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El paradigma de la seguridad nacional árabe. Entre la distorsión sistemática y la necesidad de redefinición

Mohammed ElAbadsa

Traducción por Margo

Publicación original: Al-Rifaq

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El concepto de ‘seguridad nacional’ es uno de los pilares de la construcción y reproducción de los Estados-nación en un sistema capitalista. En el Tercer Mundo en particular, la seguridad es el paraguas de la defensa que protege la entidad de una nación, sus capacidades productivas y su futuro. Este paradigma es un vector crucial del equilibrio regional de poder en el mundo árabe y lleva consigo las marcas de la profunda y sistemática distorsión por mecanismos de orígenes tanto coloniales como poscoloniales. Esto ha conducido a una confusión de la seguridad nacional con la seguridad de los regímenes dependientes y élites de clase. Despojado así de su significado histórico, el concepto de ‘seguridad nacional’ ya no se refiere a un amplio paradigma que comprende la soberanía estatal, habiendo quedado transformado en un medio para reforzar el imperialismo sionista-estadounidense y sus delegaciones regionales.

Una consecuencia importante de esto es que el ciudadano árabe se ha convertido en un objetivo prioritario de vigilancia y persecución continuas mediante tecnologías de seguridad. Esto le ha drenado su sentimiento de pertenencia y agencia política, en la misma medida en que ha instalado un sentimiento abrumador de extrañamiento dentro de su tierra. Muchos se han resignado a la presencia de bases militares extranjeras (en su mayoría estadounidenses) —algo de lo que pocos países árabes se libran— así como a su dependencia sobre la ayuda extranjera misma que asegura su subordinación y consolida la hegemonía de los regímenes opresivos.

Como resultado de esta distorsión, la ‘seguridad nacional’ de las naciones árabes se ha vuelto cada vez más indeterminada y ningún Estado en el mundo árabe tiene una visión clara y firme de tal noción. La ‘seguridad nacional’, en el sentido sustantivo del tercermundismo, es un paradigma que media las relaciones internas, regionales e internacionales basado en los fundamentos de soberanía y dignidad. Pero, cuando los líderes árabes son en realidad sátrapas coloniales a quienes se les encarga implementar las políticas y planes del imperialismo sionistas en sus territorios, la percepción del ciudadano árabe se solidifica: para ellos, el concepto de ‘seguridad nacional’ no se extiende más allá del funcionario que revisa los pasaportes en los puntos de control fronterizos y los aeropuertos.

En el contexto de una guerra regional y expansionista de agresión por el sionismo internacional y el imperialismo estadounidense, la cuestión de la seguridad nacional árabe se ha vuelto urgente. Por ejemplo, los regímenes árabes como el de Jordania facilitan la violación de su espacio aéreo por aviones de caza sionistas, pero al mismo tiempo invocan la ‘seguridad nacional’ para interceptar las respuestas yemeníes e iraníes con el pretexto de que suponen una amenaza a la seguridad ciudadana. Este amargo contraste revela que el ‘eje de la resistencia’ es la mayor amenaza para estos regímenes. Un ejemplo exitoso de resistencia en la región representa una amenaza existencial para esto regímenes, en la medida en que amenaza con topar el equilibrio de poder existente.

Las contradicciones de la ‘seguridad nacional’ también se han vuelto evidentes en las fronteras árabes, no menos que en los cielos árabes. Tras la partida de la ‘convoy Sumud’, han circulado informes y vídeos atroces que muestran los abusos, los asaltos y las humillaciones a las que se han enfrentado los activistas solidarios a manos de las fuerzas de seguridad y los guardias fronterizos de Egipto. El convoy, apuntando a romper el cerco a Gaza, partió de Marruecos y Mauritania y viajó por el norte de África hasta quedar detenido en la frontera egipcia con Libia. A pesar de no haber logrado su objetivo declarado, el convoy logró resaltar el hecho de que lo que sustenta a la entidad sionista y asegura su continuidad son los regímenes clientelares que la rodean. La insistencia por parte del Estado egipcio en que interceptó el convoy porque sus participantes no tenían visados de entrada se burla totalmente del hecho cotidiano de que haya cruces diarios de su frontera por ‘israelíes’ sin permiso ni visado. Del mismo modo, el Estado libio de Jalifa Haftar intervino para arrestar a la mayoría de los participantes en los convoyes, aislándoles y privándoles de alimento y agua antes de deportarles. En estos casos, los regímenes árabes no han hecho nada diferentes de las fuerzas ‘israelíes’ cuando han abducido y deportado a los activistas solidarios de la nave Madleen.

En un marcado contraste con esto, la política securitaria de la entidad sionista es una que toma de dos lógicas entrelazadas: primero, socavar los peligros que la amenaza y, segundo, lograr una visión sionista para la región. Esto difiere de la que concibieron los padres tempranos del sionismo, tal y como este se ha desarrollado y afinado para la situación actual. La doctrina sionista de la seguridad, que es vinculante para todas las instituciones civiles y militares del Estado, postula que la seguridad de la entidad está vinculada a su dominación militar completa sobre todos los países de Oriente Medio. Así, por ejemplo, implica la posesión de un arsenal mucho mayor que la suma total del hardware militar de todos los países de Oriente Medio juntos y insiste en que ningún grupo en la región debería lograr una superioridad tecnológica, militar o política que pudiera amenazar su seguridad en el futuro.

El paradigma sionista de la seguridad nacional es crucial para la entidad, puesto que es, en esencia, un proyecto colonialista de asentamientos de carácter expansionista cuya premisa es el desplazamiento violento. Para tener éxito, entonces, tiene que sobreponerse a la presencia de palestinos indígenas, que fuerza a que su doctrina securitaria gravite en torno a dos temas centrales: la ‘anulación del tiempo’ (una estrategia para deslegitimar la historia existente) y el ‘acceso al espacio’ (una estrategia para el control geográfico y demográfico). Dentro de este proyecto, entonces, la seguridad nacional cobra un carácter indefinido: ‘Israel’ está bajo amenaza constante, la guerra contra sus adversarios es prácticamente eterna y su principal meta es el mantenimiento y expansión de la ocupación militar.

La doctrina de seguridad nacional de un país es, en consecuencia, de una significancia primordial para la persecución de las prerrogativas de Estado y la realización del poder estatal, tanto dentro como más allá de sus fronteras. En el contexto de Oriente Medio, este paradigma tiene un carácter regional y está fuertemente sesgado en favor del sionismo y el imperialismo estadounidense, en detrimento de las masas árabes. Al perseguir su soberanía, las últimas deben ser capaces de tomar y transformar, entre otras cosas, el paradigma de la seguridad nacional de los Estados árabes. La reestructuración empieza por la liberación y reconstitución de los seres humanos mediante la creación de espacios de expresión, participación y movilización popular. Entraña la reconstrucción de las capacidades civiles y militares mediante una industrialización defensiva enfrentada a la subordinación occidental, extranjera. En otras palabras, la seguridad nacional se debe redefinir como una cuestión regional que presuponga el acceso a las palancas del poder estatal para las masas árabes, con el propósito de liberarse del proyecto sionista.

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