Saltar al contenido

Revisitando el revisionismo. Neoestalinismo y filosofía: la nueva escuela de falsificación de Domenico Losurdo (III)

Ross Wolfe

Traducción por Masonería García

Publicación original en: The New International

Descargar versión en PDF


Losurdo revisó a Marx, Engels y Lenin cada vez que sus teorías no se ajustaban a los hechos consumados del socialismo realmente existente.

La teoría marxista del Estado y la revolución

La primera parte de este ensayo introducía al controvertido filósofo e historiador neoestalinista italiano Domenico Losurdo, cuyas ideas han aumentado su influencia en el mundo angloparlante durante los últimos 15 años. Su libro más reciente traducido al inglés, El marxismo occidental: cómo nació, cómo murió y como puede resucitar[1], ofrece una introducción a su más amplia obra. Para entender la naturaleza de su polémica postura debemos reconstruir la categoría de «marxismo occidental». Diversos teóricos, representantes de una amplia gama de corrientes de la Nueva Izquierda, evaluaron las corrientes heterodoxas del marxismo en Occidente de diversas maneras, dependiendo de su orientación hacia el socialismo realmente existente y la política revolucionaria en el presente. En la segunda parte del ensayo, examinábamos en detalle los enfrentamientos concretos de Losurdo con los llamados «marxistas occidentales» para comprobar si sus críticas eran acertadas. En general, se revelaron como deshonestas o engañosas. Ahora, en esta tercera y última parte, será examinado hasta qué punto su versión del Marxismo se desvía del camino trazado por Marx, Engels y Lenin.

Una de las reclamaciones más características del Marxismo-Leninismo es aquella que defiende que es una doctrina antirrevisionista. En este caso el significado de «revisionismo» refiere al intento de reformulación de los fundamentos de la teoría de Marx[2].

Históricamente, este surgió en la década de 1890, después de un largo periodo de prosperidad, que llevó a algunos marxistas a creer que el capitalismo había mutado en sus fundamentos. En el plano político esto significaba que la revolución violenta ya no era necesaria. En cambio, el socialismo podía ser alcanzado a través de reformas graduales. Desde el punto de vista económico, esto significaba que las tendencias hacia la crisis habían sido superadas y que los antagonismos de clase se habían atenuado. En el plano filosófico supuso el abandono de la dialéctica materialista en favor del idealismo neokantiano. Rosa Luxemburgo en su crítica del socialismo evolucionista de Bernstein explicaba que el revisionismo tenía como objetivo antes suspender que superar las contradicciones del capitalismo, escribiendo que

el antagonismo entre producción e intercambio se atenuará con el cese de las crisis y la formación de organizaciones patronales capitalistas; el antagonismo entre capital y trabajo se regulará mejorando la situación de los trabajadores y conservando las clases medias; y la contradicción entre el Estado de clases y la sociedad se reducirá mediante un mayor control y democracia.[3]

El antirrevisionismo pasó a significar otra cosa tras la muerte de Stalin. Mao tildó a Khrushchev de «revisionista» por denunciar a su predecesor y por sustituir la dictadura del proletariado por el Estado de todo el pueblo[4]. Sin embargo, el presidente de la República Popular China pasó por alto el hecho de que Stalin ya había modificado sustancialmente la doctrina de Marx, Engels y Lenin con su teoría del «socialismo en un solo país». Tradicionalmente, el marxismo enseñaba que la revolución debía ser de escala internacional y debía ser llevada a cabo principalmente por el proletariado de los países capitalistas más avanzados. Con todo y con eso, Losurdo fue un paso más allá en su revisionismo, negando que el Estado desaparecería con la llegada de una sociedad sin clases, como habían pensado Marx, Engels y Lenin. El capitalismo había cambiado o nunca había sido tal y como ellos lo habían imaginado, por lo que la teoría debía modificarse. En este sentido, hay que decir que el estalinista italiano no estaba solo en su herejía. Paul Sweezy, cofundador de Monthly Review, cuya editorial encargó la traducción de El marxismo occidental de Losurdo, también consideraba que Marx se había equivocado al creer que los trabajadores del núcleo del capitalismo derrocarían este sistema[5]. Del mismo modo, sostenía que la desaparición del Estado era un objetivo imposible que, en cualquier caso, había perdido toda relevancia[6].

Aquí vale la pena volver atrás y reexaminar la lógica que llevó a los marxistas clásicos a enfatizar la necesidad de que la revolución socialista tuviera lugar en los principales países capitalistas, y su creencia de que el poder político desaparecería con la llegada del comunismo. Esta sección del ensayo parecerá necesariamente más «marxológica» que las dos anteriores. Se verá que ninguna de estas posiciones es prescindible para el marxismo, y que prescindir de cualquiera de ellas equivale al revisionismo. Al defender estos pilares de la ortodoxia marxista y citarlos al pie de la letra, por supuesto, uno se expone a la acusación de dogmatismo, de tratar las obras de Marx, Engels y Lenin como textos religiosos. Sin embargo, tal vez lo mejor en este punto sea citar al compatriota de Losurdo, el gran marxista italiano Amadeo Bordiga: «Malditos sean los que hablan de dogmas. Todavía no ha habido ningún renegado que no haya utilizado esta palabra. Mao la comparó con «mierda de vaca». ¡Bueno, bon appétit!»[7].

La revisión de Marx, Engels y Lenin por parte de Losurdo

Más allá de sus críticas a ciertos marxistas occidentales, Losurdo no dudó en revisar a Marx, Engels y Lenin cuando sus teorías no se ajustaban a los hechos consumados del socialismo real. Dada la continua centralidad del Estado en países como China, Cuba, Corea del Norte y Vietnam, el estalinista italiano sintió que tenía que explicar «los límites teóricos de Marx, un filósofo occidental poco interesado en el problema de la limitación del poder […]. A veces era propenso a la expectativa mesiánica de la extinción del Estado y del poder como tales»[8]. El propio Marx parecería haber sido un marxista occidental, si defender la doctrina de la desaparición del Estado califica a alguien como tal. El fundador de la concepción materialista de la historia también sostenía que la revolución proletaria tendría que extenderse rápidamente por todo el núcleo capitalista avanzado para tener éxito. Para Losurdo, este argumento se acercaba demasiado a la teoría de la revolución permanente de Trotsky para resultar cómodo: «Habiendo prevalecido en un país, [Marx argumentaba que] la lucha de la clase revolucionaria traspasa las fronteras estatales y nacionales… Se podría decir que el «napoleonismo anacrónico y antinatural» por el que Gramsci reprochaba a Trotsky ya se vislumbra en Marx»[9]. Losurdo consideraba que Marx estaba claramente equivocado en este punto. Según Losurdo, estas deficiencias no eran exclusivas de Marx. Incluso sus mejores seguidores sucumbieron a tal utopismo. Justo antes de que los bolcheviques tomaran el poder en 1917, Lenin defendió elocuentemente en El Estado y la revolución la tesis de que la política acabaría por trascenderse. Además, especuló con que el dinero dejaría de existir y que los metales preciosos se utilizarían para fines muy diferentes. «Cuando salgamos victoriosos a escala mundial, creo que utilizaremos el oro para construir baños públicos en las calles de algunas de las ciudades más grandes del mundo», escribió Lenin en 1921[10]. En cualquier caso, tal y como se desarrollaron los acontecimientos, las diversas formas e instituciones sociales que él y sus compañeros revolucionarios creían destinadas a desaparecer —el dinero, la religión, la nación, la familia y el Estado— parecían persistir indefinidamente. A Losurdo le gustaba comparar la brecha entre sus expectativas y la realidad con la de cierto explorador genovés:

La experiencia de Cristóbal Colón, que partió en busca de las Indias pero descubrió América, podría servir como metáfora para comprender la dialéctica objetiva de los procesos revolucionarios. Fueron precisamente Marx y Engels quienes subrayaron este punto. Al analizar las revoluciones francesa o inglesa, no parten de la conciencia subjetiva de sus dramatis personae, ni de los ideólogos que las convocaron y prepararon el camino para ellas, sino de un examen de las contradicciones objetivas que las provocaron y de las características reales del continente político-social expuestas o reveladas por los trastornos subsiguientes. Los dos teóricos del materialismo histórico destacaron así la discrepancia entre el proyecto subjetivo y el resultado objetivo, y finalmente explicaron las razones de la creación —la inevitable creación— de tal discrepancia. ¿Por qué deberíamos proceder de manera diferente cuando se trata de la Revolución de Octubre?… No hay motivos para eximir a la revolución inspirada por Marx y Engels de la metodología materialista desarrollada por ellos. Tal es el contexto en el que debemos situar las expectativas de la desaparición del Estado, la religión, el mercado y cualquier forma de división del trabajo. Esta utopía… no ha resistido la prueba de la realidad[11].

En la interpretación de Losurdo, la Revolución de Octubre solo fue un fracaso desde el punto de vista de lo que sus protagonistas esperaban lograr originalmente. Aunque no se alcanzaron sus objetivos, esto no significa que sus esfuerzos fueran totalmente infructuosos. Losurdo quería mover los postes de la portería, haciendo una analogía:

¿Fracasó la Revolución de Octubre? Sin duda, los objetivos que perseguía y proclamaba no se alcanzaron. Basta pensar en Lenin y los líderes de la Internacional Comunista, para quienes la república soviética mundial parecía ya vislumbrarse en el horizonte, con la desaparición definitiva de las clases, los Estados, las naciones, el mercado y las religiones. En ningún momento se ha aproximado a este objetivo; ni siquiera se ha logrado avanzar en esa dirección. ¿Nos encontramos, por tanto, ante un fracaso total? En realidad, la brecha entre los programas y los resultados es característica de toda revolución. Los jacobinos franceses no restauraron la antigua polis; los revolucionarios norteamericanos no establecieron una sociedad de pequeños agricultores y pequeños productores sin la polarización de la riqueza y la pobreza, sin un ejército permanente y sin una fuerte autoridad central; los puritanos ingleses no resucitaron la sociedad bíblica míticamente rediseñada por ellos[12].

Contrariamente a sus propias ambiciones declaradas, los bolcheviques rusos nunca pudieron deshacerse de las naciones, el dinero, la familia o el Estado. Losurdo pensaba que cayeron presa de lo que él denominó «el idealismo de la práctica», creyendo que todas las instituciones eran esencialmente mutables y, por lo tanto, podían superarse en la práctica. Detectó aquí los residuos del fichteanismo. «Nos lleva a pensar en Fichte», escribió Losurdo, «para quien la Revolución Francesa encontró su expresión teórica en [su propia] filosofía, que liberó al sujeto «de las limitaciones de las cosas en sí mismas, de las influencias externas» y [en última instancia] de la objetividad material»[13]. Los revolucionarios subestimaron la rebeldía de estas instituciones «nouménicas», negándoles cualquier existencia independiente. Tomando prestada la ontología del ser social del Lukács tardío, Losurdo argumentó que esta actitud privaba a las formas históricamente congeladas de su estatus objetivo e independiente[14]. El sentimiento nacional, la economía monetaria y el poder estatal demostraron ser notablemente resistentes tras la Revolución de Octubre[15]. «Al igual que no augura el fin del Estado», concluyó Losurdo, «el socialismo tampoco implica la desaparición del mercado […], ni la fusión de todos los países comprometidos en la construcción de un nuevo orden social en una comunidad libre de tensiones y conflictos»[16].

Losurdo se autodenominaba un realista intransigente que purgaba el marxismo de cualquier contenido utópico residual. Sin embargo, uno de los resultados de su enfoque es conferir un aire de inevitabilidad retroactiva a todo lo que ocurrió en el transcurso de las luchas históricas. Si la revolución no logró extenderse al núcleo capitalista avanzado, convirtiéndose en el centro de un gobierno soviético global, fue porque nunca estuvo en los planes. La revolución solo podía producirse en la periferia subdesarrollada, donde el socialismo tenía que construirse país por país. Si el Estado no se extinguió en la URSS, eso significaba que no había ninguna posibilidad de que lo hiciera. La supervisión estatal formaría parte de cualquier sociedad, independientemente del modo de producción. Lo mismo ocurre con las naciones, la religión, el mercado y la familia. Esta es la quintaesencia del estalinismo: la adaptación a horizontes reducidos, haciendo de la necesidad una virtud. Entre otras razones, por eso otros marxistas llamaron a Stalin «el organizador de la derrota» (Trotsky) y «el sepulturero de la revolución» (Bordiga). Los pasajes de Marx, Engels e incluso Lenin que contradicen la sabiduría oficial del socialismo realmente existente son considerados por los estalinistas como crédulos o ingenuos, como si los burócratas de la China actual supieran más. De ahí la revisión de Losurdo de la teoría revolucionaria para satisfacer las necesidades del presente. Que Losurdo estaba dispuesto a alterar la doctrina marxista para justificar todos los giros y vueltas de los Estados socialistas a lo largo del tiempo puede demostrarse con un puñado de ejemplos. Su afirmación de que las tensiones y los conflictos nacionales permanecerían más allá del capitalismo debía explicar por qué Yugoslavia y la URSS se distanciaron después de 1948, por qué se envió al Ejército Rojo a aplastar los levantamientos en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968, por qué estallaron sangrientos enfrentamientos a lo largo de la frontera sino-soviética en 1969 y por qué China entró en guerra con Vietnam en 1979 tras la intervención vietnamita en Camboya[17]. Marx, Engels y Lenin sin duda se habrían sorprendido al saber que tales conflictos nacionalistas se producirían después de la revolución proletaria en estos países, pero esto se debía a que Losurdo consideraba que ellos no apreciaban toda la gravedad del nacionalismo. En su ingenuidad, pensaban que las diferencias entre naciones se desvanecerían rápidamente. Losurdo citó a Castro para decir que «los socialistas cometieron un error al subestimar la fuerza del nacionalismo y la religión»[18]. Sin duda, esa mención a la religión tenía por objeto racionalizar el famoso acercamiento del Estado soviético a la Iglesia Ortodoxa Rusa durante la Gran Guerra Patria, tras años de ateísmo militante. La religión forma parte de la identidad nacional, dijo Losurdo.

Otro aspecto que Losurdo consideraba que debía revisarse en la teoría marxista era la valoración positiva que Marx hacía de los Estados Unidos en la década de 1840 como «la tierra de la emancipación política completa»[19]. Para Losurdo, Marx era aquí casi tocquevilliano en su alta consideración por los logros de la joven república americana[20]. Pero la descripción que el estalinista italiano hacía de 1776 como una «contrarrevolución» estaba dictada por el antiamericanismo de la Guerra Fría, un vulgar subproducto del campismo que era de rigor durante ese período[21].  Por eso también Losurdo consideró necesario criticar a Engels por publicar un artículo en el que aplaudía la anexión de Texas por parte de Estados Unidos en la década de 1840 como un «hecho de importancia histórica mundial», entusiasmado con la perspectiva de que los «enérgicos yanquis» exportaran la «civilización» a los territorios del suroeste, es decir, las prácticas agrícolas modernas y las relaciones internacionales. En opinión de Losurdo, Marx y Engels habían dejado de lado de alguna manera el hecho de que Estados Unidos era responsable de la esclavitud racializada y del genocidio de los pueblos indígenas durante la primera mitad del siglo XIX[22]. Sin embargo, ninguno de los dos ignoraba esto; simplemente veían la expansión de la democracia industrial como una condición sine qua non para el socialismo. A Losurdo le preocupaba aún más la fascinación que Estados Unidos ejercía sobre Lenin[23].

En contraposición a las rígidas doctrinas del marxismo clásico, Losurdo propuso reconceptualizar la historia del movimiento comunista como un «proceso de aprendizaje» abierto de experimentación ad hoc. En su opinión, esta era una forma mejor de entenderlo que considerarlo como un movimiento acosado por el fracaso y la traición por todas partes[24]. 1848, 1871, 1917 y 1949 —junto con otras muchas fechas intermedias— representaban hitos dentro de «un largo y complejo proceso de aprendizaje marcado por el conflicto y la contradicción»[25]. Losurdo pensaba que este proceso de aprendizaje se aceleraba cada vez que los revolucionarios asumían el poder[26], procediendo por ensayo y error. Pero se trata de una concepción empirista vulgar de la conciencia histórica que no tiene nada que ver con la teoría marxista. La afirmación de Marx y Engels de que la revolución proletaria tendría que producirse en los países capitalistas más avanzados para tener éxito, al igual que su afirmación de que el Estado desaparecería automáticamente con la llegada de una sociedad sin clases, no era un postulado empírico, sino lógico. Dedujeron este postulado analizando la totalidad de las relaciones sociales capitalistas y su consiguiente división en clases. En todo caso, la experiencia de la Unión Soviética en el siglo XX confirma que es imposible fabricar una isla de socialismo en medio de un mar de capitalismo.

Por supuesto, esto no quiere decir que no haya nada que aprender de la historia, o que no se puedan extraer lecciones de la experiencia de las secuencias revolucionarias del pasado. Pero estas lecciones son más negativas que positivas. Es cierto que Losurdo revisaba de vez en cuando lo que consideraba errores cometidos por el movimiento comunista: por ejemplo, el esfuerzo por destruir inmediatamente el Estado o el intento de colectivizar la agricultura en un plazo muy breve. Sin embargo, normalmente lo hacía con el fin de destacar lo que él creía que era el camino correcto, es decir, el camino seguido por China de fortalecer el Estado, desarrollar las fuerzas productivas y permitir que las reformas del mercado duraran un largo período. Para Losurdo, estos eran los pasos probados y comprobados para avanzar. Su forma de abordar la historia de la revolución era muy diferente a la de las generaciones anteriores de marxistas. Rosa Luxemburgo, escribiendo en el contexto de la cataclísmica derrota durante la Primera Guerra Mundial, subrayó la necesidad de que el movimiento obrero aprendiera de ello:

«El [pequeño burgués revolucionario]», dice Marx, “emerge de la caída más vergonzosa tan inmaculado como entró inocentemente en ella. Con la confianza reforzada de que debe ganar, está más seguro que nunca de que él y su partido no necesitan nuevos principios, que los acontecimientos y las condiciones deben ajustarse a ellos”. El proletariado moderno emerge de manera diferente de su experiencia histórica. Sus problemas son tan gigantescos como sus errores. Ningún esquema preestablecido, ningún ritual válido en todo momento le muestra el camino que debe recorrer. La experiencia histórica es su única maestra; su Via Dolorosa hacia la autoliberación está cubierta no solo de un sufrimiento inconmensurable, sino también de innumerables errores. La meta de su viaje, su liberación final, depende del proletariado, de si comprende que debe aprender de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e implacable que llega hasta la raíz de las cosas, es vida y luz para el movimiento proletario. La catástrofe del proletariado socialista en la actual guerra mundial es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el socialismo solo se perderá si el proletariado internacional es incapaz de medir la profundidad de la catástrofe y se niega a aprender de ella[27].

En lo que respecta a las tácticas, es evidente que ningún esquema o ritual preestablecido era válido para todas las épocas, aunque los principios estratégicos del internacionalismo y la independencia de clase se mantuvieron más o menos invariables. Ni siquiera las lecciones de Octubre, que los miembros del partido ruso y, en general, de la Comintern no lograron asimilar,28 constituían un conjunto de instrucciones que pudieran aplicarse mecánicamente. Según Trotsky, la principal conclusión de 1917 fue que las condiciones objetivamente propicias para la revolución no garantizaban por sí solas la presencia de una conciencia subjetiva capaz de aprovecharlas. De hecho, era más probable que desencadenaran una crisis dentro de cualquier partido revolucionario que intentara dar sentido y reaccionar ante circunstancias que cambiaban rápidamente, para luego moldearlas activamente. Desde cualquier punto de vista, la secuencia de acontecimientos que los bolcheviques esperaban poner en marcha, cuyo objetivo era derrocar el capitalismo mundial, no puede considerarse un éxito. Sin embargo, no es como el mayor éxito del movimiento obrero histórico, sino precisamente como su mayor fracaso, que la fallida revolución mundial de 1917 a 1923 siga ejerciendo tal influencia sobre la imaginación. En contra de Losurdo, ahora hay que reconstruir el argumento original de Marx.

Derrota y traición de la Revolución Mundial

Desde sus inicios, el capitalismo ha sido global en su concepto, aunque su aparición pudiera localizarse empíricamente en un momento y lugar concretos. En otras palabras, desde el principio poseía una lógica totalizadora que lo llevaría a extenderse finalmente por todo el mundo. A través del mecanismo del mercado mundial, la burguesía revolucionó la producción en todos los países donde se afianzaron sus relaciones características. A diferencia de la transición del feudalismo al capitalismo, que se produjo poco a poco como resultado de la expansión inconsciente del capital, la transición del capitalismo al comunismo solo puede tener lugar mediante la acción consciente y coordinada de la clase obrera a escala internacional. «Una de las diferencias fundamentales entre la revolución burguesa y la revolución socialista», observó Lenin, «es que, en el caso de la revolución burguesa, que surge del feudalismo, las nuevas organizaciones económicas se crean gradualmente en el seno del antiguo orden, cambiando poco a poco todos los aspectos de la sociedad feudal»[28]. La sociedad civil burguesa a través de las fronteras estatales existentes generalizó la forma mercantil del trabajo con el proletariado.

Marx y Engels llegaron a estas conclusiones simplemente analizando la naturaleza de la sociedad capitalista. Ya en 1846, afirmaban que «el comunismo solo es posible como acto de los pueblos dominantes «todos a la vez» y simultáneamente»[29]. Solo un año después, Engels negaba categóricamente que el socialismo pudiera construirse en un solo país: «La revolución comunista no será meramente nacional; será una revolución que tendrá lugar simultáneamente en todos los países civilizados»[30]. Cuando escribió esto, significaba que ocurriría «al menos en Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Alemania». Hoy en día podría incluir países como Japón, Rusia o China. Engels insistió en que «es una revolución mundial y, por lo tanto, tendrá un alcance mundial»[31]. Ambos jóvenes revolucionarios reafirmaron esto tras la experiencia de las revoluciones de 1848. «Es nuestro interés y nuestra tarea hacer que la revolución sea permanente», dijeron a la Liga Comunista en un famoso discurso pronunciado en Londres en marzo de 1850, «hasta que más o menos todas las clases poseedoras hayan sido expulsadas de su posición de dominio [y] el proletariado haya conquistado el poder estatal… no solo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo»[32]. La dictadura del proletariado no sería el resultado de la toma del poder de un solo Estado nacional burgués existente, sino de varios.

Esta postura no se limitaba a la juventud revolucionaria e intemperante de Marx y Engels. Cuando fundaron la Asociación Internacional de Trabajadores en 1864, Marx reconoció en sus estatutos que «la emancipación del trabajo no es un problema local ni nacional, sino social, que abarca todos los países en los que existe la sociedad moderna y cuya solución depende de la concurrencia, práctica y teórica, de los países más avanzados»[33]. Después de que la Comuna fuera aplastada en mayo de 1871 por una coalición de potencias burguesas, Marx estaba más convencido que nunca de que la clase obrera tenía que organizarse en todo el núcleo industrial de la economía mundial para defenderse de la amenaza del cerco capitalista. «Los gobiernos europeos dan testimonio, ante París, del carácter internacional del dominio de clase», escribió, y por ello pidió «la contraorganización internacional del trabajo contra la conspiración cosmopolita del capital»[34]. Más tarde, tras estudiar el desarrollo del capitalismo en la Rusia zarista, en la periferia de Europa, Marx y Engels esperaban que «la revolución rusa [sirviera como] señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementaran»[35]. El país al que ahora miraban, que sería la base industrial del socialismo mundial, era Alemania[36].

La generación de marxistas que siguió a Marx y Engels aceptaba como un hecho que, para que la revolución tuviera éxito, debía extenderse por los países más avanzados. Lenin nunca abandonó este principio fundamental del marxismo. Desde el momento en que partió de Suiza en 1917, insistió en que la revolución en Rusia sería la chispa que encendería el resto del mundo:

El proletariado ruso no puede llevar la revolución socialista a una conclusión victoriosa. Pero puede dar a la revolución rusa un impulso poderoso que crearía las condiciones más favorables para una revolución socialista y, en cierto sentido, la iniciaría. Puede facilitar el surgimiento de una situación en la que su principal socio, el más digno de confianza y fiable, el proletariado socialista europeo y estadounidense, podría unirse a las batallas decisivas[37].

Justo cuando los bolcheviques estaban a punto de tomar el poder unos meses más tarde, Lenin estaba convencido de que «si salimos ahora, tendremos de nuestro lado a toda la Europa proletaria»[38]. Se cuidó mucho de no hacer predicciones exactas, pero seguía siendo optimista. «Aunque la revolución proletaria europea ha madurado muy rápidamente últimamente», escribió en 1918, «puede que, después de todo, no estalle en las próximas semanas. Confiamos en la inevitabilidad de la revolución mundial, pero eso no significa que seamos tan tontos como para confiar en que la revolución llegue inevitablemente en una fecha definida y temprana». Sin embargo, hasta que llegara, «estamos…, por así decirlo, en una fortaleza sitiada, esperando que los demás destacamentos de la revolución socialista mundial vengan en nuestro socorro»[39]. Lenin estaba muy seguro en ese momento de que los bolcheviques pronto serían socorridos por levantamientos revolucionarios en los principales países imperialistas. En un discurso sobre la situación internacional pronunciado en noviembre de 1918, expresó su convicción de que «la revolución mundial no está lejos», aunque se aseguró de añadir que «no puede desarrollarse según un calendario especial»[40]. Solo una revolución en los países capitalistas avanzados de Europa podría liberarlos de una muerte segura.

Como subrayó Lenin, los bolcheviques no eran los únicos que anticipaban tal situación. «La expectativa de una situación revolucionaria en Europa no era una obsesión de los bolcheviques, sino la opinión general de todos los marxistas», le recordó a Karl Kautsky, principal teórico de la Segunda Internacional. «Es obligatorio para un marxista contar con una revolución europea si existe una situación revolucionaria»[41]. Lenin esperaba que esto reforzara la posición de los bolcheviques en Rusia[42]. Al igual que lo había sido para Marx y Engels, Alemania era el eje del movimiento más amplio: «Desde el punto de vista de la revolución mundial, Alemania es el eslabón principal de la cadena [imperialista], ya que la revolución alemana ya está madura y el éxito de la revolución mundial depende sobre todo de ella»[43]. Una revolución alemana resultaría tan ventajosa para el socialismo mundial que Lenin incluso acogió con satisfacción el Tratado de Versalles, cuyas condiciones injustas esperaba que impulsaran a los trabajadores a levantarse en toda Alemania[44]. Aunque la conflagración prevista no se produjo, Lenin insistió incluso en 1921 en que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. «La ayuda está en camino desde los países de Europa occidental, pero no llega lo suficientemente rápido», admitió. «Aun así, está llegando y creciendo»[45].  Nunca vacilaría en este punto.

«Siempre hemos dicho que solo somos un eslabón más en la cadena de la revolución mundial», afirmó Lenin en 1921, «y nunca nos hemos fijado el objetivo de alcanzar la victoria por nuestros propios medios. La revolución mundial aún no se ha producido, pero tampoco hemos sido derrotados todavía»[46]. Nunca se cansó de repetir este punto fundamental[47]. «El bolchevismo tiene como objetivo la revolución mundial», aclaró Lenin. «Nunca hemos ocultado el hecho de que nuestra revolución es solo el comienzo, que su final victorioso solo llegará cuando hayamos iluminado el mundo entero con estas mismas llamas revolucionarias»[48]. Correspondía a los bolcheviques «aguantar hasta la victoria de la revolución internacional»[49],  pero sin esta victoria, limitada a un solo país atrasado, no se podía pensar en construir el socialismo. Lenin explicó que «mientras nuestra República Soviética siga siendo la frontera aislada del mundo capitalista, sería absolutamente ridículo, fantástico y utópico esperar que podamos alcanzar la independencia económica completa o que todos los peligros desaparezcan»[50]. Años más tarde, reflexionó sobre el curso de la revolución:

Cuando iniciamos la revolución internacional, […] teníamos claro que sin el apoyo de la revolución internacional mundial la victoria de la revolución proletaria era imposible. Antes de la revolución, e incluso después de ella, pensábamos: o la revolución estalla […] en los países capitalistas más desarrollados de forma inmediata, o al menos muy rápidamente, o pereceremos. A pesar de esta convicción, hicimos todo lo posible por preservar el sistema soviético en todas las circunstancias, pasara lo que pasara, porque sabíamos que no solo trabajábamos para nosotros mismos, sino también para la revolución internacional[51].

Se podrían citar docenas de citas más para demostrar que Lenin mantuvo esta creencia en la necesidad de la revolución internacional desde el comienzo de su carrera revolucionaria hasta el final de su vida. En uno de sus últimos artículos publicados, escribió que «siempre hemos insistido y reiterado la verdad elemental del marxismo: que se necesitan los esfuerzos conjuntos de los trabajadores de varios países avanzados para la victoria del socialismo»[52]. Un puñado de extractos de sus obras podrían sugerir que pensaba que el socialismo podía construirse en un solo país, pero solo si se sacan de su contexto. Trotsky abordó todos estos pasajes en su clásico de 1928, La Tercera Internacional después de Lenin[53].

Luxemburgo tenía algunas reservas sobre el curso de la revolución en Rusia. Pero se apresuró a señalar que cualquier deficiencia de los bolcheviques era atribuible a la falta de una revuelta de la clase obrera en Alemania. En su crítica de La revolución rusa, escrita en prisión y retenida voluntariamente tras su liberación, atribuyó la responsabilidad directamente a sus compatriotas. «Todo lo que ocurre en Rusia es comprensible y representa una cadena inevitable de causas y efectos, cuyo punto de partida y término final son: el fracaso del proletariado alemán», afirmó Luxemburg. «Sería exigir algo sobrehumano a Lenin y a sus compañeros si esperáramos de ellos que, en tales circunstancias, conjuraran la mejor democracia, la dictadura más ejemplar del proletariado y una floreciente economía socialista»[54]. Intentó rectificar esta situación en 1919, pero fue asesinada junto con Karl Liebknecht. Theodor Adorno comentó más tarde: «Ya en los años veinte, como consecuencia de los acontecimientos de 1919, se había tomado la decisión en contra de ese potencial político que, de haber sido de otra manera, con gran probabilidad habría influido en los acontecimientos de Rusia y habría impedido el estalinismo»[55]. La derrota de la Revolución Alemana había sido fatal.

Esta creencia en la doble necesidad y probabilidad de una revolución internacional era más o menos universal entre los marxistas rusos. Preobrazhensky escribió en 1922 una obra de ciencia ficción especulativa ambientada cincuenta años después, en forma de conferencia que miraba hacia atrás, a la secuencia revolucionaria que estalló tras la Primera Guerra Mundial. La Revolución de Octubre había abierto una brecha en el frente capitalista, pero los bolcheviques necesitaban refuerzos[56]. «Si la revolución en Occidente se hubiera retrasado demasiado», recordaba caprichosamente el narrador de Preobrazhensky, «esta situación podría haber llevado a una guerra socialista agresiva por parte de Rusia, apoyada por el proletariado europeo, contra el Occidente capitalista. Esto no sucedió porque la revolución proletaria ya estaba llamando a la puerta debido a su propio desarrollo interno»[57]. La revolución estalló en Alemania, seguida de Polonia y Francia, creando una Europa soviética:

La nueva Europa soviética abrió una nueva página en el desarrollo económico. La técnica industrial de Alemania se unió a la agricultura rusa, y en el territorio de Europa comenzó a desarrollarse y consolidarse rápidamente un nuevo organismo económico, que revelaba enormes posibilidades y un poderoso avance para la expansión de las fuerzas productivas. Y junto con esto, la Rusia soviética, que anteriormente había superado a Europa políticamente, ocupó ahora modestamente su lugar como país económicamente atrasado detrás de los países industrializados avanzados de la dictadura proletaria[58].

Tal era el escenario previsto por el grupo dirigente bolchevique. Sin embargo, tras el fracaso del llamado «Octubre alemán» en 1923, se produjo una amplia reflexión y recriminación. Durante los años siguientes, este fracaso se racionalizó —es decir, se le otorgó un carácter afirmativo en lugar de negativo— bajo el mantra revisionista del «socialismo en un solo país». Los historiadores han demostrado que este lema surgió como por casualidad, una de las pocas innovaciones teóricas genuinas de Stalin, antes de ser posteriormente elaborado por Bujarin en 1925[59]. Trotsky fue marginado dentro del Politburó por la troika formada por Zinóviev, Kámenev y Stalin. Más tarde comentaría la actitud adoptada por la camarilla estalinista ante los reveses revolucionarios en Europa: «En lugar de un análisis marxista de las derrotas, triunfó en toda la línea la irresponsable bravuconería burocrática»[60]. Finalmente, Trotsky sería exiliado de la URSS a Turquía, Finlandia y luego a México, donde fue asesinado en 1940. Mientras tanto, la revolución mundial había pasado a ser una idea secundaria frente a la prioridad más apremiante de la industrialización.

Para Losurdo, la idea de que la revolución pudiera exportarse era presuntuosa. Stalin había enmarcado la brutal guerra civil como una lucha nacional contra el capital extranjero y, posteriormente, propuso la coexistencia pacífica entre un capitalismo y un socialismo territorialmente delimitados, algo que habría sido impensable para Marx, Engels y sus sucesores inmediatos[61]. Marcuse explicó detalladamente las formas en que esta línea de pensamiento se apartaba de la doctrina marxista clásica[62]. Sin embargo, ¿hasta qué punto tiene sentido acusar al estalinismo de traicionar al marxismo? Losurdo consideraba que Stalin lo había salvado de la persecución de peligrosas fantasías apocalípticas. Independientemente de cómo se vean sus acciones, ¿tiene sentido sugerir que podría haber actuado de otra manera? El materialismo histórico ha sido a menudo caricaturizado como una doctrina estrictamente determinista, de tal manera que las cosas no podrían haber sido de otra manera. Y, quizás lo más importante, que las personas no podrían haber actuado de otra manera. Incluso se ha especulado que, si Stalin no hubiera existido, alguien equivalente habría ocupado su lugar y habría hecho lo mismo que él, dada la situación de la URSS. Pero es precisamente porque el marxismo aspira a la agencia histórica, a ser capaz de hacer historia, que se puede decir que sus partidarios han traicionado o se han mantenido fieles a sus preceptos.

La autodestrucción del Estado

Según el marxismo, el Estado moderno es a la vez un órgano de dominio de clase y una expresión de la contradicción intrínseca de la sociedad. Los Estados premodernos eran esencialmente idénticos a los órdenes dominantes que los componían, ya fueran teocráticos, aristocráticos o una combinación de ambos. Eran el coto privado de un pequeño número de clérigos o nobles, con un monarca normalmente a la cabeza, y en su mayor parte no se preocupaban por la aprobación del «pueblo» o las «masas». Con el nacimiento de la sociedad burguesa —o la sociedad propiamente dicha, en el sentido enfático de «una especie de entrelazamiento que no deja nada fuera»[63]—, la forma del Estado pasó del Ständestaat[64] jerárquico, con estamentos cualitativamente diferentes, cada uno con sus propios privilegios particulares, al Rechtsstaat[65] constitucional, con igualdad ante la ley, basado en los derechos universales. Los filósofos políticos de la Ilustración pensaban que, con la desaparición del antiguo régimen, el Estado se subordinaría a la voluntad general de la sociedad y desempeñaría una mera función de supervisión. Pero a medida que las divisiones de clase dentro de la ciudadanía se hicieron más evidentes durante el siglo XIX, el Estado se separó de la sociedad y asumió una forma claramente bonapartista. En otras palabras, comenzó a desempeñar un papel más represivo gestionando el enfrentamiento entre clases.

Afortunadamente, ya existe una gran cantidad de literatura sobre el marxismo y su teoría del Estado, aunque de calidad variable. La reconstrucción marxológica de Lenin de esta teoría en El Estado y la revolución es una obra maestra indiscutible, además de ser históricamente importante. Más recientemente también han aparecido elaboraciones interesantes[66]. Sin embargo, la actitud de Marx hacia el Estado fue notablemente coherente a lo largo de su carrera, aunque él y Engels modificaron algunos de los puntos más delicados a la luz de la Comuna de París[67]. Desde la crítica que escribió sobre La filosofía del derecho de Hegel en 1843 hasta sus cuadernos etnográficos de 1881, Marx articuló la idea de que el Estado moderno era la manifestación de antagonismos no resueltos dentro de la sociedad civil, y que el primero dejaría de existir tan pronto como se resolvieran dichos antagonismos. En su opinión, el proletariado tomaría el poder y haría un uso temporal del Estado para suprimir a sus enemigos de clase y reorganizar el edificio social hasta la realización de un futuro sin clases. Tras la muerte de Engels, cuando los partidos socialistas comenzaron a ganar elecciones y a aprobar leyes, se olvidaron algunos aspectos de la doctrina marxista sobre el Estado. Le correspondió a Lenin recuperar su núcleo revolucionario en 1917, pero con la derrota de la revolución mundial, la burocracia se atrincheró.

En la estimación inicial de Marx, Hegel había naturalizado lo que en realidad era un desarrollo histórico reciente al postular la separación entre la sociedad civil y el Estado político[68]. En cualquier caso, para Marx, el Estado era un signo de la alienación de la humanidad respecto a su esencia social, que se superaría junto con el capitalismo. «La trascendencia positiva de la propiedad privada, como apropiación de la vida humana», argumentaba en sus manuscritos de París, «es la trascendencia positiva de todo alejamiento, es decir, el retorno del hombre desde la religión, la familia, el Estado, etc., a su existencia humana, es decir, social»[69]. El comunismo implicaba necesariamente «la abolición del Estado»[70]. Marx esbozó el plan de una obra sobre el Estado moderno, que él pensaba que se originó con la Revolución Francesa, aunque nunca se llevó a cabo[71]. Él y Engels discutieron la relación del Estado moderno con el ascenso del Tercer Estado en su crítica inédita de La ideología alemana[72], y en el Manifiesto declararon famosamente que «el ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité para gestionar los asuntos comunes de toda la burguesía»[73]. Tras las revoluciones de 1848, escribieron que «la abolición del Estado solo tiene sentido para los comunistas […] como consecuencia necesaria de la abolición de las clases, con lo que desaparece automáticamente la necesidad del poder organizado de una clase para mantener sometidas a las demás»[74].

Sin embargo, fue en los escritos políticos de Marx donde sus descripciones del Estado adquirieron su mayor grado de concreción. Esbozó la historia del Estado moderno desde el absolutismo hasta el Segundo Imperio, calificándolo de «espantoso cuerpo parásito, que envuelve el cuerpo de la sociedad como una red y ahoga todos sus poros» con soldados, policías y burócratas mezquinos. «Solo bajo [Luis] Bonaparte parece que el Estado se ha independizado por completo», observó Marx en El dieciocho brumario. «Frente a la sociedad civil, la maquinaria estatal ha consolidado su posición»[75]. El bonapartismo expresó negativamente, de manera estrictamente dialéctica, la necesidad de la dictadura del proletariado, que Marx consideraba la culminación necesaria de la lucha de clases y el vehículo mediante el cual se lograría una sociedad sin clases[76]. Con la derrota de la insurrección de junio, la burguesía había repelido el poder de los trabajadores creando una maquinaria estatal elaborada y gigantesca. En su primer borrador de La guerra civil en Francia, Marx retomó su relato sobre el origen del Estado moderno y su posterior desarrollo:

La maquinaria estatal centralizada que, con sus omnipresentes y complicados órganos militares, burocráticos, clericales y judiciales, envuelve a la sociedad civil viva como una boa constrictora, se forjó por primera vez en los días de la monarquía absoluta como arma de la naciente sociedad moderna en su lucha por la emancipación del feudalismo… Este parásito [crecimiento sobre] la sociedad civil, que pretendía ser su contraparte ideal, alcanzó su pleno desarrollo bajo el dominio del primer Bonaparte… En su lucha contra la Revolución de 1848, la república parlamentaria de Francia y los gobiernos de toda Europa continental se vieron obligados a reforzar, con sus medidas de represión contra el movimiento popular, los medios de acción y la centralización de ese poder gubernamental. Así, todas las revoluciones solo perfeccionaron la maquinaria estatal en lugar de deshacerse de esta pesadilla asfixiante[77].

Marx consideraba que la Comuna era «la verdadera antítesis del Imperio mismo…, su negación definitiva y, por lo tanto, el inicio de la revolución social»[78]. Engels la identificó más tarde como la dictadura del proletariado[79]. «La Comuna [representaba]… la reabsorción del poder estatal por parte de la sociedad, como sus propias fuerzas vivas en lugar de como fuerzas que la controlan y someten», sostenía Marx[80]. Se refería a ella como «la forma política de la emancipación social, la liberación del trabajo de la usurpación de los […] monopolistas de los medios de trabajo»[81]. Para Marx, la Comuna era sin duda todavía un Estado, pero un Estado en proceso de convertirse en un no Estado: la república del trabajo, contra el imperio del capital[82].  No significaría el fin de la lucha de clases, sino que sería el «medio racional» a través del cual se desarrolla la lógica de la lucha de clases[83]. Sin duda, el Estado no es un instrumento neutral que la clase trabajadora pueda manejar a perpetuidad; su mera existencia es un símbolo de la continua falta de libertad de la sociedad. Pero su uso sería necesario tanto para promulgar medidas revolucionarias como para contrarrestar los elementos contrarrevolucionarios. Una vez lograda una sociedad sin clases, el Estado se volvería superfluo.

La proposición de que el poder estatal acabaría desapareciendo fue una idea que Marx y Engels mantuvieron a lo largo de sus dilatadas carreras. Ya en 1847, el primero escribió que esto sería una consecuencia inevitable de la nueva forma de asociación voluntaria que sustituiría a la sociedad civil burguesa. En La miseria de la filosofía, su crítica a Proudhon, Marx preguntaba retóricamente:

¿Significa esto que, tras la caída de la vieja sociedad, habrá una nueva dominación de clase que culminará en un nuevo poder político? No… La clase obrera, en el curso de su desarrollo, sustituirá a la vieja sociedad civil por una asociación que excluirá las clases y su antagonismo, y ya no habrá ningún poder político propiamente dicho, ya que el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo en la sociedad civil[84].

Sin embargo, se produjo un cambio terminológico cuando comenzaron a aparecer fisuras en la Primera Internacional entre los marxistas y los bakuninistas. Mientras que antes Marx y Engels hablaban abiertamente de «abolir» el Estado, ahora preferían hablar de su desaparición gradual. Engels recordó en una carta a su seguidor italiano Carlo Cafiero (que más tarde desertaría del bando de Bakunin) que «la «abolición [abolizione] del Estado» es una vieja frase filosófica alemana, de la que [Marx y yo] hicimos mucho uso cuando éramos jóvenes tiernos. Pero incluir todas estas cosas en nuestro programa significaría alienar a un número enorme de nuestros miembros y dividir, en lugar de unir, al proletariado europeo»[85]. Marx y Engels aclararon su posición en una circular sobre «Divisiones ficticias en la Internacional», en la que acusaban a los anarquistas de poner el carro delante del caballo, esperando abolir el Estado por decreto en lugar de crear las condiciones sociales que hicieran que el Estado dejara de existir[86]. En su «Crítica al Programa de Gotha», Marx explicó que «entre la sociedad capitalista y la comunista se interpone el período de la transformación revolucionaria de una en otra… A esto corresponde… un período de transición política en el que el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado»[87]. La dictadura del proletariado es precisamente la forma de Estado que posteriormente se extinguirá.

A pesar de sus desacuerdos con los anarquistas sobre el plazo en el que desaparecería el Estado, Marx y Engels nunca renunciaron a su postura inicial de que la política llegaría a su fin en una sociedad emancipada[88]. Al historicizar el fenómeno, Marx afirmó hacia el final de su vida que «la existencia independiente suprema del Estado es en sí misma solo aparente. En todas sus formas es una excrecencia de la sociedad; así como su aparición surge solo en una determinada etapa del desarrollo social, desaparece de nuevo tan pronto como la sociedad alcanza una etapa aún no alcanzada»[89]. Engels lo expresó de forma más poética, comentando este pasaje en su libro sobre los orígenes del Estado:

El Estado […], no ha existido desde siempre. Ha habido sociedades que se las arreglaban sin él, que no tenían idea del Estado y de la autoridad estatal. En una determinada etapa del desarrollo económico, que estaba necesariamente ligada a la división de la sociedad en clases, el Estado se convirtió en una necesidad debido a esta división […]. Las clases desaparecerán tan inevitablemente como surgieron en una etapa anterior. Junto con ellas, el Estado desaparecerá inevitablemente. La sociedad, que reorganizará la producción sobre la base de una asociación libre e igualitaria de los productores, colocará toda la maquinaria del Estado donde entonces pertenecerá: en el museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bronce[90].

En otros panfletos populares se explicaba con detalle el funcionamiento preciso de esta operación. «El proletariado se supera a sí mismo como proletariado, supera todas las distinciones de clase y todos los antagonismos de clase, supera también al Estado como Estado», aclaraba Engels. Además, matizó esto escribiendo que «el Estado no se «abolirá» [abgeschafft]. Morirá [er stirbt ab[91]. Lenin dio mucha importancia a este pasaje, citándolo extensamente en El Estado y la revolución y traduciendo stirbt al ruso como отмирает (una traducción precisa, traducida fatalmente al inglés como withering away. Como señaló el líder bolchevique, «la expresión “el Estado se extingue” está muy bien elegida, ya que indica tanto la naturaleza gradual como la espontánea del proceso». La legislación formal sería sustituida por la habituación informal, ya que las normas sociales ya no requieren una entidad externa que las haga cumplir, sino que se internalizan: «Solo el hábito puede […]. tener tal efecto, pues vemos […] con qué facilidad las personas se acostumbran a observar las normas necesarias de la convivencia social cuando no hay explotación»[92]. Con el fin de la forma mercantil del trabajo y las contradicciones que de ella se derivan, la sociedad dejaría de depender de la represión estatal.

Algunos estudiosos se han preguntado por qué, en medio de una guerra mundial catastrófica y la crisis de la Internacional Socialista, Lenin dedicó tanto tiempo a escribir un informe sobre la doctrina del Estado de Marx y Engels[93]. Sin embargo, esto encajaba con su estudio del imperialismo, una etapa del capitalismo que fue testigo de la monstruosa expansión de los departamentos, oficinas y ministerios gubernamentales. Lenin trató de sistematizar las diversas declaraciones que Marx y Engels habían hecho sobre el Estado, pero escribió con una perspicacia extraordinaria y un sentido de urgencia conferido por la situación revolucionaria que se le presentaba. Lenin repitió la crítica marxista a los anarquistas, haciendo hincapié en que el proletariado tendría que hacer un uso provisional del Estado[94], pero dirigió la mayor parte de su ira contra los oportunistas que creían que el Estado existiría para siempre[95]. «El proletariado solo necesita el Estado temporalmente», argumentó Lenin. «Después de todo, no diferimos de los anarquistas en la cuestión de la abolición del Estado como objetivo. Sostenemos que, para alcanzar este objetivo, debemos hacer uso temporalmente de los instrumentos, recursos y métodos del poder estatal contra los explotadores, del mismo modo que la dictadura temporal de la clase oprimida es necesaria para la abolición de las clases»[96]. Una vez logrado esto, el Estado desaparece.

Sin embargo, a medida que la revolución mundial se estancaba y la Unión Soviética quedaba aislada, el poder obrero experimentó una serie de involuciones involuntarias. Poco antes de sufrir su primer derrame cerebral, Lenin destacó la necesidad vital de «[combatir] las distorsiones burocráticas, los errores y los defectos del Estado [proletario]»[97]. La hipertrofia del aparato estatal en la URSS, ya a principios de los años veinte, alarmó enormemente al líder bolchevique. «Si tomamos esa enorme máquina burocrática, ese gigantesco montón, debemos preguntarnos: ¿quién dirige a quién?», preguntó en el XI Congreso del partido ruso. «Dudo mucho que se pueda decir con sinceridad que los comunistas dirigen ese montón. A decir verdad, no lo dirigen, sino que son dirigidos»[98]. Tras la muerte de Lenin, fue principalmente Trotsky quien asumió esta línea de crítica hacia el Estado soviético. Planteó la cuestión de la persistencia de las estructuras estatales en uno de los primeros capítulos de La revolución traicionada, señalando todas las formas en que se había aplazado la liquidación del Estado para justificar el burocratismo inflado de la URSS[99]. Trotsky entendía el estalinismo como un fenómeno histórico mundial, al igual que Marx había entendido el bonapartismo; de hecho, el estalinismo era bonapartismo proletario. «El estalinismo no es algo aislado», escribió. «Como un crecimiento parasitario, se ha enredado alrededor del tronco de la Revolución de Octubre»[100].

Jacoby distinguió dos grandes linajes hegelianos que influyeron en las corrientes marxistas rivales del siglo XX: 1) el que descendía de la Fenomenología del espíritu, que hacía hincapié en la conciencia y la dialéctica entre sujeto y objeto; 2) el que descendía de la Ciencia de la lógica, que hacía hincapié en el ser y la coherencia global del sistema[101]. El hegelianismo de Losurdo, sin embargo, derivaba de la Filosofía del derecho. El estalinista italiano interpretó esta obra, junto con las conferencias que la acompañaban, como una defensa de un Estado fuertemente intervencionista que frenara los excesos de la sociedad civil. Hegel había presionado al Gobierno para que proporcionara a los niños educación pública gratuita para protegerlos de los caprichos de sus padres[102], gravara con impuestos a los ricos para velar por el bienestar de sus ciudadanos[103] y tomara medidas enérgicas contra la ley rapaz de la selva que dominaba las relaciones de propiedad burguesas[104]. Losurdo consideraba en general que Hegel se oponía «al laissez-faire frente a la intervención del Estado en la esfera social»[105] y pensaba que Marx estaba de acuerdo. «El propio Marx habla del despotismo en la fábrica capitalista, que no es ejercido por el Estado, sino por la sociedad civil», dijo Losurdo. «Y contra este despotismo, [él] propuso la interferencia del Estado en la esfera privada de la sociedad civil»[106].

Los marxistas occidentales fantaseaban con «la utopía de un mundo sin poder y sin violencia», según Losurdo, un horizonte que compartían con los pacifistas y los defensores de la no violencia[107]. Basándose en Gramsci, a quien no consideraba un marxista occidental, Losurdo reiteró su creencia de que el Estado, el mercado y la nación resistirían la desaparición del capitalismo[108]. En su opinión, Gramsci había ido más allá que Marx, Engels y Lenin al criticar la convergencia entre el liberalismo y el anarquismo en cuestiones relacionadas con el Estado, por lo que no le asustaban las acusaciones de «estatismo» al pedir una regulación política permanente de la sociedad[109]. Losurdo pensaba que Marx, en su «Crítica al Programa de Gotha», se había visto demasiado influenciado por las polémicas anarquistas contra el estatolatrismo lassalleano[110]. (Mike Macnair, un marxista británico, ha llegado a sugerir que Marx plagió parcialmente la crítica de Bakunin al anterior programa de Eisenach)[111]. Según Losurdo, la derecha burguesa nunca puede trascenderse por completo: «Algo debe garantizar el cumplimiento de las leyes, y […] la «desaparición» del Estado significaría la «desaparición» de los derechos, del Estado de derecho»[112]. En otras palabras, la sociedad no puede existir sin la aplicación de la ley, o sin «cuerpos especiales de hombres armados» como la policía, los guardias de prisiones o un ejército permanente.

En este sentido, Losurdo cayó por debajo del umbral incluso de Stalin, cuyas ideas por lo demás defendía con entusiasmo. El primer ministro soviético nunca abandonó oficialmente la tesis de que el Estado se autodestruiría una vez que se lograra el socialismo, manteniendo una fórmula pseudodialéctica sobre la paradoja de fortalecer el Estado para finalmente abolirlo[113]. Stalin se cubrió aún más argumentando que las condiciones internacionales aún no eran propicias para la desaparición del Estado[114]. Reprendió a los diversos «textualistas y talmudistas» que se aferraban a la letra de Marx, Engels y Lenin. El cerco capitalista significaba que el Estado soviético tendría que perdurar por el momento[115]. La perduración del Estado estaba, por tanto, ligada al fracaso de la revolución mundial tratado en la última sección. Se pueda decir lo que se pueda decir de Stalin, él se sentía obligado a defender la doctrina marxista de que el Estado desaparecería con la realización del socialismo. Por el contrario, Losurdo sostenía que esta doctrina era absurda desde el principio y que la lealtad de Stalin a ella (en palabras, si no en hechos) era un error. Una de las lecciones que Losurdo extrajo del marxismo oriental en el siglo XX fue que un Estado poderoso no solo es necesario para protegerse del imperialismo y desarrollar las fuerzas productivas, sino que seguiría siendo un elemento fijo de la sociedad[116].

Conclusión

Invirtiendo el título del famoso ensayo de Benedetto Croce, «¿Qué hay de vivo y qué hay de muerto en Hegel?», Adorno se preguntó «qué significa el presente frente a Hegel, si tal vez la razón que uno imagina haber alcanzado desde la razón absoluta de Hegel no ha retrocedido en realidad hace tiempo detrás de esta última y se ha acomodado a lo que simplemente existe, cuando la razón hegeliana trató de poner en movimiento la carga de la existencia a través de la razón que se obtiene incluso en lo que existe»[117]. Algo similar podría decirse fácilmente del marxismo. Muchos han afirmado que el marxismo ya no es adecuado para la sociedad actual, pero tal vez lo contrario sea más acertado: la sociedad actual ya no es adecuada para el marxismo. Los problemas que Marx identificó no han desaparecido, pero las fuerzas sociales que él consideraba capaces de resolverlos están políticamente en suspenso. No sirve de nada revisar la doctrina marxista para adaptarla a las necesidades de la China actual, o de cualquier otro sustituto geopolítico del proletariado internacional. Nada puede sustituir a su organización política independiente en el corazón del capitalismo. A pesar de sus pretensiones antirrevisionistas, el estalinismo modificó elementos clave de la teoría de Marx para satisfacer las exigencias ideológicas de los Estados «socialistas» realmente existentes; debería ser enterrado junto con el siglo XX.

La obra de Losurdo representa un esfuerzo por respaldar filosóficamente esta triste historia, pareciendo extraer todas las lecciones equivocadas de los últimos cien años. Como trabajo académico es de mala calidad, y su razonamiento es tan claramente interesado que lo hace inservible. Su influencia en el actual resurgimiento estalinista en Internet demuestra hasta qué punto la derrota puede ser reempaquetada y vendida como victoria. No hay necesidad de idealizar el mundo de antaño y, por supuesto, hay que rendir homenaje a los sacrificios de quienes ayudaron a romper las cadenas de la dominación colonial. Pero no cabe duda de que las perspectivas de revolución antes de la Primera Guerra Mundial eran mucho más prometedoras de lo que parecen hoy en día, gracias a la organización de la clase obrera en todo el núcleo capitalista avanzado de la época. No es necesario suscribirse a tal o cual escuela del «marxismo occidental», suponiendo que esto constituya siquiera una categoría coherente, para reconocer que el movimiento socialista ha dado un gigantesco paso atrás en comparación con ese período anterior. Hoy en día es necesario volver a lo básico, no olvidando todo lo que vino después, sino volviendo a los principios del internacionalismo y la independencia de clase. La diferencia entre la época de Marx y la actual es que los marxistas ahora tienen que lidiar con las ruinas históricas del marxismo.

Gracias a Stefan Gužvica por las conversaciones sobre el internacionalismo proletario y las opiniones de Stalin sobre la desaparición del Estado.


[1] Traducido y publicado en castellano como El marxismo occidental: cómo nació, cómo murió y como puede resucitar, Madrid, Trotta, 2019.

[2] Vladimir Lenin, «Marxism and Revisionism» [16 de abril 1908], Collected Works, vol. 15, Moscú, Progreso, 1963, p. 35.

[3] Rosa Luxemburgo, Social Reform or Revolution? [1899], translated by Dick Howard, Selected Political Writings [1899], trad. Dick Howard, Selected Political Writings, Nueva York, Monthly Review Press, 1971, p. 89.

[4] Mao Zedong, «On Khrushchev’s Phony Communism and its Historical Lessons for the World» [14 julio 1964], Pekín, Foreign Languages Press, 1964.

[5] «Las palabras [de Marx] [sobre el proletariado en La sagrada familia] ciertamente no se aplican a las clases trabajadoras de los Estados Unidos y Europa occidental en la actualidad. Pero ¿no se aplican de manera aún más obvia y contundente a las masas de las dependencias subdesarrolladas del sistema capitalista global, mucho más numerosas y pobladas? ¿Y no demuestra sin lugar a dudas el patrón de revoluciones socialistas exitosas desde la Segunda Guerra Mundial —destacadas por Vietnam, China y Cuba— que estas masas constituyen efectivamente un agente revolucionario capaz de desafiar y derrotar al capitalismo?».Paul M. Sweezy, «Marx and the proletariat» [diciembre 1967], Modern Capitalism and Other Essays, Nueva York, Monthly Review Press, 1972, p. 164.

[6] «En las condiciones [del cerco capitalista tras la Primera Guerra Mundial], la idea misma de la “desaparición del Estado” se convirtió en una noción irrelevante. Mi opinión es que la doctrina, la teoría de la desaparición del Estado, entró en el pensamiento de Marx no como un objetivo concreto [del comunismo], sino como un argumento que podía oponerse a los anarquistas, que eran muy poderosos en los movimientos radicales europeos del siglo XIX… Creo que la doctrina marxista de la desaparición del Estado se entiende mejor [no] como algo que realmente se va a lograr, sino como un objetivo por el que siempre hay que luchar». Paul M. Sweezy, «Marxist Views: An Interview with Yoshiaki Wakima and Yuzo Watanabe», Monthly Review, vol. XLII, nº 5, octubre 1990, p. 4.

[7] Amadeo Bordiga, «The Spirit of Horsepower» [1954], Antagonism, 2003.

[8] Domenico Losurdo, Western Marxism: How it was Born, How it Died, How it can be Reborn [2017], Nueva York, Monthly Review Press, 2024, p. 143.

[9] Ibid., pp. 116-117.

[10] Vladimir Lenin, «The Importance of Gold Now and After the Complete Victory of Socialism» [6-7 noviembre 1921], trad. David Skvirsky, Collected Works, vol. 33, Moscú, Progreso, 1973, p. 113.

[11] Domenico Losurdo, War and Revolution: Rethinking the Twentieth Century [1996], trad. Gregory Elliott, Nueva York, Verso, 2015, pp. 299-300.

[12] Domenico Losurdo, «Marx, Columbus, and the October Revolution: Historical Materialism and the Analysis of Revolutions» [1996], trad. John Riser, Nature, Society, and Thought, vol. IX, nº1, abril 1997), p. 66.

[13] Losurdo, Western Marxism, pp. 136-137.

[14] Losurdo, Class Struggle, pp. 227-229.

[15] Ibid., pp. 229-239.

[16] Ibid., p. 242.

[17] «En cierto sentido, la cuestión nacional, que facilitó la victoria de la Revolución de Octubre, también selló el fin del ciclo histórico iniciado por ella», Ibid., pp. 262-263.

[18] Ibid., pp. 242-243. 

[19] «¿Es realmente correcto definir a los Estados Unidos de 1844 (el año en que se publicó La cuestión judía) como «el país de la emancipación política completa»?… Ni siquiera podemos respaldar sin reservas la tesis de Marx de que «la emancipación política es sin duda un gran paso adelante». Ya sabemos que el capítulo más trágico de la historia de los pieles rojas comenzó con la Revolución Americana, y que el período comprendido entre la Revolución Gloriosa y la Revolución Americana fue testigo del surgimiento de una esclavitud racial de una dureza sin precedentes». Domenico Losurdo, Liberalism: A Counterhistory [2006], Nueva York, Verso, 2011, pp. 320-321.

[20] «La opinión de Tocqueville [de que la América posterior a Jackson era una tierra en la que había desaparecido sustancialmente la discriminación en los derechos políticos por motivos de propiedad] era compartida por el joven Marx, que veía “abolida la condición de propiedad para tener derecho a elegir o ser elegido” en muchos estados americanos… A decir verdad, tanto Marx como Tocqueville se equivocaban al interpretar así a los Estados Unidos», Domenico Losurdo, Democracy or Bonapartism: Two Centuries of War on Democracy [1993], Nueva York, Verso, 2024, p. 13.

[21] «En [Liberalism] cito a varios historiadores estadounidenses contemporáneos que afirman que la Revolución Americana fue, en realidad, una «contrarrevolución». ¿Por qué cito a estos historiadores? Escriben que, si consideramos el caso de los nativos o los negros, sus condiciones empeoraron tras la Revolución Americana. Por supuesto, la condición de la comunidad blanca mejoró mucho. Pero repito: hay numerosos historiadores estadounidenses que consideran que la Revolución Americana fue, de hecho, una contrarrevolución. La opinión de Marx en este caso es parcial. Quizás sabía poco sobre las condiciones en Estados Unidos durante la Revolución Americana», Domenico Losurdo, «Liberalism and Marx: An Interview with Pamela C. Nogales C. and Ross Wolfe», Platypus Review, nº 46, mayo 2012, p. 3.

[22]. «[La interpretación burdamente binaria de Engels de la guerra entre México y Estados Unidos como sinónimo de la exportación de la «civilización» y la revolución antifeudal] ignoraba el hecho de que la esclavitud había sido abolida en el país vencido, pero no en el vencedor». Losurdo, Class Struggle, p. 130.

[23]. Domenico Losurdo, «Preemptive War, Americanism, and Anti-Americanism», Metaphilosophy, vol. XXXV, nº 3, abril 2004, pp. 365-385.

[24] Domenico Losurdo, «History of the Communist Movement: Failure, Betrayal, or Learning Process?», Nature, Society, and Thought, vol. XVI, nº1, enero 2003, pp. 33-57.

[25] Domenico Losurdo, «Flight from History? The Communist Movement between Self-Criticism and Self-Contempt [1999], Nature, Society, and Thought vol. XIV, nº 4, octubre 2000, p. 503.

[26] «Partiendo del caso ejemplar de Lenin, podemos comprender el proceso de aprendizaje por el que tuvieron que pasar los líderes bolcheviques: antes de la conquista del poder, tendían a pensar en la sociedad poscapitalista como la negación total e inmediata del orden sociopolítico anterior, con la primera experiencia de ejercer el poder, la creciente conciencia de que la transformación revolucionaria no sería una creatio ex nihilo instantánea e indolora, sino una Aufhebung compleja y tormentosa (por usar una categoría central de la filosofía hegeliana) para heredar simultáneamente los puntos más altos del orden sociopolítico que estaba siendo negado y derrocado. Huelga decir que no todos lograron […], el proceso de aprendizaje que les impuso la situación objetiva», Losurdo, Western Marxism, p. 68.

[27] Rosa Luxemburgo, «The Crisis of German Social Democracy» [febrero-abril 1917], Selected Political Writings, Nueva York, Monthly Review Press, 1971, pp. 324-325.

[28] Lev Trotsky, The Lessons of October [15 septiembre 1924], The Challenge of the Left Opposition, 1923-1925, Nueva York, Pathfinder Press, 1975, pp. 199-258.

[29] Friedrich Engels, Principles of Communism [octubre 1847], Collected Works, vol. 6, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 352

[30] Karl Marx y Friedrich Engels, The German Ideology [1846], Collected Works, vol. 5, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 49.

[31] Friedrich Engels, Principles of Communism [octubre 1847], Collected Works, vol. 6, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 352.

[32] Karl Marx y Friedrich Engels, «Address of the Central Authority to the League» [marzo 1850], Collected Works, vol. 10, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1978, p. 281.

[33] Karl Marx, «Rules of the International Workingmen’s Association» [1867], Collected Works, vol. 20, Nueva York, Lawrence & Wishart, p. 441.

[34] Karl Marx, The Civil War in France [julio 1871], Collected Works, vol. 22, New York, Lawrence & Wishart, 1986, p. 354.

[35] Karl Marx y Friedrich Engels, «Introduction to the Manifesto of the Communist Party» [21 enero 1882], Collected Works, vol. 24, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1989, p. 482.

[36] «Nuestro amigo Bismarck puede estar tranquilo. La revolución que tan bien ha preparado será llevada a cabo por los trabajadores alemanes. Cuando Rusia dé la señal, ellos estarán listos», Friedrich Engels, «The Anti-Socialist Law» [1881], ibid., pp. 251-252.

[37] Vladimir Lenin, «Farewell Letter to the Swiss Workers» [8 abril de 1917], translated by MS Levin and Joe Fineberg, Collected Works, Volume 23 (Moscow: Progress Publishers, 1964), p. 172.

[38] Vladimir Lenin [11 octubre 1917], citado en E.H. Carr, The Bolshevik Revolution, 1917-1923: Volume 1 Londres, Macmillan & Co. Ltd., 1951, p. 95.

[39] Vladimir Lenin, «Letter to American Workers» [20 agosto 1918], Collected Works, vol. 28, Moscú, Progreso, 1965, pp. 74-75.

[40] Vladimir Lenin, «Speech on the International Situation» [8 noviembre 1918], ibid., p. 163.

[41] Vladimir Lenin, The Proletarian Revolution and the Renegade Kautsky [1918], ibid., p. 289.

[42] «La revolución de Europa Occidental —una revolución que sigue nuestro ejemplo— debería fortalecernos», Vladimir Lenin, «Moscow Party Workers’ Meeting» [27 noviembre 1918], ibid., p. 216.

[43] Vladimir Lenin, «Report at a Joint Session of the All-Russia Central Executive Committee, the Moscow Soviet, Factory Committees, and Trade Unions» [22 octubre 1918], ibid., p. 123.

[44] «El derrocamiento de la burguesía en cualquiera de los grandes países europeos, incluida Alemania, supondría tal avance para la revolución internacional que, por su bien, se puede y, si es necesario, se debe tolerar una existencia más prolongada del Tratado de Versalles» Vladimir Lenin, Left-Wing Communism: An Infantile Disorder [1920], Collected Works, vol. 31, Moscú, Progreso, 1966, p. 77.

[45] Vladimir Lenin, «Speech at the Tenth Congress of the RCP(B)» [8 marzo 1921], Collected Works, vol. 32, Moscú, Progreso, 1965, p. 179.

[46] Vladimir Lenin, «Speech Delivered at a Meeting of Cells’ Secretaries of the Moscow Organization of the RCP(B)” [26 November 1920], Collected Works, vol. 31, p. 431.

[47] «La revolución rusa no es más que un eslabón de la cadena de la revolución mundial». Vladimir Lenin, «Speech Delivered at a Conference of Chairmen of Uyezd, Volost, and Village Executive Committees of Moscow Gubernia» [15 octubre 1920], ibid., p. 322.

[48] Vladimir Lenin, «Speech Delivered at the First All-Russia Congress of Working Cossacks» [1 March 1920], Collected Works, Volume 30 (Moscow: Progress Publishers, 1965), pp. 382-383.

[49] Vladimir Lenin, «Report on Concessions at a Meeting of the Communist Group of the All-Russia Central Council of Trade Unions» [11 abril 1921], Collected Works, vol. 32, p. 305.

[50] Vladimir Lenin, «Report on the Work of the Council of People’s Commissars» [22 diciembre 1920], Collected Works, vol. 31, p. 493.

[51] Vladimir Lenin, «Speech at the Third Congress of the Communist International» [5 julio 1921], Collected Works, vol. 32, pp. 479-480.

[52] Vladimir Lenin, «Notes of a Publicist» [febrero 1922], Collected Works, vol. 33, p. 206.

[53] Lev Trotsky, The Third International After Lenin [1928], Nueva York, Pioneer Publishers, 1957, pp. 3-75.

[54] Rosa Luxemburgo, The Russian Revolution [1918], Ann Arbor, University of Michigan Press, pp. 78-79.

[55] Theodor Adorno, «Those Twenties», Critical Models, p. 43.

[56] Evgeny Preobrazhensky, From New Economic Policy to Socialism: A Glance into the Future of Russia and Europe [1922], Londres, New Park Publications, 1973, pp. 1-2.

[57] Ibid., p. 99.

[58] Ibid., p.123.

[59] La mejor descripción aún se puede encontrar en E.H. Carr, Socialism in One Country, 1924-1926, vol. 2, Nueva York, The Macmillan Company, 1960, pp. 36-51.

[60] Trotsky, The Third International After Lenin, p. 104.

[61] Losurdo, Stalin, pp. 42-47.

[62] Herbert Marcuse, Soviet Marxism: A Critical Analysis [1958], Londres Routledge & Kegan Paul, 1969, pp. 93-100.

[63] Theodor Adorno, Introduction to Sociology [2 mayo 1968], Stanford, Stanford University Press, 2000, p. 30.

[64] [N. de trad.]Estado corporativo.

[65] [N. de trad.]Estado de derecho.

[66] Teo Velissaris, «The State and the Ruling Class», Sublation, 20 mayo 2022.

[67] «A la luz de la experiencia práctica adquirida, primero en la Revolución de Febrero y luego, aún más, en la Comuna de París, donde el proletariado ostentó por primera vez el poder político durante dos meses completos, este programa ha quedado obsoleto en algunos detalles. La Comuna demostró especialmente una cosa, a saber, que «la clase obrera no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal ya existente y utilizarla para sus propios fines». Karl Marx y Friedrich Engels, «Preface to the 1872 Edition of the Manifesto of the Communist Party» [24 de junio de 1872], Collected Works, vol. 23, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1988, p. 121.

[68] «[Hegel] presupuso la separación entre la sociedad civil y el Estado político (una condición moderna) y la expuso como un elemento necesario de la idea, como verdad racional absoluta». Karl Marx, «Contribution to a Critique of Hegel’s Philosophy of Law» [verano 1843], Collected Works, vol. 3, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 73.

[69] Karl Marx, «Economic and Philosophical Manuscripts» [1844], ibid., p. 297.

[70] Ibid., p. 296.

[71] Karl Marx, «Draft Plan for a Work on The Modern State» [noviembre 1844], Collected Works, vol. 3, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 666.

[72] Marx and Engels, The German Ideology, pp. 89-90.

[73] Karl Marx and Friedrich Engels, Manifesto of the Communist Party [diciembre 1847], Collected Works, vol. 6, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1975, p. 486.

[74] Karl Marx and Friedrich Engels, «Review of Émile de Girardin, Le socialisme et l’impôt» [abril 1850], Collected Works, vol. 10, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1978, p. 333.

[75] Karl Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte [1852], Collected Works, vol. 11, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1979, pp. 186-187.

[76] Ibid., pp. 484-485.

[77] Karl Marx, First Draft of The Civil War in France [1871], Collected Works, vol. 22, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1986, p. 484.

[78] Ibid., pp. 484-485.

[79] «Últimamente, el filisteo [socialdemócrata] se ha vuelto a llenar de un sano terror ante las palabras: dictadura del proletariado. Muy bien, señores, ¿quieren saber cómo es esa dictadura? Miren la Comuna de París. Esa fue la dictadura del proletariado», Friedrich Engels, «Introduction to Karl Marx» en The Civil War in France [18 marzo 1891], translated by Barrie Selman, Collected Works, vol. 27, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1990, p. 19.

[80] Marx, First Draft of the Civil War in France, p. 487.

[81] Ibid., p. 490.

[82] Hal Draper, «The Death of the State in Marx and Engels», Socialist Register, vol. VII, 17 marzo 1970, pp. 281-307.

[83] «La Comuna no elimina las luchas de clases, a través de las cuales las clases trabajadoras luchan por la abolición de todas las clases y, por lo tanto, de todo dominio de clase […]. Proporciona el medio racional en el que esa lucha de clases puede atravesar sus diferentes fases de la manera más humana posible. Marx, First Draft of the Civil War in France, p. 491.

[84] Karl Marx, The Poverty of Philosophy [1847], Collected Works, vol. 6, p. 212.

[85] Friedrich Engels, «Letter to Carlo Cafiero» [1-3 julio 1871], Collected Works, vol. 44, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1989, p. 163.

[86] «Todos los socialistas consideran la anarquía como el siguiente programa: una vez alcanzado el objetivo del movimiento proletario —es decir, la abolición de las clases—, el poder del Estado… desaparece y las funciones del gobierno se convierten en simples funciones administrativas. La Alianza [de Bakunin] invierte todo el proceso». Karl Marx y Friedrich Engels, «Divisiones ficticias en la Internacional», [5 marzo 1872], Collected Works, vol. 23, Nueva York, Lawrence & Wishart, 1988, p. 121.

[87] Karl Marx, «Critique of the Gotha Program» [1875], Collected Works, vol. 24, p. 95.

[88] Karl Marx, Ethnographical Notebooks [1881], Assen, Van Gorcum & Company, 1974, p. 39.

[89] Friedrich Engels, Origin of the Family, Private Property, and the State [1884], Collected Works, vol. 26, Nueva York, 1990, p. 272.

[90] Friedrich Engels, Socialism: Utopian and Scientific [1880], Collected Works, vol. 24, pp. 320-321. Traducción modificada.

[91] Vladimir Lenin, State and Revolution: The Marxist Doctrine of the State and the Tasks of the Proletariat in the Revolution [agosto-septiembre 1917], Collected Works, vol. 25, Moscú, Progreso, 1964), p. 467.

[92] Como señala Neil Harding, muchos comentaristas se han mostrado perplejos ante «el hecho de que Lenin se dedicara, en los meses revolucionarios de la primavera y el verano de 1917, a investigaciones aparentemente abstrusas sobre el marxismo y el Estado», Neil Harding, Lenin’s Political Thought, Volume 2: Theory and Practice in the Socialist Revolution, Hong Kong, The Macmillan Press, 1981, p. 81.

[93] «La diferencia entre marxistas y anarquistas es la siguiente: (1) Los primeros, aunque aspiran a la abolición completa del Estado, reconocen que este objetivo solo puede alcanzarse después de que las clases hayan sido abolidas por la revolución socialista, como resultado del establecimiento del socialismo, que conduce a la desaparición del Estado. Los segundos quieren abolir el Estado por completo de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones en las que el Estado puede ser abolido. (2) Los primeros reconocen que, una vez que el proletariado haya conquistado el poder político, deberá destruir por completo la antigua maquinaria estatal y sustituirla por una nueva, consistente en una organización de trabajadores armados, al estilo de la Comuna. Estos últimos, aunque insisten en la destrucción de la maquinaria estatal, tienen una idea muy vaga de lo que el proletariado pondrá en su lugar y de cómo utilizará su poder revolucionario. Los anarquistas incluso niegan que el proletariado revolucionario deba utilizar el poder estatal y rechazan su dictadura revolucionaria. (3) Los primeros exigen que se forme al proletariado para la revolución utilizando el Estado actual. Los anarquistas rechazan esto», Lenin, State and Revolution, p. 489.

[94] «La conclusión dirigida contra los anarquistas se ha repetido miles de veces; se ha vulgarizado y se ha inculcado en la mente de la gente de la forma más superficial, adquiriendo la fuerza de un prejuicio, mientras que la conclusión dirigida contra los oportunistas se ha oscurecido y “olvidad”». Ibid., p. 403.

[95] Ibid., p. 441.

[96] Vladimir Lenin, «Draft Theses on the Role and Functions of the Trade Unions Under the NEP» [4 enero 1922], Collected Works, vol. 42, Moscú, Progreso, 1969, p. 377.

[97] Vladimir Lenin, «Draft Theses on the Role and Functions of the Trade Unions Under the NEP» [4 enero 1922], translated by Bernard Isaacs, Collected Works, vol. 42, Moscú, Progreso, 1969, p. 377.

[98] Vladimir Lenin, «Political Report of the Central Committee of the RCP(b)» [27 marzo 1922], Collected Works, vol. 33, p. 288.

[99] Lev Trotsky, The Revolution Betrayed: What is the Soviet Union and Where is It Going? [1936], Nueva York, Pathfinder Press, 1972, pp. 45-64.

[100] Lev Trotsky, «The Degeneration of Theory and the Theory of Degeneration: Problems of the Soviet Regime» [29 abril 1933], Writings, 1932-1933, Nueva York, Pathfinder Press, 1972, p. 225.

[101] Jacoby, Dialectic of Defeat, pp. 37-58.

[102] Losurdo, Hegel and the Freedom of Moderns, pp. 213-215.

[103] Ibid., pp. 189-193.

[104] Ibid., pp. 177-179.

[105] Ibid., p. 233.

[106] Losurdo, «Liberalism and Marx», p. 3.

[107] Domenico Losurdo, Nonviolence: A History Beyond the Myth [2010], translated by Gregory Elliott (New York, NY: Lexington Books, 2015), pp. 210-211. ↩︎Domenico Losurdo, Antonio Gramsci dal liberalismo al «comunismo critico» (Rome: Gamberetti Editrice, 1997), pp. 190-198. ↩︎

[108] «Al cuestionar el mito de la desaparición del Estado y su reabsorción por la sociedad civil, Gramsci señaló que la sociedad civil es en sí misma una forma de Estado. También hizo hincapié en que el internacionalismo no tiene nada que ver con el rechazo de las identidades nacionales, que seguirán sobreviviendo mucho después del colapso del capitalismo. En cuanto al mercado, Gramsci pensaba que sería mejor hablar de un «mercado determinado» en lugar de mercados en abstracto. Gramsci nos ayuda a ir más allá de la perspectiva mesiánica que socava tan gravemente la construcción de una sociedad poscapitalista». Domenico Losurdo, «Liberalism, the Most Dogged Enemy of Freedom: An Interview with L’ Humanité» [16 de agosto de 2013], Verso (16 julio 2018).

[109] Domenico Losurdo, Antonio Gramsci dal liberalismo al «comunismo critico», Roma, Gamberetti Editrice, 1997), pp. 190-198.

[110] Ibid., p. 186.

[111] «Bakunin escribió una crítica al programa de Eisenach, partes de la cual Marx plagió en la Crítica al programa de Gotha», Mike Macnair, «Program: Lessons of Erfurt», Weekly Worker, nº 976, 5 septiembre 2013, p. 7.

[112]. Una vez más, invocó a Gramsci: «Gramsci afirma acertadamente que la sociedad civil también puede ser una forma de poder y dominación. Si pensamos en la historia de los Estados Unidos, las formas más opresivas de dominación no adoptaron la forma de dominación estatal, sino que procedían de la sociedad civil». Losurdo, «Liberalism and Marx», p. 3.

[113]  «Defendemos la desaparición del Estado. Al mismo tiempo, defendemos el fortalecimiento de la dictadura del proletariado, que es el poder estatal más poderoso y fuerte que jamás haya existido. El máximo desarrollo del poder estatal con el objetivo de preparar las condiciones para la desaparición del poder estatal: esa es la fórmula marxista. ¿Es esto «contradictorio»? Sí, es «contradictorio». Pero esta contradicción está ligada a la vida y refleja plenamente la dialéctica de Marx», Iosif Stalin, «Political Report of the Central Committee to the Sixteenth Congress of the CPSU(b)» [27 junio 1930], Collected Works, vol. 12, Moscú Foreign Language Publishing House, 1951, p. 381.

[114] «Las clases explotadoras ya han sido abolidas en nuestro país; el socialismo se ha construido en su mayor parte; estamos avanzando hacia el comunismo. Ahora bien, la doctrina marxista del Estado dice que no debe haber Estado bajo el comunismo. ¿Por qué entonces no ayudamos a nuestro Estado socialista a desaparecer? ¿No es hora de relegar al Estado al museo de antigüedades? Estas preguntas muestran que quienes las formulan han memorizado concienzudamente ciertas proposiciones contenidas en la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado. Pero también muestran que estos camaradas no han comprendido el significado esencial de esta doctrina; que no se han dado cuenta de en qué condiciones históricas se elaboraron las diversas proposiciones de esta doctrina; y lo que es más, que no comprenden las condiciones internacionales actuales, han pasado por alto el cerco capitalista y los peligros que ello conlleva para el país socialista». Iosif Stalin, «Report on the Work of the Central Committee to the Eighteenth Congress of the CPSU(b)» [10 marzo 1939], Collected Works, vol. 14, Londres, Red Star Press, 1978, p. 412. ↩︎

[115] «Engels, en su obra Anti-Dühring, afirmó que tras la victoria de la revolución socialista, el Estado está destinado a desaparecer. Basándose en esto, tras la victoria de la revolución socialista en nuestro país, los textualistas y talmudistas de nuestro partido comenzaron a exigir que el partido tomara medidas para garantizar la rápida desaparición de nuestro Estado, disolver los órganos estatales y renunciar al ejército permanente. Sin embargo, el estudio de la situación mundial de nuestro tiempo llevó a los marxistas soviéticos a la conclusión de que, en condiciones de cerco capitalista, cuando la revolución socialista solo ha vencido en un país y el capitalismo reina en todos los demás, la tierra de la revolución victoriosa no debe debilitarse, sino fortalecer por todos los medios su Estado, sus órganos estatales, sus órganos de inteligencia y su ejército, si no quiere ser aplastada por el cerco capitalista. Los marxistas rusos llegaron a la conclusión de que la fórmula de Engels tiene en cuenta la victoria del socialismo en todos o en la mayoría de los países, y que no puede aplicarse en el caso de que el socialismo sea victorioso en un país tomado por separado y el capitalismo reine en todos los demás países», Iosif Stalin, Marxism and Problems of Linguistics [1950], Pekín, Foreign Languages Press, 1972, p. 48.

[116] Distinguió cuatro futuros diferentes: el futuro en acción, el futuro cercano, el futuro remoto y el futuro utópico. Solo los dos del medio eran, en su opinión, defendibles. Domenico Losurdo, Western Marxism: How it was Born, How it Died, How it can be Reborn [2017], Nueva York, Monthly Review Press, 2024, pp. 212-215.

[117] Theodor Adorno, «Aspects of Hegel’s Philosophy», Hegel: Three Studies [1963], Cambridge, MIT Press, 1993, p. 1.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *