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Arrebatar a Tronti de las garras de los ‘salotti buoni’

Sergio Bologna

Traducción: Pepe del Amo


Los “salotti buoni” del título se refieren a los espacios informales de reunión de la élite social italiana. [Nota del traductor]


Mario Tronti falleció el 7 de agosto, y se han escrito numerosos obituarios, recuerdos y testimonios. Le han nombrado “un gigante”, el “padre del operaísmo”… cierto. Sin embargo, cuando nosotros hablamos de operaísmo y, por tanto, inevitablemente, de él, lo que nos viene a la mente no son cátedras universitarias, seminarios, conferencias, mesas redondas, audífonos compactos, reseñas, nos vienen a la mente asambleas de trabajadores, piquetes duros, empujones incluso entre camaradas, canciones de alegría, incriminaciones, encarcelamientos, guardias nocturnas frente a hogueras improvisadas, discusiones apasionadas, la producción de ideas. Me viene a la mente que alguien siempre quiere que nos pongamos de rodillas y que hagamos y vivamos como él quiera. Lo que me viene a la mente es el deseo de libertad, el rechazo a agachar la cabeza.

Tronti fue el autor de “Obreros y capital”, cierto, pero un autor que piensa en colectivo y sabe que cada uno aporta algo suyo a ello. “Obreros y capital” sería impensable sin la coinvestigación de Romano Alquati, sin los escritos sobre el Estado de Toni Negri, sin las luchas de los trabajadores de las plantas electromecánicas de Milán, de las fábricas de algodón del Valle di Susa, de la petroquímica de Marghera, de la acería Italsider de Génova.

Sobre “Obreros y capital” puedes hacer una buena tesis de ciencias políticas, cierto, pero después de leerla también puedes ponerte en medio de un piquete de conductores de logística y que te caigan seis meses de arresto domiciliario, puedes explicarle a un pakistaní que apenas habla italiano que con el “salario global” le joden por doble y encontrarte a alguien amenazándote con un cuchillo.

Quién sabe si se podrá detener ese disco rayado que lleva sonando en nuestros oídos medio siglo (¡50 años!): “la clase obrera ya no existe”, “ahora que ya no hay obreros”, “antes había clase obrera pero ya no”. Me pregunto si alguien se lo pensará dos veces antes de volver a ponerlo en el tocadiscos.

Ya lo están llamando “verano caliente”, en EEUU está sucediendo ante nuestros ojos. Hay huelga de guionistas de Hollywood, de conductores de UPS, de 11.000 trabajadores municipales de Los Ángeles, de las enfermeras de algunos hospitales de Nueva York y Nueva Jersey, de los trabajadores de hoteles del sur de California, de 4.500 trabajadores municipales de San José, de 1.400 técnicos que construyen locomotoras eléctricas en Erie, en Pensilvania, etcétera.

“Pero son luchas por aumentos salariales ya devorados por la inflación”, me oigo decir. “¿Qué tienen que ver con la visión revolucionaria del operaísmo? ¿Dónde entra Tronti en todo esto?”.

“Espera”, respondo, dentro de ellas hay demandas que van desde el medio ambiente hasta la vivienda, y en general, sin embargo, está el sentido primordial de la libertad y la dignidad, porque ahora, después de décadas de política neoliberal, después de la pandemia, la desproporción de fuerzas entre trabajadores y capital ha llegado al punto de que la gente se marcha, presenta su renuncia, solo para poder respirar un poco. Pero luego está el resurgir de la solidaridad social, hay 140.000 actores del sindicato SAG-AFTRA que se unen a los 11.000 miembros del Sindicato de Guionistas y a los trabajadores de los hoteles de California que se manifiestan junto a ellos. Existe la voluntad de no resistir, los guionistas van por su centésimo día de huelga, otros van por su tercer mes. Está la emergencia de figuras desde abajo, de líderes espontáneos como Christian Smalls en Amazon, un trabajador afroamericano que ha obligado a Jeff Bezos ha replantearse su política de no sindicación. Pero, sobre todo, está la puesta al desnudo de los nuevos poderes que ahora controlan nuestra capacidad misma de percibir, de comprender, o más bien la aniquilan, encerrándonos en su metaverso. Creadores de ese individualismo masificado que Tronti señaló en su discurso final, en el festival DeriveApprodi en junio, como el mayor desastre. Y este despertar solo podía tener lugar en el país de la gig economy, de la inteligencia artificial, de los trabajadores sin derechos, en el país del capitalismo “más avanzado” – como se hubiera dicho alguna vez –. ¿No recuerdan “Lenin en Inglaterra” en el primer número editorial de ‘Classe Operaia’? Una de sus metáforas para decir que nuestra tarea es muy difícil, casi imposible, pero o intentamos el camino de la rebelión o acabaremos…donde han acabado tantos jóvenes italianos de hoy, sobre todo sin han invertido dinero y tiempo en formarse.

Se rieron de nosotros por nuestra derrota en los años 70 y 80, pero incluso a los más obstinados se les borra la sonrisa de la cara con solo abrir la ventana y mirar fuera para ver a lo que ha quedado reducido este país. No, no por Meloni, en lo que a mí respecta, sino porque en tu funeral te arriesgas a que te aplaudan como si fueras una estrella de variedades.

Mario, afortunadamente, tuvo en sus últimos pasos el respeto del silencio. Y eso ya es algo.


Imagen de apertura: de izquierda a derecha Raniero Panzieri, Mario Tronti, Gaspare De Caro y Antonio Negri

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