Nidal Khalaf
Traducción al inglés por Mohammed Elabasa
Traducción al castellano por Margo
Publicación original: Al-Rifaq
Este artículo ha sido traducido [al inglés] por Mohammed Elabadsa, que vive con su familia en Gaza. [Al-Rifaq] ha podido encargarle este trabajo usando dinero recaudado a través de suscripciones y donaciones. Se lo agradecemos a quienes han hecho esto posible y esperamos que sigáis apoyando Al-Rifaq.
Tarde o temprano, la agresión contra Gaza terminará, llevando a las partes involucradas a formar una resolución política aceptable para la resistencia palestina. La resiliencia inquebrantable de la resistencia, junto a sus aliados regionales y defensores solidarios globales frente al expansionismo estadounidense y sionista, ha quedado inequívocamente demostrada. Esto viene en parte de la cruda realidad del hecho de que la forma de guerra actual les plantea una amenaza insostenible a la influencia regional de Estados Unidos y a la seguridad de su navegación marítima —a través de arterias vitales para su arquitectura económica global. En consecuencia, las insinuaciones políticas están entrando sutilmente en el panorama mediático junto a una intensa campaña de presión orquestada por el frente de la ‘solución americana’. Este frente, que comprende a agentes tanto occidentales como árabes e incluso palestinos, pretende obligar a la resistencia palestina, responsable última de la toma de decisiones sobre el terreno, a aceptar el principio de un ‘Estado palestino’. ¿Cómo deberíamos interpretar esta propuesta? ¿Podría una propuesta así constituir realmente una victoria para el pueblo palestino y la región, más ampliamente?
El señuelo de la derrota
El concepto de un ‘Estado palestino’ está lejos de ser nuevo: su significado y su forma han estado constantemente moldeados por las dinámicas de conflicto en la región y el equilibrio de poder prevalente. En efecto, la propuesta formal inaugural surgió en la Resolución 181 de 1947 de la ONU, un plan de partición fundamentalmente diseñado para asegurar el control sionista sobre los puertos estratégicos, las regiones costeras y el Negev. Esta iteración inicial no fue más que una precursora del modelo ‘Gaza-Jericó’, que posteriormente sentó las bases para los arreglos políticos negociados por Estados Unidos. Es evidente que los arquitectos del proyecto sionista jamás aceptarían un Estado palestino a menos que este se adhiriera rígidamente a los dictados de seguridad de Israel y reforzara su dominación sobre todos los pueblos de la región.
Tomando en cuenta el crudo desequilibrio de poder del momento, esta propuesta inicial fue innegablemente un engaño político orientado a legitimar la limpieza étnica de 1948. La segunda iteración, el modelo ‘Ribera Occidental-Gaza’, fue aceptada por la dirección de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) por medio de los Acuerdos de Oslo de 1993. Este movimiento, sin embargo, contradecía en lo fundamental los principios centrales de la revolución palestina moderna. A pesar de las significantes concesiones políticas y securitarias que hicieron sucesivos líderes de la OLP, de Yasser Arafat a Mahmoud Abbas, así como quienes estaban preparados para suceder al último, Oslo se transformó en una trampa política diseñada para desmantelar la Primera Intifada y facilitar la expansión gradual de los asentamientos israelíes bajo la apariencia del autogobierno palestino. A lo largo de la última década, la idea de un ‘Estado palestino’ se ha convertido en una contradicción en los términos puesto que, en el marco de los dos Estados, sólo ha logrado facilitar la proliferación incesante de asentamientos en la Ribera Occidental y Jerusalén junto a un asfixiante asedio a Gaza, que no apunta más que a la eliminación de la resistencia —sea a través de la estrangulación gradual o a través de un golpe decisivo.
Desde esta perspectiva, la razón de la insistencia estadounidense y occidental sobre esta idea de un ‘Estado palestino’ se vuelve evidente. Este concepto —que ha sido promocionado sin descanso por las élites de Oslo y el aparato mediático de las bases militares estadounidenses[1] como un ‘reconocimiento de los derechos palestinos’— tenemos que entenderlo críticamente en el contexto más amplio del proyecto colonial en curso y sus condiciones inherentes. En definitiva, supone el establecimiento de una entidad ‘palestina’ sólo de palabra, que sigue por necesidad al servicio de los objetivos sionistas.
El resultado más sustancial que la dirección de la OLP garantizó a cambio de su abandono de principios palestinos centrales y su contribución activa a la supresión de la Primera Intifada fue la Autoridad Palestina —una entidad que se materializó después de la derrota de la OLP en 1982 a través de la vía claramente conciliadora que su dirección había adoptado desde 1974. De este modo, existe una correlación directa e innegable entre el auge de la idea del Estado palestino y un cambio en el equilibrio de poder contrario el pueblo palestino. El Estado palestino promovido por Estados Unidos es, en esencia, un mero ‘señuelo’ ofrecido para consolidar la dominación sionista sobre Palestina a cambio de ganancias superficiales para los colaboradores que supervisan el insidioso proceso de lenta limpieza étnica.
El Estado palestino concebido dentro del marco estadounidense no es una verdadera vía hacia la libertad, sino una forma de capitulación que prioriza los adornos superficiales de la categoría de Estado, los himnos y el reconocimiento internacional por encima de la meta fundamental e innegociable de la libertad.
El techo de la constancia
En marcado contraste, las facciones de la resistencia palestina y sus aliados abogan resueltamente por un Estado palestino unificado que comprenda toda la Palestina histórica. Esta visión, frecuentemente despachada por algunos como poco realista, prioriza inequívocamente la liberación sobre la categoría de Estado. El éxito de esta visión depende de una victoria palestina sobre el colonialismo, que permita asegurar el derecho fundamental al retorno de los refugiados, el desmantelamiento de los asentamientos y el logro de una plena soberanía sobre nuestra tierra ancestral. Estas condiciones fundacionales no se pueden hacer realidad bajo la influencia ubicua de la hegemonía estadounidense, lo que significa que un Estado palestino verdaderamente libre sólo puede surgir de una derrota decisiva del proyecto estadounidense en la región. Una derrota transformativa así no quedaría contenida en los 27.027 km2 de Palestina, sino que se extendería desmantelando todos los pilares de la dominación regional, incluidas la fragmentación artificial de los Estados árabes y la red de bases militares que salvaguarda la explotación de recursos.
En términos inequívocos, la liberación palestina de la colonización sionista está inseparablemente ligada a la lucha más amplia por la liberación de toda la región de la dominación estadounidense. Esta es la prioridad primordial de las fuerzas de la resistencia en la región, encabezadas por la resistencia palestina, que ha demostrado su constancia y su compromiso inquebrantables a través de batallas cruciales como la ‘Espada de Jerusalén’ y la ‘Inundación de Al-Aqsa’.
Pero, ¿cuál es el siguiente paso? Hay un amplio consenso en torno a que la resolución política de la agresión en curso contra Gaza involucrará inevitablemente la propuesta de un Estado palestino. Desde la perspectiva del colonialismo occidental, este Estado está concebido estratégicamente para convertirse en una nueva y sofisticada trampa que complete el proceso de limpieza étnica por otros medios. Desde la perspectiva de la resistencia palestina, por otro lado, las condiciones aceptables mínimas involucran la consolidación de las ganancias palestinas y el establecimiento de un elemento disuasorio frente a ulteriores agresiones, en particular a la luz de los sacrificios hechos durante la ‘Inundación de Al-Aqsa’.
Las negociaciones inminentes no permitirán ninguna ambigüedad respecto a los principios fundamentales que los comprometa: una verdadera victoria palestina significaría una derrota estridente y significativa del proyecto estadounidense, mientras que las concesiones palestinas les infligirían un catastrófico y duradero golpe a los pueblos de toda la región.
A medida que la idea de un Estado palestino se vuelve cada vez más un foco de atención central de esta lucha prolongada, cada vez se vuelve más crucial visitar de nuevo su esencia fundamental, tal y como la articuló elocuentemente el intelectual martirizado [del Frente Popular para la Liberación de Palestina] Ghassan Kanafani en su influyente texto, La resistencia es la esencia:
El movimiento para establecer un Estado palestino tiene que estar inevitablemente acompañado por el movimiento para crear un nuevo ser humano palestino. El llamamiento a un Estado tiene que estar acompañado por un llamamiento a forjar una nueva relación entre palestinos, entre ellos y los Estados árabes. Esto es igual de importante que el establecimiento de un Estado palestino, puesto que este Estado no será uno ordinario; será un Estado de transición, un Estado de misión, un Estado de propósito. Junto a la creación del Estado de Palestina, tenemos que crear al pueblo que llevará hacia adelante su causa.
A la luz de esta sabiduría duradera y en respuesta directa a las llamadas urgentes de los líderes de la resistencia palestina, nuestro deber inherente como palestinos es definir claramente la profunda ‘misión’ que nuestra propia presencia sobre esta tierra sagrada exige, una misión que antecede a la concepción del proyecto sionista y debe, indudablemente, seguir con una resolución inquebrantable mucho después de su inevitable desaparición. Nosotros, los hijos de la tierra que se estira desde la costa mediterránea hasta el río Jordán, desde Galilea hasta el Negev, tenemos que preguntarnos colectiva e introspectivamente: ¿Cuál es nuestro verdadero y duradero papel en el complejo tapiz político, geográfico e histórico de esta región? Para responder a esta pregunta, podemos encontrar pistas valiosas en los planes del enemigo.
Si la entidad sionista es el obstáculo geográfico que se interpone entre Egipto y el Levante, Palestina es el indispensable eslabón geográfico, político y cultural que une las dos alas vitales de la nación árabe.
Si la entidad sionista es la daga afilada que separa cruelmente el corazón de la nación de su golfo estratégico, Palestina es el hilo resiliente que terminará por cerra la profunda herida.
Si ‘Israel’ no es más que el instrumento de la hegemonía occidental sobre las tierras árabes, Palestina es —y siempre será— el principal escenario para la verdadera e inexorable independencia de las naciones árabes y la vía de entrada a su esperado ascenso en la comunidad de las naciones.
Esta es la esencia duradera de Palestina. Para realizar auténticamente su potencial, tenemos que elevarnos colectivamente hasta el profundo nivel de esta misión histórica y ganarnos con derecho el título inmemorial: ‘El pueblo de Palestina’.
[1] [N. de la trad. inglesa] Con ‘el aparato mediático de las bases militares estadounidenses’ el autor se refiere a los medios de comunicación dirigidos por los países que acogen estas bases, que son leales y completamente serviles a la voluntad estadounidense. Por desgracia, esto aplica a la mayoría de regímenes en Oriente Medio y sus medios de comunicación, que sirven a la narrativa estadounidense y su visión en la región.