer como la intervención crucial de Postone en los debates sobre el valor—, porque muestra cómo la productividad cambia ‘la determinación de lo que cuenta como una unidad de tiempo dada’, resaltando la centralidad de esta categoría para el movimiento tanto del tiempo abstracto como del tiempo histórico. Esto es clave para la teoría de la reproducción social, puesto que abre una discusión todavía por tener acerca del género como temporalidad social: una que pregunta cómo las bajas o inexistentes tasas de productividad de las actividades reproductivas afectan al modo en que el género se vive temporalmente. ¿Cómo se determinan —oindeterminan— las unidades de tiempo en la reproducción social, donde las trabajadoras reproductivas producen poco o, como suele ser más frecuentemente el caso, ningún valor? Apostaría que es a través de preguntas como estas como podemos alcanzar una comprensión más abarcante, no sólo de cómo el género se preserva siendo constantemente reconstituido en el capitalismo, sino también del carácter cualitativo del género como experiencia vivida. ¿Cuál, por ejemplo, es la relación estructural entre el tiempo improductivo y la producción de necesidades proscritas (no satisfechas, ilegítimas o incomprensibles)? Y, ¿qué tiene esto que ver con la esfera no socializada e incuantificable de coerción violenta que las teorías marxianas del género y la reproducción social nunca terminan de lograr explicar?

            Preguntas como estas armonizan con algunas observaciones breves pero esclarecedoras de Hennessy que apunta hacia el nexo, aquí figurado a través de la lógica de la mercancía, entre la creciente aceptación de nuevas identidades sexuales y las cambiantes relaciones de producción:

«Quiero insistir en que este proceso cultural-ideológico estaba sobredeterminado por la lógica de la mercancía, una lógica que ata modos de conocer y formas de identidad a cambios en las relaciones de producción. En otras palabras, la reificación de la identidad sexual está sobredeterminada por las relaciones de las que la producción capitalista empezó a depender a finales del s. XIX, relaciones que incluyen formas de conciencia adecuadas a nuevas exigencias de la producción y el consumo.» (Hennessy, 2000: 103, cursiva mía)

Pero la forma pura de una lógica no puede por sí misma atar ‘modos de conocer’ o ‘formas de identidad’ a la producción. Como Michelle O’Brien ha observado, el ‘problema de las relaciones causales infraespecificadas […] permea toda la corriente de pensamiento social que pone tanto énfasis en las eras “fordista” y “posfordista”’ y podríamos incluir razonablemente el estudio de Hennessy en esta categoría. Como O’Brien sugiere, los ‘nexos causales que unen cultura, política estatal y regímenes de acumulación de capital’ pueden analizarse mejor con las herramientas conceptuales ofrecidas por el feminismo de la reproducción social (O’Brien, 2017). En efecto, un análisis que pretenda abordar las relaciones estructurales entre los regímenes de acumulación y el género quedaría enriquecido por una consideración más exhaustiva de comentarios infraespecificados como este:

«Bajo el capitalismo, las trabajadoras no retienen el control de una gran parte de su potencial humano y la proscripción de tanto potencial humano es, de hecho, uno de los momentos de lucha entre el capital y el trabajo.» (Hennessy, 2000: 215).

En efecto, el concepto de proscripción —y de necesidades proscritas— puede usarse de manera más ambiciosa para dar cuenta de cómo la producción de necesidades está enraizada en la relación de valor. Podemos pensar incluso que la producción de necesidades es el modus operandi histórico y material de aquello a lo que Juliana Spahr y Joshua Clover llaman el imperativo (generizante, racializante, capacitista) de ‘hacer diferencial’ propio del capital, donde ‘los diferenciales son un fundamento necesario para el imperativo de hacer productivo, puesto que la productividad dentro del capital requiere de evaluaciones diferenciales’ (2016: 292). Si, pace Postone, las evaluaciones diferenciales significan diferencias en una forma temporal de riqueza, también es posible ver cómo la producción de necesidades legítimas e ilegítimas —que entraña la producción tanto de diferenciales como de dominación generizada— es un proceso moldeado por la determinación de unidades de tiempo de trabajo socialmente necesario (o, en otras palabras, por el valor). Este proceso implica necesariamente lo que he descrito antes como unidades de tiempo indeterminadas: el tipo de tiempo para el que quizás no hay mejor ejemplo en la práctica que aquel al que Gonzalez y Neton apuntan cuando comentan que ‘[n]o se puede cuidar un niño más rápido: los niños tienen que ser atendidos las 24 horas del día’ (2023: 112). ¿Qué tipos de tiempo se pueden medir en unidades de tiempo de trabajo socialmente necesario? ¿Qué tipos de tiempo no pueden medirse en absoluto en unidades de tiempo de trabajo socialmente necesario?[14]

            El problema de las relaciones causales infraespecificadas entre el capital y el género, entonces, se puede abordar mejor si atendemos a la relación del tiempo capitalista con la producción de necesidades y su capacidad para hacer diferencial. Poner el argumento analítico de Postone a trabajar en términos de un abordaje teórico del valor de la producción del género para entender qué significan realmente en la práctica las variaciones en la dominación del tiempo tanto abstracto como histórico es, además, una manera de movilizar los análisis teóricos del valor hacia el tipo de fines políticos que este rincón de la teoría marxista lleva mucho tiempo siendo acusado de haber evitado. Y, si las necesidades proscritas nombran uno de los modos en que el capital hace diferenciales —por ejemplo, al hacer las necesidades de la gente feminizada y racializada ilegítimas o incomprensibles—, esto también implica aquellos antagonismos y resistencias (entre otras cosas) que emergen como resultado de que tales necesidades no se satisfagan. Estos antagonismos deben ser regulados mediante una generización y racialización forzada de formas de violencia, de manera auténticamente dialéctica. En efecto, la dimensión negativa, invertida del concepto de necesidades proscritas es atractiva en este sentido porque describe una operación impersonal —una retención estructural y mediada, más bien que una forma más activa de opresión personal—, si bien es una operación que produce resultados muy personales y necesarios: lo que Arruzza llama las ‘constricciones prácticas’ de ‘la historia concreta del capitalismo’ (Arruzza, 2015a).

            Así, las necesidades proscritas son un modo de conceptualizar en negativo la violencia generizada como la consecuencia histórica de necesidades que no se han satisfecho y como el reverso negativo de las abstracciones reales impuestas por el capitalismo —abstracciones dialécticamente mediadas por esa esa abstracción real definitiva: el valor. Al mismo tiempo, es crucial enfatizar que, aunque el valor —como trabajo abstracto y como una forma temporal de riqueza— permite la comparación entre diferentes trabajos y la posibilidad subsiguiente de que diferentes trabajos tengan diferentes evaluaciones ‘a través de las cuales el valor puede fluir’ (Spahr y Clover, 2016: 292), el valor no impone por sí mismo estos diferenciales: estos son momentos de guerra social[15]. Comentando por qué ‘las soluciones redistributivas disponibles tienen poco que ver con el problema’, en una terminología afín a la del argumento marxiano de que todo el sistema de la producción burguesa está ‘presupuesto’, Spahr y Clover emplean el lenguaje útil de las presuposiciones y la mala distribución:

«La mala distribución es una forma de apariencia de los diferenciales necesarios, no un resultado casual. La mala distribución es ella misma una parte constitutiva de la producción de valor, más bien que un efecto desafortunado. No hay tal cosa como un capitalismo sin mala distribución que se intensifique a medida que discurre.» (Spahr y Clover, 2016: 301-2)

Es cierto que esto es una síntesis rápida de algunos aparatos conceptuales complejos. Pero estas teorías del movimiento del tiempo abstracto e histórico, de la producción de necesidades y del imperativo de hacer diferenciales propio del capital encajan útilmente con un interés contemporáneo en eso a lo que Roswitha Scholz llama ‘relaciones de disociación del valor’ —donde ‘el valor y la disociación [respecto al valor] están en una relación dialéctica entre sí’ (2014: 128). También con la teoría de la mediación directa e indirecta por el mercado avanzada por Gonzalez y Neton (2023) en ‘La lógica del género’, donde las actividades reproductivas se consideran a través de un análisis espacial de su relación estructural al mercado (esto es, a la esfera de la producción de valor).

Aunque —a la luz del convincente argumento de Arruzza— podemos estar de acuerdo en que la existencia de una lógica del género es, en efecto, difícil de probar; aunque ni el intento más perspicaz de Gonzalez y Neton logra cumplir esa tarea, me gustaría terminar señalando los avances teóricos que su ensayo sí logra. Llegan, nada más y nada menos, a una reconcepción fundamental de cómo las relaciones sociales generizadas pueden entenderse por medio del método de dialéctica sistemática ofrecido por la crítica del valor. Lo más significativo, quizás, es que ‘La lógica del género’ ofrece una alternativa persuasiva al binario inadecuado de trabajo productivo/improductivo para entender las relaciones sociales generizadas en las sociedades capitalistas. En lugar de estas categorías, Gonzalez y Neton proponen dos esferas solapadas —la esfera directamente mediada por el mercado (DMM) y la esfera indirectamente mediada por el mercado (IMM)—, las cuales demuestran ser categorías útiles para entender los tipos de dominación requeridos para cuantificar e imponer diferentes tipos de actividades productivas y reproductivas (Figura 1). Aunque el trabajo abstracto, productor (incluso reproductor) de valor está socialmente determinado por ‘la mediación directa por el mercado; y, por ende, no existe “una necesidad estructural de violencia directa”’, las actividades que pertenecen a la esfera indirectamente mediada por el mercado del ‘no-trabajo’ (incluyendo el trabajo pagado que no produce valor) están animadas por otros mecanismos, ‘desde la dominación y la violencia directas hasta formas jerárquicas de cooperación, o como mucho asignación planificada’. Aquí es central la relación de cualquier actividad con el mercado y la valorización.

Figura 1. Representación gráfica de la relación entre las esferas DMM/IMM y asalariada/no-asalariada

El tratamiento del tema de lo abyecto por Gonzalez y Neton en la última parte de su ensayo resuena de manera obvia con el concepto de necesidades no satisfechas. Lo abyecto, en este marco, describe un tipo particular de actividad indirectamente mediada por el mercado que está desnaturalizada: un conjunto de tareas impagadas que tiene que ser desempeñadas o ejecutadas por ‘alguien’ para que la producción de plusvalor pueda continuar en la esfera directamente mediada por el mercado. El concepto de lo abyecto está vinculado, en ‘La lógica del género’, al proceso a lo largo del cual actividades previamente asalariadas se convierten en no asalariadas como un resultado de las medidas neoliberales de austeridad. Por ejemplo, la retirada de los servicios de guardería financiados por el Estado significa que el trabajo antes pagado de las personas empleadas en las guarderías se les ha devuelto a los padres, a unos padres desproporcionadamente feminizados. Las formas abyectas de reproducción difieren de otras actividades indirectamente mediadas por el mercado en que, después de haberse convertido en componentes asalariados del Estado del bienestar, ya no aparecen automáticamente como la tarea natural de las mujeres —aunque, como Gonzalez y Neton señalan, ‘la reproducción abyecta se le acabará endosando principalmente a las mujeres’ (2023: 116)[16].

Conclusión

No sólo es que las formas de reproducción abyectas tipifiquen el tipo de necesidad proscrita sugerida por la crítica de Hennessy: muestran muy claramente por qué un abordaje de las relaciones sociales generizadas basado en un análisis de la relación de valor, más bien que en la mercancía, es el adecuado al proyecto de criticar la producción del género en sus instanciaciones tanto positivas como negativas. Si las tasas de productividad bajas o inexistentes de las actividades reproductivas afectan a cómo el género es vivido temporalmente —puesto que ‘tanto el tiempo abstracto como el tiempo histórico están históricamente constituidos como estructuras de dominación’, en palabras de Postone— entonces también es uno de los mecanismos formales primarios a través de los cuales la categoría de lo abyecto, antes que ser una condición concreta impuesta sobre sujetos individuales, más bien media formalmente un conjunto diverso de relaciones respecto al salario entre poblaciones. Así pues, aunque Gonzalez y Neton apuntan que no es posible ‘cuantificar objetivamente, imponer o igualar “racionalmente” el tiempo y energía gastados en estas actividades [IMM] o a quiénes les son asignadas’ (2023: 87), sí es posible elaborar un abordaje más sustanciado de los nexos causales —las relaciones lógicas e históricas— entre (1) las relaciones de producción y circulación, (2) los desarrollos periódicos de la acumulación de capital y (3) la producción del género atendiendo al papel que la temporalidad juega en las operaciones formalmente determinantes del valor. De este modo, podemos concebir un reverso antagonista, contrarreproductivo del valor: una negatividad contrarreproductiva en la forma-valor misma[17], la negatividad que Elson está a punto de reconocer cuando apunta que el trabajo abstracto es la única forma del trabajo reflejada en el equivalente universal.

            He intentado mostrar lo que falta en una concepción del género teorizada a través del prisma lukácsiano de una crítica de la reificación. En primer lugar, señalando cómo la relación del valor queda omitida en este abordaje en su perjuicio. En segundo lugar, mostrando cómo los hallazgos de la teoría del valor esclarecen (a) el modo en que el valor domina como una abstracción y (b) la naturaleza de esta abstracción como una abstracción temporal. Comprender esto es crucial para cualquier teoría del feminismo de la reproducción social que quiera alcanzar las raíces del problema espinoso de la producción del género bajo el capitalismo. No por coincidencia hemos llegado a una especie de respuesta al debate sobre ‘lógica o historia’. La cuestión no es si el género es interno a la lógica del capital o un efecto desafortunado de la misma, sino cómo podemos enfrentarnos mejor al desafío de comprender los caprichos y violencias del género dialécticamente —a través de las relaciones de oposición y constitución mutua entre la producción y la circulación— para aprehender esos nexos internos entre las formas tal y como se presentan y su contenido real.

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Postone, Moishe. (2005) ‘Critical Social Theory and the Contemporary World’, International Journal of Politics, Culture, and Society 19(1/2): 69–79.

Scholz, Roswitha. 2014 [2009] ‘Patriarchy and Commodity Society: Gender Without the Body’, Marxism and the Critique of Value, eds. Neil Larsen, Mathias Nilges, Josh Robinson, Nicholas Brown. Chicago and Alberta: M-C-M’ Publishing. 123–42.

Sohn-Rethel, Alfred. (2017) [1978] Trabajo manual y trabajo intelectual. Una crítica de la epistemología. Edición a cargo de Mario Domínguez. Madrid: Dado Ediciones.

Spahr, Juliana and Clover, Joshua. (2016) ‘Gender Abolition and Ecotone War’, South Atlantic Quarterly 115(2): 291–311.

Vishmidt, Marina. (2012) ‘Counter(Re-)Productive Labour’, Auto Italia South East, 4 de abril. http://autoitaliasoutheast.org/news/counterre-productive-labour/


[1] Publicado originalmente como ‘Gender and Social Reproduction’ en The Sage Handbook of Frankfurt School Critical Theory, Volume 3 (2018), eds. Beverley Best, Werner Bonefeld y Chris O’Kane. Londres, Thousand Oaks, Nueva Dehli, Singapur: Sage. Gracias a la autora por su apoyo personal a esta traducción.

[2] Este ensayo está dedicado a Marija Cetinić.

[3] Véase el vol. 1 de LIES: A Journal of Materialist Feminism, p. 11. https://www.liesjournal.net/lies-volume1.pdf

[4] El reciente comentario de Gilles Dauvé sobre Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria de Silvia Federici, por ejemplo, no busca abordar la teoría del trabajo reproductivo de Federici con el objetivo de corregir y clarificar sus categorías para la elaboración de futuros análisis, sino desestimar su intervención. Afirmando que el concepto ‘sobrecargado’ de reproducción ‘deriva hacia la irrelevancia’ en la escritura de Federici, Dauvé deja de lado el alcance y los desarrollos de la obra de Federici posterior al Calibán, así como los muchos desacuerdos internos en el abigarrado campo del feminismo marxista. Lo absurdo de esta respuesta se vuelve especialmente claro cuando se refiere a Federici como ‘parte del amplio abanico de semicríticas que viven de estas carencias, particularmente de lo que inevitablemente le falta a Marx’ (Dauvé, 2016). Abundan otros ejemplos, pero algunas observaciones igual de obtusas han aparecido en una respuesta reciente a ‘La lógica del género’ de Maya Gonzalez y Jeanne Neton, en las que se afirma que la relación estructural entre las actividades reproductivas y el mercado está ignorada en El capital porque, ‘después de los primeros párrafos, Marx ignora el trabajo útil particular en su totalidad, puesto que el foco de su discusión es el trabajo que produce valor’ (Anon, 2014). La diatriba se rebaja a improperios y ‘argumentos’ demasiado mezquinos como para que los recojamos aquí.

[5] [N. de la trad.] La expresión original, ‘lean-in feminism’, que hace referencia a la proactividad en el emprendimiento, está tomada del libro Ser proactiva. Mujeres, trabajo y la voluntad de liderar [Lean In: Women, Work, and the Will to Lead], escrito en 2013 por Sheryl Sandberg y Nell Scovell. Desde entonces, en el contexto estadounidense, ha venido a significar cierta concepción burguesa de la igualdad de género en los empleos gerenciales de cuello blanco y la política profesional que oculta sistemáticamente el reverso abyecto de los ascensos individuales, marcados por la clase, más allá del llamado ‘techo de cristal’. Al decir de sus numerosas críticas, la limpieza de los cristales rotos de ese techo metafórico se les endosa a todas aquellas a quienes los grilletes estructurales de su condición de clase diferenciada les impiden compartir siquiera la misma aspiración.

[6] Para una discusión sobre cómo la deuda —y, en particular, los microcréditos— se están volviendo un medio de reproducción central tanto en los Estados Unidos como en países en desarrollo como Bolivia y Bangladesh, véase Federici (2014).

[7] Para una exposición esclarecedora de varios abordajes al análisis de la relación entre capitalismo y género —incluyendo teorías de sistemas duales y triples, teorías de un ‘capitalismo indiferente’ y teorías unitarias— véase Arruzza (2014).

[8] Véase, por ejemplo, la teoría de la escisión del valor de Roswitha Scholz. Pero es más pertinente el argumento, hacia el que me volveré al final de este artículo, que sostiene que las actividades reproductivas ‘extraídas o escindidas de la esfera de la producción de valor’ están movidas por unas formas de dominación generizadas diferentes de aquellas que dominan las actividades productoras de valor (Scholz 2014; Gonzalez y Neton, 2023).

[9] [N. de la trad.] Para una recuperación crítica del ‘argumento desacreditado’ de Meiksins Wood que lo modifica sustancialmente, véase en este mismo medio ‘Salarios para el Trabajo Doméstico REDUX. La reproducción social y la dialéctica utópica de la forma-valor’, de Beverley Best. https://contracultura.cc/2024/09/23/salarios-para-el-trabajo-domestico-redux-la-reproduccion-social-y-la-dialectica-utopica-de-la-forma-valor/

[10] Véase, por ejemplo, el muy polémico estudio de Michaels (2006), The Trouble with Diversity.

[11] [N. de la trad.] Traduzco ‘policing’ de este modo, como un verbo sustantivado, siguiendo la estela de las recuperaciones recientes de sus usos originales en relación al carácter productivo de las tecnologías modernas de gobierno de poblaciones ensayadas paradigmáticamente por el Imperio español en las llamadas ‘Indias Occidentales’ a finales del s. XVI. ‘Poner en policía’ a una población hace referencia, entonces, más ampliamente a un modo de formar y reproducir un orden social administrado políticamente por el Estado capitalista que a la participación en el mismo de un cuerpo de funcionarios estatales de policía, como se entiende coloquialmente a día de hoy.

[12] Notablemente, Sohn-Rethel también localiza en la esfera de la circulación la objetividad del valor de cambio (Sohn-Rethel, 2017: 153).

[13] Esta discusión se le suele atribuir frecuentemente a Eugen von Böhm-Bawerk.

[14] Aunque la relación entre el tiempo y el género aparece en la obra de Frigga Haug en términos de una ‘lógica de ahorro de tiempo’ específica a la modernidad capitalista y se puede entender a través de Scholz en relación a lo que Robert Kurz llama ‘una lógica de gasto de tiempo’, en ninguna de estas teorías se explora explícitamente la relación entre valor, tiempo y la producción del género bajo el capital (véanse Scholz, 2014: 123-42; y Haug, 1996)

[15] Gracias a Joshua Clover por haberme dado esta última cláusula sucinta.

[16] En otro lugar he apuntado cómo, a pesar de que la rendición de lo abyecto por Gonzalez y Neton comparte algunas características clave con la definición de Julia Kristeva —ellas describen los abyecto como ‘lo que se tira y se desecha, pero de algo de lo que forma parte’ (2023: 112)—, la exploración por Kristeva de esta categoría apunta hacia otra dimensión en la que la reproducción social abyecta se desempeña, a menudo bajo coacción (De’Ath, 2016).

[17] He tomado la expresión ‘contrarreproductiva’ del ensayo de Marina Vishmidt, ‘Counter (Re-) Productive Labour’. En él, Vishmidt sugiere que podemos pensar en la reproducción (y aquí las actividades ‘proscritas’ y ‘abyectas’ parecen especialmente importantes) en términos de la negatividad de la forma-valor, tal y como Chris Arthur lo ha esbozado (Vishmidt, 2012).

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